“Mis abuelos y mis padres nos heredaron tanto las semillas como el gusto por apreciar el sabor de una tortilla –un día con maíz negro; otro con amarillo; luego con rojo y después con blanco–, un tamal, un atole, unos esquites… Pero también las habas, las calabazas, los chilacayotes, los frijoles y los quelites. Todas estas semillas siempre han estado presentes en nuestra vida, llevan con nosotros mínimo 100 años”, nos contagia con su orgullo Esiquio Chávez Martínez, campesino de San Felipe Tlalmimilolpan, Estado de México.
Esas nueve semillas han acompañado el transitar de tres generaciones de la familia Chávez Martínez: “Mis padres y mis abuelos fueron campesinos, siempre sembraron y nos heredaron ese gusto por saborear algo distinto, por cuidar nuestras semillas para que no se perdieran”, explica Esiquio. Nos las muestra y añade: “Hay gente que tiene el paladar muy bueno y detecta la diferencia de la tortilla negra con la roja y la blanca. Martha Elena García y Guillermo Bermúdez