Desde el siglo XIX, pero sobre todo en el XX, el tipo de oferta de bienes que generaba la producción industrial, la organización del tiempo que imponía en las familias el trabajo asalariado y la imperiosa necesidad propia de la acumulación capitalista de expandir constantemente la demanda para colocar su creciente producción y realizar sus ganancias, ocasionaron una profunda remodelación del mercado de consumo final, de los hábitos del consumidor y de su propia sicología y fisiología. Uno los componentes mayores de esta mudanza es la de los alimentos, que sufren una progresiva transformación agroindustrial en la línea de agregarles valor, facilitar tanto su transporte como su conservación y atrapar a los consumidores en un mercado muy competido. El resultado es lo que llamamos comida chatarra o comida basura: productos que por lo general contienen altos niveles de grasas saturadas, sal, condimentos y azúcares, así como conservadores, colorantes y otros aditivos.