El discurso legitimador de la “modernidad” nos ha enseñado a ver a lo “tradicional” como su contrario. De tal suerte que si la modernidad está abierta al cambio, las innovaciones significan progreso y desarrollo a futuro, y lo tradicional carece de estas condiciones, o al menos, así nos han hecho creer. La imagen de “cambiar para seguir siendo los mismos” es la mejor muestra de ello. Acorde con esta idea, la “necedad” y obstinación de quienes viven inmersos en relaciones comunitarias son tan grandes que puede llevarlos incluso a hacer una revolución para continuar con sus costumbres, tal y como sus abuelos lo hicieron, y los abuelos de sus abuelos.