Entrevista con el Vampiro

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»—Jamás te he esquivado —dije, tratando de ocultar la excitación que me produjeron sus palabras—. Tú comprendes que debo proteger a Claudia; que ella sólo me tiene a mí. O al menos sólo me tenía a mí hasta... »—Hasta que Madeleine fue a vivir con vosotros... »—Sí... —dije. »—Pero ahora Claudia te ha dejado en libertad y, sin embargo, tú te quedas con ella y te atas a ella como su querido. »—No, no es mi querida; tú no comprendes —dije—. Más bien es mi niña y no sé cómo puede dejarme en libertad... —Eran ideas que se me habían ocurrido con gran frecuencia—. No sé si la hija tiene el poder de liberar al padre. No sé si no estaré atado a ella todo el tiempo que... »Me detuve. Iba a decir "que viva''. Pero me di cuenta de que se trataba de un vacío lugar común de los mortales. Ella viviría para siempre del mismo modo que yo. Pero, ¿no les sucedía eso a los padres mortales? Sus hijas vivían para siempre porque los padres morían antes. De repente me encontré perdido, pero consciente todo el tiempo de cómo me escuchaba Armand; que me escuchaba de una manera en que nosotros soñamos que los demás escuchan, y su rostro parecía reflejar todo lo que yo decía. No se abalanzaba para aprovechar mi pausa más breve, para señalar la comprensión de algo antes de que se hubiera terminado de expresar el pensamiento, o para discutir, con un impulso rápido e irresistible; todas esas cosas que a menudo imposibilitan el diálogo.

»Y al cabo de un largo intervalo, dijo: »—Te quiero. Te quiero más que a nada en el mundo. »Por un instante, no creí lo que había oído. Me pareció increíble. Me quedé desesperadamente desarmado. La visión muda de que viviéramos juntos se extendió hasta anular cualquier otra consideración en mi mente. »—Dije que te quería. Te quiero más que a nada en el mundo —repitió con un sutil cambio de expresión. Y entonces tomó asiento, esperando, aguardando. Su cara estaba tan tranquila como siempre, la frente blanca y pulida bajo el mechón de pelo negro, sin una traza de cuidado, y sus ojos reflejándose en los míos, los labios inmóviles—. Tú quieres esto de mí y, sin embargo, no vienes a mí —dijo—. Hay cosas que quieres saber y no preguntas. Ves a Claudia alejándose de ti y, no obstante, pareces incapaz de evitarlo. Y, entonces, quieres darte prisa, pero no haces nada. »—No conozco mis propios sentimientos. Quizá son más claros para ti que para mí... »—¡Ni siquiera has empezado a conocer todo el misterio que eres! —dijo él. »—Pero al menos tú te conoces perfectamente. Yo no puedo decir eso de mí —dije—. La quiero pero no estoy próximo a ella. Quiero decir que cuando estoy contigo, como ahora, me doy cuenta de que no sé nada de ella, nada de nadie. »—Ella es una época para ti, una época de tu vida. En caso de que rompas con ella, romperás con la única persona viva que ha compartido el tiempo contigo. Tú le temes a eso; temes al aislamiento, la carga, la inmensidad de la vida eterna. »—Sí, eso es verdad, pero sólo en parte. Esa época no significa mucho para mí. Ella la cargó de significado. Otros vampiros deben experimentar lo mismo y sobreviven ese paso de cien épocas. »—Ellos no lo sobreviven —dijo él—. El mundo estaría lleno de vampiros si así fuera. ¿Cómo piensas que he llegado a ser el más viejo de aquí o de cualquier otra parte? »Yo lo había pensado y, por tanto, me aventuré a decir: »—¿Mueren por la violencia? »—No, casi nunca. No es necesario. ¿Cuántos vampiros crees que tienen el valor suficiente para la inmortalidad? Para empezar, tienen a l s nociones más vagas acerca de la inmortalidad. Porque, al convertirse en inmortales, quieren que todas las formas de su vida sean fijas e incorruptibles: los carruajes hechos en el mismo estilo; vestimentas con el corte mejor; hombres ataviados y hablando del modo que siempre han comprendido y valorado; cuando en realidad, todas las cosas cambian menos el vampiro; todo salvo el vampiro está sujeto a una corrupción y a una distorsión constantes. Muy pronto, con esa mente inflexible, y a veces incluso con la mente más flexible, esta inmortalidad se transforma en una condena penitenciaria, en un manicomio de figuras y formas que son desesperadamente ininteligibles y sin valor. Un atardecer, un vampiro se levanta y se da cuenta de lo que ha temido quizá durante décadas: que simplemente no quiere vivir más. Que cualquier estilo o moda o forma de existencia que le hiciera atractiva la inmortalidad ha


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