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Fuego cruzado, la nueva tónica
Los sangrientos hechos de esta semana constituyen una preocupante advertencia de lo que podría esperarle al país si la ‘lucha contra el terrorismo’ se emprende a la ligera. Por un lado, dos policías de tropa murieron acribillados en un ataque artero y atroz; por el otro, en dos episodios diferentes, tres presuntos delincuentes fueron abatidos por agentes de policía en lugares públicos en medio de asaltos. Parece que esta será la tónica, tras el anuncio de la nueva política de seguridad.
El Estado ha dicho que procederá contra el crimen organizado con implacable determinación. Es necesario tener presente, como se vio en noviembre del año pasado, que ello suele desatar una respuesta igualmente severa. El país enfrenta un hampa mejor armada que nunca, confiada en que puede torcer la Justicia a su favor e imbuida ya en una cultura de violencia y muerte que se profundiza y perfecciona con cada día que pasa. Para chocar con ella, las fuerzas del Estado necesitan consistencia en todos los frentes.
En los últimos meses se han visto importantes reformas en el campo legal —tanto a nivel de acciones de protección como en lo penal—, valiosos logros contra el tráfico de armas y avances en la adquisición de equipos, aunque siguen pendientes acciones contra el lavado que financia este mal. Se requiere ahora también una política de comunicación acorde a la tarea. El Estado no puede abrazar una narrativa que celebra el ‘dar de baja’ a presuntos delincuentes —ciudadanos, en fin— y azuze los bajos instintos de revancha y sadismo de la muchedumbre. Aun teniendo éxito, no hay nada que celebrar en lo que estamos viviendo.
Fábricas de ciudadanía
Sabemos que buena parte de la población mundial vive en las ciudades. La relación ha cambiado drásticamente en las últimas décadas; se ha producido una urbanización acelerada y también la conformación de grandes megalópolis, de dimensiones casi inconcebibles, que siguen acumulando población.
La ruralidad ha perdido terreno. La mayor parte de los habitantes del planeta vive en las ciudades, lo que trae consigo aparejadas una serie de situaciones y problemas que se derivan de la gran congestión de personas, de la contaminación ambiental, del hacinamiento de los habitantes y la satisfacción de necesidades.
En medio de lo que describimos existe la percepción de que al urbanizarse las personas van a encontrar más facilidades para satisfacer sus aspiraciones, pero la verdad es que eso no es cierto. Debemos trabajar denodadamente por acercarnos a lo que significan los sueños de quienes nacen, crecen o se trasladan a vivir en las ciudades.
El concepto de ciudadanía también debe comprenderse como el requerimiento de seguir reglas, de participar activamente en los términos de la convivencia, de mantener relaciones positivas con los otros miembros de la comunidad, de crear espacios en los que se pueda compartir, disfrutar, aprender.
En este sentido debemos pensar en la necesidad de buscar las formas de crear nexos de ciudadanía responsable y no encontramos mejores lugares que las escuelas para conseguir estos propósitos, que los espacios en los que los niños y jóvenes aprenden a relacionarse con los demás. Por ello podemos calificar a las escuelas como esas fábricas de ciudadanía, indispensables para estimular la coexistencia pacífica entre los habitantes de las ciudades.
De ahí que la escuela es insustituible. Conforma, junto con el hogar, un binomio inseparable que debe redundar en buenas prácticas, a fin de conseguir su objetivo de relacionar, especialmente a los niños, con sus pares y con los otros seres humanos.
al triunfo, haciendo más accesible el bienestar familiar, laboral y social futuro. La diferencia entre triunfar y fracasar está en nosotros.
Las oportunidades pueden venir con cierta carga de dificultades que requieren conocimiento, experiencia y dedicación, pero ¿cuántas cosas se dejan de hacer por el miedo al fracaso? Si no se aprovechan las oportunidades que se presentan, nunca se podrá alcanzar el éxito. Las personas inician emprendimientos por alguna razón o necesidad, y por falta de conocimiento o experiencia pueden fracasar, pero ¿no se han puesto a pensar en el porqué del fracaso? Y, si así fuese, hay que aprender la lección que luego nos llevará a tener grandes satisfacciones. Al fracaso hay que manejarlo con mucha sabiduría, razonamiento y experiencia. No podemos vivir en la cultura del miedo, tampoco se puede aceptar la derrota y sumergirse en el mundo del inconsciente. Todos quienes tenemos triunfos en la vida, en algún momento hemos pasado por alguna frustración.
Muchas veces la vida nos da lecciones con tropiezos y decepciones para luego conducirnos al éxito. La dependencia, la sumisión o el miedo que vemos con frecuencia, nos permiten observar que la gente busca liberar su ‘yo’ de quien les oprime. Se puede fallar una y otra vez, pero quien no lo vuelve a intentar, no alcanzará el éxito.
Quien alguna vez ha fracasado en su vida tiene dos opciones: dejar que el fantasma del desengaño entre en su existencia o buscar una oportunidad para intentarlo de nuevo, tomar impulso, fortalecerse, reconocer los errores y hacer los cambios necesarios para alcanzar el éxito. Quien persiste en el miedo y no se arriesga, siempre será un perdedor. Puede parecer paradójico, pero, así como se tiene miedo a fracasar, también se tiene miedo a triunfar: aquella sensación de vértigo incómodo que muchas personas no enfrentan por ser pesimistas. Somos responsables de nuestra propia felicidad y tenemos que ser triunfadores.