Hombre de la Esquina Rosada (& sus secuelas) / tango-compilación

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(viene de contratapa) Pese a su autoelogio, su pelo perfumado y su "aire de bacán", la gente no lo aprecia. Ni respeta. Cuando cae en apuros no duda en desenfundar el revólver, cosa de miedosos que jamás haría un compadre. Para ganar dinero no alquila sus servicios al comité, donde hay riesgo y lealtad, sino que prefiere el camino más seguro del cafiolo. Conquista y somete a dos, tres o más mujeres que trabajan para él. A veces se enamora de una, eventualidad que difícilmente le ocurre al monástico compadre. En "Mi noche triste" el compadrito llora a la percanta que lo amuró (la ramera que lo abandonó).

E

l compadrón ocupa un peldaño más bajo aún. Opera como ventajero. También es desleal y cobarde. Gana dinero como soplón de comisarías. Traiciona a su familia, sus amigos y su barrio por el mínimo plato de lentejas. Pero simula lo que jamás fue ni será. Empilcha hasta el grotesco y vocea virtudes inexistentes. La mentira es su constante, la agachada, su reflejo.

E

l malevo ya pisa el barro: es la absoluta degeneración. Su nombre ni siquiera deriva de la raíz padre o compadre. Abusa de mujeres, niños, viejos y cuanto ser débil se le cruce. Deja encarcelar a un inocente poniendo cara de ángel o de idiota, huye ante la amenaza de pelea, se burla de los asustados en un conventillo y se esconde cuando llega la requisa policial. El único sitio donde no se lo quiere matar es en los sainetes, porque hace reír. Todos estos personajes ingresaron en el tango: RITMO Y DANZA PARA CADA UNO, EN CANTIDAD.

HAY LETRA,


colección COMPADRITOS Y RUFIANES EDICIONES ARTESANALES, NO COMERCIALES PARA BIBLIOTECAS POPULARES

HOMBRE DE LA ESQUINA ROSADA –“TANGO” FULL PACK–

por JORGE LUIS BORGES compilación y prólogo SATURNINO GONZÁLEZ + CD “EL TANGO” por ASTOR PIAZZOLLA, su QUINTETO NUEVO TANGO, EDMUNDO RIVERO y LUIS MEDINA CASTRO + DVD “EL HOMBRE DE LA ESQUINA ROSADA” dir. RENÉ MUJICA

Editó RED BIBLIO-COOP. (Red de Organizaciones, Bibliotecas y Ong´s por la Cooperación, el Orden y el Progreso) e-mail: archivofernandez@gmail.com marzo de 2012, Montevideo.


INDICE

CONSIDERACIONES SOBRE ESTA COMPILACIÓN 2012. EL CUENTO LA PELÍCULA LA MÚSICA Y LOS POEMAS LA CRÍTICA LA SECUELA

pág. 03 “ “ “ 04 “

HOMBRE DE LA ESQUINA ROSADA 1935.

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HISTORIA DE ROSENDO JUÁREZ 1970.

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PARA LAS SEIS CUERDAS 1965. PRÓLOGO MILONGA DE DOS HERMANOS ¿DÓNDE SE HABRÁN IDO? MILONGA DE JACINTO CHICLANA MILONGA DE DON NICANOR PAREDES UN CUCHILLO EN EL NORTE EL TÍTERE MILONGA DE LOS MORENOS MILONGA PARA LOS ORIENTALES MILONGA DE ALBORNOZ MILONGA DE MANUEL FLORES MILONGA DE CALANDRIA

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EL TANGO 1964.

“ 16 “ 17 18 19 20 “ 21 22 23 “ 25

Esta publicación, se propone ser la primera de una serie cuyo concepto intentará repetirse: Ser producciones literarias que hayan visto su continuidad o adaptación en la obra de otros autores y en otras disciplinas artísticas RED BIBLIO-COOP.


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CONSIDERACIONES SOBRE ESTA COMPILACIÓN por SATURNINO GONZÁLEZ, 2012.

L

a presente publicación reunida conceptualmente en una misma unidad, no surgió de esta manera ni tuvo un mismo ejecutor. EL CUENTO “Hombre de la esquina rosada” fue el primer relato propio que publicó Borges, según cuenta él mismo y forma parte de la colección de juegos literarios que él produjo y compiló bajo el título “Historia universal de la infamia” (1935). La primera versión del mismo llevó el nombre “Leyenda policial” y salió en la revista “Martín Fierro” (1927). El cuento ha sido incluido en antologías y también adaptado para obras de teatro y musicales; utiliza palabras arrabaleras y rústicas: el lenguaje orillero, como lo llamaba Jorge Luis. LA PELICULA El 26 de junio de 1962, es estrenada una adaptación cinematográfica del cuento, dirigida por René Mugica y basada en el guión co-producido por Joaquín Gómez Bas, Carlos Adén e Isaac Aisemberg. Si el cuento de Borges contiene unas pocas escenas y transcurre durante unas horas de la noche y en medio de un baile a principios del siglo XX, la película de Mugica, cobra trama durante las celebraciones del centenario argentino (1910). En medio de estos festejos populares, recién salido de la cárcel por un indulto general, aparece el personaje, encarnado magistralmente por Francisco Petrone, quien desea

una vida sin problemas con la sociedad. Será la fatalidad quien le lleve al encuentro de su destino, en la culminación de esa noche. En la película se da una variante sugestiva de la historia. Si Rosendo, interpretado por Jacinto Herrera, se niega a luchar y arroja el cuchillo es porque no puede pelear con un muerto. Francisco Real está poseído por alguien que murió en la cárcel y que a través de él viene a vengarse de todos aquéllos que fueron los causantes de su ruina, y, en especial, de Rosendo, quien además le había quitado a la Lujanera. Y esto es lo que se debe tener en cuenta durante la proyección para entender la trama fílmica cabalmente. Salvo ese detalle, la parte final del mismo sigue fielmente el relato borgeano, con el inesperado descubrimiento de quién es el narrador. Esta película es también un verdadero clásico, y es, justamente, la que prefirió personalmente Borges, por lo menos de todas las películas basadas en sus obras. LA MUSICA Y LOS POEMAS Pocos años después, Astor Piazzolla compuso una suite para doce instrumentos, narrador (en la voz de Luis Medina Castro) y cantante (Edmundo Rivero) inspirada en el cuento –lleva su nombre–, y que contó con la activa participación de Borges en las grabaciones. De esta suite existe otra versión grabada por Daniel Binelli, Jairo y Lito Cruz. Como parte de esta co-producción entre Borges y Piazzolla se incluye también la colección de poemas que el primero escribió y publicó en los volúmenes “Para las seis cuerdas” (1965) y “El otro, el mismo” (1964), que refuerzan y extienden el colorido visual y conceptual de la leyenda y sus personajes de arrabal; y que Astor dotó de música, en


