consejos comunales

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AMÉRICA LATINA

EL SOCIALISMO VENEZOLANO

LA TEORÍA Y LA PRÁCTICA DE LOS CONSEJOS COMUNALES

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MARIO SANOJA OBEDIENTE

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a construcción de un modo de vida socialista, en las diversas experiencias históricas contemporáneas, ha tenido que dar respuesta a la diversidad de tiempos históricos, a la diversidad cultural que existe en toda sociedad. Ello ha demostrado que, si bien los clásicos expusieron una teoría general del socialismo, la construcción del mismo requiere la construcción de teorías científicas y prácticas que permitan entender la realidad histórica y social de cada pueblo o grupo de ellos. En el caso venezolano, la construcción de nuestro modo de vida socialista y de las nuevas relaciones de producción tienen como núcleo duro la organización de Consejos Comunales, con rango y fuerza de Ley, algunos de cuyos artículos iniciales tratamos de teorizar en el presente ensayo. El proceso de construcción de un modo de vida socialista siempre ha representado un formidable reto teórico y práctico para los pensadores/as y dirigentes revolucionarios, ya que Marx –como escribió Sánchez Vázquez (1981: 45)– “conoció las condiciones reales de las que habría de surgir el socialismo, pero no pudo conocer las condiciones reales del periodo de transición que habría de conducir a la fase superior. Por ello, con respecto a esta fase superior, se limita a establecer el principio básico y las condiciones necesarias para establecerlo: cuando haya desaparecido la subordinación esclavizadora de los individuos a la división del trabajo [...], cuando con el desarrollo de los individuos crezcan también las fuerzas productivas [...] y corran a chorro lleno los manantiales de la riqueza colectiva [...] podrá rebasarse totalmente el estrecho horizonte del derecho burgués [...]”. Por esa razón, Marx dejó a sus sucesores, ideólogos y líderes revolucionarios la tarea de pensar y diseñar la estrategia, las tácticas que sería necesario aplicar para alcanzar la concreción de un modo de vida socialista. Establecer las teorías y las praxis del periodo de transición hacia un socialismo concreto, desde una sociedad capitalista concreta, es una enorme tarea. Basta, para ejemplificar el monumental volumen de trabajo teórico que se ha hecho en los últimos cien años para esclarecer las condiciones reales del periodo de transición, hacer referencia solamente a la ingente cantidad de textos que escribieron Lenin, Trotski, Stalin y Mao Ze Dong, cuatro de los más destacados pensadores y dirigentes de las revoluciones Soviética y China, durante las primeras décadas de dichos procesos. Por si fuera poco, era necesario también –para establecer dichas condiciones reales de la transición en el caso de la Unión Soviética– propulsar “la propiedad social de todos los medios e instrumentos de producción, la supresión del sistema mercantil y su sustitución por un nuevo sistema de producción social, [...] la conquista del poder político por la clase obrera como condición previa e inexcusable de la reorganización de las relaciones sociales [...]” (Lenin 1960:230). En el mismo documento, Lenin señalaba la necesidad de que en los programas de los socialdemócratas de los distintos países se establezcan diferencias de acuerdo con las condiciones sociales de cada uno de ellos para el desarrollo de las fuerzas productivas, como ocurrió en sociedades histórica y culturalmente tan diversas y populosas, dispersas sobre vastas extensiones territoriales, como las que integraban la sociedad soviética y la china en las primeras décadas.

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SOCIALISMO Y DIVERSIDAD CULTURAL

Al igual que América Latina o Nuestra América, el antiguo Imperio Ruso y la República China constituían para inicios del siglo XX una abigarrada asociación de Repúblicas y Nacionalidades que englobaban poblaciones diversas desde el punto de vista histórico, étnico, social, cultural y lingüístico, cuyo nivel de desarrollo de las fuerzas productivas iba desde modos de vida nómadas pastoralistas tribales hasta los industrialistas clasistas capitalistas. Para responder a esta situación, Stalin (1961) formuló su tesis sobre la Cuestión Nacional, el principio de la autodeterminación, la liberación de los pueblos oprimidos y la revolución proletaria. Para responder a la cuestión campesina, planteó la formación de cooperativas agrícolas, un sistema doméstico de producción socialista de Estado, similar al sistema de trabajo a domicilio del capitalismo, donde los trabajadores/ as recibían del capitalista la materia prima y los instrumentos de trabajo y ellos/as le entregaban a éste su producción (Stalin, 1961: 63-74). Por su parte, para la construcción del socialismo, Mao (1955: 154-161) enfatizó la necesidad de planificar el desarrollo económico y los métodos de movilización de las masas con base en una meta principal, el triunfo de la Revolución, recordando asimismo la necesidad –para lograrla– de elevar el nivel de conciencia política y cultural de las masas populares. Destacó Mao, también, la necesidad de estudiar toda la naturaleza particular de las contradicciones que se presentan en cada forma de la materia en cada proceso de desarrollo, para hacer un análisis concreto de las mismas y descartar la arbitrariedad subjetiva: la contradicción entre las fuerzas productivas y las relaciones de producción, la contradicción entre las clases explotadoras y las clases explotadas, la contradicción originada por éstas entre la base económica y factores superestructurales como la ideología y la política. Destacaba cómo, inevitablemente, dichas contradicciones conducen hacia diferentes formas de revolución en las diversas sociedades clasistas (Mao 1967). Finalmente, Trostky (1963: 31), se abocó a desarrollar la tesis de la revolución permanente como el proceso que debe servir para transitar de la revolución democrática a la revolución socialista, coordinando, para su éxito, el manejo de las variables internas de la misma con las de la coyuntura internacional. El socialismo, decía Trostky, no puede construirse en un solo país aislado; si la clase de los proletarios es internacional, lo es también la burguesía, por lo cual los revolucionarios de todos los países deben coordinar sus luchas para emanciparse de la opresión capitalista. EL SOCIALISMO DEL SIGLO XXI Y LA DIVERSIDAD SOCIOCULTURAL LATINOAMERICANA

