En el Jardín del Edén. Carlos Martí

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la vista en la esfera se podía apreciar una amplia gama de colores pasteles, que se metamorfoseaban entre sí: un azul celeste, un amarillo dorado, un blanco inmaculado y un verde claro. Daril tuvo que recurrir a toda su fuerza de voluntad para alejar su mirada de semejante despliegue luminoso. Luego, viendo que los demás seguían absortos contemplándola, les dio un empujón para romper el contacto hipnotizador. Una vez despiertos, surgieron las esperadas preguntas: ―¿Qué será? ―dijo Anabías en voz alta, mientras se rascaba la barbilla. ―Es una Esfera de Luz ―respondió Isuile. ―¡Eso ya lo sé! ―replicó Anabías molesto―. Pero, ¿qué es una Esfera de Luz? Isuile se encogió de hombros sin responder nada más. ―Parece que nos ha traído hasta aquí por algún motivo ―razonó Ereny―. Pero no sabemos el por qué, ni dónde estamos. ¿Alguien tiene una idea de qué lugar es éste? Los otros querubines negaron con la cabeza. Nadie había oído mencionar aquel sitio, pero eso tampoco era motivo de extrañeza. El Jardín del Edén era tan grande que nadie podría conocer ni siquiera una ínfima parte de lo que contenía, por más que viajara a lomos de un pegaso cuando se le antojase. Era lo que tenía vivir en un lugar infinito.

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