4 las composiciones reunidas en el álbum “El tango” (1965). Esta cima de la estética porteña supo ser el único “encuentro deliberado” que reunió a ambos artistas en una misma obra [×], y en ella se despliega con maestría el sello de uno y otro, los rasgos que han caracterizado sus construcciones identitarias. LA CRITICA Eduardo Pérsico señaló que el cuento es "una pintura precisa de una época del arrabal de Buenos Aires, perfecta calidad borgeana en cada fragmento. Cuando en el personaje Francisco Real da un pechazo y atropella a los gritos la puerta del prostíbulo, Borges, el relator, que está de espaldas a la puerta, al verlo exclama “el hombre era parecido a la voz”. Siete palabras no más y deja un concepto definitivo del tipo, esa era la calidad de Borges cuentista armando frases perfectas y definitivas que mostraban su capacidad incansable para corregir." En una conferencia pronunciada en el auditorio de la Universidad de Antioquia, Colombia, en 1963 decía Borges: "Hace cerca de cuarenta años yo cometí la imprudencia de escribir un cuento titulado “El hombre de la esquina rosada”, cuyo tema es ése: el desconocido que provoca a un desconocido, el desconocido que llega de un barrio lejano a un barrio perdido en el oeste de Buenos Aires, y desafía a otro a pelear con él. Ahora, cuando escribí ese cuento lo hice con un propósito visual, por-

[×] Piazzolla y Borges compartieron cartel en otras producciones –ej.: la película “Les autres” (1974), de Hugo Santiago–, pero ello ocurrió sin la participación ni el beneplácito del escritor.

CONSIDERACIONES SOBRE ESTA COMPILACIÓN que me había impresionado lo visual de muchos cuentos de Stevenson y de Chesterton. Y pensé que sería curioso aplicar la materia orillera a esa técnica, esa técnica que quiere que cada cosa ocurra de un modo vívido; es decir, que todas las cosas ocurran como un ballet (y hace unos tres o cuatro años se ha hecho un ballet con ese argumento de “El hombre de la esquina rosada”). Ahora bien, en ese cuento yo necesitaba que la provocación fuera brusca. Y así, el corralero entra en el salón de baile y provoca bruscamente al guapo local, que se llama, creo, Rosendo Suárez. Bueno, cuando escribí ese cuento sabía, porque lo había presenciado muchas veces, que eso era históricamente falso. Las provocaciones nunca se hacían así. Llegaba el desconocido, se acercaba respetuosamente al hombre que iba a desafiar, lo colmaba de elogios, y luego esos elogios eran tan copiosos que se habían convertido en burlas, y luego lo desafiaba a pelear.” LA SECUELA En el otro relato, “Historia de Rosendo Juárez” editado en el libro “El informe de Brodie” (1970), el Pegador le contará al propio Borges por qué hizo lo que hizo, tal vez como una autojustificación o como un cuestionamiento al machismo criollista con su rígido y alardeado culto al coraje. ””” FUENTES CONSULTADAS: Wikipedia; Taringa; elortiba.org; Obras Completas de J.L.Borges; “Genio y Figura de Jorge Luis Borges” de Alicia Jurado, Eudeba.


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A

HOMBRE DE LA ESQUINA ROSADA –HISTORIA UNIVERSAL DE LA INFAMIA– 1935.

A Enrique Amorim

mi, tan luego, hablarme del finado Francisco Real. Yo lo conocí, y eso que éstos no eran sus barrios porque el sabía tallar más bien por el Norte, por esos laos de la laguna de Guadalupe y la Batería. Arriba de tres veces no lo traté, y ésas en una misma noche, pero es noche que no se me olvidará, como que en ella vino la Lujanera porque sí a dormir en mi rancho y Rosendo Juárez dejó, para no volver, el Arroyo. A ustedes, claro que les falta la debida esperiencia para reconocer ése nombre, pero Rosendo Juárez el Pegador, era de los que pisaban más fuerte por Villa Santa Rita. Mozo acreditao para el cuchillo, era uno de los hombres de don Nicolás Paredes, que era uno de los hombres de Morel. Sabía llegar de lo más paquete al quilombo, en un oscuro, con las prendas de plata; los hombres y los perros lo respetaban y las chinas también; nadie inoraba que estaba debiendo dos muertes; usaba un chambergo alto, de ala finita, sobre la melena grasíenta; la suerte lo mimaba, como quien dice. Los mozos de la Villa le copiábamos hasta el modo de escupir. Sin embargo, una noche nos ilustró la verdadera condicion de Rosendo. Parece cuento, pero la historia de esa noche rarísima empezó por un placero insolente de ruedas coloradas, lleno hasta el tope de hombres, que iba a los barquinazos por esos callejones de barro duro, entre los hornos de ladrillos y los huecos, y dos de negro, dele guitarriar y aturdir, y el del pescante que les tiraba un fustazo a los perros sueltos que se le atravesaban al moro, y un emponchado iba silencioso en el medio, y ése era el Corralero de tantas mentas, y el hombre iba a peliar y a matar. La noche era una bendición de tan fresca; dos de ellos iban sobre la capota volcada, como si la soledá juera un corso. Ese jue el primer sucedido de


6 tantos que hubo, pero recién después lo supimos. Los muchachos estábamos dende tempraño en el salón de Julia, que era un galpón de chapas de cinc, entre el camino de Gauna y el Maldonado. Era un local que usté lo divisaba de lejos, por la luz que mandaba a la redonda el farol sinvergüenza, y por el barullo también. La Julia, aunque de humilde color, era de lo más conciente y formal, así que no faltaban músicantes, güen beberaje y compañeras resistentes pal baile. Pero la Lujanera, que era la mujer de Rosendo, las sobraba lejos a todas. Se murió, señor, y digo que hay años en que ni pienso en ella, pero había que verla en sus días, con esos ojos. Verla, no daba sueño. La caña, la milonga, el hembraje, una condescendiente mala palabra de boca de Rosendo, una palmada suya en el montón que yo trataba de sentir como una amistá: la cosa es que yo estaba lo más feliz. Me tocó una compañera muy seguidora, que iba como adivinándome la intención. El tango hacía su voluntá con nosotros y nos arriaba y nos perdía y nos ordenaba y nos volvía a encontrar. En esa diversion estaban los hombres, lo mismo que en un sueño, cuando de golpe me pareció crecida la música, y era que ya se entreveraba con ella la de los guitarreros del coche, cada vez más cercano. Después, la brisa que la trajo tiró por otro rumbo, y volví a atender a mi cuerpo y al de la companera y a las conversaciones del baile. Al rato largo llamaron a la puerta con autoridá, un golpe y una voz. En seguida un silencio general, una pechada poderosa a la puerta y el hombre estaba adentro. El hombre era parecido a la voz. Para nosotros no era todavía Francisco ReaI, pero sí un tipo alto, fornido, trajeado enteramente de negro, y una chalina de un color como bayo, echada sobre el hombro. La cara recuerdo que era aindiada, esquinada.