América Latina es un vasta civilización donde coexisten una gran variedad de pueblos formados a partir de tres grandes procesos civilizadores originarios: el Andino de la costa pacífica y el de la región atlántica de Sudamérica, el Antillano Caribeño, el Centroamericano-Norteamericano (Sanoja, 2006, 2009), los cuales fueron forzados a integrarse de distintas maneras en la formación clasista-capitalista impuesta por la colonización europea. Los pueblos de América Latina luego de la independencia del Imperio Español, en las primeras décadas del siglo XIX, fuimos asolados por las dictaduras militares o civiles que nos

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fueron impuestas tanto por el Imperio europeo como el de EU para proteger su hegemonía sobre nuestros pueblos. A la variedad sociocultural histórica originaria, se añadieron las deformaciones ideológicas inducidas en nuestras sociedades por la dominación neocolonial, fruto de las cuales son los sectores apátridas de las clases medias y de las grandes burguesías, así como de los sectores alienados de las clases populares latinoamericanas, convertidos en verdugos y agentes de la esclavización y la explotación de sus propios connacionales. Ello ha dado nacimiento a diversos procesos de desarrollo socialista que tratan de definir sus propias teorías, métodos y prácticas para lograr sus metas nacionales. De acuerdo a la tesis del socialismo científico de Marx y Engels expresada en el Manifiesto Comunista (Marx y Engels 2007: 23,48-49), el surgimiento del socialismo y finalmente de la fase utópica del desarrollo social, el comunismo, debería producirse en aquellas sociedades que alcanzaran (para la época) el desarrollo máximo de las fuerzas productivas del sistema capitalista. Como hemos discutido en nuestra última obra todavía inédita, el capitalismo sería la fase final del proceso civilizador de la sociedad europea que habría comenzando desde inicios de la Edad del Bronce hacia 3 mil años a. C., alcanzando su mayor nivel de complejidad socioeconómica hacia finales del siglo XX e inicios del siglo XXI. En este proceso, la formación y consolidación de la metalurgia para la fabricación de bienes suntuarios y de las redes de comercio a larga distancia para su distribución y consumo ocurrió antes de la aparición del Estado (Sanoja, 2009 ms.). NUESTRO SOCIALISMO DEL SIGLO XXI DEBE TENER COMO FUNDAMENTO NECESARIO EL ANTIMPERIALISMO. DEBE SUSTENTARSE EN LA PROPIEDAD SOCIAL DE LOS PRINCIPALES MEDIOS DE PRODUCCIÓN, ÚNICA MANERA DE DEFENDER NUESTRA SOBERANÍA DE LA VORACIDAD DE LAS TRANSNACIONALES. LA PLUSVALÍA PRODUCIDA POR DICHOS MEDIOS SOCIALIZADOS DEBE INVERTIRSE EN EL DESARROLLO DE LAS FUERZAS PRODUCTIVAS DE LA SOCIEDAD, DE LOS CONTENIDOS HUMANÍSTICOS DE LA SOLIDARIDAD Y LA PARTICIPACIÓN SOCIAL

La expansión e imposición forzada del sistema capitalista sobre las culturas y pueblos originarios de Nuestra América se produjo a partir del siglo XVI, con la conquista y la colonización europea. Gracias a la expoliación de nuestras riquezas y a la apropiación del plustrabajo extraídos a la fuerza por los conquistadores de nuestros pueblos originarios, fue posible que las naciones europeas iniciasen el proceso de acumulación que les permitió trascender el antiguo capitalismo mercantil y acceder al capitalismo industrial, la revolución industrial y la modernidad hacia finales del siglo XVIII. Como contraparte, dicho proceso de acumulación indujo en nuestros pueblos de América Latina la pobreza, el atraso y la injusticia social, lacras cuya eliminación es la meta de las revoluciones socialistas latinoamericanas. Éstas han surgido y continúan surgiendo, no como consecuencia del desarrollo capitalista sino, por el contrario, de la pobreza, el atraso y la injusticia social, que nos dejó como herencia la dominación

