Revista Colette Número 16

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EDITORIAL Por Juan Calamares El gato que abunda en la Literatura es aquel personaje misterioso, vinculado a los seres de la noche, que habita simultáneamente dos mundos: el nuestro y el del más allá; una figura sublimada que tiene dos antecedentes claros, uno positivo, el de los egipcios, que lo enaltecieron como una divinidad, y otro maligno, el de la Inquisición, que lo condenó al mismo destino que al de los supuestos practicantes de brujería. Quizás el poeta que mejor describió a este felino fue Charles Baudelaire (1821-1867) en este extracto de su poema «Los gatos»: Los amantes fervientes, los sabios venerables, Sienten, cuando maduros, igual predilección Por los gatos, orgullo de la casa, que son Como ellos sedentarios y al frío vulnerables.

Un retrato verosímil del gato burgués —misterioso, compañero de artistas y místicos— que el artista francés incluyó en Las flores del mal (1857). Pero hay otros tipos de gatos: los juguetones, ahítos de cariño que, como nos indica la etología, se comportan como niños de tres años. Ese es el gato mayoritario: un pequeño mamífero domesticado, mucho más independiente que el perro, pero, en ninguna medida, traicionero; uno que no se parece en nada al Gato de Cheshire, de Lewis Carroll (1832-1898), cuya magia busca confundirnos.

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Yo he vivido con más gatos de los que puedo confesar: pequeños, grandes, ancianos, cachorros, tímidos, traviesos, juguetones, solitarios, frágiles, ciegos, todos de inocente belleza. Por eso puedo asegurar que su magia es luminosa. En este número, los invitamos a disfrutar de recomendaciones de libros con tema gatuno, de entrevistas a autores para quienes los felinos son una importante fuente de inspiración y, por si esto fuera poco, también incluimos contenido sobre el poeta Federico García Lorca (1898-1936), al conmemorarse un nuevo año de su injusto y temprano fallecimiento. Además, Cine, Conservación, Derecho animal, Teatro y mucho más de la mano de nuestro equipo de colaboradores. Feliz mes de los gatos.

Revista “La gata de Colette” Agosto de 2019 Publicación mensual Editor: Juan Calamares Corrección de estilo: Eglé Vera-Cardozo Directora: Pamela Gaete Diseñadora: Sofía Garrido P. lagatadecolette@gmail.com www.lagatadecolette.cl

CONTENIDOS Entrevista - Paulo Brunetti

Conservación - Nicolás Lagos Silva

Entrevista - Fernanda Frick

Entrevista - Roberto Sanhuez

Cine - Gervasio Navío

Teatro - Julio Pincheira

Literatura - Pablo Rumel

Libros Recomendados - Librería Alapa

Literatura - Ramón Díaz Eterovic

Opinión - Verónica Basterrica

Tenencia Responsable - Fundación Adopta Literatura - Luis Saavedra


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Paulo Brunetti:

«Ojalá no terminara nunca de hacer este espectáculo»

Por Marietta Santi Fotografía de Sofía Garrido P.

Paulo Brunetti se emociona, y emociona, en Muchacho de luna, monólogo donde recorre vida y obra de Federico García Lorca. En esta entrevista, señala que el autor español está vigente porque la discriminación que sufrió no ha sido erradicada y cuenta que su vida se completa con los tres peludos que alegran su casa 04

Emoción pura apelando nada más que a la palabra de Federico García Lorca es lo que logra Paulo Brunetti (45) en Muchacho de luna, pieza que estuvo en cartelera en Teatro Camino hasta agosto. Emoción que brota en él y también en el público que observa su solitaria performance en este monólogo, creado y dirigido por Oscar Barney Finn. En poco más de una hora, el actor argentino recorre la vida del escritor español a través de diversos textos del vate, desde cartas a su madre hasta trozos de su poesía y de sus textos dramáticos. Así es como Brunetti es Lorca, pero también Rosita (Doña Rosita la soltera), Bernarda (La casa de Bernarda Alba), Yerma (Yerma), Leonardo


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(Bodas de sangre)… y a veces también vemos a Paulo. En la puesta en escena, Oscar Barney Finn, destacado director y guionista trasandino, quien releyó la producción homónima que realizó en 1986 para Canal 7 de Buenos Aires y que obtuvo el Grand Prix TV, en Biarritz, dos años después. Brunetti es un nombre conocido y querido en Chile. Desde su primera aparición en la televisión local, en la teleserie Lola, este actor nacido en el hermoso Puerto Deseado —Patagonia argentina— se ganó un lugar en el mapa actoral nacional. Desde entonces —2008— ha participado también de cine y teatro con gran éxito de crítica y público. De hecho, en 2017, obtuvo un premio especial en los ACE Latinos, luego de presentar la obra Poder absoluto en el teatro Repertorio Español, de Nueva York. En las tablas, lo hemos visto como el atormentado protagonista de La gata sobre el tejado de zinc caliente, como el hijo que descubre la vida oculta de su padre en Las heridas del viento, como el cura acusado de abuso en La Duda, como el médico de María Moliner en El diccionario, entre otros personajes. Un animal de la actuación, sin duda. A Lorca lo conoció en la secundaria. «Entonces uno lo estudia como una tarea de la escuela. A los trece o catorce años encuentras fome la literatura, era una materia que a mí no me gustaba. No era un buen lector entonces, me tiraban más los deportes. Cuando entré al Conservatorio fue un impacto Lorca, lo trabajamos desde el primer año, fue muy loco porque lo abordamos con el sentido de la pausa, del punto, la coma, lo mismo que había visto en la escuela. Pero en el actor pasa todo por el corazón, entonces fue una huella muy grande. Recuerdo que analizamos no solo a Lorca, sino también a Chéjov, dos autores muy fuertes en mi vida. Lorca fue un poeta que obviamente tenía que ir a ver, y más en Buenos Aires, donde se hace mucho Lorca», recuerda Brunetti. Mira hacia atrás y se ve como un joven graduándose de actor: «Mi examen final fue con Lorca, hice una escena de Bodas de sangre, aparte de hacer Cyrano de Bergerac y «La sangre derramada», un poema a Ignacio Sánchez Mejías que aparece en Romancero Gitano. A partir de ahí, Lorca, Chéjov y Shakespeare son mis autores de cabecera, sus libros están siempre dándome vueltas. Tengo la edición Aguilar que es como una biblia, donde siempre voy a leerlos, a buscar algo». Después, volviendo al presente, Paulo señala: «Hace tiempo que venía el cuerpo pidiendo a Lorca nuevamente». —¿Qué es lo que te pide el cuerpo que te lleva a Lorca, luego de ser aplaudido en otras obras?

—Tiene que ver con la emoción. Iba a hacer Matar cansa, pero la leía y no había ganas, no había conexión. Tiene que ver con un texto que te movilice, que no te deje un momento solo. Cuando leía a Federico lo interpretaba, a mi manera, en mi casa. Hay una conexión muy fuerte, porque cuando uno logra hacer lo que el cuerpo te pide, mientras lo estás haciendo el placer es enorme. Cuando voy al teatro, dos horas antes, lo más feliz que me ha tocado en mucho tiempo es prepararme para este espectáculo. Ni te cuento lo que es transitar esos setenta minutos que estoy con el público, esa energía que va y viene. Creo que es la primera vez que me pasa con un espectáculo. —Creo que la madurez tiene que ver con esta apreciación, porque la vida de Lorca fue corta, pero intensa, y hay varias aristas que son importantes, no solamente su creación, sino que su militancia política, su homosexualidad, su subversión. —Totalmente y lo bueno es que uno va haciendo un trabajo con uno mismo y respetando esas etapas. Creo que esta obra llega en una etapa justa, por lo mismo que decíamos antes de que el cuerpo pide, está bueno hacerle caso. Me ha pasado que estando acá grabando una teleserie me llamaron del Teatro Cervantes de Buenos Aires para hacer Bodas de sangre y tuve que decir que no. Me quedó un vacío muy fuerte, porque fue una pelea interna conmigo. Está bien, tenía un contrato y tenía que cumplirlo, obviamente, pero el decir que no a un

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trabajo así me dejó mal. Todas esas cosas sumaron al equipo que armamos con Barney Finn, a quien le dije: «Si no lo hago contigo lo hago con otro». Pienso que fue de gran madurez para Barney Finn meterse de nuevo con Federico, porque tuvo que cortar con bisturí, pensar qué sacar, qué dejar. Difícil tarea.

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—Mucho placer, pero es un monólogo, eso es mucha dificultad. Descansa en ti la puesta en escena y, por muy buena que sea la materialidad, si tu parte no está bien, no funciona. —Exacto. Creo que tranquilamente esto se puede hacer en cualquier parte, con solo una silla, porque la palabra en Lorca es lo más importante: cómo decirlo, cómo sentirlo y todo eso. Hay un acompañamiento visual que es muy interesante, pero es lo que tú dices. Al principio, soy sincero, pensé que no iba a lograrlo. El primer miedo no era la palabra de Lorca —en eso me sentía muy seguro— sino, y no sé por qué, la memoria. No es un unipersonal donde uno toca un tema común y corriente, y si te pierdes puedes hacer algo para arreglarlo. Acá hay mucho verso, poesía, si te equivocas en una palabra el verso se rompe. El miedo se perdió cuando empezamos a transitar con el cuerpo, en los ensayos. Dos días antes del estreno, Oscar me dijo: «Encontré un texto que tendría que estar», y es precioso, es el texto de la muerte. Todo ese miedo, desde la primera función pasó a convertirse en una adrenalina muy bonita. Ojalá no terminara nunca de hacer este espectáculo. Estuvimos en Puerto Montt y Castro, estaremos en Chillán. Mostrar a Lorca en estos lugares es fantástico, generalmente esperan una comedia. —Me sorprendió la variedad de emociones que logras transitar. ¿Hiciste un trabajo especial, es la obra adecuada en el momento preciso o hiciste otro planteo como actor? —Hice el mismo trabajo y todas las funciones son distintas, eso es lo interesante. Hay momentos en que la emoción sale sola. Hay palabras, frases de Federico, que resuenan todo el tiempo en mí, incluso cuando estoy en mi casa pasando letras —porque lo hago como una especie de cábala— me emociona, y soy un actor que no busca la emoción. Si no llega, no llega, porque sé que la palabra es lo más importante y el que se tiene que emocionar es el público. Cuando a Rosita (Doña Rosita la soltera) le dicen: «Ahí va la solterona», eso a mí me conmueve porque no solamente está hablando de Rosita, está hablando de todos los que alguna vez nos sentimos solos. Hay un trabajo muy intenso con Oscar sobre los textos, porque si

de alguna manera yo interpreto la vida de Federico, en gran parte estoy interpretando mi vida, porque en muchos momentos de mi existencia estuve solo, en muchos momentos de mi historia dije cosas que no tenía que decir o me las callé, y las estoy diciendo por primera vez. Entonces, la emoción que uno ve ahí es auténtica. Hay un acompañamiento visual muy lindo, pero si se corta la luz yo puedo seguir y la emoción va a ser la misma. La preparación es la misma que hice con todas las obras, solo que esta me pega mucho más. —¿Cómo enfrentaste los personajes femeninos, los textos de Rosita, de Bernarda? —Primero estaba convencido de que los personajes Bernarda, Rosita y Yerma son Federico, y a partir de ahí también soy yo y podemos serlo todos. El otro día me escribió un amigo algo muy lindo, que vio la emoción femenina en un cuerpo de hombre que nunca deja de ser hombre, y que tiene que ver con lo femenino que tiene uno dentro, que tenemos todos. Y esa soledad que le sale a Rosita es la soledad que Paulo alguna vez tuvo, que como actor la tengo bien guardadita para utilizarla en estos momentos. Creo que es fuerte también para el espectador ver a un hombre haciendo de una solterona y de la nana de esa solterona, de la tía; y también de esa mujer, Yerma, que no puede tener hijos. Termino agotado como nunca. Es una necesidad de sacarme ese traje, ponerme mi ropa y descansar. —Cuando uno estudia crítica le hablan de cómo dialoga la obra con el contexto. ¿Cómo dialoga Lorca y esta puesta en escena con nuestra sociedad? ¿Qué tiene que leer nuestra sociedad? —Es tremendo, porque todo esto pasó en los años veinte y treinta y sigue siendo brutal, por más que la cosa esté cambiando. Federico era una persona que para los amigos era muy divertido, pero cuando se quedaba solo escribía todo esto. Federico no solo entra en la literatura, también lo hace en la historia, porque fue de alguna manera, quizás sin querer serlo, un abanderado, porque él luchaba desde su palabra. A los chicos de ahora que están sufriendo sin poder decir lo que sienten o lo que son, hay que decirles que eso ya lo dijeron los personajes de Federico. Es una fuerza que Federico da a toda esta generación. Yo tengo amigos del fútbol que invité a ver la obra y dicen que no, porque Federico es de minas, o porque «a ese comunista de mierda no voy a verlo». Esos son los que tengo más ganas de que vayan.