JORGE LUIS BORGES Me golpeó la hoja de la puerta al abrirse. De puro atolondrado me le jui encima y le encajé la zurda en la facha, mientras con la derecha sacaba el cuchillo filoso que cargaba en la sisa del chaleco, junto al sobaco izquierdo. Poco iba a durarme la atropellada. El hombre, para afirmarse, estiró los brazos y me hizo a un lado, como despidiéndose de un estorbo. Me dejó agachado detrás, todavía con la mano abajo del saco, sobre el arma inservible. Siguió como si tal cosa, adelante. Siguió, siempre más alto que cualquiera de los que iba desapartando, siempre como sin ver. Los primeros -puro italianaje mirón- se abrieron como abanico, apurados. La cosa no duró. En el montón siguiente ya estaba el Inglés esperándolo, y antes de sentir en el hombro la mano del forastero, se le durmió con un planazo que tenía listo. Jue ver ése planazo y jue venírsele ya todos al humo. El establecimiento tenía más de muchas varas de fondo, y lo arriaron como un cristo, casi de punta a punta, a pechadas, a silbidos y a salivazos. Primero le tiraron trompadas, después, al ver que ni se atajaba los golpes, puras cachetadas a mano abierta o con el fleco inofensivo de las chalinas, como riéndose de él. También, como reservándolo pa Rosendo, que no se había movido para eso de la paré del fondo, en la que hacía espaldas, callado. Pitaba con apuro su cigarrillo, como si ya entendiera lo que vimos claro después. El Corralero fue empujado hasta él, firme y ensangrentado, con ése viento de chamuchina pifiadora detrás. Silbando, chicoteado, escupido, recién habló cuando se enfrentó con Rosendo. Entonces lo miró y se despejo la cara con el antebrazo y dijo estas cosas: Yo soy Francisco Real, un hombre del Norte. Yo soy Francisco Real, que le dicen el Corralero. Yo les he consentido a estos infelices que me alzaran la mano, porque lo que estoy buscando es


HOMBRE DE LA ESQUINA ROSADA (1935) un hombre. Andan por ahí unos bolaceros diciendo que en estos andurriales hay uno que tiene mentas de cuchillero, y de malo , y que le dicen el Pegador. Quiero encontrarlo pa que me enseñe a mi, que soy naides, lo que es un hombre de coraje y de vista. Dijo esas cosas y no le quitó los ojos de encima. Ahora le relucía un cuchillón en la mano derecha, que en fija lo había traído en la manga. Alrededor se habían ido abriendo los que empujaron, y todos los mirábamos a los dos, en un gran silencio. Hasta la jeta del milato ciego que tocaba el violín, acataba ese rumbo. En eso, oigo que se desplazaban atrás, y me veo en el marco de la puerta seis o siete hombres, que serían la barra del Corralero. El más viejo, un hombre apaisanado, curtido, de bigote entrecano, se adelantó para quedarse como encandilado por tanto hembraje y tanta luz, y se descubrió con respeto. Los otros vigilaban, listos para dentrar a tallar si el juego no era limpio. ¿Qué le pasaba mientras tanto a Rosendo, que no lo sacaba pisotiando a ese balaquero? Seguía callado, sin alzarle los ojos. El cigarro no sé si lo escupió o si se le cayó de la cara. Al fin pudo acertar con unas palabras, pero tan despacio que a los de la otra punta del salón no nos alcanzo lo que dijo. Volvió Francisco Real a desafiarlo y él a negarse. Entonces, el más muchacho de los forasteros silbó. La Lujanera lo miró aborreciéndolo y se abrió paso con la crencha en la espalda, entre el carreraje y las chinas, y se jue a su hombre y le metió la mano en el pecho y le sacó el cuchillo desenvainado y se lo dió con estas palabras: Rosendo, creo que lo estarás precisando. A la altura del techo había una especie de ventana alargada que miraba al arroyo. Con las dos manos recibió Rosendo el cuchillo y lo filió como si no

7 lo reconociera. Se empinó de golpe hacia atrás y voló el cuchillo derecho y fue a perderse ajuera, en el Maldonado. Yo sentí como un frio. De asco no te carneodijo el otro, y alzó, para castigarlo, la mano. Entonces la Lujanera se le prendió y le echó los brazos al cuello y lo miró con esos ojos y le dijo con ira: Dejalo a ése, que nos hizo creer que era un hombre. Francisco Real se quedó perplejo un espacio y luego la abrazó como para siempre y les gritó a los musicantes que le metieran tango y milonga y a los demás de la diversión, que bailaramos. La milonga corrió como un incendio de punta a punta. Real bailaba muy grave, pero sin ninguna luz, ya pudiéndola. Llegaron a la puerta y grito: ¡Vayan abriendo cancha, señores, que la llevo dormida! Dijo, y salieron sien con sien, como en la marejada del tango, como si los perdiera el tango. Debí ponerme colorao de vergüenza. Dí unas vueltitas con alguna mujer y la planté de golpe. Inventé que era por el calor y por la apretura y jui orillando la paré hasta salir. Linda la noche, ¿para quien? A la vuelta del callejón estaba el placero, con el par de guitarras derechas en el asiento, como cristianos. Dentre a amargarme de que las descuidaran así, como si ni pa recoger changangos sirviéramos. Me dió coraje de sentir que no éramos naides. Un manotón a mi clavel de atrás de la oreja y lo tiré a un charquito y me quedé un espacio mirándolo, como para no pensar en más nada. Yo hubiera querido estar de una vez en el día siguiente, yo me quería salir de esa noche. En eso, me pegaron un codazo que jue casi un alivio. Era Rosendo, que se escurría solo del barrio. Vos siempre has de servir de estorbo, pendejo me rezongó al pasar, no sé si para desahogarse, o ajeno. Agarró el


