Educar al Soberano Domingo Faustino Sarmiento. Su bicentenario

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Junta de Estudios Históricos de Tucumán — 2013 —


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Educar al soberano: Domingo Faustino Sarmiento. Su bicentenario

Primera edición: agosto de 2013. Derechos exclusivos de esta primera edición reservados para todo el mundo. Edición a cargo de Teresa Piossek Prebisch. Diseño y edición gráfica: Gustavo Sánchez.

El contenido de este libro no puede ser reproducido, almacenado o transmitido de ninguna forma ni por ningún medio, sea eléctrico, mecánico, electrónico, informático, por grabación, fotocopia o cualquier otro sin la previa autorización escrita de la Junta de Estudios Históricos de Tucumán. Las opiniones y cuanto se dice en los trabajos publicados en este libro son exclusiva responsabilidad de sus autores.

Queda hecho el depósito que marca la ley Nº 11.723 ISBN 978-987-25142-3-5 Versión digital.


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Índice

Prólogo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 9 Dr. Florencio Gilberto Aceñolaza

Palabras preliminares . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 12 Lic. Teresa Piossek Prebisch

Sarmiento y Recuerdos de provincia . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 15 Lic. Teresa Piossek Prebisch

Relaciones de Domingo Faustino Sarmiento con Tucumán y los tucumanos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 39 Dr. Carlos Páez de la Torre (h)

Sarmiento y su visión de la flora e industria maderera tucumanas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 58 Prof. Elena Perilli de Colombres Garmendia

Elementos para una filosofía de la historia en el Facundo . . . . . . . . . . 73 Prof. Lucía Piossek Prebisch

La polémica entre Sarmiento y Alberdi por la organización política y constitucional de la República Argentina en Cartas Quillotanas (Alberdi) y Las ciento y una (Sarmiento) y en Comentarios a la Constitución (Sarmiento) y Estudios sobre la Constitución (Alberdi) . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 85 Dr. Félix Alberto Montilla Zavalía


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Luces y sombras de Sarmiento . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 106 Prof. Armando Raúl Bazán

Domingo Faustino Sarmiento: maestro por excelencia . . . . . . . . . . . . . 112 Prof. María Elena Curia de Villecco

Educar al soberano. El ideal educativo de Sarmiento en Tucumán . . 126 Prof. Silvia Eugenia Formoso

Sarmiento y la cuestión capital de la República . . . . . . . . . . . . . . . . . 151 Arq. Alberto Nicolini

Los viajes de Sarmiento. Su escritura y la visión del mundo decimonónico . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 162 Dra. Elena M. Rojas Mayer

Las fiestas patrias en el ideario de Domingo Faustino Sarmiento . . . 186 Prof. Elba Estela Romero


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Prólogo

ace años, en la Universidad Nacional de Córdoba, me impactó una frase grabada en la piedra negra de un monumento erigido para recordar a Sarmiento. En ella, y debajo del adusto rostro del Maestro, está la inscripción: «Tengo los puños llenos de verdades». Este mensaje duro y coherente sugiere mucho más de las escasas palabras que lo contenían. Es cierto que en sus manos estuvieron muchas «verdades» sobre cómo había que construir el país. Sin dudas Sarmiento desde siempre quiso ser un constructor, como sin dudas lo fue desde el pensamiento y la acción. Nacido con la Patria, desde chico se destacó por sus actos e ideas. Formó parte del quehacer de la «generación del 37» que junto a Alberdi y Echeverría dieron sus primeros pasos liberales en un país aún anárquico. Sus ideas lo llevaron al exilio donde no solo continuó su prédica sino que pudo ver como se organizaban los países que aspiraban un futuro mejor para sus habitantes. Chile, Francia y Estados Unidos fueron sus primeros referentes y, viajando y observándolos, acrecentó en sus pensamientos el cómo debía ser la forma de fundar el futuro de la Patria. Pero Sarmiento también se dio cuenta que para llevar adelante su acción no solo necesitaba de las ideas y es por ello que se enroló en el ejército del Urquiza para participar en Cepeda, triunfo, que permitió llegar a la «Organización Nacional» y al dictado de la Constitución de la Nación Argentina. Esto habría de abrirle las puertas a sus expectativas políticas de cómo avanzar en la concreción de sus ideas. La educación fue su eje primario de acción, porque entendía que con un pueblo educado el país habría de crecer. Ya hombre maduro, nuevamente visitó Estados Unidos y Europa para en ellas abrevar nuevos conoci-


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mientos que habrían de consolidar sus ideas. Su paso por el gobierno de la provincia natal le habilitó las condiciones de conductor que años después, como Presidente, ejercitara para la Nación. Creativo y ejecutor de ideas fue, al decir de Carlos Pellegrini, «el cerebro más poderoso que hubo de producir América». No hubo obra que no asumiera con la fuerza e ímpetu que le marcaba su personalidad. En él la modernización del país se fundaba en promover la educación, aunque también lo encontramos como propiciador de la ciencia, de las comunicaciones ferroviarias y telegráficas, de la ocupación territorial facilitando la llegada de inmigrantes y muchas otras más que facilitaron el crecimiento de la Nación. Ello, sin perjuicio que le tocó vivir y enfrentar los resultados de la Guerra del Paraguay y las rebeliones internas de quienes se resistían a «sus puños». La vida de este gran hombre ha sido abordada por un grupo de investigadores que han querido recordarlo y homenajearlo desde Tucumán mediante el dictado de un curso y su correlato escrito que hoy tenemos a la vista. Ellos han abordado diferentes aspectos de la vida y acción del prócer para remarcar el aporte que el «gran sanjuanino» hizo para la Patria. En esta tarea hay que destacar el trabajo del Teresa Piossek Prebisch, quien con prosa ágil y amena aborda diferentes aspectos de la vida del prócer siguiendo el hilo de la conocida obra Recuerdos de Provincia donde Sarmiento expone partes de su azarosa vida previa a la etapa de la Organización Nacional en la que desempeñó roles de gran importancia. Más adelante, el destacado historiador Carlos Páez de la Torre hace una amplia reseña de las relaciones que desarrolló con personajes de Tucumán, especialmente con Posse a quien consideraba su amigo desde que juntos habían compartido el exilio en Chile, como así también de quien fuera su ministro, Nicolás Avellaneda . En su artículo, Elena Perilli desarrolla aspectos relacionados con el pensamiento de Sarmiento sobre el valor de la flora y las perspectivas que ésta tiene en Tucumán. Lucía Piossek Prebisch hace un análisis de la formación filosófica y particularmente enfoca aspectos de la obra Facundo donde reflexiona sobre la importancia que Sarmiento dio a los aspectos educativos, científicos y culturales. Para Félix Montilla Zavalía la confrontación intelectual entre Sarmiento y Alberdi es fruto de dos mentes brillantes que, cada uno a su manera y sin temor al disenso, trataron de orientar el camino de progreso nacional; mientras que Armando Raúl Bazán enfoca aspectos de la personalidad de Sarmiento y como éste propiciaba cuestiones que hacían a la organización del país.


Florencio G. Aceñolaza: Prólogo

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Tanto María Curia de Villecco como Silvia Formoso toman a su cargo el tema educativo en el pensamiento de Sarmiento, tanto en el aspecto nacional como particular en Tucumán. Para el arquitecto Alberto Nicolini toma en cuenta el pensamiento sobre la cuestión de la República y los antecedentes que llevaron a reconocer que ésta debía tener una razón geográfica basada el «decoro» que debía tener ante otras del mundo. Más adelante Elena Rojas Mayer aborda las impresiones que tuvo en sus periplos del por entonces «mundo civilizado» como una forma de poder enfrentar la organización y crecimiento nacional. Por último Elba Estela Romero toma a su cargo el valor que Sarmiento daba a la celebración de las fiestas patrias para consolidar la identidad argentina. El trabajo hecho por estos autores es sólido y de gran valor histórico para penetrar en la valoración de quien representa, por sobre todo, al Maestro. Para ello, desde varias ópticas se abordan diferentes aspectos de la personalidad de Sarmiento destacando algunos de los factores que le ayudaron a forjar el País donde desarrolló sus pensamientos y acciones. Dr. F LORENCIO G ILBERTO A CEÑOLAZA