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colonial europea y luego la neocolonial impuesta a nuestros pueblos por el gobierno de EU. Por las razones ya expresadas, nuestro socialismo del siglo XXI debe tener como fundamento necesario el antimperialismo. Debe sustentarse en la propiedad social de los principales medios de producción, única manera de defender nuestra soberanía de la voracidad de las transnacionales. La plusvalía producida por dichos medios socializados debe invertirse en el desarrollo de las fuerzas productivas de la sociedad, de los contenidos humanísticos de la solidaridad y la participación social. Esta última, que constituye la meta explícita de la mayoría de los gobiernos sudamericanos y caribeños, podría ser la base para que dichos pueblos lleguen finalmente a alcanzar un nivel calidad de vida que pueda considerarse como basamento para la construcción de los diversos proyectos socialistas. La utopía concreta socialista establecida por Marx, nos dice Ludovico Silva (1982: 203), fue construida con base en la crítica de la realidad capitalista. En nuestro caso particular, el proyecto socialista debe ser igualmente resultado de la crítica, no solamente de la realidad capitalista, sino también de la precapitalista cuyos procesos han determinado la formación de la nación Venezolana y de los proyectos revolucionarios latinoamericanos del siglo XX y del siglo XXI. EL MODO DE VIDA SOCIALISTA VENEZOLANO

La conciencia política y cultural de un pueblo es producto de la construcción social que hacen los colectivos de su papel y de su lugar en el devenir de la historia nacional, regional y mundial, cuyo grado de concreción depende de la calidad de su experiencia de vida colectiva. Gracias a la participación de los colectivos sociales venezolanos en este intenso periodo de luchas sociales y debates ideológicos, se comenzó a producir en ellos un importante proceso de maduración ideológica en el breve lapso transcurrido desde la elección del presidente Hugo Chávez en 1998 hasta su contundente reelección en 2006 para un segundo periodo presidencial. Como resultado del mismo, la mayoría del pueblo venezolano aprendió a razonar sus opciones políticas en el corto, el mediano y el largo plazo: ningún venezolano/a puede pretender hoy día que participa ingenua y desinteresadamente en los procesos sociales que mueven la realidad nacional, síntoma sin duda de haber alcanzado un importante nivel de conciencia social y política. La necesidad histórica de construir una sociedad socialista en Venezuela, así como también en otros países de Sudamérica, se fundamenta en la conciencia política que han adquirido la mayoría de nuestros pueblos sobre un hecho que es incontrovertible: mientras el socialismo tiene como meta lograr el desarrollo pleno de los hombres y mujeres como seres sociales, el capitalismo, particularmente en su presente fase neoliberal, persigue un objetivo contrario: al privilegiar la preeminencia del capital sobre el trabajo, degrada el medio ambiente y las condiciones materiales del trabajo humano, provocando igualmente la devaluación de las condiciones culturales y sociales de los pueblos. El capitalismo neoliberal –por esas razones– dejó de ser un medio de desarrollo de las fuerzas productivas para convertirse un gigantesco freno al desarrollo económico y social de los pueblos (Vargas 1999).

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El socialismo hoy día es una fase histórica de transición en el proceso de desarrollo de los pueblos caracterizada por la planificación, el desarrollo orgánico de las fuerzas productivas, la información sobre todas las necesidades de la sociedad sistemáticamente investigadas y divulgadas, satisfacción de las necesidades colectivas elevada al rango de objetivo esencial de la gestión pública, administración de las cosas al servicio de todo el pueblo, desaparición o reducción en intensidad de los antagonismos de clase y de la injusticia social (Sanoja 2008: 53). Bajo el socialismo, como se plasmó en la propuesta de reforma constitucional presentada por el presidente Hugo Chávez en septiembre de 2007, se puede orientar la voluntad social hacia la construcción de una democracia participativa donde, sin aplastar la conciencia privada, domine la conciencia pública y política, la conciencia de los ciudadanos/as integrados/as en colectivos que reflejen la voluntad trasformadora del pueblo. En este sentido, la democracia socialista es diferente a la democracia burguesa, la cual fundamenta su existencia en la desigualdad social y trata no con colectivos sociales sino con individuos aislados, explotados por las leyes del mercado controladas por una minoría de capitalistas. ¿Hacia dónde va el socialismo del siglo XXI? Hacia una sociedad donde todos los hombres y las mujeres alcancen la plena conciencia social, la libertad de realizar el potencial de sus vidas. LA DEMOCRACIA SOCIALISTA ES DIFERENTE A LA DEMOCRACIA BURGUESA, LA CUAL FUNDAMENTA SU EXISTENCIA EN LA DESIGUALDAD SOCIAL Y TRATA NO CON COLECTIVOS SOCIALES SINO CON INDIVIDUOS AISLADOS, EXPLOTADOS POR LAS LEYES DEL MERCADO CONTROLADAS POR UNA MINORÍA DE CAPITALISTAS. ¿HACIA DÓNDE VA EL SOCIALISMO DEL SIGLO XXI? HACIA UNA SOCIEDAD DONDE TODOS LOS HOMBRES Y LAS MUJERES ALCANCEN LA PLENA CONCIENCIA SOCIAL, LA LIBERTAD DE REALIZAR EL POTENCIAL DE SUS VIDAS

