La Palabra del Beni, 11 de Noviembre de 2012

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Opinión

Lo que no es preciso para ser feliz

OP I N I Ó N

Por: Frei Betto

2.

Al viajar por el Oriente, mantuve contacto con los monjes del imbécil quien pierde la tarde delante de la pantalla. Como la publicidad no logra vender felicidad, genera la ilusión Tibet, en Mongolia, Japón y China. Eran hombres serenos, solícitos, reflexivos y en paz, con sus de que la felicidad es el resultado de una suma de placeres: “Si toma esta gaseosa, si usa estas zapatillas, si luce esta camisa, si compra mantos de color azafrán. El otro día, observaba el movimiento del aeropuerto de San este auto, usted será feliz!” El problema es que, en general, ¡no se llega a ser feliz! Quienes Pablo: la sala de espera llena de ejecutivos con teléfonos celulares, preocupados, ansiosos, generalmente comiendo más de lo que ceden, desarrollan de tal forma el deseo, que terminan necesitando un analista. O de medicamentos. Quienes resisten, aumentan su debían. Seguramente, ya habían desayunado en sus casas, pero como la neurosis. El gran desafío es comenzar a ver cuán bueno es ser libre de todo compañía aérea ofrecía otro café, todos comían vorazmente. Aquello me hizo reflexionar: “¿Cuál de los dos modelos produce ese condicionamiento globalizante, neoliberal, consumista. Así, se puede vivir mejor. Para una buena salud mental son indispensables felicidad?” Me encontré con Daniela, de 10 años, en el ascensor, a las 9 de tres requisitos: amistades, autoestima y ausencia de estrés. Hay una lógica religiosa en el consumismo post-moderno. la mañana, y le pregunté: “¿No fuiste a la escuela?”. Ella respondió: En la Edad Media, las ciudades adquirían status construyendo “No, voy por la tarde.” Comenté: “Que bien, entonces por la mañana puedes jugar, una catedral; hoy, en Brasil, se construye un shopping-center. Es curioso, la mayoría de los dormir hasta más tarde.” shopping-center tienen líneas “No”, respondió ella, Se observan varios nichos, todas arquitectónicas de catedrales “tengo tantas cosas por la a ellos no se puede ir mañana...”. “¿Qué cosas?”, le esas capillas con venerables objetos estilizadas; de cualquier modo, es necesario pregunté. “Clases de inglés, de baile, de consumo, acolitados por bellas vestir ropa de misa de domingo. Y allí dentro se siente una de pintura, de natación”, y sacerdotisas. sensación paradisíaca: no hay comenzó a detallar su agenda ni chicos de la calle, de muchachita robotizada. Quienes pueden comprar al contado, mendigos, ni suciedad... Me quedé pensando: “Qué Se entra en esos claustros al pena, que Daniela no dijo: se sienten en el reino de los cielos. son gregoriano post-moderno, “¡Tengo clases de meditación!” Si debe pagar con cheque post- aquella musiquita de esperar al Estamos formando súperhombres y súper-mujeres, datado, o a crédito se siente en el dentista. Se observan varios totalmente equipados, pero nichos, todas esas capillas emocionalmente infantiles. purgatorio. con venerables objetos de Una ciudad progresista del Pero si no puede comprar, ciertamente consumo, acolitados por bellas interior de San Pablo tenía, sacerdotisas. en 1960, seis librerías y un se va a sentir en el infierno... Quienes pueden comprar al gimnasio; hoy tiene sesenta contado, se sienten en el reino gimnasios y tres librerías! de los cielos. No tengo nada contra el Si debe pagar con cheque post-datado, o a crédito se siente en mejoramiento del cuerpo, pero me preocupa la desproporción en relación al mejoramiento del espíritu. Pienso que moriremos el purgatorio. Pero si no puede comprar, ciertamente se va a sentir en el esbeltos: “¿Cómo estaba el difunto?”. “Oh, una maravilla, no tenía infierno... nada de celulitis!” Felizmente, terminan todos en una eucaristía post-moderna, Pero… ¿Cómo queda la cuestión de lo subjetivo, de lo espiritual, hermanados en una misma mesa, con el mismo jugo y la misma del amor? Hoy, la palabra es “virtualidad”. Todo es virtual. Encerrado en hamburguesa de Mac Donald... Acostumbro a decirles a los empleados que se me acercan en las su habitación, en Brasilia, un hombre puede tener una amiga íntima en Tokio, sin ninguna preocupación por conocer a su vecino de al puertas de los negocios: “Sólo estoy haciendo un paseo socrático”. lado. Todo es virtual. Somos místicos virtuales, religiosos virtuales, Delante de sus miradas espantadas, explico: “Sócrates, filósofo griego, también gustaba de descansar su cabeza recorriendo el ciudadanos virtuales. Y somos también éticamente virtuales... La palabra hoy es “entretenimiento”; el domingo, entonces, es centro comercial de Atenas. Cuando vendedores como ustedes lo asediaban, les respondía: ...”Sólo estoy observando cuántas cosas el día nacional de la imbecilidad colectiva. Imbécil el conductor, imbécil quien va y se sienta en la platea, existen que no preciso para ser feliz”.