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Palabras preliminares

n 2011 la Junta de Estudios Históricos de Tucumán dedicó su curso anual a Domingo Faustino Sarmiento con motivo de cumplirse el bicentenario de su nacimiento ocurrido el día 11 de febrero de 1811, a nueve meses de la Revolución del 25 de Mayo de 1810. Por eso él, cuando le preguntaban por su edad, respondía que «tenía un año menos que la patria». Esta casi simultaneidad de fechas hizo que su vida creciera tan entrelazada con la de la patria, como la de la enredadera adherida al tronco del árbol. Sarmiento creció viviendo en carne propia las etapas cruciales, intensas, tumultuosas de transformación profunda por las que el país pasó durante el agitado siglo XIX: El fin de la colonia; las guerras por la independencia; la anarquía y la lucha por la organización nacional; el comienzo de la era constitucional. Enrique Anderson Imbert, en su libro Genio y figura de Sarmiento, al referirse a su faceta de escritor, dice que si se pretendiera suprimirlo de la historia literaria hispanoamericana, quedaría «un gigantesco hueco». Mucho mayor, abismal sería ese hueco sin su presencia en la construcción de la Argentina moderna ya que, como señala el mismo autor, «de los constructores de la Argentina, Sarmiento es el más genial… trazó los caminos fundamentales de nuestro engrandecimiento». No son exageradas estas palabras pues Sarmiento fue hombre de acción por antonomasia y patriota cabal dotado de una inteligencia superior. Fue hombre de proyectos grandiosos, de pensamiento que se anticipaba a su tiempo y, al estudiar el conjunto de sus realizaciones, nos encontramos ante una obra colosal: Primer censo nacional. Promoción de la industria, comercio, agricultura y minería. Ferrocarriles, caminos, puertos, transporte, telégrafo. Código Civil. Bibliotecas públicas, instituciones científicas y ex-


Teresa Piossek Prebisch: Palabras preliminares

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posiciones mundiales. Escritos sobre los más diversos temas que componen un total de 56 volúmenes. Esto, para mencionar sólo parte de todo lo que él hizo. Al adentrarnos en esa colosal obra encontramos cuál fue su núcleo y fuerza impulsora: La educación pública. Su contrario era la ignorancia sobre la cual no podría construirse jamás la gran Nación Argentina que soñaban él y otros notables contemporáneos suyos. La ignorancia era el origen de los más graves males que pueden aquejar a un país porque lo llevan a la barbarie que sume en la pobreza y en el atraso; que ahoga sus potencialidades, adormece su inteligencia y anquilosa sus capacidades creadoras. Sarmiento, a través de viajes y lecturas, recogió lo mejor de la experiencia educativa de los países de avanzada de su tiempo —sobre todo de Prusia y Estados Unidos— y trajo y puso en práctica lo recogido, primero, en Chile y, más tarde, en Argentina. Su concepción de la tarea educativa era total, de educación para todos, comenzando en los jardines de infantes para continuar en la escuela y culminar en la universidad. No concebía la educación como mera acumulación de conocimientos, sino, como lo expresa en su obra Educación popular, «educar es enseñar a pensar… a adquirir ideas, pues la falta de ideas es la barbarie pura». «La naturaleza hizo en grande a Sarmiento», escribe Leopoldo Lugones en su Historia de Sarmiento. Le dio una personalidad exuberante, multifacética y fecunda; clarividencia para analizar la realidad y planificar el futuro; vigor arrollador para alcanzar sus fines y luchar contra prejuicios y obstáculos impulsado por su patriotismo auténtico. Despertó devociones y enconos; amores y odios; admiraciones y rechazos, pero cumplió con el propósito que se trazó desde su juventud: volcar todas sus energías de constructor para hacer de Argentina un país respetado en el mundo, habitado por gente próspera. La Junta de Estudios Históricos de Tucumán, al organizar el curso en su homenaje, quiso mostrar con la mayor amplitud posible las distintas facetas de su personalidad y de su obra que, como ya dijimos, es parte inseparable de la historia de la patria. Hoy tenemos la satisfacción de publicar las clases de los distintos disertantes, en el orden en que ellas fueron dictadas entre el 19 de abril y el 24 de mayo de 2011. Del mismo modo lo hicimos con cursos anteriores con el propósito de que su contenido pueda continuar siendo provechoso para las generaciones futuras. Como apéndice incluimos la investigación titulada Las Fiestas Patrias en el ideario de Domingo Faustino Sarmiento. Fue presentada en el Congreso


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Extraordinario en homenaje el prócer, organizado por la Academia Nacional de la Historia y la Junta de Estudios Históricos de San Juan, en el mes de abril, y después fue leída en el Centro Cultural Alberto Rougés de la Fundación Miguel Lillo, como parte de la conmemoración del 9 de Julio de 1816 por la Junta de Tucumán. Consideramos que el tema tratado contribuía a enriquecer la visión educativa del gran maestro por lo que convenía incluirla en la presente publicación. Lic. T ERESA PIOSSEK PREBISCH Presidente de la Junta de Estudios Históricos de Tucumán


Teresa Piossek Prebisch: Sarmiento y Recuerdos de provincia

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Sarmiento y Recuerdos de provincia

por Teresa Piossek Prebisch

l 14 de febrero de 1811, en la ciudad de San Juan de la Frontera nació Faustino Valentín Sarmiento. Así quedó registrado en el libro de nacimientos de la Iglesia Matriz, pero la familia lo llamó Domingo por su devoción al santo, como cuenta Sarmiento en su obra autobiográfica Recuerdos de provincia.1 Lo que merece señalarse es que aquello que comenzó como una suerte de apodo se impuso como el nombre por antonomasia del personaje. ¿Por qué la Junta de Estudios Históricos comienza su curso 2011 con Recuerdos seleccionándolo entre la obra sarmientina que abarca 56 tomos? Porque habiendo sido escrito en 1850, cuando Sarmiento contaba 39 años, nos hace conocer el ambiente en que nació y creció, y bien dicen que la influencia que el ser humano recibe de su familia, casa, ciudad y país en sus años iniciales son determinantes de su existencia. En Recuerdos Sarmiento también nos habla de sus años de lanzamiento a la acción pública, del descubrimiento de cuál iba a ser su misión en la vida. Cuando nació, la Argentina como hoy la conocemos no existía, comenzando por la silueta que la individualiza en el mapa. Sus pocas ciudades estaban diseminadas en un dilatado espacio casi desierto. Los caminos eran huellas. La muy escasa población —más o menos la actual de Tucumán— estaba distribuida irregularmente en el territorio. Hasta la revolu1 Sarmiento, Domingo Faustino: Recuerdos de Provincia. EUDEBA. Editorial Universitaria de Buenos Aires. Serie del siglo y medio, vol. 13. Buenos Aires, 1961.


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ción del 25 de mayo de 1810 integró el Virreinato del Río de la Plata pero, al producirse ésta, se llamó Provincias Unidas del Río de la Plata, designación que abarcaba cuatro repúblicas actuales: Bolivia, Paraguay, Uruguay y Argentina. La revolución marcó un cambio en nuestra historia que Sarmiento define en Recuerdos como una «transición lenta y penosa de un modo de ser a otro; la vida de la República naciente, la lucha de los partidos, la guerra civil, la proscripción y el destierro».2 Y en Facundo. Civilización y barbarie, escribe: «La revolución de 1810 llevó a todas partes el movimiento y el rumor de las armas».3 Verdaderamente fue un período penoso que duró 43 largos años, marcados por la confusión, inestabilidad, inquietud y luchas fratricidas. Desde 1810 comenzó la confrontación entre los intereses de las provincias y los de Buenos Aires, ex capital del Virreinato, de tendencia centralista que se declaró «Hermana mayor» con poder de decisión sobre las restantes. Por su condición portuaria era usufructuaria exclusiva de los ingresos de la aduana y mantenía un contacto con el mundo exterior del que carecían las provincias, hecho que había creado una brecha cultural que contribuiría al desentendimiento. Surgieron dos bandos, el federal que defendía las autonomías provinciales y el unitario, el centralismo porteño. Sus enfrentamientos marcarían la historia del país durante casi medio siglo provocando divisiones, violencia y pérdida de territorios. Sarmiento sufrió este proceso que padeció la patria, así como el navegante sufre los riesgos que corre su nave sobre el mar, de modo que su vida está entrelazada con la de la patria. Sus padres fueron Clemente Sarmiento y Paula Albarracín, de familias que gozaron antaño holgada posición, pero que por entonces decaían.4 Dos seres muy disímiles en carácter, sin embargo, cada uno, a su modo, ejerció influencia fundamental en la construcción del personaje Domingo Faustino Sarmiento quien los describe así: Él, un joven apuesto… dotado de mil cualidades buenas, que desmejoraban otras… sin ser malas5… pasó toda su vida en… especulaciones… sin un plan… en sus acciones, por lo que su contribución al sostén del hogar se reducía a acciden2

Ibidem, p. 156. Sarmiento, D. F.: Facundo. Civilización y barbarie. EUDEBA. Editorial Universitaria de Buenos Aires. Serie del siglo y medio. Buenos Aires, 1961, p. 58. 4 Ibidem, p. 139. 5 Ibidem, p. 139 y sigs. 3


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tales auxilios. Había sido educado en los rudos trabajos de la época: peón en la hacienda paterna…, arriero en la tropa… En 1817 acompañó a San Martín a Chile…, como oficial de milicia… y desde el campo de batalla de Chacabuco fue despachado a San Juan llevando la plausible noticia del triunfo de los patriotas y conduciendo prisioneros de guerra.

Ella era industriosa6 y llevaba a cabo tesoneramente todo aquello que emprendía. Estaba formada en las normas coloniales según las cuales una «mujer…, aún aquellas nacidas y criadas en la opulencia, podía contar consigo misma para subvenir a sus necesidades». Exponente de esto era la vivienda familiar cuya construcción ella costeó con su trabajo de tejedora, aún antes de casarse como si supiera que sobre ella caería el sostén de la familia. Su inteligencia —escribe Sarmiento— [era] poco cultivada…, [pero] clara,7 regida por el realismo y el sentido común. Tenía una profunda religiosidad y una confianza en la Providencia que le daba una asombrosa entereza ante circunstancias difíciles…, reiteradas y diversas… sin flaquear ni contemporizar… Poseía —concluye el hijo— una rara beldad moral

y él siempre la tuvo como máximo ejemplo de vida. En 1811 San Juan era una ciudad de unos 3.000 habitantes y la casa de los Sarmiento-Albarracín era un hogar pobre, a menudo en «situación vecina de la indigencia», 8 donde se valoraba como bendición de Dios el pan de cada día. Era una construcción de adobe, compuesta de sala y dormitorio, y se levantaba en un lote de unos 24 por 32 metros, lo suficientemente amplio como para que en él hubiesen árboles frutales, un pequeño jardín, una huerta, más un estanque donde se criaban patos. Y también había «lugares apartados» 9 donde Sarmiento niño pasaba «horas… y semanas… en inefable beatitud»10 jugando en soledad, acompañado de sus ensoñaciones. Un juego preferido era moldear en barro imágenes de santos y soldados, dos arquetipos para los estándares coloniales. En esto había algo premonitorio de la misión que cumpliría en su vida ya que tuvo una actitud de santidad en su propósito de beneficiar al ciudadano dándole el ca-

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Ibidem, p. Ibidem, p. 8 Ibidem, p. 9 Ibidem, p. 10 Ibidem. 7

137 y sigs. 131 y sigs. 142. 143.


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pital de la educación, base de un país pujante y, ante la necesidad de luchar contra prejuicios, peleó como el más aguerrido de los soldados. Quiero señalar un hecho que dejó honda huella en su carácter: que la pobreza material de los Sarmiento-Albarracín se compensaba con tres riquezas: La unión familiar. El culto a la verdad, y la honradez y dignidad para vivir. El amor a la tierra natal en la que ambas familias arraigaban desde generaciones atrás. Sarmiento era un niño saludable, vital, cuyos ojos zarcos imagino que desde entonces tendrían la mirada intensa que conservaron hasta la ancianidad. Desbordaba energía física y mental, don que iba a necesitar en su existencia ya que cada paso que dio en ella fue una batalla contra obstáculos y adversidades, en pos del cumplimiento de su misión. Era el rey de su casa, único varón entre cuatro hermanas, mimado por ellas, adorado por sus padres. Don Clemente fue, quizás, el primero en advertir que su hijo no era un niño común y esas palabras que le escucharon decir cierta vez: «¡Mi hijo jamás tomará en sus manos una azada!».11 no las adjudico meramente a la mentalidad colonial que subestimaba el trabajo manual, sino al reconocimiento de que había en él algo excepcional. Más allá del amor paternal, sentía admiración por él; intuía que estaba predestinado a algo grande y luchó por darle educación para liberarlo de la chatura aldeana: «Mi pobre padre, ignorante como era, pero solícito de que sus hijos no lo fuesen, aguijoneaba en mi casa esa sed naciente de educación… [A él le] debí mi afición a la lectura». Aprendió a leer a los cuatro años gracias a su tío el cura Quiroga Sarmiento y, a los cinco, «leía corrientemente en voz alta, con las entonaciones que sólo la completa inteligencia del asunto puede dar»,12 causando admiración en quienes lo escuchaban. ¿Y qué sucedía, entretanto, en el ámbito de las Provincias Unidas? Se acentuaban la tendencia hacia «la hegemonía absorbente de Buenos Aires»13 —como señalan Floria y García Belsunce en la obra Historia de los argentinos— y su rechazo por las provincias. Ejemplo de ello fue que en mayo de 1811, en Asunción se constituyó una Junta de Gobierno Provisional14 que proclamó la independencia del Paraguay reconocida por Argentina re-

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Ibidem, p. 139. Ibidem, p. 158. 13 Floria, Carlos Alberto y García Belsunce, César A.: Historia de los argentinos. Tomo Primero, p. 332. Ediciones Larousse Argentina S.A.I.C., Buenos Aires, 1992. 14 Presidida por Fulgencio de Yegros. 12


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cién en 1852. Fue el primer desprendimiento del conjunto de las Provincias Unidas. Otro mal signo era la inestabilidad institucional: Primera Junta, Junta Grande, Junta Conservadora, Primer Triunvirato, Segundo Triunvirato, Directorio. Los cambios de designación del poder político dan la pauta, sin embargo, simultáneamente, se afirmaba una aspiración muy ambiciosa: Declarar a las Provincias Unidas nación independiente y darle una constitución, objetivo, éste, que resultó muy difícil de alcanzar. El primer intento de redactar una fue el Estatuto Provisional de 1811, año en que Sarmiento nacía. En 1812, inspirado por la idea independista, Manuel Belgrano le dio al país un fundamental símbolo de autonomía: la bandera, enarbolada por vez primera el 27 de febrero de ese año en que Sarmiento cumplía el primero de su vida. En 1813 se reunió la Asamblea General Constituyente cuya misión era declarar la independencia y redactar una constitución, pero no lo logró, aunque «eliminó toda referencia al rey,…acuñó moneda nacional… estableció el escudo y el himno del país», dándole, así, otros símbolos de autonomía que, junto a la bandera, desde entonces nos unen e identifican. Un efecto indeseado de la Asamblea fue la reacción de las provincias del Litoral —Santa Fe, Entre Ríos y Corrientes— que, reacias a aceptar la supremacía porteña, se federaron con la Banda Oriental del Uruguay liderada por Artigas. A los tropiezos de índole institucional se sumaban las Guerras de la Independencia que costaron tanto sacrificio a las provincias del Norte. El Ejército del Norte obtuvo para la causa de Mayo dos trascendentales triunfos: las batallas de Tucumán, el 24 de septiembre de 1812, y de Salta, el 20 de febrero de 1813. Sin embargo, en este mismo año sufrió las derrotas de Vilcapugio y Ayohuma y, en 1815, la de Sipe-Sipe tras la cual se perdieron las provincias del Alto Perú, segundo desprendimiento de las Provincias Unidas. José de San Martín, militar de carrera, se hizo cargo del ejército y cambió la estrategia guerrera: no insistir en batir a los realistas por el Alto Perú, sino cruzar los Andes y, por mar, llegar hasta Lima, su centro de poder. En 1814 fue designado gobernador de Cuyo e, instalado en Mendoza, se dedicó a organizar el Ejército de los Andes al cual se unió don Clemente Sarmiento. En 1815 se redactó un segundo Estatuto Provisional, que no fue aceptado por las provincias y en 1817 un Reglamento Provisorio a regir mientras se elaboraba una constitución.


