hombre que interesaba a Angélica, los que podían cruzar, con todo y sus dos piernas, pensó, pero luego lo pensó otra vez y se acordó con un puchero del Chuy, mientras unos hombres, otros, gordos y con trajes lilas y galones de soldado saludaban a la quinceañera, mientras alguien encendía los altavoces que había prestado Juancho el de la llantera. Las vecinas, esas pendejas, ahí están muy creídas, dijo posando con la espalda recta mientras se tomaba una foto con la quinceañera, pero ellas ya estaban bailando cumbia, ritmos de caderas, quebraditas, pura vieja cualquiera, retumbaba todo el techo con la banda norteña, todas creyéndose la pinche cenicienta, pensó, las otras, las vecinas, las primas, se movían bajo la luz difuminada como esquirlas de balacera, luz que se fijaba en ellas, en su pelo lacio, muy negro, colgando hasta la cintura, imitando el estilo de Selena, aunque sólo Angélica tenía el pelo esponjado, rígido, inmune a los ventiladores y al chiflón del aire, ricitos de oro, mi reina, ahí va una teibolera de los sesenta, dijo alguna vieja culera. Todos los dueños de las camioneta invitaron a bailar a una de esas viejas, parecían un coro, las chachas de una gran estrella, tocaron charangas, tomaron cervezas, mira, ojo con quien te besas, le había dicho su madre, antes de que se la llevaran al seguro, muerta, pero no importaban los consejos porque ella tenía un trabajo, aunque fuera de sirvienta, hay que agradecer a la vida, como agradeció el padre de la quinceañera, piel manchada, frac con pinzas, maneras de borracho manoseando a la quinceañera, gracias, muchas gracias, como presentador de tele vieja, gracias de nuevo a todos, agradezco a cada uno su pre110