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Desayuno en Tiffany’s, mon ku Carlos Saura, cineasta de las artes

6 Por Marianne Bloch-Robin*

El director español Carlos Saura, nacido en Huesca en 1932, falleció el viernes 10 de febrero de 2023, a la víspera de ser galardonado oficialmente con el Goya de Honor de la Academia de las Artes y Ciencias Cinematográficas de España, un reconocimiento a su larga y excepcional trayectoria cinematográfica.

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El gran artista, autor de unas cincuenta películas, puede ser calificado de cineasta de las artes ya que toda su filmografía establece un diálogo constante con la música, el baile, las artes plásticas, la literatura y el cine sin dejar de comprometerse con el mundo que lo rodea, teniendo sus películas una dimensión de “arte total” que, como la ópera, el cine puede reivindicar.

Muy marcado en su infancia por la guerra civil española, el director aragonés pertenece a una generación “inocente” que no luchó en la contienda, pero padeció de sus consecuencias en la posguerra.

Tras formarse como fotógrafo en los años cincuenta, una pasión que lo seguirá a lo largo de su vida, el joven Carlos Saura estudió cine y dirigió su primer largo metraje Los Golfos en 1959, una obra influenciada por el neorrealismo, a la que la censura franquista impuso once minutos de cortes a pesar de que hubiera representado a España en el Festival de Cannes de 1959.

En los años sesenta y hasta el fin de la dictadura, el director, que no quiso exiliarse, se opuso en su obra al régimen franquista de manera indirecta y solapada, desarrollando un complejo estilo elíptico y metafórico que le permitió sortear en parte la férrea censura del régimen.

Su tercera película, La Caza (1965), que ganó el Oso de Plata a la mejor dirección en el Festival de Berlín, le dio fama internacional e impactó a directores estadounidense como Sam Peckinpah que reivindicó la influencia del aragonés en su obra.

Tras la muerte del dictador en 1975, año en que Saura dirigió una de sus obras maestras, Cría Cuervos, también famosa por el éxito de la canción de la película “Por qué te vas”, el cineasta diversificó su obra y desarrolló, a partir de los años ochenta, una vena de musicales en los que plasmó su amor por la música, muy relacionado con su infancia y su madre pianista, y el baile –afirmó en varias ocasiones que de joven quería ser bailarín–, haciendo de dichas artes el tema de sus películas.

Tres extraordinarias obras son el fruto de su colaboración con el talentoso bailarín y coreógrafo Antonio Gadés con el que inauguró esta vena: Bodas de Sangre (1981), una adaptación de la obra de Federico García

Lorca; Carmen (1983), que revisita el célebre mito con la deslumbrante Laura del Sol y; El amor brujo (1986).

A partir de estas obras, creó un estilo propio en sus musicales, revelando las diversas etapas de creación del espectáculo de baile y difuminando la frontera entre realidad y ensoñación mediante una compleja escenografía, con unos dispositivos que revelaban a los espectadores los entresijos de la creación tanto coreográfica como cinematográfica.

Desde entonces, no dejó tampoco de dirigir películas de ficción entre las que podemos destacar Deprisa, deprisa (1981), que se acerca a la juventud marginal durante la transición a la democracia y que fue premiada con el Oso de Oro en la Berlinale; El Dorado (1987), un ambicioso biopic de Lope de Aguirre rodado en Costa Rica; Ay Carmela!, en la que pudo tratar frontalmente la guerra civil española; Goya en Burdeos (1999) que es también un homenaje a su hermano, el gran pintor Antonio Saura fallecido antes de que finalizara el rodaje; o Io don Giovanni (2009) en la que se acerca a la génesis de la ópera de Mozart a través de la figura de su libretista el fantasioso Lorenzo Da Ponte.

Carlos Saura mantuvo una estrecha y temprana relación con México, un país que amaba profundamente y del que apreciaba la riqueza cultural. Rodó dos películas de ficción en coproducción con el país: Antonieta (1982), un biopic de la mexicana Antonieta Rivas Mercado y, en 2021, el musical El rey de todo el mundo, en el que rinde homenaje al baile y a la música popular y tradicional mexicana.

Pero su relación con el país, al que solía viajar con frecuencia, va mucho más allá de estas dos películas, ya que estuvo también montando en México una versión personal de la obra de Calderón de la Barca El gran teatro del mundo en 2020 con actores mexicanos.