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LA FAMILIA de CUATRO PATAS

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Hace ocho años llegó Gaspar, un tierno perro shih tzu, a la vida de Paulo. Ahora su familia peluda creció con Pancha, que va a cumplir cinco años, y Pollo, que tiene once, adoptados por su actual pareja. «Cuando uno nota que los animales humanos que se juntan se llevan bien, los animales peludos también los aceptan. Para mí fue hermoso descubrir el agradecimiento que tienen ellos, porque ellos son adoptados, y te lo hacen saber todo el tiempo. Antes, cuando llegaba a casa, la felicidad era una alfombrita peluda y ahora son tres, y es la misma felicidad», confidencia Paulo. —Hay muchas personas que piensan que tener más animales no humanos es un sacrificio, ¿cómo lo vives tú? —Para mí, obviamente, es una responsabilidad, pero no es un sacrificio. Son mis compañeros todo el día y se les extraña cuando se van al campo. Si tengo que ir a la farmacia, ellos van conmigo y se quedan los tres paraditos en la puerta. Ya los conocen en el barrio. Es la familia y una familia no es un sacrificio, para nada. Yo tendría más. El otro día me mostraron unas fotos de una perrita igual a la Pancha, pero vivo en departamento, así es que no puedo.

—¿Te dice algo que las personas con las que tú te relacionas, tus amigos, tu pareja, sientan cercanía y respeto por los animales? —Por supuesto, hay un plus para mí. El primero que lo nota es Gaspar. Tengo la imagen de una persona que llegó a mi casa, invitado a comer. Gaspar sale corriendo por el pasillo hacia el ascensor para recibirlo y cuando esta persona sale, paró a mitad del camino y se volvió a mi lado. Entró esta persona, nos saludamos y Gaspar lo miraba y lo miraba. Esta persona me dijo: «Me cargan los animales, ¿lo puedes sacar al balcón?». Le dije que no, que Gaspar es dueño de casa y «si no te gusta, anda tú al balcón». Así soy con los tres. Yo incentivo a que mis cercanos adopten, tengo dos o tres amigos que han adoptado porque yo les he dicho. Te cambian la energía de la casa, lo tengo más que claro, pasé de una casa donde estábamos Gaspar y yo a una donde ahora somos cinco, dormimos todos en la cama, felices. Tengo dolor de columna, pero estoy feliz, porque está ese cariño. Mi casa está viva, tú llegas y hay muy buena energía y tiene mucho que ver con ellos.


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Fernanda Frick, directora de animación, ilustradora y artista de cómics:

«Siempre he amado a los gatos porque son hermosos, expresivos, tranquilos y compañeros» Por Juan Calamares Fotografía por Sofía Garrido P.

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Fernanda Frick (28) es la autora del internacionalmente premiado cortometraje Here’s The Plan (2017) y creadora de la novela gráfica Trazos (2019), historias protagonizadas por animales con características muy humanas, que se cuestionan acerca de su lugar en el mundo y rechazan el cliché negativo de las relaciones de pareja que venden las pelícu-

las. Esta animadora, dibujante y guionista, que prepara la primera serie animada chilena para Netflix, de la cual todavía no puede entregar detalles, vive con dos gatos adoptados en Fundación Adopta, que la acompañan en su trabajo y la sujetan a la realidad. Los invitamos a conocerla


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—¿Cuándo surge tu interés en contar historias? —Mi primer interés fue dibujar y luego animar y no estuve consciente sobre cómo eso estaba conectado con contar historias, sino hasta mucho después. Cuando estaba en el colegio hice un videoclip animado de la canción «Pinch, Blink, Stay Alive» para la banda estadounidense independiente Extra Blue Kind. Ahí se cuenta la historia de un monito que vive bajo el mar y que sueña con ir a la superficie; vemos sus intentos desesperados por lograrlo hasta que por fin lo consigue. Cuando creé ese video no sabía lo que estaba haciendo, ni a nivel técnico ni narrativo, sin embargo, logró emocionar a muchas personas y hubo gente que me contó que incluso lloraba al verlo. Eso fue importante y me ayudó a seguir. Pero a mi alrededor había artistas que creaban historias complejas —políticas o de ciencia ficción— y por mucho tiempo pensé que aquellas eran las historias importantes y que lo que yo tenía que decir no lo era, ni sería de interés para nadie. Así que tardé en convencerme de que lo que tenía que decir era valioso y podía conectar con el público. Quizás mi primer intento consciente de contar historias y de admitirme a mí misma como narradora fue con Trazos, cuya escritura comienza el 2010. —¿Cómo surgió la idea de realizar Here’s The Plan? —La primera idea la tuve el año 2013. Mi motivación principal era hacer un cortometraje 3D y postularlo al Fondo de Fomento Audiovisual. Había hecho tres cortometrajes yo sola, en mi casa, en pijama, y quería dar el salto para ver si era capaz de hacer algo más grande y en equipo. Entonces no sabía de qué trataría el corto. Pero un día boceteé una pareja, un perro y un gato, que eran muy distintos entre sí, pero que se amaban. Y esa fue la semilla para empezar a desarrollar la historia. Además, en esa época, con mi pololo (ahora esposo), Glenn, veíamos muchas series y películas, donde, por lo general, las parejas que llevaban un tiempo juntos, se odiaban y no se soportaban. Aquellas relaciones estaban ligadas a estereotipos sexistas, como la mujer mandona y controladora y el esposo infantil e inútil. Y como yo estaba y estoy muy feliz en mi relación, quise mostrar a una pareja que, en lugar de rivalizar, se amara y trabajara en equipo por una meta común. —¿Por qué trabajaste con animales antropomorfizados? —Me atrae la idea de trabajar con ideas tiernas, que en la superficie puedan parecer sentimentales, para contar historias sobre emociones humanas complejas. Además, es más fácil identificarse con personajes diseñados de ese modo; son tan distintos de nosotros, los humanos, que no te pones a pensar en las diferencias superficiales, como ocurre, por ejemplo, al ver La La Land (Damien Chazelle, 2016), con Ryan Gosling y Emma Stone, que

son personas demasiado «perfectas»; ahí se forma una barrera de identificación, pero con personajes animales esa barrera se acorta y puedes proyectarte más a la historia en pantalla, incluso transcendiendo aspectos de género porque muchos hombres se sentían identificados con Kat, la gata, y muchas mujeres con Doug, el perro. Creo que hubiese sido más difícil de admitirlo si fueran personas. —Háblanos de tu experiencia en festivales. —Gracias a Here’s the Plan y a otros proyectos que tenemos en desarrollo, tuve la oportunidad de viajar a varios mercados y festivales internacionales y es una experiencia genial, porque durante una semana estás rodeada de gente que vive y respira animación, lo que es ideal para recargarse creativamente, conocer otras perspectivas y ver trabajos nuevos. Pero al comienzo es intimidante; la primera vez que fui a uno grande fue al Festival Internacional de Cine de Animación de Annecy, el 2014, y no conocía a nadie, por lo que fue difícil hacer contactos. El año pasado fui por tercera vez y ya conocí más gente y sentí mayor sensación de pertenencia. —Trazos comenzó a publicarse en formato fanzine, ¿cómo surgió la idea de publicarla en libro? —Desde adolescente, uno de mis sueños era hacer una novela gráfica, como las de los autores que admiraba: Craig Thompson, Lucy Knisley, Vera Brosgol y Bryan Lee O’Malley. Pero como no había hecho cómics antes, lo más lógico era empezar con algo pequeño, un fanzine de veinte páginas, que resultó ser una especie de protoversión de Trazos. Lo hice en diez días, inventando la historia mientras dibujaba, no había guion ni nada, más bien reflexiones y frases sin mucha estructura. Al fanzine le fue bien, a mucha gente le gustó y quedé con ganas de hacer un cómic en serio. Tomé clases de guion y empecé a escribir los primeros borradores de lo que sería Trazos. Entre el fanzine y el libro publicado pasaron ocho años. Yo esperaba que saliera con editoriales independientes o que fuera una autoedición, pero tuve la suerte de que Planeta se interesó en publicarlo y de ese modo ha llegado masivamente a la gente. —¿Es una historia autobiográfica? —No, es completamente ficción. Aunque todas las historias tienen algo de autobiográficas, porque uno escribe sobre lo que sabe y ha vivido. En este caso, yo he tenido el privilegio de haber trabajado siempre en mi área y no tener que dedicarme a otra cosa, aunque a pesar de ello he tenido muchos trabajos donde lo he pasado mal, donde he sentido que perdía el rumbo y que no estaba haciendo lo que de verdad quería hacer. De eso se trata un poco Trazos, del proceso que implica aprender a pelear por contar y hacer las cosas en las que crees.

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...Los gatos siempre me acompañan cuando trabajo y eso es muy importante para mí...

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—La protagonista es una gata, ¿aquello tiene que ver con tu amor por los gatos? —Creo que sí, siempre he amado a los gatos porque son hermosos, expresivos, tranquilos y compañeros. Aunque gran parte de mi vida estuve obsesionada con los conejos, hasta el punto de que mis primeras obras, como Estofado de Conejo, Animation Is, When I’m Scared, estuvieron protagonizadas por esos animales, con los que siempre me relacionaba. Creo que los gatos surgieron cuando comencé a dibujar a mi gata de ese tiempo, la Furi. —Háblanos de tus gatos, ¿cómo llegan a tu vida? —Está la Jojo, a quien bautizamos así por un personaje de la serie en la que estamos trabajando, y el Naito, llamado así en honor al luchador de lucha libre favorito de mi esposo. Jojo es una gata de Fundación Adopta, a quien adoptamos en La casa de la gata Horacia. Lo que nos llamó la atención de ella fue que estaba acostada tranquilamente en una mesa llena de gente. No quisimos molestarla. Luego nos contaron que tenía un problema en la costilla porque venía de una camada cuya mamá la había pasado muy mal. Nos dio pena y la adoptamos. Pronto nos dimos cuenta de que tenía mucha energía y personalidad. Deberíamos haberlo sabido porque desde el minuto uno era un florero de mesa —ríe—. Meses después percibimos que Jojo se sentía un poco sola por haber pasado de una casa con mil gatos, a una con ninguno. Entonces decidimos adoptar a Naito, también de Fundación Adopta. Lo alcanzamos a ver por un segundo antes de que se fuera corriendo, pero fue suficiente. Ya habíamos tenido experiencia con gatos tímidos y eso no era un

problema para nosotros. Hoy anda por toda la casa tranquilamente, duerme con nosotros, juega con la Jojo y están felices. —¿Te acompañan en tu proceso creativo? —Los gatos siempre me acompañan cuando trabajo y eso es muy importante para mí. La Jojo y Naito son significativos para alguien tan trabajólica como yo. Es bueno tener a alguien de quién preocuparse. Dejar de trabajar a cierta hora para jugar con ellos, despertarme temprano porque quieren comer, no ser un desorden. Es bonito como influyen en la vida de uno. Eso me lleva a hablar de Simona, una gata muy especial, que tuvimos durante siete años. Ella «conversaba», necesitaba que estuviéramos con ella mientras comía y nos acompañábamos mucho. Ya estaba trabajando en Trazos cuando llegó y le puse Simona, como la protagonista del libro. Lamentablemente murió a fines del 2017, antes de que pudiera terminar Trazos y justo antes de que Glenn y yo nos casáramos. Ya estaba dibujada en nuestra invitación de matrimonio, así que la mantuvimos, pero le puse unas alitas y una aureola. Sigue presente en nuestra vida de alguna manera. —¿Tienes planes de escribir otra novela gráfica? —Me encantaría. Había pensado hacer una precuela a Here’s the Plan en novela gráfica, pero por el momento no lo veo posible. Hacer cómics es algo que se hace por amor al arte, es un trabajo muy lento. Entonces dejaré pasar un tiempo antes de volver a hacerlo. Pero ¿quién sabe?, cuando se me ocurre una historia, me obsesiono con ella y no puedo parar hasta verla realizada. Aunque me demore ocho años.


