El pasado 5 de septiembre, con la muerte de Francisco Toledo, la plástica de Oaxaca, de México y del mundo perdió a un grande. La orfandad es compartida
por las culturas comunitarias, por los movimientos en defensa del territorio, por los activismos en pro de los derechos fundamentales, por los estudiantes y los niños de escasos recursos que requieren de un aliento y un impulso y por todas las personas que luchan por un mundo mejor para disipar las carencias y las penas de sus semejantes. A este diario le fue dada la fortuna inmensa de tenerlo y de contar con él durante 35 años. Desde la fundación de La Jornada, Toledo fue por decisión propia, y hasta su fallecimiento, un motor, un paraguas, un creyente y un benefactor desinteresado de este espacio periodístico.