Un sanador amable

En la antigua China, vivía un ermitaño que tenía fama de poseer poderes extraordinarios. De joven, en su pueblo, se ocupaba de los enfermos. Su porte era natural y sus maneras armoniosas. Hacía todo con sencillez y siempre con una sonrisa que sostenía su mirada de afecto hacia las personas que sufrían. Su secreto residía en actuar con toda naturalidad. Se inclinaba ante el enfermo, musitando el Jai Ram (“me inclino ante la divinidad que te habita”), después, permanecía un rato en silencio absorbiendo todo el dolor del paciente mientras éste hablaba. Luego, se levantaba, tomaba agua clara, y la vertía sobre el miembro afectado, o sobre la cabeza o las manos del que lo había llamado. O les rascaba con brío las plantas de los pies sobre las que aplicaba aceite de oliva, manteca de leche de vaca primípara, o hierba buena con raíces de jengibre. Hacía emplastos de líquenes y aplicaba cataplasmas de mostaza. Hervía hierbas aromáticas y hacía aspirar sus vahos a quienes manifestaban dificultades para respirar. O los bañaba en un abrevadero de animales en un agua tibia en la que había dejado macerar durante una noche de luna, grandes cantidades de flores y de plantas aromáticas. O quemaba toda clase de plantas en el baño de vapor con piedras ardientes sobre las que derramaba granos de cáñamo macerados en agua con hongos adecuados. Y, después, velaba sus sueños para matar a los demonios según iban saliendo del cuerpo del doliente, mientras la familia esperaba conmovida en el porche de la casas. Todo esto lo hacía Senrín hablándoles en voz baja, moviendo sus manos con suavidad y armonía, mientras se deslizaba por la habitación envuelto en el humo del sándalo que se expandía al contacto de sus ropas. Cuando entendía que el enfermo de melancolía o de ira o de miedo o de celos o de hastío, se aquietaba y se dejaba hacer, volvía a inclinarse ante él, mientras juntaba sus manos y mirándole a los ojos con su apaciguadora sonrisa, le decía “¡Namasté!” (“tú y yo somos uno mismo”).

Por: J. C. Gª Fajardo Recogía sus cosas y regresaba a su huerto o se subía al monte en busca de plantas y de silencio. Llegó un momento en que su fama se extendió de tal forma que acudía gente con enfermos desde los lugares más remotos. Su vida sencilla y austera, regalada con el cuidado de su jardín y con sus paseos por el bosque, se fue haciendo difícil. Intentó formar a discípulos pero la avidez y codicia de estos, les hacían desistir y comenzaron a propagar que el maestro Senrín tenía poderes mágicos, que seguro que tenía tratos con espíritus del bosque o, quién sabe, con algún diablo o cazadores de la noche. Un día, uno de los más prometedores aprendices, incapaz de asumir su fracaso, amotinó a las gentes acusando de brujería al sanador venerado. A pedradas salió el ermitaño del pueblo mientras las gentes gritaban “¡Ya nos temíamos algo! Así regalaba todo lo que le daban y su casa no tenía puertas ni su despensa descansaba. No podía ser nada bueno. ¡A ver!” Y seguido de esos gritos de “¡A ver! ¡A ver! ¡A ver!” se fue hacia la montaña seguido por un perro que lamía la sangre de sus heridas y borraba su rastro en las piedras del camino. Pasados los años, el rico hacendado que había pretendido ser su discípulo se enteró por unos pastores de dónde residía el Maestro y acudió a pedir su bendición, arrepentido por haberle causado tanto daño. El anciano lo acogió con la sonrisa de siempre, le preparó el té y le acomodó un estrado en su cabaña con unas pieles para que se abrigara. A la mañana siguiente, antes de la partida del rico hacendado, el anciano Maestro quiso hacerle un regalo y transformó con su dedo una piedra en un bloque de oro puro. El comerciante no quedó satisfecho y permaneció en silencio mientras el Maestro Senrín señaló con su dedo una enorme roca que también se convirtió en oro de 36 quilates. El adusto personaje no sonrió. - ¿Qué deseas, pues? - preguntó triste el Maestro. - Quiero ese dedo, ¡córtatelo!

Trinidad, domingo 11 de noviembre de 2012


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