La Hora Quito 01 enero 2014

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CiudAd A2 tiempo lectura 15 min.

miércoles 01 dE ENErO dE 2014 la Hora quiTO, ECuAdOr

I

AUDIENCIA. Felipe Adolf mantuvo en noviembre una charla con el Papa.

UN momeNto lleNo de soNrisas coN FraNcisco Felipe Adolf, presidente del Consejo Latinoamericano de las Iglesias, se entrevistó recientemente con el Papa.

S

i existiera un ranking con las personas más solicitadas en el mundo posiblemente el papa Francisco estaría en primer lugar. La prestigiosa revista Time y el diario francés Le Monde lo eligieron como la Persona del Año, pero el argentino Felipe Adolf, quien nació en 1945 en Argentina es una de las pocas personas que han podido charlar con su Santidad en la privacidad de su alcoba.

¿Cómo se gestó ese encuentro?

Como miembro del Ejecutivo Religiones por la Paz, una organización que lucha por el diálogo entre los diferentes credos, me dirigía a Viena para una Asamblea General. Realizamos una solicitud para tener una audiencia con el Papa y nos la concedieron. Fue el 19 de noviembre. ¿Dónde ocurrió?

En Santa Marta, en el Vaticano. su actual residencia. Él renunció a vivir en los departamentos

del Vaticano, como hicieron sus predecesores. Santa Marta es el lugar donde se alojan los cardenales y obispos durante los cónclaves. Nada que ver con la opulencia de la residencia tradicicional. ¿Cómo fue esa cita?

Todo ocurrió de una manera natural y sencilla. Yo ya había estado anteriormente en el Vaticano y esta vez fue muy diferente. Entramos con nuestras bolsas y documentos. Nadie nos cacheó. Llegamos a una sala y apareció el papa Francisco. Iba vestido con una sencilla túnica y unos zapatos negros muy caminados. Seguramente los que llevaba antes de ser pontífice. Lo primero que hizo fue disculparse, ya que adelantó una hora la cita. Le dijimos que no se preocupara, que una persona como él tenía una agenda muy apretada y respondió: “No, para nada, es que tengo cita con el dentista”. El Papa no tenía por qué decirlo, pero lo hizo. Desde el primer momento fue un encuentro marcado por el humor.

El Papa ríe mucho, con la boca abierta. Hace bromas, nada que ver con sus antecesores. Te mira a los ojos, te escucha porque se preocupa por las personas. ¿De qué hablaron?

Nosotros le expusimos la naturaleza de nuestra organización: la posibilidad y necesidad del diálogo entre distintas religiones. El Papa, la cabeza de una de las religiones con más fieles del mundo, en torno a 1.200 millones de personas nos respondió: En las religiones no podemos hablar de conceptos de mayoría o minoría, sólo de fraternidad. También criticó el dinero, nos recordó que ésa es la gran idolatría de nuestro tiempo (...) Otra de las cuestiones que abordamos fue la del proselitismo religioso. Francisco explicó que esto se debe a que los líderes no han aprendido a hablar con ternura y atracción a la gente. Todo su discurso estaba intercalado con bromas y sonrisas. Nos dijo en un momento de la charla: “Del terrorismo uno se puede defender, pero con el protocolo sólo se sufre”. Y todos comenzamos a reír. Esa es otra de las características del encuentro, la falta de protocolo. En la sala había butacas y sillas, todas iguales. Un secretario le preguntó al Papa: “¿Dónde se va a sentar su santidad?” y él respondió: “En una silla”.

DIÁLOGO. La sencillez y la proximidad fue la tónica del encuentro.

Cada uno de sus gestos demuestra la transformación que está realizando en el seno de la Iglesia. Creo y estoy convencido de que es una persona que actúa como vive, en sencillez, y que de esta manera toca el corazón de la gente. Creo que nadie se imaginaba que el cambio fuera a ser tan radical. ¿Alguna anécdota fuera de protocolo?

Éramos cuatro personas argentinas y, claro, le preguntamos por su equipo, el San Lorenzo de Almagro, que jugó el día anterior. Le dijimos: “Santidad, ¿sabe cómo quedó el partido?”

De nuevo nos sorprendió con su franca respuesta. “Sí”, nos dijo, “recién un guarda suizo me dio el resultado”. Cuando terminó la audiencia nos acompañó personalmente a la salida y se despidió de cada uno de nosotros. Nos dijo: “Yo siempre acompaño a mis invitados hasta la puerta, para saber que de verdad se fueron y para comprobar que no robaron nada”. De nuevo todos reímos amigablemente. Antes de irnos le pregunté cómo llevaba las visitas al dentista. Me respondió con una mueca: “Fatal, es un verdadero suplicio”. (MAP)


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