En el Jardín del Edén. Carlos Martí

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―Pero, ¿por qué esa carita? ―le preguntó Carylas. ―Es porque la canción se ha terminado, señora. Era tan hermosa... ―Sí, sí lo era. ―Por favor, señora, cántela de nuevo. Quisiera escucharla otra vez. ―Lo sé, cariño, pero eso no es posible. Te pareció hermosa porque era la primera vez que la escuchabas. Si te la volviera a tocar te sentirías decepcionada. La belleza de las cosas debe ser apreciada poco a poco, no engulléndolo todo de golpe, o perderá todo su sabor. ¿Lo entiendes, pequeña? ―Creo que sí, señora. ―Muy bien. Algún día, si así lo deseas, serás capaz de tocar de igual forma. ―¿Podré hacerlo? ―Sí. ―Por favor, se lo suplico, enséñeme ahora. ―A mí también, señora ―pidió Ereny con ilusión. ―Y a mí ―rogaron los demás querubines. Carylas sonrió con ternura. ―Sois encantadores, niños. Siempre queréis saberlo todo al instante y no comprendéis que ciertas cosas tienen su momento, y éste no es el adecuado para enseñaros a tocar un instrumento musical. ―¿Por qué no?

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