Perfil IndiaHoy, 17/04/2023

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▲ Una niña juega frente a su casa en la localidad de Arunachal Pradesh.

Foto Afp

Gobierno y grandes negocios

La revolución digital en India es un ejemplo perfecto de cómo los intereses de los grandes negocios y de la supremacía hindú coinciden perfectamente. A medida que los ciudadanos de India, a millones, ingresan a la arena digital, vidas completas pasan a ser vividas en línea, la educación, la atención a la salud, los negocios, los bancos, la distribución de las raciones de alimentos a los pobres. Las empresas de las redes sociales tienen que estar cada vez más atentas al gobierno, que controla esta alucinante participación en el mercado.

Porque, cuando ese gobierno no está contento, como a menudo sucede, simplemente puede apagar todo. Estamos en espera de la nueva draconiana Ley Digital 2023 de India, que le dará al gobierno inimaginables poderes sobre Internet. India ya impone más apagones de Internet que ningún otro país del mundo.

INDIA HOY, UN ANÁLISIS DE ARUNDHATI ROY*

son nuestros íntimos enemigos, también nos espían. Para “proteger al mundo democrático”, la USAID planea llevar DIIA o su equivalente a otros estados. Países como Ecuador, Zambia, República Dominicana, están a la cabeza de la fila. La preocupación es que una vez que una app como DIIA es “readaptada para la guerra”, ¿puede ser “desreadaptada” para la paz? ¿Puede una ciudadanía que fue convertida en un arma ser desconvertida en un arma?

¿Pueden los datos privatizados ser desprivatizados?

India también lleva camino andado en esta dirección. Durante el primer término de Modi como primer ministro, Reliance Industries, entonces la mayor compañía en India, lanzó JIO, una red wifi gratuita que venía como parte de un teléfono inteligente muy barato. Una vez que logró sacar del mercado a la competencia, comenzó a cobrar una pequeña cuota. JIO convirtió a India en el mayor consumidor de datos wifi en el mundo, más que China y Estados Unidos juntos.

Se pronostica que, para 2026, India tendrá mil millones de usuarios de teléfonos inteligentes. Imagina ese volumen de datos en una app DIIA hecha para India. Imagina todos esos datos en manos de empresas privadas. O, por otro lado, imagínalo en manos de un Estado fascista y sus simpatizantes indoctrinados y convertidos en armas.

Por ejemplo, digamos que tras aprobar una nueva ley de ciudadanía, el país X manufactura millones de “refugiados” de sus propios ciudadanos. No los puede deportar, no tiene el dinero para construir cárceles para todos. Pero el país X no necesitará un gulag o campos de concentración. Simplemente puede apagarlos. Puede apagar al Estado en sus Teléfonos Inteligentes. Podría entonces tener una amplia población dedicada a los servicios, virtualmente una subclase laboral sin derechos, sin salario mínimo, sin voto, atención a la salud o raciones de alimentos.

Podría ser una operación bastante eficiente y transparente. Hasta podría parecer una gran democracia.

¿Cómo olería un Estado así? ¿O a qué sabría? ¿Algo irreconocible? ¿O algo muy reconocible?

Legisladores de la oposición llevan una gran bandera nacional y realizan una marcha de protesta desde la casa del Parlamento indio, en Nueva Delhi, India. Foto Ap

En 2019, había 300 millones de usuarios de teléfonos inteligentes. Junto con todos los innegables beneficios de estar conectados a Internet, estas millones de personas se volvieron una audiencia cautiva para mensajes de odio y de socialmente radiactivas e interminables noticias falsas, que fluyen incansablemente a sus teléfonos a través de las redes sociales. Aquí es donde verás a India sin adornos.

Aquí es donde se amplifican esos llamados al genocidio y a la violación masiva de musulmanes.

Gracias por su paciencia. Por ahora, los dejo con estos pensamientos. ¿Qué es un país? ¿Qué es un Estado? ¿Qué es un ser humano? ¿Y quién o qué es un escritor?

El texto es una versión editada de “Acercándonos a un punto muerto: la libertad de expresión y la democracia fallida”, que fue publicado primero en inglés en Literary Hub y cuya versión íntegra en español se puede consultar en la página web de La Jornada con la liga https://bit.ly/3L4UY2X. Se reproduce con autorización de la escritora.

