1 minute read

La primera cana

Undía eres joven y después uno de tus cabellos brilla. Con su luz propia te anuncia que es el primero de otros que vendrán a hacerle compañía. Quizás eso suceda con el paso de los días. O si tienes suerte, con el paso de los meses u años. Mientras te examinas ese único pelo cano, mientras intentas esconderlo entre los demás, te pasas los dedos por el rostro. Intentas percibir si tu piel está más grasa, ¿o acaso más reseca? No recuerdas con claridad cuál fue el último consejo de aquella chica en Instagram. Lo que sí recuerdas es que ella no tenía canas, ni arrugas. Su cutis mate no mostraba ninguna imperfección.

Quisieras ser como esa chica. Te detienes fijamente en tu reflejo en el espejo. Sí, eres tú. La de ahora. La que tiene más líneas de expresión que hace unos cuantos años. La que ahora tiene un par de dientes torcidos. La que prefirió financiarse una maestría antes que endeudarse en la ortodoncia. La que hace listas mentales y promete que el mes que viene invertirá en un tratamiento cosmetológico. La misma que, al finalizar el mes, se mira nuevamente al espejo y sabe que no ha cumplido. Pero sonríe por el sushi que comió con su hija, por el libro que está leyendo, por el café que se tomó con su esposo.

Cada noche acepta que los años no pasan en vano. Que su piel no será más como un pergamino en blanco, que su pelo no solo encanecerá, sino que seguirá cayendo. Está consciente de que es una mujer de mediana edad. Una mujer real, sin filtros, sin maquillaje, con algunas arrugas; muchas de ellas auspiciadas por demasiadas sonrisas, por calurosos baños de sol, por largas horas de desvelo bailando, por extensos períodos de lectura…

La primera cana es inquietante, angustiosa. Aunque también es sabia y simbólica. Porque sabes que el cuerpo cambia. Porque comprendes que la apariencia es relativa. Porque mientras los sueños sigan vivos y ávidos de cumplirse, no habrá cabeza blanca que lo impida.

This article is from: