Ambato12noviembre2014

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Independencia

B12 ESPECIAL

El espíritu de la tierra MIÉRCOLES 12 DE NOVIEMBRE DE 2014 / La Hora TUNGURAHUA

La Heredad es propiedad del futuro y sus utopías, propiedad de la eternidad. Libro Los Censos Finitos Mario Cobo

La Heredad para el ambateño es mucho más que una acepción lingüística, mucho más que una porción de tierra donde se ayuntan viento limpio y aprisco distribuidos holísticamente entre pastores, rebaños, casas grandes y casuchas ínfimas, trojes altos y eras redondas custodiadas por pájaros incendiados. La Heredad es una sustancia muy honda, de muy adentro, a través de cuya piel se pasa a los otros lados inéditos de la existencia. En su intemporalidad espiritual caben todos los laberinticos destinos fugitivos, todas las fugas y retornos de la belleza mudadiza. La Heredad prevalecerá después de todas las gentes, por encima de todas las veleidades y mezquindades, por sobre los vestigios del apócrifo y el bestiario de los infamadores; prevalecerá sobre la debilidad de todas las generaciones, y aún de todas las civilizaciones. Por ello, la Heredad es propiedad del futuro y sus utopías, propiedad de la eternidad. No existe ninguna huida definitiva en la Heredad. Todo se queda puntualmente en las primaveraturas de las temporalidades estacionales: todo está inscrito en la verdad y la nobleza de lo andado y regresado. Son inmutables los silbos, las fuentes, los follajes, las lluvias. Es inmutable la cordura de las fuentes, los follajes, las lluvias. Es inmutable la cordura de la semilla y el lenguaje de los

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HEREDADES. Las Heredades en la Ambateñia están unidas por una historia sagrada.

ecos que se comunican con anteayeres y devenires; no se pueden cambiar ni alterar un ápice los colores que seducen, los contrapoderes de la espora, los furtivos andurismos del sol ocupado en no ocuparse. Las Heredades en la Ambateñia están unidas por una historia sagrada de olores y sabores, y también la historia de sus gentes: las que habitaron y aquellas que estuvieron ligadas a su magnetismo, a sus interclimas y supervivencias, jamás medibles en las innúmeras mendicaciones de lo perecedero

ni en las misteriosidades cataclismales de deidades destructoras. Las Heredades son nuestro patrimonio inestimable y profético siempre en conexión inescrutable con el pensamiento y el cultivo de la tierra, con la vida de la tierra llena de carismas que impele a sus gentes a construir limpiando las ausencias y retando a la muerte, liberando los atascos y apagones de la memoria. Y es que la tierra posee una energía que entra y sale desde los todopoderes de la naturaleza, y se transparenta en una cosmología

que cubre lo mítico y lo real al mismo tiempo. Una fuerza magnética que se expande y percibe, una belleza que se entiende e ilumina en auras de una santidad gigante, y cuyas facultades y potencias se elevan a los firmamentos del éxtasis. Y es que la tierra tiene alma. Por ello, nuestras Heredades son inmortales. Y nosotros contenidos en una ráfaga de su tiempo, somos herederos de su grandeza. Por ello, cuando nos adentramos en su médula profunda, recién comenzamos a entender el valor de su perennidad. Nosotros, dis-

cípulos de la extinción, nos cobijamos en las remanencias de esa paz que se extiende en las atardecidas donde las aves sueñan con filas de duendes ataviados de ángelos trovadores. La paz del alma, purificada en el alma de la tierra, nos acompaña en los altavoces de los pianos, se mete en todas las cosas que sentimos y presentimos. Es la paz que, gratuitamente, se tensa entre claveles y geranios y se deja colgar dulcemente por las cornisas que desmayan las enredaderas de las eternidades.


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