Traducción: Tania Molina Ramírez *Arundhati Roy es autora de El dios de las pequeñas cosas entre otras obras, y activista por los derechos humanos y el medio ambiente.

A ÚLTIMA VEZ que vine a Suecia fue en 2017, para la Feria del Libro de Gotemburgo. Varios activistas me pidieron que la boicoteara, porque, a nombre de la libertad de expresión, había permitido que el periódico de extrema derecha Nye Tider instalara un puesto. En aquel momento les expliqué que sería absurdo que hiciera eso porque Narendra Modi, el primer ministro de mi país, quien era (y es) cálidamente bienvenido en el escenario mundial, es un miembro vitalicio de la Asociación Patriótica Nacional (RSS, por sus siglas en hindi), una organización de extrema derecha supremacista hindú, fundada en 1925 y constituida a semejanza de los camisas negras, el ala paramilitar “voluntaria” del Partido Nacional Fascista de Mussolini.

En Gotemburgo, presencié la marcha del Movimiento de Resistencia Nórdico. El primer desfile nazi en Europa desde la Segunda Guerra Mundial. En las calles, jóvenes antifascistas se movilizaron en su contra.

Pero hoy, un partido de extrema derecha, si bien no abiertamente nazi, es parte de la coalición gobernante en el gobierno sueco. Y Narendra Modi está en su noveno año como primer ministro de India.

Al hablar sobre la democracia fallida, me referiré sobre todo a India, no porque sea conocida como la mayor democracia del mundo, sino porque es el sitio que amo, el sitio que conozco y en el que vivo, el sitio que todos los días rompe mi corazón. Y que también lo cura.

La democracia de India está siendo sistemáticamente desmontada. Sólo permanecen los rituales.

El instituto sueco V-Dem, con su detallada y extensa base de datos que mide la salud de las democracias, categoriza a India como una “autocracia electoral”, junto con El Salvador, Turquía y Hungría, y predice que probablemente las cosas empeoren. Hablamos de mil 400 millones de personas que salen de la democracia y entran a la autocracia. O peor.

India, en la práctica, se ha convertido en un Estado hinduista corporativo y teocrático, un Estado severamente controlado por la fuerza policial, un Estado aterrador. Las instituciones que fueron vaciadas por el régimen anterior, sobre todo los medios mainstream ahora hierven con fervor supremacista hinduista. Al mismo tiempo, el libre mercado ha hecho lo que hace el libre mercado. Brevemente, según el informe 2023 de Oxfam, uno por ciento de la población de India es dueña de más de 40 por ciento de la riqueza total, mientras que 50 por ciento de la población (700 millones de personas) tiene cerca de tres por ciento de la riqueza. Somos un país muy rico de gente muy pobre.

Pero la ira y el resentimiento que esta desigualdad provoca, en vez de estar dirigidos hacia aquellos que podrían ser responsables de algunas de estas cosas, son cosechados y enfocados contra las minorías en India. Los 170 millones de musulmanes, que componen 14 por ciento de la población, están en la línea de fuego.

En enero de este año, la BBC transmitió un documental de dos partes, titulado India: The Modi Question. Seguía el viaje político de Modi desde su debut en 2001 como ministro jefe del estado de Gujarat a sus años como primer ministro de India. La cinta sacó a la luz pública, por primera vez, un informe interno encargado por el Ministerio de Relaciones Exteriores británico en abril de 2002, acerca del pogromo antimusulmán que se realizó en Gujarat, durante el mandato de Modi, en febrero y marzo de 2002, justo antes de las elecciones del Congreso estatal. Ese informe investigativo, embargado durante todos estos años, simplemente corrobora lo que activistas de India, periodistas, abogados, dos policías de alto rango y testigos de la violación masiva y la masacre han dicho durante años. Calcula que “al menos 2 mil” personas fueron asesinadas. Llama a la matanza un pogromo previamente

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La escritora Arundhati Roy. Foto Wikimedia Commons 17 de abril de 2023

planeado, con “todas las características de una limpieza étnica”. Dice que fuentes confiables les informaron que cuando comenzaron los asesinatos, se le ordenó a la policía no intervenir. El informe culpa del pogromo a Modi. La cinta está prohibida en India. Se ordenó a Twitter y YouTube que bajaran todos los vínculos a ésta. Inmediatamente obedecieron. El 21 de febrero, en las oficinas de la BBC en Delhi y Mumbai se hizo una redada policial, con agentes de Hacienda.

