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MENTIRAS ENCANTADORAS

UN ROMANCE OSCURO DE UNA SOCIEDAD SECRETA

ALTA HENSLEY STASIA BLACK

© 2020 por Alta Hensley y Stasia Black

Todos los derechos reservados. Queda prohibida la reproducción, distribución y/o transmisión total o parcial de la presente publicación por cualquier medio, electrónico o mecánico, inclusive fotocopia y grabación, sin la autorización por escrito del editor, salvo en caso de breves citas incorporadas en reseñas y algunos otros usos no comerciales permitidos por la ley de derechos de autor.

Esta es una obra de ficción. Las similitudes con personas, lugares o eventos reales son puramente coincidencia.

Traducido por Mariangel Torres.

Boletín Digital

Prólogo

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Capítulo 18

Capítulo 19

Capítulo 20

Capítulo 21

Capítulo 22

Capítulo 23

Capítulo 24

Vista previa de Obsesión Opulenta

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ÍNDICE

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LA ORDEN DEL FANTASMA DE PLATA

Solicita el honor de su presencia a

EL SEÑOR SULLIVAN VANDOREN

Para el preparativo de la celebración de las pruebas de iniciación

EL SÁBADO, DIECIOCHO DE ENERO

A las doce y media de la noche

MANSIÓN OLEANDER

109 de la calle Oleander

La asistencia es obligatoria

CAPÍTULO 1

Sully VanDoren

Era un día muy soleado para enterrar un cuerpo. Debería estar lloviendo y el cielo debería verse nublado: la típica y clásica escena de un funeral. Sin embargo, la brillante luz que se reflejaba desde el cielo despejado se arriesgaba a revelar cada sombra oscura que acechaba nuestras almas; y con ello me refería a todas nuestras almas. No había ni una sola persona inocente alrededor de la tumba de mi padre, con excepción, tal vez, de Jasmine, mi hermana menor. Pero era cuestión de darle tiempo a nuestra retorcida y opulenta sociedad. Ella también estaba condenada.

El dinero viejo, los secretos sureños y la etiqueta adecuada no eran más que ponzoña que podría arruinarnos.

Los rayos de sol que se vislumbraban entre los inmensos sauces llorones nos hicieron entrecerrar los ojos, lo cual parecía encajar en una situación como esta. Estábamos de pie, rígidos y con actitud agria, mientras nos despedíamos de un hombre que apenas conocíamos. No éramos más que desconocidos envueltos en la fragancia de las magnolias y cubiertos de sudor pegajoso, de cuya sangre azul y privilegiada se agasajaban los mosquitos.

—Aunque ande en valle de sombra de muerte, no temeré mal alguno; porque tú estarás conmigo recitó el pastor como había hecho un millar de veces en su mórbida profesión.

Pero sí deberíamos temerle al mal. Ese era el problema con estas personas que vestían sus trajes negros de diseñador y vestidos absurdamente costosos. No le temían a nada porque sentían que eran invencibles; sentían que estaban protegidos del sufrimiento y la miseria simplemente porque eran adinerados. Y sí, con toda seguridad yo andaba en valle de sombra de muerte. Cada paso que tomaba era un

paso más cerca de perder a la persona que una vez fui, y pronto, tal como mi padre, no sería más que una carcasa.

Mi hermana alcanzó mi mano y la agarró con fuerza. Cualquier persona que nos viera asumiría que era un acto entre dos hermanos que se daban consuelo, pero lo cierto era que Jasmine me estaba conteniendo. Sabía que no quería estar ahí y también que quería huir y no mirar atrás. Sabía que no sentía nada más que odio y desdén. Para ser una adolescente, era mucho más perspicaz y achispada que el resto de estos cabrones narcisistas que fingían ser los amigos de mi padre. Yo solo estaba aquí por ella, y gracias a los cielos que me recordó de aquel hecho antes de que echara a correr. Mi determinación perdía fuerzas con cada sílaba ceremonial del pastor.

Mi madre se encontraba de pie al otro lado de Jasmine, y se veía estoica con su vestido de encaje negro que, sin duda alguna, costaba una fortuna. Este era su momento; su oportunidad de representar a la viuda en luto que claramente había orquestado varias veces en su mente para asegurarse de interpretar a la perfección su papel hoy. Se estaba dando toquecitos en los ojos con el pañuelo, pero sabía que era todo parte del espectáculo.

La tristeza no era una emoción que nadie presente sintiese hoy. Aunque podría estar equivocado; quizás habría una o dos queridas alrededor del ataúd que en verdad lloraban una pérdida… La de su fuente de ingresos, claro.

Esta muerte no nos había caído de sorpresa. Mi padre había estado muriendo desde hace tiempo, y todo a causa de sus propias acciones. No se podía fumar cigarros todos los días, beber whiskey como si fuese agua y tomar pastillas para dormir sin esperar que tu interior no se volviese cancerígeno. Aunque su cuerpo se había vuelto tóxico en el instante en que se había convertido en un hombre a los ojos de nuestra sociedad y hecho cargo de la empresa siderúrgica familiar.

Y ahora era mi turno, pues se esperaba que yo hiciera lo mismo.

Hoy, mientras descendían el féretro de mi padre hacia el subsuelo, esperarían de mí que le cediera mi alma al diablo. Debía iniciarme en una sociedad secreta para poder conservar la empresa familiar y toda la riqueza que se asociaba con ella.

La Orden del Fantasma de Plata esperaba por mí.

Se suponía que esta noche fuese el comienzo de mi iniciación. Mis pruebas de iniciación. Y aunque acabara de enterrar a mi padre… la Orden me aguardaba.

—Espero que a estas alturas todo esté preparado para el velatorio —dijo mi madre mientras nos metíamos a la limosina que encabezaba la procesión a nuestro hogar. Jugueteó con su pañuelo blanco y no paraba de mirar a todos lados—. Sin tu padre presente, el servicio se ha vuelto perezoso. Nunca he gobernado con mano de hierro, como él sí lo hizo, y ellos lo saben.

Estoy segura de que todo está bien, mamá dijo Jasmine en voz baja y le dio una palmada a la delgada pierna de mi madre.

Pedí específicamente que hubiera tartas de limón en el velatorio. Eran las favoritas de su padre. Pero no le recordé a la señora Cooper por la mañana y saben cómo es su memoria.

Yo le he recordado la tranquilizó Jasmine . Las tartas de limón estarán listas y todo estará perfecto para el velatorio. No te preocupes, mamá.

Sí, porque vaya tragedia si no tenemos las tartas de limón murmuré mientras buscaba la botella de vodka y el vaso dentro de la limosina.

—Sully… —Mi madre pronunció mi nombre con su acostumbrado tono de desaprobación . ¿En verdad piensas que es prudente beber tan temprano?

—Acabo de enterrar a mi padre hoy. Me parece que merezco una bebida, muchas gracias. Llené el vaso de vodka hasta el tope solo para molestarla.

Sobre todo con lo que debes hacer. Seguía estrujándose el pañuelo mientras fruncía los labios . Esta noche tienes un… —Hizo una pausa y bajó la voz como si el conductor pudiese oírnos y la pudiesen acusar de romper el sagrado secreto . Un compromiso.

Sí, madre, estoy muy consciente del compromiso de esta noche.

—¿Entonces crees que beber sea una buena idea? Yo pensaba que querrías mantenerte alerta y verte distinguido.

Me reí sin humor mientras tomaba un gran trago del vodka. Retuve el líquido en mi boca por más tiempo del normal para poder sentir la sensación de ardor.

¿Distinguido? ¿Es así como le llamas a la ritualista, brutal y retorcida iniciación para unirse a una sociedad secreta que debió haber desaparecido hace muchos años ya?

Mi hermana me buscó la mano y le dio un apretón como una forma de regañarme en silencio.

—Sully, es hora de que des un paso adelante y seas el hombre de esta familia —dijo mi madre mientras ponía mala cara al ver la bebida en mi mano . Sin tu padre…

—Sé con exactitud lo que tiene que suceder ahora que mi padre no está —solté—. Eso no quiere decir que esto no esté jodido.

Jasmine volvió a apretarme la mano. Nos habían criado para no decir improperios, no faltarles el respeto a nuestros mayores y… sinceramente, para no pensar por nuestra cuenta. Así que sabía que debía sentirse incómoda con la forma en que se estaba desarrollando esta conversación.

—Lo que sí está jodido —dijo mi madre, repitiendo la palabrota de una forma curiosamente elegante—, es tu rechazo a aceptar quien eres y quien debes ser por nacimiento. Siempre te has resistido, y por más que lo intento no puedo entender el porqué. Cuando huiste a California pensé que sería cuestión de tiempo para que te dieses cuenta de lo que estabas dejando en Georgia. Miró por la ventana y contempló las enormes casas con jardines

perfectamente diseñados que eran tan frecuentes en Darlington, un pueblo que detestaba . No obstante, ahora has vuelto a casa y es tiempo de que te hagas cargo.

—¿Aunque no sea lo que quiera hacer? —pregunté mientras bebía otro sorbo a mi bebida.

¿Y cuál es la alternativa? espetó, volviendo su colorado rostro y mirándome con los ojos bien abiertos.

Más le vale que tuviese cuidado. Cualquier expresión facial visible causaría que tuviera que ponerse Botox más pronto de lo que tenía programado en su agenda.

—¿Perder todo? ¿Es eso lo que quieres? ¿Quieres que perdamos la empresa, la casa y todo nuestro dinero? ¿No estarás satisfecho hasta que tu hermana y yo quedemos en la calle sin un centavo? ¿Eso es lo que por fin te hará feliz?

—No, no quiero eso, y esa es la única razón por la que estoy aquí.

Ella volvió a mirar por la ventana.

—Sí, lo sé. El dinero no significa nada para ti, pero para nosotras, sí. Tu hermana tendría que dejar de ir a la Academia Darlington y tendríamos que renunciar a todo lo que conocemos. Si no haces la Iniciación ni te conviertes en miembro de la Orden del Fantasma de Plata, entonces perderemos todo lo que tu padre, su padre, el padre de su padre, y así sucesivamente, han construido con tanto esfuerzo.

—No necesito que se me recuerde lo que está en juego — dije , ¿pero alguna vez te has preguntado si esto es lo que quiero? No quiero esta empresa. No quiero estar aquí para administrarla. No quiero tener nada que ver con todo esto.

—Pero yo sí —habló Jasmine por fin—. Sé que siempre has detestado lo que hacía papá, pero quiero mantener intacta a Industrias VanDoren. No puedo heredarla como tú, pero la quiero. Si no quieres hacer esto por ti, entonces al menos consígueme el negocio a mí.

Mi hermana nunca me pedía nada. Bueno, a menos que se contaran todas las veces que me rogaba que me llevara bien

con nuestros padres. Jasmine era diferente a todos los demás; era buena, inocente y pura en el corazón. Ni siquiera de adolescente había perdido la chispa que hacía que la quisiera tanto. Por lo tanto, que Jasmine interrumpiera y dijera lo que pensaba hizo que me detuviese y pensara al respecto.

—Comprendo que no quieras estar en la Orden —dijo con su voz serena y tranquilizante—. Ni siquiera puedo imaginarme lo que deberás pasar. Si los rumores son ciertos… bueno, no te culpo por no querer ser parte de ello.

Nuestra madre abrió la boca para intervenir, pero Jasmine alzó una mano para acallarla. Pero madre tiene razón, tendríamos que empezar completamente desde cero si no lo haces. La empresa solo puede entregarse a un miembro de la Orden y al primogénito hombre. Y la casa, nuestros activos y prácticamente todo está vinculado y controlado por la compañía. Mi fondo fiduciario no durará demasiado tiempo.

Respiró hondo mientras miraba por la ventana por un breve instante.

—Esto no es solo por el dinero, Sully. Quiero quedarme con el negocio de la familia. Tiene mucho valor para mí. Por favor.

Lo sé dije tranquilamente y traté de ablandar mi temperamento—. Es por eso que he regresado de California. Y maldición, por mucho que lo odie, es la razón por la que haré la iniciación. Miré a Jasmine fijamente a los ojos para que pudiese ver lo serio y comprometido que estaba . Haré esto por ti.

CAPÍTULO 2

Sully

La mansión Oleander.

Mi nuevo hogar durante los próximos 109 días.

Estaba impregnada de opulencia, riqueza y una historia tan abundante en secretos encubiertos que todavía hoy se podían oír los pasos de nuestros antepasados vagando por las habitaciones. Cuando era niño solía gustarme esta propiedad, hasta que aprendí a aborrecerla. Era un lugar especial al que mi padre me llevaba cuando solía pensar que el hombre hacía milagros. Tenía amigos con los que jugaba mientras mi padre hacía sus negocios. Todo parecía muy normal… en la superficie.

Pero debajo de las turbias aguas de una membresía que solo estaba disponible para los reyes de Georgia acechaba el mal puro. No había forma de disfrazar aquel hecho. Pasé de usar una vestimenta completamente negra a una blanca en cuestión de horas. Odiaba el estilo del esmoquin blanco, el cual era el código de vestimenta requerido para la noche. En realidad, odiaba usar esmoquin, punto. Prefería mis vaqueros desgastados y una camiseta de algodón. Cuando me obligaban a llevar un esmoquin o algún traje costoso, me sentía más bien como un muñeco Ken disfrazado. Me sorprende que de verdad hayas accedido a hacer las pruebas de iniciación dijo Montgomery Kingston mientras se acercaba con dos bebidas en la mano, una de las cuales me ofreció con una sonrisa.

Llevaba un manto plateado que solo podían usar los miembros de la Orden del Fantasma de Plata, y era extraño saber que, a pesar de que fuese mi amigo, ya no era exactamente como yo. Había completado sus pruebas y ahora era un miembro completo.

—Me esperaba que no asistieras.

Si pudiera estar en cualquier otro lugar, eso haría dije, sintiéndome agradecido de poder beber el coraje líquido que se me ofreció—. ¿Algún consejo para poder sobrevivir a esto ya que acabas de experimentar el sufrimiento?

No cuentes los días, porque 109 días es una puñetera eternidad replicó Montgomery . Y no digo que tengas que enamorarte y casarte con la mujer con la que te hayan emparejado, como me pasó a mí con mi Bella, pero tienen que llevarse bien. Te guste o no, serán un equipo. Es la única forma de superar las pruebas; y créeme, varias son más que brutales.

No creo que eso ocurra. Seamos realistas, has tenido suerte con Grace dije . Sabes tan bien como yo que esas mujeres no son más que prostitutas de lujo. Están aquí para que les den su sueldo y nada más. Hombre, lo mismo se podría decir sobre nosotros. Montgomery se encogió de hombros . Todo depende de cómo lo veas.

El resto de mis amigos y compañeros candidatos se acercaron a Montgomery y a mí, ya que nos estábamos acercando a la medianoche. No era un secreto para nadie que no me encantaba Darlington, la mansión Oleander, la Orden del Fantasma de Plata, ni nada últimamente. Pero me caían bien estos hombres. Teníamos historia juntos y habíamos crecido juntos. Cada uno iba a su propio ritmo, pero sabía que en el fondo eran buenos muchachos. Si tenía que hacer esta iniciación, me alegraba no tener que hacerlo completamente solo. Montgomery Kingston, Beau Radclie, Rafe Jackson, Walker St. Claire y Emmet Washington eran lo más cercano a hermanos que tenía.

¿Estás preparado? me preguntó Rafe. Me encogí de hombros. Podía quedarme aquí quejándome o podía esforzarme para superarlo. Estaba bastante seguro de que mis amigos estaban hartos de mi actitud enfurecida y no querían ni necesitaban oírla más.

Todos debemos hacerlo dije mientras terminaba mi bebida y dejaba el vaso sobre una mesa cercana.

—¿Qué se siente ser un verdadero miembro de la Orden? —le preguntó Emmet a Montgomery. Raro respondió . Para serte honesto, no es nada diferente, aparte de que ya no tengo que preocuparme por los obstáculos y pruebas que tengo que pasar para llegar hasta donde estoy ahora. Sé que se espera que asista a todos los eventos de ahora en adelante, algo que no me emociona mucho, francamente. No quiero ser parte de las pruebas de Sully en lo absoluto. Pienso que apesta tener que presenciarlas, pero las cosas son como son. Es el precio que debo pagar, supongo.

—Solo no te vuelvas como esos monstruos —dije mientras miraba el blanco reloj de péndulo que era el centro de atención en el níveo y prístino salón de baile . Todavía no eres un anciano, pero, aun así, no los imites.

—Jamás —declaró Montgomery con firmeza—. No me convertiré en mi padre ni repetiré la historia. Esta Orden necesita un cambio total, y con suerte, cuando todos seamos miembros, podremos ayudar a que se haga realidad.

Nuestra conversación se vio interrumpida cuando el reloj marcó la medianoche. El familiar golpe de martillo de doce campanadas que resonaba por la sala fue acompañado por los Ancianos y sus bastones. Con cada campanada que marcaba la hora, los bastones impactaban rítmicamente contra el blanco suelo.

Traigan a las bellas exigió uno de los ancianos después del duodécimo golpe de su bastón.

Los candidatos se alinearon conmigo en el centro de la sala, tal como lo habíamos hecho con Montgomery durante su Iniciación. El ya mencionado fue a acompañar a los miembros, que estaban vestidos con espectrales mantos plateados. Me puse firme y aguardé; por lo menos sabía lo que debía esperar y no operaba a lo ciego hasta los momentos.

El silencio de la sala cambió cuando las bellas y el sonido de sus tacones invadieron el salón de baile.

Eran veinte mujeres jóvenes. Veinte encantadoras mentiras estaban de pie frente a mí.

A medida que entraban en el salón, se fueron posicionando en una única fila. Me recordaba a una versión retorcida de un concurso de belleza, pues todas las aspirantes estaban en exhibición y esperaban ser elegidas como la ganadora.

Largos y ondeantes vestidos de baile de una multitud de tonalidades parecían eclipsar a las mujeres. No encajaban en las costosas prendas mucho más de lo que yo encajaba en el esmoquin blanco, y era evidente por su incomodidad. Estábamos disfrazados mientras nos rodeaban hombres con mantos plateados, y cualquiera podría percatarse por sus ojos, su postura y también al respirar en el ambiente.

No pertenecían aquí y ellas lo sabían. Debían estar rogando porque no nos diésemos cuenta si se ponían un disfraz y hacían el papel, pero el aroma que impregnaba el aire las delataba…

El miedo tenía un olor, y aquí apestaba a miedo.

—Exhiban a las bellas —ordenó el anciano con un golpe del bastón.

Otro anciano empezó la procesión de las bellas haciendo que caminaran una tras otra por el salón de baile. Primero las paseó frente a los ancianos encapuchados, luego frente a los miembros y finalmente ante nosotros. Repitieron el acto tres veces, dándoles vueltas por el salón como si fueran soldados marchando que flanqueaban la sala bajo órdenes estrictas, aunque sus uniformes de militares fuesen vestidos que usaban las verdaderas bellezas sureñas.

Con la salvedad de que estas bellezas sureñas eran fraudes y mentirosas. Algunas de las mujeres inclusive caminándoles costaba caminar con los tacones que les habían dado. Eran como peces fuera del agua.

Sullivan VanDoren llamó el anciano mientras las mujeres volvían a ponerse en fila frente a nosotros. No nos habíamos movido, sino que nos limitamos a contemplar el desfile de la mentira—. Es hora de que elijas una bella.

El anciano que había liderado la procesión de las mujeres se acercó a donde yo estaba y abrió el puño. Descansando sobre la palma de su mano había una cinta de seda negra. No necesitaba ninguna instrucción para saber lo que tenía que hacer a continuación, pues este proceso se explicaba claramente en el manual que gobernaba cada aliento que tomábamos. Además, no fue hace mucho que vi a Montgomery cuando le ofrecieron la misma cinta oscura.

Cogí la cinta y me esforcé por no poner en blanco los ojos ni decirles que se fueran a la mierda. Luego me acerqué a la línea de mujeres y comencé lo que llamaban el «toque de las perlas». Sabía que se esperaba que pasara por cada mujer y rozara brevemente el collar de perlas que todas llevaban puesto. Debía haber un espectáculo; darle algo de sabor y emoción al ritual.

Se suponía que debía tomarme en serio esta ceremonia. Estaba eligiendo a la bella que cambiaría mi futuro para siempre, y se suponía que debía honrar y valorar este momento de «tocar las perlas» como si fuera una de las decisiones más importantes de mi vida. Pero seamos honestos, una zorra es una zorra sin importar de qué color fuese el vestido que llevase para ocultarlo.

Caminé por la fila rápidamente y toqué las perlas para que los ancianos no pudieran decir que no lo hice y que, por lo tanto, fallaba mi iniciación antes de que siquiera empezara. Cuando terminé, di un paso atrás y observé a las mujeres; todas miraban cada movimiento que hacía y, honestamente, se veían igual ante mis ojos: caras bonitas, ojos esperanzadores, y todas estaban emperifolladas con maquillaje, pestañas extragrandes, fijador para el cabello, uñas pintadas, y todo lo que odiaba.

Belleza falsa.

Si hubiera entrado a un bar y me hubiesen presentado a las mismas mujeres, me iría solo, o quizás elegiría a la camarera de la barra, porque al menos ella sí sería real. Pero aquí no tenía esa opción, así que tendría que seleccionar a alguien.

Sully VanDoren, debes elegir una bella presionó un anciano con un golpe de su bastón. Por lo menos no me llamó «Sullivan», nombre que odiaba a muerte.

Vale, muy bien. ¿Cuál de estas señoritas era la más digna? ¿Quién era el epítome de lo que esta Orden y nuestra adinerada sociedad de cabrones y princesas representaba? Necesitaba elegir a alguien que pudiera ser el vivo ejemplo de ello para así poder triunfar. Tenía que elegir todo lo contrario a la persona que elegiría en mi vida normal como recordatorio constante de que esta pesadilla enfermiza no era normal, y que era un pretexto, un juego. Así que jugaría a su juego.

Encontraría a mi Barbie, pues yo era el Ken. Mi retorcido sentido del humor me daba algo de placer mientras volvía a contemplar a las mujeres y me fijaba en la mujer con la clásica apariencia de una belleza sureña: cabello largo y rubio, ojos azules enmarcados por unas gruesas pestañas, labios carnosos con pintalabios color melocotón que resplandecía debajo de las luces del candelabro y, para colmo… llevaba puesto un vestido rosa. Sí, era la imagen perfecta de un primor de Georgia. Mi madre se sentiría tan orgullosa.

Mientras la apreciaba de pies a cabeza, también llegué a una importante conclusión: podía follarla. De hecho, puede que en verdad consiga algo de placer, pues sí que tenía un cuerpo fabuloso.

Sin perder más tiempo, me acerqué a donde estaba parada y la miré fijamente a los ojos. Ella me sostuvo la mirada y pareció enderezarse más, mejorando así su postura. Entrecerró los ojos y vi como tensaba la mandíbula. Parecía como si estuviera retándome en silencio. Sí, esa era la

sensación que me daba. No sonreía ni se hacía la tímida; tampoco batía las pestañas ni se relamía los labios. No… La estaba cabreando por examinarla como si fuese un trozo de carne.

«Te reto, hijo de puta».

«De acuerdo, zorra».

«A jugar».

«A jugar».

Le arranqué el collar de perlas con fuerza; no me preocupé ni miré mientras las perlas se dispersaban a nuestro alrededor. Ella entrecerró los ojos aún más, pero se quedó en su sitio y no mostró ninguna otra emoción aparte de una actitud desafiante.

Romper el collar. Era un acto que demostraba lo sencillo que era para la Orden del Fantasma de Plata dar riquezas solo para arrebatarlas después. Lo que creías que era tuyo podía arruinarse con mucha facilidad. Pero en mi caso, también se hacía para mostrarle que yo, y no ella, tenía el control. Sería mejor que se percatase de eso desde ahora.

No me apetecía jugar más a este juego bajo los ojos de los ancianos, así que cambié la prenda blanca que tenía en el cuello con la negra. Me encontré con sus ojos, anudé el lazo en su cuello y tiré de él con fuerza… con más fuerza de lo que normalmente se haría. De hecho, me dio mucho placer apretar ese lazo hasta el punto en que sus rasgados ojos se abrieron de par en par.

Esa era mi advertencia. Montgomery me había dicho que la clave para completar los 109 días era encontrar una compañera de equipo, pero yo nunca fui bueno atendiendo ni siguiendo consejos. Yo era distinto. Consideraba esta iniciación como si estuviese yendo a la guerra.

No habría ningún nosotros, simplemente un yo. Yo era el general y esta pequeña Barbie sería mi soldado. Sería mejor que acatase las normas si sabía lo que le convenía. Desde luego que no tendría ningún problema en enseñarle una lección de lo que ocurriría si me hacía enfadar.

Atando la cinta para hacer un lazo en su cuello, oí: Sully VanDoren, ¿has elegido a tu bella para las pruebas de iniciación?

Di un paso atrás para apartarme de la bella con el vestido rosa y asentí. La he elegido.

CAPÍTULO 3

Portia

Cuando la invitación llegó hace dos días a nuestra destartalada caravana, pensé que Dios y los ángeles en el cielo la habían enviado.

Siempre había sido optimista. Al ser la mayor de cuatro hermanas con el deber de hacer rendir un dólar entre todas algunos días, tenía que ser positiva, o de lo contrario iba a enloquecer. Cuando una puerta se cierra, en algún otro lado otra se abre, ¿verdad?

Y ahora heme aquí, de pie con diecinueve preciosidades llenas de esperanza detrás de una puerta de caoba, esperando lo que ansiaba que fuera una experiencia que cambiaría mi vida. Miré a mi alrededor furtivamente. Las otras mujeres eran magníficas: su maquillaje y cabello eran impecables, sus vestidos estaban planchados a la perfección, sus labios eran brillantes y carnosos, y tenían unas largas pestañas que batían seductoramente como si lo hubieran practicado.

Mis nervios se crisparon aún más. ¿Era la más bonita? No tenía ni idea. La gente ya me había hecho comentarios sobre mi apariencia; no estaba segura de si era por ser rubia y de ojos azules, o si era porque pensaban que en verdad era linda. Algunos profesores habían dicho que debía ir a concursos de belleza, pero evidentemente nunca tuvimos dinero para eso y, de todas formas, mamá siempre se encontraba enferma. ¿Pero qué pensaría de mí este misterioso «iniciado»? ¿Vería más allá de nuestro rostro empolvado para discernir quiénes éramos por dentro?

Entonces bufé sin humor para mis adentros. ¿A quién estaba engañando? Cada hombre que había conocido hacía juicios apresurados basándose solo en las apariencias. ¿Cómo era lo que decían? Los hombres juzgan a una mujer y deciden si se sienten atraídos por ella luego de cinco segundos de conocerla. Yo lo creía.

Había llegado hace horas después de vestirme de punta en blanco con el espléndido vestido que dejaron en nuestra caravana, y mis tres hermanas me habían maquillado. La señora Hawthorne me recibió en la puerta, me echó un único vistazo y asintió con aprobación. Gracias a Dios por mi hermana Tanya y sus impecables habilidades, fruto de años de lidiar con su cabello, maquillaje y tutoriales de YouTube.

—Por fin, una que luce aceptable. —Me hizo pasar y me llevó rápidamente por una escalera de servicio para luego entrar a una sala de preparación.

Mientras una doctora me examinaba en una diminuta sala con paredes blancas, piso de madera oscura y una única cama en el segundo piso de la mansión, la señora Hawthorne me interrogó arduamente sobre la razón por la que estaba aquí y qué esperaba ganar si me elegían. Yo estaba nerviosa, y cuando me ponía así, parloteaba.

Así que le conté sobre mis hermanas.

—Estoy aquí por mi familia. Bueno, por mis hermanas. Soy la mayor, y las demás son Tanya, Reba y LeAnn. Mi madre adoraba a las estrellas de música country, así que insistió en ponerles sus nombres a sus hijas.

La señora Hawthorne parecía confundida, y me figuré que tal vez era porque era escocesa, o al menos eso asumí por su acento, así que me explayé:

—Tanya Tucker, Reba McIntyre y LeAnn Rimes eran grandes estrellas country en los ochenta y los noventa, ¿lo sabía?

Entonces, ¿Portia también es el nombre de una estrella?

—preguntó con su acento cantarino.

—No. —Bajé la vista—. Mi padre eligió mi nombre.

Era un incómodo recordatorio de que tenía más de mi inútil padre en mí que cualquiera de mis dulces hermanas. Su espíritu agitado, su pasión por los viajes, sus ganas incontenibles de estar en cualquier otro sitio excepto en el que se encontraba… Todo eso lo había heredado tal como un cerdo se deleita en un baño de lodo en un día caluroso.

Comenzando por el nombre que me dio: quería que fuera Porsche, como esa estúpida marca de autos, pero al menos mamá había intervenido y lo redactó con más dignidad en el certificado de nacimiento. Inclusive al darle nombre a su propia hija ya había estado soñando con conducir hacia el atardecer y dejar atrás a su familia.

Sin embargo, a diferencia de él, yo sí me quedé cuando todo se puso difícil. Siempre me quedaría a luchar por mi familia, pasara lo que pasara; porque cuando finalmente busqué el significado de mi nombre, Portia, vi que significaba «ofrenda». Y sí, ofrecería mi vida por mi familia y con gusto. Siempre.

En fin continué alegremente. Había decidido hace mucho tiempo no pensar en las cosas tristes que no podía cambiar—. Mis hermanas son las mejores y haría cualquier cosa por ellas.

La señora Hawthorne frunció el ceño mientras la doctora introducía el espéculo debajo de la manta que había dispuesto para que cubriera mi mitad inferior. Me sobresalté un poco al sentir el frío metal, pero por lo demás no fue muy incómodo. La doctora era una mujer y lo apreciaba, pues guardaba silencio y me trataba con delicadeza. ¿Entonces estás aquí por ellas?

Asentí y traté de relajarme.

—Estamos a punto de que nos echen de nuestra caravana, y bueno, mis hermanas dependen de mí por muchas razones.

Proseguí a explicarlo todo, y la señora Hawthorne se quedó en silencio absoluto.

—Acaban de cortarnos la electricidad otra vez, y tenemos un mes de retraso con el alquiler luego de que Reba perdiera su trabajo temporal. Después, Tanya renunció a su trabajo en un establecimiento de comida rápida porque su jefe no dejaba de propasarse con ella.

Me mordí el labio y traté de no moverme cuando la doctora abrió más el espéculo en mi interior.

Solo nos quedaba el trabajo de LeAnn como empaquetadora de comestibles luego de la escuela, pero tiene catorce y no puede hacer muchas horas, y de todas formas le pagan salario mínimo. Mi trabajo de cuidar a personas mayores… Bueno, está claro que nunca he tenido la oportunidad de ir a la universidad, así que no soy una enfermera oficial o algo por el estilo. —Negué con la cabeza — . Y las facturas no paran de acumularse…

Mi familia era mi responsabilidad y les estaba fallando. La doctora terminó y salió de la sala sin interrumpirnos.

—Escucha, muchacha.

La señora Hawthorne se sentó a mi lado en la cama mientras yo me subía la manta para cubrirme.

—Amo a estos chicos como si fueran míos. El hombre que estará seleccionando es un poco… tosco por fuera, pero por dentro es un buen muchacho. No puedo decir más, pero le vendría bien una mujer como tú para que lo mantenga a raya en todo esto. Podrían ayudarse entre sí. Dile por qué estás aquí, eso ayudará.

Estaba hablando como si pensara que de verdad tenía una oportunidad, y aquello revivió ese pequeñísimo capullo de esperanza que apenas me había atrevido a poner bajo los rayos del sol. ¿Podría funcionar? ¿Era esta la salvación caída del cielo, o por lo menos en forma de un desconocido en esmoquin que había tocado a mi puerta hacía algunas noches con una invitación curiosamente formal, seguido de un vestido extravagante y una limosina?

Lo cierto es que se nos habían acabado las opciones. Esta era nuestra última jugada desesperada. Habíamos vivido en el límite de la pobreza por un par de años ya, desde que…

No, era mejor no pensar en eso ahora mismo.

La señora Hawthorne se levantó como si estuviese a punto de marcharse.

La doctora volverá con tu inyección anticonceptiva en cualquier momento. Todo lo que falta es que me digas qué quieres cuando todo esto acabe. ¿Cuál es tu mayor deseo?

Me detuve, pues no quería estropearlo. ¿Y si era como los deseos de los genios en los relatos, en los que, si formulabas mal lo que pedías, no te daban nada de lo que te correspondía por alguna laguna imprevisible?

¿Qué pidió la última mujer? pregunté evasivamente. Primero pidió dinero.

—¿Cuánto?

—Diez millones.

Entonces fruncí el ceño.

—Espera, ¿a qué te refieres con primero?

La señora Hawthorne hizo una pausa y entonces se inclinó como si fuera un secreto.

Nunca antes había pasado, así que no tengas muchas esperanzas, pero al final de la prueba, ella y el iniciado se enamoraron. Renunció al dinero y su único deseo fue simplemente estar con él.

Sonaba romántico… y poco práctico.

—Pero me has dado la sensación de que no solo tiene que ser dinero; que la Orden tiene el poder de darme todo lo que quiera. ¿Puede darme cualquier cosa?

—Dentro de lo posible.

Hice mi petición, pero me asustaba que decirla en voz alta, incluso entre susurros a una mujer en la que sentía que podía confiar, me pudiese traer mala suerte. Pronunciarla hacía que todo fuese real. De niña me habían enseñado que al soplar las velas de cumpleaños nunca podías decirle a nadie cuál fue tu deseo porque no se haría realidad, así que, desde este momento, mi deseo más grande de todos permanecería bajo llave en la impenetrable caja fuerte de mi alma.

—¿Pueden? —pregunté.

Ella asintió.

—Lo han hecho antes.

Cerré los ojos, solté un suspiro de alivio y me apoyé contra la pared. Todo terminaría, y con suerte, de una vez por todas.

Alcé la mirada para volver a mirar a la señora Hawthorne.

Y ahora estaba aquí, de pie y aguardando la ceremonia de selección. Estaba esperando detrás de esta puerta de roble y rezando que el iniciado me eligiese. Lo quería a toda costa. Lo necesitaba.

Pero los hombres odiaban a las chicas necesitadas, así que tenía que estar tranquila, relajada y serena. Lo que estaban buscando era una «bella», ¿no? Podía ser el epítome de una belleza sureña. Refinada, regia, costosa, esquiva.

Todo lo que no era en la vida real. Pero esto era ficción; un acto, una mentira. ¿No eran así las personas ricas? Pecaban tanto como el resto, solo que no tenían que pagar por sus pecados. Podían fingir que eran superiores. Podían saltarse la fila hasta llegar al frente, el cual era su pecado más grande.

Esta noche sería uno de ellos. Actuaría por 109 días, pero si y solo si me elegían.

Entonces, antes de sentirme lista, la puerta se abrió repentinamente. Algunas chicas se batieron brevemente para estar al frente de la fila india, pero yo me ubiqué en un hueco en el medio. Pelearse con otras mujeres justo enfrente de la puerta no sería regio ni esquivo.

Entramos a la sala en una sola fila y me quedé ligeramente boquiabierta. Era un salón de baile intimidante e impecablemente blanco. Nunca había visto nada semejante. La mansión tenía más de cien años, probablemente mucho más, y mirar a mis alrededores se sentía como si hubiéramos salido de nuestra era y caído en una burbuja de aire donde todavía era el siglo pasado.

Hombres con prístinos esmóquines blancos platicaban con sus cócteles en mano hasta que se posicionaron en una fila organizada. Y también estaban los hombres que llevaban los lujosos y ominosos mantos plateados. El brillo de la

Hagámoslo.

costosa tela brillaba debajo de las luces del enorme candelabro de gas. Cada uno de los hombres cubiertos sostenía un bastón con empuñadura de plata.

Uno de los hombres del manto nos exigió que nos exhibiéramos, y así nos organizamos en una fila de vivos colores. Nuestros vestidos eran como vistosos toques de color en lo que, por lo demás, sería un salón monocromático. A medida que marchábamos en círculos registré la sala frenéticamente, pues trataba de orientarme y saber cuál de los hombres que llevaban esmoquin blanco era el iniciado de la noche.

Los hombres de los esmóquines estaban firmes. Me recordaban a los soldados que se preparaban para la guerra. Algunos miraban nuestra procesión con curiosidad, pero solo uno se estaba bebiendo su vaso lleno de un oscuro líquido ambarino. Parecía que la actuación le era completamente indiferente. Cielos, si estaba aquí para apoyar a su amigo, estaba haciendo un verdadero trabajo de mierda.

Esperaba que fuese el que parecía estudioso, o el hombre que nos sonreía con amabilidad, como si estuviera tratando de animarnos y decirnos que lo hacíamos bien.

Sin embargo…

Fue al patán borracho a quien los ancianos se acercaron con una pequeña cinta negra y una mala cara mientras le quitaban el vaso vacío.

«Tiene que ser una broma. ¿Él?».

Se me cayó el alma a los pies. Ni siquiera parecía que quisiera estar aquí. Caminó de forma irregular hacia las mujeres y rozó las perlas de sus cuellos con aspereza. Cuando llegó hasta donde estaba yo, traté de hacer contacto visual; de asegurar algún tipo de conexión entre nosotros.

La señora Hawthorne me había advertido de que era duro por fuera. Aun así, había esperado… bueno, algo más que esto. Y, sin embargo, ¿no acababa de pensar que era injusto juzgar a alguien basándose en unos pocos minutos de interacción?

Apenas tocó mis perlas, y no me miró al rostro ni una sola vez antes de continuar con la siguiente chica. Parecía tener menos y menos tiempo para cada una mientras avanzaba en la fila, y mis esperanzas se hundieron aún más. Este hombre no era mi esperanza de salvación; era un ricachón borracho con mucho dinero y privilegio, uno que probablemente nunca había trabajado con sus manos ni un solo día en toda su vida.

Uno de los ancianos, evidentemente tratando de restablecer la pompa y solemnidad de la ceremonia, chocó su bastón contra el suelo.

Sully VanDoren, debes elegir una bella.

Sully VanDoren. VanDoren… Dios mío, no podía pensar en un nombre que dijese a gritos «dinero» y «privilegio» más que aquel.

Vale, era evidente que esto no iba a funcionar. Tendría que pensar en otra solución no convencional para los problemas de mi familia. Maldita sea. Tendría que renunciar a cuidar de los ancianos. Echaría en falta a mis pacientes, pero tal vez si conseguía algún empleo como camarera en la ciudad podría enviar más dinero y…

De repente, Sully dio una zancada y se paró justo enfrente de mí.

Yo me congelé y también le miré; primero me sentí como un ciervo frente a los faros y después me enfadé irracionalmente cuando siguió de pie allí sin hacer nada. ¿Le excitaba esto de jugar con las mujeres?

¿De verdad iba a elegirme? ¿Pero por qué?

Incluso en estos momentos me miraba como si me aborreciera. Yo también lo fulminé con la mirada. Sí, cuando la invitación había llegado, sentí que era un regalo del cielo; pero ahora tenía el sentimiento distintivo de que estaba mirando al diablo a los ojos. Este era un hombre al que habían empujado al límite, que estaba al borde.

No tenía idea de qué demonios lo había llevado hasta ese punto, pero parecía evidente que no le importaba una

mierda. Y un hombre así era peligroso.

Debí haber bajado la vista, debí haberme encogido de miedo y demostrarle que no era para él. Aquello habría sido, en definitiva, lo más inteligente.

Pero no lo hice.

Me enderecé y desafié al diablo porque yo también era una mujer a la que habían empujado al límite, carajo. Y que se fuera al infierno por pensar que podía hacerme sentir inferior o acobardarme incluso por un segundo ante su gran y todopoderoso…

Antes de que pudiera respirar hondo, me arrancó las perlas del cuello.

Pestañeé, conmocionada.

¡Joder! Si los golpes de los bastones de los ancianos contra el blanco suelo significaban lo que yo creía, entonces acababa de ser elegida.

CAPÍTULO 4

Portia

No había tiempo para considerar ni reconsiderar nada. Solo había destellos de imágenes: mujeres llorando mientras se las llevaban, el murmullo de conversaciones entre los otros miembros, y nosotros mientras nos conducían a Sully y a mí por las escaleras.

Sully estaba a mi lado, pero no dijo ni una palabra.

Sexo. Ahora era hora del sexo. La señora Hawthorne me había explicado lo que esperaban de mí y no me sentí sorprendida. Me gustaba el sexo, y nunca pude tenerlo muy seguido porque siempre estaba corriendo de aquí para allá. De vez en cuando tenía novios, pero por lo general huían cuando se daban cuenta de que siempre le daba la prioridad a mi familia por encima de ellos.

No lo lamentaba para nada. No me pidas que elija entre tú y mi familia, porque siempre saldrás perdiendo.

Entonces vale, sexo. Cuando dije que haría cualquier cosa por mi familia lo decía en serio. No era una mojigata, pero cuando todo el séquito nos siguió escaleras arriba, ahí fue cuando caí. Joder, mi primera vez con el malhumorado Sully VanDoren sería sexo muy público, voyerista y con un montón de hombres encapuchados mirándonos.

Y Sully no les iba a poner las cosas fáciles a nadie. ¿Entonces van a venir y ver cómo me la follo? le preguntó a la multitud que nos seguía con una risa tosca—. ¿Es eso lo que se las pone duras, vejetes? Joder, tal vez deberíamos hacer un sorteo y vender boletos. ¿Por qué no incluimos también a la asociación de padres y profesores del instituto Darlington?

Sully abrió la puerta a una habitación de golpe y me dio un tirón por el codo para llevarme dentro. Fue más abrupto que doloroso. Esperaba que su reacia actitud avergonzara a los ancianos para que dejasen de seguirnos o se diesen la

vuelta, pero no; entraron a la habitación con nosotros de todas formas.

La habitación era amplia y una cama con dosel reinaba en ella. El marco era de una antigua madera oscura, y la intrincada carpintería curvada de la cabecera era bastante impresionante. No es que hubiera tenido mucho tiempo para contemplarla mientras Sully me zarandeaba con fuerza del brazo.

Conoces las reglas, Sullivan dijo uno de los ancianos — . La primera consumación debe ser presenciada por todos.

—Bueno, a la mierda —dijo Sully de mala manera mientras se quitaba la camisa y la tiraba sin cuidado en el antiguo diván que estaba a los pies de la cama. Varias sillas con respaldo hechas de felpa y de un tono marrón a juego estaban colocadas artísticamente por la habitación. Muchos ancianos estaban sentados en ellas, aparentemente preparándose para un espectáculo. Aquello solo hizo que Sully se enojara más.