8 lado más oscuro, el del Maldonado; no lo volví a ver más. Me quedé mirando esas cosas de toda la vida cielo hasta decir basta, el arroyo que se emperraba solo ahí abajo, un caballo dormido, el callejón de tierra, los hornos y pensé que yo era apenas otro yuyo de esas orillas, criado entre las flores de sapo y las osamentas. ¿;Que iba a salir de esa basura sino nosotros, gritones pero blandos para el castigo, boca y atropellada no más? Sentí después que no, que el barrio cuanto más aporriao, más obligación de ser guapo. ¿Basura? La milonga déle loquiar, y déle bochinchar en las casas, y traía olor a madreselvas el viento. Linda al ñudo la noche. Había de estrellas como para marearse mirándolas, una encima de otras. Yo forcejiaba por sentir que a mí no me representaba nada el asunto, pero la cobardía de Rosendo y el coraje insufrible del forastero no me querían dejar. Hasta de una mujer para esa noche se había podido aviar el hombre alto. Para esa y para muchas, pensé, y tal vez para todas, porque la Lujanera era cosa seria. Sabe Dios qué lado agarraron. Muy lejos no podían estar. A lo mejor ya se estaban empleando los dos, en cualesquier cuneta. Cuando alcancé a volver, seguía como si tal cosa el bailongo. Haciéndome el chiquito, me entreveré en el montón, y vi que alguno de los nuestros había rajado y que los norteros tangueaban junto con los demás. Codazos y encontrones no había, pero si recelo y decencia. La música parecia dormilona, las mujeres que tangueaban con los del Norte, no decían esta boca es mía. Yo esperaba algo, pero no lo que sucedió. Ajuera oimos una mujer que lloraba y después la voz que ya conocíamos, pero serena, casi demasiado serena,

JORGE LUIS BORGES como si ya no juera de alguien, diciéndole: Entrá, m'hijay luego otro llanto. Luego la voz como si empezara a desesperarse. ¡Abrí te digo, abrí gaucha arrastrada, abrí, perra! se abrió en eso la puerta tembleque, y entró la Lujanera, sola. Entró mandada, como si viniera arreándola alguno. La está mandando un ánima dijo el Inglés. Un muerto, amigo dijo entonces el Corralero. El rostro era como de borracho. Entró, y en la cancha que le abrimos todos, como antes, dió unos pasos marcado alto, sin ver y se fue al suelo de una vez, como poste. Uno de los que vinieron con él, lo acostó de espaldas y le acomodó el ponchito de almohada. Esos ausilios lo ensuciaron de sangre. Vimos entonces que traiba una herida juerte en el pecho; la sangre le encharcaba y ennegrecia un lengue punzó que antes no le oservé, porque lo tapó la chalina. Para la primera cura, una de las mujeres trujo caña y unos trapos quemados. El hombre no estaba para esplicar. La Lujanera lo miraba como perdida, con los brazos colgando. Todos estaban preguntándose con la cara y ella consiguió hablar. Dijo que luego de salir con el Corralero, se jueron a un campito, y que en eso cae un desconocido y lo llama como desesperado a pelear y le infiere esa puñalada y que ella jura que no sabe quién es y que no es Rosendo. ¿;Ouién le iba a creer? El hombre a nuestros pies se moría. Yo pensé que no le había temblado el pulso al que lo arregló. El hombre, sin embargo, era duro. Cuando golpeó, la Julia había estao cebando unos mates y el mate dió Ia vuelta redonda y volvío a mi mano, antes que falleciera. "Tápenme la cara", dijo despacio, cuando no pudo más. Sólo le quedaba el orgullo y no iba a consentir que le curiosea-


HOMBRE DE LA ESQUINA ROSADA (1935) ran los visajes de la agonía. Alguien le puso encima el chambergo negro, que era de copa altísima. Se murió abajo del chambergo, sin queja. Cuando el pecho acostado dejó de subir y bajar, se animaron a descubrirlo. Tenía ese aire fatigado de los difuntos; era de los hombres de más coraje que hubo en aquel entonces, dende la Batería hasta el Sur; en cuanto lo supe muerto y sin habla, le perdí el odio. Para morir no se precisa más que estar vivo dijo una del montón, y otra, pensativa también: Tanta soberbia el hombre, y no sirve más que pa juntar moscas. Entonces los norteros jueron diciéndose un cosa despacio y dos a un tiempo la repitieron juerte después. Lo mató la mujer. Uno le grito en la cara si era ella, y todos la cercaron. Ya me olvidé que tenía que prudenciar y me les atravesé como luz. De atolondrado, casi pelo el fiyingo. Sentí que muchos me miraban, para no decir todos. Dije como con sorna: Fijensén en las manos de esa mujer. ¿;Que pulso ni que corazón va a tener para clavar una puñalada? Añadí, medio desganado de guapo: ¿Quién iba a soñar que el finao, que asegún dicen, era malo en su barrio, juera a concluir de una manera tan bruta y en un lugar tan enteramente muerto como éste, ande no pasa nada, cuando no cae alguno de ajuera para distrairnos y queda para la escupida después? El cuero no le pidió biaba a ninguno. En eso iba creciendo en la soledá un ruido de jinetes. Era la policía. Quien más, quien menos, todos tendrían su razón para no buscar ese trato, porque determinaron que lo mejor era traspasar el muerto al arroyo. Recordarán ustedes aquella ventana alargada por la que pasó en un brillo el puñal. Por ahí paso después el hombre de negro. Lo

9 levantaron entre muchos y de cuantos centavos y cuanta zoncera tenía lo aligeraron esas manos y alguno le hachó un dedo para refalarle el anillo. Aprovechadores, señor, que así se le animaban a un pobre dijunto indefenso, después que lo arregló otro más hombre. Un envión y el agua torrentosa y sufrida se lo llevó. Para que no sobrenadara, no se si le arrancaron las vísceras, porque preferí no mirar. El de bigote gris no me quitaba los ojos. La Lujanera aprovechó el apuro para salir. Cuando echaron su vistazo los de la ley, el baile estaba medio animado. El ciego del violín le sabía sacar unas habaneras de las que ya no se oyen. Ajuera estaba queriendo clariar. Unos postes de ñandubay sobre una lomada estaban como sueltos, porque los alambrados finitos no se dejaban divisar tan temprano. Yo me fui tranquilo a mi rancho, que estaba a unas tres cuadras. Ardía en la ventana una lucecita, que se apagó en seguida. De juro que me apure a llegar, cuando me di cuenta. Entonces, Borges, volví a sacar el cuchillo corto y filoso que yo sabía cargar aquí, en el chaleco, junto al sobaco izquierdo, y le pegué otra revisada despacio, y estaba como nuevo, inocente, y no quedaba ni un rastrito de sangre.


