Crucigrama Revista de Literatura Chilena independiente

REVISTA DE LITERATURA CHILENA

N° 03 Antonio Castel R. • Jorge Polanco S. • Invierno Gonzales • Rodrigo Córdova V • Manuel Sandoval

Abr. 2015

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Grupo Editorial Rodrigo Córdova Valdes Relaciones Públicas Humberto González Meneses Director y Editor David Espinosa Navarro Edición Imagenes y gráfica Mauricio Saavedra Hakansson Diagramación

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La eternidad de Leonor Por Antonio Castel R.

Conocí a Leonor Aldunate, en una de estas habitaciones compartidas en las que te dejan en los hospitales cuando llegas por algún accidente o síntoma, ella era una anciana que con suerte decía una o dos palabras, y estas palabras realmente no se podían entender pues la edad ya no le permitía poder gesticular de buena manera. siempre en las horas de visita se hallaba acompañada por algún familiar, no sé con exactitud si estos eran hijos, sobrinos o algo por el estilo, nunca le llevaron un presente o algo para comer, simplemente estaban ahí observándola, dándole besos en sus manos marchitas; debo reconocer que no me agradaban esos besos que daban a su mano, sentía que algo oculto llevaban esas muestras de aprecio, que el cariño que demostraban no era más que una burda e interesada actitud hacía algo que ella solamente tenía.

Al pasar las horas la señora Leonor, mostraba cada vez más un cansancio qué sólo un profundo dormir podría quitárselo, pero en el momento que ella pretendía dormirse uno de los que la visitaba se abalanzaba sobre ella de una manera sutil, le tomaba su rostro y se le acercaba a su oído y le susurraba algo en él, Leonor abría sus ojos y con lagrimas en ellos se volvía a mantener despierta.

Todas las noches cuando nos hallábamos solos, podía oír a la señora Aldunate intentar decir algo, no sé si era un ruego, una clemencia o un llamado a alguien que pudiese por extrañas razones ayudarla, y cada vez que las horas de la noche avanzaban, estos mormullos, estos intentos de habla se iban acrecentando de forma tal, que una enfermera llegaba y la adormecía inyectándole en su frágil brazo algún sedante; cómo yo me le quedaba mirando cuando ejercían esa acción, la enfermera se me acercaba y me decía – tú también necesitas descansar- y yo como si me encontrase en un transe hipnótico, le daba mi brazo y ella me inyectaba.

Cuando despertaba, siempre Leonor ya se encontraba con los ojos abiertos y mirándome, yo le sonreía y ella nunca me respondió a mi saludo, pero siempre sentí que a través de su mirada intentaba comunicarme algo, de decirme que sucedía y de porque se hallaba en este lugar, en ese momento cuando mi curiosidad me invitaba a levantarme y acércame a ella, llegaba un familiar de ella y frustraba mi intento de averiguar que pretendía decirme a través de sus ojos.

Volvía el silencio a la sala, siempre hubo silencio, pero debo decir que cuando nos encontrábamos ella y yo solos, se podía oír algo, se podía escuchar lo que sentía ella y yo, y tal vez si estos no llegasen antes, tal vez solo tal vez podría

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dilucidar el secreto que tanto Leonor buscaba decirme.

Era la hora del almuerzo y se podía escuchar como las ruedillas de estas bandejas iban pasando de pabellón por pabellón, hasta llegar al nuestro. El almuerzo siempre era distinto menos para la señora Leonor, para ella siempre fue una sopa insípida, ya que realmente, a su edad sería un acto de coraje que pudiese ella masticar algún solido, sus visitantes al ver a la enfermera sonreían y con un gesto de cabeza mostraban el agrado de verle llegar, ella le daba la sopa a uno de los acompañantes de Leonor y él se acercaba a esta delicada anciana y decía – mmm, que rico, llegó su comidita, ahora se va a sentir mucho mejor -, la señora Aldunate con un movimiento lento giraba un poco su cabeza hacía el lado derecho de la habitación, donde yo me encontraba postrado en mi cama, volvía a intentar decirme algo con su mirada, pero no lograba comprender que pretendía decirme.