—No podemos fallarle al manual sagrado. Los pasillos de la Oleander se sacudirían en sus cimientos si el primer coito no es presenciado por todos.

Se bajó los pantalones y se acercó tambaleándose hacia donde yo me encontraba, vacilante y de pie junto a la cama.

Súbete la falda, nena. Me enteré de que te estamos pagando por hora. ¿Cuánto cobras? ¿Cuántos millones te están pagando para que te follemos de todas las formas posibles por los próximos tres meses?

Quería abofetearlo. Cualquier otro hombre que me hablara así habría terminado con algo más que la marca de mi mano en su rostro; se habría devuelto a casa con un ojo morado. Mi padre me había enseñado a dar golpes antes de irse. Y también heredé su temperamento.

Fulminé a Sully con la mirada.

¿Estás siquiera lo bastante sobrio como para hacer tu trabajo? le siseé.

No me importaba quién nos miraba o escuchaba. Y entonces me incliné hacia él, pues también tenía un diablillo dentro:

—Me da igual porque a mí me siguen pagando, se te ponga dura o no.

Bueno, eso lo hizo reaccionar. Sus ojos brillaron.

—No juegues conmigo, pequeña.

Me subí a la cama y me recosté, levantándome en el proceso mi voluminoso vestido rosa. Luego me quité las bragas, lo cual no fue tarea fácil si se consideraba la cantidad de tela que tenía el vestido. Entonces me quedé tumbada con las piernas abiertas, y miré a Sully como si le estuviera desafiando.

Vale, por dentro estaba entrando en pánico, pero la falsa valentía me había sacado de unos cuantos líos en el pasado, y mientras más pronto terminara todo esto, mejor.

Sully vaciló un momento y bajó la vista para mirarme. A sus espaldas, los Ancianos estaban acomodados frente a la pared, parados como centinelas frente a las cortinas color rojo oscuro que colgaban desde el techo hasta el piso. Algunos tenían la mano dentro de los pantalones mientras nos vigilaban, y otros se tocaban por encima de los mantos.

Pestañeé y volví a centrar la atención en Sully. La única forma en la que podría superar esto era enfocándome en él y en nadie más que él. Enarqué una ceja.

—Bueno, ¿la vas a meter o qué?

Unas cuantas risotadas provinieron del gallinero, lo que claramente enfureció a Sully. Y entonces dio unos cuantos pasos hasta la cama, quitándose los pantalones de su traje y los calzoncillos en el proceso.

Abrí los ojos de inmediato. De repente no se veía ebrio, y cielos, bastó con una mirada hacia abajo para ver que estaba muy listo para ocuparse del asunto. De hecho, nunca había visto un pene tan largo ni grueso en mi vida. Mi boca se resecó, y no fue hasta que apoyó su rodilla sobre la cama que volví a alzar la vista para mirarlo.

Conque a la zorra le gusta lo que ve.

¿Zorra? Vaya hipócrita de…

Pero antes de que pudiera dar alguna respuesta inteligente, él alineó su enorme pene contra mi abertura. Sentí que mis ojos se abrían como platos y, al mismo tiempo, que me humedecí a modo de prepararme para su entrada.

Todo lo que había conocido sobre este hombre en los últimos diez minutos me hacía detestarlo, pero mi cuerpo… Bueno, mi cuerpo no había recibido el mensaje con claridad. Todo lo que oía era que el hombre más sensual en el que había puesto los ojos estaba cerniéndose sobre mí y masajeándome el clítoris con el miembro más glorioso de todos los tiempos, y… No pude evitar el estremecimiento total de placer mientras arqueaba la espalda para encontrarme con Sully. Y, siendo el infeliz que era él, aquello tampoco le pasó desapercibido. Una sonrisa enorme y satisfecha cruzó por su rostro.

Esa endemoniada sonrisa hizo que mi intimidad se humedeciera de nuevo, facilitando así el camino para que su pene entrase un centímetro. Oh, Dios…

Extrañaba esta sensación. ¿A quién engañaba? Nunca había sentido algo parecido. Por otro lado, siempre había salido con niños buenos. Chicos que echaban un polvo rápido en el asiento trasero del auto y siempre me llamaban al día siguiente. Nada como este fuego peligroso e intensidad con furia.

Sully se movió un ápice y movió sus caderas para frotar su miembro contra mi clítoris, y yo casi pierdo la cabeza.

—Así es —carraspeó—. Quédate ahí y recibe lo que te doy.

Quise discutir. Debería atacarle con un comentario hiriente. Pero entonces me embistió hasta el fondo, y todo lo que pude hacer fue separar las piernas y darle la bienvenida a casa.

Así que era un imbécil. Un imbécil que estaba a punto de darme el mejor sexo de mi vida. Aprender a llegar a un compromiso era una señal de madurez, ¿o no?

Levanté una pierna y la pasé por su trasero en un intento de acercarlo más hacia mí, lo cual le gustó, si es que la forma en que se retiró y luego volvió a penetrarme era indicio de ello. Por un segundo pensé que tal vez había olvidado al resto del mundo y estaba tan embebido en esto como yo lo estaba.

Claro, debí habérmelo imaginado. Si había aprendido algo sobre Sully en el corto tiempo en el que llevaba conociéndole, era que era un testarudo de mierda. Se volvió hacia el grupo de Ancianos mientras me seguía follando; cada vez se frotaba tortuosamente contra mi clítoris y me llevaba más y más cerca del éxtasis.

Esto no es normal y lo saben, ¿verdad? les gritó sin bajar el ritmo . ¡Vayan a casa con sus esposas! ¿Qué están haciendo aquí? ¿Están reuniendo material visual con el que poder hacerse una paja después? Está muy jodido.

Debería horrorizarme de que estuviese usando el tener sexo conmigo como un ejemplo práctico. Si veía esto tan retorcido, ¿entonces por qué diablos estaba participando? Y participando tan… tan vigorosamente.

¡Ah! No pude evitar soltar un gritito agudo cuando impactó contra un área especialmente sensible que hizo que me iluminase por dentro. Oh, Dios mío, ¿era ese el punto G? Siempre había pensado que era un mito. Bajé la mano y me aferré a las sábanas, desesperada, conteniendo el grito de placer que amenazaba con salir de mi garganta.

Dios, mío… No debería… ¿Cómo es que…?

Y entonces todos mis pensamientos cayeron en el olvido cuando el placer abrumador me invadió. Mis extremidades se volvieron rígidas cuando me agarré al trasero de Sully. Espera, ¿cuándo había puesto la mano en su trasero…? Oh, al diablo, se sentía todo muy bien. Se sentía demasiado bien. Muy muy bien… Muuuuy…

Enterré la cara en la almohada y por fin solté un grito de placer. Cerré los ojos para poder experimentarlo plenamente sin que nadie arruinara el momento.

Seguía y seguía, y mientras tanto Sully continuaba penetrándome con más fuerza. Con más rudeza. Más salvajismo.

Oh, Dios míoooooo.

Era más salvaje de lo que nunca había sentido; tomaba completa posesión de mi cuerpo, y yo me rendí ante ello. Que Dios me ayude, porque cedí…

Seguí siendo atacada por el orgasmo hasta que alcanzó otro pico… Y entonces al fin, al fin, me quedé floja, como un muñeco de trapo.

Solo entonces Sully se quedó inmóvil y su cálido torrente inundó mi interior.

CAPÍTULO 5

Sully

El sol matutino casi me quema los ojos.

No tenía idea de la hora que era, pero no había forma de que ya fuese tiempo de salir de la cama. Gruñí y me giré para no estar frente a la amplia ventana que daba a los cuidadísimos jardines de la Oleander.

—Ah, qué bien, estás despierto. —Oí decir a una animada voz desde los pies de la cama.

Entreabrí un ojo para ver que la mitad de la cama ya había sido hecha, como si Barbie nunca hubiera dormido en ella anoche, algo que sabía que sí había ocurrido. No lo estoy gruñí mientras volvía a cerrar los ojos con la esperanza de que pudiera ignorar el hecho de que anoche me había acostado con una completa desconocida, me había ido a dormir con ella como si fuéramos una pareja casada de mierda, y que ahora se esperaba que tuviéramos una charla matutina después del sexo.

—He estado esperando a que despertaras —dijo.

—Bueno, no estoy despierto. Estás hablando, lo que significa que estás despierto.

Me puse boca arriba y abrí los ojos para ver a Barbie vestida con mallas, un sujetador deportivo y zapatillas deportivas. Su cabello rubio estaba recogido en una coleta alta y tenía una brillante sonrisa en el rostro.

—¿Por qué están abiertas las cortinas? —Me cubrí los ojos con el brazo—. Hay demasiada luz. Porque no somos vampiros. Eso y que odio dormir con las ventanas cerradas. Me gusta despertarme con el sol; es una magnífica forma de empezar el día.

Volví a gruñir, incapaz de procesar sus palabras con el fuerte dolor de cabeza que tenía.

—No quise revisar tu ropa mientras dormías, pero espero que tengas ropa deportiva —dijo mientras oía que la puerta

del armario se abría . Por lo menos tienes deportivas. Eso es bueno.

No dije nada. Tal vez si me hacía el muerto se cansaría de mí y pasaría a otra cosa.

Yo no hice las reglas dijo, soltando mis zapatos junto a la cama.

—¿Qué

reglas?

—La regla ridícula que dice que no puedo salir de la habitación sin que estés a mi lado. Tal parece que necesito un guardián o algo así. —Sentí su peso cuando se sentó en el borde de la cama—. Traté de ser paciente, pero siento que las paredes me van a aplastar.

¿Paciente para qué? murmuré mientras volvía a darme la vuelta y subía la manta para cubrirme el rostro.

—Salgamos de aquí. Necesito salir a trotar para despejar mi mente. Movió mi pierna . Vamos, nos hará bien. No dije con firmeza y volví a acomodar mi cabeza sobre la almohada con la esperanza de poder quedarme dormido nuevamente.

Sully, vamos. Volvió a darme una palmada en la pierna—. No podemos quedarnos aquí toda la mañana.

—Sí podemos —murmuré.

Sully…

Me quedé en silencio.

—Sully…

Me puse la manta sobre la oreja.

Sully…

Vuélvete a dormir hasta que los ancianos nos den las siguientes órdenes —dije.

—Vamos —insistió, esta vez empujándome la pierna y con un tono mucho menos alegre . Mueve ese culo de borracho y ven conmigo. Si no lo haces… te juro por Dios que saldré por esa puerta y me arriesgaré a terminar con esta iniciación para los dos. No me voy a quedar sentada sin hacer nada. Me quitó la manta y la sábana de un tirón sin previa advertencia.

Su grito de sorpresa me habría hecho reír si no estuviese tan irritado por que me hubiese apartado las sábanas de mi cuerpo desnudo. Me dio la espalda enseguida, claramente avergonzada y con el rostro enrojeciéndose.

Acostúmbrate a verme desnudo, Barbie. Yo duermo como Dios me trajo al mundo.

Miró rápidamente por encima de su hombro y me fulminó con la mirada.

No me llames así.

Me encogí de hombros mientras sacaba las piernas de la cama y me estiraba, pues sabía que cualquier posibilidad de volver a dormir era inútil.

¿Cómo te gustaría que te llamara? Ni siquiera creo saber tu nombre.

Joder, había follado a esta mujer y no sabía absolutamente nada sobre ella, aparte de que era una persona mañanera muy pesada.

—Portia Collins —dijo mientras volvía a acercarse al armario—. No soy tu Barbie, no soy tu amorcito, no soy tu nena ni tu querida, ni ningún otro mote degradante. Llámame Portia o no me llames de ninguna forma.

—Barbie te queda bien —dije mientras avanzaba hacia ella, sin avergonzarme de mi desnudez.

Sí, bueno… Idiota también te queda bien, pero no ves que te llame así.

De un tirón sacó una camiseta de una percha y la arrojó en mi dirección. Me daba cuenta de que mi falta de ropa la perturbaba, y evitaba mirarme el pene, que estaba en todo su esplendor debido a mi erección matutina. Rebuscó en la cómoda que tenía más cerca y encontró un par de pantalones de gimnasia, los cuales me lanzó después.

—Vamos, vístete. Tu panza regordeta me agradecerá el footing matutino —dijo con una sonrisa de satisfacción y una ceja alzada.

De inmediato tensé los músculos del estómago. ¿Panza regordeta? Tenía los putos abdominales bien marcados y ella

lo sabía. Pero maldición, me había puesto en mi lugar y logró que me sintiera ligeramente culpable por mi consumo excesivo de alcohol y mi descuido físico. Y no podía devolverle el insulto porque esta Portia era casi perfecta: su cuerpo era firme, tonificado y curvilíneo en todos los sitios correctos. Pero ver su dedicación esta mañana a mantener su forma me decía que tendría unos largos 109 días por delante.

—Un trote rápido y eso es todo —coincidí mientras me vestía bajo la supervisión de sus ojos impacientes.

—Si eso es todo lo que tienes —dijo y se encogió de hombros.

Era muy temprano para discutir con ella. La bruma matutina de hoy estaba densa, y me seguía palpitando la cabeza. Por lo menos podíamos estar de acuerdo en algo… necesitábamos aire fresco. Esta habitación ya se sentía muy pequeña con los dos dentro.

Nos encontramos saliendo por la puerta y trotando lado a lado por la avenida de robles mucho más rápido de lo que mi cuerpo estaba preparado. El whiskey aún brotaba de mis poros, y mi «panza regordeta» amenazaba con expulsar lo que quedase de bebida dentro de ella. Esto era lo último que quería hacer, pero cederle el control a la señorita princesa fitness tampoco era una opción.

¿Vamos a hablar acerca de lo de anoche o solo fingiremos que no estaba metido en ti hasta las pelotas? — empecé, concentrándome en no soplar y resoplar luego de cada palabra.

De verdad puedes llegar a ser un imbécil, ¿sabes? dijo sin que le faltara el aliento en lo más mínimo. Inclusive aumentó el ritmo, el cual tuve que igualar a regañadientes.

¿Por qué? ¿Porque lo digo como es?

—Vale. ¿De qué quieres hablar? —me preguntó.

—Quiero asegurarme de que seas lo bastante fuerte para soportar esta iniciación dije, ignorando la sensación de ardor en mis pulmones.

—¿Lo eres tú? —replicó ella.

Sé cómo funciona la Orden del Fantasma de Plata, y no creo que tú lo sepas. No tienes ni idea de lo que nos espera.

—No vine aquí pensando que iba a ser alguna clase de cuento de hadas. Desde luego no me voy a llevar un Príncipe Encantador, y sé que va a ser feo y difícil. Pero tengo la vista puesta en la meta y no tengo dudas de que soy lo bastante fuerte para hacer lo que sea que haga falta.

—¿Por qué te sometes a esto? —le pregunté cuando mis piernas parecieron tambalearse.

—¿Por qué lo haces tú? —volvió a replicar.

—Tengo mis razones —dije sin querer hablar sobre mi familia o mi hermana. En realidad, no era asunto suyo, y que lo supiera no tenía importancia para pasar las pruebas o no.

—También tengo las mías —imitó.

Los imponentes robles en cada lado del camino creaban un patrón de sombra, luego sol, sombra y otra vez sol; era como una repetición nauseabunda que me obligó a detenerme para no vomitar. Portia siguió trotando en su sitio mientras yo me inclinaba y ponía las manos en las rodillas. Sabía que tenía que estar disfrutando cada momento de mi miseria, pero no podía concentrarme en ella ahora mismo porque eso habría requerido que alzara la cabeza lo suficiente para mirarla, lo cual no era una opción.

¿Planes emborracharte en cada prueba? me preguntó.

—Planeo hacer lo que me dé la puta gana —solté, sin apreciar su tono crítico y pasivo agresivo.

Sí, ya había resuelto eso sobre ti dijo mientras se daba la vuelta y resumía su trote, sin importarle si corría con ella o no.

Caminé hacia un enorme roble y me senté apoyado del tronco. Lo que en verdad necesitaba era un Bloody Mary para calmarme un poco, pero no lo veía en el futuro inmediato.

Aunque, cuando volviéramos a la casa para tomar el desayuno, estaba bastante seguro de que podría convencer a la señora H de que me hiciera uno… o no. No es que figurara mucho en su lista de «niños buenos» últimamente. Me

había dicho incontables veces que tenía una mala actitud… Y tenía razón.

Observé a Portia alcanzar el límite del largo camino, darse la vuelta y retomar su trote hacia donde me encontraba. Movía su cuerpo sin esfuerzo, pero la expresión en su rostro se veía tensa e incluso… triste. Había algo más en esta Barbie de lo que le daba crédito. No era débil, eso tenía que admitirlo. No se había doblegado ante mí como lo había esperado, y, de hecho, tenía la sensación de que me iba a volver endemoniadamente loco.

No podía descifrarla. No podía identificar la razón exacta por la que la había elegido, ni por qué sentía que podría sobrellevar cada una de las pruebas que nos presentasen. Mentiría si no admitiese lo excitante que fue el sexo de anoche. Bueno, excepto por los espantosos vejestorios que estaban en fila mirándonos. Pero, a pesar de la situación, ella avivó mi cuerpo en llamas. En lo relacionado con las compañeras sexuales, yo diría que había escogido sabiamente. Pero aparte de eso… no podía decir mucho más. Teníamos un camino bastante largo frente a nosotros y no estaba seguro de que los dos tuviéramos lo que se requería.

—¿Quieres que busque a alguno de los miembros para que te lleven cargado? me preguntó mientras se acercaba y volvía a trotar en su sitio.

Sus hombros descubiertos resplandecían, pero apenas tenía sudor. El calor de Georgia no estaba mal y había poca humedad, pues era enero, pero aun así…

Podrías apoyarte en mí si te hace falta.

Me mordí el labio, ya que las cosas que quería decir no eran apropiadas para una señorita, y yo seguía siendo un caballero… Más o menos. Puse los ojos en blanco, me levanté y empecé a correr hacia la mansión sin decir palabra. Afortunadamente pude llegar, y no pude alegrarme más cuando el olor de huevos y beicon nos recibió en la puerta. La señora H había recordado mi desayuno favorito, y en estos

momentos mi abusado cuerpo necesitaba la grasa con urgencia.

—Oh, muchacho —dijo cuando salió de la cocina, sorprendida de vernos a Portia y a mí entrar a la casa—. No estaba segura de adónde habían ido, así que dejé su desayuno en bandejas y las llevé a su habitación. Debería estar caliente aún.

—Gracias, señora H —dije y traté de no sonar como si estuviera en medio de un ataque de asma.

—Sí, gracias, señora Hawthorne —dijo Portia, sin sonar como si acabase de ir a correr.

Cuando entramos a la habitación, se me hizo agua la boca por la comida. Vi una gran caja sobre la cama, pero de momento no me importaba saber qué había dentro. Solo tenía un objetivo.

El beicon.

Sin embargo, Portia miró la caja e ignoró la comida.

—¿Qué hay dentro? —preguntó.

Sonreí mientras le daba un mordisco a mi comida. Montgomery me había contado de lo que probablemente consistiría la primera noche.

—Ese va a ser tu atuendo de la noche, querida. Solo tengo que decidir cuál color te quedará mejor.

CAPÍTULO 6

Portia

Sully no quería mostrarme lo que había en la caja, no hasta justo antes del «evento». Se limitaba a dedicarme una sonrisa socarrona cada vez que preguntaba lo que era, o físicamente se interponía entre la caja y yo cuando trataba de cogerla por mi cuenta.

Incluso se la llevó al cuarto de baño mientras tomaba una ducha para prepararse para la noche, picando así mi curiosidad y haciendo que me preguntase qué diablos iba a pasar en la noche. La primera noche de iniciación no había sido tan mala; tan solo hubo algo de voyerismo mientras nos observaban a Sully y a mí teniendo sexo. Tal vez una parte ingenua de mí pensaba que eso era todo lo que nos pedirían; que quizás los viejos con las mantas se excitaban solo con ver. Pero lo que sea que hubiera en esa caja… hacía que mis instintos me dijesen que habría más esta noche. Pero ¿más qué? ¿Cómo?

Normalmente me sentía confiada y adoptaba una posición práctica y de resolver las cosas. No podías quedarte sentado y quejarte de que las otras personas lo habían tenido mejor. A todos nos dieron la vida con la que nacimos, fuese esta buena o mala. Tienes lo que tienes y no vayas a hacer un berrinche, como me dijeron varias veces en la guardería. Entonces hacías lo mejor que pudieras para ser feliz y cuidar a tus seres queridos de la mejor forma posible. Esa era la única pizca de sabiduría que había logrado adquirir en mis veintitrés años en esta Tierra.

Lo de esta noche sería justo como cualquier otra. Sobreviviría como lo había hecho en los años desde que mamá había muerto. Nada de eso había sido fácil tampoco, pero aún no me había topado con ningún desafío que no pudiera superar. Así que me senté delicadamente en la cama con las manos en el regazo y traté de canalizar mi mejor

impresión de la reina de Inglaterra mientras esperaba, un tanto aburrida, que Sully saliese y revelase por fin lo que había en la caja.

La voz de Sully resonó al mismo tiempo que abrió la puerta de golpe: Ahora es tu turno, bombón.

Moví mi cara en la dirección de su voz y fue ahí cuando lo vi. Tenía la caja debajo del brazo, pero estaba sosteniendo un collar de cuero color rojo intenso.

Como el collar de un perro.

¿Qué diablos…?

¿Qué? agregó Sully con una sonrisa de satisfacción . No me digas que el rojo desentona con tu pintura de uñas rosa.

—¿Qué demonios es eso? —espeté.

¿No has leído el manual? Sully me chasqueó la lengua.

¿Manual? ¿Es que había un endemoniado manual? ¿Por qué nadie me había dado una copia?

Los hombres deciden. Puedo elegir si ponerle a mi mascota un collar negro, blanco o rojo. —Su sonrisa se ensanchó más—. El rojo significa que me gusta compartir.

Me quedé boquiabierta. ¿Significaba eso que él…?

Claro que haría algo así. Era un borracho; completamente libertino y corrompido por la riqueza y el privilegio que había tenido a su entera disposición desde la infancia.

Se colgó el collar rojo del dedo índice y lo extendió hacia mí.

—Vamos, date prisa. Están esperándonos.

Mi rostro y mi cuello se calentaron por la furia. ¿De verdad tenía el descaro de…?

—Has tomado una ducha de cuarenta y cinco minutos, ¿y ahora me dices que me dé prisa? ¡Puedes meterte el collar donde te quepa!

Ah, ah, ah, bombón. Pensé que eras una buena zorrita. ¿Las de tu clase no deben abrir las piernas y hacer lo que sea

por un dinerillo rápido?

O si pudiera enrollar ese collar en su cuello y… Pero probablemente no me darían lo que había pedido si asesinaba a su preciado iniciado, ¿cierto? Así que, en lugar de eso, incliné la cabeza y sonreí de forma empalagosa.

Déjame adivinar, ¿problemas con papi? No te sientes lo bastante hombre para manejarme por tu cuenta.

Me acerqué hacia él y le arrebaté el collar de la mano.

Me parece bien si tu pequeñín necesita un respiro. Lo entiendo. Con todo lo que bebes, es un milagro que hayas podido hacer que se levantara.

Sully no dijo nada, pero pude jurar que sentí que una nube de ira se desprendía de él e iba en mi dirección. Me recogí el cabello y me abroché el collar de cuero. Por lo menos el cuero era suave, pero Dios mío, ¡tenía un collar de perro en el cuello!

Si mamá pudiera verme en estos instantes… Había ido a la escuela dominical casi cada semana de mi vida hasta hace un par de años. Las chicas buenas que ayudaban a organizar las cenas comunitarias en la iglesia no llevaban collares sexuales.

Toqué el collar con los dedos mientras me volvía para mirar a Sully.

¿Dónde está el resto del atuendo? ¿O se supone que voy a usar la ropa interior más reveladora que haya en el armario?

Fui hasta el armario antiguo que estaba enclavado en la esquina de la gran habitación, pero la risa cruel de Sully hizo que me parara en seco.

—Oh, sí que hay una etiqueta. —Su sonrisa me desconcertó . La estás viendo. Señaló el collar . Eso y nada más.

Sentí que palidecía, pero no iba a darle la satisfacción de reaccionar. Claro que estaría desnuda y solo con el collar puesto. Vaya tonta. ¿Qué más esperaba?

Sully estaba disfrutando demasiado de este momento, así que, sin más dilación, me quité mi suave camiseta de algodón, mi sujetador, vaqueros, bragas y medias. Dejé que cayesen al suelo a modo de desafío. No pensaba que pudiera haber hecho esto frente a ningún otro hombre, pero Sully era diferente: era irritante, exasperante y era evidente que no sentía nada de respeto por mí. No me importaba lo que pensara. De hecho, la opinión de nadie en este sitio importaba ni un ápice en el orden de las cosas, así que me quedé de pie, desnuda, excepto por el collar, y me negué a bajar la cabeza y a sentir pena o vergüenza. La escuela dominical podía irse al infierno. Esos santurrones de la iglesia nunca se habían contactado conmigo para ayudarme a mí o a mi familia en nuestros tiempos de necesidad, sin importar cuántas veces predicase el pastor que la misión de la iglesia era cuidar a los pobres y oprimidos. Con el tiempo me disgustó tanto la hipocresía que dejé de ir.

A la mierda. No le debía nada a nadie, excepto a mi familia. Me necesitaban. Y sin importar cuánto tratara Sully de humillarme, no dejaría que me afectara. No sabía cuántas veces tendría que repetírmelo, pero me lo susurré para mis adentros una vez más antes de que Sully y yo bajásemos las escaleras:

Por mi familia haría cualquier cosa.

Lo que fuese.

ME PREPARÉ.

Me preparé mentalmente. Al menos pensé haberlo hecho, pero la cantidad de piel que divisé apenas llegamos al final de las escaleras…

Nunca había visto a tanta gente desnuda. Tendidos en divanes suntuosos, inclinados sobre sillones, y con el culo sobre bancos especiales que parecían haber sido creados para

la ocasión, aunque también tenían apariencia antigua. ¿Por cuánto tiempo habían estado haciendo estas perversidades de las que ni siquiera me había enterado?

Pestañeé, conmocionada.

Cierra la boca, pichoncito, ni que fueras virgen me susurró Sully al oído.

Cerré la boca al oír eso y lo fulminé con la mirada. Claro que no, no era virgen; aun así, antes de todo esto no había visto a casi nadie desnudo. Los pocos novios que había tenido… Bueno, nunca lo hacíamos con las luces encendidas, ¿saben?

La mayoría de los tipos con los que había salido también vivían con sus familias. Todos éramos extremadamente pobres, así que lo hacíamos donde se pudiera: por lo general en el asiento trasero de los autos, a veces en algún cobertizo, y en la robusta casa del árbol que había estado en el jardín de los padres de un tipo desde que era niño. Y sí, fue raro ver los dibujos infantiles de su familia clavados con chinchetas en la pared mientras él me penetraba.

Pero, aun así, nada de eso me pudo haber preparado para esto. El salón de baile estaba repleto, pero en lugar del suelo desocupado de la ceremonia de iniciación, en esta ocasión estaba lleno de muebles. Muchos más muebles de los que había notado a primera vista. Los hombres estaban tumbados en los divanes, con los mantos desplegados a su alrededor mientras hermosas mujeres jóvenes subían y bajaban entre sus piernas. En la esquina, otra mujer estaba atada a una gran X de madera, donde tres hombres se turnaban para azotarla. Ella se retorcía y gritaba en éxtasis pidiendo «¡más!».

Mientras seguía asimilándolo todo, un hombre se acercó a mí. Era mayor y más bien delgado, pero tenía múltiples pliegues de piel pálida colgando de su barbilla, como una tortuga saliendo de su caparazón. No se molestó con sutilezas. Sus pequeños y maliciosos ojos azules estaban fijos en mí. En realidad, sus ojos azules estaban fijos solamente en

mi cuerpo. No creo que haya despegado nunca la vista de mi pecho. Ni siquiera se presentó, sino que, de inmediato, extendió la mano y agarró mi pezón, apretándolo y retorciéndolo con fuerza.

Le di una bofetada y me aparté de él. Todo movimiento en la habitación se detuvo.

Oh, mierda. Eso era malo.

No tenía la intención de hacerlo; fue solo un impulso. Cualquier cosa para quitarme las manos del viejo baboso de encima. Pero por las malas expresiones en los rostros a mi alrededor, aparentemente había cometido una gran metedura de pata en la sociedad secreta.

Cuello de tortuga miró a Sully con ojos enojados.

—¿Te importaría explicar las acciones irrespetuosas de tu mascota? Si no podrá respetar a sus mayores, no deberías sacarla en público.

¿Mascota?

Vale, me había esperado algo de misoginia, pero este infeliz se llevaba el premio. Era obvio que solo estaba en la Orden porque ninguna mujer en su sano juicio se acostaría con él sin estar fuertemente incentivada a hacerlo.

Miré a Sully, esperando… No sabía lo que esperaba. Pero no era la profunda expresión divertida que había en sus facciones. No era como cuando estábamos solos en la habitación y él me insultaba de arriba abajo. Juraría que había una iracunda intensidad debajo de la casual amabilidad que estaba mostrando.

Le dio una palmada en el hombro al hombre que acababa de agredirme.

—Por supuesto, George, pero esas cataratas tuyas deben estar engañándote de nuevo, porque si te inclinas y miras de cerca, verás que lleva un collar rojo, no blanco. Es mía y la compartiré con quien yo desee. No es un bufé libre del que todos puedan comer, y he decidido no darte permiso para tocar mi preciosa joya esta noche.

Habiendo dicho eso, el propio Sully extendió la mano, agarró mi pecho y lo masajeó frente a la multitud que estaba reunida. Pero a diferencia del hombre con el cuello de tortuga, él sí fue delicado. Al principio, al menos, porque después de unos instantes tiró de mi pezón.

A diferencia del roce del otro hombre, Sully sabía exactamente cómo tocarme. Un espasmo me sacudió cuando me pellizcó como si estuviera afinando una guitarra. Los hombres que nos rodeaban se rieron y Sully sonrió triunfalmente.

—Cuando son así de salvajes como esta —dijo en voz alta , a veces se necesita la mano de un maestro.

Quise poner los ojos en blanco. ¿La mano de un maestro? Cómo no.

El hombre con el cuello de tortuga tampoco parecía estar contento con la explicación de Sully. Se lamió el labio superior con su húmeda lengua, similar a la de una babosa.

—Dámela. Cuatro horas en mi jaula y cambiará de opinión. Conozco a las de su tipo. Se quebrará en poco tiempo.

Sully se encontró con los ojos del hombre, y no estaba segura, pero habría jurado que una batalla silenciosa tuvo lugar entre ellos. Al final, Sully sonrió, pasó un brazo alrededor de mi hombro desnudo y se encogió de hombros cortésmente antes de llevarme lejos sin decir una palabra, algo que no sabía que fuese capaz de hacer. No estaba segura de adónde me llevaba, pero estaba contenta de seguirlo.

Cualquier cosa para estar lejos de ese grupo de hombres que habían sonreído y aprobado las palabras y acciones del tipo con el cuello de tortuga.

Sully se inclinó y me susurró al oído:

—Él se pasó de la raya, pero sí que mereces que te castiguen por ese numerito.

¿Qué? siseé, alzando la vista para mirar a Sully. Había sentido que estaba de mi lado.

De repente, se sentó en un banco de cuero y aprovechó el impulso para hacerme caer sobre su regazo. Todavía estaba tratando de orientarme e incorporarme cuando una explosión de fuego se encendió en mi trasero. Su mano. En mi culo.

Sully me acababa de dar un azote con la mano. Solté un grito ahogado y traté de dar la vuelta en su regazo, pero su otro brazo actuaba como una barra firme en mi espalda.

Me azotó con una rápida sucesión diez veces más. Cada golpe tenía más poder e intensidad que el anterior. Nunca antes en mi vida me habían pegado. Papá era un imbécil, pero no éramos ese tipo de familia.

Y aquí estaba yo ahora, una mujer de veintitrés años, recibiendo nalgadas. No quería gimotear ni gritar, pero maldición, Sully me lo estaba haciendo imposible. Dolía. ¡Dolía mucho! Por no hablar de la humillación de estar inclinada sobre la rodilla de un hombre, completamente desnuda y con el culo al aire para que todos lo pudiesen ver… Luego, tan rápido como había comenzado, terminó. Excepto que mi trasero seguía en llamas por el contacto. Aplausos resonaron detrás de nosotros. ¿Se estaba luciendo con esos infelices ignorantes de por allá?

Pero tuve muy poco tiempo de reaccionar antes de que Sully le hiciera un gesto a alguien para que viniese hacia nosotros. Sully nos reajustó en el banco cuando el hombre se acercó y me hizo girar hacia atrás —su fuerza me exasperaba, en sus manos yo no era más que una mera marioneta de modo que me senté en el banco. Apenas me había sentado y Dios mío, ay, el culo todavía me dolía.

Apenas pude divisar al hombre que se acercaba; lo suficiente para darme cuenta de que era alto, delgado, y con un rostro guapo y algo curtido. Su cabello oscuro tenía tonos plateados a los lados. Se parecía a un Richard Gere de finales de los noventa. Ah, y también estaba el hecho de que estaba totalmente desnudo, excepto por unos calzoncillos ajustados y sedosos.

Ponte detrás de ella ordenó Sully tan pronto como el hombre nos alcanzó.

El hombre obedeció y pasó una pierna por encima del banco.

Más cerca ladró Sully.

Sentí el calor del doble de Richard Gere en mi espalda. No estaba segura de cómo me sentía acerca de todo esto, pero este chico nuevo por lo menos no era repulsivo ni se tomaba libertades. Mi ritmo cardíaco se aceleró. Todo lo de esta noche estaba sucediendo tan rápido que no tenía tiempo de descifrar cómo me sentía acerca de una cosa antes de pasar a la siguiente. ¿Quizás ese era el punto? Tal vez si suelto lo que suele ser mi férreo control y… Dios mío, tal vez si me dejo llevar y confío en Sully podría superar esto.

Sully ciertamente parecía tranquilo y bajo control. Estaba manteniendo a raya al doble de Richard Gere. El hombre se limitaba a hacer exactamente lo que le dijese Sully. Y de alguna forma, saber que Sully estaba a cargo, a pesar de lo mucho que lo despreciaba, me relajó. Al menos él no se había referido a mí como una cosa, y cuando me llamó «mascota» en la habitación, tuve la sensación de que era más para fastidiarme que cualquier otra cosa que creyera de verdad. Aun así, no estaba dispuesta a bajar la guardia. Esta solo era otra de una larga lista de experiencias en mi vida que había tenido que sobrevivir.

—Extiende la mano y acaríciale los pechos.

Unas manos se extendieron desde mi espalda y el hombre levantó mis pechos a tientas, como si estuviera probando lo que pesaban. Luego comenzó a hacer círculos con los dedos, estimulándome el pezón con ligeros movimientos de su pulgar.

—Muy muy bien —exhaló Sully—. Así.

Había algo en la voz de Sully; una intensidad que no había estado allí antes. Él estaba… Tragué saliva mientras pinchaban mis pezones entre sus dedos pulgar e índice. Los ojos de Sully estaban fijos en los míos todo el tiempo.

No eran sus manos, pero ya que era su intención, y porque se movían y me acariciaban tras cada una de sus instrucciones, casi se sentían como si lo fueran. Y luego Sully se acercó y pasó sus propias manos por la cara interior de mis muslos. Había cuatro manos sobre mí, todas dándome mi placer. Yo nunca… Esto no era nada de lo que esperaba…

La expresión de Sully se transformó en una sonrisa lánguida cuando sintió mi humedad. No pude evitarlo, estaba en una montaña rusa de sensaciones: había pasado de sentir furia a vergüenza, para luego excitarme absurdamente cuando Sully le ordenó a otro hombre que tocara mi cuerpo. Y ahora… ahora él sumaba sus propias manos. Me estremecí y me relajé mucho más al sentir su contacto.

Sully se movió para estar más cerca. Seguía ataviado con su elegante esmoquin y estaba completamente vestido. Pero la forma en que deslizó sus manos por mis muslos, acercándose cada vez más a mi feminidad…

Jadeé y arqueé la espalda de placer cuando Sully por fin movió su pulgar contra mi clítoris; era el más mínimo de los roces. La voz de Sully sonó ronca cuando dio su siguiente instrucción:

—Levántale el cabello y chúpale la nuca justo debajo del lóbulo de la oreja.

La respiración me falló y no pude volver a controlarla. Pronto, unos labios cálidos se posaron en la parte posterior de mi cuello y siguieron con entusiasmo las órdenes de Sully. El resto de la actividad y el ruido de la habitación habían comenzado a disminuir.

Solo estaba Sully, inclinado sobre mí. Su loción para después del afeitado era embriagadora.

Te gusta, ¿verdad? Que te compartan no es tan malo después de todo, ¿eh?

—Cállate y no lo arruines —jadeé y alargué la mano para alcanzarlo.

Pero se apartó antes de que pudiera agarrarle la camisa.

—No olvides quién tiene el control. Esta noche y siempre.

Luego metió la mano entre mis piernas y más allá, pellizcando así mi trasero dolorido.

Hice una mueca, pero al fin se comprometió a acariciar mi clítoris con la otra mano. Fuegos artificiales comenzaron a estallar incontrolablemente por todo mi cuerpo, naciendo en mi centro e irradiando hacia afuera.

Pero también sentí pánico. Todo estaba tan fuera de control.

Esta no era yo.

Era yo quien ponía las reglas.

Yo hacía gráficos y calendarios y, a veces, organizaba todos los días hasta el último minuto. Hacía horarios, pagaba facturas y llevaba personas a sus citas con el médico y a la clínica. Presupuestaba nuestras escasas ganancias en sobres todos los meses, recortaba cupones, hacía trabajos secundarios, todo lo que pudiera pensar para mantener unida a mi familia.

Pero aquí, en este momento, estaba completamente desnuda. Había un fresco banco de cuero debajo de mí. El ardiente olor a sudor, sexo y loción para después del afeitado seguía muy presente en el aire. Dos pares de fuertes manos masculinas estaban sobre mi cuerpo. La voz de Sully estaba en mi oído, y era como un rugido comparado con los gemidos de placer y, en ocasiones, los ruidos fingidos de éxtasis femenino que resonaban por la sala.

Entonces Sully me sorprendió aún más cuando introdujo uno de sus gruesos dedos en mi húmedo y empapado sexo por el tiempo suficiente para reunir un poco de mi crema y llevármela a los labios.

—Abre la boca y prueba lo dulce que eres —ordenó.

Miré sus ojos de diablo con impotencia y abrí la boca. No fue delicado cuando me metió el dedo cubierto con mi esencia en la boca, pero no me pasó desapercibida la forma en que sus fosas nasales se ensancharon cuando lo hice.

Entonces lo entendí. No tenía a mi disposición ninguno de mis mecanismos de defensa. No podía tomar el control ni

hacer una hoja de cálculo de Excel para esto, y Sully también lo sabía. Pero por más holgazán que pareciera el resto del tiempo, aquí, en este momento, estaba completamente en su elemento.

Sus ojos ardieron con intensidad mientras clavaba la mirada en la mía. Nos quedamos mirándonos fijamente mientras ordenaba:

—Cómetela mientras le follo la boca.

La calidez del cuerpo que estaba a mis espaldas desapareció de inmediato, pero Sully ni siquiera me dejó mirar al otro hombre. Se movió frente a mí y me tumbó en el banco; luego, se quitó los pantalones de su traje con un movimiento y se sentó a horcajadas sobre mi cara.

Su largo e intimidante miembro pendía frente a mis labios, y se balanceaba deseoso, rojizo y abultado. Cógelo y chúpalo como si quisieras aspirar cada gota de semen de mis pelotas. Como si no pudieras tener suficiente. Mi semen es todo lo que siempre has querido en el mundo; lo único que has querido.

Me estremecí y casi me corrí en el acto solo por sus palabras. Porque sí, era lo único que siempre había querido, lo único que quería en el jodido mundo, ¿cómo era que ese hijo de puta…?

Se agarró el pene y me lo llevó a los labios.

—Muéstrame cuánto quieres lo que sea por lo que hayas venido hasta aquí. Convénceme de que lo quieres.

Su voz áspera y masculina dándome órdenes tan sucias hizo que mi cerebro entrara en cortocircuito. No sé de qué otra forma describir por qué hice lo que hice a continuación.

—Ya. Cómetela como si fuera un festín.

No me di cuenta de que aquellas palabras no iban dirigidas a mí hasta que una boca cálida y húmeda conectó con mi clítoris. Abrí la boca hasta formar una «O» de sorpresa y Sully aprovechó para encajar su pene entre mis labios.

Por un segundo, la sensación de no tener el control amenazó con hacerme entrar en pánico, gritar y sacudirme. Luchar o huir. No podía hacer esto. Me daba por vencida, no podía…

Shh, así es. Toma lo que te doy. Sin pensar. Deja de pensar y hazlo: chúpame el pene y acepta ser la sucia putita que eres.

Grité, pues las emociones y sensaciones físicas eran demasiado abrumadoras, pero…

Entonces cedí.

Me rendí.

Abrí la boca y me llevé el gigantesco miembro de Sully lo más profundo que pude mientras me agarraba de la gruesa base, aunque solo fuera para tener algo que me conectara a la realidad.

Su gruñido masculino de placer ante la acción me quitó los últimos restos de cordura.

De repente, todo lo que había parecido tan complicado hace unos momentos, se volvió fácil y claro. Muy sencillo.

Chupar el pene de Sully.

Chupa el pene de Sully como si fuera lo único que existiese en el mundo. En este instante, sí lo era, y todo era tan perfecto que mi vida se redujo a este único objeto; a adorarlo, brindarle placer, enloquecerlo y hacer que estallara. A hacer que volviera a gruñir así, a dejarlo atónito, a chupar su semen hasta que sintiera lo que me hacía sentir a mí.

Porque mientras la boca estimulaba mi clítoris, la cual en mi cerebro nublado se sentía como una extensión más de Sully, el placer encendía todas las terminaciones nerviosas de mi cuerpo.

Así es. La voz de Sully salió ahogada.

Lo estaba afectando y eso me excitó más que cualquier roce en mi cuerpo. Cerré aún más los labios alrededor de su pene, presioné su base con los labios tan fuerte como pude y luego bajé el ritmo cuando llegué a la coronilla. Me moví con tortuosa lentitud cuando rocé la punta bulbosa. Chupé con

tanta fuerza como pude para tratar de darle la mayor presión mientras me balanceaba hacia adelante y hacia atrás un par de veces antes de volver a tragarlo profundamente. Me había sacado de mi mente. Yo era una criatura no racional y haría que él también lo fuese.