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Este era el panorama que ofrecía la realidad de nuestra patria durante el primer lustro de vida de Sarmiento que, entonces, nada podría comprender de su gravedad una de cuyas manifestaciones era la precariedad de la educación pública. La primera escuela que hubo en San Juan fue de religiosos (1787) y se llamó Escuela del Rey, pero, producida la revolución, se la denominó Escuela de la Patria. A ella asistió Sarmiento de cinco años de edad y se entregó al aprendizaje con el entusiasmo que siempre pondría en lo que emprendía. La dirigían los maestros porteños José e Ignacio Rodríguez quienes pronto reconocieron su capacidad de aprendizaje por lo que le otorgaron el título de Primer Ciudadano creado para estimular la aplicación a los estudios. Es decir, que el rey del hogar también comenzó a ejercer cierto tipo de reinado en la escuela lo que contribuyó a desarrollar la confianza en sí mismo: «Yo creía desde niño en mis talentos como un propietario en su dinero, o un militar en sus actos de guerra».15 Corría el año 1816 y bajo el Directorio de Pueyrredón se reunió el Congreso de Tucumán al que no asistieron diputados del bloque artiguista. Con la presidencia del sanjuanino Narciso Laprida, el 9 de julio declaró, a las ya denominadas Provincias Unidas de Sudamérica, nación independiente, pero no logró redactar una constitución. Estas noticias de guerras, de triunfos y derrotas, de cambios de gobierno, de constituciones fallidas escuchaba Sarmiento niño en los corrillos sanjuaninos, y, de escucharlas tan habitualmente, las tomaría como parte de la normalidad. Ya señalé que uno de los efectos más dañinos de este estado de cosas era la precariedad de la educación pública que se hizo sentir interponiéndole el primer obstáculo al desarrollo de sus potencialidades: la Escuela de la Patria tenía un solo grado al que asistió durante nueve años hasta llegar al hartazgo y la indisciplina, y quien fue alumno sobresaliente, un día cambió. Revelando innato don de mando y agresividad en la pelea, se transformó en jefe de una pandilla de muchachos que guerreaba a pedradas con otra, hecho que, lamentablemente, resultaba una parodia de lo que le ocurría al país: El congreso que comenzó en Tucumán en 1816 se había trasladado a Buenos Aires y el 25 de mayo de 1819 sancionó una constitución que fue rechazada por las provincias por su carácter centralista, lo que agudizó el enfrentamiento entre unitarios y federales, cada día más fanático, sectario y cruel. 15

Ibidem, p. 159.


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De hecho el país estaba dividido en dos sectores: Buenos Aires sede del gobierno directorial de tendencia unitaria y las provincias de tendencia federal, dispuestas a defender su autonomía. En agosto de 1819 Santa Fe se declaró autónoma y en octubre la tensión entre ella y Buenos Aires desembocó en lucha armada. El Director Supremo Rondeau convocó a los ejércitos de los Andes y del Norte para defender la postura porteña, pero San Martín se negó a participar en una guerra fratricida y el del Norte se sublevó en la Posta de Arequito por el mismo motivo. Y llegó 1820. En febrero tuvo lugar la Batalla de Cepeda en la que los ejércitos de Entre Ríos y Santa Fe derrotaron al ejército del Directorio. Los resultados fueron su caída y el surgimiento de movimientos autonomistas en varias provincias: En Tucumán, el gobernador Bernabé Aráoz declaró a la provincia República Autónoma de Tucumán, pero aclaremos que no significaba creación de un Estado independiente ni ruptura con las provincias hermanas. Dictó su propia constitución a regir hasta tanto un congreso constituyente dictara la de carácter nacional. Santiago del Estero, que junto con Catamarca estaba subordinada a Tucumán, se declaró autónoma. En Córdoba, el coronel Juan Bautista Bustos, jefe de la sublevación del Ejército del Norte, fue elegido gobernador y lanzó la convocatoria a un congreso constituyente que fracasó. En San Juan, la tierra de Sarmiento entonces de 9 años, el batallón del Ejército de los Andes acantonado allí también se sublevó y la provincia se declaró independiente hasta que un congreso redactara una constitución nacional. La historia denomina a este período la Anarquía, pero más adecuado sería definirlo como de su recrudecimiento ya que hacía tiempo que reinaba en el país creando el ambiente propicio al surgimiento de un dictador dispuesto a imponer su concepto del orden a cualquier precio. ¿Y qué sucedía con Sarmiento? En 1822, contando 11 años, viajó con su padre a Córdoba en un intento por ingresar al Seminario de Loreto pero no lo consiguió. En 1824 se le abrió una esperanza: Bernardino Rivadavia, ministro de Martín Rodríguez, gobernador unitario de Buenos Aires, creó becas para que jóvenes provincianos de talento estudiaran en el Colegio de Ciencias Morales fundado por él. Sarmiento encabezaba la lista de sanjuaninos, pero los postulantes eran más que las becas ofrecidas y, en el sorteo


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que se realizó, la suerte nuevamente le fue adversa. «La fatalidad intervenía para cerrarme el paso», 16 escribió en Recuerdos. La fatalidad también se ensañaba con la patria naciente que no encontraba el camino hacia la estabilidad institucional. En un nuevo intento, en 1824 Rivadavia convocó a un congreso constituyente a reunirse en Buenos Aires. La situación se agravaba a causa del propósito de la Corona portuguesa, instalada en Brasil, de apropiarse de la Banda Oriental. En 1825, Sarmiento de 14 años comenzó a aprender matemáticas y rudimentos de agrimensura como ayudante de un ingeniero francés de apellido Barreau, pero éste pronto dejó San Juan y el aprendizaje quedó trunco. Se le cerraba otra puerta más hacia el conocimiento, pero inesperadamente se le abrió una nueva: Al referirse al hecho el historiador estadounidense Allison Williams Bunkley en su obra Vida de Sarmiento escribe que la Providencia le dio «el maestro particular más importante que tuvo… en su juventud».17 Se trataba del presbítero José de Oro, pariente suyo, un cura cincuentón, hombre vital, talentoso e instruido, federal acérrimo y tan metido en lides políticas, que intervino en una revuelta clerical que derrocó al gobernador unitario, el Dr. Salvador María del Carril. Esto le costó el destierro a San Luis, a un pueblito enclavado en el campo agreste denominado San Francisco del Monte. Invitó a Sarmiento a acompañarlo y allí vivieron los dos juntos, durante más de un año. Para Sarmiento fue una etapa muy feliz, de maduración. Siempre había hecho vida urbana —en una aldea, pero urbana al fin— y ahora vivía en un bucólico ambiente campestre. Entre el cincuentón y el adolescente reinó el entendimiento, «practicando la más curiosa pedagogía en el seno de la naturaleza», como escribe Ricardo Rojas en su obra El profeta de la pampa.18 El cura lo quería como a hijo quizá porque se parecían: ambos poseían una mente poderosa, ambos eran vehementes y ambos tenían actitudes pintorescas. Oro le transmitió todo lo que sabía. Le enseñó el latín dotándolo de «una máquina sencilla de aprender idiomas».19 Le contó de Persia, de Egipto, sus pirámides y su Nilo prodigioso; de Grecia y de Roma. Entre ambos redactaron un cuaderno de apuntes titulado Diálogo

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Ibidem, p. 170. Williams Bunkley, Allison: Vida de Sarmiento. Eudeba. Editorial Universitaria de Buenos Aires. Biblioteca de América. Buenos Aires, 1966, p. 42. 18 Rojas, Ricardo: El profeta de la pampa. Vida de Sarmiento. Quinta edición. Editorial Losada. Buenos Aires, 1951, p. 58. 19 Sarmiento, Domingo Faustino: Ibidem, p. 177. 17


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entre un ciudadano —Sarmiento— y un campesino —el P. Oro—. También le enseñó cosas de la vida, le ayudó a quitar de su mente irracionalidades pueblerinas, y —aunque con toques de fanatismo— le despertó el interés en la política y «en el estudio de las cosas del país».20 A las tardes Sarmiento caminaba por el campo y, mientras recogía leña y gozaba de la naturaleza, meditaba sobre las enseñanzas del P. Oro. Hasta el campestre San Francisco del Monte llegaría, sin duda, la noticia amarga del estallido de la Guerra con Brasil el 10 de diciembre de 1825 que significaría un nuevo desangre para el país agobiado de conflictos. Oro era el guía espiritual de los pobladores de San Francisco y Sarmiento lo acompañaba en esta tarea que excedía la práctica religiosa. Entre ambos trazaron el plano de la aldea, restauraron la iglesia dañada por un rayo, cultivaron flores y huerta de legumbres. No faltaban las amenidades porque el cura amaba y fomentaba las reuniones sociales dominicales, con música y baile a las que él y el muchacho eran infaltables. Pero lo que sucedió en San Francisco marcando un hito en la vida de Sarmiento fue que allí comenzó a ser maestro. Era 1826, tenía quince años y abrió una escuela donde enseñaba a leer, escribir y contar a jóvenes del lugar, todos mayores que él, en quienes vio producirse el milagro del despertar del intelecto gracias al conocimiento. En diciembre de ese mismo año el congreso reunido en Buenos Aires sancionaba una constitución que resultó otro fracaso más ya que, por su tendencia unitaria, las provincias la rechazaban. Creaba el cargo de presidente que ocupó Rivadavia por poco tiempo pues en 1827 renunció presionado por la oposición y por los términos del tratado de paz con Brasil, una de cuyas consecuencias fue la independencia de la Banda Oriental del Uruguay,21 el tercer desprendimiento del grupo original de las Provincias Unidas. Pero volvamos a San Francisco del Monte donde un día apareció don Clemente Sarmiento con la noticia de que el gobernador de San Juan don José Sánchez, unitario, le proponía enviar a su hijo a estudiar en Buenos Aires, becado por la provincia, pero la fatalidad se interpuso nuevamente. Ocurría que Facundo Quiroga se había convertido «en el caudillo indiscutido de la zona cordillerana y [en] uno de los árbitros de la política nacional».22 Controlaba el país desde Jujuy hasta Mendoza y San Luis, y en 20 21 22

Williams Bunkley, Allison: Ibidem, p. 43. El 27 de agosto de 1828. Floria, Carlos Alberto y García Belsunce, César A., Ibidem.


