Todo se olvida

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Es miembro de la Comisión de Arbitraje, Quejas y Deontología de la Federación de Asociaciones de la Prensa de España, miembro de la Fundación Edelvives, del consejo de redacción de Cuadernos de Pedagogía, de la Fundación Víctor Ullate y de la Fundación Mundo del Superdotado. Ha sido jurado de los Premios Acción Magistral, Investiga, Nacional de Fomento de la Lectura y Nacional de Poesía. Es colaboradora de La Linterna de COPE, La Noche en vela de RNE y de las revistas Cuadernos de Pedagogía, Escuela y 21RS. Publica artículos sobre temas educativos en revistas profesionales y generales. Presenta conferencias y ponencias en congresos y cursos para docentes y ha dirigido cursos en varias universidades españolas. Participa habitualmente en Escuelas de Padres. Colabora con la ONG Delwende.

Carmen Guaita

« Perdonado es como se siente por dentro quien perdona»

Criptana Senzi, la Alondra, es una gran soprano que lleva muchos años

enferma de Alzheimer. Pedro Bennasar, el periodista encargado de escribir su biografía, debe sumergirse en el pasado de una mujer sin recuerdos.

¿Por qué perdió Criptana Senzi la memoria? ¿Qué quiso olvidar? ¿Qué olvidó? Cuando descubre las cartas que Criptana envió y recibió a lo largo de su vida, Pedro Bennasar comprende que también deberá reconstruir la suya propia. Con esta novela de música, dolor y esperanza, que contiene personajes

inolvidables, Carmen Guaita completa su «trilogía sobre el perdón», de la que también forman parte las novelas Jilgueros en la cabeza y El terrario.

TODO SE OLVIDA

Carmen Guaita (Cádiz, 1960) es licenciada en Filosofía y maestra. Ha publicado en Khaf las novelas Jilgueros en la cabeza y El Terrario; también es biógrafa de Víctor Ullate —La vida y la danza— y autora de un buen número de libros sobre educación y ética: Lo que mis alumnos me enseñaron, Encuentros, Cronos va a mi clase, Memorias de la pizarra, Cartas para encender linternas, La flor de la esperanza, Desconocidas: una geometría de las mujeres, Contigo aprendí, Los amigos de mis hijos. Ha publicado también como coautora: Vaticano II, un tesoro escondido; Memorias del Alzheimer, Autoridad, disciplina y educación, tres palancas del entorno escolar; Apuntes educativos: el lenguaje en la Educación Primaria y La frustración grupal.

Todo se olvida

Todo se olvida Carmen Guaita

CARMEN GUAITA

Carmen Guaita

— Sanadora y emocionante. MANUEL FRANCISCO REINA

> colección Expresarte

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CI 165082

Imagen de portada: Pintura al óleo de María Dolores Fernández Bel

Foto: Cristina Bezanilla

26/4/19 13:23



CARMEN GUAITA Todo se olvida


isbn 978-84-15995-30-2 © 2019-Ediciones Khaf Grupo Editorial Luis Vives Xaudaró, 25 28034 Madrid - España tel 913 344 883 - fax 913 344 893 www.edicioneskhaf.es

dirección editorial Juan Pedro Castellano edición Isabel Izquierdo proyecto visual y dirección de arte Departamento de Diseño GE diseño de colección Mariano Sarmiento impresión Edelvives Talleres Gráficos. Certificado ISO 9001 Impreso en Zaragoza, España depósito legal: Z 780-2019

Todos los derechos reservados. Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47).


Para Loli Fernández Bel, mi madre. Para Concha Sánchez y Cecilia Muñoz-Quirós —de Campo de Criptana— y María Antonia Labián. En las tres se encarna el apoyo constante de mis amigas. Con especial agradecimiento al tenor Nacho Bas por la supervisión de los términos líricos. Y a Aurora Ortega por su lucha incansable contra el síndrome de Dravet.