Maldijo y bajó la mano para enredarla en mi cabello.

Extendió la mano hacia atrás y le dio un golpecito a mi pecho mientras embestía mi boca, hasta mi garganta.

Joder murmuró . Así, mierda. Sigue así. Ahora agárrame las pelotas.

Lo hice. Se sentían a reventar y se tensaban contra el saco. Las cogí, levanté y moví contra su cuerpo, decidida a ordeñarlo con fuerza. Complacerlo era una tarea clara y fácil. Era lo más fácil que había hecho en meses, en años, y de repente lo quería más que nada.

Mi orgasmo me invadió como una ola que iluminaba mi piel desde adentro. Lágrimas corrieron por mis mejillas mientras me estremecía, mientras susurraba, aullaba y gemía con el pene de Sully en mi boca.

Y luego, con un gruñido que ahogó todas las demás voces en la sala, Sully penetró mi garganta lo más profundo que pudo y su semen se derramó en mí.

Tanto que me llenó la garganta y la boca, y se escapó por las comisuras de mis labios.

Sully no me sacó el miembro de la boca. Se movió hacia adentro y hacia afuera y me miró con ojos sorprendidos y acalorados. Le gustaba ver su pene derramando semen que salía de mi boca, bajaba por mi cuello y llegaba hasta mis pechos.

Sentí que nos quedamos así por media hora, pero probablemente no fueron más que unos minutos. Sully por fin se echó hacia atrás y levantó su pierna de mi cuerpo, donde había estado sentado. Me preguntaba si eso era todo.

¿Había terminado la prueba?

El resto de los miembros parecía estar muy preocupado por su propio placer como para prestarnos atención.

Estábamos solo nosotros dos en este pequeño rincón de la sala. No sabía a dónde se había ido el otro hombre ni tampoco me importaba.

Sully no dijo una palabra. Simplemente extendió la mano, cogió un poco del semen en mi labio inferior y lo extendió por todo mi pecho y mis senos.

Como si me estuviera marcando.

CAPÍTULO 7

Portia

Nunca había experimentado nada como esto: intensidad extrema seguida de la más aburrida de las calmas.

Había pasado una semana desde la experiencia sexual más alucinante de mi vida y ya estaba lista para volverme loca. No ayudaba que mi supuesto «compañero» en todo esto hubiese decidido desaparecer en el fondo de una botella.

O, mejor dicho, botella tras botella. No creía que hubiera estado completamente sobrio ni una vez desde la noche con el collar y lo que habíamos hecho escaleras abajo… Subí las manos hasta mis acaloradas mejillas. En fin, había estado ebrio desde entonces.

A veces ni siquiera salía de la habitación para comer, así que yo también estaba encerrada con él, pues el todopoderoso manual decía que las mujeres no podían salir de su habitación sin su iniciado actuando como escolta. Era más bien una porquería sexista. Era prisionera hasta que Sully accediese a sacarme. ¡Incluso a los perros se les paseaba!

Juraba que, si tenía que seguir mirando estas cuatro paredes, iba a gritar. Había sido amable, le había dado espacio para que resolviera…, bueno, lo que sea que tuvieran que resolver los niños ricos y privilegiados como él. Pero ya era suficiente. Yo era como una planta, necesitaba mucha luz del sol y vitamina D para vivir.

Fui hasta las cortinas y las abrí, inundando así la habitación de los brillantes rayos del sol de la media mañana. ¡A levantarse! canturreé alegremente.

Sully gruñó y se subió más la sábana para cubrirse la cabeza, enterrándose así más en su almohada. Ya yo había recogido las almohadas y sábanas de mi catre junto al ventanal en el que había dormido, pero la cama tenía el mismo desastre de sábanas y mantas como siempre.

Había desarreglado todo el primer día y se negaba a dejar que la señora Hawthorne lo volviese a ordenar.

—Vamos —dije con impaciencia—. Los niñatos ricos no pueden dormir hasta tarde. ¡A moverse! Hay personas a las que nos importa nuestra salud y mantenernos en forma.

Y también salir de esta habitación sofocante y mal ventilada.

—Vuelve a dormir. —Fue el gruñido malhumorado que recibí por respuesta.

Dios mío, ¿hablaba en serio?

—Pero ya son las diez de la mañana y no has hecho nada dije con indignación . ¿Es así como llevas tu vida? O, mejor dicho, ¿es así como la desperdicias? terminé entre murmullos.

Si estuviese en casa les habría preparado a todos el desayuno, los almuerzos y por lo menos habría doblado y guardado la ropa de anoche. Había tratado de quedarme despierta la noche anterior para controlar el alcoholismo de Sully de modo que, tal vez, el día de hoy fuese diferente al de ayer, pero no sirvió para nada. Estaba acostumbrada a derrumbarme en la cama con cansancio a las nueve y media, o a las diez de la noche como máximo.

Para ese entonces Sully iba por su cuarto vaso; aunque, a juzgar por las múltiples botellas que rodaban por debajo de la cama, apostaba que había abandonado los vasos y que en algún momento empezó a beber directamente de la botella. ¿De verdad era un completo borracho, o era que estaba evitando conversar conmigo?

De cualquier forma, algo tenía que cambiar. Sentía malestar en el cuerpo. No tener una rutina no estaba bien; algunas horas me sentía cansada y abatida, mientras que otras me sentía inyectada con energía sin ninguna forma de gastarla. Ayer había jugado al solitario por horas y horas, la cual era una distracción miserable, pues todo lo que podía hacer en cada minuto de mi tiempo libre era obsesionarme sobre las niñas en la casa.

Tanya podía abrumarse muy fácilmente cuando se le dejaba mucha responsabilidad sobre los hombros. No estaba segura de cuánto podría ayudar Reba, y LeAnn seguía siendo una cría. Vale, a los catorce no se es tan joven. Cuando yo tenía esa edad, ya era una mamá en miniatura, o por lo menos era la mano derecha de mi madre. Pero todas nos habíamos esforzado en proteger la infancia de LeAnn, así que era más niña que cualquiera de nosotras a su edad.

Cuando papá seguía en casa, también tenía ideas estrictas sobre los roles de los hombres y las mujeres. Él ganaba el dinero y, a cambio, nosotras hacíamos que la casa fuese un lugar agradable y cómodo para él. Era lo menos que podíamos hacer por atrevernos a nacer mujeres y no ser hombres fornidos que pudieran pasar el nombre y legado de la familia.

Ja, vaya legado. Cuando las cosas se ponían difíciles, tal parecía que los «hombres de verdad» se iban sin mirar atrás.

Miré a Sully con disgusto. ¿Cuántas noches había visto a mi padre de esta forma? Un hombre que podía llegar a ser mucho más…, pero no lo era. Creo que odiaba más a mi padre por eso: por saber que podía haber hecho más si hubiese puesto siquiera una pizca de su energía y el carácter que aparentemente había perdido mucho tiempo atrás, cuando era el hombre del que mi madre se enamoró. Conocía a los hombres, y era una tonta por pensar que podía relajarme y bajar la guardia en lo más mínimo frente a Sullivan

VanDoren.

Me armé de valor, sujeté su manta y tiré de ella. Para mi gran satisfacción, toda la prenda se vino junto a mi brazo.

Ahí tienes.

—¿Qué coño? —gritó Sully y levantó una mano para cubrirse de la brillante luz ámbar de la mañana—.

Devuélveme eso o lo lamentarás, maldición.

Di unos pasos atrás y, cuando lo hice, me tropecé un poco y caí al suelo. Fue ahí donde, de repente, pude ver bien

debajo de la cama. Abrí los ojos cuando divisé una caja en el rincón: una caja llena de más alcohol.

En la noche, cuando armaba mi catre en el piso, debajo de la cama siempre era tan negro como boca de lobo; pero ya que la habitación estaba completamente iluminada, podía verlo todo. Había una caja con una elegante etiqueta de borbón, y a un lado había un par de botellas sofisticadas con whiskey y vodka.

Hijo de… Solté la manta de Sully, la cual levantó de inmediato del suelo. La cama rechinó y lo imagine dándose la vuelta y acomodándose de nuevo. Sus ronquidos se reanudaron prácticamente enseguida.

Lo cual me enfureció por completo.

¿Pensaba que podía navegar estos meses en una bruma alcohólica mientras que yo estaba completamente sobria? De ninguna manera, compañero.

Cuando sus ronquidos se volvieron más sonoros y profundos, me metí debajo de la cama lo suficiente para alcanzar la caja de bebidas. Poniendo un pie contra la pared y a pesar de lo pesadas que eran, logré sacarlas, y chocaron entre sí con fuerza. Pensé que Sully sí se despertaría, pero siguió roncando.

Contuve una risita maniática. Después de que pude sacar la caja, volví a por las últimas botellas individuales. Luego ordené todo y abrí la ventana.

Cuando todo quedó perfecto, grité a todo pulmón:

¡Sully! ¡Despiértate o las arrojo todas!

Sully dio un salto al oír mi voz estridente, entreabrió los ojos e hizo una mueca ante la luz del sol. Estuvo a punto de volverse y seguir ignorándome, pero choqué las botellas sonoramente. Quedaba claro que era un sonido con el que estaba muy familiarizado, pues por fin capté su atención. Bajó la manta y se incorporó, adorablemente perplejo, y también, por desgracia, terriblemente sensual con la barba incipiente de varios días que tenía.

«No es sensual, es el enemigo», traté de regañarme a mí misma, pero su iracundo gruñido despejó rápidamente mis pensamientos.

—¿Qué diablos crees que haces?

Bajé la vista para ver la enorme caja de botellas que descansaba peligrosamente en la cornisa de la ventana abierta. Había dejado con cuidado las botellas individuales encima.

Creo que deberíamos hacer una nueva regla: no se permite beber.

Sully se sentó, con los ojos repentinamente mucho más despejados; estaban despejados, oscuros y furiosos. Un cosquilleo subió por mi columna vertebral; sonreí y alcé una de las botellas libres. Ya le había quitado el tapón y comencé a inclinarlo boca abajo.

Un cristalino líquido amberino salió de la botella y se derramó en el verde césped de abajo. Era una vista hermosa en esta soleada y dorada mañana.

—¡Para! —El rostro de Sully se llenó de pánico y extendió la mano como si eso lograra que el whiskey se detuviese a media acción.

—¿Estás listo para negociar?

Pero los ojos de Sully se encolerizaron aún más. No negocio con terroristas.

Yo me encogí de hombros.

—Me da igual. Nunca pensé que debería permitirse tener alcohol en la habitación, en primer lugar.

Y tras eso, eché un rápido vistazo hacia abajo para asegurarme de que ningún jardinero ni nadie más estuviese cerca, y entonces tiré toda la caja por la ventana. También arrojé las últimas dos botellas luego de la caja para completar.

Explotaron en el césped de abajo con un fantástico estallido de vidrio, líquido y madera. Sonreí con satisfacción, sintiéndome extremadamente complacida conmigo misma.

Extremadamente complacida, claro, hasta que me volví y avisté el rostro oscuro y encolerizado de Sully.

—Lo vas a lamentar, niñita.

CAPÍTULO
8

Sully

Estaba entre estrangularla o follarla. Iba a hacerle alguna de las dos cosas a esta mujer que tenía enfrente.

—¿Has perdido la cabeza? —Herví de ira y me levanté de la cama, completamente desnudo y sin que me importase un comino tener el miembro a plena vista . ¿Tienes idea de cuánto dinero acabas de tirar por la ventana?

Se encogió de hombros como si no hubiera hecho nada digno de mención.

—Estoy segura de que no es nada que no puedas manejar, señorito ricachón. —Pasó junto a mí y no pareció inmutarse ante mi ira o mi desnudez . Tal vez ahora puedas hacer más que pasar horas bebiendo.

—Primero que nada, princesa —dije mientras me inclinaba casualmente contra el pilar de la cama y me cruzaba de brazos . Hay mucho alcohol en esta mansión. No me preocupa que se me agote.

Estaba enfadado, pero no iba a mostrarle exactamente qué tanto. No quería que supiera que su pequeña estratagema me había hecho hervir la sangre. Necesitaba seguir tranquilo y sereno.

Respiró hondo y vi que sus hombros subían y bajaban. No dijo nada con la boca, pero sus ojos dijeron suficiente. Vete a la mierda, hijo de puta.

—He tratado de jugar limpio —dije, dando un paso hacia ella.

Ella se rio.

¿Limpio? ¿Es esto a lo que llamas limpio? Ella se rio de nuevo—. Entonces me da curiosidad saber cómo eres cuando juegas sucio.

No has visto lo peor ni de mí, ni de este lugar. Créeme.

—Francamente —comenzó a decir mientras se ponía las manos en las caderas—. Aceptaría cualquier cosa antes de lo

que he visto. Eres patético.

No sabes cuándo cerrar ese lindo piquito tuyo. Di otro paso hacia ella—. Y también es hora de que tengamos una pequeña charla sobre las reglas de por aquí. Estás en mi mundo ahora. Mío. Entonces, queda claro que necesitamos educarte un poco.

—Basta —dijo mientras retrocedía hacia las sillas que estaban frente a la chimenea. —No te acerques ni un paso más. Miró mi miembro . Y ponte algo de ropa.

—¿Cuándo vas a entender que tú no puedes exigir nada aquí? No tienes el control, bombón. —Acorté la distancia entre nosotros, la agarré del brazo y tiré de ella hacia la cama. Tras arrojarla sobre el colchón, me senté a horcajadas sobre ella, la cogí por las muñecas y las sostuve por encima de su cabeza.

Ella se retorció y chilló, pero mi peso hizo que su intento de escapar fuera inútil.

—Suéltame —gritó, moviendo la cabeza de lado a lado y retorciéndose debajo de mi cuerpo.

¿O qué?

Me gustaba mostrarle que no tenía poder en esta situación. No podía hacer absolutamente nada para luchar contra mí, y no era ella quien tenía el control.

Era yo.

—Creo que es hora de que te dé una lección. Una verdadera lección. No eres tú la que tiene el poder aquí, ni siquiera un poco.

Le agarré las muñecas con una sola mano y usé la otra para empezar a bajarle los pantalones.

¿Por qué debería ser el único que estaba desnudo?

¿Qué haces? ¡Para! Trató de soltarse, y aunque era bastante fuerte, yo lo era más.

—Es hora de hacer algo de ejercicio matutino. Eres tú quien siempre me da la lata para que entrene contigo todos los días… Bueno, ahora estoy listo.

—¡Quítate de encima! ¡Ahora!

Con mucho gusto dije . Eso hará que mi misión sea más fácil.

La sujeté con fuerza y le bajé los pantalones al mismo tiempo. La acción fue lo bastante rápida como para que Portia no pudiera evitar que lo hiciera. Me detuve para apreciar su tanga de encaje blanco, pero eso también tenía que irse.

La empujé contra la pared para ayudarme a desnudarla, y así la dominé. Tuve que admitir que la zorrita me había dejado sin aliento con su pelea, pero yo era un hombre con un propósito, y aquel propósito era quitarle cada prenda que tuviese puesta.

¡No puedes hacer esto! chilló cuando por fin le solté el sujetador y lo tiré al suelo.

—Parece que sí puedo —dije, un poco sin aliento por el esfuerzo.

Esta no es una prueba. No tengo que follarte. No estamos bajo la vigilancia de los ancianos. ¡Esta habitación está fuera de límites! Te estoy diciendo que no y… No te estoy preguntando gruñí cuando al fin estuvo desnuda e inmovilizada. Le sostuve las manos de nuevo y presioné mi rígido miembro contra la suavidad de su piel. Dios, quería follarla. Pero tenía otras cosas en mente.

Eres una malcriada, Portia Collins. Y estoy a punto de enseñarte lo que les pasa a las chicas como tú. Ahora estás jugando en las grandes ligas y pronto verás que no soy un hombre con el que puedas meterte.

Levantó la rodilla, pero afortunadamente falló el rodillazo a mis pelotas, que sabía que eran su objetivo. Abriendo sus piernas y metiéndome entre sus muslos, apoyé todo mi peso contra ella. Apretujé un poco más sus muñecas, bajé mis labios a su cuello y lo mordí. Decidí que nada sería mejor que marcar su inmaculada piel, así que comencé a mordisquearla, lamerla y chuparla, reclamándola visiblemente como mía.

Eres un idiota borracho dijo, aunque su resistencia cesó cuando comencé a morderla.

—Y tú una cazafortunas irritante. Entonces, usemos los dos nuestras insignias de honor. —Seguí marcando su cuello, pues me gustaba la idea de que cada vez que se mirase en el espejo viese una parte de mí en ella.

—Soy todo menos una cazafortunas —dijo.

Yo me aparté y la miré directamente a los ojos.

Me avergüenzo de ti, princesa. No te consideraba una mentirosa. —Sus labios estaban tan cerca de los míos que una fuerte necesidad de besarlos se apoderó de mí.

Rápidamente lo hice a un lado y lo atribuí a la locura momentánea.

—No soy una mentirosa —bramó—. No sabes nada sobre mí.

Y tú no sabes nada sobre mí repliqué . Y a pesar de eso, sientes que puedes pararte ahí con tu tiara y juzgarme a cada hora del día. ¿Y de verdad me culpas por querer beber para pasar mi miseria?

Bien espetó ella , suéltame y te dejaré en paz a partir de este momento. Tú quédate en tu rincón de la habitación y yo me quedaré en el mío.

Me reí.

Demasiado tarde. Has cruzado la línea sin retorno. Te dije que te arrepentirías de lo que hiciste, y lo digo en serio. No hago amenazas en vano.

Gritaré me amenazó.

Con una sonrisa, dije:

—Oh, espero que lo hagas.

Bajé mi mano hasta su sexo y sentí su calor en mi palma. Ella jadeó y movió los párpados, lo que hizo que mi pene se estremeciera en anticipación por tener más.

—Cuando rechazaste al miembro de la Orden la otra noche, podrías habernos arruinado todo. Si él fuese un anciano, o si hubiese querido llamar la atención con el problema, podríamos habernos visto obligados a enfrentar

cualquier consecuencia que se les hubiera ocurrido, o incluso nos habríamos arriesgado a fallar la iniciación. No sé tú, cariño, pero no estoy haciendo esto porque me haga bien. Este infierno no es exactamente mi idea del paraíso. Estamos aquí por un objetivo final, y tu malcriadez no lo va a arruinar.

Le di una palmadita a su feminidad y luego introduje el dedo en ella con movimientos lentos y constantes. Ella emitió un gritito, pero no luchó contra la intrusión de ninguna manera. Le solté las muñecas y usé mi mano, la cual ahora estaba libre, para acariciar su seno mientras la follaba con los dedos hasta la sumisión. Aún podía ver el fuego en sus ojos, pero ya no intentaba luchar contra mí. Estás mojada le dije, y me encantó la rapidez con la que su cuerpo respondió a mi contacto—. Empapada.

Ella no respondió, pero cerró los ojos y abrió los labios. Contrajo la vagina alrededor de mi dedo mientras su respiración se aceleraba.

—¿Quieres correrte en mi mano, princesa? ¿Quieres llenarme el dedo de tu crema?

Sus jadeos para respirar se convirtieron en suaves gemidos, y comenzó a moverse y girar para conectar con mi dedo. Metí un segundo dedo y dejé de mover la mano. Hice un movimiento como de tijeras, abriendo así su entrada mientras cubría mis dedos con su intensa excitación. Salí de ella y me reí entre dientes mientras ella gemía de decepción.

—No te detengas —susurró—. Sigue.

Le di una vuelta para que sus pechos estuvieran contra la pared y le di una fuerte palmada en el trasero.

—No tienes el control, Portia. No puedes decirme qué hacer. Es esa actitud la que te meterá en líos y que me obligará a mí a limpiar tu desastre. Le agarré el cabello y le eché la cabeza hacia atrás—. Pon las manos en la pared.

Hizo lo que le ordené sin dudarlo. Todavía sujetándola del cabello, le di nalgadas una y otra vez. Me encantaba ver que se mantenía en posición todo el tiempo.

No me importaba la lucha, pero joder, sí que me gustaba la capitulación. Aproveché que mis dedos seguían llenos de sus fluidos, los llevé hasta su ano e hice presión en su entrada. No entré por completo, pero definitivamente hice que mi presencia fuera notable. Portia se tensó, pero, aun así, no cambió de posición.

La tiré del cabello mientras insertaba un dedo más profundo en su ano. Ella gimió, pero no se resistió. Centímetro a centímetro, introduje mi dedo hasta que estuve completamente dentro de ella.

—Es hora de que vayamos a nuestro paseo matutino —le dije mientras le soltaba el pelo.

Todo lo que necesitaba para atar a mi mascota era mi dedo enganchado dentro de su estrecho y pequeño agujero.

Vayamos a la ventana y veamos el daño que has causado. La empujé hacia adelante con mi mano, metiendo mi dedo aún más en su apretado culo. Lo mantuve inclinado como un gancho para tener el control total de su cuerpo.

Portia comenzó a caminar con cautela, poniéndose de puntillas cuando el movimiento hizo que mi dedo ahondara aún más en su ano. Pero no se detuvo, sino que continuó hacia la ventana.

Así es. Sigue caminando la alabé, disfrutando de la forma en que sus nalgas acariciaban mi muñeca con su paso lento—. Vamos a ver lo que tus travesuras han hecho a los terrenos de la Oleander. Estoy seguro de que el personal te va a adorar.

—Lo siento —dijo mientras la presionaba contra el vidrio de la ventana para que mirara hacia abajo—. No tenía la intención de obligar a otra persona a que limpiara el desorden.

—Tal vez debería obligarte a limpiarlo con mi dedo todavía metido en tu culo sugerí.

Ella se tensó, pero no dijo una sola palabra. Saqué mi dedo, luego lo metí de nuevo y comencé a follarle el ano. Ella

—Sully… —jadeó ella.

gimió de tal forma que consideré cambiar mi dedo por mi pene, pero necesitaba concentrarme en cuál era mi intención esta mañana.

Portia Collins necesitaba ceder el control. Repasemos algunas reglas comencé . La primera regla es que no me gustan las mañanas. Pero si me dejas dormir hasta una maldita hora normal y dejas de andar por ahí haciendo ruido antes de que salga el sol, te prometo que me levantaré y te llevaré a trotar. La segunda regla es que dejarás de dormir en el puto suelo. Puede que sea un imbécil, pero el caballero sureño que hay en mí detesta eso. Dormirás en la cama conmigo sin importar cómo te parezca. Y la tercera regla es que dejarás de pelear conmigo por todo. Yo conozco este mundo; lo odio, pero lo entiendo. Tú no. Vas a tener que confiar en mí. Entonces, cuando te digo que saltes, limítate a preguntar desde qué altura. ¿Tenemos claras las reglas?

Ella asintió con la cabeza mientras colocaba las manos en la ventana para ayudarse a mantener el equilibrio al tiempo que mi dedo invadía su pequeño agujero apretado.

Mientras continuaba follándole el culo con los dedos, me incliné hacia su oído y le dije: La única forma en que vamos a sobrevivir en este lugar es que tú hagas el papel de una buena princesita. Puede que no te guste, pero aquí no eres tú quien manda. —Agregué un segundo dedo para que acompañara al primero, lo cual la hizo gritar . ¿Estamos claros?

Sí. Sí. Ella asintió con la cabeza mientras soltaba pequeños resoplidos al respirar.

—La próxima vez que intentes poner a prueba mi paciencia o llevarme a pelear, no será mi dedo el que estará en tu ano sino algo mucho, mucho más grande. ¿Estamos claros?

Ella asintió de nuevo, pero no estaba satisfecho con esa respuesta. Llevé mis dedos mucho más adentro.

Sí chilló, poniéndose de puntillas al responder .

Seré una bella perfecta a partir de ahora.

—Dentro de estas paredes los hombres tienen el control. Así es como es. ¿Que si es retorcido? Sí. Pero así ha sido siempre y pensar que tu respingón culito puede cambiar ese hecho es una tontería. Saqué mis dedos lentamente, pero luego los metí sin esfuerzo.

—Aah —dijo entre gimiendo y gritando—. ¡Arde! Es demasiado. Me estás abriendo demasiado.

—Bien. Tal vez lo recuerdes la próxima vez que creas que eres tú quien manda. —Continué follándole el ano con dos dedos, y sentí una perversa sensación de goce ante los sonidos de sus gemidos . Entonces, respóndeme de nuevo. ¿Quién tiene el control en esta mansión?

—Los hombres lo tienen —respondió en voz queda y obediente.

Buena chica dije, sacando mis dedos de su ano.

Luchaba contra el impulso de inclinarla sobre la cama y hacerla mía, pero decidí que el castigo sería más efectivo si la dejaba con ganas de más. No pudo llegar al orgasmo, y esa necesidad con suerte la volvería loca. Usando toda la fuerza de voluntad que tenía en mi cuerpo, fui hacia el cuarto de baño, cerré la puerta detrás de mí y abrí la ducha.

Con agua fría.

CAPÍTULO 9

Portia

Maldición, en cualquier minuto estarían a mis espaldas. Tenía que actuar rápido. O, mejor dicho, correr rápido; correr más rápido de lo que había hecho en toda mi vida.

Porque otra invitación había llegado durante la cena. Sully se había puesto pálido tan pronto como la leyó, lo cual no era buena señal.

—Cacería de zorros —fue todo lo que musitó antes de que yo se la quitase de las manos, junto con la caja blanca de tamaño considerable que había venido junto a la invitación.

Dentro había una manta de cuero que olía como si tuviera cien años, y también una cabeza de zorro con ojos vidriosos adherida a la capucha. Ah, pero eso no era todo lo que había, claro que no. No si hablábamos de estos infelices sádicos. También había una rojiza y peluda cola de zorro unida al extremo de un tapón anal. Por lo menos eso sí parecía estar nuevo, ya que aún estaba dentro de su empaque. ¿Pero qué diablos?

—No pueden esperar que… —comencé a decir, y entonces me encontré con la mirada seria de Sully.

—Es exactamente lo que quieren.

Teníamos un par de horas de espera antes de que la cacería de zorros, o, mejor dicho, la cacería humana, comenzara. ¿No había leído una historia así en el instituto? ¿La de «El juego más peligroso»? Este tipo de cosas tenían que ser ilegales.

¡No se podía cazar a las personas por deporte!

Pero ahora, mientras corría por la maleza y me mantenía cerca del límite del bosque, tuve que admitir que parecía que estaba equivocada. A pesar de estar corriendo, mi ano se contrajo involuntariamente alrededor del tapón que estaba insertado con firmeza en mi interior. Dios mío, eso era lo último en lo que debía estar centrándome en estos

momentos. Aparentemente la gente sí que podía cazar otras personas como deporte, sin importar cómo lo disfrazaran y se dijesen que era un zorro deshumanizado por esta noche.

El aullido de los perros a la distancia hacía que se me pusiera la carne de gallina en las extremidades. Bueno, más que antes. Era enero, e incluso Georgia tenía temperaturas casi heladas en invierno. Podía ver el aire que expulsaba congelándose frente a mi rostro, y aparte de la capa y el tapón anal, por supuesto que no había nada más dentro de la caja.

Ni siquiera se me permitía usar zapatos. No podía sentir los dedos de los pies y solo había estado aquí por veinte minutos. Uno de los ancianos me había asegurado con una sonrisa viscosa y desagradable que la temperatura no importaba cuando me atreví a preguntar por ello. Me garantizó que me atraparían y bautizarían con sangre antes de que el frío pudiese hacerme daño. La forma en que se frotó las manos al mismo tiempo me hizo pensar que esperaba ser el infeliz que me atrapara. Sea lo que fuere este «bautizo con sangre». No me habían informado de la definición y no quería saberlo. De hecho, activamente trataba de no pensar en ello.

Empecé a preguntar cómo podía «ganar» el juego: ¿podría aventajarlos hasta la mañana o…?

Pero Sully me miró, sacudió la cabeza y me cogió la muñeca como advertencia. Y fue allí cuando lo entendí: esto nunca estuvo destinado a ser un juego justo. No había manera de que yo ganase. Solo podía perder, que me atrapasen y me «bautizasen con sangre».

El juego era ver cuál de los enormes y fuertes hombres podía perseguirme hasta que fuera su trofeo de la noche.

Me dieron ganas de vomitar. En especial ahora que estaba corriendo por mi vida mientras el aullido de los perros, seguido del toque de un cuerno que indicaba que mi ventaja de veinte minutos había finalizado. ¡Mierda! Llevaba retraso

y no había llegado al lugar donde quería estar en estos momentos.

Porque yo sabía algo que esos hombres malos que me perseguían con sus caballos no sabían: este zorrito tenía un par de ases bajo la manga. Me dirigí hacia los árboles y me quité la capa apestosa, que supuestamente era un acto de benevolencia para proteger mi tersa piel de los elementos naturales. Pero me habían advertido de algo: en realidad, el cuero había sido rociado para aroma añadido; era un enorme letrero de neón para los entrenados sabuesos de caza.

Como si esto de por sí ya no estuviera amañado, una multitud de miembros de la Orden tenía caballos y sabuesos rastreadores para poder encontrar una sola chica que iba desnuda y descalza por el bosque. Pero no, habían tratado de engañarnos dándonos la capa, que presumiblemente era parte de la tradición y para hacernos sentir menos desnudas; cuando en realidad era una artimaña oculta para poder encontrarnos más rápido por el olor que nos habían puesto sin decirnos.

Mi furia por toda la situación hacía que mis movimientos fuesen más rápidos y concretos. Me moví por un área pequeña, frotando la capa contra cada tronco que pudiese encontrar.

Au siseé.

Joder. Había pisado otra rama de mierda en la oscuridad que me lastimó la planta de los pies. Estaba tratando de pisar lo más cuidadosamente que podía mientras, bueno… mientras huía por el bosque.

Céntrate. No te enfades por cosas que no puedes controlar. Ese había sido el lema de toda mi vida, ¿no? Debería ser buena en ello. Me mordí la parte interior de la mejilla al sentir el dolor en el pie e hice una bola con la capa secretamente perfumada; luego, la tiré lo más alto que pude hacia las ramas de un pino que se cernía sobre mí.

Volvió a caer sobre mi cabeza. Me quedé mirándola con furia, pero solo por un segundo. Entonces volví a arrojarla,

esta vez con más fuerza. Se quedó enredada en las ramas. Gracias a Dios. Aunque dudaba que Dios tuviese algo que ver con este lío en el que me había metido.

Miré hacia arriba, pero tal como había esperado, la capa estaba perdida en medio de la penumbra que arropaba las oscuras ramas en forma de agujas. Así que corrí como alma que lleva el diablo hacia el lago, y sentí el tapón anal en cada momento de mi recorrido. Era imposible echar a correr con un tapón relativamente grande en el culo y no sentirlo.

Que mi objetivo fuese el lago significaba que estaba corriendo en diagonal hacia la dirección de la que provenía el retumbante sonido de los casos. Esto era una locura, y yo también. ¿En qué diablos había pensado? Este plan era descabellado.

Era el único plan. Quieren bautizarme con sangre, ¿recuerdas?

Mierda. Apreté el tapón que tenía atrás y corrí con más rapidez. Afortunadamente no había espinas en el jardín bien cuidado que se extendía un poco hasta el bosque colindante. Gracias al cielo por la meticulosidad del jardín. Me enfoqué en el camino que tenía por delante. Nada de distracciones. Dios mío, esta era mi única oportunidad; la única entre un millón. No estaría tan segura de mi plan si la nota no me hubiera dicho lo que debía hacer.

La nota… Gracias a Dios por la nota. Oraba porque no fuera otro plan que me llevase directo a una tortuosa perdición; porque con estos sádicos hijos de puta, una nunca sabía. Solo podía dar un salto a ciegas.

Por fin divisé el lago a la distancia. En la superficie se reflejaba un brillo de luz que provenía de algún lado; tal vez de la casa que estaba mucho más lejos.

Hora de dar ese salto a ciegas.

Sully había estado de mal humor desde que llegó la caja después de la cena. Creo que ambos habíamos estado esperando una tarde tranquila en casa. Nos habíamos asentado en algo parecido a una rutina. Después de tres semanas era eso o volverse loco.

Y después de su pequeña, eh…, lección el otro día… Bueno, no podía negar que las cosas no iban mejor entre nosotros. Lo dejaba dormir hasta tarde; pero solo porque había empezado a dormir en la cama tal como él había insistido que hiciera. Mis ojos seguían abriéndose de par en par con el amanecer de cada mañana, y entonces me encontraba con un gran chico sureño envuelto a mi alrededor como si fuese la manta más cómoda de todas. Traté de no pensar demasiado en ello. Posiblemente solo tenía la mala costumbre de abrazar lo que sea que estuviera en la cama con él. Después de todo, cuando dormía en el suelo, él hacía un desastre con las sábanas y la manta todas las noches, así que lo más seguro era que no significara nada que ahora abrazara… bueno, a mí, en medio de la noche.

Para ser un hombre tan gruñón, era sorprendentemente tierno.

Era cierto que todos esos abrazos sí que nos llevaban a tener sexo cuando su erección matutina se ponía lo bastante rígida como para que la pudiera frotar contra mis partes… Pero esa no era una mala forma de comenzar el día.

En cuanto a cómo pasábamos el resto de los largos días… A veces, Sully seguía negándose hoscamente a mis tácticas para llamar su atención; pero de vez en cuando podía sacarlo de su melancólico estado de ánimo por el tiempo suficiente para que pudiéramos jugar al Monopoly o al Scrabble, o mejor aún, al Scrabble Veloz.

Era sorprendentemente competitivo para ser alguien tan apático el resto del tiempo. O tal vez simplemente le molestaba perder contra mí. Después de un juego especialmente competitivo la semana pasada, me levantó del piso donde habíamos estado jugando y me tiró a la cama

porque había «decidido mostrarme quién mandaba por aquí». Tras eso, parecía que todos los partidos amistosos que jugábamos terminaban en forcejeos sobre la cama hasta que Sully reafirmaba su dominancia.

Y tenía que decir que no era una mala manera de pasar el rato. Todo ese sexo estaba poniendo a Sully de mejor humor y yo… Bueno, prefería no pensar demasiado en eso. Éramos adultos, era consensual, nos estábamos divirtiendo, y si follar como animales era la mejor forma de pasar estos tres meses sin matarnos, entonces, ¿por qué intentar arreglar lo que no se había estropeado?

Pero el Sully sereno y no tan mordaz se esfumó tan pronto como llegó la invitación de la cacería de zorros. Apenas dijo una palabra antes de ordenarme que me pusiera el tapón anal mientras él se duchaba.

Ponte lubricante, te ayudará. Fue todo lo que dijo frívolamente por encima del hombro antes de desaparecer en el cuarto de baño para una de sus duchas maratonianas. No obstante, fue bueno que se demorara tanto, porque introducir el pequeño objeto de vidrio con la cola mullida en mi ano me llevó más tiempo de lo que me sentía cómoda para admitir. Simplemente no quería entrar al principio. Quiero decir, nunca había tenido ningún objeto en mi culo antes de la semana pasada cuando Sully… Cuando él…

Dios mío, apenas podía pensar en lo que había hecho. Me estuvo guiando como una especie de marioneta sucia y pervertida con su dedo en mi…

Pero Sully tenía razón. El lubricante era un salvavidas. Aun así, se sintió extraño; y todavía más cuando traté de incorporarme y andar. La agarraba involuntariamente, lo que hacía que la cola peluda se contoneara contra la parte posterior de mis muslos.

Qué extraño.

Después de la ducha de Sully, escuché que la secadora se encendía en el baño. Bueno, tal parecía que alguien quería lucir elegante para sus amigos cazadores de zorros, ¿eh?

Ni siquiera sabía cómo empezar a prepararme mentalmente para lo que estaba a punto de enfrentar. Podría haberlo hecho con un poco de apoyo moral, eso era seguro; pero supuse que ese no era el tipo de relación que Sully y yo teníamos. Era mejor recordarlo ahora que dejar que los múltiples actos de intimidad empezaran a confundirme. El sexo que teníamos no significaba una mierda para Sully.

Yo era un cuerpo cálido y complaciente cuando no había nadie más cerca. Él estaba aburrido. Había cortado su suministro de alcohol y el sexo era la segunda mejor opción en la lista de distracciones de Playboy Depravado, ¿verdad?

Bajé la vista. ¿En verdad era tan diferente de una puta después de todo?

Sully salió del cuarto de baño con una nube de vapor a su alrededor y frunció el ceño cuando me vio.

¿Por qué no estás vestida?

Me reí. Luego se dio cuenta de que hablaba en serio.

—¿Con qué? ¿Eso?

Señalé el otro lado de la habitación, a la vieja capa de cuero con la grotesca cabeza de zorro que cubría el costado de lo que había empezado a llamar la Caja de disfraces. Seguía puesto sobre el escritorio antiguo que estaba contra la pared, junto a una de las enormes ventanas. Son las reglas. Fue hacia la caja, dándome la espalda, luego la llevó a la cama y me la entregó—. Eso es todo. No puedes llevar nada más que esta capa.

Le arrebaté la caja. Aparte de la capa y el… esto, el tapón anal, estaba vacía. Completamente vacía.

—¿Y los zapatos? Seguro que al menos me darán zapatos.

Sully no había hablado mucho sobre lo que era una «cacería de zorros»; ni siquiera él mismo sabía mucho, solo rumores sobre lo que él y sus amigos habían oído susurrar en los pasillos del Oleander, pero conocía los detalles básicos. Soltaban a la «bella» en los terrenos y los miembros de la Orden, que iban a caballo, completaban una tradicional cacería de zorros sureña. Eso era todo lo que sabía.

Atrapaban al zorro y lo «bautizaban con sangre» para celebrar la victoria.

Sí. Tampoco yo supe cómo diablos responder ante eso.

Sully se quedó congelado por un momento y, mirándome directamente a los ojos y con la mandíbula apretada, dijo: No. Nada de zapatos. Solo lo que hay en la caja.

—Entonces… —Dije lo que él no me diría—. Estaré descalza. ¿Esos cabrones me harán correr afuera prácticamente desnuda y descalza mientras me persiguen?

Otra flexión de su mandíbula. Y luego agregó:

—Te dejaré para que te vistas.

Con eso, tomó el resto de sus atavíos de caza y volvió a desaparecer en el cuarto al baño para vestirse. Era bastante ridículo, ya que nos veíamos desnudos todo el tiempo. Pero si iba a demostrar algunos modales, no sería yo quien lo detuviera.

Toqué la capa, pasando la mano por el cuero envejecido y agrietado. Por dentro estaba mejor; parecía que el forro interior de seda había sido reemplazado en algún momento de los últimos veinte años.

Pero entonces fruncí el ceño. Había un pequeño bolsillo en el forro interior y estaba ligeramente abultado. Deslicé mi mano dentro y saqué un pequeño trozo de papel, roto y arrugado, y con los bordes amarillentos.

Una nota.

Tuve que entrecerrar los ojos para distinguir las diminutas palabras:

Para la mujer que use esto después de mí, el cuero está rociado con olor a zorro. Deshazte de él lo antes posible, métete en el lago y lávate. Nunca dejes de correr, los perros no lo harán.

Buenos lugares para esconderse:

Risco en el borde sureste de la propiedad: sendero rocoso y con olores indistinguibles.

Bodega de productos secos.

Lugares donde se atrapan más a los zorros:

Arroyo en el lindero norte de la propiedad: agua muy poco profunda.

Viejo granero junto al lago.

Campos abiertos.

Le di la vuelta y en la parte de atrás había un rudimentario mapa de la propiedad, con flechas que señalaban los puntos mencionados en el lado opuesto.

Fue entonces cuando la realidad de lo que en verdad estaba a punto de pasar me azotó. Quiero decir, por un lado, era ridículo. La nota se leía como reglas elaboradas para un juego de niños; con buenos lugares para esconderse. Con la excepción de que lo que ni la invitación ni Sully mencionaron era lo que me sucedería cuando, inevitablemente, me atraparan y me «bautizaran con sangre», que, por cierto, esperaba que fuera algo ceremonial que quizás involucrara algo con lazos rojos. Y no, no estaba analizando mucho la ingenuidad de aquel pensamiento en particular; solo me aferraba a él porque realmente, en lo profundo de mí, esperaba que fuera cierto.

Pero luego del «bautizo con sangre», ¿qué ocurriría? Incluso si era ingenua acerca de lo que aquello podría significar, no era lo suficientemente estúpida como para no entender que la pequeña bella desnuda vestida de zorro que fuera atrapada e inmovilizada por el Gran Hombre iba a ser follada por el conquistador con el pene más grande de todos sus amigos.

Era obvio.

El botín iba para el vencedor, ¿verdad? Siempre sería solo un objeto para estos hombres. Un trofeo que ganar y compartir.

Sully ya había demostrado que no le importaba compartirme.

Dios mío, me iba a enfermar. Pensaba que tal vez las cosas estaban cambiando entre Sully y yo, pero siempre había sido una idiota sentimental.

¿Qué le había pasado a la mujer que escribió la nota?

No había ningún otro detalle sobre quién era, qué había sucedido durante su cacería o si había conseguido todo lo que siempre quiso. ¿Había superado las pruebas y los confeccionistas de sueños le concedieron la vida de ensueño más grande, buena y resplandeciente?

Lo que sea que le haya pasado, su experiencia con la cacería de zorros probablemente no había sido buena si sintió el impulso de dejar esta nota de advertencia, con la esperanza de preparar mejor a la próxima chica…

«Puedes decir tu palabra de seguridad», susurró una peligrosa vocecita dentro de mí. «Sal pitando de aquí antes de que la locura comience de verdad».

Mis hermanas lo entenderían. Si le explicaba siquiera la mitad de lo que me habían pedido que hiciera aquí, ni Reba ni Tanya me culparían por irme.

En especial Reba. Reba con su corazón de ángel, que siempre quería lo mejor para todos. Ella era la mediadora; intervenía cuando las cosas empeoraban demasiado entre LeAnn y Tanya, las dos impulsivas de la familia. Nadie podía seguir enfadada cuando Reba levantaba su voz tranquila y nos pedía que nos escucháramos y dejáramos de pelear. Pero cada una de mis hermanas tenía superpoderes como ese.

Tanya era intrépida, valiente y franca con sus palabras, y muchos días deseaba ser más como ella. Reba era la conciliadora y había dominado el arte de sentirse totalmente satisfecha con su pequeña y repetitiva vida. LeAnn era la belleza; popular y talentosa, también. Ella era la única de nosotras que sabía cantar, a pesar de que nos hubiesen puesto nombres de cantantes de country.

Mis hermanas eran mujeres que podían llegar muy lejos. Pero su futuro dependía de que yo no me acobardara solo porque tenía un pequeño problema con unos humanos que querían cazarme por diversión.