Mientras Modi fue legalmente absuelto por la Suprema Corte del pogromo de 2002, los activistas y los policías que se atrevieron a acusarlo de complicidad, basados en una montaña de evidencia y testimonios de testigos, están en prisión o enfrentan juicios criminales.

Legislación contra los musulmanes

En 2019, semanas después de que Modi y su partido ganaran un segundo término, Jammu y Cachemira fue unilateralmente despojado de su calidad de estado y del estatus semiautónomo que le garantiza la constitución de India. Poco después, el Parlamento aprobó la enmienda a la Ley de Ciudadanía (CAA, por sus siglas en inglés). Esta nueva ley discrimina de forma manifiesta a los musulmanes. Bajo ésta, la gente, sobre todo los musulmanes, ahora temen perder su ciudadanía.

La CCA complementará el proceso de crear un Registro Nacional de Ciudadanos (NRC, por sus siglas en inglés). Para ser incluidas en el Registro Nacional de Ciudadanos, las personas deben mostrar una serie de “documentos de legado” aprobados por el estado –un proceso que no es distinto a lo que las Leyes de Núremberg de la Alemania nazi le solicitaban al pueblo alemán. Dos millones de personas del estado de Assam ya fueron sacadas del Registro Nacional de Ciudadanos y podrían perder todos sus derechos. Están construyendo enormes centros de detención, y muchas veces esa dura labor es realizada por los futuros internos, aquellos que son designados “extranjeros declarados” o “votantes dudosos”. Nuestra nueva India es una de disfraces y espectáculos. Imaginen un estadio de críquet en Ahmedabad, Gujarat. Se llama Estadio Narendra Modi y tiene una capacidad de 132 mil personas. En enero de 2020 estaba lleno, para el mitin Namastey Trump, en el cual Modi felicitó al entonces presidente estadunidense Donald Trump. Parado, saludando a la muchedumbre, en la ciudad donde, durante el pogromo de 2002, los musulmanes fueron masacrados a plena luz del día y decenas de miles tuvieron que abandonar sus hogares, y donde todavía viven en guetos, Trump alabó a India por ser tolerante y diverso. Modi pidió una ronda de aplausos.

Al día siguiente, Trump llegó a Delhi. Su arribo a la capital coincidió con otra masacre.

Cincuenta y tres personas, la mayoría musulmanas, fueron asesinadas. Cientos de negocios, hogares y mezquitas fueron incendiadas. Trump no dijo nada.

Nada de esto debería importarle mucho a los rectores del mundo democrático. De hecho, nada de esto les importa. Porque, después de todo, hay negocios que atender. Porque India es, actualmente, el bastión de occidente (o al menos eso esperan) contra una China en crecimiento, y porque en el libre mercado puedes intercambiar un poco de violación tumultuaria y linchamiento o una pizca de limpieza étnica o algo de grave corrupción financiera a cambio de una generosa orden de compra de aviones de combate o aviones comerciales. O petróleo comprado de Rusia, refinado, despojado del estigma de las sanciones estadunidenses y vendido a Europa y, sí, o al menos eso informan nuestros periódicos, también a Estados Unidos. Todos contentos. Y ¿por qué no?

Bandazo hacia el fascismo

Dentro de lo que parece cada vez más una secta hay una sofisticada jurisdicción. Pero no hay igualdad ante la ley. Las leyes se aplican de forma selectiva dependiendo de la casta, la religión, el género y la clase. Por ejemplo, un musulmán no puede decir lo que los hindúes sí pueden. Una persona de Cachemira no puede decir lo que los demás sí pueden. Esto hace que la solidaridad, defenderse unos a otros, sea más importante que nunca. Pero eso también se ha vuelto una actividad peligrosa.

Desafortunadamente, justo en un momento así, la lista de cosas que no se pueden decir y de palabras que no deben ser pronunciadas se alarga.

Hoy, la censura se ha vuelto una batalla de todos contra todos.

En India, así como en otros países, hacer de la identidad un arma, como forma de resistencia, se volvió la respuesta dominante a hacer de la identidad un arma, como forma de opresión. Aquellos que históricamente hemos sido oprimidos, esclavizados, colonizados, estereotipados, borrados, no escuchados ni vistos, justo por nuestras identidades –nuestra raza, casta, etnicidad, género y preferencia sexual– ahora reforzamos, de manera desafiante, esas identidades para enfrentar esa opresión.

