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homenaje
hIStORIA. Monseñor Luna Tobar junto al papa Juan Pablo II.
Ecuador, domingo 12 de octubre de 2014
ADmIRACIÓn. Los jóvenes le siguieron por su ejemplo, su sabiduría y su poder de convencimiento.
Carta a Alberto Luna Tobar pOR: mARCO AntOnIO RODRíGuEz*
Corrían los finales de los años cincuenta cuando te conocí, Alberto. Sabio y bueno como eres, la feligresía de Santa Teresita se galvanizaba con tu palabra iluminada a favor de los desposeídos. Pequeño, sosegado y vivaz, inmune a las veleidades terrenales, lúcido y creador, cincelado en el metal más noble y obstinado, así te recuerdo. Culminaba el experimentalismo y el abstraccionismo en la pintura, las postrimerías de la representación en la narrativa, las películas de los maestros de la edad de oro del cine, la corriente modernista en poesía y la guerra fría empezaba su frenética aventura. Todo esto sabías y, en nuestras tertulias, deslizabas reflexiones hondas sobre cada uno de esos temas. Pero yo no sabía nada de esto, quizás porque apenas estaba viviendo mis años de adolescencia o por el miedo de ser y estar aquí en la Tierra. En Ecuador se alzaba omnipotente la figura magra y austera de un caudillo ilustrado que recordaba la de nuestro Padre Señor Don Quijote, pero que era la encarnación del vacío. Y el poder aborrece el vacío. Descarnado, autoritario, violento, iba de pueblo en pueblo sobre escuálidos asnos, ofreciendo la felicidad que no existe y las inmensas muchedumbres le creían. Ha pasado mucha agua desde entonces, solo que ahora, el tecnócrata soberbio que nos gobierna devino en diosecillo omnipresente, usa telempromter y esa arma devastadora del
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no me siento como falso padre de nadie sino como un hermano entre familia y eso en realidad les ha motivado a seguirme con más confianza”. mOnSEñOR lunA tObAR
marketing que obnubila a legiones de ingenuos. Los seres humanos, Alberto, somos irreductibles perseguidores de sueños: libertad, igualdad, confraternidad o paraíso terrenal y un mundo de seres humanos nuevos. Y estos sueños están en el fin del mundo, como los puertos y el horizonte. Nuestro parvo lugar de origen: de vez en cuando un alboroto, un cuartelazo, grupúsculos bulliciosos execrando al gobernante de turno y otra vez todo lo mismo. Años más tarde, me confiné y refundí en un movimiento de izquierda y perdí tus pasos. No pasó mucho tiempo —el tiempo, Alberto, “el de los pies ligeros”—, y el muro de Berlín y la Unión Soviética —los dos colosales absurdos del siglo XX— se convirtieron en cenizas, mientras la explotación siguió como la única, inextinguible relación humana. Mis compañeros de militancia remetieron como avestruces sus cabezas solo Dios sabe en qué arenales, mientras, rezumando dolor, constataba cómo los revolucionarios de embajadas y salones seguían ejer-
ciendo el turismo y beneficiándose de becas, homenajes y medallones. De historia y utopías
¿Qué es la historia, Alberto? ¿Ensayos episódicos, creación perpetua, una presunción, un tiovivo para peleles, la crónica estampida contra lo imprevisible? Abomino el derrotismo, es más, creo que la derrota no existe, me provocan repulsión los satisfechos porque de ellos es el reino del poder en toda la caterva de sus siniestros rostros, más aún quienes niegan el diario combate por un portillo de luz para los excluidos de la vida que pueblan el mundo, en especial, en aquellos países eufemísticamente llamados “tercermundistas”, pero Alberto, ¿existe un período donde se haya vivido en paz, justicia, igualdad y libertad, exento de las trágicas aberraciones que estigmatizas a la especie humana: fundamentalismos, racismos, elitismos, xenofobias, dogmatismos…? En todo caso, para eso están las utopías, nadie sabe qué son, pero sí para qué sirven, para caminar, para eso sirven las utopías, y quién mejor que tú para simbolizar las más cimeras y nobles. Pero, ¿qué más nos corresponde hacer, Alberto, a los impenitentes soñadores que creemos que sí, que llegará un día en que la humanidad merezca su nombre? En cuanto a nuestra patria grande, Alberto —la tuya está aquí en la Tierra como en el Cielo, la mía apenas cir-
perfil
LUIS ALBErTo LUNA ToBAr Nació en Quito el 15 de diciembre de 1923. En 1936 cursó el primer año de secundaria en el Colegio San Gabriel de los padres jesuitas. En 1938 fue enviado a realizar sus estudios religiosos a España, durante la Guerra Civil de esa nación. Se licenció en Filosofía y Teología en Burgos y oviedo, España. El 25 de julio de 1946, a los 22 años y medio, fue ordenado sacerdote en la Cartuja de Miraflores de Burgos. Autor de ‘Estética del Ëxtasis’ y ‘Las siete palabras de Cristo en la Cruz’. Impartió clases en la Universidad Católica del Ecuador, a la que perteneció como catedrático hasta abril de 1968. En 1972 ingresó en la Academia Ecuatoriana de la Lengua, llegando a ocupar la silla de Miembro de Número en 1988. En 1977 fue designado obispo auxiliar del cardenal Pablo Muñoz Vega, arzobispo de Quito. Arzobispo de Cuenca desde 1981 y durante 19 años. En los diarios de Quito escribió por años y con distintos pseudónimos sobre temas religiosos, sociopolíticos y hasta taurinos.
cunscrita a la primera—, duele expresarlo, pero todos quienes tenemos uso de razón vemos cada vez más lejano el tiempo en el cual América, la nuestra, se apriete en una sola mano, como el