No las dejaría en la estacada. Después de todo, yo no era mi padre.

Estaba corriendo hacia el lago. Venía por la parte de atrás y, en la oscuridad, nadie debería poder verme.

Pero estaba lo bastante cerca como para que, a pesar de que realmente sabía que no podían verme y que los hombres solo exclamaban para divertirse, fuese muy espeluznante ver las luces en la distancia y escuchar voces que gritaban alegremente: «¡Persigue a la zorra! ¡El primero que la atrape tendrá bebidas gratis por un año!»

Casi me tropecé al escucharlos hablar sobre el misterioso bautizo con sangre que formaba parte de este ritual, pero me contuve justo a tiempo. Por fin estaba en la orilla del lago. La orilla era una mezcla de rocas, barro y agua turbia.

Me arrodillé para que no me vieran.

mi grito conmocionado por el agua helada solo en el último momento. Me mordí el labio en la última sílaba y apreté.

Dios santo, el agua estaba fría. Muy muy fría. Y estaba completamente desnuda. No había ningún traje acuático a la vista. Jesucristo, hijo de María y José…

Pero no podía limitarme a flotar aquí, con la mitad del cuerpo dentro del agua y la otra mitad fuera. Me metí en el agua del lago tan silenciosamente como pude. No podía permitirme ninguna salpicadura.

Si pensaba que hacía frío solo cuando metí las piernas en el agua… Un estremecimiento profundo atravesó mi cuerpo al sentir el agua helada.

«No», traté de recordarle a mi cuerpo balbuceante. «Nn-no está h-h-helada». Si el agua estuviera helada, habría hielo. No estaba helada, solo se sentía así. No está helada. Puedes hacerlo. Tienes que hacerlo.

Muévete.

Muévete, joder. AHORA.

Me moví en silencio el resto del camino hacia el lago. Luego recogí un poco de barro del fondo del lago y lo unté temblorosamente sobre mi cabello, ocultando el color rubio de mi cabello y cualquier olor residual de mi champú. Y

—¡Jod…! —murmuré, logrando contener

entonces, antes de que pudiera nadar débilmente para salir del lago y empezar a gritar a todo pulmón «¡me rindo!», o dejar que un viejo y arrugado hijo de puta me «bautizara con sangre» y luego me follara con su flácido pene que había logrado levantar con viagra lo suficiente como para follar a su trofeo de una forma traumática para poder calentarme de nuevo… Entonces empecé a nadar.

Pensaría en el plan. Nada más podía caber en mi mente, y mucho menos el frío que me calaba tanto los huesos que no sabía que estos estaban tan profundos.

El plan. Vale. Necesitaba que siguieran el aroma viejo y fuerte de cuando todavía estaba usando la capa. No sabía mucho sobre perros entrenados para cazar y rastrear olores, pero pensé que descifrarían los aromas bastante pronto y estarían encima de mí antes de que estuviera lista.

El lago era grande con varios recovecos y ensenadas. Podía sentir la cola de zorro del tapón anal moviéndose en el agua detrás de mí, tirando de mi ano. Lo apreté con más fuerza, pues no quería perderlo en el agua. El hecho de que me hubiera olvidado de su presencia por un minuto era un testimonio más de la locura de la noche.

Era una noche sin luna, y con el pelo y la cara cubiertos de barro, esperaba ser efectivamente invisible en el agua oscura. «¿Dónde está Sully?», me pregunté repentinamente. ¿Estaba entre todos los demás hombres a caballo, esperando tener la oportunidad de la «primera sangre»?

No había tiempo para pensar en eso. Debía enfocarme, seguir adelante. Una brazada y luego la otra. No fastidies demasiado el agua. No eres más que una brisa en una noche de enero muy muy fría, pero no del todo helada.

Me pegué a la orilla del lago opuesta a donde estaban los hombres y la recorrí nadando, en dirección a la mansión.

De la nada, los perros comenzaron a aullar salvajemente en la distancia. Sonaron varias voces entusiasmadas. No había duda de que habían ubicado el lugar por el que había esparcido el aroma. Eso significaba que no tenía mucho

tiempo antes de que descubrieran la capa en los árboles. Se darían cuenta de que había tratado de engañarlos y estarían el doble de decididos a atraparme, y entonces se pondrían doblemente furiosos cuando lo hicieran.

Toqué el fondo del lago con el pie. Había llegado al otro lado. Pero si salía con demasiadas prisas, sería obvio que era aquí por donde había salido. Me mordí el labio y, aunque me costó un tiempo precioso, retrocedí un poco hasta donde una rama baja colgaba por encima del lago. Aún mejor, atada a la rama había una soga que se balanceaba con un par de nudos atados, colgando aproximadamente a menos de medio metro sobre el agua.

Un pasatiempo de verano que ahora era mi salvación.

Escalar por una cuerda vieja y llena de nudos estando desnuda y empapada no era mi concepto de diversión. La cola de zorro mojada hacía que retrocediera hacia el agua, así que tuve que apretarla más para mantenerla en su lugar.

Pero el año pasado a Tanya le dio por lo sano, y aunque no podíamos pagar una membresía en el gimnasio, pudimos crear un área en la terraza trasera a la que llamó «Cross-Fit Country» (LeAnn lo apodó «Cross-Fit Pueblerino»). Tanya solía atar una cuerda muy similar a la que ahora me confrontaba al techo de la terraza, además de otras estaciones: levantábamos bloques de concreto, corríamos de un lado a otro por la carretera rural con cuerdas atadas a neumáticos viejos que nos quitaban aceleración, y reutilizábamos cualquier objeto que pudiéramos tener en nuestras manos al estilo MacGyver para convertirlo en equipo de entrenamiento.

Tanya me obligaba a salir con ella todas las mañanas a las seis de la mañana.

No serví en lo absoluto para trepar la cuerda los primeros tres meses. Pero por fin, con un montón de repeticiones de esos malditos bloques de concreto y tirando de esos neumáticos, por fin sucedió: pude subir más de la mitad de la cuerda.

Un mes después pude llegar casi a la cima. Eso fue el diciembre pasado.

Hoy, a pesar de mi agotamiento y miedo, la adrenalina se encendió justo cuando la necesitaba. Me levanté y salí de esa puta agua fría y puse ambas manos en la cuerda. Puse una mano, y luego, apretando los dientes y esforzando todos los músculos, tiré y puse otra mano arriba.

Ignoré el escozor de la cuerda contra mis delicadas palmas. Siempre nos vendábamos para hacer esto en casa. Pero con solo pensar en Tanya, Reba y LeAnn… Ellas eran mi poder y mi fuerza. Siempre lo habían sido.

Me imaginé sus caras y subí por esa maldita cuerda.

Puse mano sobre mano y tiré.

Alargar otra mano y tirar de la cuerda. La cola de zorro mojada hizo contacto contra la parte posterior de mis muslos.

Alargué otra mano y tiré.

No gritar o gruñir por el esfuerzo era la mitad de la batalla; pero no, ni un maldito sonido saldría de mi boca para delatar dónde me encontraba. Ya no podía oír a los perros y las voces también se habían apaciguado. No podía obsesionarme con lo que eso podría significar.

Seguí subiendo en la oscuridad hasta que, por fin, por fin mi mano chocó contra la corteza de la rama de un árbol.

Subir mi cuerpo para alcanzar la rama fue la tarea más bestial que ninguna otra. Todo el tiempo me aterrorizaba que alguien se diese cuenta de la rama del árbol que se balanceaba. Pero en cierto punto, lo único que podía hacer era lo mejor. Esta era mi mejor oportunidad, y estaba al límite de mi capacidad. O bien funcionaría o no lo haría.

Finalmente me balanceé y monté una pierna sobre la rama. Y entonces estuve sentada sobre ella en vez de colgar debajo. Podría haberme reído del alivio, pero todo lo que me permití fueron dos segundos para descansar, y luego subí a otra rama más alta que se extendía en la otra dirección: sobre la tierra firme en lugar de agua.

Sentía como si mis brazos estuviesen hechos de gelatina cuando por fin salí, me colgué de ella, y salté los últimos metros hacia el suelo. «No te atrevas», me advertí a mí misma cuando mis extremidades casi cedieron. «No te atrevas, carajo».

No había atravesado un lago casi helado por nada. Fue por pura fuerza de voluntad que me mantuve en pie, porque joder, cuanto menos expusiera mi cuerpo a cualquier otra cosa que pudiese captar mi olor, entonces mejor. Lo más probable era que fuese bastante obvio por dónde entré al lago, pero esperaba que todo este esfuerzo los confundiera por un tiempo sobre por dónde salí.

El terreno estaba recién podado, y una sugerencia que Sully me hizo fue que el césped recién podado era una de las pocas cosas que podían confundir a un perro al seguir un olor. Y ya que a la Orden le divertía esto, es decir, les gustaba que sus cazas humanas tardaran más tiempo, siempre se aseguraban de cortar el césped el día de la cacería.

El césped bien cuidado también tenía más clemencia con mis pies descalzos. Pero tenía que tener cuidado, porque tal vez uno de esos cabrones había pensado en esto y estaba al acecho. Infelices. Este juego era una mierda agotadora, tanto mental como físicamente.

Corrí agachada y cerca del suelo mientras me dirigía hacia el faro brillante que se veía en la colina de la iluminada mansión. La húmeda cola de zorro del tapón anal chocaba contra mi muslo, pero me obligué a ignorarla. Puede que ir por el risco hubiese sido el movimiento más inteligente, pero yo nunca había sido la chica más inteligente, ¿o sí? Y ya no había vuelta atrás.

Estaba cansada, desnuda, ¿y mencioné cansada? No, mejor exhausta.

Si de verdad podía lograr esto —engañarlos para que retrocedieran y perdieran unas horas cazando en el bosque , mucho mejor, porque no podía mantener este ritmo. Me

ardían los brazos por la cuerda que había trepado y la adrenalina comenzaba a esfumarse.

Sin embargo, mis piernas todavía podían dar un poco de lucha.

Entonces, corrí, agachada, hasta que todo quedó en silencio otra vez y los ruidos de los perros y los caballos se oían en la distancia. Luego corrí hacia la bodega que la notita había señalado en el mapa. Incluso tenía un dibujo rudimentario en la parte posterior que mostraba cómo entrar.

Corrí por el ala este y me escabullí por el jardín exterior que se usaba para cosechar verduras para las cocinas. Y allí, finalmente, la encontré. La entrada estaba casi oculta. También funcionaba como refugio para tormentas, pero, por supuesto, la Orden no podía tener algo tan burdo como una bodega para tormentas que estropeara los terrenos de su propiedad.

Corrí a la entrada del jardín y empujé con todas mis fuerzas una estatua de una Venus desnuda. Porque Dios no podía permitir que sus huertos fuesen dignos de otra cosa que un tour histórico de Georgia, naturalmente.

No me hizo falta aplicar tanta fuerza. La estatua se deslizó con facilidad y quietud hacia un lado, naturalmente con algún tipo de patrón que no pude ver, y reveló unos escalones de piedra que conducían a la oscuridad.

Bajé por ellos sin siquiera pensarlo dos veces.

Apenas había reconsiderado y me había preguntado si acababa de saltar de la sartén al fuego, cuando la tenue luz de la noche a la que mis ojos se habían acostumbrado durante tanto tiempo se esfumó por completo.

Porque la estatua se devolvió a su lugar a mis espaldas y luego me encontré rodeada de oscuridad, completa oscuridad. Y nadie en el mundo de los vivos pudo saber dónde estaba.

CAPÍTULO 10

Sully

Sabía que era inteligente.

Gracias a Dios que era inteligente.

Tenía la esperanza de que fuera a la bodega, y cuando vi su cuerpo embarrado esconderse detrás de la estatua y desaparecer en la oscuridad, no pude evitar soltar la respiración que había estado conteniendo. Al escuchar a los perros a lo lejos, actué rápidamente y la seguí. Alcé mi linterna de gas para poder ver el interior de la sala oscura, y solo me tomó un segundo ver sus ojos bien abiertos y postura salvaje.

Cuando vio que era yo quien la había encontrado, se relajó y ya no parecía que fuera a sacar las garras para saltarme encima o que estuviese lista para dar pelea.

—Entonces, me has encontrado —dijo mientras se cruzaba de brazos.

¿Preferirías que fuera otra persona? Atravesé la sala y coloqué la lámpara sobre una vieja mesa de madera. El cálido resplandor iluminó la sala lo suficiente como para ver lo sucia y agotada que estaba Portia. El barro le cubría el pelo, estaba empapada y temblorosa.

Me quité la ridícula levita que me vi obligado a usar para la caza y se la coloqué a Portia por encima de los hombros.

Ella se aferró a ella y se la colocó alrededor, pero sus dientes aún castañeteaban.

—¿Cómo me encontraste?

No sentí la necesidad de decirle que yo había escrito la nota y que la había escondido en el bolsillo de su capa para que la encontrase. Había participado en estas cacerías cuando era niño y sabía exactamente lo que hacían. Sabía que necesitaba un consejo sobre cómo vencer a estos vejestorios en su propio juego. Había considerado decírselo yo mismo y ya, pero dudaba que confiara en mí o que me escuchara. Pero

una carta de una compañera… Bueno, solo esperaba que fuera lo bastante inteligente como para tomarse las instrucciones en serio.

Me encogí de hombros por toda respuesta, esperando que no insistiera más. Era importante que se sintiera lo más empoderada posible, teniendo en cuenta todo lo que había ocurrido, y quería que se sintiera como si ella sola hubiera tenido el poder para dejar atrás a los cazadores y ser más astuta que ellos.

—Entonces, ¿qué significa esto? —preguntó, pasando a otra pregunta.

Que he ganado la caza dije . Tengo bebidas gratis durante un año, al parecer. Esperé alguna de sus clásicas respuestas de listilla, pero cuando no vi nada más que una chica temblorosa y asustada, me di cuenta de que no era el momento de bromear . ¿Estás bien?

¿Por qué no lo estaría? soltó. Levantó los brazos y se dio la vuelta—. Bueno… mírame. ¿No me veo perfectamente bien?

Ella agarró la cola, se la sacó del ano con una mueca y la arrojó a la esquina de la sala.

—Estoy harta de este lugar. Estoy tan harta de las pruebas. Esto no vale la pena. No puedo seguir haciendo cosas horribles como esta cacería. ¿Para qué?

—Entiendo. Yo también estoy harto —dije en voz baja—. Pero tenemos que seguir enfocados. Es fácil huir. Créeme, lo he considerado más veces de las que puedo contar. Pero al mismo tiempo, eso significaría que esos cabrones ganaron; y también que todo por lo que hemos pasado… —Señalé su cuerpo húmedo y sucio—. Todo por lo que has pasado hasta este punto sería en vano si nos vamos de aquí con las manos vacías. Nos merecemos algo por lo que ya hemos soportado.

—Ah, ¿así que ya no soy una puta cazafortunas? — preguntó ella con un bufido. No más que los demás.

Sus ojos parecían tristes y su pequeña figura parecía empequeñecerse aún más con mi chaqueta puesta. Esta no era la fiera que estaba acostumbrado a tener enfrente. Quedaba claro que la cacería le había pasado factura.

Me estoy perdiendo dijo . Ya ni siquiera sé quién soy. No tengo ningún control sobre nada y… Suspiró audiblemente—. Y siento que le estoy vendiendo mi alma al diablo… o diablos en este caso.

Se la estás vendiendo. Asentí con la cabeza . No hay forma de disimular ese hecho. Ambos estamos vendiendo nuestras almas.

Es por eso que estoy considerando decirles a los ancianos que se vayan a la mierda. Tengo hermanas en casa que me necesitan. —Dejó de hablar y miró al suelo—. No sé cuánto más de esta locura enfermiza y retorcida pueda tolerar.

Trata de recordarte por qué has aceptado la invitación en primer lugar. Eso me ayuda cuando quiero salir por esa puerta principal y nunca mirar atrás. —Cuando vi que no parecía calentarse con mi abrigo, acorté la distancia entre nosotros y la envolví en mis brazos para ofrecerle algo de calor corporal—. La bodega está demasiado fría. Vamos a sacarte de aquí.

¿Qué hay de la cacería? me preguntó mientras se acurrucaba contra mí.

—La he ganado. Se acabó.

¿Y los demás? Todavía puedo oír a los perros buscándome.

—Déjalos cazar. Sinceramente, dejemos que esos cabronazos pasen toda la noche buscándote. Cuando nos encuentren ya te tendré en mi poder. Estoy seguro de que pensaron que sería fácil. Bueno… hagamos que esos imbéciles trabajen por ello.

Me gusta cómo suena eso.

La levanté, la acuné en mis brazos y le dije:

Quiero llevarte a un lugar al que iba de niño con mis amigos. Les tomará algo de tiempo encontrarnos allí, pues sé que ya cubrimos el risco rocoso mientras te buscábamos. Para eso tendrían que retroceder, lo cual realmente les hará enfadar.

Puedo caminar me dijo, pero no trató de resistirse ni de zafarse de mis brazos.

—Estarán buscando tus huellas, no las mías. También voy a deshacerme del caballo para estar más seguros. Señalé la linterna con la cabeza—. Puedes sostener eso e iluminar nuestro camino.

¿Y la cola? Frunció el ceño hacia la esquina en la que la había arrojado.

—Déjala ahí. La has perdido durante la caza y no es tu problema.

¿Los ancianos no se enojarán?

En ninguna parte de las reglas dice que tienes que quedarte con la capa o la cola. Puede que no les guste el hecho de que no estés usando ninguna de las dos cosas, pero no podrán decir que has hecho algo mal o que merezca que falles la prueba.

El sonido de los perros se hacía más fuerte y sabía que teníamos que actuar rápido o arriesgarnos a que la noche terminara. Por mucho que quisiera una ducha caliente, nuestra cama y las paredes de la Oleander protegiéndonos de este bárbaro ritual, cuando dije que quería que los miembros tuvieran que sufrir un poco, lo decía en serio. Había llovido hace un rato. El suelo estaba lleno de lodo y los mosquitos buscaban venganza. Cazar en un pantano no era una actividad entretenida, y sin duda todos soñaban con un whiskey y una mamada en este momento.

Estaba muy seguro de que a mí no me importaría un buen whiskey y una mamada, pero como tenía que llevar a una chica llena de lodo a una cueva escondida y me sentía incómodo, seguro que ellos también lo estarían.

¿Cómo me has encontrado? me preguntó de nuevo mientras nos dirigíamos al risco.

—Eres lista. Supuse que vendrías a la bodega. —La cambié de posición para asegurarme de que la chaqueta la cubriera tanto como fuese posible.

¿Peso demasiado? Envolvió sus brazos alrededor de mi cuello como si eso fuera a ayudar.

—Ahora estoy en forma gracias a ti. Nuestro ejercicio matutino me ha ayudado con mi supuesta panza regordeta —dije con una sonrisa—. Y no, no pesas mucho.

Aceleré el ritmo solo para demostrar mi afirmación; además, quería llegar a la cueva antes de que detectaran la luz de nuestra linterna desde lejos.

—¿Huelo mal? —preguntó ella—. Porque en verdad siento que apesto.

Me reí a carcajadas y negué con la cabeza. No, no apestas.

—Puede que nunca me logre quitar el barro del pelo.

—Si mal no recuerdo, hay algo de agua que se filtra a la cueva. Forma estalagmitas o estalactitas, o como sea que se llamen. Pero debería haber suficiente para que puedas limpiarte cuando lleguemos allí.

Marchamos el resto del camino en silencio; el único sonido eran los ladridos de los sabuesos a la lejanía. Se oían a tanta distancia que sabía que tendríamos un par de horas de seguridad antes de que los cazadores comenzaran a volver sobre sus pasos. Cuando apareció la cueva, no pude evitar sonreír ante los recuerdos que se apoderaron de mí.

A Montgomery, Beau, Rafe, Walker, Emmett y a mí nos encantaba venir a nuestro club secreto. Nadie sabía sobre este lugar, al menos que nosotros supiéramos, y nos gustaba que fuera todo nuestro; que lo pudiéramos explorar y pasar el rato. Algunas de las fiestas a las que nos llevaban en la mansión eran tan sofocantes que no podíamos esperar a corretear y jugar en nuestra cueva especial. La Oleander no era del todo mala; de hecho, hubo un tiempo en el que todos

estábamos ansiosos por ser miembros de la Orden del Fantasma de Plata. Era un rito de iniciación, como perder la virginidad. No era algo que ninguno de nosotros temiera, sino algo que esperábamos.

Admiraba mucho a mi padre. Todos los admirábamos. Queríamos ser como ellos cuando creciéramos. Ante mis ojos, mi padre no podía hacer nada malo, aunque rara vez lo veía. Por eso me encantaba venir a la Oleander en mi infancia. En la mansión, al menos podría estar en la misma sala con él, o como mínimo, en la misma casa. Trabajaba todo el tiempo y muy pocas veces estaba en casa. Entonces, para mí, la Oleander era mejor que estar en casa, pues significaba que tenía a mi padre cerca. Y él también disfrutaba tenerme allí. A todos los padres les gustaba que sus hijos estuvieran presentes en las fiestas y rituales correspondientes. Éramos su linaje; su legado. Y no había ninguno de nosotros que no lo quisiera más que nada. Solía soñar con el día en el que me uniría a la Orden del Fantasma de Plata.

Por supuesto, luego crecimos y abrimos los ojos.

O eso, o algo había cambiado. Era difícil imaginar que generación tras generación de hombres altamente educados y de las mejores universidades permitieran estos actos sexistas, bestiales y perversos. No era solo el dinero lo que parecía adueñarse de la organización secreta, en especial porque todos los que se unían a la Orden tenían dinero. Era la necesidad de tener más dinero; la necesidad de poder y, honestamente, de dominar el mundo. La codicia rezumaba de la Oleander, y no la herencia. La Orden del Fantasma de Plata había perdido su rumbo y yo no quería tener nada que ver con ella. Absolutamente nada, a menos que tuviera que hacerlo.

Pero tenía que hacerlo. Mi hermana me necesitaba.

Y en ese instante, cuando entré a la cueva con Portia en mis brazos, supe que ella también me necesitaba. Montgomery tenía razón cuando dijo que éramos un equipo y

que teníamos que estar juntos para lograrlo. Había sido un compañero de equipo bastante patético hasta este punto, y no culpaba a Portia ni un segundo por vacilar y considerar tirar la toalla. Ella estaba completamente sola en esto, y mi borrachera solo empeoraba las cosas.

Pero al diablo. Todo eso estaba a punto de cambiar. No dejaría que estos hombres me quebraran, y desde luego que no permitiría que quebraran a Portia.

Mi bella seguiría siendo inquebrantable.

Me alegré de ver una pequeña corriente de agua que salía del techo de la cueva y que formaba un pequeño charco de agua en el piso. La memoria no me había fallado. El aire era fresco, pero no terriblemente frío, y estaba muy seguro de que, a los ojos de Portia, cualquier cosa sería mejor que estar en la cacería.

No se puede oír a los perros desde aquí dijo Portia mientras la dejaba en el suelo . No los escucharemos venir.

—No importa. Tenemos un montón de tiempo. —Señalé el agua—. Dúchate, apestas.

Le dediqué un guiño y una sonrisa ladeada; luego, le quité la linterna de la mano y la coloqué sobre una roca plana.

—Imbécil —bromeó ella en respuesta, pero se quitó la chaqueta e hizo exactamente eso.

Era justo decir que Portia Collins se había convertido en mi compañera sexual, mi follamiga, mi ligue, o como quisieras llamarlo —al menos en la Oleander. Nos acostábamos porque ¿qué más podíamos hacer aparte de eso? Sin mencionar que era un hombre. Podías llamarme como quisieras, pero ella era hermosa y no había forma de que pudiera resistir el impulso de enterrarme en ella cada vez que despertaba y la veía durmiendo en mis brazos. Pero al verla debajo del agua mientras se enjuagaba el barro de su cabello dorado, no quise follarla.

Quería abrazarla. Quería protegerla. Quería prometerle que ningún hombre la tocaría de ninguna forma… excepto yo.

Las emociones sorprendentes que me invadían eran naturales; primitivas. La abrumadora necesidad de marcarla de alguna manera como mía y solo mía, parecía absorber todo el aire del interior de la cueva.

Gotas de agua brillaban sobre su piel bajo la cálida luz de la linterna y, por primera vez hoy, Portia parecía contenta de nuevo. Su fuerza pareció regresar cuando dejó que cualquier debilidad que alguna vez tuvo se esfumase junto con el lodo. Mencionaste que tienes hermanas dije, sintiendo que tenía que decir algo para romper el silencio.

Miró en mi dirección mientras se estrujaba el pelo, sacando los últimos restos de lodo de las puntas.

¿Lo mencioné?

—En la bodega.

—Oh… bueno, sí. Tengo hermanas. —Volvió a lavarse el pelo y no me miró más . ¿Y tú tienes hermanos?

Sí dije, preguntándome por qué parecía no querer hablar de su familia, aunque en realidad no la culpaba. Tampoco tenía ganas de darle con todo y hablar de Jasmine . Tengo una hermana.

Otro silencio. Me di cuenta de que Portia y yo no hablábamos mucho; definitivamente nada de importancia. Hasta este punto lo había disfrutado, pero por alguna razón quería saber más sobre ella. Quizás fue porque la había traído a un lugar que era especial para mí. La cueva estaba prohibida para las niñas. Era nuestro código entre hermanos, aunque estaba bastante seguro de que mis amigos me perdonarían. Pero estaba compartiendo una parte de mi infancia… o lo más cercano a mi infancia.

—¿Tus hermanas saben que estás haciendo esta iniciación? le pregunté.

—¿La tuya lo sabe? —rebatió.

—Sí —dije mientras encontraba una piedra en la que sentarme . No puedes ser un VanDoren y no saber sobre la Oleander, la Orden del Fantasma de Plata y todas las demás

tonterías que vienen con eso. Supongo que se podría decir que parte de nuestro encanto sureño.

—¿Por qué quieres ser parte de la Orden si la detestas tanto? —me preguntó mientras salía del agua, agarraba mi chaqueta de una roca cercana y se la ponía.

Buena pregunta. ¿Por qué?

Por una locura.

Una violación de la voluntad.

Una obligación forzosa.

—El destino. No lo sé. Me criaron para esto.

—Entonces, ¿no quieres ser parte de la Orden? — preguntó mientras caminaba y se sentaba cerca de mí. Es complicado dije. Siempre había odiado esa frase, pero era la única que en verdad me describía a mí y a mi situación—. ¿Y tú? ¿Por qué te estás sometiendo a esto?

¿Cuál es la cantidad en dólares? Intenté con todas mis fuerzas no sonar crítico, pero en lugar de eso esperé que saliera como la pregunta genuina que era.

—También es complicado. —Ella se paralizó y abrió los ojos . ¿Lo has oído? Creo que escuché algo afuera.

Me puse de pie y caminé hacia la entrada de la cueva. Le indiqué a Portia que permaneciera donde estaba. No escuchaba a los sabuesos, pero eso no quería decir que un miembro de la Orden no se hubiera separado de la manada como yo lo había hecho con la esperanza de tener mejor suerte en solitario. La oscuridad hacía que fuese difícil ver mucho más allá de unos pocos metros por delante de mí. Consideré llamar en voz alta, pero no estaba seguro de estar listo todavía para enfrentarme a la Orden.

—Veo huellas que conducen a este risco —gritó una voz

. Busca a los demás y a los perros. Puede estar escondida en estas rocas. Vamos a sacar a nuestra pequeña zorrita.

Mierda. No tuvimos el tiempo que pensé que tendríamos.

Me di la vuelta y entré a la cueva.

Quítate la chaqueta y pásamela le ordené mientras caminaba hacia ella con la mano extendida—. Ya vienen.

Portia dio un paso atrás y se aferró al abrigo en su cuello. ¿Qué significa eso?

—Significa que no puedo permitir que uses mi chaqueta. —Cuando no me dio el abrigo al instante, le aclaré—: Te he cazado, ¿recuerdas? Eres mi premio. No les des a los ancianos motivos para creer que te he ayudado de alguna forma.

Tenía los ojos muy abiertos y pude ver que su labio comenzaba a temblar, pero se quitó la chaqueta y estiró el brazo para que yo la cogiera.

Separándonos, toqué su brazo con delicadeza y luego acaricié su mejilla mientras la miraba directamente a los ojos.

—Vas a estar bien. Confía en mí, no dejaré que te toquen. Eres mía, yo te he encontrado.

No le di la oportunidad de decir una palabra más. Me agaché y la puse sobre mi hombro, cargándola como uno llevaría a su presa. Su culo desnudo descansaba junto a mi rostro, y pensé que verme cargando a mi presa como un saco de patatas complacería a los ancianos.

—¡La he encontrado! —grité mientras salía de la cueva—. ¡Capturé al zorro!

No pasó mucho tiempo antes de que los miembros de la Orden nos rodearan a caballo. Tenía la esperanza de que pasaran toda la noche buscándola, pero solo habían pasado unas horas desde que comenzó la caza, y pude ver que los hombres estaban exhaustos y complacidos de que por fin se hubiera encontrado al zorro.

—Veo que conoces bien el aroma de tu bella —dijo uno de los ancianos con una sonrisa maliciosa.

La encontré en las rocas dije, complacido de haber alejado a la Orden antes de que nos encontraran en la cueva. Tal vez algunas personas sabían de nuestro lugar especial, pero me daba satisfacción haber protegido el secreto de los miembros de la cacería, por lo menos.

Veo que la zorrita se ha despojado de la capa y la cola comentó otro anciano.

Dejé a Portia en el suelo y decidí distraer al grupo con mi siguiente acción antes de que pudieran comenzar a criticar o discutir la falta de capa y cola, y si debería haber consecuencias para ese acto.

Miré a Portia a los ojos y recé para que pudiera leerme los pensamientos. Necesitaba que confiara en mí. Necesitaba que se quedara en silencio y me permitiera manejar todo. Necesitaba que se sometiera a lo que estaba a punto de hacer.

Saqué mi navaja de mis pantalones, agarré su mano y atraje su palma hacia mí. Gané la cacería declaré.

Pasé la hoja a lo largo de su palma, y la sostuve con firmeza cuando ella siseó de dolor y quiso alejarse. Una línea de color rojo carmesí le atravesó la piel, y odié que yo fuera la razón de esta herida. Pasé mis dedos por el corte y luego unté mis dedos ensangrentados por toda mi cara, marcándome con la sangre de la presa. Entonces la cogí de la mano nuevamente, toqué la sangre que quedaba en la herida y la pasé por su rostro también.

—Es mía —proclamé.

Los miembros de la orden vitorearon por mi victoria y la ceremonia de sangre. Sin duda, también estaban celebrando que ahora podían tener ese whiskey y la mamada con la que habían estado fantaseando desde que comenzaron las festividades de la noche.

La cacería del zorro finalmente había terminado, y la presa definitivamente era mía.

CAPÍTULO 11

Sully

Una parte de mí quería ir a la sala de billar con el resto de la Orden para ese whiskey y la mamada que iban a recibir como era tradición tras una cacería del zorro, pero tampoco sentía que fuera justo para Portia. La pobre chica había pasado por un calvario y en verdad no quería dejarla sola después de todo eso. También tenía una extraña y primordial necesidad de protegerla.

No quería volver a perderla de vista; no mientras seguíamos en la Oleander. Y ningún hombre, ni siquiera por un juego, volvería a cazar y aterrorizar a esta mujer. Nunca dejaría que se sintiera de la forma en que lo había hecho mientras pudiera evitarlo. La protegería.

Lo que ahora estaba en juego era mucho mayor. Estábamos un paso más cerca del final, y la realidad se estaba haciendo aparente. No había forma de que llegáramos hasta el último día a menos que nos comportásemos como uno solo.

—Voy a prepararte un baño —dije mientras entrábamos a nuestra habitación.

Desde que se aseó en la cueva, no estaba tan sucia como cuando la encontré por primera vez, pero temblaba por el frío y necesitaba calor hasta en los huesos. Por mi culpa tenía su sangre por toda la cara, y al menos era mi trabajo quitársela.

Ella asintió con la cabeza mientras pasaba los brazos alrededor de su cuerpo desnudo. Me estaba acostumbrando a verla desnuda, pero odiaba verla vulnerable. Cuando estaba desnuda era tremendamente sensual, pero cuando se veía vulnerable me rompía el corazón y hacía que quisiera hacer las cosas bien. No podía arreglarlo todo, pero al menos podía darle calor.

Después de verificar una docena de veces si el agua estaba a la temperatura perfecta, agregué un par de pastillas de jabón de burbujas para tratar de que su noche terminase de una forma menos horrible. Luego fui al lavabo y me lavé la sangre de la cara, tratando de no enfocarme en los elementos macabros de la situación.

—Nunca en mi vida había deseado un baño tanto como ahora —dijo Portia a mis espaldas mientras entraba al cuarto de baño.

—Puede que tengas que probar el agua —dije, poniéndome de pie—. Nunca antes había preparado un baño para nadie.

Estoy segura de que está perfecta. Gracias dijo mientras se acercaba y ponía un pie en la bañera lentamente.

Caminé hasta el borde de la bañera y sostuve su brazo para darle equilibrio mientras entraba. No estaba seguro de por qué la estaba ayudando a entrar en el baño, ya que era más que capaz de hacerlo por su cuenta, pero… algo respecto a la cacería del zorro me había cambiado. Quería tratar a esta chica como una fina pieza de porcelana.

Mientras se sumergía por completo en el agua y las burbujas cubrieron su desnudez, le dije: Te dejaré sola.

Espera me llamó. Cuando me di la vuelta para mirarla, agregó—: ¿Te importaría quedarte aquí y hablar conmigo? De verdad no quiero quedarme a solas con mis pensamientos.

Me apoyé en la encimera y asentí.

—Puedo entenderlo. Si tus pensamientos son similares a los míos, entonces son bastante persistentes.

Se pasó las burbujas por el brazo sin mirarme.

—Sí. Todo cambió cuando llegué aquí. Pensé que podía hacer esto. Siempre me consideré una persona fuerte y no había nada que no pudiera hacer cuando me proponía hacerlo. Pero lo de esta noche realmente me hizo cuestionar aquello.

Esa es la intención de la Orden dije . Quieren quebrar a las bellas. Todo esto es un juego enfermizo para ellos.

Cogí un paño de debajo del lavabo, me acerqué a la bañera, lo sumergí en el agua burbujeante y comencé a lavarle la sangre de la cara. No quería sobrepasarme, así que le di el trapo para que pudiera seguir por su cuenta, pero me pareció raro que no quisiera detenerme.

Hablas como si no fueras parte de eso; como si no quisieras ser ellos. Eso me resulta difícil de creer.

—Nunca quise ser como ellos desde que tuve la edad suficiente para ver lo retorcidos que eran. Nunca. Apoyé todo mi peso en mi otra pierna mientras me volvía a inclinar en la encimera—. Sé que piensas que no soy más que un niño rico que cree que tiene privilegios, y que este es mi sueño de ser parte de la todopoderosa Orden del Fantasma de Plata. Pero no podrías estar más equivocada. Caminé hacia el borde de la bañera con una taza que cogí del lavabo—. Déjame lavarte el pelo.

Ella no se resistió ni dijo nada mientras alcanzaba la botella de champú.

—Nunca he asumido conocerte, Sully —dijo, echando la cabeza hacia atrás mientras yo vertía agua sobre ella y comenzaba a masajear su cabello con el champú . Eres un misterio para mí, tal como lo son la Orden y la Oleander.

—Me gustan los largos paseos por la playa, los labradores y un buen coñac junto a un fuego abrasador bromeé, pues la conversación se estaba volviendo demasiado seria para mi comodidad—. Y aparentemente me gusta lavarles el cabello a las rubias bonitas.

Ella se rio.

—Bueno, esta rubia te lo agradece. Por fin estoy comenzando a sentirme normal otra vez. Si la intención de la Orden era hacerme sentir horrible, lo consiguieron. De hecho, me sentí como un animal salvaje que huía.

Esos hijos de puta están enfermos de la cabeza dije mientras enjuagaba el champú y alcanzaba el acondicionador.

—¿Sully? —dijo ella en voz baja—. ¿Crees que vayamos a completar los 109 días?

Solté un profundo suspiro.

—Sí. No creo que vaya a ser fácil, pero creo que tú y yo tenemos algo a nuestro favor.

¿Qué cosa?

—Los dos somos unos tontos muy tercos.

Ella soltó una risa.

Tienes razón sobre eso.

Y ninguno de los dos queremos que ellos ganen. Si perdemos… Bueno, no quiero darles esa satisfacción.

—Ni yo —dijo ella.

Bueno, entonces hagamos un compromiso de que, pase lo que pase, completaremos la Prueba y nos negaremos a permitir que nos quiebren.

—Trato hecho. Somos nosotros contra ellos. Nosotros contra ellos repetí.

Mis siguientes movimientos fueron guiados por un hombre que genuinamente sentía algo por la mujer sentada en un mar de burbujas y que se encontraba encerrada en una mansión de odio.

Este no era yo. Yo no cuidaba; no me importaba nadie. Pero Portia merecía que yo hiciera exactamente eso. Merecía gentileza, merecía bondad, y se había ganado la devoción.

Por ahora. Al menos por esta noche.

La ayudé a salir de la bañera y la envolví con una toalla mullida. Sus grandes ojos me miraron en silencioso agradecimiento.

No más agresión. No más hostilidad. No otro filo de una hoja dentada.

No por esta noche.

La llevé a la encimera y alcancé su cepillo. Sin pedir permiso, pero sin sentir que tenía que pedirlo, pasé las

cerdas por su cabello. Ella contempló mis movimientos silenciosamente en el reflejo del espejo.

No hablamos, pero no fue necesario. En este momento, solo nos necesitábamos el uno al otro. Estábamos en medio de un juego que no era para todos. Era una pesadilla que soportábamos juntos. Compartíamos algo que nunca compartiría con nadie. Yo la necesitaba, y ella me necesitaba.

Si la trataba mal, eso significaba que me estaba tratando mal a mí mismo.

Éramos uno ahora. Al menos en la Oleander.

Mientras peinaba el último mechón enredado, ella se volvió y me besó tan delicadamente como yo le había estado cepillando el cabello. No estaba planeando acostarme con ella esta noche. Esa no era mi intención; no después de todo lo que había pasado. Pero cuando soltó la toalla y se quedó de pie frente a mí, húmeda y lista, no me dio otra opción.

Necesitaba estar dentro de ella.

Definitivamente no me dio otra opción cuando comenzó a quitarme la ropa.

Te necesito susurró entre besos.

Nos necesitábamos el uno al otro.

Cuando me quité la ropa, la levanté y la senté en la encimera del baño. Ella me envolvió las piernas alrededor de la cintura y hundió más su lengua en mi boca. Yo pasé mis dedos por su cabello y resistí el impulso de tirar de él. Me gustaba el sexo duro, pero no esta noche. Esta noche todo giraba a su alrededor. La haría sentir segura y cuidada.

Separé sus piernas y bajé entre sus muslos. Inhalé profundamente, ahogué todos mis sentidos con su esencia y la besé.

Sully… gimió ella mientras se sujetaba de mi cabello, y ahora fue su turno de tirar de él.

Los músculos de sus muslos se contrajeron, animándome a continuar. Mis besos se convirtieron en lamidas mientras rodeaba con mi lengua cada centímetro de sus suaves labios

vaginales. Ella gritó e hizo presión contra mi rostro cuando mi boca encontró su clítoris.

Como recompensa por su lujuria visible y audible, inserté dos dedos en su sexo mientras daba vueltas con mi lengua con el objetivo de hacer que se corriera en mis labios. Oh, Dios mío, Sully… Sus palabras salían como jadeos y sus piernas temblaban a mi alrededor.

—Córrete por mí —ordené mientras metía mis dedos más hondo. No quería hacer nada más que simplemente darle placer.

Su lado sumiso obedeció mi orden al instante. Sus gemidos aumentaron en intensidad mientras movía sus caderas debajo de mí con jadeos de éxtasis.

Antes de que pudiera recuperar el aliento por completo, dijo:

Te quiero dentro de mí. Ahora.

Nunca fui de los que seguían las órdenes de los demás, pero en este caso, desde luego haría una excepción. Sin perder ni un minuto más, me puse de pie y coloqué su cuerpo en el borde de la encimera para poder penetrarla con mi rígido miembro.

Por mucho que aún quisiera ser delicado, el animal dentro de mí escapó de su jaula.

Follé su estrecho coñito una y otra vez, sin ganas de parar. La necesidad carnal de fusionar mi cuerpo con el de ella dominaba cualquier otra emoción. Sus músculos tensos se contraían a mi alrededor mientras gritaba al alcanzar otro orgasmo. Su cuerpo se movió con el mío, ordeñándome para que llegara a mi propio clímax.

Nunca me había sentido como si perteneciera a los brazos de una mujer en particular hasta este momento. Sí, la follaba con lujuria y pasión, pero había algo más. Estábamos en una batalla dl mismo bando. Teníamos un enemigo en común, un objetivo en común y un premio en común al final.

Montgomery dijo que seríamos un equipo. Él sabía exactamente cómo se sentía esto, y en aquel momento yo

había elegido ignorarlo, incluso resistirme.

Pero ahora, en este momento, no quería tener otra soldado a mi lado excepto Portia Collins.

CAPÍTULO 12

Portia

Sentía que las paredes se me venían encima, y que eso causaba una verdadera locura.

Era la única forma de describir lo que estaba ocurriendo entre Sully y yo. Pasamos del odio al… bueno, algo completamente opuesto, en cuestión de días, horas; incluso minutos. Era como un yoyó de emociones y no sabía cómo procesarlo. Solo podía imaginar que él sentía algo similar. Desde luego no podía descifrarlo, ni siquiera entenderlo, sin importar cuánto me esforzara.

Hoy… estaba raro; distante, pero no cruel. Algo se sentía incómodo entre nosotros, pero no era frialdad. Estaba en el cuarto de baño preparándome para la prueba de esta noche. Ninguno de los dos tenía ni idea de lo que sería, ya que me habían dado un vestido verde salvia que llegaba hasta la mitad del muslo. No era muy revelador, y considerando que por lo general estaba desnuda, lo estaba tomando como una victoria. Aunque quién sabía en este lugar. Sabía que era mejor no dar nada por sentado.

Es de fácil acceso murmuró Sully, pasando la punta de sus dedos por debajo del dobladillo y rozándome el trasero. Me estremecí, pero por lo demás decidí ignorar el comentario en lugar de responder con ingenio. Me estaba dando cuenta de que no necesitaba defenderme siempre cuando estaba con él; prefería, por mucho, la bandera blanca que ondeaba entre nosotros últimamente.