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1827 invadió San Juan, depuso al unitario Sánchez, designó gobernador al federal Manuel Gregorio Quiroga y la beca quedó en la nada. Era como si el destino le negara a Sarmiento una educación sistemática. Como si quisiera preservarlo de todo moldeo metódico que alterara su sorprendente energía nativa. Como si hubiera decidido que ese bloque de granito que era su personalidad se tallara a sí mismo, y Sarmiento comprendió que, para satisfacer su avidez de conocimientos, tendría que tomarlos de donde la suerte se los brindara. Así como el extremismo dominaba la política, también dominaba la religión personificado en el cura Pedro Ignacio de Castro Barros. Predicó durante quince días en San Juan y Sarmiento relata en Recuerdos el efecto que produjo en él: Al comienzo «había logrado despertar en mi alma el fanatismo rencoroso que vertía siempre de aquella boca espumosa de cólera, contra los impíos y herejes a quienes ultrajaba en los términos más innobles» —el primero, Rivadavia, a quien calificaba de «execrable ministro»—, pero después ese mismo desenfreno le despertó «la primera duda… contra las ideas religiosas en que había sido criado»,23 en sus aspectos sectarios y oscurantistas. Empezó a cuestionarlas, aunque siempre conservó intactos los principios morales fundamentales de la fe cristiana. Simultáneamente, comenzó a volcar sus preferencias políticas por el bando unitario. Era 1827 y para ganarse la vida trabajó como empleado de una tienda de una tía suya. Williams Buckley describe su aspecto físico, entonces: Era alto para su edad y para el tipo de personas habitual en la zona. Tenía los hombros anchos y el cuello grueso como el de un toro. Su cabeza era maciza y firmemente asentada sobre los hombros y el cuello. La característica que llamaba particularmente la atención en él era el centelleo brillante y penetrante de los ojos. Aquellos ojos revelaban la vitalidad del espíritu que se ocultaba detrás del exterior tosco.24

Su nieto Augusto Belín Sarmiento agregaba un dato más a esta descripción física: al referirse a las manos de su abuelo, habla de «manazas de atleta».25 Es decir que, con sólo 16 años, Sarmiento ya tenía el físico de un hombre aguerrido. Se las ingeniaba para conseguir los libros que existieran en la pequeña San Juan y, cuando no atendía clientes, los leía con voracidad: la Autobio23 24 25

Sarmiento, Domingo Faustino: Ibidem, p. 174. Creado en el original. Williams Bunkley, Allison: Ibidem, p. 48. Rojas, Ricardo: Ibidem, p. 105.


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grafía de Benjamín Franklin, la Vida de Cicerón de Middleton, una enciclopedia titulada Catecismos de Ackermann, el Contrato Social de Rousseau y varios más cuya lectura contribuyó a que tomara conciencia de la grave realidad social e institucional de su patria. Y a la noche visitaba a otro pariente cura, Juan Pascual Albarracín, rivadaviano, unitario y liberal, es decir, el polo opuesto de Castro Barros. Con él, nos cuenta, discutía la Biblia, «desde el Génesis hasta el Apocalipsis».26 Dos veces viajó a comprar mercadería para la tienda, una a Mendoza y otra a Chile, y ésta fue la primera vez que salió del país. En Santiago visitó a otro pariente religioso más, nada menos que Fr. Justo Santa María de Oro con quien sostuvo interesantes pláticas. Cuando regresó a la patria ésta ofrecía un panorama intranquilizador: En agosto de 1827 Manuel Dorrego, unitario, asumía como gobernador de Buenos Aires. En 1828 se intentaba convocar un congreso constituyente en Santa Fe, pero fracasaba. El general Lavalle, federal, deponía a Dorrego y lo hacía fusilar. El general José María Paz, unitario, tomaba la ciudad de Córdoba. En las restantes provincias gobernaban federales. La anarquía estaba en su plenitud y de este modo continuaba preparando el camino hacia la tiranía. Mientras tanto, en San Juan, Manuel Gregorio Quiroga había creado la guardia cívica y ordenó a Sarmiento incorporarse como subteniente del batallón de infantería. Al joven lo enojó esta imposición inconsulta por lo que desobedecía las órdenes de cerrar la tienda para cumplir su turno y, cuando le llegó una intimación, reclamó porque se lo obligara a desempeñar tal servicio. El gobernador lo citó con el propósito de escarmentarlo; Sarmiento reaccionó con insolencia y, como era de preverse, desembocó en la cárcel para aflicción de sus padres. Por nota pidió perdón al gobernador y fue perdonado. Con este suceso comenzaban sus encontronazos políticos porque así como se le despertó el espíritu crítico hacia la religión, también comenzó a cuestionarse las prácticas políticas. El desorden, el atropello, la imprevisibilidad y la prepotencia tan habituales que parecían ser lo normal, de pronto se le revelaron como reñidos con la razón. Sentía que no era lógico que una comunidad viviera como vivía la suya, sin una Ley Suprema válida para todos por igual, incluso para el gobernante de turno. Este sentimiento era un anhelo generalizado en el país, pero faltaban varios años antes de llegar a tener una Constitución Nacional. 26

Sarmiento, D. F.: Ibidem, p. 172.


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Un día Sarmiento, desde la puerta de la tienda, vio irrumpir en la ciudad la montonera de Facundo Quiroga, golpeando sus guardamontes: Eran seiscientos… con el alarde triunfal que dan el polvo y la embriaguez… Habían montado en briosos corceles… y… usaban enormes guardamontes… El ruido de estos aparatos es imponente… Los caballos… se espantaban… y, en calles sin empedrar, veíamos los espectadores avanzar una nube de denso polvo, preñada de rumores, de gritos, de blasfemias y carcajadas, apareciendo de vez en cuando caras empolvadas aún, entre greñas y harapos, y casi sin cuerpo pues los guardamontes les servían de ancha base… He aquí mi visión del Camino de Damasco —escribió parafraseando a San Pablo— de la libertad, de la civilización. Todo el mal de mi país se reveló de improviso, entonces: ¡la barbarie!27

Contaba 18 años y ese día supo cuál era su misión en la vida: luchar contra la barbarie. Si bien con el pasar del tiempo comprendería que el medio de combatirla era la educación, en ese momento de extremismos creyó que debía hacerse con las armas. Y puesto que veía el federalismo representado por la montonera, se volcó con vehemencia al bando unitario. Dejó su puesto de tendero para meterse en cuanto enfrentamiento se producía en la lucha civil que estalló en San Juan y a lo largo y ancho del país. Iba armado con la espada de su padre quien se dedicó a correr detrás de él para salvarlo de la muerte: «Como el ángel tutelar —escribe Sarmiento— se me aparecía en estos momentos de embriaguez, a sacarme de los atolladeros que, sin su previsión, habrían podido serme fatales».28 Era 1829 y de las luchas en las que participó Sarmiento me reduciré a la batalla que él llamó la catástrofe del Pilar que le dejó el recuerdo doloroso de la muerte de un patriota de ley: En medio de la derrota —cuenta en Recuerdos— Laprida, «el ilustre Laprida, el presidente del Congreso de Tucumán… me encareció en los términos más amistosos el peligro que acrecentaba por segundos. ¡Infeliz! Fui yo el último… que oyó aquella voz próxima a enmudecer para siempre… A poco andar lo asesinaron». 29 Sarmiento huyó a Mendoza donde cayó prisionero y sólo lo salvó de la muerte un pedido de su antiguo preceptor, el P. Oro, al gobernador. En febrero de ese año 1829 ocurrió algo que revela la gravedad de la situación que vivía el país: El general San Martín, que anhelaba radicarse en su patria, llegó a Buenos Aires y se encontró con el panorama de vio27 28 29

Rojas, Ricardo: Ibidem, p. 80. Sarmiento, D. F. Ibidem, p. 185. Ibidem, p. 189.


