Literatura a la carta
E
n la escritura de Inés Arredondo encontramos un despliegue de pasiones enfermizas, sentimientos
que, llevados de la mano, tienden a desbordarse con la sutileza o gravedad necesaria para revestir momentos humanos, tenciones en que cada uno de sus personajes se entrega para constituir su ser caótico, para aceptar su animal perdido. Cada situación se complica, se precipita hasta los límites de lo prohibido, como si las reglas sociales quedaran detrás de las puertas, lejos de las ventanas, y el verdadero peligro fuera la existencia de esos espacios confinados de nuestras habitaciones. Eso es algo de la inmensa obra de la escritora sinaloense que nos revela parte de su universo colmado de seres femeninos que desde su perspectiva van construyendo el entramado desencanto de sus circunstancias. Nunca se consideró feminista, aunque algunos de sus cuentos tal como Mariana así lo aparentan; eran quizá las miradas de sus protagonistas el umbral para trasmitir las inquietudes sensitivas de la carne, para hablar de la muerte, de la maternidad y el aborto, de la sexualidad poco ortodoxa en medio de una sociedad moral. “No creo en el feminismo… A mí me gustaría estar entre los cuentistas, pero sin distingo de sexo, simplemente con los cuentistas” (Siller, 1977). En sus mujeres (maduras o jóvenes) el principio fundamental es la entrega y el placer. Inés moldea, al igual que un escultor, a sus seres fementidos como si los arropara de los caracteres sensuales, de los signos necesarios para erguir su forma esencial: resaltar su erotismo, tallar su sensualidad, en pocas palabras, esculpir su alma. La protagonista de Flamingos posee muchos de los rasgos eróticos que constituyen a casi todos los personajes de Inés: una boca sensual y de labios dispuestos al gozo, poseedora de una blancura celeste y piernas hermosas; en todos estos seres hay siempre una niña atrapada y curiosa, dueña del pudor necesario para despertar su sensualidad, está presente el blanco, ya sea en las ropas o en la representación simbólica de las protagonistas, o como en Apunte gótico, cubriendo el cuerpo desnudo de su padre, en el que también la mirada sirve de instrumento para la inquietud de la realidad presente, para el cuestionamiento ontológico necesario, hay, en la mesita de a lado, una llama que baila trémula y presenta difusa una verdad casi negada, un erotismo primitivo e incestuoso que yace por momentos vivo y muerto en la