Mientras me aplicaba el lápiz labial en el cuarto de baño, escuché un golpe en la puerta y luego la voz de la señora Hawthorne en la habitación. Consideré salir del baño para saludarla, pero decidí poner la oreja en la puerta y escucharlos sin que se enteraran, ya que podía oír que ella y Sully estaban conversando.

Tienes que ser más amable con esa chica lo sermoneó

. Se merece algo más que ser tratada como un animal.

—Con el debido respeto, señora H…

—Ese es el problema, muchacho —interrumpió bruscamente ella . No le muestras ningún respeto a nadie. Lo entiendo. Estás pasando por muchas cosas con la muerte de tu padre y todo eso, así que estoy tratando de darte espacio tanto a ti como a tu mala actitud antes de atarte en corto, pero no pienses ni por un segundo que no lo haré. El hecho de que seas un hombre adulto no significa que no te vaya a tirar de las orejas.

Mi padre no tiene nada que ver con mi «mala actitud».

Podía escucharlos claramente, pero, aun así, deseaba poder ver el enfrentamiento entre los dos.

—Tu padre tiene mucho que ver con tu comportamiento, y tratar de ignorarlo no te está haciendo ningún favor le dijo.

Escuché un profundo suspiro que provenía de Sully; un sonido al que me estaba habituando. Señora H… Realmente necesito prepararme para esta noche.

—Sí, claro que sí. Por eso estoy aquí. La prueba de esta noche los pondrá a prueba a los dos, y necesitas estar ahí para esa chica. Ella te necesita. Tú la necesitas.

—Lo entiendo.

—Sully, no creo que lo entiendas. Has levantado un muro de defensa, pero la Orden lo romperá de una forma u otra. Es solo que no quiero que destruyas a esa pobre chica en el proceso.

—No tengo ninguna intención de hacerle daño. Y para que conste, estoy tratando de ser más amable.

—Bueno, esfuérzate más —dijo la señora H—. Todo lo que veo es a un imbécil. Tú vales más que eso; siempre lo has valido. No te conviertas en tu padre. No me parezco en nada a mi padre bramó Sully.

Lamento no estar de acuerdo, hijo. Dejarás que la oscuridad de su alma entre en la tuya si no tienes cuidado. Será mejor que aprendas a callar esos vicios tuyos y a calmar el odio en tus venas.

Hubo un breve instante de silencio y me pregunté si la señora Hawthorne se había ido de la habitación, pero luego la escuché hablar de nuevo.

—Deja de luchar contra todos, Sully. No todos somos tus enemigos.

—También lucharías si estuvieras en mi posición.

—No eres el primer joven que pasa por esto, pero sí eres el primero en tener tan mala disposición al respecto.

¿Y crees que lo que está pasando está bien? le preguntó.

—A mí no me corresponde juzgar eso, pero solo te diré que esta es tu ascendencia, este tu linaje. Tu trabajo es descubrir cómo adaptarte y superar ambas cosas. No puedes huir de quién eres y no puedes esconderte. Sé que pensabas que huir para fingir ser el chico surfista en California era una buena forma de hacerlo, pero tienes responsabilidades. Tienes una hermana y una madre que te necesitan ahora más que nunca.

Mis oídos se agudizaron. Sully había mencionado fugazmente que tenía una hermana, pero me contó muy pocos detalles sobre ella. ¿Era mayor o menor que él? Siempre fue tan hermético conmigo acerca de su vida personal o cualquier cosa antes de entrar a la Oleander. Es hora de que des un paso al frente y seas un hombre. La iniciación de la Orden del Fantasma de Plata se trata de eso: de ser un hombre. Ya es hora.

La puerta de la habitación se abrió y se cerró. La señora H se había ido.

Esperé un momento y salí del baño sin estar segura del humor en el que encontraría a Sully. Me parecía el tipo de hombre que no apreciaba que nadie le sermoneara, pero me llevé una agradable sorpresa al encontrarlo parado con su

esmoquin, con una mano en el bolsillo y una sonrisa en el rostro cuando me avistó.

—Te ves increíble —dijo—. Muy bonita.

Miré mi vestido corto y tacones plateados y sonreí. Por lo menos no llevo un collar, una cola de zorro ni algún otro disfraz pervertido.

—Aún —respondió con un guiño—. La noche es joven.

Extendió su brazo para que lo cogiera y salimos de la habitación para dirigirnos al salón de baile. Aunque había hecho ese recorrido varias veces, seguía sintiéndome nerviosa. Era el desconocimiento y la sorpresa para lo que no podía prepararme.

Sully fue el primero en hablar cuando entramos a la sala.

—Mierda. —Se quedó rígido como una tabla.

Seguí su mirada hacia un hombre que estaba sentado junto a una silla de cuero con una pistola de tatuajes preparada. Los ancianos estaban de pie alrededor de la estación de tatuajes con bastones en las manos, como si estuvieran preparados para golpearnos si nos negábamos a lo que estaba por venir. Las luces del candelabro eran tenues y un fuego ardía en la chimenea del lado derecho de la sala, el cual aún no se había encendido desde que estaba aquí. Era como una escena de una retorcida película gótica en blanco y negro.

—¿Nos van a tatuar? —pregunté, preparándome mentalmente para ello.

Sully soltó un profundo suspiro y nos llevó a la silla.

Caballeros les dijo a los ancianos . ¿Es aquí donde me tatúo una mariposa rosa en el culo?

—Sully VanDoren —dijo un anciano—. Tú vas primero.

Esperaba que Sully se resistiera, pero me sorprendió cuando se sentó, se subió la manga y apoyó la muñeca frente al tatuador. Estaba claro que sabía lo que iba a pasar y ya había aceptado su destino. Sabía lo que se avecinaba e incluso dónde se debía hacer el tatuaje. Después de todo, el hombre había crecido en este mundo retorcido.

No obstante, yo todavía no tenía idea de lo que iba a pasar. Me acerqué a Sully para poder ver a artista comenzando a hacer el tatuaje. El zumbido de la pistola hacía eco en las paredes del salón. Los ancianos se quedaron inmóviles, con los ojos puestos en Sully, mientras el tatuaje de dos sables cruzados mancillaba su muñeca.

Sully ni siquiera se inmutó. Se quedó sentado con tanto estoicismo que me pregunté en silencio si de verdad me dolería cuando fuese mi turno. Estaba bastante segura de que no había forma de que no me doliera ser apuñalada repetidas veces en la muñeca con una aguja en un millón de puntos, pero al menos Sully no parecía estar agonizando.

Él no dejó de mirarme. No estaba segura de si era para no tener que ver a los ancianos que sabía que le ponían enfermo, o si es que, de alguna forma, eso lo mantenía calmado. Pero me gustaba. Si yo era su punto de enfoque, entonces me pararía junto a él obedientemente y parecería fuerte por su bien, a pesar de que estaba temblando por dentro.

Aquí estaba yo, a punto de hacerme mi primer tatuaje frente a un grupo de vejetes vestidos con mantos, y no había nada que pudiera hacer al respecto. Creo que hubiera preferido una mariposa rosa en el trasero a lo que le estaban poniendo a Sully, pero estaba muy convencida de que podría cubrirme el tatuaje con brazaletes hasta que pudiera quitármelo o alterarlo para que fuera algo menos horripilante.

Cuando terminó el tatuaje de los sables cruzados en la cara interior de su muñeca y la pistola se apagó, el sonido de los bastones golpeando el suelo me sacudió por dentro.

Seguía yo. Respiré hondo, miré a Sully a los ojos y asentí. Podría hacer esto.

—Portia Collins —habló el anciano—. Ahora es tu turno de recibir la marca de la Orden.

Sully esperó con impaciencia a que el artista envolviera su tatuaje, y luego se puso de pie y me cogió de la mano. Se inclinó y me susurró al oído:

No tienes que hacer esto si no quieres. Si dices que no y no quieres continuar, lo entenderé.

Me aparté para poder mirarlo directamente a los ojos. Necesitaba que viera lo seria y decidida que estaba. Un tatuaje no me va a detener.

Me senté en la silla en la que Sully acababa de estar y busqué consuelo en el calor suyo que quedó en el asiento. Estaba lista para terminar con esto, pero el tatuador se puso en pie y recogió su equipo para irse.

Miré a los ancianos, confundida. ¿No me haría también un tatuaje? Habían dicho que era mi turno de recibir mi marca; que seguía yo. Pero entonces, uno de los ancianos se acercó a la chimenea y sacó el largo mango de un atizador de metal en cuya presencia entre las brasas del fuego ni siquiera había reparado. En la punta del objeto metálico había una marca de dos sables cruzados.

¡Por supuesto que no! gritó Sully, viendo claramente lo que yo vi, pero asimilándolo más rápido que yo—. No la van a quemar. De ninguna maldita forma.

Me atraganté tan pronto como lo comprendí. Lo que querían era… Iban a… a… Pero ni siquiera pude terminar aquel pensamiento antes de que Sully atacara al anciano y le abatiera el atizador de la mano con rabia.

—Sully VanDoren —exclamó un anciano a mis espaldas — . O contienes tu ira o fallas esta prueba y la iniciación terminará, lo que causará que tanto tú como la señorita Collins tengan que irse de la Oleander como unos perdedores.

Escuchar la amenaza fue suficiente para que saliera disparada de la silla y corriera hacia Sully antes de que arruinara todo para ambos. ¡No, no podía hacerlo! ¡No podía dejar que hiciera eso!

—Sully. —Alcancé sus dos manos—. Sully. —Casi grité cuando pareció que ni siquiera se inmutó de que estaba frente a él. Sus ojos estaban fijos en los Ancianos como si estuviera planeando cada una de sus muertes… con lujo de

detalle. Maldición. Tenía que hacer que me entendiera . No los vamos a dejar ganar, ¿recuerdas?

Sus ojos furiosos volvieron a centrarse en mí.

—No te vas a quedar sentada ahí a que te marquen como si fueras ganado. No lo permitiré. Miró a los ancianos y luego a mí. Sus ojos vidriosos se fijaron en mi rostro . Dime cuánto dinero quieres. Te haré un cheque ahora mismo para que podamos salir de este lugar y nunca mirar atrás.

Oh, Sully. Negué con la cabeza.

—¿Y tú? ¿Qué pasa con lo que buscabas?

—Que se vaya todo a la mierda. Hay ciertas cosas que no valen la pena. Y esto es demasiado. ¡Es de enfermos, joder!

Apreté sus manos con la esperanza de poder darle un poco de cordura a su desbocada ira como sea.

—No pueden quebrarme.

Eso lo sabía. No cuando había tanto en juego. Nunca dejaría que lo hicieran.

—Y no pueden quebrarte a ti. —Por lo menos rezaba que no pudieran.

Pero no. Al ver su furia, su ira férrea y voluntad, sabía que nunca lo quebrarían. ¿Quién podría enfrentarse a Sullivan VanDoren y ganar?

Apartó sus manos de las mías. Te he dicho que te pagaría lo que quisieras. ¡Tengo el maldito dinero!

—No se trata de dinero —repliqué, y esperé que los ancianos no consideraran esta prueba como fallida porque estábamos tardando demasiado en actuar.

—Sully —bajé la voz, esperando que él escuchara mi urgencia—. Necesitamos hacer esto.

¿Estás bromeando? gritó él. No estaba seguro de si me estaba diciendo las palabras a mí, a los Ancianos o a todos en conjunto. Probablemente a todos, o tal vez se lo estaba gritando a Dios . ¡Es una marca, Portia! ¡Están tratando de ponerte una maldita marca!

Necesitaba actuar con rapidez. No había manera de que pudiera convencer a Sully de que deberíamos hacer esto, y cuanto más tiempo nos quedáramos allí, más riesgo corríamos de que los ancianos movieran sus estúpidos bastones y anunciaran que la prueba había terminado.

Entonces, hice lo necesario. Como siempre lo había hecho. Yo no era mi padre. Yo sí me quedaba; hacía las cosas, aunque fuesen difíciles. Tomaba decisiones complicadas porque sabía lo que era el amor.

Caminé hacia el atizador rojizo que se enfriaba en el suelo y lo recogí. Se lo entregué al anciano que lo había sujetado por primera vez.

Adelante, hazlo le dije, extendiendo mi muñeca . Termina con esto. —Me tembló la voz solo un poco.

Sully se acercó a mí y me cogió del brazo, atrayéndome hacia él con más agresividad de la que había visto antes.

¡Dije que no!

Casi le enseñé los dientes.

—Bueno, qué bien que no te estaba pidiendo permiso. Entonces, ¿no tienes límites para el dinero que quieres recibir? ¿Es eso lo que me estás diciendo? —Sully apretó la mandíbula, cerró los puños y su cuerpo se tensó tanto que parecía que su columna vertebral podría romperse.

¡Te estoy diciendo que me niego a quebrarme! le grité.

Su rabia finalmente me había contagiado, y si no centraba mi atención en el marcado, perdería la cabeza por completo. El anciano había vuelto a meter el atizador al fuego; lo sacó y se lo entregó a Sully, quien solo lo miró fijamente. La punta volvía a resplandecer con un color entre dorado, amarillento y naranja. El humo me quemó los ojos y el aire parecía brillar cerca del calor de la punta.

—Sully… —comenzó el anciano—. Es tu responsabilidad marcar a la bella para completar la prueba.

Sully me miró a mí, al atizador ardiente y luego a mí de nuevo.

¿Es esto lo que quieres? ¿Lo quieres de verdad?

Hazlo espeté mientras extendía la muñeca.

—En la cadera —dijo el anciano, señalando el hueso de mi cadera.

Me tomé un momento para procesar la nueva ubicación en mi cuerpo que quedaría marcada permanentemente, pero en realidad la prefería antes que mi muñeca. Entonces, tras eso, me levanté el corto vestido y miré a Sully, deseando que no se acobardara.

—No ganarán, Sully. No dejes que ganen —dije en voz baja.

Joder, qué enfermizo es esto. Miró a todos los ancianos en el salón . Ustedes son unos enfermos de mierda. ¿Como pueden dormir por la noche?

Luego le quitó el atizador al anciano y lo acercó a mi cadera.

Consideró hacerlo, pude darme cuenta de ello. Y entonces vi la repulsión que estremecía todo su ser y la violación de su alma que constituiría presionar el objeto contra mi piel; dañarme así.

Sully solo podía llegar hasta cierto punto. Más que un hombre, era un toro, y acababa de llegar a su punto de quiebre. Quemaría esta mansión antes de ponerme ese atizador en la piel. Entonces, extendí la mano, puse las manos en el atizador lo suficientemente alto, donde rezaba que no me quemara, y tiré del metal de marcar para estamparlo contra mi propia cadera.

Metal ardiente, carne quemada.

Barbacoa. Olía a barbacoa. Era yo la que olía a carne asada.

Aullé agonizante y tiré el atizador al mismo tiempo que Sully retrocedió completamente horrorizado.

Dolor, ceguera, mi cadera en llamas, fuego quemando mi costado derecho… Estaba en llamas. MALDICIÓN,

DUELE, ESTOY ARDIENDO…

Los músculos de mis piernas cedieron y unos brazos me agarraron desde atrás antes de que cayera al suelo. Eran los

brazos de ellos. Eran ellos quienes me sostenían; no Sully.

Sully seguía de pie frente a mí con horror escrito en su rostro. ¿Por qué no me sostenía? Sully. Sully. ¡Quítame sus manos de encima!

Pero no podía rendirme ni negarme. Maldita sea, había llegado tan lejos. Superaría esta prueba. Nada ni nadie me ganaría. Nadie.

Lo último que recuerdo fue el silencio, la oscuridad y un fuego que ardía en lo más profundo de mi cadera; tan profundo que me pregunté si el dolor terminaría alguna vez.

Fuego, fuego… Me estaba quemando con el fuego…

No estaba segura de por cuánto tiempo me estuve hundiendo en las sombras de esta miseria, pero cuando por fin abrí los ojos, Sully se cernía sobre mí. Me encontraba en nuestra cama, y él se sentó en el borde con un sentimiento de preocupación pintado en cada centímetro de su rostro.

—Está despierta —exclamó por encima del hombro con una mezcla de alivio y miedo.

La señora Hawthorne se acercó a él y le puso la mano en el hombro.

—Oh, bien. Parece que también está recuperando algo de color en esa bonita cara que tiene.

—¿Estás bien? —me preguntó Sully, pasándome la mano por la frente y el cabello.

¿Qué pasó? pregunté. No estaba segura de cómo había terminado en la cama de nuestra habitación.

—Te has desmayado, muchacha. Era de esperarse considerando lo que pasó —respondió la señora Hawthorne.

¿Cómo te sientes ahora? preguntó Sully, cogiéndome de la muñeca y comprobando mi pulso. Miró a la señora Hawthorne—. Sigo pensando que deberíamos llamar a un doctor.

Negué con la cabeza y traté de incorporarme, pero Sully me empujó contra la almohada.

—Ningún doctor. Estoy bien. —Eché un vistazo a mi cuerpo y vi un vendaje en mi cadera. La sensación de ardor seguía presente, pero no era tan intensa . Me encuentro bien. Me quedé sin aliento mientras lo decía, pero en realidad era impactante que el dolor fuese mucho menor que antes.

Te he puesto ungüento para quemaduras en esa herida —dijo la señora Hawthorne—. Te curará en un abrir y cerrar de ojos. Sana a las mil maravillas.

Nunca debí haber permitido que te hicieran esto dijo Sully, ceñudo.

—No permitiste nada —dije, obligándome a sentarme—. Yo tomo mis propias decisiones y esta fue una de ellas. Así es, muchacha. Sigue con ese espíritu de lucha y saldrás de aquí con todos tus sueños cumplidos. No dejes que esos hombres ganen la partida. —Me sonrió, le dio una palmada en la espalda a Sully y dijo—: Si alguno de los dos me necesita, estaré en la cocina.

No la vi irse porque mi atención estaba fija en Sully, que seguía sentado a mi lado. Tenía el ceño fruncido, unos círculos oscuros ensombrecían sus ojos y aparentaba tener muchos más años de los que había tenido ayer. Me incliné y le di un beso en la mejilla. Habíamos sobrevivido. Gracias a Dios habíamos pasado y ya estábamos del otro lado.

No te preocupes, estoy bien repetí . Vamos a estar bien. Pero debemos mantenernos fuertes. No hay nada que no podamos superar. Nada.

—Nunca más —gruñó—. ¿Me escuchas? Nunca jamás volveré a escucharte gritar de dolor así. Mataré a alguien antes de dejar que eso suceda. Nunca jamás.

Presionó sus labios contra los míos y me dio el beso más casto de todos.

Le devolví el beso para no tener que aceptar sus condiciones. No tenía idea de lo que estaba por venir, y si

tenía que gritar, sollozar, suplicar de rodillas y soportar dolor tras dolor antes de que terminara esta iniciación, lo haría. Lo haría todo.

Porque nada podría ser peor que lo que me esperaría del otro lado si me rendía.

CAPÍTULO 13

Sully

La señora Hawthorne me había aconsejado que fuera amable. Sabía que tenía que ser amable.

Pero al diablo con eso. Estaba cabreado. Furioso. Iracundo. Y por mucho que quisiera tener a Portia entre brazos, besarla con delicadeza y susurrarle promesas que no tenía poder para cumplir, lo que mi oscura alma quería hacer era gritar. Traté de contenerlo. Después de todo, la pobre chica había recibido una quemada. Su delicada piel estaba chamuscada y carbonizada. Necesitaba consuelo; necesitaba delicadeza.

Pero a la mierda con eso. Mi furia era demasiado grande, como un monstruo en mi interior.

—¿Qué estás pensando? —preguntó, provocando a la bestia. No quería saber qué pensaba realmente.

¿Por qué no aceptaste mi oferta? pregunté, tratando de controlar la ira que revestía cada sílaba de mis palabras.

—¿Tu oferta?

—Te ofrecí el dinero que querías para que no tuvieras que ser marcada.

Ella apartó los ojos de los míos y luego respiró hondo.

—Y te dije que esto no es solo por el dinero. Si hubieras sido un poco más paciente, habría podido…

Pero la furia hirviente dentro de mí finalmente se desbordó.

—¿Paciente? ¡Te has marcado! ¡Te lo has hecho tú misma! ¿Eres tan zorra que ni siquiera puedes ver la locura de lo que has hecho?

Se quedó boquiabierta en estado de shock, y luego el mismo fuego que se veía en el extremo de ese maldito atizador ardió en sus ojos. Por fin, maldita sea. Por fin.

—Así que vuelves a llamarme zorra, ¿eh? —espetó con los ojos encendidos—. Llámame como quieras, pero si no

hubiera sido por mí, ambos hubiéramos fallado la iniciación de hoy. ¡Tú, como un debilucho, no has podido soportarlo!

¿Debilucho? Yo era el único que se enfrentaba a esos enfermos retorcidos.

¿A quién le importa eso? grité, saltando de la cama y paseando por la habitación como un tigre enjaulado . ¿A quién le importa, joder? Hay algunas cosas en la vida que…

—¡No! —exclamó ella desde la cama—. Renunciar no es una opción, ¿me escuchas? No podemos darnos por vencidos. Me pasé los dedos por el cabello y me concentré en respirar. Necesitaba un puto trago. Necesitaba un polvo de cabreo. Necesitaba huir de este lugar y no volver jamás. Necesitaba escapar de mi realidad, de mi pasado y de mi maldito futuro.

Pero solo una de esas opciones era posible: iba a follar a la zorra codiciosa que estaba encerrada en esta habitación conmigo.

No le pregunté, no esperé. No lo dudé en lo más mínimo. Arremetí contra la cama y empecé a arrancarle la ropa con una furia salvaje. Ella pudo haber gritado. Pudo haber dicho que no. Pudo haber intentado luchar. No es como si haberlo hecho hubiera servido. En cambio, se encontró con mi ira, mi agresión, mi furia de frente.

—Voy a follarte hasta que grites —gruñí, desnudándola con cada palabra.

Bien dijo.

Voy a hacer que te duela.

—Bien —me replicó furiosamente con un gruñido.

—Voy a tratarte como la puta que eres. Siempre y cuando eso signifique que no actuarás como el cobarde que eres —respondió.

Maldita zorra. Me invadió una furia asesina, así que la puse boca abajo y me lamí la palma de la mano, ya que eso sería el único lubricante que tendría.

Será mejor que te metas los dedos, juegues con tu clítoris, o hagas lo que necesites para humedecer ese coño. Voy a follarte por el ano hasta que grites pidiendo piedad.

—Haz que me duela —murmuró contra las almohadas de la cama.

Pasé mi palma a lo largo de su sexo y me mojé con los fluidos que ya había producido para lubricarle el ano. Tal parecía que a mi zorra le gustaba duro. Y justo cuando sujeté mi pene y lo alineé contra su arrugada entrada, me quedé paralizado.

Yo no era este hombre. No era mi padre. Él sí habría follado a una mujer por el ano sin preocuparse de nada. Él sí habría llamado zorra a una mujer. Él sí se habría comportado como un imbécil agresivo sin control.

Yo no era mi padre. ¡Yo no era mi puto padre!

Saltando de la cama, luché por liberarme de toda la ropa que ya nos habíamos quitado parcialmente, y me odié por lo que acababa de hacer.

—Aguarda —exclamó Portia. Sonaba confundida, entre enojada y vulnerable . No te vayas.

—Tengo que hacerlo —le dije, subiéndome los pantalones — . No me fío de mí mismo para estar contigo en este momento. No puedo controlar la ira que tengo. Me siento fuera de control, maldita sea.

Si no me iba, iba a golpear la pared con el maldito puño. Ella me buscó la mano.

Desahoga esa ira conmigo. Quiero que lo hagas. Quiero que me folles por detrás. Quiero que te saques todo el enojo de encima. Quiero esto. —Tiró de mí hacia la cama. Me atreví a levantar la vista para encontrarme con sus ojos, y lo sentí hasta en la columna vertebral cuando me dijo : Necesito esto tanto como tú.

No tenía fuerzas para negarme. Y ella tenía razón: ambos lo necesitábamos. Necesitábamos alguna forma de liberar la tensión que amenazaba con ahogarnos a los dos. Y joder, sabía que quería entrar en ella. Quería estar dentro de ese

apretado ano más que cualquier cosa que hubiera querido antes en este mundo. Me quité los pantalones, me acerqué a la mesita de noche y saqué un frasco de lubricante. Acababan de marcar a esta mujer y no se merecía un polvo seco por detrás, sin importar lo enfadado que estuviera con ella.

No quería pensar. No quería cortejar. No quería consolar. Solo quería enterrarme hasta el fondo en su entrada trasera, y a juzgar por la forma en que Portia yacía tumbada sobre su panza, con su apretado culo en plena exhibición… esperando… Ella lo quería también.

Recubrí mi miembro de lubricante mientras decía:

No voy a ser delicado ni a hacerlo lento.

Bien dijo mientras me miraba por encima del hombro con una sonrisa pecaminosa—. Prefiero ese dolor al dolor de mi cadera.

Me posicioné detrás de ella y guie mi pene hasta su ano; maldición, qué ano tan hermoso, pequeño y perfecto. Quería introducir mis pulgares y sentirlo por dentro. Quería abrirla e irrumpir en sus lugares secretos, pero estaba demasiado impaciente, y mi miembro, tan rígido como el acero, necesitaba entrar más profundo.

Necesitaba follar. Necesitaba follarla ahora.

Empecé a penetrar su cálida carne. Aunque dije que no sería lento, sí lo tomé con más calma cuando ella jadeó y se aferró con fuerza a las sábanas. La corona de mi miembro no era pequeña, pero su ano apretado sí lo era. Era diminuto. Tuvo que gemir, relajarse y permitir que yo trabajara para introducirlo en su cuerpo.

Tuvimos que trabajar juntos, y en un momento no tuve más remedio que dar una estocada con mis caderas y atravesarla.

Ella lloriqueó como un gatito maullando cuando lo hice, y un gruñido que retumbó en lo más profundo de mí se escapó de mi garganta. Maldición, nada se sentía tan bien como estar en su dulce ano. Solo su sexo podía compararse, pero cada uno era perfecto de una forma distinta. Ahora que tenía

su culo, nunca lo dejaría ir. Exigiría volver aquí todo el tiempo, o tan a menudo como ella me lo permitiese. Tal vez solo sea en ocasiones especiales y jodeeeeeeer…

La penetré más profundo y salí de nuevo.

Su cuerpo sufrió un espasmo y apretó las sábanas con tanta fuerza que sus nudillos palidecieron. Más ruidos de éxtasis salieron de su garganta.

—Sigue —gritó—. Córrete en mi ano.

Dios, esta mujer…

Fui entrando en ella poco a poco, y sentí cómo sus paredes internas se contraían a mi alrededor. No iba a durar mucho, pero con lo cerrada que estaba y lo mucho que la estaba dilatando, estaba bastante seguro de que tampoco quería una maratón de sexo anal. Me alegré cuando la vi alargar la mano y comenzar a acariciar su clítoris mientras yo salía de ella para volver a penetrarla.

Sus grititos eran cada vez más agudos, y se retorcía debajo de mí. Nuestros cuerpos se resbalaban entre sí, y apoyé mi frente en su columna arqueada.

Me aferré a su omóplato con la boca, y luego con los dientes, mientras volvía a entrar en ella, deslicé el miembro dentro de las sedosas paredes internas de su ano, y la sentí contrayéndose en mí, apretándome y soltándome, mientras le acariciaba el sexo y el clítoris.

Intenté mantener un ritmo constante, pero no pude lograrlo. Nunca existía nada constante con ella, sin importar cuánto tratara de controlarme. En cambio, pasó otra cosa: ella calmó a la bestia dentro de mí que siempre había estado inquieta.

Con cada embestida gradual, mi ira se disipaba. Con cada estocada, mi furia se apagaba. Con cada gemido y maullido sexy que escapaba de los labios de Portia mientras se acercaba al clímax mientras yo me adueñaba de su ano, yo veía a esta mujer por lo que era.

No era una zorra. No era una puta.

Era una superviviente. Un tesoro.

Ella era fuerte y poderosa; una mujer que me ponía de rodillas.

Y si no fuera por ella… no seguiríamos en la lucha.

Toqué fondo en su interior, la embestí con tanta fuerza que la hizo gritar de dolor y placer, y vacié mi semen en lo más hondo de su lugar secreto.

CAPÍTULO 14

Portia

No podría aguantar que me marcasen de nuevo. Aunque a estas alturas, ¿quién sabía? ¿Quién diablos sabía lo que podía y no podía aguantar?

Cuando entré por primera vez por esas puertas, habría dicho que podía soportar cualquier cosa, sin importar el qué. Por mi familia, soportaría cualquier cosa. Cualquier dolor, cualquier tortura emocional, cualquier cosa. Por la familia se podría soportar todo, porque de eso se trataba el amor. El amor verdadero.

¿Y ahora?

Ahora… bueno, estaba considerando el precio. Mi piel estaba quemada, y recordaba el sonido del fuego chisporroteando y la sensación de los brazos sosteniéndome mientras gritaba. Era una marca que llevaría conmigo por siempre.

¿Había valido la pena? Absolutamente.

¿Lo volvería a hacer?

Posiblemente.

Pero también me alegré de que no hubiera máquinas del tiempo. Me alegré de que no fuera una opción que tuviera que elegir otra vez.

Excepto por el hecho de que acabábamos de recibir otra invitación: nos habían invitado cordialmente a otra noche de pecado y perversión en el piso de abajo, y la pregunta que resonaba en mi cabeza era: ¿cuánta sangre requeriría esta vez?

La cacería del zorro podría haber salido mucho peor. Había salido de allí con solo unos cuantos rasguños, pero la marca me dejaría una cicatriz de por vida.

¿Qué me tenía reservada la velada de esta noche?

Sully se había ensimismado desde que recibimos la invitación, a pesar del increíble sexo primitivo que habíamos tenido anoche. Pero justo antes de que nos dirigiéramos a la planta baja, él se acercó y me cogió de la mano. Me sorprendió y debí haberlo parecido. No dejaré que te vuelvan a lastimar dijo. La determinación en su ceño decía que iba muy en serio.

Me derretí por dentro. Y quería decirle que no, que no hiciera ese tipo de promesa, que era una que él no podía cumplir y que no le dejarían cumplir, pero luego hizo que saliera por la puerta y bajó las escaleras.

El código de vestimenta en la invitación decía «Traje de noche elegante con una máscara de carnaval», por lo que Sully llevaba puesto un traje negro, con los pocos botones de su almidonada camisa blanca abiertos. Se veía sensual, pero luego sospeché que aquel hombre me parecería atractivo aunque estuviera vestido con harapos.

Yo llevaba un vestido rojo ajustado que se ceñía a mis curvas y mostraba el suficiente escote como para que Sully no hubiese podido apartar la vista después de que me lo pusiera, pero no tanto como para avergonzarme si lo usara en la iglesia. No es que alguna vez lo hubiera hecho, porque el rojo en una mujer era el color del diablo. Eso me había dicho en repetidas ocasiones mi abstinente maestra de la escuela dominical cuando era una cría.

Mientras bajábamos las escaleras, me di cuenta de que la frase «traje de noche elegante» se interpretaba con mucha ligereza por parte de todos los asistentes. Por supuesto, la mayoría de los hombres vestían traje y esmoquin, pero las damas presentes, bueno… esa era una historia completamente diferente.

Claro, todos eran elegantes, sin excepción. Y todos tenían puesta una máscara. Algunas resplandecían con joyas, y otras eran simples máscaras de seda negra. La mayoría eran elaboradas: tenían plumas, cintas cosidas, y uno tenía una enorme nariz alargada como si fuera una máscara de la

peste. Un par de hombres llevaban máscaras que eran grotescas en otros aspectos, casi satánicas.

Las mujeres llevaban máscaras que eran en su mayoría estrictamente hermosas: blancas, rojas, y de colores y apariencia como las de un pavorreal. Posiblemente sí eran de pavorreal, conociendo a esta audiencia.

Pero en cuanto al resto del atuendo de las mujeres… Bueno, unos diamantes elegantes pendían de una morena que actuaba como centro de mesa en el redondo enser. Un collar resplandeciente con diamantes le llegaba hasta sus pechos desnudos, casi hasta el ombligo. Sus piernas estaban abiertas de par en par y la única otra cosa que tenía puesta era un collar de perlas alrededor de la cintura, y que estaba conectado con otro colgante que desaparecía entre los labios de su sexo.

Los hombres enmascarados se turnaban para jugar con las perlas, lamiendo su clítoris y su sexo. A veces, otro jugador vertía champán en su cuerpo y varios hombres lo lamían, como si fueran perros luchando por el bocado más apetitoso.

Todos en la sala parecían estar en otro mundo. No se veían como la gente suele verse cuando está borracha, pero tampoco estaban exactamente sobrios. Sus cuerpos estaban tan desenvueltos, sus ojos tan brillantes.

—¿Quiere absenta, señor? —Una hermosa camarera con una máscara de carnaval decorada de dorado se detuvo frente a Sully. Levantó una bandeja de tazas pequeñas llenas un poco por debajo de la mitad con un líquido verde brillante, junto con algunas otras cosas.

Sully empezó a negarse y a decir las gracias, pero la mujer se inclinó y le susurró al oído. Quise darle un puñetazo a la chica por su atrevimiento, ya que estaba claro que él estaba aquí conmigo, pero luego escuché lo que le estaba diciendo:

Se espera que beba. Montgomery pidió que le dijera que ellos esperan que beba.

Joder maldijo Sully, y luego asintió con firmeza . Vale. Cogió uno de los vasos pequeños, pero la sirvienta lo apartó.

—No están usando sus máscaras.

Joder exclamó Sully, luego sacó dos arrugadas máscaras de carnaval de su bolsillo trasero y me entregó una.

La suya era negro con detalles dorados, y la mía era igual, pero blanca. Ambas eran mucho menos elaboradas que la de los demás, pero siendo sincera me alegraba aquello. No me gustaría nada tener que concentrarme durante toda la noche en equilibrar la enorme máscara con las plumas de un lado.

Me puse la sencilla y elegante máscara blanca mientras la mujer de la absenta nos conducía hasta una mesita auxiliar. Allí dispuso hábilmente dos pequeños vasos de absenta, y luego, apoyando una adorable cucharita sobre la parte superior del vaso, puso un terrón de azúcar en el centro. Entonces vertió algo sobre el azúcar para que se disolviera parcialmente y mezcló el azúcar con la absenta.

—¿Qué es eso?

Ella sonrió ampliamente y no respondió cuando nos entregó a Sully y a mí los dos vasos que había preparado. Todo lo que dijo fue:

Que tengan una velada gloriosa deleitándose con los placeres expansivos del cuerpo y la mente.

Sully puso los ojos en blanco.

—Sí, como sea.

Luego me miró, chocó su vaso con el mío y sonrió.

¡Hasta el fondo!

Volví a mirar a todos los que estaban en la sala y luego a Sully.

¿Es esta bebida la razón por la que todo el mundo actúa tan… no sé… raro?

Cuando miré el vaso con un poco de escepticismo, él se rio.

Vamos, tómatelo de un tirón. Acaba con el ardor de una vez como si te estuvieras arrancando una tirita. Si no

podemos luchar contra ellos, da igual si nos unimos y disfrutamos del viaje.

Vale, bueno, no era como si tuviera otra opción. Asentí con la cabeza y luego, juntos, nos bebimos la absenta de un solo trago. El líquido verde me quemó la garganta. Inmediatamente comencé a toser y jadear sin aliento.

Sully se echó a reír a carcajadas ante mi reacción, lo cual me hizo querer darle un puñetazo, así que lo hice. ¡Fue solo en el hombro, pero igual!

—¿Qué tenía esa bebida? —logré decir a duras penas, mi garganta todavía estaba en llamas.

Él se encogió de hombros.

Conociendo a estos hombres… cualquier cosa. Diría que es veneno, pero todos parecen haberlo bebido.

—Agua —dije, respirando con dificultad por mi garganta ardiente.

Por fin dejó de reír y me cogió del brazo. Naturalmente, la mujer que servía las bebidas no estaba por ningún lado. Sully me condujo por el laberinto de juerguistas, en su mayoría desnudos, y al fin encontró una gran jarra de agua de pepino. Me sirvió un vaso y lo bebí; luego, puse el vaso frío contra mis mejillas, las cuales se sentían repentinamente acaloradas.

Estuvimos en silencio durante varios minutos, horas… No tenía ni idea. Mi mente daba vueltas y mi cuerpo pronto empezó a zumbar de una forma extraña que nunca antes había experimentado.

Dios mío susurré, cubriéndome con la muñeca mientras tosía—. ¿Quién bebería eso a propósito?

Aquello hizo que Sully comenzara a reír de nuevo.

Solía pensar que tu ternura tenía que ser fingida, pero estoy empezando a pensar que es genuina. Es que no puedes evitarla.

Lo miré.

No soy tierna, joder.

Su sonrisa lánguida se ensanchó más.

Lo eres, y mucho.

No lo soy.

¿Por qué tenía la sensación de que resoplar y dar un pisotón en este momento no serviría de nada para probar mi punto? Oh, oh, sí que tenía ganas de borrarle esa sonrisa de la cara.

O quitársela a fuerza de sexo. Follarlo para que dejara de sonreír también era una excelente opción. Me mordí el labio y sentí que mis mejillas se encendían. Era hora de apartar la mirada del apetecible hombre. Sí. No sigas con esos pensamientos. No, señor.

Bueno, ¿qué diablos fue eso?

Miré a Sully con sorpresa.

—¿Qué?

—¿Qué cosa te ha hecho sonrojar como una virgen?

Me quedé boquiabierta y aparté la mirada de él. Sin duda, mi rostro se sonrosó aún más.

—¡No es asunto tuyo! —susurré.

Pero entonces, de repente, la cálida mano de Sully se posó en mi nuca, dándome un masaje justo por debajo de la oreja. Y luego se inclinó y me susurró en el otro oído; su aliento me producía un hormigueo y se sentía caliente.

¿Qué había en esa bebida? le pregunté. Incluso mi visión pareció afectarse de repente. Todo se veía tan brillante y mi cuerpo se llenó de vida—. No debería sentirme así con solo un trago. —Mi parte racional estaba luchando contra esta abrumadora necesidad de… marearse.

¿Importa eso? me preguntó con una sonrisa mientras parpadeaba varias veces; quedaba claro que se sentía justo como yo—. Lo bebimos. Más nos vale aprovecharlo al máximo.

—Deberíamos volver a la fiesta.

—¿Te refieres a la fiesta en la que todos se follan entre sí?

¿En la que todos se tocan y se corren, pero ninguno de esos imbéciles de mierda tiene ni una pizca de la química que hay

entre tú y yo? Sacó la lengua y me lamió el lóbulo de la oreja . ¿Te refieres a esa fiesta?

Mi respiración se aceleró, mi cuerpo entero sufrió un espasmo, y creo que alcancé el clímax en ese mismo momento. Me di la vuelta en los brazos de Sully y me aferré a las solapas de su traje. Súbitamente me sentía borracha de él. Dios, sus labios… Eran tan rellenos y ásperos, y conocía muuuuuuy bien la forma en que le gustaba usarlos con mi cuerpo.

Me mordí el labio inferior con fuerza, pues no eran solo sus labios lo que le gustaba usar. Oh no, a Sully le encantaba incluir los dientes. Le gustaba usarlos por todo mi cuerpo para morderme y pellizcarme. Era un chico muy travieso. ¿No sabía que a las niñas buenas no les gustaba que las mordieran?

¿Entonces no era tan buena chica después de todo, tal vez? Porque sí que me gustaba que me mordieran. Quizás yo era el tipo de chica a la que le gustaba vestir de rojo en la iglesia los domingos. Quizás yo era el tipo de chica que quería que los hombres la miraran. No, solo quería que ESTE hombre me mirara.

Quería que me mirara de la forma en que me miraba ahora, como si estuviera a unos tres segundos de rasgarme cada prenda que llevara puesta y follarme con tanta intensidad y fuerza como nadie había hecho con mi cuerpo, pues nunca se sentiría bien cuando nadie más era ÉL.

Levanté la mirada de sus labios y la posé en sus ojos… Y me atacó una ola de lujuria, deseo y desesperada NECESIDAD.

Me agarró por la cintura y yo le envolví las caderas con las piernas, tras lo cual me sacó de la sala como si fuera un endemoniado cavernícola. Atravesamos la puerta violentamente para entrar al estudio. Otra pareja se estaba besando contra la pared, pero Sully bramó «FUERA» con la voz más autoritaria y sensual que jamás había escuchado, y ellos se fueron a toda prisa.

No obstante, no me arrojó al suelo. Tuvo cuidado cuando me tumbó sobre una alfombra de felpa frente a una chimenea. Pero yo no quería delicadeza. Quería que el animal que había en él copulara con el animal que había en mí.

Me rasgué el vestido rojo elegante que probablemente costaba tanto que en otra ocasión me sentiría horrorizada por el desperdicio. Pero no hoy, no ahora. Lo agarré por la V del escote y tiré hacia abajo. Cuando se rompió un poco, Sully ayudó a rasgarlo hasta abajo, rompiéndolo así por la mitad.

Ambos nos sentíamos tan impacientes con mi ropa interior y tan ansiosos por mi sujetador que simplemente lo echamos hacia abajo para que él pudiera bajar la cabeza y aferrarse a mi pezón mientras me empalaba con su miembro.

En el segundo en que me embistió, ambos jadeamos de alivio. Pero eso no nos bastaría. No era suficiente. Más gemí . Más duro. Me quité la máscara y luego le quité la suya también. No quería que hubiera nada entre nosotros. Nada que cubriera ni un milímetro de esos asombrosos ojos que tenía. Lo necesitaba todo.

Él ya se encontraba asintiendo, apoyando una mano en el piso y rodeándome el culo con la otra para poder llegar más hondo.

Sí, bebé, ya me estoy acercando murmuró . Sé lo que necesitas. Haré que nos acerquemos los dos, cariño. Te cuidaré. Sabes que siempre te cuidaré.

Asentí y enterré la cabeza en su pecho, pero eso no me bastaba. Me levanté para poder encontrar su boca con la mía.

Por un momento, Sully se rindió, enredándose con mi lengua mientras me penetraba con profundidad y reclamándome con esas embestidas salvajes, justo como necesitaba. Siempre supo exactamente lo que necesitaba. Joder, sí, ahí, así…

—Sí, cariño, oh sí, así mismo, oh, ahí… —Mi voz se volvió hipersónica cuando me corrí de nuevo. Envolví las piernas con fuerza a su alrededor, clavé el talón de mi pie en su culo y lo acerqué mucho más hacia mí.