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lencia fratricida. Los federales le propusieron apoyarlo si se hacía cargo del gobierno, pero él mantuvo la postura de diez años atrás: No intervenir en guerras civiles y optó por el exilio. Comprendió que «los partidos [unitario y federal] eran irreconciliables y sólo un gobierno fuerte que exterminara al partido contrario sería capaz de dominar la situación. El no estaba dispuesto a ser instrumento de semejante acción que repugnaba a su temperamento». Así analizan este momento Floria y García Belsunce.30 Meses después surgió ese gobierno fuerte, dispuesto a exterminar sin escrúpulos a los opositores denominados, desde entonces, Salvajes unitarios. Se trataba de Juan Manuel de Rosas que asumió como gobernador de Buenos Aires con poderes extraordinarios y el manejo de las relaciones exteriores por delegación hecha por las provincias. Esto, más los ingresos aduaneros, le permitieron transformarse en el amo del país. Gobernó 23 años, hasta 1852, salvo un interregno entre 1832 y 1835, y aunque en 1831 las provincias del litoral y Buenos Aires habían firmado el Pacto Federal una de cuyas cláusulas era convocar un congreso constituyente, durante su largo mandato siempre pretextó que no era el momento oportuno para la convocatoria. Aunque se declaraba federal, resultó ser el más recalcitrante antifederalista y la ley que se impuso en el país fue la suya. En cuanto a Sarmiento, regresó a San Juan. Recluido en su casa retomó su pasión por la lectura y comenzó a aprender francés con un singular maestro: Al enterarse de que había llegado a la ciudad un tal Lémoine, ex soldado de Napoleón, aventurero y borrachín, lo aprovechó para que le enseñara su idioma. Le pagaba con bebidas alcohólicas, cosa que el ex napoleónico aceptaba gustoso. Así y con la ayuda de un diccionario, aprendió francés. Un día de 1830 el vaivén político permitió que un unitario asumiera el gobierno de San Juan y Sarmiento, de 19 años, fue convocado a revistar en las milicias como Ayudante del Escuadrón de Dragones de la Escolta, pero en 1831 Quiroga nuevamente invadió la provincia, destituyó al gobernador unitario y puso uno federal. El miedo cundió entre los unitarios sanjuaninos y 200 emigraron a Chile, entre ellos Sarmiento. Tenía 20 años y dejaba con doña Paula una hijita que le había nacido, bautizada Ana Faustina, cuya madre había muerto. Permaneció en Chile un lustro que fue, quizá, la etapa más profundamente triste de su existencia. Durante ella anduvo a la deriva, ganándose pobremente el sustento en cualquier trabajo que le aparecía: 30

Floria, C. A. y García Belsunce, C. A,: Ibidem, p. 484.


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En la escuelita de Santa Rosa de Los Andes fue maestro. En Pocuro maestro y bodeguero. En Valparaíso, donde se inició en el inglés con un tal Mister Richard, fue empleado de comercio. En Copiapó capataz de minas. Y siempre, como hábito tenaz, en sus momentos libres o robando horas al sueño, leía acrecentando su desordenado bagaje cultural. También asistía a reuniones en las que, en el ámbito de una cocina, se congregaba gente de toda laya para comentar temas del momento. Rememorando esta etapa, después escribiría que sus «padecimientos morales… [eran] muchos y prolongados»31 hasta que un día colapsó con algo que él describió como ataque cerebral y que sus biógrafos Leopoldo Lugones y Rojas suponen fue fiebre tifoidea. Sufría de depresión y estados febriles que lo iban consumiendo. Afligidos, sus compañeros de exilio lo despacharon a San Juan y cuesta imaginar lo que habría sido tramontar la Cordillera en tan lamentable estado de salud; sin embargo, el sólo hecho de llegar a la amada casa familiar comenzó a curarlo. Al resto lo hicieron los cuidados de doña Paula y las hermanas más el reencuentro con Ana Faustina, ya de unos 5 años. Su recuperación fue como un renacimiento; surgió un hombre distinto al del momento previo a enfermarse. Ocurrió como, si durante la enfermedad, su mente hubiera estado trabajando silenciosa, en un profundo proceso de evaluación de lo vivido, seleccionando con lucidez lo importante. Fue un caso similar al que cuentan experimentó San Francisco de Asís, joven rico y frívolo que, tras una enfermedad que lo tuvo al borde de la muerte, recuperó la salud, pero transformado en un hombre nuevo, que tenía en claro cuál era la misión a cumplir en su vida. Sarmiento, de 25 años, estaba lleno de proyectos y las circunstancias los alentaban. Era 1836 y Facundo Quiroga había muerto lo que les abría a él y a los unitarios de Cuyo la esperanza de que una nueva etapa se iniciaba para San Juan. La gobernaba el federal Nazario Benavides quien, hasta el momento, se mostraba moderado. También se daba un hecho muy provechoso para Sarmiento: el regreso a San Juan de los jóvenes que tuvieron la suerte de estudiar en Buenos Aires y obtener títulos doctorales. Eran Antonio Aberastain, Indalecio Cortínez, Manuel Quiroga Rosas quien había entablado amistad con los integrantes de la brillante «Generación del 37» y traía libros portadores de novedosas ideas políticas: La libertad de expresión; el gobernante sometido a una Ley Suprema, no patrón del pueblo que gobierna, sino su servidor; 31

Rojas, Ricardo: Ibidem, p. 106.


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el pueblo como soberano con derecho a controlar sus actos. Por lo tanto —pensaba desde entonces Sarmiento— había que educar al soberano. Formaron un círculo de estudios para leer y discutir esos libros, entre ellos, el Dogma Socialista de Esteban Echeverría y Fragmento preliminar al estudio del Derecho de Juan Bautista Alberdi. Para Sarmiento el contacto con esos jóvenes de formación universitaria resultó muy enriquecedor ya que fue como cursar «dos años de filosofía e historia»,32 según cuenta en Recuerdos, lo que le ayudó a organizar su bagaje de conocimientos dispersos. Para ganarse la vida hizo trabajos de contabilidad para el gobernador Benavides; fue perito partidor (agrimensor) y procurador. También integró una sociedad dramático-filarmónica que, en el patio de la casona de don Javier Jofré, organizaba conciertos y representaciones teatrales para una de las cuales diseñó el decorado. Tan apasionado por lo cultural estaba, que hasta escribió una poesía que tituló Canto a Zonda —el valle de ese nombre— y la envió con seudónimo a Alberdi para someterla a su crítica. A este activo período corresponde la fundación de un Pensionado de niñas o Colegio de Santa Rosa de América, en 1839, cuando contaba 28 años. Aprovechó un edificio construido para seminario por su tío y obispo de San Juan, Fr. Justo Santa María de Oro recientemente fallecido. Lo hizo con el beneplácito de su hermana doña Tránsito de Oro y el apoyo del nuevo obispo, Eufrasio de Quiroga Sarmiento. Designó rectora a doña Tránsito y prefecta a su hermana Bienvenida. Él era director y autor del Reglamento que denominó Constituciones. Sus 12 capítulos coincidían, en muchos aspectos, con los de seminarios y noviciados de Órdenes religiosas, pero en otros resultaban muy novedosos para su lugar y tiempo, inspirados en su valoración de la mujer como ser pensante. Ricardo Rojas escribe esto al respecto: Dos ideas trascendentales que orientarán a Sarmiento durante el resto de su vida se esbozan ya en esos trabajos de 1839: la reforma de la sociedad mediante la escuela y la incorporación de la mujer a tal empresa, para unir la escuela, la sociedad y el hogar en un solo propósito de civilización.33

El plan de estudios incluía lectura, escritura y religión que, ocasionalmente, solía enseñárseles a las niñas, pero, además, materias no usuales en la enseñanza femenina: aritmética de aplicación práctica en la economía doméstica y en la teneduría de libros comerciales lo cual abría a la 32 33

Sarmiento, D.F.: Ibidem, p. 181. Rojas, Ricardo: Ibidem, p. 125.


