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El riesgo de ignorar la minería

La oportunidad de incorporar a nuestra economía un sector minero moderno, profesional y responsable se nos está escabullendo. El comportamiento errático de la clase política, la fricción entre grupos de poder y la permanente convulsión espantan a los principales y más competentes inversionistas globales. Nuestra incapacidad de llegar a consensos nos obliga a renunciar al único rubro que, objetivamente, puede significar crecimiento económico a mediano plazo y a desaprovechar un momento histórico de demanda de minerales en el mercado mundial.

Diversos actores insisten en promover la ficción de un país que, obligado a elegir entre la minería o el ambiente , se inclina por lo segundo. No solo es falso que la explotación minera conlleve inevitablemente una catástrofe ambiental; sino tam- bién que el país esté en capacidad de ignorar total y eternamente sus recursos mineros . Semejante potencial de riqueza siempre pone a andar peligrosos mecanismos. Si el Estado no toma cartas en el asunto, toda esa fortuna continuará filtrándose junto a la minería ilegal —sin transferencia de tecnología ni cuidado ambiental— y fortaleciendo a un tenebroso sector económico constituido por criminales cuyo poder y prácticas se sentirán cada vez más.

La clase política y el Estado tampoco están a salvo. Hace poco más de medio siglo, una situación similar de pugnas, intrigas e indecisión alrededor del petróleo —y un boom mundial de la demanda— propiciaron una dictadura. El Estado ecuatoriano está en un espiral de debilitamiento, mientras la riqueza del subsuelo alimenta y tienta a delincuentes y criminales.

PABLO ESCANDÓN MONTENEGRO pescandon@gmail.com

Acabar clases y tener tiempo para la bicicleta y los deportes, para terminar el día enlodado de tanto jugar fútbol en la cancha del barrio, eso era el ideal de las vacaciones escolares.

En la cancha de arriba de mi casa, se organizaba el campeonato que duraba todo el mes, con más de veinte equipos que llegaban hasta de otros barrios y urbanizaciones para competir, para darnos de puñetes, para divertirnos, para perder y ganar; para tener contacto con los que vivían más allá de nuestra cuadra.

Nunca olvidaré cuando el equipo organizador, que había sido campeón el año anterior, organizó el campeonato y no pasó de la primera fase: los jugadores desclasificados se incorporaron a los otros equipos y no les importaba quién perdía, pues todos eran sus equipos.

Eran los del Napoli, así se habían bautizado los que vivían a cuatro cuadras hacia el sur de la cancha: uno de ellos se había dejado el cabello como el ‘Pelusa’ y lo llamaban así, pero su habilidad no estaba en los pies; jugaba con la boca. Solito se daba tiempo para pelear con las barras, con delanteros y arquero.

Qué grandes eran esas vacaciones, qué eternas eran esas jornadas que empezaban a las nueve de la mañana y terminaban a las cinco de la tarde con encuentros seguidos, pero luego de dos semanas los equipos eran menos y la emoción crecía hasta llegar a la final.

El barrio se paralizaba y hasta el cura acudía a ver el partido. Nos sentíamos como en un gran estadio. Era una gran fiesta que se comentaba hasta la siguiente temporada. El núcleo del barrio era la cancha y nadie hablaba de otra cosa que no fueran los partidos del campeonato, de los goles, de las jugadas, de los ‘cracks’ del momento, de las atajadas sorprendentes, de las vecinas coquetas, de los galanes, de los que no jugaban a nada, pero iban a ser vistos.

Cuando se acababa el campeonato de fútbol, iniciaba el de básquetbol, en la misma calle, a una cuadra, donde quedaba el dispensario médico, junto al retén policial que siempre estaba cerrado, donde estaba la casa comunal, los juegos infantiles con latas oxidadas…

Así vivimos las vacaciones, con aventuras en bicicleta, con flirteos en las canchas, descubriendo la vida más allá de la casa y disputándonos balones. Allí estuvo el entrenamiento para nuestra vida, porque en la cancha teníamos la mejor simulación de lo que es la realidad.

Desde

mucho antes de la pandemia, sobre todo en la década gobernada por el prófugo, tuvimos que aceptar que las empresas publicitarias sometidas a las exigencias de un consumo globalizado y descarnado, no iban a detenerse a que los fabricantes las obliguen a brindarles toda clase de propaganda, ilegal, inmoral o lo que fuere. Los gobiernos igualmente las socaparon y miraron hacia otra parte, estamos seguros que ninguno sancionó a ningún publicista que se salió del margen legal de alguna ley que le obligaba su Constitución, peor de las que regulaban el comercio y venta de productos o Leyes regulatorias de prensa y televisión. Muchos habitantes de los que sí viven pensando lo que toca vivir, siguen alimentando esa amargura que atenta a sus valores educativos, éticos y lógicos, ofendidos por esa publicidad mentirosa, de mal gusto, pero que lamentablemente ayuda al consumo. El sistema que menos castiga es el electoral, eso sí, sus miembros gritan a los cuatro vientos que los que usan la publicidad ilegal serán multados y castigados. En la anterior elección hubo una publicidad que promocionaba a una candidata decorando su foto, designándola como ya elegida y propietaria de su cargo, antes de las votaciones, también hubo otros partidos que se apropiaron de los colores de partidos adversos y registrados hace muchos años en los Registros Electorales. Ahora la muerte cruzada de la anterior Asamblea y el consiguiente llamado a elecciones anticipadas y urgentes, ha promovido que los candidatos desobedezcan la fecha en la que debían iniciar sus campañas, lo han hecho y el correísmo, dirigido por el prófugo sancionado que huyó llevándose miles de millones, ha empezado por otro lavado colectivo del cerebro de sus borregos, tergiversando el apelativo que se ganaron, convenciéndoles que hay que adornar ese apelativo y cobijarse con su lana porque eso es lo que les brindará los votos. A su dama candidata a Presidente, la cubren con una capa del personaje de la tradicional historieta, Supermán, y todos sus partidarios se ponen alegres y contentos, su género importa un carajo. Pero lo peor es que una vez más asaltan las arcas nacionales en donde estaban guardadas los carteles publicitarios que en el Gobierno de su amo, se confeccionaron para publicitar paisajes y la geografía del País, propaganda de obras y monumentos tradicionales de las ciudades ecuatorianas, valores ancestrales, es decir, parte de la geografía que debe ser venerada y no manoseada con propósitos indignos, en un alarde criminal para mancillar nuestra historia, y apropiarse del dinero del ciudadano contribuyente que es el que pagó los costos, para usarlos como propaganda de su partido. Esperemos que la señora Diana Atamaint se dé cuenta del atraco e impida ésta publicidad ofensiva.

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