Kontaketa tailerra - Taller de relato 2017/2018

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La sirena les decía que tenían que levantarse y arreglar su celda. Que iban a pasar revista. Que saldrían al patio. Que fuesen a la sala de visitas. Que era hora de comer. Que había que volver a las habitaciones. Que silencio absoluto. El primer toque de visita fue expectante. Lo esperaba y no llegaba. Sin embargo cuando entró en la sala allí estaba de pie, esperándola. Se estrecharon las manos. Se sentaron sin más y sin más, él fue dándole unos libros para que se entretuviese. Lecturas fáciles. — ¿Qué te gusta? –le preguntó. — No sé, creo que todo. Cualquier cosa. — Esto está bien de momento. Cuando vos me digas, te traigo otra cosita. –Hablaba con naturalidad. Sonriéndole con encanto. Tenía las dos manos puestas sobre los libros que eran de Julio Cortázar. Lucía no sabía que más decirle. Se había propuesto ser fuerte. Nada le afectaría. Un año en una vida es un suspiro y ella se lo iba a tomar como una experiencia. Dura, durísima, pero experiencia. Y aquí tenía a un chico que estaba haciendo lo posible por hablarle, contarle, buscaba sus ojos para afirmar, para aprobar. Pero ella intentaba huir de ellos porque no quería ni afirmar ni dar por sentado nada. No estaba dispuesta a eso. — ... Como explicarlo. Me desplazo con el auto pero ¿Cómo voy a recoger en el camino a una persona que no conozco?... ¿En qué pensás? –Era una pregunta espontánea que pilló de sorpresa a Lucía. — En nada... –quiso sonreír pero no pudo. — Siempre se piensa en algo aunque no lo sepamos siquiera. ¿Qué música te gusta? –Augusto José lo intentaba una y otra vez. Con dulzura, paciencia. Aun antes de escuchar la sirena las personas de visita iban abandonando la sala. Augusto José cuando oyó la sirena la miró. — Tengo que marcharme –Lucía asintió con la cabeza– en la tarde volveré. ¿Algo especial? — No. Gracias –le costaba dar las gracias. ¡Gracias! ¿Por qué?, pensaba. Augusto José se levantó y fue hacia la puerta, allí se giró para mirarla y decirle su particular adiós. La comida no le sentó bien a Lucía, así que por la tarde, estuvo aún menos comunicativa, si cabe. Recluida en su celda tendida en la cama, sentada leyendo los libros que le pasaban, las horas seguían siendo eternas y Lucía empezó a tener algo muy claro. Que según se despertaba su única esperanza, su única ilusión era la hora de visita de Augusto José. No, la hora de visita no. La hora de verle. La visita... él no era una visita. Él era todo. La esperanza. La luz, la vida, la libertad. El hilo conductor de sus días y sus noches. Durante días y días le había dado conversación que ella cada vez atendía más. Un chico culto, podía hablar de todo. Cuando se dio cuenta que a ella le interesaba la música, se desvivió para que tuviese una radio pequeña, 54


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