Macedonio Fernández // Borges redescubre en 1921 a Macedonio en las reuniones del bar "La Perla" de Once, con quien traba una prolongada amistad. Borges, hacia 1960, dicta un prólogo para una antología de Macedonio. Allí nos dice que ninguna persona lo impresionó tanto. Hombre que no se cansaba de ocultar su inteligencia proverbial. Macedonio prefería el tono de consulta modesta antes que el dictamen pontificador. Su tono habitual era el del ánimo perplejo. Lo caracterizaba la veneración de Cervantes. Detestaba todo aparato erudito. De esta manera su actividad mental era incesante. Vivía desinteresado de las críticas ajenas. Ejecutaba, en grado eminente, el arte de la soledad y la inacción. Pensar -no escribir- era su devota tarea. Aunque solía abarrotar cuartillas en caligrafía minuciosa, no le asignaba valor a su palabra escrita. Dos temores lo atravesaban: el dolor y la muerte. Borges conjetura que para eludir esto último postuló la metafísica inexistencia del yo.