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mujer un horizonte nuevo de trabajo. Gramática, geografía, dibujo, inglés, francés, artesanías, juegos de salón y música instrumental, y cabe señalar que uno de los textos usados en esta materia era el Método de aprender por sí solo el piano de Alberdi. Otra originalidad pionera era el uniforme de las alumnas: Las pensionistas, a fin de evitar zelos y envidias que inspiran la desigualdad de medios y darles sentimientos de fraternidad y benevolencia universal, llevarán traje que constará de calzón blanco hasta el zapato, vestido sencillo igualmente blanco, de poco ruedo, a media pierna, con manga angosta y media manga, cinturón lacre, largo, cayendo sus dos puntas por la parte de adelante.34

Ricardo Rojas comenta: Ahí está ya de cuerpo entero el Sarmiento pedagogo que conoceremos plenamente después, el inventor del uniforme escolar que por primera vez se adopta y que ha prevalecido en América, el preceptor minucioso por igual en los detalles de la honestidad y de la gracia, a los cuales fue siempre igualmente sensible.35

El colegio se inauguró con una solemne ceremonia el 9 de julio de 1839, pero lamentablemente duró sólo dos años por el siguiente motivo: Otra creación sarmientina de ese período fue el semanario El Zonda, que se imprimía en la única imprenta de San Juan. 36 Era propiedad del Estado y servía para publicaciones oficiales, pero el reglamento autorizaba su uso por ciudadanos con fines de utilidad pública, costeando los gastos de papel con la venta de la publicación. Se lanzó el 20 de julio, once días después de inaugurado el Colegio. Sus redactores eran Quiroga Rosas y Sarmiento que escribía sobre temas sociales, culturales y económicos, y criticaba los actos de gobierno. Esto a Benavides no le gustó y, para acallarlo, lo atacó por el flanco económico: dispuso que, desde el número 6, El Zonda abonaría veinticuatro pesos por los dos pliegos de papel que empleaba en cada edición. Sarmiento de enojó; aún no existía una ley que garantizara la libertad de prensa, pero sí el mencionado reglamento que Benavides violaba inescrupulosamente. Se negó 34 Otros detalles de la vestimenta eran los siguientes: Tendrán además dos vestidos de quimón o zaraza azul para el ordinario con un delantal de nanquín para conservar el aseo y limpieza de aquél. Usarán para dormir y para el invierno gorritos de coco con vuelos, con las formas que se darán en diseños 35 Ibidem, p. 128. 36 Introducida en 1825 por el gobernador Del Carril.


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a pagar, y aunque finalmente lo hizo, El Zonda desapareció, pero había nacido el Sarmiento periodista. Benavides reveló su determinación de silenciar a quienes pensaban distinto a él, en primer lugar a los integrantes del círculo de estudios de donde salían las ideas difundidas por Sarmiento. Una vez lo acusó de conspirar amenazándolo con tomar medidas severas, eufemismo de cárcel, destierro y, quizá, ejecución. Otra, de recibir papeles subversivos del unitario riojano Tomás Brizuela. Ante la intensificación de la hostilidad, los integrantes del círculo abandonaron San Juan y sólo quedó Sarmiento consciente de «que se preparaba un golpe de terror y que [él] era la víctima designada».37 Efectivamente, a principios de noviembre fue apresado, engrillado y encerrado en una celda de los altos de la Casa de Gobierno. Dos semanas después, a la madrugada lo despertó el vocerío rugiente de una turba enardecida que, ante el edificio, gritaba consignas contra Los salvajes unitarios. No mediaba orden explícita de Benavides de eliminarlo, pero era evidente que la turba traía ese propósito. Sarmiento, aguerrido como era, se resistió; su madre y hermanas fueron a casa de Benavides —tan próxima al lugar que necesariamente escuchaba la barahúnda— para rogarle por su vida. Su intercesión, más la intervención de la Providencia en la que tanto confiaba doña Paula, lograron salvarlo, pero no le quedó más opción que exiliarse cruzando nuevamente la Cordillera. Había estado cuatro años en la tierra natal donde —escribe José S. Campobassi en Sarmiento y su época—38 «desarrolló, a un mismo tiempo, las funciones de político, maestro y periodista, las tres grandes vocaciones de su larga y fecunda existencia… dispuesto a realizar con ellas las obras de su credo civilizador». ¿Y qué fue del Colegio? Ido su fundador y director, se cerró. El emigrado de 1840 era muy distinto de aquél «don Nadie» de 1831. Quien ahora llegaba a Santiago de Chile, ciudad de 80.000 habitantes, capital de una nación que desde 1833 estaba regida por una Constitución, era un hombre de 30 años consciente de sus potencialidades. Si algo permanecía sin cambio era su habitual estrechez económica. Primero compartió habitación con Quiroga Rosas y otro emigrado; después —nos cuenta— alquiló un «cuarto desmantelado debajo del Portal» 39 frente a la Plaza Ma37

Sarmiento, D. F.: Ibidem. José S. Campobassi: Sarmiento y su época, p. 122. Editorial Losada S.A., Buenos Aires, 1975. 39 Ibidem, p. 207. 38


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yor. El moblaje consistía en una silla, una mesa pequeña y dos cajones que le servían de cama. Ese era el lugar desde donde iba a comenzar una etapa decisiva en su vida porque allí, en Santiago de Chile, surgió el gran Sarmiento. Era ya 1841, y lo hizo con un acto que Ricardo Rojas califica de audacia y describe así: Para abrirse camino en tierra extraña y hallar medio de subsistencia, como quien juega al azar, ocurriósele escribir un artículo, con la esperanza de que algún periódico lo publicaría… Su personalidad había crecido, su ilustración también… Buscó el tema, y fue gracia de verdadera inspiración la que sugirióle escribir sobre la batalla de Chacabuco… Había oído relatos a su padre y a muchos actores de la hazaña… Puso manos a la obra… Fingió ser un chileno, teniente de Chacabuco, quien hablaba después de veinticuatro años, describiendo la batalla y haciendo amargas reflexiones sobre la actualidad.40

Lo tituló 12 de febrero de 1817 y lo firmó como «Un teniente de artillería de Chacabuco». El diario El Mercurio de Valparaíso lo publicó el día 11 y tuvo un gran éxito, tanto entre chilenos como entre emigrados argentinos y, lo más importante, entre personalidades de las letras como el venezolano Andrés Bello y el español Rafael Minvielle. Tal fue el éxito, que El Mercurio le ofreció un puesto en la redacción: Debía escribir cuatro editoriales semanales por una paga de treinta pesos mensuales. Sarmiento se mantenía pendiente de lo que ocurría en la patria, de la creciente concentración de poder en manos de Rosas y de su resistencia a convocar un congreso constituyente como se había acordado en el Pacto Federal. Al enterarse de que las provincias del Norte habían formado la Coalición antirosista, planeó una campaña militar para unirse a ella. Con otros emigrados recolectó fondos y armas y se puso en marcha, pero en medio de la Cordillera se encontró con los restos del derrotado ejército de la Coalición que venía huyendo hacia Chile. Rojas sintetiza así ese momento histórico: Fue pertinaz desgracia del bando liberal —los unitarios— en la guerra civil, que los prestigiosos militares formados en el ejército de la Independencia, hoy sus jefes, salieran sucesivamente derrotados por los del bando enemigo —el federal—. Primero el general Paz… que lo entregaron a Rosas para un cautiverio de varios años. Luego Alvarado, vencido en Mendoza por Aldao. Más tarde el general Lavalle que… emprendió… esa expedición al Norte, en la cual fue muerto. Ahora el general Lamadrid…41 40 41

Rojas, Ricardo: Ibidem, p. 158. Ibidem, p. 165.