É

Él intensificó su ritmo, follándome así contra la suave alfombra y el duro piso que había debajo de una forma tan endemoniadamente buena…

Apreté los puños y me corrí de nuevo. Aquel fue su punto de quiebre. Empezó a vaciarse en mi interior y dijo: Joder, eres lo mejor que he tenido, precioso coñito de oro. No quiero nunca a nadie más, nunca. Eres la mejor, eres perfecta. Eres perfecta, joder, me encantas, oh, maldición, oh, maldición. Solo tú, siempre tú, solo tú… Aquí viene, joder, oh joder, oh joder, ¡jodeeeeeeeeeeeer! —La última palabra fue un grito y me apretó contra él. Yo apreté los puños mientras llegábamos a ese dulce y cálido clímax y estallábamos en un millón de pedacitos.

Sully se desplomó sobre mí, respirando con dificultad. Yo estaba ocupada flotando. Estaba fuera de mi cuerpo, en algún lugar por el techo. Pero al mismo tiempo, estaba en las yemas de mis dedos. ¡Estaba en ellas!

Sentía un hormigueo. Estaba flotando y dando vueltas en un remolino.

Había colores. Muchos colores.

Mi alma estaba soltando risas.

Esa bebida… ¿Qué había en esa bebida que hizo que me sintiese tan… radiante? Radiante. Radiante. Muy radiante.

Sully se sentía tan cálido. Era su piel sobre mi piel.

—Me gustas. Mucho —le confesé. Mi voz sonaba extraña a mis… raros oídos.

Sully se movió y una hermosa sonrisa iluminó su rostro. No sonreía lo suficiente. Debería sonreír más. Extendí un dedo y seguí con él la hermosa línea de sus labios. La tracé por una de sus comisuras y luego por la deliciosa punta hacia el otro lado. Era un labio muy muy bonito.

Levantó una de sus gruesas y sensuales cejas. ¿Me había escuchado? ¿Hablé en voz alta?

¿Labio bonito? preguntó. Parecía que le divertía. Pero incluso mientras lo miraba, sus ojos chocolate, como del

color de una ciruela, se profundizaron y brillaron. Parpadeó y la sonrisa se esfumó de su rostro.

—¿Por qué me siento tan…? Me siento diferente —dije.

No me desagradaba en lo absoluto, pero me confundía la forma en que las luces parecían seguir cada uno de los movimientos de Sully.

—Estás drogada. Estamos drogados —dijo. ¿O fue que me lo imaginé?—. Estás preciosamente drogada. He tomado absenta antes y no fue nada como esto. Esto es… Cerró los ojos y estiró el cuello como un león que se endereza y amolda en su piel.

Luego abrió los ojos y los posó sobre mí como si yo fuera la presa que estaba buscando. Pero había algo más: en su mirada había luz, y una cierta calidez y posesión.

—Esto es otra cosa —susurró con la grave retumbante voz que me encantaba. Me fascinaba cómo tronaba desde el abismo de su pecho y vibraba en el mío pues nuestros cuerpos se tocaban.

Era como si me estuviera viendo por primera vez nuevamente. Pero su máscara habitual no estaba puesta. Parecía… parecía asombrado por lo que veía. Miré por encima del hombro rápidamente, pero no había nadie más allí. Solo estaba yo en esa sala.

Sully alargó uno de sus gruesos y macizos dedos y lo pasó por la curva de mi nariz. Me reí al sentir su roce. Y, por fin, su sonrisa regresó.

Me gusta ese sonido murmuró, arrastrando las sílabas que pronunciaba. Luego volvió a subirse sobre mí.

Me acomodé de espaldas en la alfombra y él se preparó. Puso una de sus rodillas entre mis muslos y apoyó los codos a cada lado de mi cabeza. Exploró mi cara con sus dedos, pero su rostro no era normal. No tenía una expresión sarcástica, ni una sonrisa socarrona, ni ninguna de sus expresiones cautelosas de siempre.

Tenía puesta una mirada de… concentración pura. Se mordió la comisura de su labio inferior mientras exploraba la

curva de mi nariz y luego mis mejillas, y movió sus dedos para explorar cada una de mis facciones.

Y cada punto de contacto se sentía como una explosión de fuegos artificiales.

Mis pezones se pusieron rígidos hasta convertirse en picos endurecidos. Sully estaba entre mis piernas y, aunque acabábamos de tener sexo, su miembro volvió a hincharse; se sentía tan duro como una piedra contra la parte interna de mi muslo.

No obstante, no hizo ningún avance. Seguía explorando mi rostro con la caricia más suave de todas, a pesar de sus dedos grandes y brutales.

Me corrí, arqueando así mi cuerpo hacia el suyo. No podía evitarlo y tampoco quería hacerlo. Aquello le arrancó otra sonrisa; una de las traviesas y de complicidad que más me gustaban. Y luego sus ojos se movieron hacia mis labios. Parecía completamente hipnotizado.

—¿Tienes idea de lo hermosa que eres? —susurró él—. No te pareces en nada a las otras chicas. No eres falsa, no eres una Barbie. Eres real. Joder, eres muy real. Me vuelves loco. Eres todo en lo que puedo pensar. Estoy obsesionado contigo. Quiero adorar este cuerpo todo el día.

Me estrujó la cintura y bajó hasta mis caderas, masajeando mi piel, pero no en el lado de la marca que aún estaba cicatrizando. Sin embargo, me masajeó con fuerza del otro lado.

Quiero hacerte sentir tan bien…

Bajó la cabeza y me besó en los labios, y, a diferencia de veces anteriores, no fue salvaje. Esta vez, apenas rozó sus labios en los míos. Yo gemí, lloriqueé y me levanté para tener más contacto con él, pero no tuve que preocuparme, porque siguió rozando esos gruesos y masculinos labios contra los míos, cada vez más cerca y más profundo. Me atormentaba. Me estaba llevando más allá de mi límite.

Hasta que envolví mis brazos alrededor de su cuello y lo bajé para chocar mis labios con los suyos. Y envolví mis

piernas alrededor de su cintura solo por si acaso. Todavía estábamos desnudos y húmedos por nuestro primer encuentro, así que entró en mí con facilidad.

Jadeé y me corrí con su primera embestida, y él lamió y besó mi garganta mientras yo me aferraba a él en medio de las olas del placer. Fijé las piernas alrededor de su cintura; luego, las puse más alto, alrededor de su espalda, y apoyé los talones contra su trasero. Lo aferraba a mí con cada parte de mi cuerpo que pudiera alcanzar. Lo quería más cerca. Más adentro. Dios mío, cualquier cosa para que estuviera más adentro.

Así es, bebé susurró . Joder, eres muy sensual. Te estoy llevando al orgasmo. ¿Me sientes? Siente lo profundo que estoy. Te estoy llevando tan alto. ¿Me sientes? Siente lo profundo que estoy. Siente cómo te hago mía. Ningún otro hombre va a tener este coñito porque es mío. Así es, lo sientes. Me sientes. Te encanta que esté dentro de ti. Sabes que soy el único que pertenece aquí. ¿Quién te hará sentir esto alguna vez? ¿Quién puede darte esto? —Me embistió con fuerza y llegó hasta el fondo, explorando así las profundidades de mi interior con su perfecto miembro.

—Sí —fue todo lo que pude decir entre lloriqueos—. Sí, Sully. Sí. Por favor. Oh Dios, por favor.

Se agarró a mi garganta y chupó.

Chillé y me corrí en su miembro. Nunca había estado tan sensible. No sabía que podía alcanzar tantos orgasmos a la vez. Estaba empezando a ponerse borroso, excepto que no era así. Cada cúspide era espectacular. Me elevaba alto, más alto de lo que nunca había estado antes y más de lo que pensaba que era posible.

¿Cómo lo hacía? ¿Cómo estábamos haciendo esto? Habíamos tenido sexo, claro. Habíamos tenido mucho sexo y fue muy buen sexo. Pero no era nada como esto.

Sujeté el cabello de Sully con fuerza y le aparté el rostro de mi garganta. Tenía que ver su rostro. Sus ojos. Tenía que ver

sus ojos y comprobar si esto estaba pasando en mi imaginación o si en verdad estaba aquí conmigo.

Pero joder, sí lo estaba. Estaba conmigo.

Me miró como si hubiera hecho salir la luna y las estrellas. Como si yo fuera el Creador en persona. Me contempló de arriba abajo, y yo le devolví la mirada. Ninguno de los dos la apartó.

Él siguió entrando y saliendo de mí. Estábamos tan conectados como podían estarlo dos humanos, y ninguno de los dos apartó la mirada. Me fijé en la tensión de su rostro. Estaba tratando de contener el maremoto. Yo puse las manos en su rostro. ¿No sabía que no tenía que contenerse conmigo? Podía recibir el placer hoy, y mañana, y por siempre.

Acabamos de encontrar esto y nunca íbamos a perderlo. No dejaría que lo perdiéramos. Era como una magia inusual en este mundo de mierda doloroso y trágico. Todos intentarían arrebatárnoslo, pisotearlo, decir que no era verdadero, que no era real.

No podíamos dejar que lo hicieran. Teníamos que luchar por ello.

Puse las manos en su rostro.

«Oh, hermoso amor mío», cantó mi corazón. «Lucha por esto conmigo. No me dejes sola con esto. Podemos tenerlo todo. No sé cómo, pero sé que es así. En el fondo lo sé».

Lo comuniqué con la mirada, y lo juro. Por un segundo, juro que me escuchó. Vi el reconocimiento en sus ojos. Me escuchó y esperaba que tuviera el valor suficiente para escuchar mi llamado a la acción. Rezaba que fuera lo suficientemente valiente para luchar por nosotros; para luchar por esta magia que solo se encontraba una vez en la vida.

Cariño susurró, y luego cerró los ojos y se corrió con tanta fuerza que todo su cuerpo se estremeció.

Lo sostuve mientras pasaba la tormenta, y un último orgasmo me sacudió.

Se me llenaron los ojos de lágrimas al mismo tiempo que sostenía a mi hombre, lloraba de placer y rezaba por un futuro que tanto esperaba tener, en un momento en el que todo parecía posible.

CAPÍTULO 15

Sully

Esos hijos de puta nos habían drogado.

Sabía que lo de la absenta no era lo que parecía, pero no teníamos la opción de no beberla. Y a medida que avanzaba la noche, me di cuenta de que era mucho más embriagadora de lo normal. Había bebido lo justo del licor verde en mi vida, y ni una sola vez me había confundido la mente como lo hizo anoche.

Tenía que haber algún tipo de alucinógeno en ella. LSD. Era lo más probable. El asunto es que, cuando Portia y yo nos fuimos a ese estudio de mierda, dejé de preocuparme por no tener el control total de mis propias facultades. Me había llevado la mayor parte de la noche poder quedarme dormido una vez que regresamos a nuestra habitación, e incluso cuando pude dormir, mis sueños eran tan extraños y de colores tan vívidos que ni siquiera estaba seguro de si realmente había descansado.

Y Portia, la pobre Portia. Incluso estando sobria, esa chica no podía relajarse lo suficiente como para quedarse dormida rápido, así que, que la mente le diese tantas vueltas como la mía la mantuvo despierta por mucho más tiempo que yo. La abracé, traté de calmarla, le di besos cuando se movía, pero sabía que tuvo un sueño tan poco reparador como yo.

¿Y qué diablos había pasado en la prueba de anoche? Habíamos tenido el sexo más increíble y alucinante de todos. Sexo que parecía durar para siempre. Sexo que nos había llevado a otro nivel… ¿A un nivel de qué?

Mi mente se difuminó con los recuerdos, y cuando miré a Portia, que se encontraba a mi lado en la cama y que despertaba, instantáneamente me sentí avergonzado. Lo de anoche no fue solo un sexo increíble, al menos no para mí, y dudaba seriamente que también lo fuera para ella.

¿Había hecho el tonto?

¿Qué dije?

¿Que hice?

Dios mío. Los recuerdos volvieron vagamente. La había llamado cariño y bebé. Fui… bastante cursi, joder. Pero la parte más espantosa de lo de anoche fue que cada palabra la había dicho en serio. Las sentía desde las sombras más profundas de mi corazón amurallado.

¿Había sido la absenta encubierta, o era algo más?

Oh, Dios mío… Vaya cóctel murmuró mientras sacaba las piernas de la cama y se frotaba los ojos para espantarse el drogado sueño.

Creo que fue algo más que una bebida fuerte. Bostecé y me desperecé, pero me negué a sentarme . Me parece que pusieron algún tipo de droga en el terrón de azúcar.

Abrió los ojos de par en par mientras me miraba. Anoche… ¿Estábamos drogados?

Tal vez fue ácido. Es la única forma de describir lo que sucedió.

Apartó la mirada y se estremeció como si yo acabara de extender la mano y abofetearla. Le tomó un momento levantar la barbilla, enderezarse y enseñar la sonrisa más falsa que jamás había visto.

Claro, es la única forma coincidió.

Los ancianos deben haber querido jugar con nuestras mentes.

Parecía hacerla enfadar con mis palabras, y consideré decirle que lo que dije anoche, drogado o no, lo había dicho en serio, y que me había sentido… —Ya nada me sorprende. —Se encogió de hombros y se pasó los dedos por el pelo—. Todo en este lugar son mentiras, juegos mentales y… cosas envueltas de maldad dijo mientras se levantaba de la cama, caminaba directamente al cuarto de baño y cerraba la puerta a sus espaldas.

Solté un suspiro de alivio. No me gustó que se precipitara al baño enfadada, pero también necesitaba un momento para

procesarlo. Me froté la mandíbula, que me dolía por apretar tanto los dientes como efecto secundario de una droga estúpida, y consideré intentar quedarme dormido otra vez con la esperanza de poder despertarme con un mejor estado de ánimo.

Sin embargo, cuando escuché que abrían la ducha, supe que no tenía mucho tiempo para languidecer en la cama. Con resaca de tripi o no, Portia era una persona a la que le gustaban las mañanas y estaría esperando que estuviese de pie, activo y dispuesto a seguirla.

¿No íbamos a discutir lo de anoche? ¿No nos abrazaríamos tiernamente a la mañana siguiente? ¿No habría nada de palabras dulces?

Portia claramente no quería, y, honestamente, yo tampoco. Lo de anoche… Bueno, lo de anoche había pasado anoche, y así se quedaría. Era más seguro así; más fácil.

Cuando se cerró la ducha, gruñí. La mujer ni siquiera podía tomarse su tiempo para eso. Todo tenía que ser ya, rápido y en su propio horario eficiente. Sabía que era muy probable que saliera del baño con su ropa deportiva y lista para empezar, así que decidí poner fin a la ridícula idea de salir a correr justo después de beber veneno. Cogí el teléfono que estaba junto a la cama y llamé a la cocina con la esperanza de poder convencer a la señora H de que tuviera un poco de piedad y nos trajera el desayuno a la habitación.

—Me preguntaba si tendría noticias tuyas, muchacho — dijo la señora H al otro lado del aparato.

Sí, lo de anoche fue… interesante. ¿Te importa si nos traes el desayuno a la habitación? En verdad te debería una.

—Por supuesto. ¿El plato del día después, como siempre? preguntó con una risa afable.

—Me conoces tan bien.

Colgué el teléfono justo cuando Portia salía del baño vistiendo exactamente lo que esperaba. Me asombró que pudiera volver a ser su yo alegre y evasivo, como si nada hubiera pasado anoche.

He pedido el desayuno dije, apoyando la cabeza en la almohada . Debería llegar pronto.

—¿Qué hay de nuestro trote matutino?

—Portia —gruñí—. Nos merecemos un día libre. En especial considerando lo que tomamos anoche. Vamos a correr dijo abriendo un cajón que contenía mi ropa deportiva—. Sudaremos para sacarnos las toxinas.

—No —me quejé. Me di la vuelta sobre mi costado y me puse la manta por encima del hombro . Quiero comida grasosa y algo para quitarme la resaca. Mi curaresacas me está llamando.

Sully gimoteó . Vamos.

Portia me quejé de la misma forma, imitando su tono.

—Quiero correr.

Cuán cierta era su declaración. Ella siempre quería correr. Tal vez deberías intentar no correr al menos por un día —le dije.

Cerró el cajón de golpe y arrojó mi sudadera sobre la cama.

—¿Sí? Bueno, tal vez deberías dejar de intentar «ahuyentar» por un día.

Touché. Claramente, éramos quienes éramos y nada, ni siquiera una noche íntima, podía cambiar eso. En especial cuando ninguno de los dos iba a discutir lo que habíamos dicho… y lo que habíamos sentido.

Cuando vio que no tenía intención de levantarme de la cama, resopló hasta llegar a una silla y se sentó en ella de brazos cruzados.

—Vale. Después del desayuno salimos, por lo menos. Necesito aire fresco.

—Bien —le dije, con ganas de darle al menos algo. Me recordaba a un animal enjaulado, y no la culpaba ni un poco por sentir que necesitaba escapar de las sofocantes paredes de la Oleander.

Nos quedamos en un incómodo silencio hasta que la señora H llegó con nuestro tocino, huevos y jugo de naranja que pronto sería un cóctel mágico una vez que terminara de agregar la pequeña botella de vodka que estaba al lado del vaso.

La señora H me miró a mí, luego a Portia, y dijo:

—Bueno, sí que te ves mucho mejor que Sully.

—Gracias —murmuré, pero no pude negar el hecho de que Portia destacaba incluso con mallas y una camiseta sin mangas—. También te quiero.

La señora H sonrió mientras dejaba la bandeja sobre la mesa que estaba junto a la chimenea.

Disfruten y avísenme si necesitan algo más, chicos.

—Puede que necesitemos un poco más de jugo de naranja

—dije mientras me incorporaba en la cama por primera vez, tratando de ignorar el zumbido en mis oídos.

Tenemos mucho jugo de naranja corrigió Portia .

No necesitaremos nada más. Gracias.

La fulminé con la mirada y decidí no montar un numerito frente a la señora H; sobre todo, porque era probable que se pusiera del lado de Portia.

—Gracias, señora H. Todo se ve y huele muy bien.

Cuando la mujer salió de la habitación, me levanté de la cama y consideré ir a desayunar completamente desnudo solo para incomodar a Portia, pero decidí ponerme la sudadera que me había pasado.

Estaba demasiado cansado, hambriento y un poco drogado para comportarme como un imbécil.

Portia me adelantó hasta la bandeja de comida y agarró la pequeña botella de vodka.

Si yo no puedo correr, tú no puedes ahuyentar nada. Retrocedió un par de pasos, como si tuviera miedo de que peleara con ella por el alcohol—. Es lo justo —agregó.

Me senté y cogí mi plato, renunciando a mi cóctel matutino.

—Es lo justo —coincidí con ella.

CAPÍTULO 16

Portia

Me sentía un poco mejor tras nuestra última prueba cuando Sully y yo bajamos las escaleras para enfrentarnos a lo que sucedería esta noche. Habíamos tenido un par de días libres después de lo del LSD. Tal vez esta era la parte fácil de la Iniciación, en la que decidían descansar de nosotros. No siempre podían ser unos sádicos de mierda. El objetivo de todo esto era el placer, ¿no? Y la absenta, el LSD, y viejos que se excitaban de muchas formas nuevas e interesantes…

Era cierto que esta vez no había una caja de disfraces junto con la invitación, así que estaría desnuda. ¿Qué otra novedad había? A los ancianos les gustaban los cuerpecitos lindos. Vaya sorpresa.

Yo era joven y me defendía. No podrían marcarme dos veces.

Y Sully me protegería.

Lo miré y fruncí el ceño. Desde el episodio con el LSD las cosas no habían estado muy bien entre nosotros. Bueno, no iba especialmente mal, pero tampoco muy bien. Había estado durmiendo mucho, pero no me invitaba a tumbarme en la cama con él. Hice muchos abdominales, zancadas y danza aeróbica en la habitación que recordaba de los vídeos de YouTube que Tanya y yo solíamos ver.

En resumen, no habíamos tenido sexo desde lo del LSD. A la mañana siguiente, había estado tan desanimada cuando me dijo que todo, junto con todas las cosas que me había confesado… que todo había sido por las drogas. Lo había dicho muy frívolamente, como si no hubiera posibilidad de que pudiera haber dicho esas cosas íntimas y cariñosas por cualquier otro motivo.

Tuve que huir al cuarto de baño de inmediato para que no viera las lágrimas en mis ojos. Porque había pensado, pensaba que… Bueno, había sido una chica estúpida que

esperaba cosas muy estúpidas. Me lavé la cara con agua fría y me regañé en el espejo, pero eso no bastó. Todavía había lágrimas que salían incontrolablemente de mis ojos, así que abrí la ducha y tomé la más caliente que pude soportar, con tanto cuidado como pude de que el agua no cayese sobre mi marca, que todavía escocía. Por fin, me di por vencida y cambié al agua fría. El agua fría en enero era un castigo, pero también se sentía enteramente apropiado.

Solo salí cuando tuve todo bajo control, y Sully seguía actuando como si nada hubiera ocurrido entre nosotros la noche anterior. Tal vez ni siquiera recordaba haber dicho esas cosas. Todas sus palabras seguían en mi cabeza con un vivo color neón, pero quizás la droga afectaba a la gente de forma diferente.

Me había estado ignorando debidamente desde entonces, a pesar de que no podía evitar contonear mi cuerpo y enseñarle bastantes veces el culo por mis ajustados pantalones cortos durante todos los aeróbicos sudorosos que estaba haciendo. Él solo se volvía en la cama, se tapaba la cara con una almohada y me decía que me pusiera los endemoniados auriculares para no tener que escuchar a Britney Spears y Lady Gaga a todo volumen cinco horas al día.

Entonces pensaba que cuando me metiera en la cama con él por la noche, ¿podría tocarme? Eh… por supuesto que no, amigo.

Se quedaba dormido todo el día, me ignoraba por completo, ¿y luego pensaba que podía estar conmigo porque pasaba que era un cuerpo cálido que estaba en la cama junto a su perezoso ser?

No.

El hecho de que estuviera en este lugar no significaba que nunca hubiera oído hablar de una pequeñísima cosa llamada amor propio, muchas gracias. Pero ahora que estábamos bajando las escaleras hacia lo desconocido, completamente

desnuda al igual que él, quería extender la mano y cogerle la suya.

Le habían traído un traje como siempre. Me miró a los ojos, lo tiró al suelo, lo pisó y se quitó toda la ropa interior hasta quedar tan desnudo como yo; luego, señaló la puerta con un movimiento de cabeza cuando llegó el momento de irnos.

Y entonces me enamoré un poco del infeliz.

Cuando llegamos ante los ancianos tan desnudos como el día en que nacimos, no me pasaron desapercibidas las cejas arqueadas. Un hombre lo fulminó con la mirada. No es que a Sully le importara un comino, pues se limitó a quedarse de pie en la gloriosa desnudez que el buen Dios le dio y les dedicó una sonrisa socarrona a todos.

Comencé a sentir un cosquilleo nervioso en mi estómago, y no de los buenos. Había una especie de… algo en el aire de la sala.

Anticipación. Había anticipación en el aire. Pues, aunque algunos de los hombres no tenían los ojos fijos en mí, otros sí me miraban y sonreían.

No sonreían de una manera agradable.

Ahora tenía muchas ganas de alargar la mano y coger la de Sully. Pero, ¿qué lograría eso? Sería un signo de debilidad frente a los buitres y no podría protegerme.

¿No me lo había enseñado la marca?

Estaba aquí por una razón. Oh Dios, estaba aquí por una razón. Mi familia me necesitaba. Mi familia me necesitaba. Lo repetí una y otra vez en mi cabeza como un mantra mientras comenzaba a temblar de miedo. No estaba segura de creer en Dios, pero recé para que me protegiera de todas formas. «Haz lo que Sully no puede», recé. «Protégeme, por favor. Sálvame de estos hombres malvados».

En ese momento, dos mujeres aparecieron en la puerta. Ellas también estaban desnudas, tenían un maquillaje hermoso y cabello perfectamente brillante y secado.

Eran bellas sirenas del sur.

Llévensela y prepárenla dijo uno de los hombres. Un anciano, estaba muy segura.

Las mujeres asintieron como marionetas y se acercaron a mí. No. Mi cuerpo se puso rígido mientras las sirenas de alarma se encendían en mis oídos.

¿A dónde la llevas? preguntó Sully, también con un tono de alarma en su voz. Había visto mi cuerpo ponerse rígido.

No es de tu incumbencia dijo un anciano con altivez mientras otro respondía:

—A prepararla para la prueba.

Sully miró a un hombre que estaba en la esquina.

¿Montgomery?

Era el único otro hombre joven. El amigo de Sully. Yo también le miré, como si pudiera ser mi salvación. No parecía feliz, pero asintió.

Es solo una ceremonia. Está bien.

Sully frunció el ceño, pero también asintió.

Yo bajé la vista hasta el suelo. Su amigo era un mentiroso, o un ignorante. Por el bien de Sully, esperaba que Montgomery fuese simplemente un ignorante. Y también odiaba al hombre por no protegerme, porque lo que sea que hubiesen planeado para mí no estaría bien, y lo sabía en el fondo de mis entrañas. No estaba a salvo.

Pero había sobrevivido a su cacería del zorro. Había sobrevivido a la marca. Por mi familia, sobreviviría a cualquier cosa.

Me aparté de Sully. Tenía la mala costumbre de no poder ocultarle la verdad, y si él veía la verdad de lo que estaba enfrentando, fuera el mal que fuera, temía que derribara esta mansión. Pero tenía una familia en la que pensar… especialmente en mi hermana pequeña. Mi querida hermana que me necesitaba más ahora que nunca.

Y su vida hacía que todo valiera la pena. Así que marché hacia las sirenas, las brujas pintadas con rostros de ángeles,

y dejé que me condujeran por la puerta a lo que sin duda sería un nuevo círculo del infierno.
CAPÍTULO 17

Portia

¡No! grité.

Luché contra ellos. Luché contra ellos y grité. Cuatro hombres me sujetaban por cada extremidad mientras me metían a la caja de pino que estaba en el subsuelo del límite de la propiedad.

Grité pidiendo clemencia a los hombres que me sostenían. Grité pidiendo ayuda a las mujeres que me habían llevado allí como un cordero al matadero. Grité por Sully. Grité por mi madre muerta desde hace mucho tiempo y por el papá que se había alejado de nosotras cuando más lo necesitábamos. Grité por Dios.

Y ni uno solo me respondió mientras cerraban la tapa de ese ataúd sobre mí.

Pedí ayuda a gritos hasta que mi voz se volvió ronca. Odiaba los espacios pequeños. Detestaba la oscuridad, siempre lo había hecho. Oh, cielos, odiaba la oscuridad. Odiaba la oscuridad.

—¡Deja de entrar en pánico, basta! —me dije a mí misma entre gritos y susurros con la vocecilla ronca que me quedaba — . ¡Joder, piensa!

La caja era de pino. Yo era fuerte. Había pasado las últimas semanas haciendo ejercicio. Era una perra dura y una luchadora. Dios, toda mi vida había sido una pelea. Una pelea demoledora y brutal. La canción Fighter de Christina Aguilera empezó a sonar en mi cabeza. Era fuerte, dura e inteligente.

Empecé a darle golpes a la caja. Era solo pino. Tal vez podría salir de esa maldita cosa a porrazos. Lo había visto en las películas. Lo que haría sería salvarme a mí misma, como siempre. Me salvaría y luego salvaría a mis hermanas. Era fuerte, y si Dios no me salvaba, entonces yo lo haría. Era fuerte, era dura. La vida era cruel, la vida era una zorra de

mierda conmigo, con mi familia, con mi hermosa hermana… Y a la mierda, ¡a la mierda todo!, yo jamás me rendiría, nunca me iba a rendir, maldición…

Golpeé la madera que estaba por encima de mí. Le asesté una patada. Pateé más. Di golpes con las palmas de las manos.

Traté de darme la vuelta para poder usar los codos, pero no podía…

Maldita sea, no podía darme la vuelta; el espacio era demasiado pequeño y no había suficiente espacio. No podía… Si pudiera tener aunque sea un poco de maldito espacio, estaba segura de que podría salir de aquí, pero no lo había, no podía mover el codo, no podía usarlo, no

podía usarlo…

Está bien, está bien, entonces usaría mis palmas. Vale.

Bien, bien…

Di un golpe con las palmas, pero la madera no se astilló. No cedía. En realidad no estaba haciendo nada. Pero tal vez, con suficientes golpes repetidos, podría debilitarla. Intenté patear de nuevo, pero era el mismo problema: no había suficiente espacio para coger el impulso necesario y así causar daño. Grité de furia, lo cual salió como un ruido inútil con mis cuerdas vocales arruinadas, y en vano golpeé más contra la madera.

Fue allí cuando el oscuro espacio se iluminó súbitamente. Luz.

Y entonces vi las marcas de arañazos y al menos una uña de mujer que quedó incrustada en la madera, a centímetros de mi rostro.

No era la primera mujer a la que enterraban viva.

Oh Dios, oh Dios mío, estaban locos de remate. No había ninguna línea que no cruzarían. Nos odiaban. Querían torturarnos. Eso les gustaba.

¿A cuántas mujeres habían enterrado? Lágrimas salieron de mis ojos mientras perdía la cordura y gritaba, golpeaba y arañaba en el mismo lugar en el que solo Dios sabía cuántas mujeres habían arañado.

Y entonces comenzó a caer tierra entre las tablas. No me quedaba voz más allá de un chillido inútil y aterrorizado mientras empezaban a enterrarme viva. La tierra se me metió en la boca al mismo tiempo que gritaba, escupía y perdía todos los estribos.

CAPÍTULO 18

Sully

Billar, borbón y mamadas. Eso era lo que recordaba de la sala a la que nos estábamos dirigiendo después de que se llevaran a Portia. La sala de billar era solo para miembros, pero cuando éramos niños, nos colábamos seguido en los pasadizos secretos que estaban ocultos en las paredes del Oleander y espiábamos a los hombres.

Oh, no podía esperar a que me dieran las llaves de ese reino en aquel entonces.

Solíamos fantasear con cómo sería algún día ser miembro de la Orden del Fantasma de Plata. Era un hecho que tendríamos nuestra oportunidad cuando cumpliéramos la mayoría de edad, pero el día no parecía llegar lo bastante pronto mientras veíamos a estos hombres poderosos sentarse con sus cigarros, su riqueza y su poder absoluto.

Quería ser uno de ellos desesperadamente… Pero ya no más.

La Orden del Fantasma de Plata estaba contaminada. Eran ponzoña; inmundicia absoluta. Y mientras marchaba desnudo por el pasillo, estaba orgulloso del hecho de que nunca me permitiría convertirme en uno de ellos. Jamás.

Sí, tal vez había tenido que bailar como el mono por el bien de mi hermana, pero mi alma nunca se vería comprometida con estos hombres. Nunca.

—¡Sully! —llamó la señora H desde el final del pasillo. Llevaba un montón de ropa y los zapatos que me habían dado para ponerme durante el evento . Cúbrete ese pene y vístete de inmediato.

Su rostro tenía un brillante color rojizo por el bochorno y tal vez incluso de vergüenza mientras corría hacia mí y me ponía la ropa en los brazos. Traté de no sonreír ante su incomodidad, pero era difícil no hacerlo. Sobre todo, cuando

miré a Montgomery, quien claramente contenía su risa. Mi amigo encontró el humor en aquella situación justo como yo.

Abrí la boca para preguntar dónde estaba la ropa de Portia, y si se esperaba que ella estuviera desnuda, entonces yo también lo estaría. La señora H levantó la mano para detenerme.

—¡Ni una palabra más de ti, jovencito! —Su tono era tan afilado que podría cortar, y cerré el pico obedientemente—. A tu madre le daría un ataque si supiera que te permití estar en la Oleander completamente desnudo. Vístete en este mismo instante.

Los demás miembros entraron a la sala de billar, algunos riendo entre dientes y otros con el ceño fruncido, mientras yo me ponía los pantalones. No iba a pelear contra esta fiera de mujer, y ya les había dado a los miembros de la Orden el impacto que había pretendido, así que no había necesidad de hacer la guerra con la mujer en el pasillo que no dudaría en darme un tirón de las orejas sin importar la edad que tuviera.

—Mejor escuchar a la mujer —dijo Montgomery mientras se unía a los demás en la sala.

—De verdad, Sully, es que tú a veces… —dijo mientras se daba media vuelta y me dejaba para que terminase de vestirme.

No pude borrar la sonrisa de mi rostro mientras acompañaba a la Orden. Un punto para Sully VanDoren.

Mientras me servía una copa de borbón y me sentaba en una silla de terciopelo burdeos cerca del fuego crepitante, dije:

—Bueno, señores, ¿qué locura me tienen reservada para esta noche?

Odiaba admitirlo, pero me sentía más cómodo ahora que estaba completamente vestido con mi esmoquin. Sentí que tenía un poco más de poder cuando me crucé de piernas, me recliné de forma casuañ en la silla y bebí un sorbo de licor mientras esperaba lo que pasaría a continuación.

¿Una mamada tal vez? Aunque, curiosamente, la idea de tener a una prostituta de la Orden chupándomela hizo que se me hundiera el estómago. Parecía como si estuviera… ¿engañando? Portia y yo no éramos objetos oficialmente monógamos… ni mucho menos. Y, sin embargo, no podía explicar por qué quería que exclusivamente sus labios fueran los que envolviesen mi pene.

—Sí, ¿por qué no continuamos con el resto de las festividades de la noche? dijo uno de los Ancianos mientras se sentaba a mi lado—. Reunámonos y disfrutemos de nuestra película nocturna.

Señaló la pared vacía en el lado oeste de la habitación a la que apuntaba un proyector. Todos los miembros que habían estado dando vueltas tomaron asiento o se colocaron en un lugar donde pudieran ver la película proyectada que se acababa de encender.

El sonido de los gritos de Portia inundó la sala antes de que su imagen apareciera a la vista. Me tomó varios momentos distinguir lo que estaba viendo con mis ojos.

Era Portia. Había una cámara dondequiera que estuviera. Estaba gritando y arañando la madera por encima de ella, y estaba atrapada en algún sitio.

¡Déjenme salir! aulló cuando la tierra cayó sobre su rostro . ¡Alguien ayúdeme! ¡Sully! ¡Sully!

El sonido de sus golpes contra su jaula de madera me hizo saltar de mi asiento. Clavé los ojos en su imagen miserable y llena de absoluto terror.

¿Qué diablos es esto? ¿Dónde está? vociferé.

Dejé de mirar la proyección en la pared para mirar a los miembros de la Orden en busca de algún tipo de explicación, pero aún podía escuchar los gritos de Portia haciendo eco en cada pared de la sala de billar. Su angustia reverberó en mis huesos cuando caí en cuenta del horror de lo que estaba sucediendo.

¿Dónde está? ¿Qué le están haciendo? exigí mientras me abalanzaba hacia el Anciano más próximo a mí. Lo agarré

por el cuello y grité : ¿Dónde coño está?

El anciano se limitó a encogerse de hombros mientras me sonreía burlonamente. Sabía que no iba a lastimarlo, e incluso si lo intentaba, sabía que los otros miembros intervendrían antes de que pudiera hacerle daño real al hombre. Consideré darle un puñetazo solo para hacer desaparecer esa mirada de suficiencia de su rostro, pero los continuos gritos de ayuda de Portia me obligaron a buscar a otro anciano en busca de respuestas.

—No puedo respirar —gritó—. ¡No puedo respirar!

—Dime dónde está —exclamé—. ¡O juro por Dios que quemaré esta mansión ahora mismo!

Un anciano dio un paso al frente y dijo con mucha calma:

—Sully VanDoren, como miembros poderosos de nuestra sociedad, a menudo se nos pide que ayudemos a los demás. Se espera de nosotros por quiénes somos y los recursos que tenemos.

Dio otro paso adelante mientras señalaba a la mujer que gritaba y arañaba la madera. Es tu trabajo salvar a la bella. La forma en que elijas hacerlo depende de ti. Puedes elegir rabiar e intentar exigir respuestas que no recibirás, o puedes elegir algo mucho más… Hizo una pausa y sonrió . O puedes ayudar a la bella.

Miré a Montgomery rápidamente, quien no hizo más que mirarme con los ojos abiertos de par en par. No parecía saber más que yo, y si lo sabía, entonces me las pagaría por no decírmelo. Pero no tenía tiempo para lidiar con este juego.

¡Necesitaba encontrar a Portia!

Salí precipitadamente de la sala y eché a correr. Mi instinto me dijo dónde estaba, y cuando miré a lo lejos, donde estaba el antiguo cementerio de la Oleander en la cima de una colina junto a un sauce llorón, vi antorchas encendidas. Esos enfermos hijos de puta la habían enterrado en el cementerio para que acompañara a todos los antepasados de la Orden.

Nunca en mi vida había corrido tan rápido como en aquel momento. No podía escuchar sus gritos, lo que solo podía significar una cosa: la habían enterrado viva.

Las antorchas encendidas iluminaron el camino, y la tierra removida me indicó con exactitud dónde necesitaba cavar. Evidentemente, los cabrones no me habían dejado una pala ni nada, así que no tuve más opción que arrodillarme y empezar a cavar frenéticamente con las manos. Espérame, Portia grité, sin saber si sería capaz de oírme.

Le habría seguido gritando, pero sabía que también estaba en cámara y que toda la Orden me observaba mientras intentaba salvar a mi Bella. No les daría el placer de un espectáculo, y si hubiera sabido dónde estaba la maldita cámara, la habría roto en pedazos.

Cavé y cavé, luchando por respirar como si yo también estuviera enterrado bajo el suelo junto a Portia. Progresé, pero no lo bastante rápido. Había otro ser vivo debajo de mí, y pensar en lo que ella debía estar experimentando en estos momentos era un nivel de miedo que ni siquiera podía procesar.

Escarbé el suelo con tanta fuerza que las yemas de mis dedos sangraron y mis uñas se despegaron de su sitio, pero nada detendría la rapidez y la furia con la que quitaba los kilos de tierra apilados encima de ella. Habrían tenido que matarme para detenerme. Pero justo cuando comenzaba a entrar en pánico y a pensar mis manos no bastarían, y consideré correr a la casa para buscar una pala, mis dedos hicieron contacto con la madera.

—Portia —exclamé al tiempo que escuché sus gritos ahogados. Estaba viva. Gracias a Dios . Espera. ¡Espérame!

Ella estaba viva. Me lo seguí recordando, pero, al mismo tiempo, sabía que la Orden no tenía intención de matarla. Solo querían quebrarla.

Y después de esto, no cabía duda de que estaría jodidamente quebrada.

Hice una pausa por una fracción de segundo antes de levantar la tapa. Me preocupaba que le cayese mucha tierra encima, pero no podía pensar en ninguna otra opción. Necesitaba sacarla de ese agujero.

¡Sully! ¡Sully! Podía oírla gritar mientras seguía aporreando el ataúd.

—Si puedes cubrirte la cara, hazlo —grité hacia el ataúd de madera—. Lo estoy abriendo.

Sin esperar respuesta, quité la tapa y saqué su cuerpo desnudo y tembloroso de aquel infierno. Rápidamente, la desenterré de la tumba y la abracé con tanta fuerza que podría ser el próximo culpable de asfixiarla.

Ella sollozó en mi hombro, y yo no pude hacer nada más que acariciarle la espalda y besarle su sucia cabeza.

—Lo siento, lo siento mucho. Lo siento tanto… —repetí una y otra vez. Cada minuto que había permanecido en esa tumba me hacía sentir como un fracaso. Había tardado tanto poniéndome esta estúpida ropa de mierda. Si tan solo me la hubiera puesto de un tirón, habrían encendido el vídeo más rápido y lo habría sabido. Podría haber llegado antes.

Se aferró a mí y una vez que cesaron los sollozos, se apartó y me miró con los ojos muy abiertos en su rostro cubierto de tierra.

Nunca te arrepientas. Me has salvado. Viniste y me sacaste de ahí. Sabía que lo harías. Lo sabía.

Cuando su cuerpo tembló bajo mis manos, que se negaban a soltarla de nuevo, me quité la chaqueta con rapidez y la envolví con esta. Justo mientras lo hacía, oí un sonido que casi provocó en mí un arranque homicida.

Era el golpeteo de bastones mientras toda la Orden subía la colina como serpientes que reptaban en la oscuridad. Una y otra vez, los bastones hacían impacto contra la tierra mientras comenzaban a hacer un cántico en latín. Eran voces inquietantes y brillantes ojos negros iluminados por el parpadeo de las antorchas encendidas y el hedor de la locura absoluta.

El enemigo había reclamado mi alma y me negaba a dejar que me la quitaran sin luchar. Con furia corriendo por mis venas, solté a la temblorosa Portia y me abalancé hacia ellos a través de la oscura neblina del mal, y golpeé al primer hombre que sentí que más lo merecía.

Montgomery Kingston cayó al suelo y se sujetó el rostro donde mi puño acababa de impactar. Esperaba que al hijo de puta se le rompiera la mandíbula por mi fuerza.

Hijo de puta ladré . Esperaba esto de estos imbéciles, ¿pero de ti? ¿De ti?

—Sabes cómo son estas pruebas —dijo Montgomery mientras se levantaba y se frotaba el rostro para apartar el dolor . Y para que conste, no tenía ni puñetera idea de lo que iba a pasar. Yo jamás te haría eso, hermano.

—¿Crees que eso importa? ¿Crees que todavía puedes llamarme hermano? Te has convertido en uno de ellos bramé . Pensé que no te rebajarías a eso. Que ahora lleves un manto no significa que tengas que ser tan retorcido como estos vejetes impotentes.

Tú también estás tratando de convertirte en uno de ellos —replicó Montgomery. Entrecerró los ojos y su mandíbula se tensó—. Contrólate, Sully. No me quieres de enemigo.

Redirigiendo mi ira, dejé de mirar a Montgomery y entrecerré los ojos para ver a los Ancianos.

—¿Están felices? —exclamé mientras retrocedía unos pasos y extendía mis brazos . ¿Es este el resultado que querían? Señalé a Portia, quien se aferraba a mi chaqueta, manchada de tierra y temblorosa—. ¿Está lo bastante asustada para ustedes? ¿Gritó lo suficiente pidiendo misericordia mientras todos bebían borbón y fumaban sus puros? —Extendí mis manos heridas y en carne viva—.

¿Quieren que esparza mi sangre sobre su cuerpo desnudo?

Caminé hacia donde estaba Portia, con la boca abierta y los ojos vidriosos por las lágrimas que aún no había derramado. Abrí la chaqueta, coloqué mis palmas sobre sus

pechos y los recorrí por todo su cuerpo, embadurnando mi sangre en el camino de la más negra y oscura enfermedad.

—¿Así, malditos enfermos? ¿Así? —Me di media vuelta y los miré a cada uno con furia desatada—. Todos pueden irse al infierno.