Su obra recibió numerosos homenajes en los últimos años desde el mundo artístico, ya que jóvenes directores y directoras de cine reivindican su herencia artística, como en el ámbito académico, con la publicación en 2021 del libro homenaje Carlos Saura o el arte de heredar coordinado por Nancy Berthier y Marianne Bloch-Robin (Universidad de la Sorbona) que reunía contribuciones de investigadores veteranos y jóvenes apasionados por la obra de un cineasta, que forma parte de los clásicos del cine, no solo español, sino mundial.

En este enlace se puede ver el clip homenaje que se hizo con ocasión de la jornada de estudios/presentación del libro: https://www.youtube.com/ watch?v=AE76QyQuCjM

* Universidad de la Sorbona, París.

I

6 Por Álvaro Luis López Limón

Apropósito de la presencia de la muerte en la historia del arte, hoy nos situamos frente a tres obras: Hamlet, de William Shakespeare, específicamente la muerte de Ofelia; el poema “Ofelia”, de Arthur Rimbaud; y la pintura Ofelia, de John Everett Millais.

La primera vez que aparece en escena el personaje de Ofelia, acto I, escena 3. “Laertes… le dice a su hermana que no haga caso al amor de Hamlet… no se trata de un amor verdadero”. Acto seguido aparece su padre Polonio explicando que Hamlet solo quiere aprovecharse de ella y le ordena que deje de verle, a lo que la muchacha accede. Hamlet, a su vez, dice a Ofelia: “Mira, vete a un convento… Yo soy muy soberbio, vengativo, ambicioso; con más pecados sobre mi cabeza que pensamientos”. Ya a solas, Ofelia exclama; “¡Oh!… Y yo, la más desconsolada e infeliz de las mujeres... ¡Oh! ¡Cuánta, cuánta es mi desdicha, de haber visto lo que vi, para ver ahora lo que veo!”, melancólica camina sin rumbo

6 Por Daniel Sibaja*

Pasamos toda la noche removiendo en nuestro interior muchas maldades unos contra otros, pues ya Zeus nos preparaba el azote de la desgracia. Canto III, La Odisea, Homero

Entre las nubes y sus choques. O en el vértigo de lo húmedo, los charcos. El hombre abrió la puerta sin pánico con la descarga detrás de las orejas y logró desafiar las paranoias del trueno.

Después de las centellas, casi sin decirnos nada, juramos no volver a pronunciar su nombre.

Él ya no era mi padre.

Tampoco ellos lo reconocieron. Trato de recordarlo cuando cierro los ojos. Toda la familia yacía acostada en los hilos de la sala, alrededor del pabellón de algodones, arriba del piso helado, en medio de la oscuridad con el olor a lluvia hasta en las narices y las leyendas de la Emérita en la voz de nuestra madre.

Todavía descalzos, lo que los músculos dibujaron con el agua y los parpadeos, lo que al perro hizo temblar en un rincón del comedor, sin preocupaciones, decidimos junto a él observar el cielo hundido y rebosante. Más allá, al fondo del marco vertical, la silueta de un dios se asomaba desde arriba. El hombre que ya no era el hombre de la casa, menos sería humano, casi desnudo, casi sin otro ruido que el de sus tímpanos, con deformidades en su espalda, dijo, y el cielo se hizo un tanto rojo: y nos canta: “Aquí traigo romero, que es bueno para la memoria. Tomad, amigo, para que os acordéis...”, “trinitarias, que son para los pensamientos […] hinojo para vos, y palomillas y ruda para ti […], para vos también, y este poquito es para mí”. Al respecto, la reina Gertrudis dice: “… no podía esto prolongarse mucho… los vestidos cargados con el peso… arrastraron pronto a la infeliz a una muerte… en medio de sus dulces cantos… [de] antiguas estrofas”.

Ii

lirio, virginidad; las orquídeas, sexualidad; y la amapola, seducción. En la pintura de colores brillantes, Ofelia en posición horizontal sobre el lecho del río, su frágil y virginal figura apenas flota, rodeada de flores; mostrándonos un rostro único de ojos entornados, su mirada fija en el infinito, el mentón elevado y la boca entreabierta revelan el último soplo de vida. Su cuerpo y los velos del vestido solo se perfilan, se diluyen entre la flora y el agua invitándonos a pensar en la serenidad protegida de un transparente ataúd.

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