La Jornada Zacatecas, martes 1 de junio de 2010

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2 OPINION • MARTES 1 DE JUNIO DE 2010

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rácticamente con un dos a uno en el resultado electoral, Juan Manuel Santos derrota a Antanas Mockus, obteniendo 46.56 por ciento contra 21.5 del candidato del Partido Verde. Esto obliga, a pesar de la diferencia, a una segunda vuelta electoral, dejando a los otros contendientes: Noemí Sanin y Rafael Pardo, abajo del 4 por ciento que marca la ley, lo que los mandata a regresar los 2.5 millones de dólares que les fueron asignados para gastos de campaña. Esta última sanción ayuda a evitar la atomización de los candidatos en las contiendas electorales. Regresar el dinero y quedar fuera de la jugada es un castigo inteligente para el que pretende hacer fama y fortuna con

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Cómo transformar la clase política mexicana? Tema objeto de una charla que sostuve animadamente con uno de mis compadres hace unos días, mientras convalecía de un resbalón insensato en la escalera de casa. Aunque más bien considero que la interrogante planteada tiene una antesala, que sería a su vez otra pregunta. ¿Son mejorables los políticos mexicanos actualmente? Aunque no caben las generalizaciones absolutas, la respuesta es sí. Desde luego que existen políticos bien intencionados, con trayectoria, con oficio y algunos hasta con visión de estado. No escasean los que tienen experiencia probada en luchas sociales, en el mundo empresarial, parlamentario, laboral o académico de altos vuelos, pero por desgracia, mi estimado lector, no son la mayoría. El subdesarrollo también afecta a nuestra clase dirigente. ¡Qué le vamos a hacer! ¡Uno qué quisiera! Como reflejo del todo social, la clase política es profundamente desigual, y por lo menos en este sentido se desmiente aquel lugar común que reza que todos los políticos son iguales. Pero en lo que sí se emparejan es en el hecho de que viven y se desenvuelven, compiten encarnizadamente en un sistema pensado en la obtención de un beneficio económico personal y clientelar, en nombre de la representatividad social. Claro que hay toda una superestructura discursiva, una especie de cáscara disimuladora que encubre los intereses de grupo y personales. ¿Cuál es sino ésta la mera explicación de la desconcertante avidez con que se buscan los puestos de elección popular? Conozco, y estoy seguro que usted también, personas que estarían dispuestas a ofrecer hasta una hermana por obtener un puesto de regidor. Y ya si las cosas se ponen difíciles, pues pensar hasta en ofrecer dos o tres, sobre todo si están buenas. Y esto que digo no opera exclusivamente para un partido, sino que se da en todos, porque es un problema de la clase política y los partidos no son más que etiquetas en este sentido del que hablo. Y si así ocurre en las elecciones municipales, ya podemos imaginar lo que sucede en la disputa de cargos más elevados, como diputaciones locales o federales, o senadurías. El secreto de esta auténtica rebatinga, convulso mercado de ilusiones

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Opinión

Editorial

Santos y Mockus: la encuesta colombiana los recursos públicos y con la fe del electorado. Los dos primeros, por su parte, van a segunda vuelta y deberán buscar el acuerdo político para sumar votos y lograr la silla presidencial. Existe otro elemento a tomar en cuenta: prácticamente hace un par de días, las encuestas marcaban a los dos primeros contendientes con una votación casi pareja. Si bien Santos no obtuvo en las urnas 50 por ciento, también es cierto que supera por 25 puntos al candidato opositor.

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Este pudiera ser un ejemplo para los candidatos que no entienden que la encuesta es una foto instantánea, no una foto de estudio, en la cual se posa, se maquilla y se viste el mejor traje para el retrato de familia. El resultado en Colombia es un buen ejemplo de lo débiles que son las encuestas para montarse en ellas y luego derrumbarse como muñecos de arcilla. Zacatecas vive hoy una encuestitis casi enfermiza. El candidato que se dice arriba, con encuesta publicada

Martes de rugby

Sin City chichimeca José Enciso Contreras de proyectos de vida, es el dinero y el poder, fetiches que suelen implicarse uno al otro; y no hablamos cualquier moneda, sino el dinero fácil y ajeno, porque tampoco todos los dineros son iguales. ¡No señor! Tal y como está planteado nuestro sistema vigente, funciona haciendo de la política un mecanismo de ascenso social. ¡Ándele, así como la educación, pero sin ir a la escuela, sin presentar exámenes, hacer trabajos y lo mejor: sin levantarse temprano! Una especie de atajo que permite salir de prángana (o prángano) a punta de chapurrear cierto lenguaje y poseer un saber hacer organizativo que en mucho se parece a la formación de una empresa de conquista al viejo estilacho colonial español. De aquí podemos explicarnos cómo diablos es que llegan a puestos de elección verdaderos astros del rebuzne, o sea hombres o mujeres “porque en esto también hay equidad de género”, con severas dificultades para las básicas destrezas de leer y escribir, por ya no hablar de sumar y multiplicar. Para suplir esta carencia bien puede echarse mano de varios recursos discursivos, como por ejemplo vestir siempre de traje y usar loción cara, adoptar poses para la foto, hacerse la lipo o ponerse tetas y nalgas de hule –bien paraditas, eso sí, mi médico, ya que vamos a hacer el gasto– cuando las circunstancias así lo demanden. Muy a propósito, hay negocios, bastante lucrativos por cierto, que venden imagen a las personas, o sea, como elaborar un producto de buen aspecto, cuya compra sea apetecible, vamos. Pero ahí no acaba todo; hay que ser ciertamente ingenioso para hacer, decir o repetir frases, integrarlas en el habla personal y que suenen verosímiles. Frank Miller, autor de Sin City, un memorable cómic que se hizo película no hace mucho, llegó a afirmar que el arte de la política es algo así como decir mentiras y hacer que los demás actúen como si las creyeran. A todo esto, circula socialmente un discurso que problematiza el país

