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Una museología para el siglo XXI

La museología está indefectiblemente ligada al coleccionismo. Este nació en el seno de los grandes reinos conquistadores que al haber resuelto sus batallas decidieron atesorar piezas y objetos raros que certificaban sus incursiones y triunfos belicosos. También nacieron de la mano de un propósito de salvaguardar lo propio y mostrarlo a sus pueblos como un tesoro de su alto linaje, cultura, buen gusto y acierto en el perfeccionamiento de sus saberes: tablas de arcilla, piezas de arte, joyas de sus ancestros, papiros, sellos, monedas, etc.

En la Grecia clásica, Pericles, uno de los jefes de estado más poderoso que legó a la humanidad el conocido Partenón y una serie de monumentos, instauró una de las más grandes colecciones de muestras escultóricas; y después Alejandro Magno y sus generales participaron de esta afición habiendo cruzado la Europa oriental y el medio oriente hasta su llegada a Egipto. El Mare Nostrum fue sujeto de sus conquistas y con eso de sus resguardos en el ámbito del coleccionismo.

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en la que la protagonista es acechada por una amenaza invisible y que, como se sugiere en algunas escenas, puede o no ser de origen paranormal. Esta elección premeditada dentro de la forma puede resultar polémica por obvias razones, pero se trata de una audaz decisión que va acorde al tono de la película, a la vez que enriquece la ejecución y las temáticas de la historia. El regreso de Todd Field a la dirección desemboca en un excepcional estudio de personaje que orbita sobre cues- tiones como el ego, la arrogancia y el talento desmedido como justificación al mal comportamiento. Se trata de un peculiar relato que señala cómo los seres humanos, por muy problemáticos o imperfectos que seamos, siempre tendremos cabida en algún lugar de este oscuro y frío mundo. En el centro de todo se encuentra Lydia Tár, quien no es otra cosa que la encarnación de una época repleta de profundas contradicciones e ironías.

Roma no quedó atrás y con la llegada del Renacimiento, reyes y papas comenzaron a cubrir los muros de sus palacios y sus residencias con obras originales y mandadas realizar exprofeso para perpetuar su poder. El periodo de expansión territorial y el encuentro de occidente con otros mundos en lontananza propiciaron la admiración por vestigios de gran valor. Posteriormente y durante el periodo de entreguerras esos ejemplares irían a parar a manos de los Estados, y de las colecciones privadas nacerían muchos de los museos actuales como El Prado, Louvre, el Hermitage o los Vaticanos cuya herencia se vería reflejada en el discurso mexicano decimonónico hasta ahora reproducido en muchos de nuestros recintos.

El siglo XXI sin embargo exige otro tipo de museología, donde exista una participación más creativa de parte de los artistas, de los curadores y un involucramiento del público que en lugar de espectador se convierta en co-creador de su entorno inmediato; ya sea desde el espacio de la cultura, de la estética, de los valores, los derechos humanos o desde las distintas manifestaciones que incluyan todas las doctrinas, todos los géneros y todas las expresiones no hegemónicas.

Si bien la museografía, como el recurso narrativo plasmado en la disposición de la pieza o conjunto de ellas, expresa una museología desde la perspectiva analítica, crítica y filosófica; el recinto como tal que constriñe ese discurso, comienza a volverse desquiciante al enmarcar una idea y un enciclopedismo de saberes repre- sentados por la pieza misma. Es posible que el conflicto esté en el resguardo de la pieza, pero ¿cómo convertirla en parte del patrimonio del espectador? ¿Es posible que la respuesta esté en la percepción de la propiedad privada? ¿Es posible que los consumidores de la pieza -sea ésta estética, procedente de la cultura popular, rara o exótica- podamos convivir con ella en franco diálogo circular? Es sin duda un tema para reflexionar en tiempos apremiantes para la sensibilización de la humanidad.

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