Edición impresa Cotopaxi del 28 de abril de 2013

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ALMA

Sonrisas y lágrimas

Lo más difícil pero esencial es amar la vida, amarla aún cuando uno sufra, por que la vida lo es todo. La vida es lo mejor que tenemos y amar la vida significa amar todo. El amor en todas sus variantes, es el sentimiento más hermoso que posee la humanidad.

Tenía un rostro agradable con una hermosa sonrisa. La sonrisa no se borra aunque pase mucho tiempo de pie. Casi no la había visto. Era una señora anciana con el auto varado en el camino. El día estaba frió, lluvioso y gris. Juan se pudo dar cuenta que la anciana necesitaba ayuda. Estacionó su vetusto automóvil delante del Mercedes de la anciana, aún estaba tosiendo cuando se le acercó. Aunque con una sonrisa nerviosa en el rostro, se dio cuenta que la anciana estaba preocupada. Nadie se había detenido desde hacía más de una hora, cuando se detuvo en aquella transitada carretera. Realmente, para la anciana, ese hombre que se aproximaba no tenía muy buen aspecto, podría tratarse de un delincuente. Más no había nada por hacer, estaba a su merced. Se veía pobre y hambriento. Juan pudo percibir como se sentía. Su rostro reflejaba cierto temor. Así que se adelantó a tomar la iniciativa en el diálogo: - “Aquí vengo para ayudarla señora, entre a su vehículo que estará protegida del clima. Mi nombre es Juan “-. Gracias a Dios solo se trataba de un neumático bajo, pero para la anciana se trataba de una situación difícil. Juan se metió bajo el carro buscando un lugar donde poner el “gato” y en la maniobra se las-

timó varias veces los nudillos. Estaba apretando las últimas tuercas, cuando la señora bajó la ventana y comenzó a platicar con él. Le preguntó cuanto le debía, pues cualquier suma sería correcta dadas las circunstancias, pues pensaba las cosas terribles que le hubiese pasado de no haber contado con la gentileza de Juan. Él no había pensado en dinero. Esto no se trataba de ningún trabajo para él. Ayudar a alguien en necesidad era la mejor forma de pagar por las veces que a él, a su vez, lo habían ayudado cuando se encontraba en situaciones similares. Juan estaba acostumbrado a vivir así. Le dijo a la anciana que si quería pagarle, la mejor forma de hacerlo sería que la próxima vez que viera a alguien en necesidad, y estuviera a su alcance el poder asistirla, lo hiciera de manera desinteresada, y que entonces... - “tan solo piense en mí”-, agregó despidiéndose. Juan esperó hasta que al auto se fuera. Había sido un día frío, gris y depresivo, pero se sintió bien en terminarlo de esa forma, estas eran las cosas que más satisfacción le traían. Unos kilómetros mas adelante la señora divisó una pequeña cafetería. Pensó que sería muy bueno quitarse el frío con una taza de

café caliente antes de continuar el último tramo de su viaje. Se trataba de un pequeño lugar un poco desvencijado. Por fuera había dos bombas viejas de gasolina que no se habían usado por años. Al entrar se fijó en la escena del interior. La caja registradora se parecía a aquellas de cuerda que había usado en su juventud. Una cortés camarera se le acercó y le extendió una toalla de papel para que se secara el cabello, mojado por la lluvia. Tenía un rostro agradable con una hermosa sonrisa. Aquel tipo de sonrisa que no se borra aunque estuviera muchas horas de pie. La anciana notó que la camarera estaría de ocho meses de dulce espera, y sin embargo esto no le hacía cambiar su simpática actitud. Entonces se acordó de Juan... luego de terminar su café caliente y su comida, le alcanzó a la camarera el precio de la cuenta con un billete de cien dólares; cuando la muchacha regresó con el cambio constató que la señora se había ido. Pretendió alcanzarla, al correr hacia la puerta vio en la mesa algo escrito en una servilleta de papel al lado de 4 billetes de $100. Los ojos se le llenaron de lágrimas cuando leyó la nota: - “No me debes nada, yo estuve una vez donde tú estás. Alguien me ayudó como hoy te estoy ayudando a ti. Si quieres pagarme, esto es lo que puedes hacer: no dejes de asistir y ser bendición a otros como hoy lo hago contigo.

A mi madre todos le llamaban la “loca” A mi Madre le decían loca, pero no era loca, era profesora. Hablaba diferente. Decía: “Los ojos sirven para escuchar. Yo tenía diez años de edad. Un niño no comprende el lenguaje vertical y pensaba que quizá mi madre era loca. Cierta vez me armé de valor y le pregunté: ¿Con qué miramos? Mi madre me respondió: “Con el corazón”. Cuando mi madre se levantaba de buen humor cantaba: “Hoy me he puesto mi vestido de veinteaños”. Yo sabía que no tenía veinte años y la miraba, nada más. ¿Qué puede hacer un niño, sino escuchar? Si mi madre estaba triste decía estar vestida de niebla. “Hoy tengo ochenta años” (dijo,) cuando desaprobé un curso. Al fin pude terminar la educación primaria. El día de la clausura llegó tarde. Se disculpó diciendo:”Hijito,

me demoré porque estuve buscando mi vestido de Primera Comunión, ¿No ves mi vestido de Primera Comunión?. Miré a mi madre y no estaba vestida de Primera Comunión. Después tuvo ese accidente fatal. Me llamó a su lado, cogió fuerte mis manos y dijo: “No tengas pena, la muerte no es para siempre”. Pensé: mi Madre no se da cuenta de lo que habla. Si uno muere es para siempre. Era niño y no entendía sus palabras. Ahora tengo cincuenta añosy recién comprendo sus enseñanzas. Sí, Madre. Podemos tener 20 años y al día siguiente ochenta. Todo depende de nuestro estado de ánimo. Los ojos sirven para escuchar porque debemos mirar con atención a quien nos habla. Para conocer la realidad esencial de una persona tenemos que mirarla con el corazón. La muer-

te no es para siempre, sólo muere lo que se olvida y a mi madre la recuerdo porque la quiero. Ahora ...en sueños platicamos... nos reímos de su método de enseñanza. Aprendí a mirar con el corazón. Una noche me dijo: “He notado que te molestas si tus amigos te dicen loco y eso no está bien. Es natural que el hijo de una loca sea loco”. Entonces -por primera vez- repliqué a mi madre y le dije: Madre, te equivocas, no siempre el hijo de una loca tiene que ser loco; a veces es poeta. Por eso puedo decir con orgullo: A mi madre le decían loca, pero no era loca, era profesora. Me enseñó a descubrir la vida después de la muerte. Autor:Max Dextre poeta, periodista cultural y conferencista peruano.

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F/29277

La camarera

DOMINGO 28 DE ABRIL DE 2013 La Hora COTOPAXI


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