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Dos de muestra (Ignacio López Tarso in memoriam)
from Semanal 19/03/2023
by La Jornada
QUE SEA UN lugar común recurrente al hablar de alguien con un prestigio como el suyo, no reduce un ápice que sea verdad: la reciente muerte del extraordinario actor que fue el casi centenario Ignacio López Tarso (1925-2023) no hace sino consolidar su condición de inmortal, ganada desde hace ya más de seis décadas en virtud, sobre todo, del que con seguridad es su personaje más recordado: el Macario de la cinta homónima, realizada por ese otro fuera de serie que fue el director Roberto Gavaldón en 1960.
Otro lugar común, inevitable: a López Tarso le habría bastado con ese papel protagónico para ser, y de manera destacada, una de las figuras imprescindibles del cine mexicano de todas las épocas pero, como es bien sabido, su filmografía abunda en personajes memorables o, dicho de otro modo, en desempeños actorales sobresalientes, ya se trate de militares –La sombra del caudillo–, revolucionarios –Juana Gallo– campesinos –Rosa Blanca– y muchos más.
Tan sobresalientes como los mencionados, hay otros dos que destacan por lejanos a cierta tendencia estetizante aún característica del cine cincuenterosesentero, por ser personajes más dignos de compasión y repulsión que de admiración o empatía y, finalmente, por ser el vehículo de historias con una carga inmensa de realidad social cruda, dura y cruel. Se habla aquí, por supuesto, de dos filmes imborrables para quien los haya visto: Rapiña y Los albañiles
Rapiña o la huida imposible
A CARLOS ENRIQUE Taboada suele recordársele por su memorable trilogía de terror, compuesta por Hasta el viento tiene miedo (1968), El libro de piedra (1969) y Más negro que la noche (1975), a las que se suma, un tanto tardía, Veneno para las hadas (1984), pero de ninguna manera Taboada se limitó a ese género cinematográfico y Rapiña (1975) es un ejemplo formidable: con López Tarso a la cabeza de un elenco que incluye al también estupendo Germán Robles, Norma Lazareno y Rosenda Monteros, la trama construye paso a paso la huida imposible que Porfirio, un leñador pobre de solemnidad, quiere lograr; no únicamente de su pueblo ni de su condición económica sino, en el fondo, de lo que parecería ser su destino inevitable: vivir y morir “como animales”. Un avión de pasajeros se estrella en lo alto de un cerro, Porfirio/López Tarso convence a Evodio/Robles de sustraer todos los objetos de valor que puedan y, cuando policía y ejército detectan la rapiña, aquéllos y sus parejas van, como auténticas mulas de carga, tratando de escapar, en un filme sobrecogedor como pocos.
Los albañiles o la miseria moral
BASADO EN LA novela homónima de Vicente Leñero, Jorge Fons dirigió y escribió el guión de Los albañiles (1976), considerada con justicia una obra maestra del cine mexicano. Aun siendo de naturaleza coral en tanto la carga anecdótica y dramática se reparte entre al menos cinco personajes, todo gira en torno al que López Tarso interpreta de manera magistral: don Jesús, un viejo hediondo, rengueante, epiléptico, alcohólico y corrompido, velador de un conjunto habitacional en construcción, es asesinado por causas que se ignoran. Una corporación policíaca igual de corrompida, viciosa y baldada tiene que “impartir justicia” y, para lograrlo, recurre a lo único que sabe: torturar, vilipendiar y fabricar culpables. En el ínter, a través de flashbacks que van armando un rompecabezas social en el que las piezas nunca encajan del todo, la película hace un retrato fiel, por crudo y duro, de las condiciones de vida, la suerte y los caminos cerrados para las clases bajas, representadas por el gremio de la construcción, esos albañiles desposeídos que, en aras de estricta sobrevivencia, son capaces de robarse, agredirse, mentirse y matarse unos a otros, en tanto la clase social arriba de ellos, sean ingenieros o autoridades, sólo quiere que “se calmen las aguas” para seguir en lo suyo, es decir, enriqueciéndose o manteniendo el status quo l