Discurso del Papa Francisco, durante su visita al encuentro de la Mariápolis de Roma “Aldeas por la Tierra” en Villa Borghese, abril 24 de 2016
Escuchándolos hablar, me vinieron a la mente dos imágenes: el desierto y el bosque. Pensé: estas personas, todos ustedes, toman el desierto para transformarlo en un bosque. Van donde está el desierto, donde no hay esperanza, y hacen cosas que convierten el desierto en bosque. El bosque está lleno de árboles, lleno de verde, y demasiado desordenado... pero así es la vida! Pasar del desierto al bosque, es un hermoso trabajo que ustedes hacen. ¡Ustedes transfroman los desiertos en bosques! Después se verá cómo se pueden regular ciertas cosas del bosque... Pero allí hay vida, aquí no: en el desierto hay muerte. Muchos desiertos en las ciudades, muchos desiertos en la vida de las personas que no tienen futuro, porque siempre hay - y subrayo una palabra dicha aquí - siempre existen los prejuicios, los temores. Y esta gente tiene que vivir y morir en el desierto, en las ciudades. Ustedes hacen el milagro con su trabajo de cambiar el desierto en bosque: Sigan así.
Pero, ¿cómo es su plan de trabajo? No sé ... Nosotros nos acercamos y vemos qué es lo que podemos hacer. ¡Y ésto es vida! Porque a la vida se la debe tomar así como viene. Es como el arquero en el fútbol, tiene que atajar los pelotazos que vienen de todos lados: de acá, de allá ... Pero, no hay que tener miedo de la vida, no hay que temerle a los conflictos. Una vez alguien me dijo - no sé si es cierto, si alguien quiere puede verificar, yo no he verificado - que la palabra conflicto en idioma chino se compone de dos signos: un signo que dice "riesgo", y otro signo que dice "oportunidad". El conflicto, es verdad, es un riesgo, pero es también una oportunidad. Al conflicto podemos tomarlo como algo de lo que debemos alejarnos o evitar: "No, allí hay un conflicto, me mantengo lejos." Nosotros, los cristianos sabemos bien lo que hizo el levita, lo que hizo el sacerdote, con el pobre hombre caído en el camino. Hicieron una manera para no ver, para no acercarse (cf. Lc 10,30-37).
Quien no se arriesga, no puede acercarse a la realidad: para conocer la realidad, para hacerlo desde el corazón, es necesario acercarse. Y acercarse es un riesgo, pero también una oportunidad: para mí y para la persona a la que me acerco. Para mí y para la comunidad a la que me acerco. Pienso en los testimonios que dieron, por ejemplo, con todo el trabajo en la cárcel. El conflicto: Nunca, nunca, nunca darse vuelta para no ver el conflicto. Los conflictos deben asumir, los males se deben asumir para resolverlos. El desierto es feo, ya sea el que está en el corazón de todos nosotros, o aquel que está en las ciudades, en los suburbios, eso es algo feo. Incluso el desierto que se encuentra en los barrios protegidos ... Es feo, también allí está el desierto. Pero no hay que tener miedo de ir al desierto, para convertirlo en bosque; hay vida exuberante, y se puede ir a secar muchas lágrimas para que todos puedan sonreír. Me hace pensar mucho ese salmo del pueblo de Israel, cuando estaba en cautiverio en Babilonia, y decían: "No podemos cantar nuestras canciones, porque estamos en tierra extranjera". Ellos tenían los instrumentos allí con ellos, pero no tenían la alegría porque eran rehenes en un país extranjero. Pero cuando fueron liberados, el Salmo dice: "No podían creer, nuestra boca se llenó de sonrisas" (Sal 137). Y así, en este tránsitar desde el desierto hasta el bosque, hacia la vida, está la sonrisa.