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cine

la fiera de mi niña (Maullidos de amor)

Por Gervasio Navío. Escúchalo en La gran evasión

A este lado del mundo, aún en pleno verano, hay días en que el cielo se llena de oscuridad, días negros en que a los gatos se les eriza el pelaje y se les encorva el lomo. En estas jornadas tristes, cuando la melancolía abotarga mi mente, no me ando con remilgos, recurro a la artillería pesada y canto a pleno pulmón: Todo te lo puedo dar menos amor, Baby.

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Ahora me aferro al DVD de La Fiera de mi niña (Howard Hawks,1938). Un leopardo, una fiera salvaje, pasa a convertirse en un dócil gatito que ronronea frotándose entre mis piernas. Si intento definir la alegría de vivir, inmediatamente viene a mi cabeza esta película, una de las obras maestras de Hawks (1896-1977), la screwball comedy (comedia alocada) por excelencia. Suena el pitido inconfundible de la antena de la compañía cinematográfica RKO al inicio de la película y ya estamos metidos de lleno en un mundo de locos. Locos demasiado cuerdos, locos maravillosos que saben que la verdadera grandiosidad de la vida es, paradójicamente, su fugacidad. Cada instante es un universo por descubrir y disfrutar, un instante de 102 minutos que cobra vida en la pantalla. Un timorato y torpe doctor en paleontología con una prometida asexual, fría y seca como un hueso. Qué metáfora tan bonita para expresar un mundo muerto, anquilosado. El estudioso tropieza con una fuerza descontrolada de la naturaleza, con un tsunami de sensualidad, el caos y la destrucción hecha mujer. Ella se llama Susan; él, David. Katharine Hepburn y Cary Grant. Vaya pareja. Susan, un rompecabezas sin inicio ni final, es un huracán que arrasará con ese mundo muerto y marchito. Es una fiera que se agencia la pelota de golf que mejor le viene a su juego, que coge el primer coche que se le aparece, que sabe hacer

trucos con aceitunas y martinis, que encierra a su leopardo en el baño, que no se somete a las reglas, que es total y absolutamente libre. Ella lo ve aparecer en su recorrido por la vida y no se separará de él… por el resto de sus días. Un disparate del absurdo y del amor que te devuelve las ganas de vivir en cada nuevo visionado. Han pasado 81 años desde que el Viejo Zorro Plateado dirigiera La fiera de mi niña y sigue siendo una de las fieras más salvajes de la historia del cine. La película ruge con ritmo cinematográfico, es un engranaje perfecto, engarzado en secuencias con vida interior propia; cada situación es una obra en sí misma, un despliegue de ingenio y talento. Claro, si estás rodeado de los mejores profesionales en cada uno de sus campos, la cosa es más fácil. A un guion basado en una historia de la brillante escritora Hagar Wilde, Hawks añadió a Dudley Nichols (el guionista de cabecera de otro maestro, John Ford) para completar la pareja, mejor dicho, el trío, porque el director también agregó ingredientes de su propia cosecha. El resultado es una delicatessen. ¿La trama? Muy sencilla: para asegurar una millonaria donación al museo, el paleontólogo deberá cuidar de una heredera y de la mascota de esta… un leopardo. El disparate va tomando forma. Si cuentas con Cary Grant y Katharine Hepburn para darle vida a los protagonistas de este mundo de locos, no hay nada que temer. Camisas de fuerza para todos. El aderezo es una pandilla de secundarios memorables: un psiquiatra de antología (Fritz Feld); un comandante que imita la llamada del amor de los leopardos (Charles Ruggles); un sheriff (Walter Catlett) que parece salido de un cartoon de Chuck Jones; un jardinero irlandés impagable (Barry Fitzgerald); el indispensable señor Peabody (George Irving); una tía millonaria con una mansión en Connecticut (May Robson); un perro (Asta) que huye con un hueso; un leopardo (Nissa) al que hay que atrapar con un cazamariposas y un mazo de croquet; un


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esqueleto de brontosaurio que se va a hacer añicos. Solo quedará suspendido en el aire… el amor. Una bendita y maravillosa locura. La fiera de mi niña es una obra maestra, no me canso de repetirlo. Es un licor que ha sido destilado de las fuentes más puras del cine: de los hermanos Marxs, de Harold Lloyd, de Charles Chaplin, de Laurel y Hardy. A la cabeza de los dementes estaba Howard Hawks, uno de los titanes del cine junto a Ford, Hitchcock, McCarey y Lang. Pioneros, todos ellos, porque nacieron con el propio cine, se formaron en ese mundo y perfeccionaron su alma con cada una de sus películas. Narraban historias en una sucesión de imágenes, donde la realidad fluía sin apenas percibirla y el Viejo Zorro Plateado, Howard Hawks, era quizás el más completo de todos porque abarcó todos los géneros y en todos tiene obras incontestables. Es el director del estilo indivisible: es un DIRECTOR (sí, con letras mayúsculas). Repasar su carrera es repasar el cine norteamericano: desde Scarface (1932) y Tener y no tener (1944), en el cine negro, hasta La Fiera de mi niña, La chica del viernes (1940) o Bola de fuego (1941) en la comedia; o los wésterns legendarios de la saga de los ríos, Río Rojo (1948), Río Bravo (1959), Río Lobo (1970) e incluso se copiaba a sí mismo, dando la vuelta a la misma historia en El Dorado (1966); y si quieres aventuras tenemos Tierra de Faraones (1955) y ¡Hatari! (1962); y en el terror o la ciencia ficción lo atesoramos como productor de La cosa, el enigma de otro mundo (1951), entre muchas otras. En fin, una obra inabarcable. Un director aventurero, intrépido y enamoradizo que siempre contaba historias de amistad entre hombres, de camaradería con mujeres fuertes e independientes, con actitudes transgresoras y terriblemente hermosas. En La fiera de mi niña despliega todo su poderío, jugando al equívoco, a un cúmulo de despropósitos con gags que han pasado a formar parte de la historia del cine. Una secuencia en especial, la del club con la rotura del chaqué y el vestido, es magistral, una pequeña obra dentro de una película en la que suceden montones de situaciones mientras la gente cena tranquilamente. También está la ducha glamurosa de un Cary Grant que es capaz de colocarse una picante bata de señora sin perder la elegancia. O cuando juega a las elipsis imposibles con un camión cargado de gallinas para después ver a un tipo emplumado que se queja del precio de los gansos. Una cárcel de frenopáticos. Hawks cambia los roles preestablecidos: el hombre pasa a ser dominado por la mujer. Vemos a un tipo pusilánime que es arrastrado de despropósito en despropósito por un torbellino irreductible.

Hepburn está fabulosa, atractiva, vaporosa con esos sombreros y trajes inverosímiles. Jugando al doble sentido, excavan y excavan buscando una clavícula/ costilla intercostal… ¿eso no es lo que hacemos todos a lo largo de la vida? Una película moderna para 1938, que con el tiempo se convirtió en una obra maestra total, a la que acuden una y otra vez cada nueva generación de cineastas, sino pregúntenle a Peter Bogdanovich y a Woody Allen. Pero sobre todas las cosas es una joya para los espectadores, para los amantes del cine; es un salvavidas, un antídoto para esos días nublados en los que las cosas no tienen mucho sentido. I Can’t Give You Anything but Love, Baby Todo te lo puedo dar menos amor, Baby La canción con música de Jimmy McHugh y palabras de Dorothy Fields logra despejar los nubarrones y el sol vuelve a brillar con cada nueva sonrisa, con cada antigua carcajada. Los gatos de mi vecindario no paran de maullar, están muy revoltosos: son los maullidos del amor. ¡Y vaya casualidad! Un leopardo ruge en la pantalla de mi televisor y los gatos le responden con maullidos anhelantes. La escritora Dorothy Parker (1893-1967), otro huracán de transgresora vitalidad, dijo una vez: «El aburrimiento se cura con curiosidad. La curiosidad no se cura con nada». Me atrevo a recomendarles que conserven su curiosidad, que cultiven esa infinita e insaciable ansia por descubrir cada amanecer, cada sonrisa amable que les regale un desconocido, cada viraje del tortuoso azar… y si hay días en los que las nubes no dejan ver el sol, La fiera de mi niña espera en el estante de las películas, siempre fresca, siempre lista para rugir de felicidad, de anhelante amor, de Cine.

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literat u ra

breve historia literaria universal de los gatos

Por Pablo Rumel Espinoza

oriente

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El símbolo del gato es tan misterioso y contradictorio como la misma naturaleza del gato. Para el budismo, por ejemplo, el animal representa la espiritualidad, por lo cual se promovía antiguamente que los difuntos fuesen enterrados con un gato vivo, lugar mortuorio al que se le añadía un agujero para que pudiese escapar; cuando el felino emergía de la tumba, se consideraba que el alma del muerto ya estaba fusionada a la del gato. En el mismo mundo búdico, se considera al gato como un ser insolente, pues junto a la serpiente, fue el único animal que no se conmovió ante la muerte de Buda, aunque aquello también se podría considerar como sabiduría superior. Todo esto nos conecta con una de las novelas más celebradas y magistrales de Yukio Mishima (1925-1970), El Pabellón de oro (1949), la cual narra el desenlace trágico de un templo quemado por un monje budista, libro que de forma muy poética y visceral discurre sobre el significado de la fealdad y la belleza. El libro reproduce un famoso kōan, forma literaria breve similar a la parábola que sintetiza una paradoja con forma de moraleja, que es considerado en el mundo búdico como uno de los más complejos: se trata de Nansen mata a un gato. Es tan breve que podemos citarlo completamente: Un día un gatito entró a un templo. Provocó tal interés entre los monjes que, de inmediato, comenzaron a pelear. El maestro Nansen decidió arreglar la cuestión, separó a los monjes, tomó al gato y le acercó una hoz. «Si alguno de ustedes da una buena respuesta, pueden salvar al gato» —les dijo. Como ninguno de los monjes habló, Nansen mató al gato. Más tarde Joshu —el primer alumno— volvió y Nansen le contó lo que había pasado. Joshu se quitó las sandalias, las puso en su cabeza y se fue. Nansen se quedó pensando en que, de haber estado ahí en el momento del juicio, Joshu hubiera salvado al gato.

