Gabriela Salazar, el arte contra la violencia de género Gabriela Salazar, o ‘Gabujo’, como la conocen sus amigos y alumnas, entra cada mañana en un aula para enseñar lo que ama: el arte. Vive con la idea de que la educación puede cambiar mentes y sociedades, y con la enseñanza del arte busca lograr un estado más equitativo para las mujeres. Es licenciada en Restauración y Museología, y está por culminar su licenciatura en Ciencias de la Educación. Hace cuatro años empezó en la docencia. A Gabriela le impactaron las cifras de violencia contra la mujer que se muestran en las noticias. Por eso, empezó el programa ‘Venus como una chica’, que consiste en usar el arte como mecanismo
ANIVERSARIO
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ORGULLO. Gabriela muestra en La Hora parte del trabajo que realizan. VIERNES 23 DE AGOSTO DE 2019 La Hora, ECUADOR
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de defensa y un medio para expresar emociones. ‘Gabujo’ cuenta que este proceso no fue fácil, ya ANIque las jóvenes sentían que no eran capaces, veían al arte como un pasatiempo y muchas VERtemían SARIO equivocarse. Sin embargo, con cada trazo, notó el cambio. Ahora, esta maestra latacungueña muestra las obras hechas por sus estudiantes, quienes a través del óleo, la acuarela y los lápices plasman sus emociones, su talento y su voz de protesta. A pesar de la frase de John Gray, “los hombres son de Marte y las mujeres son de Venus”, Gabriela considera que una sociedad moderna debe ser equitativa y sin estereotipos: “Creo que podemos vivir en Marte, en Venus y hacer de la Tierra un lugar más justo”.
Pablo Iturralde, las manos que construyen sueños fronterizos
Pablo Iturralde es un hombre de mirada profunda, paso firme y manos que edifican utopías. Nació en Quito, en 1965, pero llegó a Ibarra en los años 90. Y desde que inició con su Fundación Tierra para todos, trabaja con las comunidades y nacionalidades que se asientan en la zona norte del país. Uno de los recuerdos que mantiene intactos es la caminata que efectuó con las comunidades awá hacia Quito. Tras ocho días de recorrido, llegaron a la capital y obtuvieron su reconocimiento. El Estado ecuatoriano entregó 112.000 hectáreas para que pudiera vivir ahí la nacionalidad awá. “Los pueblos fronterizos, donde están las comunidades awá y afroecuatorianas, son todavía invisibles. El Estado no tiene una presencia directa. Lo que los mantiene en vulnerabilidad y marginalidad.
A más de cargar con el estigma de ser considerados pueblos de contrabando, espacios del narcotráfico y de colaboración con la guerrilla”, comenta. Son poblaciones que carecen de los servicios más esenciales, como salud, infraestructura o agua potable. Además, sus fuentes de trabajo son nulas y no pueden comercializar sus productos agropecuarios por falta de vías de comunicación. Pueblos que se han visto obligados a enfrentar solos a grandes empresas madereras, mineras, de palmicultoras y grupos armados ilegales. “Son las comunidades con menos atención y mayor vulnerabilidad en el contexto nacional. Y, como fundación, tratamos de resolver problemas básicos en infraestructura, vialidad, educación, salud, que ayuden para su integración y desarrollo”, dice.
COMPROMISO. La labor realizada se extiende por las zonas más alejadas del país.
P.AB/23500