Ya rendida abría su boca de manera abatida y triste, mientras recibía la cucharada del alimento, botaba un poco de él manchando el pecho de su pijama, y quién le daba de comer repetía siempre las mismas palabras – por favor no sea porfiada, debe alimentarse, ¿Qué haríamos sin usted? - , después de acabado este proceso de mantenimiento, donde a la anciana se le daba de comer de una manera paulatina y extremadamente lenta, volvía la sala a quedarse en un silencio absoluto, inclusive los movimientos dejaban de existir en el entorno y todo se convertía en un juego de miradas entre los visitantes y los que habitábamos esta pieza.

Al pasar las horas, se oye a lo lejos un guardia que comienza a pasearse por las habitaciones pidiendo a las visitas que se retirasen, era el momento de la calma, el momento en el que Leonor y yo seríamos libres, y podría ser que al fin lograría saber ese secreto que tanto ella deseaba contarme.

Me le quede mirando bastante tiempo pero la señora Aldunate se había dormido, es como si esas visitas agotaran las ultimas energías que le quedaban, comencé a mirar el techo de nuestro hogar esporádico, hasta que mis ojos comenzaron a pesar, y me deje llevar por estos y me dormí.

Mis sueños fueron angustiantes, alguien me miraba y se encontraba frente mío y no sacaba sus ojos de mí, intentaba decirme algo, mientras con sus manos endebles quería tomar de mis brazos, desperté asustado y es cuando doy cuenta que frente a mi cama se hallaba la señora Leonor Aldunate, mirándome fijamente a pasos acelerados se acerco a mi lado y comenzó a gritar – ¡mamá, mamá, ayúdame a morir!, ¡no dejes que ellos no me lo permitan, deseo descansar, ellos no me lo permiten, por mi pensión, dicen que no tienen cómo vivir si yo muero y cortan mi jubilación!... ¡pero ellos… pero ellos!... ¡ya tienen sus profesiones, ganan buenos salarios y viven cómodos!, ¡pero quieren más y más… y aunque mi pensión sea una migaja, no quieren dejar esa migaja!, ¡no me alimentan, no me alimentan… y yo ya me encuentro cansada!… ¡mamá, ayúdame a morir…mamá!-. Las luces del pasillo

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donde se encontraba nuestro pabellón comienzan a prender, se oyen pasos rápidos en dirección donde nos hallábamos, dos enfermeros toman a la señora Leonor y a mí, porque intentaba tranquilizarla y ella no quería soltarme, con fuerza brutal empujan a Leonor hacía su cama, la comienzan a amarrar e inyectarle nuevamente sedantes, mientras yo gritaba de que la dejasen en paz, de que esta pobre anciana lo único que pide es paz y su paz se halla en el eterno sueño, que deben ayudarla y no permitir que sus familiares le nieguen esa paz, los enfermeros se ríen de lo que yo les digo. Uno de estos se me acerca y me da un fuerte golpe, luego toma con fuerza de mi brazo y me inyecta.

Al despertar, me encuentro en otra habitación, una de paredes acolchadas y sin poder mover mis brazos, estos se encuentran entrelazados por una chaqueta, ahí comprendí donde me habían arrojado, al pasar unas cuantas horas entra un hombre de traje con delantal blanco y me pregunta cómo me siento y le comienzo a contar sobre Leonor, él escucha atentamente cada palabra que yo digo, mientras anota con meticulosidad algún especie de cálculo, luego llama a la enfermera y frente mío le da las indicaciones de que medicamentos se me deben dar.

Por otro paciente que durante este tiempo conocí en esta sección, supe que la señora Leonor Aldunate aún la siguen manteniendo viva por parte de sus familiares, quienes no permitirán que ella descanse, hasta que ellos sean los que mueran, porque mientras ellos sigan con vida; siempre querrán de las pocas monedas que Leonor recibe de jubilación.