La noche es larga, pero ya ha pasado. Vicente Aleixandre

Si es mĂ­o el amparo de tu risa leve que es como un cantar, ella aquieta mi herida, todo, todo se olvida. Carlos Gardel


NOTA DE AGENCIAS 2 de abril de 2006

Criptana Senzi (1930-2006), conocida en el mundo de la ópera como la Alondra, ha fallecido hoy —día en que cumplía setenta y seis años— en un hospital madrileño a causa de la enfermedad que padecía desde hace casi dos décadas. La eximia soprano, nacida en Campo de Criptana (Ciudad Real), llevaba retirada desde 1978. A lo largo de su fulgurante carrera, obtuvo honores y reconocimientos por todo el mundo.

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Criptana Senzi, la Alondra. Su nombre, su rostro. La noche en que su voz inundó mi vida. El movimiento de sus manos en escena, la manera humilde y orgullosa con que se inclinó para recibir los aplausos. La flor que besó y ofreció después a todo el público, a mí. Y sobre todo aquella nota sostenida durante un tiempo inverosímil, como si se hubiera hecho dueña del aire, con que terminó el último acto de Don Carlo en el Principal de Valencia, a finales de abril de 1977. Yo tenía nueve años y me enamoré, como el niño que era, de aquella reina desdichada. Me enamoré también de los decorados polvorientos de ópera y de los dramas del alma que sucedían junto a ellos. El resto de mi vida, hasta hoy, se ha ido en comprar lo que grabó Criptana Senzi y en escucharla a todas horas. Nunca volví a verla sobre el escenario; sin embargo, pasé mucho tiempo junto a ella en una residencia de ancianos que se levanta, alta y aislada sobre una cota, frente a un parque madrileño. El día de mi llegada me sentí sobrecogido. Nunca había visto un asilo de ancianos tan grande. Pregunté a la primera cuidadora que vi por la señora Senzi y ella respondió que Criptana Sánchez estaba al fondo de la sala, junto al ventanal. «La reconocerá enseguida —me dijo— por la cofia».


¿La cofia? Seguramente sería la cufietta, el tocado que se compra Mimí en el segundo acto de La Bohéme. Me pareció muy oportuno que una gloria de la ópera se cubriera el cabello con la pieza de encaje que simbolizaba uno de sus roles más venerados. Sin embargo, al fondo de aquella sala amplia y falsamente hogareña, llena de jaulitas de tienda china con sus pájaros de trapo, solo estaban diez o doce ancianas muy parecidas, con el cabello ralo y blanco, el rostro enjuto y la expresión triste. Una de ellas, sentada junto al ventanal en silla de ruedas, llevaba un pañuelo blanco sobre la cabeza, pero aquella figura desvalida, ¿cómo podría ser la gran cantante cuyas fotografías tapizaban aún las secciones de clásica de las tiendas? Sus vídeos se contaban por miles de visitas en Internet, en ellos parecía siempre joven y poderosa. ¿No era inmortal Criptana Senzi? Me acerqué despacio, sonriendo sin ganas, preocupado. Había dicho que sí al editor sin pensarlo bien. Yo me ganaba la vida como crítico musical, pero era un escritor novato y tal vez no estaba preparado para aquella aventura. Entonces reconocí, bajo las manchas oscuras de las manos de aquella anciana, unos dedos largos y blancos que había visto volar aquella misma mañana, en un documental, al ritmo de la «Canción del Sauce». La piel de su rostro seguía siendo suave, tenía las pestañas muy largas y pocas arrugas, pero algo amado, algo vivo y cálido había desaparecido. Había cesado la música. —Alzheimer —dijo la cuidadora al pasar. De repente se detuvo y volvió sobre sus pasos. Era una mujer menuda, de inmensos ojos negros de latina. Sonreía, parecía confortable y seria a la vez. —Muy buenas, soy Luisa. ¿Tiene usted algún parentesco con doña Criptana?