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HISTORIA DE ROSENDO JUÁREZ –EL INFORME DE BRODIE– 1970.

erían las once de la noche, yo había entrado en el almacén, que ahora es un bar, en Bolívar y Venezuela. Desde un rincón el hombre me chistó. Algo de autoritario habría en él, porque le hice caso en seguida. Estaba sentado ante una de las mesitas; sentí de un modo inexplicable que hacía mucho tiempo que no se había movido de ahí, ante su copita vacía. No era ni bajo ni alto; parecía un artesano decente, quizá un antiguo hombre de campo. El bigote ralo era gris. Aprensivo a la manera de los porteños, no se había quitado la chalina. Me invitó a que tomara algo con él. Me senté y charlamos. Todo esto sucedió hacia mil novecientos treinta y tantos. El hombre me dijo: —Usted no me conoce más que de mentas, pero usted me es conocido, señor. Soy Rosendo Juárez. El finado Paredes le habrá hablado de mí. El viejo tenía sus cosas; le gustaba mentir, no para engañar, sino para divertir a la gente. Ahora que no tenemos nada que hacer, le voy a contar lo que de veras ocurrió aquella noche. La noche que lo mataron al Corralero. Usted, señor, ha puesto el sucedido en una novela, que yo no estoy capacitado para apreciar, pero quiero que sepa la verdad sobre esos infundios. Hizo una pausa como para ir juntando los recuerdos y prosiguió: —A uno le suceden las cosas y uno las va entendiendo con los años. Lo que me pasó aquella noche venía de lejos. Yo me crié en el barrio del Maldonado, más allá de Floresta. Era un zanjón de mala muerte, que por suerte ya lo entubaron. Yo siempre he sido de opinión que nadie es quién para detener la marcha del progreso. En fin, cada uno nace donde puede. Nunca se me ocurrió averiguar el nombre del padre que me hizo. Clementina Juárez, mi madre, era una mujer muy decente que se ganaba el pan con la plancha. Para


12 mí, era entrerriana u oriental; sea lo que sea, sabía hablar de sus allegados en Concepción del Uruguay. Me crié como los yuyos. Aprendí a vistear con los otros, con un palo tiznado. Todavía no nos había ganado el fútbol, que era cosa de los ingleses. En el almacén, una noche me empezó a buscar un mozo Garmendia. Yo me hice el sordo, pero el otro, que estaba tomado, insistió. Salimos; ya desde la vereda, medio abrió la puerta del almacén y dijo a la gente: —Pierdan cuidado, que ya vuelvo en seguida. Yo me había agenciado un cuchillo; tomamos para el lado del Arroyo, despacio, vigilándonos. Me llevaba unos años; había visteado muchas veces conmigo y yo sentí que iba a achurarme. Yo iba por la derecha del callejón y él iba por la izquierda. Tropezó contra unos cascotes. Fue tropezar Garmendia y fue venírmele yo encima, casi sin haberlo pensado. Le abrí la cara de un puntazo, nos trabamos, hubo un momento en el que pudo pasar cualquier cosa al fin le di una puñalada, que fue la última. Sólo después sentí que él también me había herido, unas raspaduras. Esa noche aprendí que no es difícil matar a un hombre o que lo maten a uno. El arroyo es taba muy bajo; para ir ganando tiempo, al finado medio lo disimulé atrás de un horno de ladrillos. De puro atolondrado le refalé el anillo que él sabía llevar con un zarzo. Me lo puse, me acomodé el chambergo y volví al almacén. Entré sin apuro y le dije: —Parece que el que ha vuelto soy yo. Pedí una caña y es verdad que la precisaba. Fue entonces que alguien me avisó de la mancha de sangre. Aquella noche me la pasé dando vueltas y vueltas en el catre; no me dormí hasta el alba. A la oración pasaron a buscarme dos vigilantes. Mi madre, pobre la finada, ponía el grito en el

JORGE LUIS BORGES cielo. Arriaron conmigo, como si yo fuera un criminal. Dos días y dos noches tuve que aguantarme en el calabozo. Nadie fue a verme, fuera de Luis Irala, un amigo de veras, que le negaron el permiso. Una mañana el comisario me mandó a buscar. Estaba acomodado en la silla; ni me miró y me dijo: —¿Así es que vos te lo despachaste a Garmendia? —Si usted lo dice —contesté. —A mí se me dice señor. Nada de agachadas ni de evasivas. Aquí están las declaraciones de los testigos y el anillo que fue hallado en tu casa. Firmá la confesión de una vez. Mojó la pluma en el tintero y me la alcanzó. —Déjeme pensar, señor comisario —atiné a responder. —Te doy veinticuatro horas para que lo pensés bien, en el calabozo. No te voy a apurar. Si no querés entrar en razón, ite haciendo a la idea de un descansito en la calle Las Heras. Como es de imaginarse, yo no entendí. —Si te avenís, te quedas unos días nomás, después te saco y ya don Nicolás Paredes me a asegurado que te va a arreglar el asunto. Los días fueron días. A las cansadas se acordaron de mí. Firmé lo que querían y uno de los dos vigilantes me acompañó a la calle Cabrera. Atados al palenque había caballos y en el zaguán y adentro más gente que en el quilombo. Parecía un comité. Don Nicolás, que estaba mateando, al fin me atendió. Sin mayor apuro me dijo que me iba a mandar a Morón, donde estaban preparando las elecciones. Me recomendó al señor Laferrer, que me probaría. La carta se la escribió un mocito de negro, que componía versos, a lo que oí, sobre conventillos y mugre, asuntos que no son del interés del público ilustrado. Le agradecí el favor y


HISTORIA DE ROSENDO JUÁREZ (1970) salí. A la vuelta ya no se me pegó el vigilante. Todo había sido para bien; la Providencia sabe lo que hace. La muerte de Garmendia, que al principio me había resultado un disgusto, ahora me abría un camino. Claro que la autoridad me tenía en un puño. Si yo no le servía al partido, me mandaban adentro, pero yo estaba envalentonado y me tenía fe. El señor Laferrer me previno que con él yo iba a tener que andar derechito y que podía llegar a guardaespaldas. Mi actuación fue la que se esperaba de mí. En Morón y luego en el barrio, merecí la confianza de mis jefes. La policía y el partido me fueron criando fama de guapo; fui un elemento electoral de valía en atrios de la capital y de la provincia. Las elecciones eran bravas entonces; no fatigaré su atención, señor, con uno que otro hecho de sangre. Nunca los pude ver a los radicales, que seguían viviendo prendidos a las barbas de Alem. o había un alma que no me respetara. Me agencié una mujer, la Lujanera, y un alazán colorado de linda pinta. Durante años me hice el Moreira, que a lo mejor se habrá hecho en su tiempo algún otro gaucho de circo. Me di a los naipes y al ajenjo. Los viejos hablamos y hablamos, pero ya me estoy acercando a lo que le quiero contar. No sé si ya se lo menté a Luis Irala. Un amigo como no hay muchos. Era un hombre ya entrado en años, que nunca le había hecho asco al trabajo, y me había tomado cariño. En la vida había puesto los pies en el comité. Vivía de su oficio de carpintero. No se metía con nadie ni hubiera permitido que nadie se metiera con él. Una mañana vino a verme y me dijo: —Ya te habrán venido con la historia de que me dejó la Casilda. El que me la quitó es Rufino Aguilera. Con ese sujeto yo había tenido trato en Morón. Le contesté:

13 —Sí, lo conozco. Es el menos inmundicia de los Aguilera. —Inmundicia o no, ahora tendrá que habérselas conmigo. Me quedé pensando y le dije: —Nadie le quita nada a nadie. Si la Casilda te ha dejado, es porque lo quiere a Rufino y vos no le importás. —y la gente, ¿qué va a decir? ¿Que soy un cobarde? —Mi consejo es que no te metás en historias por lo que la gente pueda decir y por una mujer que ya no te quiere. —Ella me tiene sin cuidado. Un hombre que piensa cinco minutos seguidos en una mujer no es un hombre sino un marica. La Casilda no tiene corazón. La última noche que pasamos juntos me dijo que yo ya andaba para viejo. —Te decía la verdad. —La verdad es lo que duele. El que me está importando ahora es Rufino. —Andá con cuidado. Yo lo he visto actuar a Rufino en el atrio de Merlo. Es una luz. —¿Creés que le tengo miedo? —Ya sé que no le tenés miedo, pero pensalo bien. Una de dos: o lo matás y vas a la sombra, o él te mata y vas a la Chacarita. —Así será. ¿Vos, qué harías en mi lugar? —No sé, pero mi vida no es precisamente un ejemplo. Soy un muchacho que, para escurrirle el bulto a la cárcel, se ha hecho un matón de comité. —Yo no voy a hacerme el matón en ningún comité, voy a cobrar una deuda. —Entonces, ¿vas a jugar tu tranquilidad por un desconocido y por una mujer que ya no querés? No quiso escucharme y se fue. Al otro día nos llegó la noticia de que lo había provocado a Rufino en un comercio de Marón y que Rufino lo había muerto. Él fue a morir y lo mataron en buena ley, de hombre a hombre. Yo le había


14 dado mi consejo de amigo, pero me sentía culpable. Días después del velorio fui al reñidero. Nunca me habían calentado las riñas, pero aquel domingo me dieron francamente asco. Qué les estará pasando a esos animales, pensé, que se destrozan porque sí. La noche de mi cuento, la noche del final de mi cuento, me había apalabrado con los muchachos para un baile en lo de la Parda. Tantos años y ahora me vengo a acordar del vestido floreado que llevaba mi compañera. La fiesta fue en el patio. No faltó algún borracho que alborotara, pero yo me encargué de que las cosas anduvieran como Dios manda. No habían dado las doce cuando los forasteros aparecieron. Uno, que le decían el Corralero y que lo mataron a traición esa misma noche, nos pagó a todos unas copas. Quiso la casualidad que los dos éramos de una misma estampa. Algo andaba tramando; se me acercó y entró a ponderarme. Dijo que era del Norte, donde le habían llegado mis mentas. Yo lo dejaba hablar a su modo, pero ya estaba maliciándolo. No le daba descanso a la ginebra, acaso para darse coraje, y al fin me convidó a pelear. Sucedió entonces lo que nadie quiere entender. En ese botarate provocador me vi como en un espejo y me dio vergüenza. No sentí miedo; acaso de haberlo sentido, salgo a pelear. Me quedé como si tal cosa. El otro, con la cara ya muy arrimada a la mía, gritó para que todos lo oyeran: —Lo que pasa es que no sos más que un cobarde. —Así será —le dije—. No tengo miedo de pasar por cobarde. Podés agregar, si te halaga, que me has llamado hijo de mala madre y que me he dejado escupir. Ahora, ¿estás más tranquilo? La Lujanera me sacó el cuchillo que yo sabía cargar en la sisa y me lo puso,

JORGE LUIS BORGES como fula, en la mano. Para rematarla, me dijo: —Rosendo, creo que lo estás precisando. Lo solté y salí sin apuro. La gente me abrió cancha, asombrada. Qué podía importarme lo que pensaran. Para zafarme de esa vida, me corrí a la República Oriental, donde me puse de carrero. Desde mi vuelta me he afincado aquí. San Telmo ha sido siempre un barrio de orden.”


15 PRÓLOGO

T

PARA LAS SEIS CUERDAS

1965.

oda lectura implica una colaboración y casi una complicidad. En el Fausto, debemos admitir que un gaucho pueda seguir el argumento de una ópera cantada en un idioma que no conoce; en el Martín Fierro, un vaivén de bravatas y de quejumbres, justificadas por el propósito político de la obra, pero del todo ajenas a la índole sufrida de tos paisanos y a los precavidos modales del payador. En el modesto caso de mis milongas, el lector debe suplir la música. ausente por la imagen de un hombre que canturrea, en el umbral de su zaguán o en un almacén, acompañándose con la guitarra. La mano se demora en las cuerdas y las palabras cuentan menos que los acordes. He querido eludir la sensiblería del inconsolable “tango-canción” y el manejo sistemático del lunfardo, que infunde un aire artificioso a las sencillas coplas. Que yo sepa, ninguna otra aclaración requieren estos versos. J. L. B. Buenos Aires, junio de 1965.


16

JORGE LUIS BORGES MILONGA DE DOS HERMANOS

TRAIGA CUENTOS LA guitarra De cuando el fierro brillaba, Cuentos de truco y de taba, De cuadreras y de copas, Cuentos de la Costa Brava Y el Camino de las Tropas. Venga una historia de ayer Que apreciarán los más lerdos; El destino no hace acuerdos Y nadie se lo reproche— Ya estoy viendo que esta noche Vienen del Sur los recuerdos. Velay, señores, la historia De los hermanos Iberra, Hombres de amor y de guerra Y en el peligro primeros, La flor de los cuchilleros Y ahora los tapa la tierra. Suelen al hombre perder La soberbia o la codicia; También el coraje envicia A quien le da noche y díaEl que era menor debía Más muertes a la justicia. Cuando Juan Iberra vio Que el menor lo aventajaba, La paciencia se le acaba Y le fue tendiendo un lazo. Le dio muerte de un balazo, Allá por la Costa Brava. Así de manera fiel Conté la historia hasta el fin; Es la historia de Caín Que sigue matando a Abel.

¿DONDE SE HABRÁN IDO?

SEGÚN SU COSTUMBRE, el sol Brilla y muere, muere y brilla Y en el patio, como ayer, Hay una luna amarilla, Pero el tiempo, que no ceja, Todas las cosas mancilla— Se acabaron los valientes Y no han dejado semilla. ¿Dónde están los que salieron A liberar las naciones O afrontaron en el Sur Las lanzas de los malones? ¿Dónde están los que a la guerra Marchaban en batallones? ¿Dónde están los que morían En otras revoluciones? —No se aflija. En la memoria De los tiempos venideros También nosotros seremos Los tauras y los primeros. El ruin será generoso Y el flojo será valiente: No hay cosa como la muerte Para mejorar la gente. ¿Dónde está la valerosa Chusma que pisó esta tierra, La que doblar no pudieron Perra vida y muerte perra, Los que en duro arrabal Vivieron como en la guerra, Los Muraña por el Norte Y por el Sur los Iberra? ¿Qué fue de tanto animoso? ¿Qué fue de tanto bizarro? A todos los gastó el tiempo, A todos los tapa el barro. Juan Muraña se olvidó Del Cadenero y del carro


PARA LAS SEIS CUERDAS (1965) Y ya no sé si Moreira Murió en Lobos o en Navarro.