La construcción de un modo de vida socialista en el siglo XXI en Venezuela, si bien se apoya en la teoría sustantiva formulada por los clásicos del marxismo, es un proceso crítico que debe dar respuesta a las condiciones sociohistóricas de la sociedad concreta. La elaboración de una teoría particular y una práctica sobre nuestro socialismo debe, en nuestra opinión, asumir como un requisito teórico necesario conocer y estudiar la historia social de Venezuela, las experiencias de vida de nuestros colectivos humanos en el pasado y en el presente. El socialismo del siglo XXI –como hemos expuesto– no alude solamente a la transformación de los procesos económicos de producción, distribución, cambio y consumo de bienes, servicios y mercancías que caracterizan a la Formación Social Capitalista venezolana, sino también y principalmente a la creación de nuevas formas de organización de las relaciones sociales de producción para que nuestra sociedad sea capaz de culminar y mantener dichos procesos de transformación. Existen, como han expuesto varios autores, diversas percepciones sobre las formas que adopta actualmente la construcción del socialismo venezolano del siglo XXI. Una de ellas (Her-

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nández, 2006; Sanoja, 2008), considera que la presente fase del proceso revolucionario venezolano equivaldría a una revolución de liberación nacional en tránsito hacia el socialismo. En nuestro concepto personal, esta fase histórica de la construcción del modo de vida socialista venezolano, si bien tiene como condición necesaria la liberación nacional, se caracteriza principalmente por cambios que se están produciendo en las relaciones sociales de producción: la organización de colectivos sociales de poder popular, ejemplo de lo cual son los Consejos Comunales que se deberían estructurar en un futuro asociados con las diversas misiones sociales ya existentes. Para darle coherencia a la propuesta de construcción del socialismo del siglo XXI en Venezuela, es imperativo trascender la fase de liberación nacional, lo contrario de lo cual nos estancaría en el limbo del capitalismo de Estado. Para lograr dicho fin sería necesario promover la asociación estructural de las diversas Misiones Sociales con los Consejos Comunales (que formaría las bases del nuevo Estado socialista venezolano) al rango de política de Estado. Ello sería esencial para crear una sociedad socialista centrada en el autogobierno, estructurada con base en los Consejos Comunales organizados como redes transversales de poder popular, como clase revolucionaria, bajo nuevas relaciones sociales de producción, las cuales consoliden la integración de las formas de propiedad social, cooperativa o colectiva junto con la personal, la privada y la mixta, tal como se planteaba en la propuesta de reforma constitucional de 2007. Ello permitiría trascender el trabajo asalariado, creando una nueva cultura laboral basada en el modo de trabajo de la solidaridad comunal, lo cual contribuiría a impedir que la propiedad privada y la personal se consoliden separadamente como propiedad burguesa, es decir, como instrumento de clase para la explotación de otros hombres y mujeres. En otras sociedades, como fue el caso –por ejemplo– de algunas africanas, la argentina de Perón y la chilena de Allende, la revolución social sólo pudo llegar hasta la fase de liberación nacional creando un importante desarrollo de las fuerzas productivas, pero sin que existiese transformación de las relaciones sociales de producción, sin que mediase la destrucción del poder de la oligarquía y de la influencia omnipresente del Imperio. Ello condujo, en el corto plazo, a la destrucción de dichas revoluciones o al estancamiento de las mismas en simples capitalismos de Estado que fueron desmantelados por la privatización neoliberal. El socialismo venezolano del siglo XXI –en nuestra opinión– debe partir de una concepción humanista, democrática y solidaria de la vida social, donde el logro de la realización plena de hombres y mujeres constituya el valor social más importante. Para lograr estos objetivos es fundamental que dichos colectivos sociales alcancen un nivel de conciencia social y política que legitime los cambios estructurales que está produciendo la Revolución Bolivariana y detenga la inercia ideológica existente en parte de nuestra población, que arrastra a los individuos hacia el egoísmo y el individualismo. LA NUEVA GEOMETRÍA DEL PODER POPULAR

La geometría se define como la disciplina matemática que tiene por objeto el estudio riguroso del espacio y de las formas que en