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—No, no —respondí confuso—, me llamo Pedro Bennasar, soy periodista y estoy encargado de escribir su biografía. Luisa pareció entender el motivo de mi presencia, trajo una silla y la acomodó junto a la anciana. —De acuerdo. En media hora me la llevo al comedor. Mire, tal vez le sonría. Tan linda… La señora Senzi contemplaba mi rostro fijamente, sin verme. Sostuve su mirada, a la vez violenta e inerte, durante todo el tiempo que pude. Temblaba al pensar que me encontraba realmente frente a ella: Elvira, Leonora, Manon… Mi amor eterno, siempre móvil y sonoro en las grabaciones, se asemejaba ahora a un pobre árbol que el polvo hubiera agostado durante la sequía. Al cabo de un rato comprendí que la expresión de su mirada era la de una loca. La cufietta no tenía sentido, era un pañuelo arbitrario, un objeto cualquiera. Criptana Senzi no interpretaba Mimí sino Lucía de Lammermoor, enajenada en el tercer acto de su tragedia. Se me agolparon las lágrimas bajo los párpados, pero las contuve. Entonces comencé a hablarle muy despacio: —Señora, yo la admiro. Su voz me ha acompañado siempre. Me han encargado escribir la historia de su vida. ¿Podrá usted ayudarme? ¿Querrá? La expresión fija en su mirada no cambió, ni sus labios relajaron un instante la tensión que los apretaba. No pude obtener de ella una sola palabra. Y de repente me anegó una ola de tristeza que provenía de la anciana loca y rebasó mi alma arrastrándome. Cuando Luisa regresó para llevarla a comer, adivinó mi desaliento. —Aquí a algunos les llega la última hora de golpe y parece que se los tragara un hoyo; otros se apagan poquito a poco


como si se hundieran en arena. La señora Sánchez va despacio pero hacia abajo siempre. Me dijo entonces que don Enrique, el director de la residencia, guardaba una caja llena de documentos que pertenecían a doña Criptana. Si yo le contaba a este buen señor para qué los necesitaba, tal vez me permitiera consultarlos. Al ver la credencial de mi periódico, don Enrique, un hombre joven y amable, accedió a mostrarme la caja. Era una preciosa gaveta de palisandro que contenía más de cien cartas, enviadas o recibidas por Criptana Senzi a lo largo de su vida. Me autorizó a consultarlas siempre que no las sacara al exterior y yo acepté, por supuesto, asombrado de que un tesoro por el cual matarían los melómanos permaneciera oculto en un geriátrico. Durante tres meses visité a aquella anciana y leí las cartas sentado junto a ella mientras los abuelos dormitaban o jugaban al bingo. Me llamó la atención que la mayoría de las firmadas por Criptana fueran dirigidas a Aurora Mateo, su hermanastra, con la que por lo visto había mantenido años de correspondencia. Las que me parecieron más significativas las copié en un cuaderno mientras fingía que tomaba apuntes. A partir de ellas, y con la documentación que desbordaba las hemerotecas, pude escribir la biografía de Criptana Senzi en muy poco tiempo, como un milagro. El libro tuvo mucho éxito, prácticamente se vendió solo porque medio mundo adoraba aún a la gran artista. Para mí aquel fue el primer paso de una carrera como biógrafo y novelista que va hacia adelante. Hoy me he propuesto releer todas aquellas cartas que copié furtivamente y también las mías, los correos que fui enviando a Mercedes, mi mujer, mientras avanzaba en la escritura. Y es que me siento en un estado de ánimo especial. En pocos días

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voy a ver nacer a mi tercer hijo. Por fin, una niĂąa. Mercedes ha accedido a que la llamemos Criptana. El motivo por el que deseo recordar aquel viaje epistolar es muy simple: Criptana Senzi, la Alondra, me salvĂł la vida.