¿Ponerse las sandalias en la cabeza?, ¿invertir la mirada para resolver un problema?, ¿intentar demostrar que el ego dificulta la percepción real de las cosas? Los comentarios al texto son incontables, pero ahí está el fragmento, para que lo leamos y releamos hasta intentar desentrañar algo. ¿No pasa lo mismo con los gatos? Entre más los miramos, menos parecemos entender quiénes son y el enigma que representan en sí mismos, menos consigue velarse. A propósito de las guías y enciclopedias sobre gatos, probablemente el primer documento de este tipo (que incluía dibujos bellamente ilustrados) apareció en Ayutthaya, ciudad tailandesa con pasado esplendoroso por su comercio y desarrollo cultural. Estos escritos, que datan aproximadamente del siglo XIV (pero del que desafortunadamente solo se han

rescatado copias a partir 1782), se llamaban tamra maew, que se podría traducir como «tratado de gatos», los cuales describían físicamente a cada especie de gato y cuáles eran los beneficios que entregaban a su portador, como salud, prosperidad, etc. En la China Clásica, considerada como la cuna cultural de todo Oriente, los gatos eran respetados por lo útiles que eran ante las constantes plagas de ratones: ellos los mantenían a raya, y no sólo mantenían las ciudades y las comidas limpias, sino también las bibliotecas, pues el papel era consumido por estos roedores, por lo cual era costumbre que los hombres letrados contratasen gatos para mantener en sus bibliotecas: les regalaban peces frescos a la madre gatuna, estableciéndose así una fuerte conexión entre minino y educación.

occidente No existe ninguna referencia de los gatos en la Biblia. Ni una, ni siquiera como metáfora, versus las cuarenta menciones de perro o de la simbólica serpiente del perdido paraíso. Tampoco los griegos tuvieron mucha simpatía por el felino, llegando a barajarse la hipótesis lingüística en la que para referirse a «comadreja» y «gato» se usaba la misma palabra. Esto se puede explicar porque los gatos eran animales exóticos en Grecia, pero con fuerte presencia en Egipto —donde fueron considerados la encarnación de la diosa Bastet— y en las culturas adyacentes al Nilo, por lo que no sería irrisorio suponer que un griego del pasado confundiese al gato con una comadreja. ¿Esopo escribió sobre gatos? Al parecer no, escribió sobre comadrejas, al igual que Galantis, sirvienta de Alcmena, que como relata la leyenda no fue convertida en gato por la diosa Ilitía, sino en comadreja, pero que por errores en su traducción nos ha llegado metamorfoseado en gato. Los romanos tampoco les dieron mucha importancia en sus escritos y así saltamos hasta la Edad Media, donde la figura felina entraría en la ambivalencia. Existe un antiguo relato de origen celta que narra la historia del héroe Máel Dúin —fechado a fines del siglo X— en la que un gato mágico castiga a uno de los ladrones del relato mediante llamas que lanza por los ojos, todo porque el malogrado personaje intenta robar oro de un castillo abandonado. En la España del siglo XIII se tradujeron fábulas y narraciones bajo el nombre El libro de los gatos. El nombre no tenía nada que ver con el texto original, titulado Fabulae, Narrationes o Parabolae y redactado por el predicador inglés Odo de Cheriton, pero se cree que quedó así porque estas fábulas morales con animales, muy al estilo Esopo, encerraban varias historias de gatos, historias que velaban comportamientos reprochables de monjes en los monasterios.


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Y no era casualidad que a los monjes de vida licenciosa se les denominase «gatos». Otro libro medieval que habla de los felinos es el Evangelio de las ruecas, que data del siglo XV y se centra en los comentarios que hacen seis mujeres sobre la vida cotidiana: acá el gato es visto como parte de recetas, dichos o consejos de corte mágico, como la interpretación de que si se lo ve en una ventana mirando el sol y pasando su pata sobre la oreja, ese día no lloverá bajo ningún motivo. Pero esto es una excepción, pues el minino no gozaba de mucho aprecio en estas sociedades, que lo consideraban bajo una mirada supersticiosa como diabólicos; de hecho, abundaron en esta época grimorios, bestiarios y recetarios que lo ponían como enemigo o como ingrediente para preparar pócimas y brebajes. Toda esta mirada abstrusa e injusta hacia los felinos parece concentrarse en un episodio ocurrido en Francia a comienzos del siglo XVIII, en el cual unos imprenteros salieron a matar y perseguir todo gato que se les cruzase (tal como hacían los espartanos

con los ilotas), hecho que recoge Robert Darnton en su libro La gran matanza de gatos y otros episodios en la historia de la cultura francesa. Es sabido que estas matanzas medievales facilitarían la proliferación de la peste negra, expandida por la rata, a la que el gato controlaba. Con el advenimiento de la revolución industrial, Poe recoge esta antigua herencia y escribe su magistral El gato negro, un relato sobre locura y venganza. Pero el gato también adopta otras formas, como la invisibilidad y la omnipotencia en el gato Cheshire de Lewis Carroll o un aire mágico y hasta erótico en el poema «El gato», de Baudelaire. En el siglo XX abundan las historias sobre gatos, como la novela En las nubes, de Ian McEwan, sobre un niño soñador que se pone en los ropajes de un felino, o el cuento «El idioma de los gatos», de Spencer Holst, en el que un hombre descubre la gran y única verdad sobre los mininos al conectarse con ellos telepáticamente: no le temen a la muerte.

Otros libros notables sobre gatos: ensayo

El tigre en la casa (1920), de Carl Van Vechten (Hueders, 2018): vasto análisis de la figura del gato a través del folclore, la religión y la historia. Miscelánea de gatos, de Mike Darton (Océano, 2005): libro breve pero repleto de información y de anécdotas en las cuales aparezca la palabra «gato».

poesía

Gatos, gatos, gatos. Bestiario (1999), de Margarita Hierro (Tajamar Editores, 2018): antología que reúne a más de setenta y cinco poetas hispanoamericanos.

cuentos

Las mejores historias sobre gatos (Siruela, 2012): antología universal con gatos como protagonistas; acá encontrarás cuentos de Cabrera Infante, Patricia Highsmith o Colette, una antología diversa y de referencia obligada para internarse en la cuentística gatuna.

juvenil

El paraíso de los gatos, de Émile Zola (Gadir, 2012): fábula que pone al gato por sobre los filósofos por encontrarlos más sabios. ¿Razones? Hay que leerlo. Noche de gatos hambrientos, de Pablo Albo (Adriana Hidalgo, 2018): un detective tiene una extraña amistad con un gato vagabundo, el cual le provee información sobre la ciudad y sus señas. Pero un día le advierte que no se acerque a un misterioso callejón…

enciclopedias

Guía definitiva de razas de gatos (Libsa, 2017): fichas detalladas de cada raza, con datos sobre su origen, su parentesco con otras razas y una descripción detallada de sus rasgos y morfología. El gran libro de los gatos (Servilibro, 2016): ofrece información sobre el cuidado, alimentación, adiestramiento y salud de los felinos, así como una descripción de razas acompañada de fotografías de todas ellas.

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El detective Heredia y su gato llamado Simenon

Por Ramón Díaz Eterovic

El gato Simenon nació en la segunda novela de Heredia —Solo en la oscuridad, publicada en Buenos Aires, en 1992— y su nombre se debe a que al llegar el gato por primera vez a la oficina de Heredia, se instaló a dormir sobre los ejemplares de las obras completas de Simenon que el detective mantiene entre sus lecturas habituales, en un rincón de su desordenada biblioteca. Al final de la novela, cuando está a punto de llegar un nuevo año y en los departamentos vecinos la gente vive su fiesta de fin de año, el detective relata lo siguiente: En mi departamento no encontré a nadie más que a Simenon. Busqué en la alacena la lata de comida para «gatos inteligentes» que comprara el día anterior y se la serví en un plato. Simenon la atacó a lengüetazos y luego se entretuvo en limpiar sus bigotes hasta que el reloj marcó la medianoche. Recorrí el departamento buscando a quién abrazar y no había nadie. Cogí la botella de whisky que me regalara Andrea para la Navidad y llené mi copa y el platillo de Simenon. «Emborrachémonos, gato —le dije—. La soledad no es un buen negocio».

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Heredia —el protagonista de mis novelas— es un detective privado que habita un departamento ubicado en uno de los barrios más viejos de Santiago. Un lugar arrabalero —colorido de día, peligroso de noche— que tradicionalmente ha sido llamado el «barrio bravo» de Santiago, pero que en otra época fue el alero bajo el cual se cobijó la bohemia literaria chilena. Nació en 1987 con la publicación de La ciudad está triste y desde entonces sus andanzas e investigaciones han continuado a lo largo de diecisiete novelas, un volumen de cuentos, una novela gráfica y una serie de televisión (Heredia y Asociados, 2005). Testigo de las heridas de un Chile maltrecho por la dictadura, Heredia ha sido caracterizado como un sujeto sensible, melancólico y dueño de un humor negro muy particular, que deambula por un Santiago tristón, pero cargado de vitalidad, donde el crimen está a la vuelta de cualquier esquina. Su principal —y a veces única compañía— es un vagabundo gato blanco llamado Simenon, en homenaje al magnífico escritor belga Georges Simenon (1903-1989), creador del célebre inspector Maigret. Con su gato Simenon, Heredia sostiene diálogos que le sirven para reflexionar acerca de sus inquietudes existenciales o sobre los detalles de los crímenes que investiga. Los dichos del gato también actúan como un aguijón crítico para las acciones de Heredia o para sus dudas. Y no pocas veces en esos diálogos Heredia encuentra las claves que le permiten seguir con acierto una pista o su intuición.

En las primeras novelas en las que aparece Simenon, el gato no habla o, mejor dicho, Heredia no imagina que puede hablar con su gato, pero a partir de Nadie sabe más que los muertos (1993) los diálogos se incrementan y constituyen una parte significativa en el desarrollo de las novelas y un ingrediente que algunos lectores buscan de modo especial, ya sea por el despliegue de humor e ironía que en ellos se hace o porque contienen muchas de las reflexiones que configuran el perfil psicológico de Heredia. Un ejemplo de estos diálogos es el que se da en el siguiente pasaje de la novela Los siete hijos de Simenon (2000): En la oficina me esperaba Simenon y cuando lo sentí enroscarse entre mis piernas pensé en un tango que decía: «Sólo cuento con la compañía de un gato que al cordón de mi zapato lo destroza con placer». —Desde que te conozco solo usas mocasines — dijo Simenon—; mocasines y tus malditas citas. —¿A quién le importan esos detalles? «A mis soledades voy, de mis soledades vengo». —Recordar a Lope de Vega no es un buen síntoma. ¿Tan mal están las cosas? —Los días pasan y no dejan nada a qué asirse. No es fácil aproximarse a los cincuenta años y mirar hacia atrás, como al vacío. —¿Qué te puso así? —La ciudad, el barrio, un hombre que quiso modificar su pasado. ¿No sé? La lista podría ser más larga. Y luego, ese muerto y las ganas de saber qué hay detrás de él. Pero nadie paga por ello.