Es un momento poderoso, explosivo, en el cual, posibilitado por las redes sociales, un enojo incandescente, salvaje, derriba viejas ideas, viejos patrones de comportamiento, suposiciones que nunca fueron cuestionadas, palabras cargadas y un lenguaje lleno de prejuicios e intolerancia. La intensidad y lo repentino del hecho sacudió al mundo complaciente, y lo llevó a repensar, reimaginar e intentar encontrar una mejor manera de hacer y decir las cosas. Irónicamente, casi asombrosamente, este fenómeno, este ajuste, parece estarse moviendo en sintonía con nuestro bandazo hacia el fascismo.

Esta explosión tiene aspectos profundos y revolucionarios, y también absurdos y destructivos. Es fácil enfocarse en los aspectos más extremos y usar éstos para empañar y desechar todo el debate.

Ése es el combustible que la extrema derecha usa para consolidarse. Pero darse por vencido, con temor y sin cuestionar, como hacen muchos de los que se creen liberales y de izquierda, es faltar el respeto a esta transformación. Porque, en la política de la identidad, ocurre, demasiadas veces, un importante pivote, una bisagra, que, cuando se invierte, empieza a reforzar y a replicar justo lo que desea resistir. Eso sucede cuando la identidad se desagrega y se atomiza en microcategorías.

Aislarnos en comunidades, grupos religiosos y de casta, etnicidades y géneros, reducir y achatar nuestras identidades, y meterlas en silos, excluye la solidaridad.

Irónicamente, ése era, y es, el máximo fin del sistema de castas hindú en India. Divide a la gente en una jerarquía de inviolables compartimentos y ninguna comunidad puede sentir el dolor de otra, porque están en constante conflicto.

Funciona como una intrincada máquina administrativa-de vigilancia, autooperante, en la cual la sociedad se administra-vigila, y, en el proceso, se asegura de que las dominantes estructuras de opresión se mantengan en su lugar.

Una vez que este laberinto de cables conectados a trampas está en su lugar, casi nadie puede pasar la prueba de la pureza y lo correcto. En definitiva, casi nada de lo que alguna vez se creyó era buena o gran literatura. Shakespeare, no, seguro. Tolstói, no. ¿Qué efecto tiene todo esto sobre la literatura? Como escritora de ficción, pocas cosas me perturban tanto como la palabra “apropiación”, que es uno de los llamados de la nueva censura. En este contexto, apropiación, descrita de forma simple, se refiere a los predadores, hasta los predadores arrepentidos, que intentan escribir o representar, hablar por encima de o contar las historias de su presa a nombre de ella. Es bastante sucio y un principio útil para tener en mente al criticar algo. Pero no es una buena razón para prohibir o censurar cosas. Sí, el micrófono fue acaparado. Sí, hemos escuchado demasiado de cierto tipo de gente y demasiado poco de otros. Pero el tejido de la vida es denso e intrincado, sus criaturas y sus hazañas no pueden ser reducidas a lo esencial ni catalogadas de forma tan fácil y poco inteligente. Hablando específicamente de la ficción, no puede haber ficción sin apropiación. Porque nosotros, los escritores de ficción, también somos predadores. Si los asesinos seriales son despiadados sociópatas, los novelistas son despiadados apropiadores. Para construir nuestros mundos de ficción, nos apropiamos de todo lo que se cruza en nuestro camino y lo ponemos todo en juego. Eso es lo que hace a las grandes novelas peligrosas y reveladoras. La reciente decisión de reditar la obra de Roald Dahl –dios mío, ¿quién sigue?, ¿Nabokov? ¿Va a desaparecer Lolita de nuestros estantes? ¿O será modificado su rol a la de una encubierta activista preadolescente? ¿Se repintarán antiguas obras maestras? ¿Despojadas de la mirada masculina? Es tan triste siquiera tener que decir todo esto. ¿Dónde nos dejará? ¿En una costa sin huellas? ¿En un mundo sin historia?

Si la literatura es inmovilizada por esta red de mil enredados hilos, se volverá una especie de rígido y pesado manifiesto. Y, tristemente, aquellos que patrullan con tanto entusiasmo, no sólo petrifican a otros, también se petrifican a sí mismos. Plantan minas que saben que ellos mismos inevitablemente pisarán. En desconfiadas, recelosas mentes no puede haber baile. Sólo el pesado y precavido pisar de este nuevo lenguaje.