Montgomery dio un paso adelante, lo cual en verdad requirió mucha valentía de su parte, considerando que todavía quería estrangular al hombre.

Tranquilízate, Sully. Dio otro paso hacia mí, miró a Portia y preguntó—: ¿Estás bien?

Portia se posicionó a mi lado y se aferró a mi brazo. No estaba seguro de si era porque necesitaba apoyo o si estaba tratando de controlar a la bestia en mi interior que rabiaba por ser desencadenada. Quería matar a todos los hombres de pie frente a mí con sus túnicas y bastones.

Lo estoy ahora dijo Portia en voz queda.

Montgomery asintió y dijo:

—Tuve que pasar por mi propia prueba mortal. Recuerdo lo horrible que fue, colgaron a Grace en la horca. Lo recuerdo muy bien. Pero tienes que mantener la calma. Piensa en el panorama completo, hombre. No dejes que te lleven a tu límite. No permitas que lo hagan. Recuerda por qué estás aquí.

Sully VanDoren exclamó uno de los ancianos . Has completado la prueba de la noche. Estás un paso más cerca de unirte a la Orden del Fantasma de Plata. Que se vayan todos a la mierda bramé cuando las piernas temblorosas de Portia por fin cedieron. La atrapé justo antes de que chocara contra el suelo; la cargué en brazos y nos alejé de aquel maldito cementerio—. Yo nunca seré como ustedes. Nunca.

Lucharía hasta que mis huesos se desintegraran para no perderme en esta locura. Sí, había un panorama completo: mi hermana. Lo sabía, pero nunca me perdería a mí mismo.

¿Me había roto la Orden? Sí. Había destrozado al hombre que pensé que era. Todo lo que quedaba en aquel momento

era un monstruo con sed de venganza. Si no me iba con Portia, alguien saldría gravemente herido.

Algo tenía que cambiar. La Oleander se había convertido en una guarida de víboras y me negaba a ser otra serpiente más en sus garras.

CAPÍTULO 19

Portia

Los brazos de Sully se sentían increíbles rodeándome. Después del frío, la tierra y la muerte de esa tumba en la que me habían metido, sentir sus brazos que daban la vida llevándome a un lugar seguro…

Me acurruqué en su cuerpo. Metí la cara en su firme pecho y escuché los latidos de su corazón. Él estaba vivo, y gracias a él, yo también. Quería envolverlo con los brazos y no soltarlo jamás de los jamases mientras los dos estuviéramos vivos.

Llegamos a nuestra habitación y Sully abrió la puerta de una patada. Esperaba que me llevara directamente a la ducha y me limpiara con amor. Necesitaba que me cuidaran. Necesitaba que mi fuerte protector siguiera tomando el control. Tras la experiencia de hoy, realmente no me quedaba nada.

Pero en cambio, Sully entró en la habitación, la cerró detrás de nosotros con el pie y me depositó en la cama. De acuerdo, vale, estaba sucia, pero podía entender su necesidad de conectarse inmediatamente conmigo después de todo lo que habíamos pasado. Me vendría bien este cambio de planes. Y recibiría su cuerpo en el mío con los brazos abiertos. De hecho, me estaba humedeciendo solo de pensar en eso…

¿Qué diablos sigues haciendo aquí? casi me gritó Sully.

Espera, espera, ¿QUÉ?

Me quedé parpadeando, confundida.

¿Cómo pudiste dejar que te hicieran eso? prosiguió Sully—. ¿Qué diablos es tan valioso para ti que dejarías que te trataran como a un animal al que se entierra en el patio trasero?

Me quedé boquiabierta. ¿De verdad me venía con esta mierda en estos momentos? ¿En este mismo momento?

¿Después de que acabaran de enterrarme viva? ¿Iba a gritarme y acusarme, como si fuera mi culpa que esos infelices me hubieran metido en ese maldito féretro mientras gritaba y comenzaran a echarme tierra en la cabeza, me dieran un susto de muerte y…?

Empecé a aplaudir lentamente.

—Vaya manera de echarle la culpa a la víctima, Sullivan VanDoren. Me alegra mucho que seas tan superior a mí, porque no es como si tú no siguieras aquí también. ¿Alguna vez has pensado en verte al espejo, colega? Tratas de ser uno de los cabrones a los que les gusta enterrar a mujeres inocentes en ataúdes. ¿Ahora quién es el héroe?

Su rostro enrojeció.

—¡Sabes que no quiero tener nada que ver con esta mierda, joder!

¿Y crees que yo sí? vociferé, aunque apenas salió como un susurro, pues mis cuerdas vocales seguían destrozadas por gritar por mi vida en ese maldito ataúd, y a la mierda con Sully por venirme con esas chorradas en este momento.

Me levanté de la cama y le di la espalda.

—Me voy a dar una puta ducha —le dije.

Entonces, de repente, me agarró del brazo y me hizo darme la vuelta para mirarlo.

—Solo dime el porqué.

Sus ojos horadaban los míos. La furia seguía muy presente en sus facciones.

¿Por qué estás aquí? ¿Qué tienen para darte que pueda lograr que te quedes luego de esto? Porque me estoy devanando la cabeza y no puedo pensar en una maldita cosa que haga que alguien se quede tras lo que acabas de pasar.

Era un imbécil. Vaya imbécil tan estúpido. ¿No se le ocurría ninguna razón? ¿No me conocía a estas alturas? ¿No tenía idea de quién era yo? Cualquiera que me conociera en realidad sabía que nunca haría esto por mí misma, que solo sería por alguien más a quien amaba.

Que se vaya al infierno por venir aquí a acusarme y ser cruel conmigo cuando todo lo que necesitaba era amor y compasión, y una mano llena de ternura para ayudarme a ducharme. Y aún seguía aquí, exigiendo respuestas cuando debería estar dándome comprensión, cuando debería darme el beneficio de la duda, cuando debería dejarme descansar hasta mañana porque acababan de ENTERRARME VIVA, MALDICIÓN.

Pero entonces, Sully siendo Sully, soltó un suspiro y negó con la cabeza.

—Supongo que te da demasiada vergüenza decir que es por el dinero después de todo, ¿eh? Retrocedió, con disgusto en los ojos . Voy a buscar una botella de lo que sea que me ayude a olvidar toda la mierda perturbadora que he visto esta noche. Disfruta esa ducha.

Nuevamente, abrí la boca: No puedes salir de la habitación sin mí. Las normas…

Me ofreció una sonrisa cruel.

—Las reglas dicen que eres tú quien no puede irse, porque eres mujer. Nosotros, los hombres, reyes del Universo, podemos vagar por donde nos dé la puta gana. Y después de lo de esta noche iré a emborracharme más que una cuba, pues es hora de olvidar, bombón. Olvidarte a ti, olvidar a este jodido, maldito lugar de mierda.

Y tras eso, simplemente… se fue. Salió por la puta puerta y se fue.

Era una imagen que se me hacía familiar. La marcada silueta de la espalda de un hombre que salía por una puerta sin mirar atrás ni una vez. Había visto lo mismo cuando mi padre se marchó hacía tanto tiempo. Mamá acababa de morir hacía un par de meses y cuidar de cuatro hijas sin ayuda… Bueno, eso no era para lo que papá se había apuntado, ¿verdad?

Era tan sencillo para ellos, ¿no? Era tan fácil salir por esa puerta sin pensar en el lío que dejaban atrás. El largo sufrimiento. A papá también le gustaba beber; le gustaba el

olvido fácil que podía encontrar en el líquido ambarino. También tomaba un líquido claro, el vodka estaba igual de bien si no había más remedio, pero, en el fondo, papá era un hombre de whisky.

Y dejaba atrás a una yo de diecisiete años, justo en la cúspide de mi cumpleaños número dieciocho, para que mantuviese los cuerpos y espíritus de mis hermanas y el mío propio. Yo tenía planes: quería ir a la universidad, e incluso había tenido becas, porque Dios sabía que estábamos en la ruina. Pensé que tal vez podría aplazarlo un año, pero aquel año pasó y por fin me di cuenta de que tenía que dejarlo todo. Papá no volvería. Mamá había sido enterrada. Las niñas necesitaban un padre o los servicios se las llevarían, y había escuchado demasiadas historias de terror.

Y luego, por supuesto, estaba Reba. Mi dulce, dulce Reba. Siempre había sido tan similar a nuestra madre. Resultó que se parecían demasiado, porque la misma insuficiencia renal que se llevó a nuestra madre vino a por Reba.

Fue cuando nos enteramos de que papá se había ido. En su nota, decía que no era lo bastante fuerte para hacerlo de nuevo, para ver a otra chica que amaba pasar por todo eso. Quemé aquella maldita nota antes de que Reba la viera. Ella no iba a morir como mamá.

Mamá había sido fumadora toda la vida, tenía diabetes tipo dos y una serie de otras afecciones, ¿cómo se atrevía papá a sugerir siquiera que Reba también moriría?

Sin embargo, Reba había tenido que comenzar a hacerse diálisis demasiado joven. La verdad era que necesitaba un riñón nuevo y lo necesitaba con urgencia. Y mi padre podía irse al infierno, al igual que los genes que me dio, porque yo no era compatible para darle a mi hermanita lo que necesitaba. Tanya tampoco. Tal vez la más joven, LeAnn, lo era, pero ni siquiera le habíamos hecho la prueba, era demasiado joven y no necesitaba la carga de saberlo.

El estado de Georgia tenía uno de los tiempos de espera más largos del país para recibir un riñón nuevo. Por supuesto

que sí y, como era natural, teníamos que vivir en este lugar. Vaya suerte la nuestra.

Pero a Reba se le estaba acabando el tiempo. Entonces, cuando recibí una loca invitación de un lunático vestido con un uniforme y me di cuenta de que todo era real y que, tal hada madrina, podían concederme cualquier deseo que les pidiera, incluso enviar a mi hermanita al frente de la fila para un nuevo riñón…

Sí, podrías apostarlo todo a que dije que me apuntaran. Haría cualquier cosa, cualquier cosa, para que eso sucediera.

Y heme aquí. Dios, necesitaba quitarme esta suciedad. Necesitaba restregarme para quitármelo todo. Sacudí con la cabeza, exhausta. Aquella vieja canción de musical resonó en mi cabeza, y la letra decía algo como «voy a lavarme a ese hombre del pelo». A mamá le encantaban las películas antiguas y me había sentado a ver South Pacific más de una vez. Sonreí y luego hice una mueca de dolor por mis músculos adoloridos. Bien, hora de la ducha.

Pero justo cuando estaba a punto de quitarme la chaqueta de Sully y dirigirme al cuarto de baño, alguien llamó a la puerta. Por un segundo, mi corazón dio un vuelco, pensando que sería Sully, que había venido a pedir perdón por ser tan imbécil, pero luego fruncí el ceño. Sully no llamaría.

Me dirigí hasta la puerta.

—¿Quién es?

—Es la señora Hawthorne. Portia, querida, es algo importante. Su voz sonaba urgente y silenciosa .

Necesito hablar contigo. Déjame pasar, por favor.

Abrí la puerta, aferrándome más a la chaqueta del traje de Sully.

¿Qué ocurre?

La señora Hawthorne entró y cerró la puerta detrás de ella.

¿Dónde está Sully? preguntó, mirando a su alrededor.

Me crucé de brazos y la miré fijamente.

—¿Tenía algo que decirme o no?

Pareció inquieta cuando sus ojos volvieron a posarse en mí.

—Sí, querida. Tu hermana está aquí.

—¿Qué? —Corrí hacia la puerta—. ¿Cuál?

La señora Hawthorne se precipitó a detenerme antes de que pudiera salir corriendo por la puerta e irme de la habitación.

—Ha dicho que su nombre era Tanya. Pero, cariño, no puedes salir sin Sully.

La miré.

—Sullivan me ha dejado para ir a beber a algún lado. Me importa una mierda lo que haga o no haga en este momento. Mi hermana me necesita y no me impedirás el paso por esa puerta.

La señora Hawthorne alzó una ceja. Sea como fuere, no puedes corretear por la mansión llevando nada más que esa chaqueta. Verte tan desaliñada podría perturbar a tu hermana. Ponte otra cosa. Maldición, tenía razón. Por encima de su hombro, pude verme en el espejo de cuerpo entero y me veía… Me veía como una trastornada. Mi cabello estaba por todos lados, mi cara todavía estaba manchada de tierra, y sí, estaba casi desnuda.

Me quité la chaqueta de Sully y corrí hacia el tocador. Con tanta prisa como pude, me puse la ropa interior, las mallas, unos calcetines y un jersey. Luego corrí hacia el cuarto de baño, me eché agua en la cara y usé una toalla para fregarme la mayor parte de la suciedad.

Por último, me pasé un peine por el pelo y lo recogí en un moño. Luego volví con la señora Hawthorne. Lléveme con mi hermana.

CAPÍTULO 20

Sully

Me senté y vi el agua de la piscina brillar bajo la luna casi llena, tratando de olvidar los horrores de la noche. Pero nada de lo que hice podía sacar los recuerdos de aquel infierno de mi cabeza. Me estremecía a medida que el impacto pasaba y mi ira se aplacaba.

Nadamos esta noche con sangre en el agua. La Orden eran los tiburones y no había nada que pudiéramos haber hecho para luchar contra ellos, excepto irnos.

¿Por qué diablos seguíamos aquí? ¿Por qué diablos seguía aquí ella?

Sí, parecía la típica belleza sureña y cazafortunas debutante con las que había crecido, pero mi instinto me decía que era diferente. Ella había probado que lo era, ¿o no? Entonces, ¿por qué el dinero era tan importante para ella? En realidad, no podía ser solo el dinero, o me habría quitado el cheque de las manos cuando se lo ofrecí. Estaba bastante decidida a no dejar que esos hombres ganaran. ¿Por qué? ¿Qué la retenía aquí? Aquella mujer no tenía sentido para mí. Un minuto era tan terca como una mula, al siguiente era blanda y necesitaba mi ayuda, y luego hacía algo más que me confundía. ¿Por qué se obligaba a pasar por todo esto?

Y mientras me sentaba en una silla junto a la piscina, sosteniendo una botella llena de vodka, me pregunté por qué estaba aquí. ¿Por qué esperaba que se fuera y, sin embargo, yo sí me quedaba? No hacía más que echar algo de agua en toda la sangre mientras esperaba que la Orden se deleitara con mis restos.

Jasmine.

¿Pero era esa la verdadera razón? Si era honesto conmigo mismo, había algo más que tan solo heredar el negocio familiar por el bien de mi hermana: tampoco quería que los

hombres de la Orden me quebraran. Me negaba a dejarlos ganar, tal como lo hacía Portia.

Mirando la botella de vodka, también me pregunté por qué seguía sobrio. Ni siquiera había tomado un sorbo. ¿Por qué rayos no lo había hecho?

Por ella. Ella no querría que bebiera.

Y me importaba lo que ella quisiera… Maldición, sí me importaba mucho.

¡Sully! Escuché a la señora H llamándome mientras caminaba para acercarse hacia la piscina. La mujer lucía agotada, pero parecía que yo le estaba ocasionando eso mucho últimamente . ¿Qué estás haciendo aquí?

Solo necesitaba algo de tiempo para pensar dije, dejando la botella de alcohol sin tocar en la mesa que estaba a un lado.

¡Has dejado a esa pobre chica cuando más te necesitaba! La señora H se acercó a mí y se paró con las manos en las caderas y una expresión crítica dibujada en el rostro.

Ella no necesita a nadie dije . Es fuerte.

—Por descontado que es fuerte, y más de lo que crees. Pero eso no te da excusas para hacer una rabieta como un niño y dejarla sola en esa habitación.

Ella estará bien murmuré, esperando que la ira de la señora H menguara. Cuando era niño había aprendido a que había que aceptar sus castigos, y entonces ella nos perdonaría, querría y nos dejaría seguir nuestro camino.

Miré a la señora H y me fijé en su apariencia. Verla con la piscina iluminada a sus espaldas me hizo darme cuenta de que debió haber sido una mujer muy hermosa en su juventud, y aún lo era. Sí, ahora era una mujer mayor, pero no era frágil. Cada arruga de su rostro la hacía parecer más sabia y experimentada. No había cambiado ni un ápice desde que yo era joven en lo que respectaba a su temperamento, y su personalidad firme me llenaba de consuelo incluso furiosa frente a mí.

¿Sabes qué, Sullivan VanDoren? A veces puedes ser un verdadero hijo de puta.

Inhalé profundamente. Aquí venía la reprimenda.

—Tu papá está revolcándose en su tumba por la forma en la que te has comportado desde que llegaste a la Oleander. Bueno, gracias al Todopoderoso por eso dije en voz baja, pero al instante lamenté haberlo dicho, pues la señora H estiró la mano y me dio un golpe en la cabeza.

No hables así. Puede que tengas problemas paternales, jovencito, pero eso no significa que tu padre fuera el diablo.

—Era un imbécil.

Tal vez dijo . Puedo coincidir contigo en que perdió el rumbo con el paso del tiempo. Muchos de los hombres de la Orden lo han hecho. Pero te diré una cosa… tu padre por lo menos perdió su rumbo. Tú, por otro lado, aún no has perdido nada. Respiró hondo y su pecho se hinchó antes de continuar : Sé que has hecho todo lo posible para no ser como él.

—Preferiría morir antes que ser como ese hombre — bramé.

—Pero te pareces más a él de lo que crees.

—Señora H, la quiero mucho, pero no me voy a quedar aquí a dejar que me insulte.

Se acercó a mí, lo que me habría dificultado levantarme de la silla sin empujarla para apartarla de mi camino. Así que sentado me quedé.

No te estoy insultando si es la verdad, hijo. ¿Crees que eres el primer VanDoren que se va de Georgia para encontrarse a sí mismo? —Cuando no respondí, continuó—:

Bueno, no lo eres. Tu padre también hizo lo mismo cuando era joven. Trató de huir como tú, pero regresó por las mismas razones. Tu legado y origen tiran mucho. Los fantasmas de tus antepasados te llaman y no tienes más remedio que acudir a su llamado.

Su información sobre mi padre era una novedad para mí, pero eso no cambiaba nada.

Eres un VanDoren. Tienes deberes y responsabilidades. Tienes a tu madre…

—No estoy aquí por mi madre —la interrumpí—. Ella estará bien sin mi ayuda. Tiene mucho dinero, perlas y cualquier otra mierda de zorra ricachona que todas esas socialités del sur necesitan.

—¡Basta ya, muchacho! —soltó—. ¿Te estás escuchando?

Suenas como un niñato mimado. Puede que no te gusten tus raíces sureñas, pero no te atrevas a empezar a atacar y juzgar a quienes sí les gustan. —Señaló la mansión—. No eres mejor que ellos. Puedes seguir repitiéndote que lo eres, pero no es así. De hecho, eres todo un idiota en estos momentos, si quieres mi honesta opinión.

Eché un vistazo a la botella de vodka y consideré tomar un trago en aquel momento, pero temí que pudiera darle una apoplejía a la señora. Llámame como quieras. Y tienes razón, sí soy un cabrón. Todos lo somos. Es por eso que me fui, para empezar. Estoy tratando de ser un mejor hombre, pero no puedo hacerlo aquí.

—Huir no te hace un mejor hombre. Esconderse de lo que te hizo huir y de la gente que te quiere no es el camino correcto. Huyes, bebes, te resistes a todo y a todos, y lo único que haces es lastimarte, no mejorarte.

—Vale. He escuchado su mensaje alto y claro. ¿Ya terminamos?

Estoy tentado de ir a buscar una escoba y darte una paliza, jovencito. Es evidente que alguien tiene que hacerlo.

Cerré los ojos y me recliné en mi silla.

—¿Qué esperas de mí? ¿Qué más puedo hacer? Estoy sentado aquí en esta mansión, aunque no quiera. Estoy haciendo esto por Jasmine, a pesar de que temo que el negocio la convierta en alguien como mi padre. Estoy tratando de ser un hombre más maduro.

Sí. Jasmine. Piensa en esa pobre niña cuando tomes tus decisiones impulsivas. Puede que odies tus raíces, pero no

fuerces esos pensamientos sobre ella. Ella puede sentirse orgullosa. Puede que quiera verlas crecer y prosperar en lugar de pudrirse en la tierra como tú quieres.

Abrí los ojos e hice contacto directo con los de ella. Lo entiendo, ¿vale? Lo entiendo.

La señora H me señaló con un dedo huesudo.

—Es hora de que crezcas, Sully. Y podría quedarme aquí y sermonearte todo el día, pero debes ir tras Portia y ayudar a que vuelva antes de que la Orden los atrape y fallen la iniciación.

—Espera… ¿qué? —dije poniéndome en pie, lo que hizo que la señora H retrocediera unos pasos . ¿Portia se ha ido de la Oleander?

La señora H asintió.

—Lo habrías sabido si no estuvieras aquí compadeciéndote.

Aunque mi corazón se hundió hasta el fondo, no podía decir que la culpaba.

—Supongo que ya era hora de que lo hiciera —dije.

Pero joder… estábamos tan cerca. Nuestros 109 días casi habían terminado, y parecía una maldita vergüenza haber pasado por todas esas pruebas de mierda para irnos con las manos vacías. Aun así, tampoco le echaría en cara a Portia haberse rendido.

Diablos… Debí irme de la mansión desde la primera noche.

—No está huyendo de la iniciación —dijo la señora H—. Se fue para estar con su hermana.

¿Su hermana?

—Sí… —La señora H inclinó la cabeza y me escudriñó el rostro—. ¿No te ha contado sobre su hermana?

No… ¿Qué? ¿Por qué se iría por su hermana?

La señora H negó con la cabeza.

—Esa chica… Le he dicho que… —Volvió a centrar su atención en mí y dijo : Está en el hospital. Su hermana está muy enferma. Portia te necesita ahora mismo, pero necesita un hombre, no un niño.

¿Enferma? La señora H extendió su mano y agarró mi brazo con delicadeza.

—Te conozco. Conozco al hombre que eres y los demonios con los que estás luchando. Pero en estos instantes, esa dulce muchacha necesita tu fuerza y apoyo. Es hora de que abras los ojos y veas más allá de la oscuridad a la que has condenado todo y a todos. Haz que el nombre VanDoren sea respetado. Sé que puedes hacerlo.

¿Qué le pasa a su hermana? ¿Por qué está en el hospital?

La cabeza me daba vueltas y mi cuerpo se tensó. Me devané la cabeza en búsqueda de cualquier mención de alguna hermana enferma y no pude recordar ni la más mínima pista. ¿Por qué Portia no me había dicho esto?

—No me corresponde contar esa historia —dijo la señora H . Pero se encuentra en St. Joseph ahora mismo.

Cuando me preparaba para correr hacia el camión que no había tocado en casi 109 días, me detuve.

—¿Ya sabe la Orden que se ha ido?

La señora H negó con la cabeza.

—Todavía no. No he dicho ni diré una palabra, pero ya los conoces…

Suspiré y me di cuenta que bien podríamos haber pasado por esta iniciación solo para arruinarla esta noche. Ellos tenían una forma de saberlo todo, pero al diablo con eso. ¿A quién le importaba? Esto no se trataba de ellos. No se trataba de la Orden del Fantasma de Plata. No se trataba de mí, ni tampoco de mis demonios con mi padre y mi historia. No se trataba de todo lo que odiaba. No. Se trataba de alguien a quien quería. A quien amaba.

Se trataba de Portia Collins.

Ella era todo lo que importaba en este momento.

CAPÍTULO 21

Portia

Casi salté del auto una vez que aparqué en el hospital. Iba manejando yo. De ninguna manera iba a confiarle a Tanya nuestra antigua Toyota Prius en las carreteras oscuras de Darlington por la noche. Lo último que necesitábamos era chocar con un ciervo cuando Reba nos necesitaba. Pero al diablo con el límite de velocidad. Tanya era experta en hablar y salirse con la suya para no pagar las multas por exceso de velocidad, y Dios solo podía ser así de cruel con una sola familia, ¿no?

Reba me necesitaba y yo estaría con ella, contra viento y marea. Había interrogado a Tanya todo el camino sobre su condición, pero no le había sacado mucho más que «está muy enferma». Al parecer, Reba había tenido otra infección urinaria, un gran problema para alguien que estaba en las etapas finales de la insuficiencia renal, y Tanya la había llevado al hospital «justo a tiempo». Lo que sea que signifique eso. Pero también era lo bastante malo como para venir a buscarme cuando todas sabíamos por qué estaba allá.

Y estaba extremadamente aterrada de que Tanya solo hubiera venido a buscarme para que tuviera la oportunidad de despedirme. La sola idea de despedirme de mi hermanita me quemaba por dentro e hizo que atravesara el aparcamiento a toda velocidad. Entré corriendo al vestíbulo y exigí:

—Necesito ver a Reba Collins. Sé en qué habitación está. LeAnn me ha enviado un mensaje de texto dijo Tanya a mis espaldas mientras sostenía su teléfono móvil.

Probablemente era algo bueno, porque la señora detrás del mostrador de admisión sinceramente parecía tenerme miedo, o estar a dos segundos de llamar para pedir refuerzos. La ignoré y me volví hacia Tanya.

Vamos. ¿Dónde está?

Tanya pidió indicaciones, algo para lo que yo no estaba de humor; luego, nos precipitamos por los pasillos, subimos por el ascensor hasta el segundo piso, y recorrimos aún más pasillos.

Vamos, nena. Vamos, nena susurré en voz baja . Vamos, cielo. Vas a estar bien. —Tenía que estarlo. Había llegado tan lejos. Todos habíamos llegado tan lejos. Estaría bien.

Por fin llegamos a un vestíbulo y LeAnn saltó de una silla. Su maquillaje, que por lo general estaba perfecto, se veía difuminado y corrido. Quedaba claro que había estado llorando. Corrió hacia nosotras y me abrazó.

—¿Dónde has estado? —lloró mientras me estrujaba—. Beba está muy enferma. Y te has escapado como papá. —El apodo de LeAnn para Reba era Beba desde que era pequeña y no podía pronunciar bien la letra R. El nombre se había quedado así desde entonces.

Un puñetazo en mi estómago. Claro que Tanya y yo no le habíamos dicho a dónde iba realmente ni qué estaba haciendo, pero le había dicho que iba por Reba. Pasé mis dedos por el cabello de LeAnn mientras la aferraba a mí, y las lágrimas finalmente cayeron por mis mejillas. Sabes que me fui para intentar conseguirle a Reba su nuevo riñón.

LeAnn se apartó de mí con ojos esperanzados.

¿Lo has conseguido? Lo necesita, Porsche. Lo necesita ahora o puede que ya no importe.

Doble puñetazo en el estómago. Negué con la cabeza, y mi labio inferior temblaba. Después de lo de esta noche, de dejar los terrenos de esta forma… No, no había manera. Había perdido mi oportunidad. Le había arrebatado a Reba la oportunidad de tener un riñón.

Todo había sido en vano.

LeAnn hizo un ruido de dolor e ira y la acerqué a mí. Ella se resistió por un largo momento, pero por fin cedió. No me

devolvió el abrazo, pero al menos me dejó abrazarla. Lo necesitaba, aunque estuviese enojada conmigo ahora mismo por fallarle. Por fallarles a todos.

—Dime, ¿cómo está? —pregunté—. ¿Te han dejado verla?

LeAnn se separó por completo de mí y se cruzó de brazos. Bajó la mirada al suelo, su cabello caía y me ocultaba su expresión. Aun así, la escuché murmurar un «está mal».

Maldita sea, ¿por qué todas seguían diciendo eso, pero sin darme más detalles?

Pero en ese momento, salió una enfermera y yo me precipité hacia ella.

Soy la hermana mayor de Reba Collins. Por favor, necesito saber su estado. ¿Qué está pasando con ella? ¿Hay algún médico con el que pueda hablar sobre su condición?

Una mirada de simpatía cruzó el rostro de la mujer.

Le traeré a la doctora Reynard. Deme un momento. Asentí con la cabeza y la dejé continuar su camino. Le dio unos papeles a otra persona en la sala de espera y luego desapareció detrás de la puerta. Caminé y me mordí las uñas durante los siguientes diez minutos hasta que una mujer de mediana edad apareció.

Corrí hacia ella.

¿Doctora Reynard? pregunté esperanzada . Soy la hermana mayor de Reba.

Ella me dedicó una sonrisa tierna y amable.

—Ha estado preguntando por ti, pero ahora está dormida.

Diez mil puñetazos en mi estómago. Estuvo sufriendo, tan enferma; había preguntado por mí y yo no estaba con ella. Era un último intento desesperado y había fallado espectacularmente.

¿Como está?

El rostro de la doctora Reynard se ensombreció.

—No muy bien. Está en las etapas finales de insuficiencia renal. Tener otra infección urinaria ha causado estrés en su sistema renal, lo cual simplemente no puede manejar.

¿Qué demonios significa eso? pregunté bruscamente, pero luego hice una mueca . Mierda, lo siento. Entonces me di cuenta de que acababa de decir otra mala palabra—. Lo siento. Entonces, ¿por fin la pondrán de primera en la lista? ¿Podrá recibir un trasplante?

Y entonces vino la mirada. La misma maldita mirada que había visto en los rostros de un centenar de médicos, primero cuando mi madre se estaba muriendo y luego cuando Reba era adolescente y descubrimos que tenía la misma enfermedad renal de la que al final murió mamá.

La mirada que decía, «oh, lo siento, el doctor se sintió mal, pero no había nada que pudieran hacer». Empecé a negar con la cabeza.

—No —dije. Cogí el antebrazo de la doctora y la aparté de mis hermanas, llevándola hacia la esquina de la sala—. No. Mi hermana se merece ese riñón. Merece estar encabezando la lista. Tanya no me ha contado mucho, pero me dijo que Reba tuvo un colapso. Tuvo un jod… un colapso. Mi madre murió de esto. No puedo decirles a esas chicas que también van a perder a su hermana. No se atreva a hacer que vaya a decirles eso. Usted es doctora, ¡sane a mi hermana!

La doctora Reynard me miró con más compasión de lo que la mayoría de los médicos se habían molestado en mirarme. Y lo entendí, lo entendí de verdad: ella trabajaba en un turno de noche en un hospital regional de Georgia en medio de la nada. Sin embargo, sin embargo…. Si ella no me ayudaba, ¿quién diablos lo haría?

Sigue siendo posible que los antibióticos entren en acción y se recupere de la infección urinaria, y haré todo lo posible para ver si puedo adelantar su estado de prioridad en la lista, pero hay pautas muy estrictas y demasiadas personas necesitadas, además de tan pocos donantes…

Me alejé de ella, harta de las palabras que había escuchado miles de veces antes.

Justo a tiempo para ver a Sully entrando velozmente a la sala de espera. Sus fuertes pisadas resonaban incluso cuando

se detuvo para mirar a su alrededor.

Sus ojos se posaron en mí tres punto dos segundos después de que yo lo hubiese visto.

Había venido. Se había ido de la Oleander y había arriesgado todo por lo que se había quedado. Lo que sea que hubiera logrado que se quedase allí soportando todo lo que odiaba… lo había dejado todo.

Por mí.

Atravesé la sala y me arrojé a sus brazos.

CAPÍTULO 22

Portia

No me dejaron entrar para ver a Reba en toda la noche. Durante toda la dolorosa y larga noche tuve que esperar para ver a mi preciosa hermanita.

La única razón por la que sobreviví había sido Sully. Cuando me tuvo en sus brazos, no me soltó. Siguió sosteniéndome de alguna manera, incluso si era cogiendo mi mano en la suya mientras se lo presentaba vacilantemente a Tanya y LeAnn. Sentían curiosidad: Tanya parecía tener sospechas al verlo con el esmoquin elegante que los ancianos le habían dado. Dios mío, ¿había sido hoy mismo cuando había bajado con tanta confianza por esas escaleras mientras estaba desnudo y a mi lado? Sentía como si hubiera pasado una eternidad.

Entonces, bueno, Tanya le fulminó con la mirada toda la noche cuando se quedó a mi lado. LeAnn lo miraba como si fuera un caballero andante que había venido a salvarnos. Había visto demasiadas películas de Disney de niña, lo cual fue enteramente mi culpa.

Yo lo sabía bien, Sully no podía salvar a Reba más de lo que yo podía. Pero había hecho lo que estaba en sus manos: venir. Había sacrificado lo que sea que significase para él estar en la Orden del Fantasma de Plata. Estaba aquí para mí. Incluso logré lo imposible: por una hora me dormí apoyada en su pecho mientras esperábamos las horas de visita de la mañana. Y cuando me desperté, me desperté viendo los ojos café más increíbles de todos. El sol matutino se reflejaba por la ventana, y sus ojos se veían traslúcidos contra la luz. Por primera vez no parecía atormentado ni enojado. Me estaba mirando fijamente, y parecía sentir… algún tipo de emoción que no podía nombrar. Nunca se la había visto antes. Pero mientras mis ojos se adaptaban para verlo mejor, él levantó una de sus enormes y brutales manos

y acarició mi rostro con la mayor delicadeza posible; tan gentil fue que envió un escalofrío a recorrer todo mi cuerpo.

—¿Por qué no me lo habías dicho, hermosa? —susurró con un tono de voz profundo, tierno y grave.

Respondí con tanta honestidad como pude: Nunca me lo preguntaste. Solo asumiste.

Cerró los ojos brevemente y bajó la cabeza antes de asentir; luego, me acercó hacia él y me besó la frente de una forma muy muy dulce. Nunca había sentido que sus deliciosos labios fuesen tan delicados. Era muy malo sentirme tan bien en sus brazos cuando mi hermana… mi hermana…

Reprimí un sollozo. Sully me abrazó con más fuerza.

—Está bien, bebé. Puedes contármelo. —Miré por encima de su hombro para ver a mis hermanas mientras negaba con la cabeza. Tenía que mantener la calma por ellas.

Mientras dormías, le dije a Tanya que se llevara a LeAnn a casa por un rato —dijo contra mi pelo.

Retrocedí, bastante aturdida. ¿Y te escuchó?

Sully sonrió. Era tan deslumbrante, tan perfecto.

—Parece que ustedes, las Collins, son una banda de obstinadas. Sí que me ha advertido antes que me cortaría las pelotas si te lastimo. Pero LeAnn necesitaba un descanso, así que cedió.

Sonreí lánguidamente. Así era Tanya. Y entonces mi labio tembló de nuevo, y ya no pude contenerlo más. Enterré la cabeza en su hombro y sollocé.

—Reba —lloré contra su hombro—. Solo tiene veinte años. ¡Ni siquiera ha empezado a vivir! Se suponía que con la Orden le conseguiría un riñón, pero he arruinado hasta eso.

Sully no me acalló ni dijo que parara de llorar. Se limitó a asentir y me preguntó más al respecto. Tal parecía que podía ser un muy buen oyente cuando se lo proponía. Me escuchó cuando le conté que siempre había sido la mamá luego de que nuestra madre muriera y nuestro padre se hubiera ido;

que a veces era tan difícil que, en mis peores momentos, hasta yo había soñado con irme. Pero Reba era la mejor de todas y la que menos se merecía toda la mierda que la vida le había dado. Y, de alguna forma, Sully me escuchó y no hizo lo que odiaba que hicieran los hombres: no me propuso una forma de arreglarlo ni trató de decirme de inmediato diez formas en las que él hubiera hecho las cosas distinto. Se limitó a… escuchar.

Y entonces, cuando terminé de hablar y mientras me seguía abrazando, me contó sobre su hermana. Resultaba que teníamos más en común de lo que nos imaginábamos. Qué curioso que seamos tan similares, a pesar de ser tan diferentes. Tuve a mi papá toda mi vida. No nos dejó, o por lo menos no de la misma forma en la que el tuyo lo hizo, pero trabajaba todo el tiempo, y cuando no trabajaba, estaba en la Oleander. La Orden del Fantasma de Plata tenía más importancia para él que mi madre, mi hermana Jasmine y yo juntos.

—Estoy segura de que debió haber sido difícil —dije. Era lo que era, pero te aseguro que quería alejarme de todo eso tan pronto como pudiera. Y lo hice. Me fui al oeste hasta que alcancé el mar y no pude avanzar más. California fue mi santuario, pero incluso con kilómetros de distancia no pude escaparme de esta mierda. Él murió y tuve que regresar.

—¿Por qué? —le pregunté—. Tengo la impresión de que odiabas a tu padre. ¿Por qué sentiste la necesidad de volver a causa suya?

No volví a causa de él o de su funeral. Soltó un largo suspiro—. Sí, detestaba a mi padre. Era un hijo de puta egoísta que solo se preocupaba por su prestigio y por sí mismo. Nada de lo que mi hermana o yo hacíamos era suficiente. Nunca nos golpeó ni nada, pero habría preferido una golpiza física antes de la verbal que nos daba cada día que nos bendecía con su presencia ocasional. Volví para ofrecerle apoyo a mi hermana, y supongo que, si tengo que

ser honesto… también volví por mi madre, de alguna manera retorcida.

Él negó con la cabeza.

—Mi madre no era mucho mejor que mi padre. Se preocupaba más por sus fiestas y organizaciones benéficas que sus propios hijos. Mis padres eran egocéntricos e hicieron muy poco para criarnos. Puedes agradecerles a las muchas niñeras que tuvimos por mi encantadora personalidad. Una pequeña sonrisa cruzó sus labios . Pero mi hermana era distinta. Jasmine tenía un corazón puro. Su amor por mí era el único amor genuino que sentí de niño, e incluso ahora. Era como yo. No pidió haber nacido en esta pesadilla en la que nos sirvieron todo en bandeja, y tampoco yo.

—Es mejor que la pobreza, créeme. Él asintió.

Tal vez. No tengo forma de saberlo. Pero sí te diré algo: odio el dinero. Odio lo que le hace a la gente. Odio la sed, la necesidad materialista, y la codicia devoradora que me ha rodeado toda mi vida.

—¿Entonces por qué quisiste intentar formar parte de la Orden?

Por mi hermana. Necesito completar las pruebas para quedarme con el negocio de la familia. Industrias VanDoren no pasa a pertenecerme automáticamente. Está en el testamento de mi padre que un miembro de la Orden debe ser el dueño de la empresa. Tengo que convertirme en miembro o lo perderé todo.

Me di cuenta de que incluso hablar sobre esto le molestaba. Tensó la mandíbula y sus ojos parecían oscurecerse con cada palabra.

—No lo entiendo. Acabas de decir que odias todo esto. ¿Por qué quieres el negocio de la familia?

Yo no lo quiero, pero mi hermana sí. Y el estilo de la Orden, retorcido como siempre, evita que lo herede ella. Lo estoy haciendo por ella y solo por ella.

¿Señorita Collins?

Levanté la vista y luego salté cuando vi a la amable enfermera de anoche.

—¿Sí?

Acabo de terminar mi turno, pero la doctora Reynard me pidió que la dejara entrar un poco más temprano a ver a su hermana ya que ha estado esperando toda la noche. Ya está despierta.

¡Gracias!

Cogí la mano de Sully y lo arrastré por la puerta que la enfermera estaba sosteniendo. El resto de la sala de espera estaba vacía.

Yo seguía pensando frenéticamente en todo lo que me había dicho él. Se había quedado y había pasado por esas terribles pruebas por amor fraternal, también. La familia tenía significado para él. Una gran parte de su vida había sido definida por la traición y el abandono de su padre. Seguía siendo abandono, aun si era diferente del de mi padre, lo cual, quizás, era aún más engañoso, ya que había estado presente todo el tiempo, pero había tomado la decisión activa cada día de elegir el trabajo y la Orden por encima de la familia que le esperaba en casa. Aquello había herido a Sully tanto como mi padre me había herido a mí.

Solo faltaba un poco más para llegar a la habitación de Reba. Dejé a Sully afuera, pues no quería tener que explicarle su presencia a Reba cuando toda la atención debía estar puesta en ella, pero solo el saber que estaba cerca era un consuelo gigante. No quería explorar demasiado esa idea, pero en verdad se había aparecido para verme anoche, y después de todo por lo que habíamos pasado…

Doblé la esquina y me quedé boquiabierta cuando vi a Reba.

—Beba —exclamé, usando el sobrenombre que LeAnn tenía para ella. Me precipité hacia la cama y me senté en el borde, junto a su diminuto y débil cuerpo.

¿Qué diablos había sucedido en los tres meses que me fui?

Estaba en los putos huesos. La cogí de la mano y se sentía gélida al tacto. De inmediato empecé a frotarla para darle calor.

—Eh, nena —dije, tratando de darle a mi voz el tono más cálido posible, pues ella no necesitaba darse cuenta de lo espantada que estaba al verla de tal forma.

Tenía los ojos hundidos, los labios secos, la piel… Parecía como si… Parecía como si estuviera muriendo. La cogí de la mano como si pudiera transferirle algo de mi propia vida a su cuerpo sin fuerzas. Ella abrió la boca como si fuera a saludarme o a decir mi nombre, pero no salió ningún sonido.

Negué con la cabeza.

No, cariño, está bien. Ni siquiera intentes hablar. Oí que tuviste un pequeño accidente y que tus piernas no han cooperado. No hace gracia, piernas. —Meneé el dedo hacia sus piernas y luego le sonreí . Pero tu hermana mayor ya está aquí. Lo arreglaré todo, como siempre.

Pero ella se limitó a mirarme con su sabiduría como… Como si no me creyera. Como si no supiera de lo que estaba hablando. Como si yo fuera la niña y ella la mayor que entendía las realidades adultas, como la muerte y la agonía, mientras que yo era una cría que daba patadas a las sombras contra las que no tenía esperanza de ganar o siquiera comprender.

Yo solo sacudí la cabeza.

—No, Reb. No.

Ella me dedicó una sonrisa mínima.

Y entonces abrió los ojos de par en par con shock y con lo que parecía ser un dolor insoportable. Un fino y agudo gemido de dolor provino de su garganta y todos los aparatos que estaban conectados a ella empezaron a descontrolarse.

—¡Reba, Reba! —grité.

Pero no podía responder, había puesto los ojos en blanco. Corrí hacia la puerta y grité:

¡Enfermera! ¡Doctor! ¡Doctor!

CAPÍTULO 23

Sully

Las paredes del hospital parecían venirse encima de nosotros, y las sombras de los muertos rondando los pasillos nos recordaban que no todo el mundo sale de este edificio con vida.

La hermana de Portia se estaba muriendo y no había absolutamente nada que pudiera hacer para ayudarla. Portia se había aturdido y enfadado tanto cuando el médico nos habló sobre lo que le pasaba a su hermana: infecciones urinarias recurrentes debido a que se encontraba en las últimas etapas de la enfermedad renal, lo que provocaba una complicación poco común, entre otras cosas. En pocas palabras, si no conseguía ese nuevo riñón, iba a morir.