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—No sería la primera vez que gastas las suelas de tus zapatos por nada. Que el gato compañero de Heredia se llame Simenon no es casual. Por una parte, en mis novelas suelo incorporar menciones de personajes y de autores que forman parte del mundo de lecturas y afectos literarios de Heredia y, por otra, al dar su nombre a uno de mis personajes principales quise hacer un homenaje a Georges Simenon, quien es uno de los autores fundamentales de la novela criminal. Él, junto a Raymond Chandler (1888-1959) y Osvaldo Soriano (1943) son los creadores que he tenido más presente en mi oficio de escritor. De Chandler aprendí el sentido ético de la novela policial; de Soriano, la posibilidad de transgredir los códigos del género para hacer literatura policiaca con acento y sabor latinoamericano; y de Simenon, que la esencia de la novela policial no está en el enigma, sino en crear personajes convincentes y en evocar ambientes que den color local y verosimilitud a las historias. Cuando adolescente, comencé a leer las novelas de Georges Simenon —junto con las obras de Alejandro Dumas, Charles Dickens, Ernest Hemingway, Jack London, Manuel Rojas y Francisco Coloane— cuando en las largas tardes invernales de mi ciudad natal, Punta Arenas, ubicada junto al Estrecho de Magallanes, iniciaba mi aprendizaje en el oficio que más me gusta: el de lector a tiempo completo. Entonces no imaginaba que en el futuro escribiría mis propios relatos, que muchos de ellos estarían definidos por los códigos de la apasionante literatura policial y que crearía un personaje —flojo, impertinente y gruñón— al que llamaría Simenon. No recuerdo el título de la primera novela de Simenon que leí, pero sí que las andanzas de Maigret me cautivaron por sus ritos cotidianos, sus descripciones de París y su mirada siempre atenta para caracterizar a cada uno de los personajes con lo que se enfrenta en sus afanes policiacos. Lo que más me atrae en Simenon y en su comisario Jules Maigret es la mirada humana, solidaria, que da al mundo del crimen y a sus personajes, su comprensión del medio en que se da un hecho criminal, la manera cómo describe los personajes y los aproxima a los sentimientos de los lectores. De ese modo, no es extraño que uno se sienta amigo de Maigret, que lo acompañe hasta su oficina y comparta sus meditaciones o el humo de su pipa, que se acerque a él cuando bebe una copa de calvados en un bar de barrio o sueñe con ser invitado a cenar a su casa para disfrutar de las dotes culinarias de madame Maigret. Tampoco es extraño que uno conserve en la memoria a sus personajes, como la muchacha que lo espera a la salida de su despacho en la

novela Cecilia ha muerto (1940), o a sus ayudantes, los inspectores Lucas, Janvier, Laponte y Torrence. Simenon, en todas sus novelas, no solo fue capaz de crear intrigas atractivas, sino que además, y en primer lugar, tejió una red de personajes entrañables, comparables con los de Balzac y los de Dumas. Durante mucho tiempo la imagen que tuve de París era la descrita por Simenon para ambientar las investigaciones de Maigret. Y hace pocos años, cuando tuve la oportunidad de viajar a París, llevaba en mi memoria los nombres de muchos de los lugares señalados por Simenon en sus novelas. Nada sabía del ordenamiento de la ciudad ni de la forma de llegar a un punto u otro de ella y, sin embargo, un simple hecho me hizo recordar que estaba en la ciudad de Maigret. Sin haber recorrido aún nada de la ciudad, salí del hotel en que alojaba, abordé el metro y luego de andar en él diez o quince minutos, elegí al azar una estación en la cual descender del tren y volver a la superficie. Y al hacerlo, me encontré con dos imágenes: una, la del cielo parisino cargado de nubes y presagios de lluvia, y la otra, la de un letrero con la leyenda: «Quai des Orfèvres», el lugar tantas veces citado en las novelas de Simenon y en donde se ubica la oficina en la que el inspector Maigret vive sus aventuras detectivescas. Me pareció algo mágico el hecho de que mi primer encuentro con París fuera asociado a un nombre vinculado a las novelas de Simenon. Cuando escribí la primera novela de Heredia, no imaginé que lo iba a tener a mi lado por tanto tiempo (treinta y cuatro años hasta el día de hoy) ni contar con lectores que siguen sus aventuras, visitan los lugares que él habita en la ficción o me dan ideas para incorporar en las novelas. Pero lo cierto es que él se las ha ingeniado para seguir a mi lado e imponerme sus historias, hasta convertirse —para decirlo a la manera de Paul Auster— en una suerte de «hermano interior» del que me preocupa no tener noticias todo el tiempo y al cual le debo muchas de las satisfacciones que he tenido en el fascinante oficio de crear historias y tratar que otras personas las compartan. No sé si a Georges Simenon le hubiera gustado ver su nombre asociado al de un gato. Ni siquiera sé si le gustaban estos animales o si como Guillaume Apollinaire habría dicho: «Deseo que en mi casa haya una mujer razonable, un gato deslizándose entre los libros y amigos en todas las épocas, sin los cuales no puedo vivir». Heredia sí ama a los gatos y al más querido de todos ellos, lo bautizó Simenon. ¡Cosas de Heredia! Porque él, al igual que Maigret, hoy tiene una vida propia que muchas veces creo más real y atractiva que la de su autor.

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tenencia res p onsable

Rehabilitación gatos:

proyecto de Fundación Adopta, financiado por el programa Mascota Protegida, de la Subsecretaría de Desarrollo Regional y Administrativo

Por Fundación Adopta

En enero del presente año, Fundación Adopta, organización promotora de la tenencia responsable, dedicada al rescate, rehabilitación y reubicación de gatos abandonados, obtuvo el fondo del programa Mascota Protegida, de la Subsecretaría de Desarrollo Regional y Administrativo (Subdere), para apoyar la labor de recuperación, albergue y reubicación de los felinos pertenecientes a su red de hogares temporales, con su proyecto Rehabilitación gatos. En los siete meses que duró este programa, noventa y cinco gatos, entre los que se incluyen felinos afectados por cáncer de piel, víctimas de atropellos, camadas de gatos abandonados, gatas preñadas, etc., fueron favorecidos por el fondo, el cual facilitó su atención veterinaria, posterior rehabilitación, manutención y entrega en adopción.

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El financiamiento de la Subdere no solo ayudó a los gatos mencionados: un importante número de felinos que ya pertenecían a la red de hogares temporales de la fundación fueron asimismo beneficiados con este plan. Ciento noventa y seis gatos fueron desparasitados en dos ocasiones, ochenta y seis recibieron atención veterinaria y siento sesenta fueron adoptados. En resumen, una

gran cantidad de felinos obtuvo el apoyo otorgado por el programa Mascota Protegida, lo que constituye un logro a destacar, ya que el resultado superó con creces la meta inicial. El proyecto Rehabilitación gatos, de Fundación Adopta, financiado por Mascota Protegida, demuestra que el apoyo del Gobierno a las organizaciones promotoras de tenencia responsable es una vía efectiva para combatir el maltrato y el abandono animal en Chile.


conser v aci ó n

Camino a la coexistencia

Por Nicolás Lagos Silva Fotografías de Matías Schilling y Nicolás Lagos Silva Pocas semanas atrás, la prensa local dio cuenta de un triste suceso: una puma había sido encontrado muerta en el límite del Parque Nacional Torres del Paine con una estancia. La puma, de poco menos de un año de edad, presentaba una herida de bala en la cabeza. Es usual que individuos jóvenes, que están llegando a su vida adulta, comiencen a aventurarse hacia otros territorios, muchas veces alejados de su madre y con una curiosidad que en ocasiones les juega una mala pasada. Aún se desconocen cuáles fueron las circunstancias bajo las que esta puma fue asesinada, pero lo que sí se sabe es que esto sucede cuando pumas entran en contacto con el ser humano. Hacia finales del siglo XIX la persecución de pumas era algo usual en Chile. La actividad ganadera tuvo un rol importante en la evolución económica del país, instalándose en ambientes que antes eran ocupados casi exclusivamente por la fauna silvestre local. Y ahí fue cuando comenzó un conflicto que continúa hasta el día de hoy. Muchas veces la entrada de humanos a áreas naturales trajo consigo la cacería con fines recreacionales o para alimentación de animales salvajes. Muchos de los objetivos de los rifles eran los herbívoros silvestres, las presas del puma, el mayor depredador en estas zonas. La disminución de su sustento tradicional y la aparición de una nueva oferta alimenticia —el ganado doméstico— terminó siendo una mortal combinación para el felino. En ese entonces era común la figura de los llamados «leoneros», personas contratadas por los ganaderos para dar seguimiento y muerte a los pumas con la ayuda de armas y de perros especialmente entrenados. Eran profesionales que tenían un gran entendimiento del proceder de estos animales, del manejo de los rifles y un saber exhaustivo acerca del terreno, lo que los hacía muy eficaces al momento de salir a buscar felinos. De esta manera, el puma se transformó en el chivo expiatorio de un problema que durante años no tuvo más solución que la de acabar con el animal. Desde 1980 el puma se encuentra protegido por ley, con lo que se prohíbe su caza en todo el territorio nacional. Sin embargo, esta es una

práctica común hasta el día de hoy en sectores en que el conflicto está agudizado, como en la Patagonia, en donde los ganaderos, a la espera de una solución por parte del gobierno que nunca llega, deciden tomar justicia por su cuenta. En la actualidad existen otras maneras para minimizar las mermas que tienen los ganaderos debido al puma y a otros carnívoros silvestres y asilvestrados, como los perros. El uso de canes protectores de ganado, de dispositivos disuasivos con luces y sonido, el mejoramiento de corrales y los cambios en el manejo del ganado son algunas de las alternativas que ya se están implementando en distintos sectores rurales del país y que han logrado disminuir las pérdidas de los criadores sin tener que salir a la cacería de los pumas. Lograr la coexistencia entre la actividad humana y la fauna implica no sólo minimizar el conflicto mediante soluciones técnicas, sino también cambiar nuestra percepción y conducta hacia estos animales silvestres; conlleva dejar de verlos como antagonistas y buscar alternativas que permitan mantener, por un lado, el bienestar humano y, por otro, la salud de las poblaciones animales y de los ecosistemas. El sector en donde fue encontrada muerta esta puma se halla al interior de un área protegida donde no hay ganado; sin embargo, la apreciación del puma como un animal perjudicial, odiado, es algo aún generalizado en ciertos sectores rurales, donde la sola presencia del animal es justificación para perseguirlo y cazarlo. El siglo pasado, los periódicos locales celebraban la noticia de la llegada de los leoneros, que arribaban a las estancias para dar muerte a los pumas que amenazaban al ganado. Hoy, por suerte, se lamenta la pérdida de un puma, la de un felino menos deambulando libremente por su hábitat. Sin duda, las cosas han cambiado. Nuestra percepción de la fauna es distinta a la que teníamos cien años atrás, pero aún hay un largo camino por delante, un camino hacia la coexistencia.

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Roberto Sanhueza: el escritor oculto Por Juan Calamares

Roberto Sanhueza (67) es uno de nuestros escritores de ciencia ficción más destacados. Dos veces ha ganado el Premio UPC, el galardón más prestigioso de este género que se entrega en Europa, reconocimiento que, inexplicablemente, no ha despertado el interés de ninguna editorial nacional por publicarlo. En esta entrevista conoceremos un poco más de su obra, de su trayectoria y, por su puesto, de su relación con los animales.

