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LA LUZ ES LA SEMILLA

Antonio Colinas Untaltoni P I

El tiempo es fugaz y el mundo se deshace o se borra con los mismos odios y las mismas guerras. Nada hemos aprendido.

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Pero nos sigue salvando la luz blanca, de aquella isla que llevo y que no llevo en mis ojos, aquella misma luz de los versos de un mar que en la distancia llevo en mi interior.

¿O acaso los llevo entre mis labios?

Creo que es la luz de los versos de Safo y los de Horacio, los de Shelley y Keats, los de Valéry, Quasimodo, Seferis, los de Espriu, Aleixandre, Gil-Albert… Pero también la luz que bajaron a buscar y que encontraron Montaigne, Goethe y Nicolas Poussin.

De este último he visto hace unos días su tumba en Roma, envuelta en otra luz (dorada). Y soñé con tener esa felicidad serena que Poussin sintió al final de sus días, mientras tomaba un vasito de buen vino sentado a la sombra de una parra romana, viendo las ruinas y los mismos pinos que él eternizó en sus cuadros,

Las ruinas: almas muertas-vivas del paisaje y almas de esa luz, precioso símbolo en el que aún –¿hasta cuándo?–gozamos del pensar luminoso. Gracias a él todavía no ha muerto en nosotros el vivir soñando la luz blanca, el soñar viviendo, esperando, otra luz que es más luz.