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Hablar de poesía

Por Jorge Polanco Salinas

Dos poetas se encuentran sin conocerse en una librería. Uno revisa los libros de Borges, mientras el otro busca en los anaqueles algún indicio de Brodsky.

Al observarlos, el vendedor piensa si ellos son los ladrones que no ha podido sorprender. De reojo, mientras cuenta el dinero del día, fingiendo leer un libro abierto, el vendedor mira atento y malhumorado. Quiere decir algo para descubrir sus torcidas intenciones. Incluso cree observar ciertos códigos entre ellos, pero no les replica nada. En el fondo es una buena persona gastada con los años, a los que suma una cantidad de hojas en las que ya no cree. Los poetas continúan su cacería nocturna; se reconocen por lo que buscan, porque saben que no existe lector de poesía que no escriba. Pasan silentes uno al lado del otro, hurgando mutuamente en secreto sus libros, aunque saben también que es inútil hablar, porque de la poesía no se habla sin decir al mismo tiempo una trivialidad.

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Dualidad

Por Rodrigo Córdova V.

Hablando del tiempo violento: me han nombrado la oportunidad y la buena fe, con ojos de posesión nos han sumergido hundida la huida en tu boca unida mi vida en la otra Tapo mi cordura para ser ligero, para rezar, para confiar... un rezo no es lo esencial en mi humanidad.

Dame de tus clavos, porque la corona la llevo puesta al nacer lanza uno que otro dado, he soplado de tu mano para darme suerte.

Ya que en mi cama se cobija la aflicción y la caricia áspera... una forma ante la sociedad el insustancial barro de ser quién soy, siendo carne y aliento extirpan del alma su inmaculado respiro otorgándole sogas y sogas para anudar para enseñarle de un irregular tiempo violento.

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Muerte de los padres Por invierno González

La muerte de los padres ha llegado La muerte del mundo único, que en pequeña infancia cubría nuestras cabezas Marchitas tumbas abolidas en la acera, borrachos, ajenos a la mendicidad de sus eras.

Absorbidos en el útero materno, nacidos muertos, vivos después de muertos, amamantados por una teta vencida.

Jamás pensaron que el ser padres La muerte prometeica, los cuervos, sus entrañas comerían.

La gélida mañana ya no guardará sus nombres; No hay espacio en el mundo, La tierra ya los absorbe.

La muerte de los padres ha llegado, no hay rencor y aun menos copas de vino.

Los gatos ya huyeron a las tumbas de sus amos, ahogados en pétrea tinta, ambos, aun no se han marchitado.

Cubiertos de pobrezas, a ambos, tal cual nos han criado los hemos dejado; en sus ojos jamás pusimos monedas de oro Incluso no pudiendo cruzar el río, aun así no se han marchitado pero…

La muerte de los padres ha llegado; no hay sepulcros alabados.

Baudelaire y Poe, han debido ser asesinados.

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Por Manuel Sandoval

“Mi corazón no es más que otro sepulcro.”

Mariano José de Larra Miro a través de mi ventana como, al ritmo del caos, la gente por inercia camina; por algo de tal escena reacciono asustado.

Chocan entre ellos, fruncen el ceño, sacuden sus elegantes, tristes trajes y vuelven a la caminata con la mirada atada al suelo.

Llevan rostros grises disconformes con formas de calavera, rastros de negación hay en las arrugas ¿El gran creador les dio esa figura?

Van todos apresurados como si valoraran el tiempo pero fluyen sin el acompañamiento fundamental del viento.

Sus sueños están escarchados y con fiebres enmohecen a sus portadores, quienes abren la boca solo para insultar, el idioma de los árboles lo han dejado atrás.

En los casos más nefastos hay quienes preguntan: ¿Cómo es la Luna? consecuencia de la muerte prematura.

Miro a través de mi ventana y creo saber por qué reacciono asustado, debe ser porque a esa escena se agrega mi reflejo… ¡Silencio, silencio!

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Acab贸se este ejemplar en el mes de Abril, el d铆a 22, de 2015 en San Fco. de Limache, Regi贸n de Valparaiso, Chile.

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