Por primera vez en mi vida, deseé ser mi padre. Mi padre tenía poder, dinero, hilos larguísimos de los que podía tirar. Habría podido salvar a la hermana de Portia. Habría podido hacer que todo resultase bien. Pero debido a que había sido tan endemoniadamente terco y me había resistido a cada mano que me habían echado, ni siquiera sabía por dónde empezar para intentar conseguirle un riñón a esa pobre chica. No podía hacer unas llamadas y ya.

Estaba indefenso. Dios, desearía ser como mi padre.

Tenía los ojos cerrados, pero no dormía. Había estado despierto toda la noche mientras Portia dormía apoyada en mi hombro debido a su constante despertar para preguntar por novedades sobre su hermana. Empezaba a sentirme agotado, pero me preocupaba que, si me quedaba dormido, no estaría allí si ella me necesitaba. No la iba a dejar ni por un segundo.

Puede que no pudiera darle un riñón a su hermana, pero sí que podría entregarme por completo a Portia.

Un golpecito en el hombro en el que Portia no estaba apoyada me hizo abrir los ojos con sorpresa: era

Montgomery Kingston. Parpadeé un par de veces para asegurarme de que era la realidad y no un sueño retorcido por el cansancio extremo, pero cuando vi el rostro preocupado de mi viejo amigo y el gesto de su cabeza para que fuese a hablar con él, supe que esta pesadilla era, de hecho, una realidad.

La Orden me había encontrado. Sabían que Portia y yo nos habíamos ido. Todo estaba perdido. No estaba seguro de cómo moverme sin despertar a Portia, pero hizo que fuese una decisión fácil pues levantó la cabeza y miró a Montgomery.

¿Saben que nos hemos ido? le preguntó a Montgomery.

Era una emergencia dije. Montgomery asintió con tristeza y luego miró a Portia con una profunda simpatía dibujada en cada centímetro de su rostro y en las profundidades de sus ojos. Lamento lo de tu hermana. Cuando la Orden del Fantasma de Plata escuchó que… Bueno, cuando escuché que… De todos modos, lo siento mucho.

Ella asintió con la cabeza y luego se puso en pie. Se estiró y torció el cuello.

—Debería ir a ver a Reba y ver si hay alguna novedad — dijo.

Cogí su mano y la apreté, diciéndole en silencio que estaba allí para ella si me necesitaba. Cuando salió de la sala de espera, centré mi atención en Montgomery.

—Entonces, ¿estás aquí para decirme que hemos fallado la iniciación? ¿Te enviaron a hacer el trabajo sucio?

—Quería ser yo —dijo Montgomery—. Y no, todavía no la has fallado oficialmente. Están pidiendo que ambos regresen a la Oleander para enfrentar las consecuencias.

¿Para qué molestarse? Me froté los ojos somnolientos

— . Siendo sincero, no podría importarme menos si alguna

Él
—Sí.
asintió.

vez vuelvo a poner un pie en esa casa.

Ambos estaban a punto de terminar las pruebas. ¿No quieres ver si harán una excepción, considerando la razón por la que ambos se han ido?

Nunca me había enterado de que los ancianos fueran misericordiosos o empáticos de alguna forma. Las reglas son las reglas —dije—. Lo sabes tanto como yo.

—No admitas la derrota —dijo Montgomery mientras se sentaba en el puesto vacío a mi lado . Sé por qué lo hacías. Ahora también sé por qué lo estaba haciendo Portia.

—Un riñón —dije—. Lo estaba haciendo para salvar la vida de su hermana.

Negué con la cabeza. Me sentí superficial y melancólico. Mi motivo, y el motivo de cada persona para hacer la iniciación, parecía tan ínfimo en comparación. La Orden del Fantasma de Plata eran los hacedores de reyes y los confeccionistas de sueños, y tenían el poder de concederle a Portia su deseo. Pero ahora… Bueno, realmente no importaba. Lo hecho, hecho estaba.

¿Cómo está su hermana? preguntó Montgomery en voz baja.

—Terrible. Está muriendo. Sufre mucho y el personal está tratando de hacer todo lo posible para que se sienta cómoda, pero no es lindo. Las hermanas de Portia se han ido a dormir un poco, lo cual es bueno. Pero Reba se está deteriorando muy rápido.

¿Y no pueden conseguirle un riñón? No lo bastante rápido. No. Me incliné hacia adelante, apoyé los codos en las piernas y me pasé la mano por el pelo. Estaba bastante seguro de que lucía desastroso. Era la primera vez que pasaba horas y horas en un hospital, pero no tenía intención de irme sin Portia.

—Traté de hacer todas las llamadas que pude. —Negué con la cabeza . Inclusive fui a Administración e hice lo que juré que nunca haría en mi vida: intenté usar el apellido VanDoren para conseguir lo que quería. Fue inútil.

La Orden puede conseguirle ese riñón, o no habrían aceptado la solicitud de Portia antes de que ella comenzara las Pruebas —dijo Montgomery.

—Claro, bueno, es evidente que lo arruinamos. Dudo mucho que me entreguen una hielera con un riñón como premio de consolación por fallar la iniciación.

—No has fallado. Has sido descalificado —dijo Montgomery—. Y eso ni siquiera lo sabemos. Están pidiendo que ambos regresen y hablen sobre esto.

—No voy a dejar a Portia —dije—. Ni siquiera es una opción en estos momentos. Y Portia no va a dejar a su hermana, así que no…

Iremos interrumpió Portia mientras entraba en la sala de espera—. Reba está durmiendo y mis hermanas están en camino. —Me miró—. Tenemos que enfrentarnos a esto. Probablemente no saldrá nada, pero si hay alguna posibilidad de ese riñón, si tienen un poco de compasión…

Sus ojos llenos de lágrimas se clavaron en los míos. No estaba seguro de cómo decirle que no creía que la Orden supiera lo que significaba la palabra «compasión». No figuraba en su diccionario de mierda.

Me levanté, la rodeé con los brazos y le susurré al oído: La Orden, la iniciación… Todo es ruido. Ignóralo. No podemos dijo mientras se apartaba de mí, pero cogió mi mano entre las suyas—. Me he comprometido. Tú también lo has hecho. Fingir que no existen no hace que esto desaparezca. Tenemos que ir para allá e intentarlo. La voz se le quebró en la última palabra.

Y entonces me di cuenta con exactitud de por qué esta mujer se había sometido a todas las pruebas humillantes, degradantes y dolorosas que la Orden le había pedido. En verdad haría cualquier cosa por su familia. Hasta volver a la boca del lobo con la cabeza en alto a suplicar.

Respiré hondo y miré a Montgomery. Llámalos. Vamos de regreso.

Mientras conducía de regreso a la Oleander, por fin acabé con el largo silencio entre nosotros.

—Te prometo que, una vez que nos vayamos de aquí, no me detendré hasta encontrar la forma de conseguirle ese riñón a Reba. Veré si puedo lograr que Montgomery u otros amigos me ayuden. Puede que no tenga la fuerza de la Orden, pero no me rendiré.

Ella siguió mirando por la ventana las hileras de robles que pasaban.

—La lista de espera es larga. Muy larga.

—Lo sé —dije—. Pero te prometo que lucharé. No me limitaré a aceptar un no.

Suspiró y cerró los ojos. Bajó los hombros y se vio muy pequeña y frágil sentada en aquel asiento de cuero. Si hubiera podido cargarla en brazos en aquel preciso momento, no estaría seguro de haberla soltado alguna vez.

A medida que nos deteníamos frente a la mansión, traté de ignorar la sensación de náuseas que tenía en el estómago. Sabía lo que tenía que hacer e iba a poner a prueba cada parte de mi ser.

—¿Estás segura de que quieres entrar?

Ella abrió los ojos y asintió. No podemos hacer nada más que ofrecerles nuestra verdad.

Nuestra verdad.

La señora H nos recibió en la puerta. Escudriñó el rostro de Portia y luego dijo:

Pase lo que pase, quiero que sepas que lo que hiciste estuvo bien. —Me miró—. Se requería valentía, y estoy muy orgullosa de los dos.

Nos condujo al salón de baile blanco donde los ancianos estaban sentados, con sus mantos plateados y bastones en la mano, detrás de una larga mesa. El resto de los miembros estaba rodeando las paredes, y sabía lo que vendría a continuación.

Un juicio. La ceremonia final.

Sully VanDoren, Portia Collins. Ambos han fallado en cumplir los 109 días que se necesitaban para completar las pruebas de iniciación —anunció uno de los ancianos mientras se levantaba y golpeaba el suelo con su bastón como señal de que la ceremonia había comenzado.

109. Era la dirección de la Oleander, 109 de la calle Oleander. Parecía simple a primera vista, pero algún numerólogo en sus inicios hizo su agosto con él. Ya que era 100 más 9, 9 siendo el resultado de 3x3 y 3 siendo el número de la divinidad, bueno, era perfecto. Pasar 109 días de pruebas en la mansión Oleander era lograr una especie de divinidad entre sus filas y poder ser aceptado en la hermandad; los dioses de los hombres, los reyes de los imperios en tiempos modernos.

En otras palabras… Una tontería de mierda completa y total.

Debido a que han incumplido nuestros términos sobre irse de la Oleander, la Orden ha pedido que la Ceremonia Final se lleve a cabo ahora.

El anciano sentado en el extremo derecho de la mesa preguntó:

—Sullivan VanDoren, por favor díganos por qué rompió la regla de la Orden del Fantasma de Plata y se fue de la mansión.

Los cabrones sabían la respuesta. El viejo yo habría dicho esas palabras en voz alta. Me habría comportado como un idiota. Los hubiera presionado, los habría insultado, hubiera luchado por mí… en lugar de luchar por Portia… por nosotros.

Pero ya era hora de que me mordiera la lengua y creciera, joder. Era hora. Ya era hora, desde hace mucho tiempo.

Hubo una emergencia familiar y Portia necesitaba estar con su hermana. La decisión no se tomó a la ligera, pero ninguno de los dos sintió que tuviera otra opción —dije con calma . La Orden es sinónimo de lealtad, y si uno no puede demostrar lealtad hacia su familia, ¿cómo se puede esperar que se haga hacia la Orden?

El anciano que habló por primera vez dijo:

La lealtad hacia la Orden viene antes que la lealtad a cualquier conexión familiar externa. Lo sabes muy bien. ¿Existe alguna oposición por parte de los ancianos en cuanto a por qué no deberíamos descalificarlos a los dos?

Me opongo dijo Montgomery mientras avanzaba un paso hacia los ancianos—. Sé que no soy un anciano, pero ahora soy miembro de la Orden. Siento que esta no solo debería ser una decisión de los ancianos. Siento que todos los miembros deberían tener voz en el destino del señor VanDoren y Portia Collins. Debería emitirse un voto. Todos deberíamos tener voz.

Extendí la mano y cogí la mano sudorosa de Portia. Ninguno de los dos podía hacer nada más que estar frente a ellos y esperar que nuestras oportunidades no se hubieran acabado por completo. ¿Podría ayudarnos Montgomery?

Era improbable. Pero tal vez…

Uno de los ancianos habló:

—En nuestras normas se indica específicamente que ningún candidato que esté pasando por la Iniciación puede dejar la mansión por ningún motivo. Debido a su incumplimiento, ya no puede reclamar su reivindicación en el negocio de los VanDoren ni unirse a nuestra orden. La Bella ya no puede reclamar su sueño.

Montgomery no pareció inmutarse por los ancianos.

—Entiendo que hay reglas, pero tanto Sully como Portia han completado cada prueba sin falta. No fueron nada fáciles, y ambos hicieron cada una con la valentía y el respeto del proceso que la Orden requiere. Creo que merecen tener lo que han venido a buscar aquí.

El señor Sinclair, un anciano el cual sabía que no me tenía mucho aprecio, a pesar de ser muy buen amigo de su hijo Walker, golpeó el suelo con su bastón para detener la continua discusión.

Nuestros linajes representan respeto, prestigio y riqueza. Somos la élite, y usted, Sullivan VanDoren, se ha

resistido a nosotros y a lo que simbolizamos desde el momento en que entró por las puertas de la Oleander. No valora nuestras reglas ni respeta la esencia de la Orden del Fantasma de Plata. Para que se pare ahí y espere que tengamos misericordia de usted y de la Bella… Entrecerró los ojos y se inclinó . Díganos por qué deberíamos tenerla.

Examiné el rostro de los ancianos en busca de algún tipo de pista sobre lo que querían escuchar, pero los rostros de los hombres permanecieron impasibles. No podía descifrarlos, pero podía darme cuenta de que el padre de Walker quería que yo defendiera mi caso.

Suplicar… rogar… Demonios, me arrodillaría si tuviera que hacerlo.

Así que eso es exactamente lo que hice.

Solté la mano de Portia y avancé unos pasos hacia donde estaban sentados los ancianos. Me arrodillé e incliné la cabeza, haciendo una pausa para tener el efecto completo en cada hombre que decidiera mi destino.

—Admito que no he respetado la Orden hasta este momento. No he respetado el apellido VanDoren. De hecho, he intentado resistirme de todas las formas posibles. Pero estoy aquí, de rodillas, rogándoles a todos que tengan piedad de la mujer que está detrás de mí. No podemos fallar la iniciación porque una mujer inocente morirá si lo hacemos. El deseo que se le concedería a la bella sería que la Orden le asegurara un riñón a su hermana moribunda. Solo nos fuimos de la Oleander porque su hermana está muriendo, y no por mi falta de respeto por la Orden.

Levanté la vista del suelo para poder mirar a cada anciano a los ojos.

Por favor. Soy un VanDoren. Mi padre se sentó entre ustedes. Era su amigo, su hermano, su colega. Lo respetaban. —Fijé la mirada en el padre de Walker—. Y aunque no me respeten a mí, les pido, por el bien de mi padre, que le concedan indulgencia a su hijo. ¿Pueden hacerlo por él y por el apellido VanDoren? Por favor.

Ahí estaba. Yo era un VanDoren y usaba el poder de ese apellido para obtener lo que necesitaba. Estaba usando a mi padre para que me ayudara cuando nunca pensé que lo permitiría. Pero lo necesitaba. Quizás no en vida, pero lo necesitaba ahora en la muerte. Necesitaba mi herencia. Necesitaba mi linaje. Necesitaba lo que mi padre había trabajado tan duro por construir.

Supongo que siempre pude haber intentado usar mi apellido para bien en vez de huir y esconderme de él. Supongo que pude haber sido un hombre y no intentar luchar contra esto, sino aceptarlo. Ser un VanDoren no tenía por qué ser una maldición. Era un apellido del que podía estar orgulloso.

Quizás era demasiado tarde, pero tenía que intentarlo.

—Mi nombre es Sullivan VanDoren. Es mi derecho de nacimiento ser miembro de la Orden del Fantasma de Plata. Pido respetuosamente a la Orden que me conceda ese derecho.

El primer anciano que había golpeado su bastón para iniciar la ceremonia lo hizo de nuevo. Los fuertes golpes de la madera contra el mármol hicieron que sintiera las reverberaciones en mis rodillas mientras permanecía en una posición de sumisión y humildad.

Señor VanDoren, por favor, salga del salón de baile con su bella para que podamos discutir el asunto que se nos ha presentado. —Volvió a asestar el bastón contra el piso para finalizar su declaración.

Me di cuenta de que había estado conteniendo la respiración, así que exhalé y me puse en pie. Eché un vistazo a Montgomery, quien asintió con la cabeza de forma tranquilizadora, y luego me acerqué a Portia, que estaba inmóvil y con lágrimas en los ojos.

Puse mi mano en la parte baja de su espalda y la conduje fuera del salón de baile, como se esperaba que hiciera. Todo lo que podemos hacer es esperar le dije.

Tú… ¿tú hiciste eso por mí? preguntó mientras una lágrima rodaba por su mejilla . Te arrodillaste por mí frente a esos hombres que odias. Luchaste por nosotros. Tú…

La silencié con un beso firme y posesivo. Necesitaba su roce tanto como estaba seguro de que ella necesitaba el mío. Me alejé y limpié las lágrimas que seguían naciendo de sus brillantes ojos azules.

—No hay nada que no haría por ti, por tu hermana. Y a partir de este momento seré el guerrero que esté a tu lado, incluso si eso significa dejar caer mi espada.

Me envolvió con los brazos y apoyó su rostro en mi cuello. Con el murmullo más suave, escuché unas palabras que nunca supe que significarían tanto para mí:

—Sully VanDoren, no eres el hombre que esperaba. Nunca podré agradecerte lo suficiente lo que has hecho por mí. Lo que dijiste… sé que no fue fácil de decir. No, no lo fue. Joder, fue horrible. Pero si eso hace que se lo piensen otra vez y no declaren instantáneamente que hemos fallado, entonces besaría cada uno de sus pies si tuviera que hacerlo. Me arrastraría por vidrio para llegar hasta ellos. Haría lo que fuese.

Cogí un mechón de cabello que le caía en la cara y se lo acomodé detrás de la oreja con una caricia. Sé que no he sido un hombre con el que pudieras contar. Por lo menos no en este lugar. Pero voy a cambiar eso. Con el amor viene una responsabilidad de la que nunca huiré. Estoy aquí. Estoy aquí para ti. No me esconderé ni intentaré irme. Estoy aquí.

No tuvimos mucho tiempo para quedarnos de pie y procesar nuestras declaraciones de amor, pues el impacto de bastones y la puerta del salón de baile dejaron muy claro que se había tomado una decisión.

—No importa qué, estamos juntos en esto —dije mientras regresábamos al salón de baile.

Encontré a Montgomery entre el mar de cuerpos, pero no quiso mirarme a los ojos. Algo estaba mal. Esto no iba a ser

bueno.

Sintiendo que necesitaba estar aún de rodillas, ocupé mi lugar frente a ellos y bajé hasta el suelo. Portia hizo lo mismo, y aunque no creo que la Orden esperara que una bella suplicara al lado de un iniciado, demostró cuánto esperábamos que tuvieran misericordia.

El señor Sinclair habló en voz alta.

—La Orden del Fantasma de Plata ha votado, como sugirió Montgomery Kingston. Se ha decidido que uno de ustedes puede pasar la iniciación. Pero solo uno.

Centró su atención en Portia y luego en mí.

Sullivan VanDoren, dejamos la decisión en sus manos. Puede ser usted el que apruebe, se haga cargo de las empresas VanDoren tal como previó su padre y se convierta en miembro de la Orden del Fantasma de Plata. O puede ser Portia Collins quien complete la iniciación. Su petición fue un riñón, el cual la Orden está preparada para conceder hoy. Los arreglos se pueden hacer de inmediato.

Mi corazón se detuvo y la cabeza me dio vueltas. Una elección. Solo una opción.

No habría empresas VanDoren, ni nada que pasarle a Jasmine. Todo el tiempo que llevaba aquí y mi objetivo no se cumpliría si elegía el riñón para la hermana de Portia.

No ganaríamos juntos. Habría un perdedor y un ganador.

Sinclair continuó:

—Para reiterar, solo puede haber una opción. Entonces, ¿cuál de las dos será? ¿Será la Orden una hacedora de reyes o una confeccionista de sueños?

CAPÍTULO
24

Portia

Me quedé boquiabierta en estado de consternación. ¡No era justo! Había sido una emergencia familiar. Mi hermana se estaba muriendo. ¿Es que estos cabrones no tenían ni una gota de compasión en sus fríos y desalmados corazones? Denle a Portia el riñón para su hermana dijo Sully en voz alta y retumbante—. Renuncio a mi derecho a la compañía de mi padre.

Me quedé boquiabierta y me volví hacia él.

—¡Sully, no! Es tu herencia. Me acabas de decir lo importante que es para su familia. Tu mamá. Tu hermana.

Sully se limitó a negar con la cabeza, se acercó y a mí y me cogió el rostro.

—No es de vida o muerte, bebé. Y todavía no lo sabes, pero puedo motivarme mucho cuando quiero. Me aseguraré de que mamá y Jasmine estén bien.

El señor Sinclair interrumpió cualquier otra cosa que Sully estuviera a punto de decir.

—Ya ha sido decidido. Señorita Collins, su deseo será concedido de inmediato. Un riñón está listo y será transportado al Hospital St. Joseph en una hora.

Las piernas se me doblaron, pero Sully me atrapó antes de que cayera al suelo. ¿Era esto real? No podría serlo. Después de todo este tiempo…

—Ahora salgan de la mansión mientras discutimos los términos de venta de Industrias VanDoren —continuó el señor Sinclair . Dado que Sullivan no asumirá el cargo, ahora estará en subasta para los miembros.

Si a Sully le sorprendió aquello, no lo demostró. Se limitó a poner mi brazo alrededor de su cintura y me sostuvo mientras caminaba con piernas temblorosas hacia la puerta del salón de baile; luego atravesamos el vestíbulo y bajamos los escalones hacia la entrada.

Parpadeé con vacilación mientras veía la luz de la mañana.

—¿Hablaban en serio?

—La Orden no hace promesas que no pueda cumplir. Tu hermana tendrá ese riñón en una hora.

Aquellas palabras hicieron que una oleada de alivio y calidez me recorriera. Reba podría estar bien de verdad. Estos locos, poderosos y sádicos infelices realmente podían hacer milagros. Sacudí la cabeza con incredulidad.

Pero luego volví a mirar a Sully, y me sentí afligida de nuevo cuando recordé a lo que había renunciado por mí.

¡Pero, Sully, tu empresa!

Él se encogió de hombros como si no fuera gran cosa.

—Era la empresa de mi padre, no la mía. Nunca fue mía.

No iba a dejar el tema tan fácilmente.

Pero pudo haberlo sido. Era tuya y de tu hermana por derecho. No tienen derecho a pensar que pueden subastarla y…

Sully extendió la mano y cogió las mías con delicadeza, dándoles un apretón.

—Tienen todo el derecho. Este era el mundo de mi padre y a él le encantaba. Amaba a la Orden, su poder y prestigio más que a nada. A veces pensaba que hasta más que a su propia familia. Estoy seguro de que ese viejo infeliz está mirando hacia arriba desde el infierno y asintiendo con la cabeza en señal de aprobación con todo lo que están haciendo.

Apreté la mano de Sully con más fuerza. Miró, por encima de mi cabeza, la avenida de robles que bordeaba la larga entrada. Sus hojas estaban marchitas por el invierno. Teníamos robles similares cerca de donde yo vivía, y sus hojas se caían fugazmente justo antes de que crecieran otras nuevas en la primavera. No eran verdaderos siempreverdes, sino símbolos de majestad y testigos del tiempo. Una verdad resonó en las siguientes palabras de Sully: Y hoy al menos pude darme algo de cuenta de por qué, quizás, hizo lo que hizo. Para él era importante mantener a

su familia y darnos siempre lo mejor. Luchó duro para hacer crecer su imperio en lo que era en su apogeo. Se enterró en una tumba prematura al hacerlo, pero no se puede decir que el hombre no tuviera ambición.

Ver la expresión conflictiva de Sully mientras hablaba de su padre me hizo querer rodearlo con mis brazos y piernas. Quería envolverlo con todo mi cuerpo, consolarlo y hacer que todo fuera mejor.

Lamentaba mucho el profundo dolor que evidentemente le había ocasionado su padre por estar tan ocupado y no tener tiempo para él. Quería retroceder en el tiempo, sacudir al hombre y decirle: «¿No ves el hijo tan increíble que tienes? ¡Despierta! ¡Es asombroso! ¡Aprécialo y ambos aprenderán a amarse mejor mientras tengan tiempo! ¡Las hojas se caerán, tu tiempo se agotará y será demasiado tarde!».

Pero claro que no había ninguna máquina del tiempo. Y todo lo que podíamos hacer ahora era amarnos y aliviar el dolor que nuestros padres nos habían infligido, poner ungüento en las cicatrices del otro para que se curaran tal como lo estaba haciendo mi marca.

—Sabes que te amo, ¿verdad? —dijo Sully de la nada.

Me atraganté un poco con mi lengua, pero finalmente logré tartamudear:

—¿Q-qué?

Me miró y sonrió.

Tú también me amas. Probablemente te enamoraste de mí primero.

Le di una palmada en el pecho.

—¡No! —Y entonces continué de inmediato con un altivo

: Está claro que has sido tú el que se enamoró de mí primero. No podías quitarme las manos de encima.

Él se rio. Era una risa fuerte y estruendosa que me iluminó hasta las yemas de los dedos. ¡Había dicho que me amaba! Seguía dando y dando vueltas por mi cerebro como una pequeña descarga eléctrica. ¡Él me amaba!

Cariño, odio tener que enseñarte sobre el comportamiento de hombres, pero eso no siempre equivale a amor.

Le di otra fuerte palmada en el pecho al oír eso y arqueé una ceja.

Bueno, si es eso lo que piensas, tal vez no me entregue a ti tan fácil en el futuro.

Empecé a alejarme de él, pero envolvió sus brazos alrededor de mi cintura y tiró de mí para que estuviera al ras contra su pelvis, y de repente su mirada se volvió seria.

—No, preciosa, no digas eso. —Sus ojos buscaron los míos . Sigo esperando que tú me lo digas.

Tragué. De repente sentí la boca seca. Pero él había sido muy valiente y yo también podría serlo.

—Te amo.

Simple y directo al grano.

Un milisegundo después de que las palabras salieran de mi boca, sus labios chocaron contra los míos. Nos besamos, nos besamos y nos besamos. Sentí un hormigueo en mi interior y estaba seriamente al borde de alcanzar el clímax tan solo con ese beso cuando un sonoro carraspeo logró que retrocediese y me separase de los labios más asombrosos en la Tierra de Dios.

Era Montgomery, quien estaba parado al final de los escalones con una sonrisa en el rostro mientras nos miraba.

—Se acabó. Industrias VanDoren se ha vendido.

Sully me cogió de la mano y me llevó hacia él.

¿Cómo salió todo? ¿Quién es el dueño del legado de mi padre?

Montgomery sonrió más ampliamente.

Yo.

Sully dio un paso atrás y pude ver por su rostro que no estaba feliz.

No te tomaba por un hijo de puta que diera puñaladas por la…

Montgomery puso los ojos en blanco.

La compré para poder administrarla y mantenerla en fideicomiso para tu hermana hasta que sea mayor de edad, imbécil.

El cuerpo tenso de Sully se relajó de inmediato. Soltó mi mano solo para poder envolver a su amigo en un abrazo violento. Fue breve, pero por la mirada en los ojos de ambos hombres cuando se separaron, me di cuenta de que había sido significativo para ambos.

Gracias, hermano dijo Sully.

Montgomery asintió.

—Siempre.

¿Entonces eso es todo? preguntó Sully. ¿Puedo irme de rositas y ya?

—Bueno, no puedes ser miembro si eso es lo que estás preguntando.

Sully se rio amargamente.

Oh, no, ¿no puedo correr con un manto encima y asustar a las pobres mujeres a las que persiguen como perros y meten en ataúdes? Lo siento, hermano, ese es tu trabajo, no el mío. Estaré feliz de meter esta mansión de mierda en un cajón y olvidarla.

Montgomery se estremeció visiblemente cuando oyó esa parte, pero Sully no se retractó. Sabía que seguía bastante enojado por todas las cosas crueles que había tenido que sufrir mientras estaba bajo ese techo y por estos motivos. En verdad no podía imaginarme a Sully siendo parte de la Orden.

Montgomery se inclinó, con el ceño fruncido.

Es una pena, porque estoy tratando de cambiar la Orden desde adentro, y me podría haber venido muy bien un buen hombre como tú.

Pero Sully se limitó a negar con la cabeza.

—No tengo paciencia para esa mierda. Si veo algo jodido, quiero destrozarlo, no rehacerlo.

Montgomery asintió. Era probable que hubiera elegido sabiamente no continuar con esa pelea. Pero entonces Sully

volvió a abrazarlo con fuerza y escuché débilmente las palabras que le susurró a Montgomery al oído.

—Pero gracias, hermano. Siempre tendrás mi gratitud por lo que hiciste hoy. Nada cambiará eso jamás.

Cuando se separaron, me di cuenta de que Montgomery estaba conmovido, pero trataba de ocultarlo. Se aclaró la garganta de nuevo, pero luego señaló la mansión por encima de su hombro.

Bueno, será mejor que vuelva. Están preparando el papeleo mientras hablamos.

—¿Y el riñón? —pregunté, necesitando una seguridad adicional . ¿De verdad está en camino para Reba?

Montgomery sonrió.

—La están preparando para la cirugía en estos momentos.

Agarré la mano de Sully.

¡Dios mío, tenemos que irnos! ¡Apenas podremos regresar a tiempo!

Sully se despidió de Montgomery por encima del hombro mientras yo lo arrastraba de regreso a su camioneta para el viaje de veinte minutos de regreso al hospital.

Dejó una mano tranquilizadora en mi rodilla e hizo círculos con ella durante todo el camino.

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VISTA PREVIA DE OBSESIÓN OPULENTA

Capítulo 1

Rafe Jackson

Solo porque estuviese muerto, no significaba que se hubiese ido.

Nos perseguía. Nos perseguía a todos.

Timothy Jackson, la superestrella de fútbol, el primero de la clase, el primogénito heredero del imperio Jackson, mi hermano mayor por un año… Y había muerto.

Mientras me encontraba delante de la habitación de mi hermano mirando sus brillantes trofeos, sus reconocimientos enmarcados y expuestos, y ni una sola mota de polvo a la vista, me di cuenta de lo vivo que estaba en verdad. Siendo sincero, estaba más vivo que yo.

Habían pasado años y la habitación no había cambiado en lo más mínimo. Aún podía olerle, sentirle y casi oír su afable risa. Pero, sin importar con cuánta atención escuchara, no podía oírlo responder mis preguntas. Cuando más necesitaba el fantasma de mi hermano rondándome, el cabrón se quedaba en completo silencio. Necesitaba la respuesta…

¿Cómo iba a soportar 109 días en la Oleander pasando por las pruebas que se suponía que él debía completar?

Yo era el impostor y, aun así, heme aquí, con invitación en mano y a horas de empezar la iniciación. La Orden del Fantasma de Plata era su derecho por nacimiento, no el mío. Él era el primer hijo de los Jackson y no el segundo, de quien se olvidaban a menudo. Pero aquí estaba, ocupando su lugar lo quisiera o no. Ahora era mi deber, mi cometido, mi maldición.

—¿Qué haces aquí? —me preguntó mi madre desde mis espaldas. Su voz tenía un tinte angustiante, y sabía que detestaba que yo estuviese en su habitación.

Me di la vuelta para verla a la cara, y me percaté de la forma en que escudriñaba cada espacio con los ojos para ver si había movido algo. Dios no permitiese que cambiase algún objeto de lugar.

—Vine para despedirme.

¿Para despedirte? ¿Adónde vas?

Las pruebas empiezan esta noche dije con paciencia forzada, intentando no contestarle bruscamente a la mujer que casi se había tirado a la misma tumba junto a su hijo para morir con él . No podré estar en contacto por 109 días.

Sus ojos parecieron ponerse vidriosos cuando los posó sobre una fotografía de Timothy, con toga y birrete, luego de su graduación.

Así es murmuró . A tu hermano siempre le había emocionado este día.

Sí, ya lo sé.

¿Recuerdas que siempre iba a la Oleander con tu padre cada vez que podía?

Asentí, pues recordaba que lo acompañaba la mayoría de las veces, aunque yo nunca fuera a ser miembro de la Orden. Fue allí cuando conocí a mis mejores amigos. A pesar de que todos eran los primogénitos y que tarde o temprano pasarían por sus propias pruebas, nunca me habían tratado diferente. Yo era uno de ellos de todas las formas importantes. Si alguno de nosotros hubiese sabido que el nefasto destino

cambiaría aquella situación y que en verdad me convertiría en uno de ellos, pues…

Ella se acercó al escritorio de Timothy y tocó una taza llena de bolígrafos, y preguntó: No has tocado nada, ¿o sí? No te has llevado nada, ¿verdad?

—No cambié nada de lugar —dije mientras la observaba inspeccionando cada objeto para asegurarse de que todo estuviese justo como estaba antes de su muerte.

A excepción de la ropa sucia que había estado en la cesta, ni un solo objeto se había sacado, ni ofrecido a la caridad, ni… no quiera Dios… regalado a su afligido hermano para que pudiera recordarlo. Tenía que escabullirme en su habitación para poder tener aquella sensación de cercanía. Cuando pedí el jersey de fútbol de mi hermano para tenerlo presente, aún recuerdo que a mi madre casi le dio un ataque. Nada… nada saldría de esta habitación.

Ella enfocó sus ojos —nadando en disgusto— en mis brazos, que estaban completamente llenos de tatuajes. De inmediato me arrepentí de haberme puesto una camiseta sin mangas.

—Espero que tengas planeado cubrirlos. Tu padre se sentiría avergonzado de que los ancianos tuvieran que ver esas… marcas que te cubren el cuerpo.

—Llevaré puesto un esmoquin, mamá. —Quise poner los ojos en blanco, pero en su lugar me incliné y le besé la mejilla, la cual se sentía fría y sin vida . Las ocultaré. No te preocupes.

—No sé por qué le has hecho eso a tu cuerpo —me sermoneó por centésima vez—. No tiene sentido. Tu hermano no sintió la necesidad de destruir su piel.

Sí, ya lo sé.

—Y tu pelo… —Sus ojos, llenos de crítica, se posaron en mi cabeza . Has debido cortártelo para lo de esta noche. Está enmarañado y muy largo en la parte de arriba. Estás

representando a la familia Jackson y… a Timothy. Lo estás representando a él.

Sí, ya lo sé.

Avancé hacia la puerta; necesitaba desesperadamente salir de la tumba de mi hermano. Mi madre se dio media vuelta y siguió con su inspección.

—Y ese tatuaje en tu pecho —continuó—. Lo puedo ver asomándose por tu camiseta. Tienes que tener mucho cuidado y esconder toda esa… tinta.

Había un tatuaje en mi pecho con las palabras fuerza, amor y honor. Eran las palabras que recitábamos mi hermano y yo antes de algo importante. Era nuestro lema; nuestro grito de guerra. Y debajo de esas palabras, en cada uno de mis pectorales, había un gorrión con una brújula justo por encima de las alas. Mi guía, mi norte y mi camino. Era algo nuestro; esas palabras siempre estarían en mi piel, y sin importar lo avergonzada que se sintiera mi madre de aquel tatuaje, era la parte más importante de mí. Siempre tendría a Timothy en mí, tallado en mi pecho.

Era él. Era yo. Éramos nosotros. Dos hermanos que siempre estarían separados, pero que algún día se reencontrarían en el más allá y volverían a estar juntos.

Sonreí y le dediqué la sonrisa más falsa que pude ofrecer. No te preocupes, mamá. Tengo la intención de peinarme y engominarme el pelo, y me cubriré los tatuajes en todo momento. No tienes nada de qué preocuparte, no te voy a avergonzar ni a ti ni a papá.

¿La estaba aplacando al decir aquello? ¿Intentarlo hacía que me diesen náuseas? ¿Era esta la forma tóxica y retorcida en la que mi madre y yo nos comunicábamos ahora? ¿Un psicólogo haría su agosto al ver esto?

Sí, ya lo sé.

Necesitaba cambiar de tema, pues estábamos encaminándonos hacia un profundo y oscuro agujero. Siempre que mi madre y yo hablábamos sobre Timothy hacía que pasara días en cama, sumida en una depresión de la que

nadie la podía sacar. Mi deber, tal como siempre, era intentar protegerla de los recuerdos dolorosos. Incluso cuando era estudiante de último año en el instituto, sin estar preparado en lo más mínimo para tratar con una madre histérica y un padre acabado, mi deber fue ser el fuerte. Timothy se había ido y todo recaía sobre mis hombros. Así que supe que tenía que cambiar de tema rápidamente.

—¿Recuerdas a Fallon Perry? —comencé—. La vi en la fiesta de Sully la otra noche. Ha cambiado un montón. Apenas la reconocí.

Mi madre se estremeció como si le acabasen de dar un puñetazo.

¿Esa chica ha vuelto a la ciudad?

—Así lo parece —dije, sin estar seguro de por qué el nombre de Fallon parecía irritar tanto a mi madre. Fallon había crecido en nuestra casa, prácticamente. Nunca pensé que mi madre tuviese animadversión contra ella . Estaba trabajando con la compañía de catering que organizó la fiesta. Se veía bastante bien.

Mi madre soltó un bufido.

—Supuse que desperdiciaría una educación perfectamente buena. A esa niña se le dio todo y, aun así, ahí la tienes, desaprovechándolo al trabajar como una mesera. Es una lástima, pero bueno, tampoco es que haya tenido una madre que fuese buen ejemplo a seguir.

—Su madre era agradable —dije, aunque no sabía por qué estaba tratando de defender a nuestra antigua ama de casa . Fallon era mi mejor amiga, mamá. No sé por qué actúas como si fuese una enemiga vieja nuestra o algo parecido. Pensé que te caía bien.

Ella se cruzó de brazos, fue hasta la cama de mi hermano, se detuvo por varios segundos y pasó la mano por encima de su cubrecama azul de franela.

Nunca me gustó Fallon. A tu padre sí. Por alguna razón descabellada, él sentía compasión por esa muchacha.

No me gustaba la forma en que hablaba de Fallon y mi paciencia empezó a menguar, incluso en la habitación de Timothy, lo cual me calmaba cuando trataba con esta mujer.

—Mamá…

Dejemos el pasado en donde pertenece interrumpió . En este momento tienes muchas cosas entre manos. Lo último que debes hacer es pensar en esa muchacha. —Se encogió de hombros, como si así apartara todos los recuerdos de una chica que no había hecho nada para ganarse el disgusto de mi madre—. Siempre se ponía mucho maquillaje negro en los ojos. Y su cabello… Todo era negro. Demasiado negro.

Era una adolescente la defendí . Había muchas chicas góticas en ese entonces. Es una fase normal.

—¿Una fase? Como si hubiera tenido razón para rebelarse espetó mi madre . A esa chica se le dieron oportunidades. Tuvo suerte de que los Jackson la trataran de la forma en que hicimos, y…

—Cambiemos de tema. Pensé que te interesaría saber que me la había encontrado, pero no es para tanto la interrumpí, tratando de pensar en algo más que pudiéramos discutir, pues podía sentir la tensión aumentar por segundo. Necesitas centrarte. No creo que comprendas de verdad la importancia de las pruebas de iniciación dijo . Tu padre es un anciano y siempre esperó heredarle su empresa a Timothy. Ese era su sueño, y así es como debió haber sucedido. Eres el segundo hijo y no perteneces ahí.

Sí, ya lo sé.

—Pero los ancianos han hecho una excepción —continuó — . Espero que entiendas el favor que la Orden está haciendo por esta familia. Están permitiendo que el linaje de tu padre siga, y depende de ti honrar el recuerdo de tu hermano de la mejor manera. No quiero que vayas y lo arruines todo. Todos los ojos estarán puestos sobre ti. Saben que debería ser Timothy, y te juzgarán comparándote con él.

Sí, ya lo sé.

Amaba a mi hermano, pero su recuerdo era como veneno en mi sangre. Yo no era más que la carcasa de un hombre que trataba de cumplir con el destino de su hermano muerto. Ese era Rafe Jackson.

La noche en la que mi hermano murió en el accidente de tránsito fue la noche en la que realmente morí a su lado. Bien podría haber sido un pasajero más, pues no había sido solo su vida la que se había visto truncada, sino la mía.

Morí aquella noche junto con el hombre al que admiraba más que a nadie.

—Tengo que irme. Todavía debo ducharme y vestirme — dije, sintiendo que las paredes de la habitación de mi hermano se me venían encima y que no podía escapar lo bastante rápido.

Mi madre asintió, se veía aliviada de que abandonase el santuario que había creado para mi hermano. Era sagrado, y no era mi lugar.

—Oí que Sully VanDoren falló las pruebas —dijo acompañándome hacia el pasillo.

Sí, pero parece que al final todo salió bien para todos dije, y ya sabía adónde iría a parar esta conversación.

—Sé que ustedes dos son amigos, pero no seas como él. Sé como el bueno de Montgomery. Tu padre estaría avergonzado si fallas. Tendríamos que retirarnos bochornosamente del círculo social de Georgia si eso pasa. El negocio de tu padre nunca se recuperaría de algo así.

Sí, ya lo sé.

Mi plan es hacer esto bien, mamá. No voy a meter la pata. Te lo prometo.

—Es que no es justo —dijo mientras caminaba por las escaleras, con la mirada baja y los hombros caídos . Timmy estaba hecho para esto. Lo habíamos preparado para que se ocupara de esto. Debería ser él quien luchara por ese manto plateado, no tú. No es justo.

Sí, ya lo sé.

Adiós, mamá dije en voz baja, aunque ella ni me escuchaba, ni le importaba siquiera.

Lo que alguna vez fue una familia feliz ahora estaba hecho miles de añicos, y no había forma de arreglar lo que permanecería por siempre roto.

Timothy se había ido. Yo estaba aquí, y ahora tendría que ocupar su lugar.

Fuerza, amor y honor.

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ACERCA DE STASIA BLACK

STASIA BLACK creció en Texas y recientemente pasó por un período de cinco años de muy bajas temperaturas en Minnesota, y ahora vive felizmente en la soleada California, de la que nunca, nunca se irá.

Le encanta escribir, leer, escuchar podcasts, y recientemente ha comenzado a andar en bicicleta después de un descanso de veinte años (y tiene los golpes y moretones que lo prueban). Vive con su propio animador personal, es decir, su guapo marido y su hijo adolescente. Vaya. Escribir eso la hace sentir vieja. Y escribir sobre sí misma en tercera persona la hace sentir un poco como una chiflada, ¡pero ejem! ¿Dónde estábamos?

A Stasia le atraen las historias románticas que no toman la salida fácil. Quiere ver bajo la fachada de las personas y hurgar en sus lugares oscuros, sus motivos retorcidos y sus más profundos deseos. Básicamente, quiere crear personajes que por un momento hagan reír a los lectores y que después los tengan derramando lágrimas, que quieran lanzar sus kindles a través de la habitación, y que luego declaren que tienen un nuevo NLS (Novio de Libro por Siempre; o por sus siglas en inglés FBB Forever Book Boyfriend).

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ACERCA DE ALTA HENSLEY

Alta Hensley es una autora bestseller de USA TODAY que escribe historias de romance oscuras e indecentes. También es una autora bestseller que figura entre los más vendidos de Amazon. Como autora publicada en múltiples oportunidades dentro del género romántico, a Alta se le conoce por sus sombríos y resueltos héroes alfa, sus historias de amor ocasionalmente tiernas, su erotismo picante, y sus relatos cautivantes sobre la constante lucha entre la dominancia y la sumisión.

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