Soledades de interior

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Lo que hay que aguantar para simplemente sobrevivir

Tampoco tenían esperanzas de recibir una ayuda de la administración para sufragar parte de esos gastos ya que esta, ejerciendo un poder casi divino y celestial, humanizado en complicados nombres de indicadores matemáticos, siempre situaban a Luis en una franja de ingresos medios; no importando para nada que ocupara los niveles más bajos de esta y que existiera un diferencial irrisorio en relación a otros grupos de menor renta; en la que se estaba excluido, de por vida, de cualquier apoyo y subvención del tipo que fuese, aunque en el mismo saco la teoría de la ciencia estadística metiera a individuos que ganaban al mes muchísimo más que Luis. —Laura, ya tengo la solución para que la nena tenga su habitación individual en la residencia —manifestó Luis, con los ojos centrados en un tipo grueso que se había sentado en una mesa próxima. —No me fio yo mucho porque me imagino en qué consiste —fijándose Laura en el sujeto objeto de atención de Luis—. ¡Suéltala!, ojalá me equivoque —le retó Laura. —Algo me dice que ya te has dado cuenta de que está ahí Adolfo y te recuerdo que su partido nos debe doce mil euros de unas compras de hace ya tres años. Con ese dinero Marina tendría su habitación individual —expresó Luis. —Déjalo, Luis. Tómate el café tranquilo. Ya buscaremos algo. Además, a la nena no le va a pasar nada por compartir una habitación con una compañera. Tú ya sabes que ella nunca se queja y que en todo momento está dispuesta a echar una mano a sus padres —tratando Laura de convencerlo,

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