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él se puedan imaginar. En la sociedad burguesa, la hegemonía del poder político que detenta esta clase social sobre las otras que le son subordinadas es concebida como una pirámide cuyo ápice está conformado por un grupo minoritario que se apropia de la mayor parte del producto social y cuya base la conforma la mayoría de la población, que es la que produce la riqueza, pero que por su condición de clase dominada sólo puede apropiarse de un porcentaje relativamente deficitario del producto social total. La consecuencia de esta relación asimétrica es la concentración de la riqueza en pocas manos y la socialización de la pobreza entre la mayoría de la población, característica central de la estructuración del poder político en el capitalismo. Analizada dentro del espacio territorial, aquella estructura piramidal del poder y la riqueza que tipifica al Estado burgués de la IV República, se desglosa en diferentes versiones de subordinación vertical donde, finalmente, el sector mayoritario y más desposeído de la sociedad ocupa la escala más baja de la capacidad decisoria política. Así tenemos por ejemplo que en la relación de subordinación política regional gobernaciónasamblea-alcaldía-consejo municipal, los ciudadanos/as sólo participan cada tres años para delegar su poder en individuos que los representan y ejercen el poder en sus nombre, preocupados –la mayoría– solamente por resolver sus compromisos partidistas o sus situaciones personales vía la corrupción administrativa. LA BASE DEL ESTADO SOCIALISTA VENEZOLANO: CONSEJOS COMUNALES Y PODER POPULAR

Analizando la diversidad de procesos sociohistóricos que han sido ensayados en el mundo para construir la institucionalidad de la sociedad socialista, podemos apreciar que todas tienen un elemento fundamental en común: la construcción de redes de grupos básicos de organización social, fundamentados en el autogobierno y la autogestión, como sustento de las nuevas relaciones de producción. Ello parece mostrarnos con mucha fuerza que el elemento central de la construcción socialista es la forma de organización de la gente misma, del poder popular, no sólo de la economía y la tecnología en abstracto cuya transformación y reproducción está vinculada y determinada por aquélla. En este sentido, consideramos que la ley que rige en Venezuela la organización y funcionamiento de los consejos comunales es el componente central del proceso de transformación de la sociedad venezolana, ya que establece una nueva arquitectura del poder político y social cuya dinámica reposa en la participación de los colectivos sociales puesto que representan la voluntad y la necesidad de cambios que sustenta el proceso bolivariano. Del análisis de la ley, se infiere asimismo que del tipo de organización social y territorial que adopte la gente dependerá a su vez la definición del modo de vida socialista y del modo de producción

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socialista, es decir, “[...] las maneras particulares de la organización de la actividad humana, ciertos ritmos de estructuración social y, en consecuencia, los cumplimientos objetivos de las leyes específicas que rigen para esa formación social [...]” (VargasArenas 1990: 63). De acuerdo con el artículo 1° de la ley actual de los Consejos Comunales, éstos forman “[...] una instancia de participación para el ejercicio directo de la soberanía popular y su relación con los órganos y entes del poder público para la formulación, ejecución, control y evaluación de las políticas públicas, así como los planes y proyectos vinculados al desarrollo comunitario [...]”. Los Consejos Comunales, definidos de acuerdo a la presente ley, representan pues el núcleo duro del futuro del poder popular sobre el cual deberá afianzarse el futuro Estado socialista. ¿ES NECESARIO CONSERVAR EL ESTADO NACIONAL?

Los países denominados como periféricos –como sucede con Venezuela en la actualidad– resisten y se esfuerzan por independizarse de la tutela colonial del imperio estadounidense y europeo occidental, los cuales intentan socavar la estabilidad de los gobiernos revolucionarios. Es por ello que, por ahora, el reforzamiento de nuestro Estado nacional es una garantía para la preservación de nuestra soberanía. En el caso venezolano, no nos referimos al reforzamiento del Estado nacional burgués heredado de la IV República, el cual ha sido y sigue siendo fuente de calamidades para nuestra sociedad; nos referirnos al papel que debe jugar el Estado nacional como práctica social de la resistencia antimperialista, como un órgano de poder completamente subordinado a los intereses colectivos de la sociedad socialista (Marx 1963: 241). En este sentido, no estamos aludiendo a la función que ha venido cumpliendo hasta hoy el Estado nacional como representante hegemónico del capital monopolista, sino al “dispositivo reputado como social o de interés general del Estado, que supuestamente corresponde por excelencia a la socialización de las fuerzas productivas [...]” como condición necesaria para intervenir la economía y, en general, las relaciones sociales de producción, cuando un movimiento revolucionario progresista y nacionalista –como sería el caso de nuestra revolución bolivariana– acceda al poder (Pulantzas, 1980: 238, 231). El verdadero Estado socialista revolucionario debe ser concebido entonces como una práctica social “donde se sustituye una relación de sumisión despótica por una relación entre personas con igual poder de decidir, es decir, una relación que respete la soberanía de todos los participantes” (Del Búfalo, 2005: 30), esto es, un Estado IMAGEN VIOLETA COVARRUBIAS ACOSTA