17 MILONGA DE JACINTO CHICLANA

—No se aflija. En la memoria... ME ACUERDO. FUE en Balvanera, En una noche lejana Que alguien dejó caer el nombre De un tal Jacinto Chiclana. Algo se dijo también De una esquina y de un cuchillo; Los años nos dejan ver El entrevero y el brillo. Quién sabe por qué razón Me anda buscando ese nombre; Me gustaría saber Cómo habrá sido aquel hombre. Alto lo veo y cabal, Con el alma comedida, Capaz de no alzar la voz Y de jugarse la vida. Nadie con paso más firme Habrá pisado la tierra; Nadie habrá habido como él En el amor y en la guerra. Sobre la huerta y el patio Las torres de Balvanera Y aquella muerte casual En una esquina cualquiera. No veo los rasgos. Veo, Bajo el farol amarillo, El choque de hombres o sombras Y esa víbora, el cuchillo. Acaso en aquel momento En que le entraba la herida, Pensó que a un varón le cuadra No demorar la partida. Sólo Dios puede saber La laya fiel de aquel hombre; Señores, yo estoy cantando Lo que se cifra en el nombre.


18

JORGE LUIS BORGES Entre las cosas hay una De la que no se arrepiente Nadie en la tierra. Esa cosa Es haber sido valiente. Siempre el coraje es mejor, La esperanza nunca es vana; Vaya pues esta milonga, Para Jacinto Chiclana.

MILONGA DE DON NICANOR PAREDES

VENGA UN RASGUEO y ahora, Con el permiso de ustedes, Le estoy cantando, señores, A don Nicanor Paredes. No lo vi rígido y muerto Ni siquiera lo vi enfermo; Lo veo con paso firme Pisar su feudo, Palermo. El bigote un poco gris Pero en los ojos el brillo Y cerca del corazón El bultito del cuchillo. El cuchillo de esa muerte De la que no le gustaba Hablar; alguna desgracia De cuadreras o de taba. De atrio, más bien. Fue caudillo, Si no me marra la cuenta, Allá por los tiempos bravos Del ochocientos noventa. Lacia y dura la melena Y aquel empaque de toro; La chalina sobre el hombro Y el rumboso anillo de oro. Entre sus hombres había Muchos de valor sereno; Juan Muraña y aquel Suárez Apellidado el Chileno. Cuando entre esa gente mala Se arma algún entrevero Él lo paraba de golpe, De un grito o con el talero. Varón de ánimo parejo En la buena o en la mala; “En casa de jabonero El que no se cae se refala.”


PARA LAS SEIS CUERDAS (1965) Sabía contar sucedidos, Al compás de la vihuela, De las casas de Junín Y de las carpas de Adela. Ahora está muerto y con él Cuánta memoria se apaga De aquel Palermo perdido Del baldío y de la daga. Ahora está muerto y me digo: ¿Qué hará usted, don Nicanor, En un cielo sin caballos Ni envido, retruco y flor?

19 UN CUCHILLO EN EL NORTE

ALLÁ POR EL Maldonado, Que hoy corre escondido y ciego, Allá por el barrio gris Que cantó el pobre Carriego, Tras una puerta entornada Que da al patio de la parra, Donde las noches oyeron El amor de la guitarra, Habrá un cajón y al fondo Dormirá con duro brillo, Entre esas cosas que el tiempo Sabe olvidar, un cuchillo. Fue de aquel Saverio Suárez, Por más mentas el Chileno, Que en garitos y elecciones Probó siempre que era bueno. Los chicos, que son el diablo, Lo buscarán con sigilo Y probarán en la yema Si no se ha mellado el filo. Cuántas veces hará entrado En la carne de un cristiano Y ahora está arrumbado y solo, A la espera de una mano, Que es polvo. Tras el cristal Que dora un sol amarillo, A través de años y casas, Yo te estoy viendo, cuchillo.


20

JORGE LUIS BORGES EL TÍTERE

MILONGA DE LOS MORENOS

A UN COMPADRITO le canto Que era el patrón y el ornato De las casas menos santas Del barrio de Triunvirato.

ALTA LA VOZ y animosa Como si cantara flor, Hoy, caballeros, le canto A la gente de color.

Atildado en el vestir, Medio mandón en el trato; Negro el chambergo y la ropa, Negro el charol del zapato.

Marfil negro los llamaban Los ingleses y holandeses Que aquí los desembarcaron Al cabo de largos meses.

Como luz para el manejo Le firmaba un garabato En la cara al más garifo, De un solo brinco, a lo gato.

En el barrio de Retiro Hubo mercado de esclavos; De buena disposición Y muchos salieron bravos.

Bailarín y jugador, No sé si chino o mulato, Lo mimaba el conventillo, Que hoy se llama inquilinato.

De su tierra de leones Se olvidaron como niños Y aquí los aquerenciaron La costumbre y los cariños.

A las pardas zaguaneras No les resultaba ingrato El amor de ese valiente, Que les dio tan buenos ratos.

Cuando la patria nació Una mañana de Mayo, El gaucho sólo sabía Hacer la guerra a caballo.

El hombre, según se sabe, Tiene firmado un contrato Con la muerte. En cada esquina Lo anda acechando el mal rato.

Alguien pensó que los negros No eran ni zurdos ni ajenos Y se formó el Regimiento De Pardos y de Morenos.

Un balazo lo tumbó En Thames y Triunvirato; Se mudó a un barrio vecino, El de la Quinta del Ñato.

El sufrido regimiento Que llevó el número seis Y del que dijo Ascasubi: “Más bravo que gallo inglés”. Y así fue que en la otra banda Esa morenada, al grito De Soler, atropelló En la carga del Cerrito. Martín Fierro mató a un negro Y es casi como si hubiera Matado a todos. Sé de uno Que murió por la bandera.


PARA LAS SEIS CUERDAS (1965) De tarde en tarde en el Sur Me mira un rostro moreno, Trabajado por los años Y a la vez triste y sereno. ¿A qué cielo de tambores Y siestas largas se han ido? Se los ha llevado el tiempo, El tiempo, que es el olvido.

