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del país
Noes nada reconfortante conocer que el riesgo de nuestro país ha subido a más de 1.850 puntos, habiéndose señalado que sobrepasó el récord a que llegó en las manifestaciones del año anterior, encabezadas por organizaciones sociales, especialmente indígenas.
Variosfactoresincidenpara esta situación que ciertamente preocupa, por sus consecuencias negativas. Actualmente, la imagen nacional no garantiza a los inversionistas internacionales un ambiente confiable para traer sus capitales a nuestro medio, más bien los ahuyenta: inestabilidad política, confrontación entre quienes dirigen los diversos poderes, escándalos de corrupción que son denunciados con insistente periodicidad y que involucran a no pocos personajes que ocuparon altas funciones — inclusive de control de los fondos públicos—, falta de confianza en la administración de justicia, operación de mafias internacionales relacionadas con el narcotráfico al que irresponsablemente se ha dejado avanzar hasta convertir a Ecuador en gigantesca bodega de almacenamiento de drogas ilícitas; inseguridad latente que se manifiesta en todas las ciudades, singularmente en las de la Costa, donde los sicarios hacen presencia cotidiana; aberrante falta de empleo que ha disparado una nueva ola de emigración de ecuatorianos; pobreza que se acrecienta en un país de altos costos de vida; insatisfacción generalizada que puede desembocar en violencia imparable. Es hora de frenar esta escalada de infortunios, comenzando por la toma de conciencia —singularmente de los líderes— de lo que puede ocurrir a Ecuador de continuar semejante declive. Faltan auténticos y concertados ideales nacionales enmarcados en la libertad y la democracia, actualmente en peligro. La imagen del país debe cambiar no con propaganda sin sustento sino con hechos reales, genuinamente constructivos, que respondan a objetivos sin claudicación.
sión. El razonamiento previo se lo pasa por alto. Es una versión libre, distorsionada, que no contempla evidencias. Desde luego se puede argumentar que así es la política, que el informe no es vinculante y que el Pleno decide y finalmente se tiene que someter a la Corte Constitucional.
Pero la gravedad de la acusación es única: traición a la patria que supone un atentado grave contra la seguridad -interior o exterior- del Estado (Art. 129 de la Constitución de la
República del Ecuador). Es, por tanto, un delito contra el honor, la seguridad o independencia del Estado, que conduciría, de probarse, a la destitución y censura del presidente Lasso. La palabra ‘traición’ (en el caso a la Patria) es terrible, con connotaciones éticas, políticas, jurídicas, que comprometen la honra ajena, de la Patria y de sus Instituciones. El efecto real es destructivo para el país, se juega con algo sagrado: la soberanía, la integridad moral del acusado. Solo mentar traición a la Patria es algo pernicioso. Es cierta participación en contra del propio país, como intentar un golpe de Estado, realizar operaciones de espionaje o sabotaje o sumamente dañinas al servicio de una potencia extranjera, lo más conocido. Jurídicamente supone una calificación cierta de que se han cometido tales hechos tipificados. En algunos países hasta hay pena de muerte, en otros prisión perpetua. Sus consecuencias son terribles. El informe no es de pensadores serios. Como dice Ortega y Gasset: “El pensador nunca piensa en pro o en contra; el pensamiento no es partidario”. Es mucho exigir a los autores del borrador (que además se ignora quienes son, pues apareció de la nada y en forma inmediata) solidez jurídica, patriotismo y ética. Que el presidente sea altamente impopular no es un argumento para falacias destructivas. La ética no es una rama de la estadística. Por ende no deja de ser atroz tal imputación, a no ser que tal enjuiciamiento se lo ventile irresponsablemente.