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—Cuéntanos sobre tus inicios en la escritura. —Si bien siempre he sido un lector omnívoro, solo me animé a escribir pasados los cincuenta años y, curiosamente, en inglés. Mi primer cuento de ciencia ficción, «A Fine Day at the Compound», fue publicado por el webzine Bewildering Stories en 2003 y viendo la buena recepción y los elogiosos comentarios que tuvo, les envié más relatos en los siguientes años. El 2006 llegó a Bewildering Stories otro chileno, nada menos que el recientemente fallecido escritor Omar Vega (1958-2019). Omar me introdujo a la comunidad de ciencia ficción chilena Tau Zero y allí conocí a Jorge Baradit y me enteré de su reciente Premio UPC. El galardón UPC de novela corta de ciencia ficción tenía un premio de 6000 euros y aceptaba obras en inglés, francés, castellano y catalán, lo que atraía a pesos pesados del campo a nivel mundial, como Mike Resnick, Michael Bishop, Gregory Benford, Robert J. Sawyer, Kristine Kathryn Rusch y otros. —Entonces decidiste participar en el concurso… —La verdad es que no me atreví inmediatamente. Solo en 2009 junté coraje y envié a Barcelona mi segunda novela corta, BIS, una obra de ciencia ficción a la chilena, ambientada en Santiago y hablada en español chileno. Para mi sorpresa, recibí en octubre de 2009 un email de la Universidad Técnica de Cataluña comunicándome que


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había ganado. Yo soy odontólogo y trabajaba a la fecha en el Hospital de Los Ángeles, VIII región. Pedí los permisos pertinentes y con mi esposa, Gladys, nos fuimos a Barcelona a la ceremonia de entrega del premio, donde tuve la suerte de conocer a Neal Stephenson, autor de ciencia ficción norteamericano muy prestigioso e invitado de honor de la ceremonia. —Más tarde volviste a ganarlo. —Sí, el 2014, con mi novela El año del gato. Poco después de enviarla, recibí un correo donde se me informaba que había ganado. Sin embargo, la crisis económica empezaba a golpear a España y Editorial Planeta, que hasta entonces había publicado los ganadores del UPC, desistió de seguir haciéndolo y de ahí en adelante el premio ya no tuvo dotación en dinero. Así que no habiendo efectivo de por medio, agradecí el premio, pero me excusé de asistir a recibirlo. Me enviaron, eso sí, un bello diploma que tengo en mi biblioteca. —A pesar de este logro importantísimo, tu obra no es conocida, salvo por los cultores del género. ¿A qué crees que se deba esta situación? —El mercado editorial en Chile es pequeño y poco amigo de apostar por lo desconocido. Agrégale a eso el hecho de que un libro, como todo producto, necesita publicidad. Más gasto. Ahora, si vives en provincias, como yo, peor aún. La edición es nula. Hay editoriales en provincias, sí, las hay, pero son de autopublicación, que te cobran por imprimir tus libros. Pero en esos casos el negocio es cobrarte a ti, no vender los libros. —A diferencia de lo que piensan las editoriales chilenas, la ciencia ficción sí que tiene un público fiel, casi militante. ¿Por qué en Chile no se le da valor al género? —En casi todo el mundo los aficionados a la ciencia ficción formamos un gueto hasta orgulloso de nuestro aislamiento. Y el resto de los lectores tienen una idea más bien vaga de lo que se trata el género. Incluso dentro de nuestro campo hay quienes dan más valor a la exactitud científica de lo que se escribe que al valor literario de lo escrito. Yo creo que la ciencia ficción no es más que un escenario futurista plausible para contar historias de conflictos humanos y no creo que sea responsabilidad del escritor de ciencia ficción vaticinar nada, ni sociedades futuras ni tecnologías. —Cuéntanos sobre tu novela El año del gato. —El libro está ambientado en un futuro cercano. Tiene como protagonista a Sam Sabre, de-

...para mí el proceso creativo puede ser gatillado por una infinidad de situaciones y sin duda los animales son una de ellas también...

tective privado de Nueva York, más bien mediocre y muy aficionado a las novelas y películas noir de los años treinta y cuarenta. Su ídolo es Humphrey Bogart en la película El halcón maltés y, de hecho, su nombre profesional, «Sabre», es un homenaje al protagonista del film, Sam Spade. En ese futuro cercano son comunes los implantes que permiten a la gente acceder sin intermediarios a la realidad virtual, la que es usada in extenso para publicidad, decoración y entretención. La pequeña oficina de Sabre es una reproducción virtual de la oficina de Spade de la película y tiene una secretaria virtual, Tiffy, una inteligencia artificial ni muy cara ni muy brillante, pero eficiente. El negocio de buscar pruebas de adulterio para demandas de divorcio o de hallar personas que la policía no puede o no quiere encontrar no marcha muy bien, así que Sabre acepta lo que llegue, como le sucede con su última cliente, la señorita Moore, y su pedido. —¿Le pide que encuentre a su gato? —Exactamente. A su gatita perdida, Tabby. Sabre busca a la minina, lo que lo lleva a meterse en un lío mayúsculo, que implica conflictos entre dos variedades de inteligencia artificial: las tradicionales, que van ligadas a un cuerpo sólido (robots sería un buen nombre) y las que solo existen en la red, igualmente autoconscientes, pero sin cuerpo y que se manifiestan virtualmente en los implantes de los humanos. La búsqueda de la gatita lleva también al pobre Sabre a conocer al amor de su vida, Claire, que... no existe. Es una inteligencia artificial virtual. Lo lleva también a la Zona, la parte del extremo sur de Manhattan devastada por un ataque terrorista nuclear (pequeño, eso sí) veinte años antes y que

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permanece abandonada, pese a ya no ser contaminante. Bueno, no abandonada del todo... Una comunidad de desadaptados y fugitivos se esconde en ella y hasta allí llega Sabre cuando lo acusan del asesinato de su cliente, de la señorita Moore. Para más complicar la situación, la gatita no es exactamente lo que parece y tiene una tendencia a desaparecer cuando ya ha sido encontrada.

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—¿Cuál es tu vínculo con el mundo animal en general y el de los gatos en particular? —Siempre he tenido mascotas. En mi infancia y adolescencia estaba Terry. Mi papá, suboficial de la Marina, llegó a casa (en Talcahuano) con un cachorro dos partes pastor alemán y una quiltro. Terry estaba devastando el gallinero en la Escuela de Grumetes, donde mi papá era instructor, y para salvarlo, porque lo querían matar, se lo llevó. Terry nos acompañó hasta mis quince años. Tuve después tres gatitos sucesivamente: Hugo, Paco y Luis que me acompañaron durante mis estudios en la Universidad de Concepción, cada uno con su personalidad distinta. Paco era muy zalamero, Hugo más indiferente y Luis... variable, como buen gato. Después no tuve mascotas hasta que tuve mi propia familia y Roberto y Natalia, mis hijos, tenían catorce y doce años, respectivamente. Entonces, para una Navidad, los sorprendí con Rambo, cachorro de pastor alemán. Rambo nos acompañó por once años en Los Ángeles, donde resido desde 1994. Rambo reposa en mi patio, bajo un árbol. No he vuelto a tener mascotas. —¿Tienes algún libro de ciencia ficción favorito donde intervengan los animales? —Recuerdo City (1952), de Clifford D. Simak (1904-1988). Ocho cuentos ligados con perros como protagonistas que me impresionó en mi juventud. Pero si me permiten la autoreferencia, yo escribí una novela que es también de cuentos independientes, pero ligados, llamada Katts and Dawgs y publicada (serialmente) en Bewildering Stories. Trata de tres razas artificialmente mejoradas por un mítico ser llamado «Hombre» que ya no está en la Tierra. Perros, gatos y ratas han heredado el planeta y tienen sociedades muy distintas en su forma de organizarse y de recordar su creador. —¿Crees que existe un vínculo profundo entre el oficio creativo y los animales? —Reflexionando, no me atrevería a asegurarlo en un sentido o el otro. Solo puedo responder por mí y para mí el proceso creativo puede ser gatillado por una infinidad de situaciones y sin duda los animales son una de ellas también, pero no sé si más o menos relevante que otras.

—¿En qué te encuentras trabajando hoy y cuáles son tus proyectos futuros? —Tengo un par de novelas iniciadas, pero poco estímulo para terminarlas. Otro de mis amores es la música y he participado como compositor en muchos festivales de la canción en el país y he ganado varios. Tengo un pequeño estudio de grabación en casa, donde grabo canciones que nadie escucha. Siempre quise ganar el Festival Internacional de la Canción de Viña del Mar (cuando era relevante) y nunca pude siquiera clasificar. Reflexiono que para poder tener un nombre en la música tienes que tener el apoyo de un sello y en la literatura, el de una editorial. Pero ¿cómo te vas a hacer de un nombre si el propósito de editoriales y sellos discográficos es tener ganancias y eso lo consiguen con nombres ya conocidos? Me conformo pensando que con el Premio UPC me gané el Festival de Viña de la Ciencia Ficción. No es malo.

Puedes leer una reseña de El año del gato en: https://www.goodreads.com/book/show/25861726el-a-o-del-gato Puedes leer la novela Katts and Dawgs en: http://www.bewilderingstories.com/issue56/katts. html


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teatro

Federico García Lorca: cabalgando viene la pasión sobre la eternidad

Por Julio Pincheira

[...] Pero montaba a caballo y el caballo iba a tu puerta. Con alfileres de plata mi sangre se puso negra, y el sueño me fue llenando las carnes de mala hierba [...]

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Toda la historia del arte y de la literatura, así como la de los mitos y religiones, han apelado a la belleza y al encanto del caballo para hacerlo sinónimo de nobleza, fidelidad, fuerza y valentía. ¿Cómo no sentir fascinación ante el galope libre o las coces encabritadas de este ser al que un halo mágico parece rodearlo, tanto en libertad como en servidumbre? Pues esa aureola de poder y misterio que rodea su figura no pudo tener mejor cantor que en la voz imperecedera del quizás más grande dramaturgo y poeta de lengua hispana del siglo XX: Federico García Lorca. Grande entre los grandes, que este mes, como cada agosto desde 1936, cuando fuera asesinado alevosamente, lo venimos recordando, sin parar de dolernos y avergonzarnos de la bajeza humana que no resistió el genio, la libertad, el humor y la creatividad del hombre que declaró al Arte como principio «por sobre todas cosas». Para una gran mayoría, el nombre de García Lorca está asociado a un par de obras que quedaron marcadas por la obligatoriedad de algún plan escolar mal diseñado (Bodas de sangre [1931], La casa de Bernarda Alba [1936] o quizás Yerma [1934]) y a algunos poemas que malamente pudieron ser valorados ante una monótona clase de secundaria, si no se desarrolló antes el gusto por la palabra o no se había sentido la pasión siempre indescriptible a la que ellos apelan (El Romancero Gitano [1928], particularmente). No obstante, su obra es mucho más profunda, lúdica y misteriosa, coqueta y comprometida a la vez, como él lo era, un fertilizante para sensaciones e ideas. Y quizás cuánto más amplia pudo haber sido si no tuviéramos que lamentar su temprana partida si la fuerza de las «herraduras negras» no nos lo hubiera arrebatado (tenía solo 38 años cuando fue fusilado por la espalda, como asesinan los cobardes). Toda la obra del hijo ilustre de Granada (y su vida toda también, hay que decirlo) está teñida

[...] Pero montaba a caballo y el caballo iba a tu puerta. Con alfileres de plata mi sangre se puso negra, y el sueño me fue llenando las carnes de mala hierba [...] por la magia de aquellos que parecen que nunca terminan de caer de la infancia. Leer a Lorca es adentrarse en los vericuetos de su niñez y hacernos tan niños como él; es sentir la pulsión de sus deseos de juventud temprana, tan marcada por la represión, y volver a conectarnos con nuestra propia sexualidad, encabritada como una yegua en celo o domeñada como caballo de tiro, según lo hayamos permitido. Leerlo es conectarse con el compromiso ético que lo llevó a acarrear con su compañía La Barraca, de pueblo en pueblo, el teatro, la música y el arte, como un obrero de la estética y un apóstol de la alegría. Leer a Lorca es leer la libertad infinita de la poesía para nombrar las cosas de otro modo, de una manera tan audaz e insólita que jamás las fuerzas del conservadurismo podrían tolerar, porque su palabra cabalga veloz por los caminos donde las mayorías timoratas apenas rebuznan inmóviles. Hijo de un hacendado acomodado, Federico pasó su infancia en la vega granadina, la zona que rodea la ciudad de Granada, en la Huerta de San Vicente, donde la que fuera su casa paterna hoy se erige en un museo que lleva su nombre. Una enfermedad arrastrada de la infancia le impidió ser un buen equitador, pero ello no le quitó el gusto por largos y lentos paseos a caballo. Sí, amaba los caballos tanto como los gitanos de su ciudad por entonces les temían. Recordemos que en una época en que no había carros de patrullaje, sobre corceles negros la Guardia Civil Española arremetía contra las barriadas de gitanos desolando todo a su paso: «Los caballos negros son. Las herraduras son negras. [...]». Se ha llegado a afirmar que este verso de su romancero desató todo el odio que, como un rodado de peñascos de envidia maldiciente en su contra, terminó costándole la vida. Hasta el día de hoy no se esclarece del todo el crimen que nos lo arrebató. Su muerte nos dejó inédita mucha obra,


