Algunas veces el barón Lamberto siente un dolorcito aquí o allá, pero es incapaz de atribuírselo con precisión a ninguna de sus enfermedades. Entonces le pregunta al mayordomo: –Anselmo, ¿una punzada aquí y otra allá? –Número siete, señor barón: la úlcera duodenal. O bien: –Anselmo, de nuevo sufro aquel vértigo. ¿Qué podrá ser? –Número nueve, señor barón: el hígado. Pero también podría ser un síntoma de la número quince: la tiroides. El barón confunde los números. –Anselmo, hoy me encuentro fatal por la veintitrés. –¿La amigdalitis? –No, hombre, no, la pancreatitis. –Con su permiso, señor barón, a la pancreatitis le habíamos asignado el número once. –¡Qué me dices! ¿Pero la número once no es la vesícula biliar? –Vesícula biliar, cinco, señor barón. Compruébelo usted mismo.
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