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que reconozca que el poder constituyente está en manos de la gente, que es propiedad de los colectivos sociales organizados tales como nuestros consejos comunales, como garantía para superar las trabas que surgen del tecno-burocratismo (Harnecker, 2008). Como ha expresado también Pérez Pirela (2008: 17), “[...] ya no será el pueblo quien transfiera su poder al Estado, sino que el pueblo mismo gestionará parte del poder a través de formas de autogobierno [...]”, entendiendo como tal “[...] el pueblo político como una figura de resistencia frente al poder instituido, sea éste Estado Central, Gobernación, Alcaldía, Banca, Religión, Medios de Comunicación, Partido, Imperio, etcétera, [...] quien transfiere el poder a otro lo hace porque, en realidad, lo tiene [...]”. A este respecto es oportuno y muy relevante citar también el pensamiento de Samir Amín (1989: 222) sobre la construcción del socialismo en las sociedades periféricas al grupo de países capitalistas centrales, en las cuales existen conglomerados humanos heterogéneos que han sido y son víctimas del capitalismo, capaces de rebelarse y resistir, pero que necesitan actuar dentro de un espacio histórico propicio, apoyadas por una fuerza social capaz de organizar a las clases populares, que sirva como catalizador de un proyecto social alternativo al capitalismo y dirija la acción antimperialista. Una propuesta similar es la de Vargas Arenas (2007a: 287295; 2007b), quien señala concretamente el papel que juegan o deberían jugar en la experiencia revolucionaria bolivariana los consejos comunales como un proceso creativo de autorganización popular, enraizado en nuestras formas de organización comunal pre-coloniales, organizaciones populares a partir de las cuales se podría construir –de abajo hacia arriba– un tejido social, una estructura de poder popular caracterizada por la emergencia de nuevas subjetividades colectivas y enfrentada al poder constituido (Harnecker, 2006), tal como se establece en la actual Ley de Consejos Comunales. El artículo 2 de la ley de Consejos Comunales responde a esa necesidad de promover una nueva subjetividad colectiva fundamentada en la auto-organización popular y comunal de la vida cotidiana de la comunidad para ejercer el poder, cuando establece que “[...] los consejos comunales, en el marco constitucional de la democracia participativa y protagónica, son instancias de participación, articulación e integración entre los ciudadanos, ciudadanas y las diversas organizaciones comunitarias, movimientos sociales y populares, que permiten al pueblo organizado ejercer el gobierno comunitario y la gestión directa de las políticas públicas y proyectos orientados a responder a las necesidades, potencialidades y aspiraciones de las comunidades, en la construcción del nuevo modelo de sociedad socialista de

igualdad, equidad y justicia social [...]”. Este artículo de la ley reviste enorme importancia para la consolidación de la Revolución Bolivariana ya que, como ha escrito Lefebvre (1992:91), a pesar del grado de alienación que tenga la gente, alienación que en el caso venezolano ha sido inducida impunemente por los medios privados de comunicación, sus necesidades naturales conforman un fuerte vínculo entre los miembros de los colectivos sociales. Esas necesidades compartidas en la vida cotidiana son una fuerza cohesionadora de la vida social, incluso en la sociedad burguesa y son ellas –no la vida política– el verdadero cemento social que sustentará finalmente el imaginario, revolucionario o contrarevolucionario, de los colectivos sociales. La nueva geometría territorial del poder popular comunal sobre el cual se debería construir la nueva sociedad socialista está igualmente explícita en el artículo 4 de la actual Ley, cuando establece en su artículo 3 las dimensiones culturales, sociales y políticas de la vida cotidiana que serían equivalentes a los conceptos denominados como grupo doméstico, grupo de actividad, grupo territorial y grupo regional (Vargas-Arenas 1990: 72-80). IMPORTANCIA HISTÓRICA DEL AUTOGOBIERNO Y EL PODER COMUNAL

Como hemos expuesto en una obra anterior (Sanoja Obediente 2008: 145- 149), para comprender la importancia transformadora del poder comunal es preciso remontarse a los inicios de la Revolución Francesa cuando sus líderes, para desmantelar el centralismo absoluto y burocrático del régimen nobiliario feudal, llamado también el ancien régime, crearon una geometría administrativa territorial integrada por departamentos que se desglosaban en cantones y, finalmente, en comunas gobernadas por alcaldes, todo bajo un gobierno parlamentario electo por sufragio público. Las comunas fueron diseñadas en Francia como células del autogobierno, pero sin la posibilidad de tomar decisiones políticas o administrativas, ya que no habían surgido de un proceso revolucionario orgánico sino de la acumulación inorgánica de competencias administrativas dominadas por el absolutismo de la burguesía (Luxemburgo, 1998). Después de la valiosa experiencia revolucionaria de la Comuna de París, que legitimó el autogobierno y el ejercicio del poder popular, los gobiernos socialistas posteriores establecieron el conjunto de normas y leyes que regían las modalidades del agrupamiento comunal e intercomunal: sindicatos de comunas, la comunidad urbana dirigida por un consejo integrado por representantes municipales de cada comuna, pasando por