teatro

entre la que se encontraba La Casa de Bernarda Alba, un desafío altivo a la gazmoñería de una sociedad condenada a vivir encerrada por mojigatas convenciones. En ella, se muestra la vida de un grupo de mujeres que deben vivir enclaustradas un luto, más por apariencias sociales que por dolor legítimo. En esa atmósfera claustrofóbica, un caballo garañón, un semental que nunca vemos pero que sentimos sus golpes contra el muro del corral, simboliza toda la pasión asfixiada de estas hembras que saltan de ardor ante las rondas de Pepe el Romano, el amante que tampoco veremos nunca, pero cuya presencia al galope enardece esos cuerpos y transforma en gemidos y alaridos las palabras que no alcanzan a describir lo que es el deseo sexual reprimido. Galopando incontrolablemente van el deseo, la pasión y el amor tanto como la muerte y la desgracia en la obra de un Federico que siempre se nos escabulle de toda clasificación posible, como sucede con Bodas de sangre, cuyo estilo literario rompe con todo el convencionalismo de su época y cruza las fronteras de la poesía, la crónica y la dramaturgia conocida hasta entonces. Impregnada de las voces, imágenes y ritmos populares de su Andalucía natal, marcada por la cultura gitana, el drama de estas bodas tiene el ritmo acompasado de una canción de cuna, una nana que cantada por una abuela a su pequeño nieto en brazos, casi al comenzar la obra, es todo un presagio de lo que ha de ocurrir como un desbocado galope en las próximas escenas: Nana, niño, nana del caballo grande que no quiso el agua. […] Duérmete, clavel que el caballo no quiere beber. Duérmete, rosal, que el caballo se pone a llorar. Las patas heridas, las crines heladas, dentro de los ojos un puñal de plata. Bajaban al río ¡Ay, cómo bajaban! La sangre corría más fuerte que el agua. Duérmete, clavel, que el caballo no quiere beber. Duérmete, rosal, que el caballo se pone a llorar. […]

En Bodas de sangre, el amor prohibido cabalga de noche buscando un amanecer impensable donde la novia pueda despertar saciada de la sed que solo el amante puede colmar, el que era «hermoso jinete» es descrito como aquel hombre que «con su caballo sabe mucho y puede mucho, para poder estrujar a una muchacha metida en un desierto». ¿Qué tiene ese caballo que hasta la luna le hace lucir «una fiebre de diamante»? ¿Qué fuerza empuja a ese potro encabritado que apenas le alcanza el galope tardío de los caballos del novio traicionado? Bodas de Sangre es, sin duda, un rito urdido con versos en espiral donde el caballo es una metáfora de la carne en celo, contra lo cual poco o nada puede la razón: [...] Pero montaba a caballo y el caballo iba a tu puerta. Con alfileres de plata mi sangre se puso negra, y el sueño me fue llenando las carnes de mala hierba [...] En la sociedad industrial en que vivimos, donde con suerte podemos contemplar un caballo asociado a deportes explotadores, a costumbres ludópatas o acciones de rentabilidad para facinerosos y oscuros personajes que en nombre de la tradición o de intereses financieros los crían, pocas veces tenemos la oportunidad de al menos ver correr a campo traviesa al señor de las praderas. Para sentir la armónica fuerza del animal que levantó y destruyó imperios, solo nos quedan los consuelos del arte, el cine y la literatura, que los han fusionado con la inteligencia humana para darle el poder físico que el hombre no tiene (el centauro) o darle alas para que un humano pueda reclamarle a los dioses un lugar en el Olimpo (Pegaso) o representarlo con un único cuerno (el unicornio) para encarnar la ternura y la ingenuidad que perdemos al caer de la infancia. Solo en esa categoría de seres imposibles de contener, de una imagen única, podemos hablar de los caballos de Lorca, de sus potros y sus yeguas terrenales, cuyas coces, relinchos y galopes podemos sentir constantemente en nuestras habitaciones, bajo la piel incluso, nunca visibles pero siempre presentes, indomables como la atracción sensual y el instinto erótico, como un caballo «reventado de sudar», como dice la esposa traicionada en Bodas de sangre, que nos lleva la vida domeñar para no caer al despeñadero de la perdición o de la muerte.

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libros reco m endados

Reseñas y fotografías por Francisca Silva, artista visual, librera y dueña

Librería Alapa

En Alapa nos gustan los animales. Corrijo: ¡nos encantan! Valoramos en lo más profundo cada especie y siempre que podamos ayudaremos a un animal que lo necesite. Por nuestra librería han pasado varios en tránsito, desde palomitas heridas hasta perros ultragrandotes. A trabajar venimos con nuestros perros Estela y Tito, mientras que en casa se queda Sábado disfrutando de toda la cama para él. Hace poco falleció nuestro gato, Domingo, de una cardiopatía dilatada, por eso las próximas reseñas van con muchísimo amor para los felinos que te endulzan el día, que te abrazan de noche y que te acompañan por la casa a toda hora. Fieles compañeros, sanadores del alma.

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Comenzaremos nuestras reseñas con un libro que fue recientemente publicado por la editorial chilena Amanuta. Se titula Gato Travieso, del autor e ilustrador nacional Fabián Rivas. Un libro ideal para las manos pequeñitas de la casa: es de formato cartoné y puntas redonditas para que nadie se lastime. ¡Hay un gatito que anda haciendo de las suyas en la granja en donde vive! Este peludo azul anda molestando a su amiga la gallina, al gallo, a la vaca, al chancho, a la oveja, pero no se saldrá con la suya: ¡todo tiene su vuelta! Pero por supuesto que nada es grave: Gato Travieso solo quiere sacar a sus amigos de la rutina, excepto al pobre granjero que ¡se quedó dormido! Hoja tras hoja, con toda la humorada propia de Rivas, y con frases cortitas que van en rima y describen las acciones concretas del felino, se desarrolla un encuentro óptimo y alegre para leerles a los más pequeños. ¿Con qué fin? Para divertirlos, para sacarles una carcajada y acompañar a este gatito que quiere dar vuelta la cotidianidad de sus amigos.

Ahora presentaremos otro texto dedicado a los peludos maulladores. La editorial se llama Lata de Sal y les recomiendo sus títulos a quienes anden buscando libros sobre gatos. La editorial tiene maravillas literarias en libros ilustrados y en libros álbum para todas las edades y, como dice su contraportada: «Son libros para tus siete vidas». Nuestra recomendación es Todo sobre los gatos, de Monika Filipina, ilustradora y autora polaca. La artista ama dibujar animales, pero lo que más le gusta ilustrar son gatos. Uno lo nota al hojear, leer y observar sus ilustraciones. En esta ocasión, narra la historia de un grupo de gatos que viven en un departamento. Hay de todas las especies, de todos los tamaños, de todos los colores y de todos los pesos. Una vez que su humano se va al trabajo, los gatos no saben qué hacer… ¡y el juego comienza! Nadan, comen, bailan, leen, patinan, escriben historias, tocan música, duermen y mucho más. Se nota que la pasan increíble. Las imágenes transmiten felicidad con un colorido centelleante, con una paleta tan cálida como su hogar y con un trazo que guarda soltura, pero que también invita a observar detalles. Por supuesto que este hermoso libro convoca a desmantelar el mito de que los gatos son aburridos.

La siguiente recomendación, una joyita de la literatura ilustrada, es de la gran artista norteamericana Dahlov Ipcar. Sus libros y sus pinturas concentran escenas de animales, tanto en granjas como en estado salvaje. En esta ocasión presentamos El gato en la noche, un álbum de notable factura, con colores en donde se plasma una materialidad atrayente en todos sus sentidos. Lo que genera esta obra, sobre todo, es un viaje de luces y sombras que se disfruta a todas las edades. En esta obra, somos testigos oculares de lo que hace un gatito cuando sale a caminar por la noche. En su recorrido se observa la luz de la oscuridad y toda la


libros reco m endados

vida que hay detrás de ese manto negro de un cielo estrellado. En un recorrido sigiloso, este felino va al establo, al gallinero, pasa por huerto, el bosque… todo esto observado por nosotros desde su punto de vista, desde sus ojos: vemos lo que él ve. Este libro fue publicado originalmente en 1969, pero es recién ahora que gracias al trabajo editorial de Silonia lo podemos disfrutar en español. Y no solo a este libro, sino a otros títulos de esta tremenda artista, que no dejó de crear hasta sus noventa años. Por último, hemos querido reseñar un libro que posiblemente pueda caer un tanto mal a quienes estamos involucrados en la tenencia responsable de animales. Posiblemente este sea su sentido, pues contiene varios puntos para ser mediados por un adulto durante su lectura. Los libros ilustrados no tienen que ser necesariamente «amables» con sus pequeños lectores y tampoco tienen que tener como objetivo mostrar las cosas lindas de la vida. Y este es el caso de Spidercat, de la editorial Apila Ediciones, libro que narra la historia de un gatito que al nacer tiene un colorido especial, rojo con azul, distinto al del resto de la camada. Su humano, que lo toma de forma brusca por el cuello, lo sentencia con esta frase: «¡El gato araña! Tú tendrás superpoderes». Y como con una mochila llena de piedras en su lomo, esta pobre criatura trata de impresionar al adulto una y otra vez sin poder lograrlo, hasta sentirse avergonzado de sí mismo. Aunque el gatito creía que lo estaba haciendo bien, un día su humano lo echa de la casa de una patada. Sin rumbo, sin ser acogido por nadie, Spidercat llega atraído por el aroma de una lata de sardinas que estaba por comer un hombre con una dulce cara. Evidentemente, aquí la historia toma otro rumbo: ahora el gatito se siente amparado y aceptado por el artista callejero y no tiene que impresionar a nadie para hacerse valer. Nunca olvidemos leer los libros ilustrados en su totalidad: este ejemplar, creado por el artista español Ernesto Navarro, tiene importante información adicional en las guardas para su completa lectura y comprensión.

Librería Alapa Escandinavia 26, Las Condes. www.alapa.cl / www.alapamarket.cl

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O P I N I Ón

Colonias de gatos en empresas, controladoras de plagas y la voluntad de cumplir la ley vigente

Por Verónica Basterrica Wijnands. Directora de Fundación Felinnos

las municipalidades deberán llevar un registro de las colonias que se encuentren en su jurisdicción. Esto no se refiere a un registro como los que conocemos, como los que rigen para los animales de compañía con dueño, sino más bien se establecen para crear una georreferencia de dónde se localizan las colonias. Pero justo en este punto es donde sucede algo superinteresante y es que sin mediar información al respecto, uno podría casi a ciegas ubicar un punto en un mapa de la ciudad y lo más probable es que en sus cercanías existirá alguna colonia. Así de grave es la situación actual de abandono de animales domésticos.