Neolengua [N. de la T.: el idioma creado por George Orwell].

La llegada de los chatbots

Hay una gran ansiedad en torno a qué podría pasar si la Open AI llega al mundo sin regulaciones como debería tener.

En cuanto a la literatura, mi preocupación no es tanto si los chatbots van a remplazar a los escritores.

Mi preocupación es que, dado el monto de datos e información que los escritores humanos –ya ven, lo dije, dije “escritores humanos”– tienen que procesar

estos días, y dado el laberinto de cables conectados a trampas con las que tenemos que lidiar para no cometer errores y ser políticamente perfectos, el peligro es que los escritores pierdan sus instintos y se vuelvan chatbots Quizá entonces haya una transferencia de almas. Entonces, los chatbots parecerán ser Almas Verdaderas y las Almas Verdaderas serán chatbots que fingen.

Nuestros teléfonos nos espían

En medio de toda esta fluidez y porosidad, las únicas fronteras que parecen endurecerse son las fronteras entre las naciones-Estado.

Pero ahora, en la era digital, ¿nos dirigimos hacia un nuevo tipo de Estado? El Estado Electrónico, o lo que llaman un Estado en un Teléfono Inteligente. Un Estado Avatar, digamos.

Fundado por la USAID y apoyado por los gigantes tecnológicos –Amazon, Apple, Google, Oracle–, ya casi tenemos el Estado Avatar encima. En 2019, el gobierno de Ucrania lanzó DIIA, una app de identificación digital para teléfonos inteligentes. Además de ofrecer más de 100 servicios gubernamentales, DIIA puede albergar pasaportes, certificados de vacunación y otras identificaciones. Después de la invasión rusa, DIIA, inicialmente concebida como una herramienta burocrática para asegurar “transparencia y eficiencia”, fue, en palabras de Samantha Power, administradora de la USAID, “reconvertida para la guerra”. Según dicen, DIIA ofrece un tremendo servicio para el valiente pueblo de Ucrania. Ahora tiene un canal de noticias gubernamental 24/7 para que los ciudadanos se pongan al día respecto a la guerra. Los refugiados lo pueden emplear para registrarse y solicitar indemnización. Los ciudadanos supuestamente lo pueden utilizar para subir información sobre colaboradores y fotografías de movimientos de tropas rusas. Una especie de red de inteligencia y vigilancia pública en tiempo real, operada por ciudadanos de a pie. Cuando comenzó la guerra, los datos privados que estaban en DIIA fueron transferidos, puestos en custodia, en discos duros de Amazon, con grado militar, llamados AWS Snowball, el equivalente terrestre de la nube, y fueron transportados fuera de Ucrania y subidos a la nube. En una guerra tan devastadora como la que los ucranios luchan y resisten, si un pueblo está completamente alineado detrás de su gobierno, entonces tener tu Estado en un teléfono inteligente seguramente trae increíbles ventajas. Pero ¿estas ventajas también se aplican en tiempos de paz? Porque, como sabemos por Edward Snowden, la vigilancia es una calle de dos sentidos. Nuestros teléfonos

Directora General: Carmen Lira Saade Coordinador de Arte y Diseño: Francisco García Noriega

Edición: Alfonso Juárez Retoque digital: Jesús Díaz Editado por Demos, Desarrollo de Medios, SA de CV Av. Cuauhtémoc núm. 1236, colonia Santa Cruz Atoyac, alcaldía Benito Juárez, Ciudad de México CP 03310, teléfono: 55-9183-0300. Impreso en: Imprenta de Medios, SA de CV Av. Cuitláhuac núm. 3353, colonia Ampliación Cosmopolita, alcaldía Azcapotzalco, Ciudad de México, teléfonos: 55-5355-6702 y 55-5355-7794. Prohibida la reproducción parcial total del contenido de esta publicación, por cualquier medio, sin permiso expreso de los editores. Ciudad de México 17 de abril de 2023

▼ Activistas y simpatizantes del Partido del Congreso de la India participan en una protesta contra el gobierno central después de la condena del líder del Partido del Congreso, Rahul Gandhi. Foto Afp

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▲ El primer ministro indio, Narendra Modi, saluda a la multitud durante un acto oficial. Foto Ap

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