
Antes de irse, su madre le dijo: –Recuerda, ¡no le abras la puerta a nadie!
Le dio un abrazo y se fue.

La pequeña raposa se quedó sola en la madriguera. Afuera oscurecía, pero aún se podía oír el graznido de las cornejas y la algarabía de los gorriones.


De repente, llamaron a la puerta. Toc, toc, toc.
–¿Quién es? –preguntó la raposa.
–Soy el Silencio –contestó una voz.
–¡Vete! Mamá me ha dicho que no le abra a nadie.

–Pero yo no soy nadie. Yo soy el Silencio.
La raposa se quedó un rato pensando.
Y, al final, sintió curiosidad y abrió la puerta.