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una serie de niveles de integración regional que culminan con la comunidad de comunas, la cual agrupa –sin restricción– todas aquellas que tienen contigüidad geográfica. El régimen comunal descentralizado ejerce, en general, competencias de tipo fiscal o económico, promueve obras y servicios de cooperación, trabajos públicos o su licitación a empresas externas. EL ESTUDIO DE LAS COMUNAS Y LA GEOGRAFÍA HUMANA FRANCESA

Los investigadores/as de la etnografía metropolitana, rama científica de la geografía humana francesa, seguidores de la escuela de Vidal de la Blache y de Max Sorre, crearon en los años cincuenta del pasado siglo no sólo una conceptualización del sistema comunitario, sino también una metodología científica para estudiar los contenidos culturales y sociales de las comunas (Maget, 1953: 90-165), a nuestro juicio todavía vigente, con vistas a proponer políticas culturales y de transformación socio-técnica para la actualización y modernización de los procesos productivos, de transformación, cambio y consumo de las materias primas y los bienes de consumo. La filosofía social que animaba dicha metodología se fundamentaba en el hecho de que la comuna representa la forma de organización social más antigua creada por las sociedades agrícolas sedentarias hace 8 mil años (Sanoja, 1997: 26-32 Hombres). En la actualidad, la comuna es un ambiente cultural animado por antiguas tradiciones sociales que le imponen al individuo desde la infancia un régimen de vida cotidiana que moldea su afectividad vis a vis de los objetos exteriores y de las personas que forman su entorno social, las cuales debe aprender a denominar socialmente. Posteriormente, el individuo deberá aprender a vivir rodeado por una enorme multitud dentro de la cual se confunden sus parientes y vecinos, y donde aprenderá a descubrir los símbolos colectivos que animan tanto a la sociedad regional como la nacional o supranacional si ello fuese el caso, particularmente la injusticia de la asimetría social-territorial que conduce a la diferenciación en clases sociales propia de la sociedad burguesa. En nuestro caso, como se detalla en el artículo 3 de la ley, los y las integrantes de las comunas actuales deberán aprender a vivir de acuerdo con el conjunto de valores éticos que definen a la sociedad socialista venezolana: “[...] La organización, funcionamiento y acción de los consejos comunales se rige por los principios y valores de participación, corresponsabilidad, democracia, identidad nacional, libre debate de las ideas, celeridad, coordinación, cooperación, solidaridad, transparencia, rendición de cuentas, honestidad, bien común, humanismo, territorialidad, colectivismo, eficacia, eficiencia, ética, responsabilidad social, control social, libertad, equidad, justicia, trabajo voluntario, igualdad social y de género, con el fin de establecer la base sociopolítica del socialismo que consolide un nuevo modelo político, social, cultural y económico [...]”. El artículo 4 de la presente ley establece 12 niveles de competencia social de la comuna y el sistema de comunas, algunas de las cuales podríamos comparar –a grandes rasgos– con las categorías científicas para estudiar las comunas que establece Maget en la obra ya citada. Sin embargo, y es bueno decirlo con toda claridad, el objetivo de la presente Ley no es solamente el conocimiento

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sistemático de la realidad sino también diseñar un instrumento para transformarla y construir una sociedad socialista. La definición de la categoría comunidad la entiende nuestra ley como “[...] el núcleo espacial básico e indivisible constituido por personas y familias que habitan en un ámbito geográfico determinado, vinculadas por características e intereses comunes y comparten una historia, necesidades y potencialidades culturales, económicas, sociales, territoriales y de otra índole [...]”. Por su parte, Maget (1953: 90) entendía que el grupo doméstico, llamado también household por los antropólogos sociales estadounidenses11, se define por el parentesco biológico, la existencia de una ideología o un imaginario comunitario, por la comunidad de habitación, la comunidad de utilización de un equipamiento doméstico personal o colectivo, la comunidad fundamental en el uso del fuego (cocina, calefacción, etc.), la comensalidad, la existencia de un régimen de propiedad comunitaria, la capacidad para elaborar un presupuesto comunitario de las actividades que emprenda el grupo doméstico, el diseño comunitario del ritmo de vida (empleo del tiempo libre, horario de comidas, fiestas ceremonias, etc.), dentro de un ámbito espacial definido. En este sentido, las funciones domésticas son repartidas y ejecutadas en función de las clases de edad y sexo (o género). El Consejo Comunal se estructura dentro de un ámbito espacial que podría contener más de un grupo doméstico, todos los cuales se integrarían en Asamblea de Ciudadanos y Ciudadanas para formar una comunidad cuya composición varía según se trate de un ámbito rural, un ámbito urbano criollo o una comunidad indígena. En el seno del Consejo Comunal existen las organizaciones comunitarias, las cuales podrían corresponder a grupos de actividad que ejecutan procesos de trabajo concretos, preferentemente para beneficio del colectivo comunal, trabajos que podrían integrarse regionalmente como formas de producción complementarias: agricultura, ganadería, artesanía, pequeña industria, comercio, servicios, etc., formando redes horizontales que se definen como “[...] la articulación e integración de los procesos productivos de las organizaciones socio-productivas comunitarias, para el intercambio de saberes, bienes y servicios, basados en los principios de cooperación y solidaridad; sus actividades se desarrollan mediante nuevas relaciones de producción, comercio, distribución, cambio y consumo, sustentables y sostenibles, que contribuyen al fortalecimiento del poder popular [...]”. Las organizaciones comunitarias, grupos de actividad o procesos de trabajo se integrarían en lo que la ley define como proyectos comunitarios, los cuales, a su vez, podrían ser el fundamento para establecer el grupo territorial o la comuna, que se distinguiría por la práctica de una economía comunal, es decir “[...] el conjunto de relaciones sociales de producción, distribución, intercambio y consumo de bienes, servicios y saberes, desarrolladas por las comunidades bajo formas de propiedad social al servicio de sus necesidades de manera sustentable y sostenible, de acuerdo con lo establecido en el Sistema Centralizado de Planificación y en el Plan de Desarrollo Económico y Social de la Nación [...]”. Desde el punto de vista de la investigación de comunidades, el objetivo final de su conocimiento es la definición de modos de

