A pesar de que el modelo de atención del parto ha sido duramente cuestionado desde finales del siglo pasado por anteponer las prácticas médicas convencionales a los derechos de las mujeres a elegir la posición para parir, a respetar sus tradiciones culturales y sus necesidades emocionales y las del nuevo ser, aún predomina tanto en la formación académica como en el desempeño de los servicios de salud, e incluso gran parte de la población todavía lo considera natural.
Esta experiencia vital se dulcifica y puede resultar hasta gozosa cuando es la mujer quien decide cómo vivirla; de lo contrario, se convierte en un acto rutinario y frío donde el personal de salud sigue imponiendo tactos continuos, postura horizontal y pujos dirigidos, entre otros procedimientos. De esta manera, el proceso del parto resulta en general, muy doloroso, arduo y prolongado, por lo que ese momento de transición de la vida se torna en una dulce amargura. Así lo experimenté hace 30 años, y así lo viven todavía hoy en día muchas mujeres.