y el mundo, que vive y se reproduce en los medios, y se nutre de los mismos foros políticos y académicos de la nación. Cambia con rapidez, envejece fugazmente y se actualiza de manera constante. Apropiarse de él, empaparse con él, es labor de cualquiera que tenga ilusiones de político. Hablar de esto y de aquello, de una cosa y de la otra como si de veras se pudiera ser todólogo en este mundo de aguda y creciente especialización. Hacerse el experto, por ejemplo, en calentamiento global y promoción del empleo; en política educativa, en comercialización del frijol, en influenza AH1N1, en superconductores y estrategias de seguridad pública. ¡Asombroso! ¡Y pensar que muchos de ellos no han terminado ni la prepa o estudiaron en colegios de monjas y universidades pato, y además eran bien burros en la primaria! ¿De qué extraño mundo vendrán? ¿Dónde y con qué los hacen, para ir por varias docenas más? ¿Por qué no les han dado el Nobel, chingá? Qué ingratitud la nuestra, señoras y señores. Imperdonable. Si les digo que todo sea por ganar. El sublime acto de la simulación. El comprometerse a lo imposible a sabiendas. Se trata de llegar al paraíso de la abundancia, de las percepciones infladas, y una vez ahí, permanecer por siempre. No es tarea fácil, no señor. Todo tiene su ciencia y exige una vida de sacrificios. Y lo primero que hay que sacrificar es el sentido del ridículo, la ética y la vergüenza pudieran seguir pero ya estando en asuntos generales. Por otra parte, la creación y mantenimiento de esta élite que cuesta al país una millonada, es un proceso que trae consigo gastos digamos que logísticos. Porque no me van a negar que la burocracia generada a partir de los organismos electorales, muy autónomos y lo que ustedes gusten, no implican también un gasto excesivo. Cuánto capital social no se va a la coladera para el sostenimiento de un aparatazo federal de tal envergadura. Y eso que no hablamos de los organismos homólogos de jurisdicción

que él mismo mandara a hacer, mete el abdomen, lanza la mirada al infinito y con paso lento, camina sobre la plataforma del mitin con rostro de perdonavidas para presumir “yo soy el bueno”. Si los indicadores resultan como los de Colombia, sus bonos quedarán desinflados, porque en México la segunda vuelta no existe. La verdadera encuesta es la de todos los días: los saludos de mano, las concentraciones de electores, sin olvidar que lo que tiene que llenarse son las urnas y no las plazas. Las vedettes nacionales pueden iluminar los mítines y elevan, desde luego, el costo del acarreo, pero son también ilusiones ópticas con las que se debe tener cuidado.

estatal, que también implican carga presupuestal no deleznable. Por si fuera poco, las estructuras burocráticas de todos y cada uno los partidos, incluyendo a sus respetables tribus, también comen, ¿o no? No debe entenderse esto que digo como un alegato en contra del sistema democrático. Estoy plenamente convencido que es mil veces preferible soportar el sistema de partidos tal y como está, a dejar entrever siquiera la posibilidad de un gobierno abierta o disimuladamente autoritario, es decir, sin elecciones, o con el tipo de elecciones fraudulentas a que nos malacostumbró el Partido Revolucionario Institucional (PRI) durante más de siete décadas de magistral simulación autoritaria. Lo que sí sostengo en cambio es que debemos hacer algo para contener la tremenda sangría presupuestal que implica conservar el dichoso sistema tal y como lo tenemos, mientras que los preocupantes índices de pobreza y marginalidad pudieran ser mejor atacados con los cuantiosos recursos de nuestro francamente parasitario y obeso sistema político. La interrogante es de qué sectores surgirán las acciones de transformación para esta auténtica revolución cultural que se hace tan necesaria. ¿Acaso de nuestra clase política maestro? Definitivamente no, mi pequeño saltamontes. Porque los políticos saben palmariamente de esta disfunción pero eluden su tratamiento. Para enfrentarlo, deben tener consciencia de que son parte del problema lo cual comienza por aceptar por lo menos que son políticos. Lo que es realmente regocijante es cómo algunos de ellos incluso –no decimos quien, porque se enoja Cuauhtémoc Calderón– tratan de esconderse alegando que no son políticos, lo cual es una de las tácticas más ingenuas para negar el problema nuclear del sistema, diciendo que son empresarios, pero asombrosamente piden el voto a su favor. ¿Ha sabido usted de alguna empresa, por ejemplo una ensambladora de coches o hasta un puesto de carnitas, a las que cuando usted acude le pidan el voto en el mostrador? ¿No, verdad? Quienes le piden el sufragio son los políticos, y en las empresas le venden un auto o una torta de adobada con aguacate y punto. No sé si me comprende por qué digo que la solución para todo este atolladero no vendrá de ellos, de momento.

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