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CARTA N.º 1 Del Excmo. Sr. D. Feliciano León, alcalde de Campo de Criptana (Ciudad Real), para doña María de los Ángeles Sánchez, esposa del comerciante don Benito Mateo, vecino de la localidad. Campo de Criptana, 29 de marzo de 1943

Estimada Angelita, ya se han concluido los trámites ante la familia del almirante Vilader. La niña podrá realizar los estudios de canto que usted tanto anhela. Por supuesto, los Vilader la llevarán con ellos y la tratarán como a una pupila. Espero comprenda que, en interés de su hija, debe aceptar los inconvenientes que le suponga esta separación. Si la pequeña cumple con las expectativas que promete, tal vez llegue a ser una gran artista. No obstante, esta familia de bienhechores exige de usted una sola cosa: que se aleje de la niña y a partir de ahora no interfiera en su formación. Si está de acuerdo, en breve partirá su pequeña Criptana hacia San Fernando de Cádiz, acompañada de un enviado de la familia Vilader que se desplazará hasta el pueblo a recogerla. Prepárele un equipaje lo más digno posible y no se preocupe de nada más, los Vilader proveerán todo lo necesario. Como ella es dócil y obediente, no tendrá ningún problema. Estoy seguro de que su hija agradecerá siempre este sacrificio. Y, si me permite decirlo, estoy seguro también de que la marcha de esta niña que tantos disgustos ha costado a nuestro buen vecino Mateo aliviará la tensión en su familia y les per-

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mitirรก, tanto a su esposo como a usted, ocuparse con propiedad del resto de sus hijos: Aurorita, Rafaelito y los que vengan, Dios mediante.

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Es miembro de la Comisión de Arbitraje, Quejas y Deontología de la Federación de Asociaciones de la Prensa de España, miembro de la Fundación Edelvives, del consejo de redacción de Cuadernos de Pedagogía, de la Fundación Víctor Ullate y de la Fundación Mundo del Superdotado. Ha sido jurado de los Premios Acción Magistral, Investiga, Nacional de Fomento de la Lectura y Nacional de Poesía. Es colaboradora de La Linterna de COPE, La Noche en vela de RNE y de las revistas Cuadernos de Pedagogía, Escuela y 21RS. Publica artículos sobre temas educativos en revistas profesionales y generales. Presenta conferencias y ponencias en congresos y cursos para docentes y ha dirigido cursos en varias universidades españolas. Participa habitualmente en Escuelas de Padres. Colabora con la ONG Delwende.

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« Perdonado es como se siente por dentro quien perdona»

Criptana Senzi, la Alondra, es una gran soprano que lleva muchos años

enferma de Alzheimer. Pedro Bennasar, el periodista encargado de escribir su biografía, debe sumergirse en el pasado de una mujer sin recuerdos.

¿Por qué perdió Criptana Senzi la memoria? ¿Qué quiso olvidar? ¿Qué olvidó? Cuando descubre las cartas que Criptana envió y recibió a lo largo de su vida, Pedro Bennasar comprende que también deberá reconstruir la suya propia. Con esta novela de música, dolor y esperanza, que contiene personajes

inolvidables, Carmen Guaita completa su «trilogía sobre el perdón», de la que también forman parte las novelas Jilgueros en la cabeza y El terrario.

TODO SE OLVIDA

Carmen Guaita (Cádiz, 1960) es licenciada en Filosofía y maestra. Ha publicado en Khaf las novelas Jilgueros en la cabeza y El Terrario; también es biógrafa de Víctor Ullate —La vida y la danza— y autora de un buen número de libros sobre educación y ética: Lo que mis alumnos me enseñaron, Encuentros, Cronos va a mi clase, Memorias de la pizarra, Cartas para encender linternas, La flor de la esperanza, Desconocidas: una geometría de las mujeres, Contigo aprendí, Los amigos de mis hijos. Ha publicado también como coautora: Vaticano II, un tesoro escondido; Memorias del Alzheimer, Autoridad, disciplina y educación, tres palancas del entorno escolar; Apuntes educativos: el lenguaje en la Educación Primaria y La frustración grupal.

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Imagen de portada: Pintura al óleo de María Dolores Fernández Bel

Foto: Cristina Bezanilla

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