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existencia (Maget, 1953: 79), es decir, mostrar que aquéllas no representan accidentes aislados e inorgánicos sino que son una configuración socio-cultural resultado de procesos geohistóricos regionales. El modo de existencia podría equipararse con la categoría de modo de trabajo propuesta por Vargas-Arenas (1990: 67-71), como “[...] el conjunto de actividades que manifiestan una relación determinada entre instrumentos de producción, organización de la fuerza de trabajo, características específicas del objeto de trabajo y la ideología, integrando las costumbres (¿idiosincracia?) que tales prácticas conllevan [...]; los modos de trabajo se convierten, definidos así, en una versión en pequeño de los modos de vida, englobando en su explicación, de hecho, los niveles ‘más mínimamente particulares’ de la realidad social [...] ”. La discusión anterior nos permite ver que más allá del instrumento legal de la Ley existe, implícita, una complicada red de factores que determinan la conformación y la viabilidad de un sistema de consejos comunales y de comunas: el paisaje, la historia, la cultura, la tecnología, la estructuración de la fuerza de trabajo, etc., lo cual nos indica que para ser entendida y gestionada apropiadamente la condición humana que está representada en el consejo comunal debe ser teorizada no solamente desde la óptica de una sola ciencia, sino desde todas ellas: sociales, económicas, biológicas, etc., analizadas sus apreciaciones a través del método dialéctico, el único que nos permite alcanzar la dimensión del hombre y la mujer total, del hombre y la mujer socialista que sólo pueden materializarse como realidad a través de la acción y la práctica significadas en la vida cotidiana (Lefebvre, 1992: 159). El socialismo es un sistema social que sólo puede ser construido exitosamente con base en la participación directa de la gente; el Estado lo puede proponer como una meta, como una hipótesis estratégica, pero sólo se puede crear mediante la acción consciente y participativa de los colectivos sociales. Para lograr ese objetivo es necesario –como diría Rosa Luxemburgo (1946: 118)– que hombres y mujeres entiendan la lucha de clases que caracteriza la historia de la sociedad venezolana como un proceso histórico, proceso que ha sido analizado científicamente por Vargas-Arenas (2007). Eso es lo que permite que un modo de vida socialista pueda consolidarse al tiempo que se refuerzan las relaciones de solidaridad que, finalmente, son las que definirán el perfil de la conducta socialista de la población venezolana y su concreción como modo de vida. Finalmente, la anterior discusión se relaciona con la propuesta inicial de este trabajo en el sentido que la construcción de un modo de vida socialista está determinado por la singularidad del desarrollo socio-histórico de cada sociedad. Así como los clásicos del marxismo y sus seguidores escribieron y teorizaron sobre el desarrollo del socialismo en sus respectivos países, en nuestro caso es necesario que exista un centro o instituto de investigación que -de manera transdisciplinaria- permita la reflexión sobre las características de la construcción de nuestro socialismo, reflexiones teóricas que sean transformadas en prácticas y políticas públicas concretas que den coherencia a la gestión revolucionaria del proceso bolivariano.

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El autor es profesor titular jubilado del Instituto de Investigaciones Económicas y Sociales de la Universidad Central de Venezuela.

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NOTA 1

El término household designa una unidad de cooperación económica y social que no necesariamente vive bajo un mismo techo. Cumple funciones de producción, distribución, transmisión, así como de reproducción biológica y social del grupo humano (Wilk y Rathje: 1982).

MEMORIA 250


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