Historias del Camino - Mariela González

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la mano mientras hablaba, y dejó sobre la mesa un pequeño objeto, una suerte de bola envuelta en hojas del tamaño de un meñique— es un potente preparado de plantas somníferas y barbitúricos, llamado Cuerno de Meiga. Lo tenía en la boca, la cantidad suficiente como para que me durmiera unos quince minutos, y cuando aquello sucedió simplemente lo tragué. Tiene un efecto muy rápido. “Dormir” no es la definición exacta: como quizás pudiste comprobar, te deja en un estado de catalepsia muy profundo, casi similar a la muerte. —Lo comprobé, sí —corroboró Keith—. Deduzco, entonces, que llevabais algo bajo las ropas; alguna especie de protección que detuvo la saeta, aunque a simple vista no lo parecía. Vuestra caída fue una interpretación, pues. Bastante notable, por cierto. —El interpelado asintió, satisfecho, y el mensajero vio, con el rabillo del ojo, que Ravza realizaba un gesto parecido, aunque tan solo con la mirada—. Aun así, creo que fue algo bastante arriesgado. Esos tipos podían haberos acribillado una vez caísteis, y ninguna cota os habría salvado en tal caso. O haberos acuchillado para cerciorarse de vuestra muerte. ¿Por qué os tomasteis las molestias de elaborar una treta así? ¿Es tan importante lo que queríais proteger? —Entre todas las posibilidades, no barajé como algo preocupante eso que dices. Conozco bastante bien a los que nos atacaron y sé cómo actúan. Digamos que nuestra relación viene de hace bastantes años. Sabía que no tenían especial interés en mi muerte, sino en lo que me estabas entregando, y se conformarían con dejarme fuera de combate —explicó aquél—. A pesar de todo, prefería que pensaran lo peor, aquello que les haría olvidarse de mí y de mi pista. Tenía un plan sin fallo, perfectamente trazado, sin una fisura. —Hasta ayer por la mañana —interrumpió de repente Keith—. Ayer por la mañana, algo lo quebró. Una hendidura de nada. Algo que ha convertido todo vuestro plan y vuestra estupenda coartada de la falsa muerte en una pantomima inservible. ¿Me equivoco? Esta vez fue Alver quien se quedó sin habla, con la boca abierta a media frase. Balbució sin sentido, un tanto estúpidamente, y fue Ravza quien intervino. —No te equivocas. De hecho, vas muy bien encaminado. Proseguid, Alver, por favor, antes de que sea él quien tenga que terminar vuestra historia. Hubo un deje de burla en la voz de la mujer. Sin perder la cortesía, había lanzado otro de aquellos dardos. A Keith le agradaba cada vez más aquella manera que tenía de dominar las conversaciones. 61

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