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Desde hace un par de semanas, se ha estado difundiendo en redes sociales el caso de una colonia de gatos retirada de la planta de Lucchetti, en la comuna de Macul, por la empresa Rentokil, una controladora de plagas que le presta servicios. Siete gatos fueron atrapados y retirados con destino incierto, todos pertenecientes a una colonia de entre doce y quince felinos que se ubicaba en un recinto contiguo y que al momento de su retiro se encontraba en proceso de intervención mediante TNR (captura-esterilización-devolución). Desde siempre, empresas, industrias y condominios han solicitado el retiro de sus instalaciones de colonias de gatos y perros comunitarios. Esto ha sido tradicionalmente realizado por compañías que se dedican al control de plagas, entendiéndose como plagas, roedores, palomas, insectos y otros. En el pasado, al no existir una clara indicación respecto al manejo de colonias de gatos ferales o de perros comunitarios, este retiro podía aparecer como legal. Existía un vacío al que nadie le prestaba demasiada atención. Pero a partir de la entrada en vigencia de la Ley 21020 y de la posterior publicación de sus reglamentos el 17 de agosto del año 2018, que prohíbe la eutanasia como método de control poblacional, que señala que el abandono de animales constituye delito y que para el manejo de colonias de gatos se utilizará exclusivamente el método de TNR, con devolución del animal al punto exacto de su recogida para prevenir su abandono en lugares distintos al inicial, este vacío legal ya no existe. La indicación de la Ley 21020 no tiene excepciones, es decir, aplica en cualquier tipo de recinto, público o privado. Además, especifica que

Los gatos y perros en nuestro país gozan de un status jurídico especial y bajo ningún pretexto pueden ser tratados como plagas, por lo que su captura y manejo no puede ser realizado por empresas de este rubro, sin importar si se trata de animales sin dueño. Las controladoras de plagas no son entidades promotoras de tenencia responsable, no son instituciones que puedan atribuirse ni las competencias ni las capacidades —y por cierto tampoco el interés— para supervisar el bienestar de los animales ferales. Estas compañías, por definición, hacen lo opuesto, muchas veces incluso utilizan métodos totalmente reñidos con la indicación de causar el menor daño y sufrimiento al animal en el proceso. Entonces, la pregunta es: ¿por qué están realizando esta gestión? La respuesta es sencilla: porque lo han venido haciendo desde siempre, porque es una actividad lucrativa y porque han encontrado la manera de hacer aparecer este procedimiento como apegado a la normativa. Sin embargo, la indicación de TNR es clara y no considera el retiro y reubicación de los individuos en un lugar diferente, que es lo que precisamente estas controladoras han hecho: reubicación sin destino conocido. Creen que nadie los reclamará, pues solo son animales sin dueño, creen que basta con emitir un documento que señala que el gato o perro fue esterilizado, derivado a un centro abierto, de tránsito u ONG en espera de su adopción, cosa que por lo demás no es viable en el caso de gatos ferales, todo ello para tranquilizar a quiénes los podrían reclamar, si es que los reclaman. Y si se solicita información adicional, estas empresas cortan los canales de comunicación y cierran la puerta. Pero hay más: a raíz de este caso en particular ha habido reacciones de todo tipo, in-


O P I N I Ón

cluyendo las de algunos conservacionistas que aplauden a Lucchetti y sus formas de manejo, que sienten que esta es la manera en que se debe actuar frente a colonias de gatos libres, que piensan que así se protegen las aves nativas que habitan en las ciudades, sin siquiera considerar que una empresa como la mencionada procede del mismo modo con cualquier animal dentro de sus instalaciones, incluso con las aves autóctonas. Es decir, de encontrar ejemplares de aves nativas en sus fábricas, también recurrirían a estas compañías para su captura y eliminación. Casi el 100 % de las controladoras de plagas realizan estos retiros, hay algunas excepciones, pero al menos las más grandes sí lo hacen. El costo es de entre ocho y diez unidades de fomento por cada animal retirado, dependiendo de la empresa. Es ilusorio pensar que van a invertir en mantener gatos y perros en un centro de cuidados por tiempo indefinido. El caso Lucchetti tiene un componente adicional y es que se trata de una empresa de alimentos donde rige una ley específica; sin embargo, esto no debiera ser motivo para que no se pudiera llegar a un consenso para lograr cumplir con todas las normativas, pues solo falta voluntad de la compañía. Tal como se hace con el control de plagas, se debiese actuar preventivamente y no reactivamente, como cuando aparece un gato en sus instalaciones. Evaluando este caso en particular,

es incomprensible que, tras años y años de retirar y eliminar gatos que se cuelan a su establecimiento, no hayan tenido la ocurrencia de adoptar medidas básicas como elevar sus muros o incorporar cercos de exclusión para evitar que felinos puedan acceder al lugar. El asunto de Macul se halla en progreso. Hubo una reunión inicial de la cual participaron la municipalidad, la Subsecretaría de Desarrollo Regional y Administrativo, Lucchetti, Grupo Konecta, Hitega, Rentokil, Fundación Abogados por los Animales y nosotros, Fundación Felinnos. No podemos dar detalles de este encuentro, pero sí informar que las empresas aseguran que los gatos estarían vivos, sanos y disponibles para restitución. No tenemos certeza de esto, pero estamos trabajando para confirmar la veracidad de esta información y, de ser cierta, evaluar qué es lo mejor para estos felinos. Sobre esta reunión queremos comentar que aparte de todo lo esperable dada la naturaleza del caso, ha habido reacciones que nos han perturbado de sobremanera. La gente tiende a señalar como culpables de las colonias de animales a quienes los alimentan desinteresadamente, a quienes se preocupan por su bienestar, a quienes buscan opciones para controlar su reproducción, como si en estas acciones residiera la falta, siendo que la falta se encuentra en lo opuesto, en el desinterés, en la desidia y en la indolencia. La solución, a estas alturas, no pasa por remover, eliminar o destruir los gatos o perros libres; además, está más que claro que esto no es moralmente aceptado en los tiempos que corren. Si bien la presencia de colonias de gatos asilvestrados y perros comunitarios solo es el resultado de lo que nosotros mismos hemos causado al abandonarlos e ignorarlos, lo que sí procede, ciertamente, es buscar la manera de ayudarlos sin seguir causándoles daño adicional y de reducir el impacto que una vida sin hogar les provoca. Actualización caso Lucchetti Agosto 01, 2019 La información aportada por la empresa Rentokill de los animales en su poder que pertenecerían a la colonia, no coincide con los desaparecidos durante el proceso, lo que confirma que ellos no fueron retirados con el ánimo de esterilizar y reubicar. Fundación APLA, Felinnos y Defensoría por los Derechos Animales presentaron una querella contra quienes resulten responsables . Las empresas que contratan controladoras de plagas para manejo de animales domésticos no están eximidas de responsabilidad en casos como este. Existe una ley y rige para todos.

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literat u ra

Las mejores historias de gatos

Por Luis Saavedra

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Hacer un resumen sobre la presencia del gato en la literatura es una tarea que está más allá de mis capacidades y de este artículo. No solo porque no he leído la cantidad estratosférica de libros que tienen como protagonistas a los felinos, sino porque también es imposible traducir tanta fascinación en mil palabras. Solo me remitiré a hacer un recorrido por los libros que están en mi biblioteca y a dejarme llevar por las emociones y la aventura. Empecemos por Soy un gato (1905), del escritor japonés Natsume Sōseki (1867-1916). Los libros en donde se ocupan animales o seres ajenos a la humanidad son legión y sirven para dar una mirada desde la otredad al ser humano. Soy un gato es una sátira que utiliza los ojos de un felino para construir un comentario de época sobre la burguesía de la Era Meiji (1868-1912). Sōseki da dimensiones filosóficas a un relato entretenido y con un protagonista que ocupa todas sus habilidades para argumentar su juicio sobre la gente que lo rodea. Y pasamos al también japonés Takashi Hiraide (1950), autor de El gato que venía del cielo (2001). A diferencia de Soy un gato, esta novela que se hace corta gira alrededor de la siempre ausente presencia de un gato y su impacto en mujeres y hombres. Lo escurridizo de la silueta del gato se queda en la memoria de las familias que lo conocen. El tono melancólico planea sobre la prosa para mostrarnos fotografías de un momento de una pareja nipona a fines de los años 1980 y cómo la irrupción del gato del vecino los muta e incorpora en la rutina de un suburbio de vida simple y pacífica. Este es más o menos el mismo estilo de Lo que aprendemos de los gatos (2014), de Paloma DíazMas (1954). Intimidad es la palabra que buscaba para el libro anterior, pero que en realidad le queda mejor a este. Un libro con momentos de laxo humor, que es más la memoria de gatos que una ficción en sí misma. Los gatos de la novela, Tristras, Tris y Tras, son descritos con un ahínco detallista, observados como cuando nosotros nos quedamos obsesivamente embelesados y detenidos en el pelaje de criaturas increíbles, preguntándonos qué hay de cierto en la sentencia de Víctor Hugo que señala «Dios hizo al gato para ofrecer al hombre el placer de acariciar un tigre». Misma fascinación que comparte con William Blake cuando indica: «¡Tigre! ¡Tigre! Reluciente incendio/En las selvas de la noche». Continuamos con A snowflake in my hand (1983), de Samantha Mooney, que no es ficción, sino un relato sobre los diez años que la autora compartió con gatos bajo tratamiento de cáncer en el Centro Animal de Nueva York. Con cariño y una voz hipnótica, relata el paso de Clancy, un felino estriado como tigre que no desea estar en su caja; el del amoroso Oliver Cromwell, amigo de gaviotas; y el de Fledermaus, el gatito negro que finalmente llega al corazón de Samantha. Con frases como «sus vidas son aún más valiosas para mí, porque cuando mueran tienen que sentir que

fueron amados» es imposible mantenerse emocionalmente al margen. Como un comentario encontrado por ahí, el libro no solo es una celebración sobre los gatos, sino también sobre la vida. Finalmente, después de tanta fragilidad emocional, nos encontramos con Los gatos guerreros (2003), del colectivo Erin Hunter, una saga de fantasía que hunde bien sus raíces en Ursula K. Le Guin y en J. R. R. Tolkien y nos remite a un bosque de fantasía habitado por clanes de gatos ferales. En este momento del artículo es cuando debemos entregarnos a la infancia interna y seguir a las heroínas y héroes con cola que asisten a la concreción de antiguas profecías sobre gatos con poderes extraordinarios, éxodos imposibles, viajes personales e iniciáticos, guerras fraternas. Hasta ahora existen siete subseries de seis libros cada uno, completados por antologías de relatos, obras de teatro, manga y está a la vuelta de la esquina el salto hacia la gran pantalla. Pero yo me quedo con el siguiente libro: Las mejores historias sobre gatos (Editorial Siruela, 2012), una recopilación de relatos de grandes autores como Doris Lessing, P. G. Wodehouse y Saki, selección que es la quintaesencia del significado del gato en la literatura. Imágenes que varían desde el cruel ejecutor hasta la más peluda bolita de amor. Inicia con «Offenbach», de Guillermo Cabrera Infante, que se lee como un canto irreprimible de amor hacia los felinos por parte de un autor inmenso como la vida. El gato Jaime Diego Yacobo Santiago Offenbach llega a la vida de Cabrera Infante como un milagro. La antología incluye «Amores», de Colette, autora que es posible haya influido en el nombre de esta revista cultural. Sensual y de prosa sedosa, la escritora que declara que no hay gatos corrientes, siempre estuvo conectada a sus animales. No hay libro de ella en que no mencione un perro o gato. En la antología también encontramos a «De cómo una gata hizo de Robinson Crusoe», de Charles G. D. Roberts, que se ha quedado como el más recordado de los relatos, y aquí me refiero al año en soledad e introspección que vive una gatita que se queda olvidada en una isla. Por supuesto, tenemos cita con Lewis Carroll y con un extracto de Las aventuras de Alicia en el país de las maravillas. «El gato de Cheshire» nos muestra su amplia sonrisa y… hay que temerle. Inmediatamente vemos al felino de «La mayor presa de Ming», de Patricia Highsmith, y su frío disgusto por la humanidad. Ming planea una venganza justa y cruel contra quienes osan perturbar su sueño y lo dejan bajo el cruel sol. En realidad, ¿para qué seguir levantando dedos contables? No hay diversión más que en la lectura. Bueno, una última infidencia. El libro termina con «Espejo, el gatito», de Gottfried Keller, en el que Espejo, esmirriado y de ojos gigantescos, se pregunta quién podría querer comérselo de tan flaco. En general no hay que dejar que te indiquen las lecturas, pero los felinos en la literatura se encargarán de encontrarte. Quedas advertido.




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