21 MILONGA PARA LOS ORIENTALES

MILONGA QUE ESTE porteño Dedica a los orientales, Agradeciendo memorias De tardes y de ceibales. El sabor de lo oriental Con estas palabras pinto; Es el sabor de lo que es Igual y un poco distinto. Milonga de tantas cosas Que se van quedando lejos; La quinta con mirador Y el zócalo de azulejos. En tu banda sale el sol Apagando la farola Del Cerro y dando alegría A la arena y a la ola. Milonga de los troperos Que hartos de tierra y camino Pitaban tabaco negro En el Paso del Molino. Milonga del primer tango Que se quebró, nos da igual, En las casas de Junín O en las casas de Yerbal. Como los tientos de un lazo Se entrevera nuestra historia, Esa historia de a caballo Que huele a sangre y a gloria. Milonga de aquel gauchaje que arremetió con denuedo En la pampa, que es pareja, O en la Cuchilla de Haedo. ¿Quién dirá de quienes fueron Esas lanzas enemigas Que irá desgastando el tiempo, Si de Ramírez o Artigas?


22

JORGE LUIS BORGES Para pelear como hermanos Era buena cualquier cancha; Que lo digan los que vieron Su último sol en Cagancha. Hombro a hombro o pecho a pecho, Cuántas veces combatimos. ¡Cuántas veces nos corrieron, Cuántas veces los corrimos! Milonga del olvidado Que muere y que no se queja; Milonga de la garganta Tajeada de oreja a oreja. Milonga del domador De potros de casco duro Y de la plata que alegra El apero del oscuro. Milonga de la milonga A la sombra del ombú, Milonga del otro Hernández Que se batió en Paysandú. Milonga para que el tiempo Vaya borrando fronteras; Pro algo tienen los mismos Colores las dos banderas.

MILONGA DE ALBORNOZ

ALGUIEN YA CONTÓ los días, Alguien ya saber la hora, Alguien para Quien no hay Ni premuras no demora. Albornoz pasa silbando Una milonga entrerriana; Bajo el ala del chambergo Sus ojos ven la mañana, La mañana de este día Del ochocientos noventa; En el bajo del Retiro Ya le han perdido la cuenta De amores y trucadas Hasta el alba y de entreveros A fierro con los sargentos, Con propios y forasteros. Se la tienen bien jurada Más de un taura y más de un pillo; En una esquina del Sur Lo está esperando un cuchillo. No un cuchillo sino tres, Antes de clarear el día Se le vinieron encima Y el hombre se defendía. Un acero entró en el pecho, Ni se le movió la cara; Alejo Albornoz murió Como si no le importara. Pienso que le gustaría Saber que hoy anda su historia En una milonga. El tiempo Es olvido y es memoria.


PARA LAS SEIS CUERDAS (1965) MILONGA DE MANUEL FLORES

23 MILONGA DE CALANDRIA

MANUEL FLORES VA a morir. Eso es moneda corriente; Morir es una costumbre Que sabe tener la gente.

SERVANDO CARDOSO EL nombre Y Ño Calandria el apodo; No lo sabrán olvidar Los años, que olvidan todo.

Y sin embrago me duele Decirle adiós a la vida, Esa cosa tan de siempre, Tan dulce y tan conocida.

No era un científico de esos Que usan arma de gatillo; Era su gusto jugarse En el baile del cuchillo.

Miro en el alba mis manos, Miro en las manos las venas; Con extrañeza las miro Como si fueran ajenas.

Cuántas veces en Montiel Lo habrá visto la alborada En brazos de una mujer Ya tenida y ya olvidada.

Vendrán los cuatro balazos Y con los cuatro el olvido; Lo dijo el sabio Merlín: Morir es haber nacido.

El arma de su afición Era el facón caronero. Fueron una sola cosa El cristiano y el acero.

¡Cuánta cosa en su camino Estos ojos habrán visto! Quién sabe lo que verán Después que me juzgue cristo.

Bajo el alero de sombra O en el rincón de la parra, Las manos que dieron muerte Sabían templar la guitarra.

Manuel Flores va a morir. Eso es moneda corriente; Morir es una costumbre Que sabe tener la gente.

Fija la vista en los ojos, Era capaz de parar El hachazo más taimado. ¡Feliz quien lo vio pelear! No tan felices aquellos Cuyo recuerdo postrero Fue la brusca arremetida Y la entrada del acero. Siempre la selva y el duelo, Pecho a pecho y cara a cara. Vivió matando y huyendo. Vivió como si soñara. Se cuenta que una mujer Fue y lo entregó a la partida; A todos, tarde o temprano, Nos va entregando la vida.


24


25

¿D

ónde estarán? \\ Pregunta la elegía de quienes ya no son, como \\ si hubiera una región en que el Ayer pudiera ser el Hoy, el Aún y el Todavía. ¿Dónde estarán (repito) el malevaje que fundó en polvorientos callejones de tierra o en perdidas poblaciones, la secta del cuchillo y del coraje? ¿Dónde estarán aquellos que pasaron, dejando a la epopeya un episodio, una fábula al tiempo, y que sin odio, lucro o pasión de amor se acuchillaron? Lo busco en su leyenda, en la postrera brasa que, a modo de una vaga rosa, guarda algo de esa chusma valerosa de los Corrales y de Balvanera. EL EL TANGO –EL OTRO, EL MISMO– EL MISMO– 1964.

¿Qué oscuros callejones o qué yermo del otro mundo habitará la dura sombra de aquel que era una sombra \\ oscura, Muraña, ese cuchillo de Palermo? ¿Y ese Iberra fatal (de quien los santos se apiaden) que en un puente de la vía, mató a su hermano el Ñato, que debía más muertes que él, y así igualó los \\ tantos? Una mitología de puñales lentamente se anula en el olvido; una canción de gesta se ha perdido en sórdidas noticias policiales. Hay otra brasa, otra candente rosa de la ceniza que los guarda enteros; ahí están los soberbios cuchilleros y el peso de la daga silenciosa. Aunque la daga hostil o esa otra daga, el tiempo, los perdieron en el fango, hoy, más allá del tiempo y de la aciaga muerte, esos muertos viven en el tango.


26 En la música están, en el cordaje de la terca guitarra trabajosa, que trama en la milonga venturosa la fiesta y la inocencia del coraje. Gira en el hueco la amarilla rueda de caballos y leones, y oigo el eco de esos tangos de Arolas y de Greco que yo he visto bailar en la vereda, en un instante que hoy emerge aislado, sin antes ni después, contra el olvido, y que tiene el sabor de lo perdido, de lo perdido y lo recuperado. En los acordes hay antiguas cosas: el otro patio y la entrevista parra. (Detrás de las paredes recelosas el Sur guarda un puñal y una guitarra.) Esa ráfaga, el tango, esa diablura, los atareados años desafía; hecho de polvo y tiempo, el hombre \\ dura menos que la liviana melodía, que sólo es tiempo. El tango crea un \\ turbio pasado irreal que de algún modo es \\ cierto, un recuerdo imposible de haber muerto peleando, en una esquina del suburbio.

JORGE LUIS BORGES


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