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Sarmiento, abrumado, hizo lo único que correspondía entonces: organizar la ayuda para los sobrevivientes. Entre quienes la recibieron se contaba Ángel Vicente Peñaloza, El Chaco, que en el futuro sería su adversario. Rosas se mantenía firme en el poder, pero simultáneamente generaba creciente descontento en las provincias por su pertinaz actitud de no convocar al congreso constituyente. Años después, un amigo suyo, Jerónimo Costa, que viajó con él en el mismo barco que lo llevó al exilio, contó que le había confesado: «Nunca pensé en constituir al país».42 Entre los descontentos por esta intencionada dilación estaba el gobernador de Entre Ríos Justo José de Urquiza representante de «las provincias, desilusionadas de Rosas, fatigadas de una lucha que se prolongaba sangrienta y estéril», 43 quien sería pieza clave del futuro argentino. Sarmiento regresó a Santiago e imprimió a su labor periodística una nueva dirección. Definía a la tiranía de Rosas como «hija legítima de la Inquisición»44 y puesto que no pudo vencérsela con las armas, decidió que él la atacaría con la fuerza de la palabra. En 1842 lanzó el periódico El Heraldo Argentino destinado a comentar la política argentina; duró solo tres meses, pero él encontró otras vías para pelear su batalla escrita. También escribía sobre las realidades chilenas con la franqueza que lo caracterizaba, lo que desató polémicas a veces ásperas y le creó enemigos, pero, paralelamente, fervientes admiradores. Uno de ellos don Manuel Montt, político culto y capaz, ministro del presidente Bulnes quien le encomendó la redacción de un periódico oficial. Montt resultó uno de los personajes decisivos de su vida, uno de los primeros en reconocer sus dotes excepcionales y le brindó generoso apoyo desde que lo conoció. ¿Y cómo era entonces la apariencia de Sarmiento? Rojas transcribe la descripción hecha por el chileno Lastarria: El hombre realmente era raro: sus treinta y seis años —en verdad contaba 30— parecían de sesenta por su calva frente, sus mejillas carnosas, blandas, afeitadas, su mirada fija, pero osada, a pesar del apagado brillo de sus ojos, y por todo el conjunto de su cabeza que reposaba sobre un tronco obeso y casi encorvado. Pero eran tales la viveza y la franqueza de la palabra de aquel joven viejo, que su fisonomía se animaba con los destellos de un gran espíritu, y se hacía simpática e interesante... Tanto nos interesó aquel embrión de grande hombre, que tenía el ta-

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Mitre, Adolfo: Rosas ante la mentira y la verdad. En: Con Rosas o contra Rosas. Editorial Freeland. Buenos Aires, 1968, p. 157. 43 Rojas, Ricardo: Ibidem, p. 373. 44 Ibidem, p. 190.


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lento de embellecer con la palabra sus formas casi de gaucho, que pronto simpatizamos con él.45

Al igual que Alberdi, Sarmiento tenía una facilidad extraordinaria para escribir, para concatenar las ideas y exponerlas con claridad y elocuencia. Pasaba largas horas en su humilde habitación redactando artículos sobre diversos temas y merece mencionarse uno titulado La mujer y la civilización en el que expone, nuevamente, su convencimiento de la importancia de la educación femenina en la construcción de una sociedad moderna. Escribía volcando su vehemencia sobre el papel y Leopoldo Lugones en su obra Historia de Sarmiento lo describe magistralmente: En Chile llegó a alarmar a su hospedera… En efecto, cuando lo poseía la exaltación de escribir, comentaba su artículo en alta voz mientras lo iba redactando; y aquella agitación no se detenía en las expresiones de feroz contento al hallazgo de una eficiencia polémica, de un dato que con misteriosa frecuencia el libro consultado le presentaba abriéndose precisamente en la página puntual; ni en el terno que suprimía a duras penas del escrito, por compostura literaria, sino que traducía la pasión con puñetazos, desasosegados pasos leoninos, y ademanes de amenaza que hacheaban a lo lejos, por encima de los Andes… —obviamente dirigidos a Rosas—. La silla volcada, el libro tirado al suelo en la premura, el paso brusco, el juramento estentóreo e intempestivo en el habitual silencio del trabajo de pluma, formaban a veces un estruendo de pelea.46

Junto al periodismo desplegó su vocación de maestro y se hizo cargo de un Liceo del que redactó el plan de estudios en colaboración con otro emigrado argentino, Vicente Fidel López, el futuro historiador. El plan era novedoso en materia pedagógica lo que levantó resistencias entre grupos clericales y conservadores de modo que el Liceo se cerró, pero eso no significó el fin de Sarmiento docente. Por encargo del ministro Montt, el 14 de junio de 1842 inauguró la primera Escuela Normal de Sudamérica cuyo objetivo era formar maestros para la educación primaria a la que adjudicaba primordial importancia con fomento del hábito de la lectura. De este tiempo datan varias obras en las que proponía un nuevo método para enseñar a leer que fue incorporado a la enseñanza. También tradujo del inglés y el francés libros destinados a la instrucción infantil. 45

Ibidem, p. 170. Lugones, Leopoldo: Historia de Sarmiento. EUDEBA. Editorial Universitaria de Buenos Aires. Serie del siglo y medio, 1961, p. 38. 46


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Fue director del establecimiento y profesor de lectura, gramática, geografía, aritmética y cosmografía. Años después, ya presidente de nuestra nación, entre los hechos sobresalientes de su extraordinaria acción educativa estuvo la creación de Escuelas Normales. En ellas se formaban no sólo maestros, sino también maestras, con lo que se abría a la mujer la posibilidad de tener una profesión honorable, que le diera jerarquía social e independencia económica. Gracias a los ingresos como periodista, director y profesor, Sarmiento tuvo, por primera vez en su vida, holgura económica que le permitió enviar dinero a su familia que pasaba el triste trance de los días finales de don Clemente. Continuaba escribiendo en contra de la dictadura rosista y los artículos se difundían más allá de la Cordillera lo que irritaba sobremanera a Rosas que en 1845 envió a Chile una misión diplomática cuyo cometido encubierto era silenciar su virulenta prédica. La respuesta del gobierno fue que en Chile regía la libertad de prensa; la de Sarmiento, escribir una de las grandes obras de la literatura argentina: Facundo. Civilización y barbarie que el periódico chileno El progreso comenzó a publicar en forma de folletín. Poco después se publicó como libro. A fines de 1845 Sarmiento, de 34 años de edad, se embarcó comisionado por el ministro Montt para estudiar los sistemas educativos de los países de avanzada. Tenía un módico viático que le permitiría mantenerse con austeridad y llevaba notas de recomendación y ejemplares de su Facundo que consideraba su mejor carta de presentación. En Europa visitó Francia, Italia, Inglaterra, España y Prusia país, este último, en el que encontró mucho para aprender, pero la experiencia educativa más valiosa la halló en Estados Unidos donde entabló una amistad de por vida con el matrimonio de educadores Horace y Mary Mann. En Francia visitó al Gral. San Martín y juntos recordaron la figura de su padre, don Clemente. También recorrió el norte de África. El informe de su viaje fue la obra Educación popular de la que Rojas dice: Esta obra corona los ensayos anteriores [sobre educación], e inaugura la etapa de los años venideros, con influencia en toda América. Ella resume y da, técnicamente instrumentada, la idea central de la empresa que más tarde llamaría Educar al soberano: lema novísimo y admirable por el ardor con que lo predicó y practicó.47

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Rojas, Ricardo: Ibidem, p. 196.


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Educar al soberano: Domingo Faustino Sarmiento. Su bicentenario

En mayo de 1848, cumplidos los 37 años, a poco de regresar de su viaje, se casó con Benita Martínez, viuda de Domingo Castro y Calvo, madre de un niño de tres años llamado, también, Domingo. Sarmiento lo adoptó, le dio su apellido y lo quiso como a hijo. La nueva familia se radicó en Yungay, en las afueras de Santiago, y por primera vez desde que emigrara de San Juan, Sarmiento gozó de una vida hogareña. En enero de 1849 fundó el periódico La Crónica desde el cual desplegó con más energía que nunca su prédica antirosista. La reacción de Rosas no se hizo esperar: Prohibió la circulación de La Crónica en el país. Fundó en Mendoza el periódico La Ilustración Argentina para rebatir la prédica sarmientina, pidió nuevamente al gobierno chileno silenciar a Sarmiento y — según Ricardo Rojas— hasta envió un sicario llamado Pedro Serrano López para asesinarlo. Como estos intentos fracasaran, urdió lo siguiente: Hizo, ante el gobierno chileno, un reclamo por la instalación, cinco años atrás, de una colonia al occidente del Estrecho de Magallanes, sobre el Pacífico, alegando derechos territoriales argentinos. Este planteo obligaría a Sarmiento a emitir opinión; si lo hacía a favor de Argentina, se desgraciaba con Chile; si lo hacía a favor de Chile, se desgraciaba con él que aprovecharía para ensuciar su nombre. Sarmiento, que había estudiado en documentos históricos el tema de los derechos de ambos países sobre el Estrecho, desaprobó el planteo de Rosas y así lo expuso en su artículo Cuestión Magallanes. Cabe aquí agregar que también estudió los inalienables derechos argentinos sobre la Patagonia y toda vez que durante su viaje vio mapas que no la indicaban como territorio argentino o la designaban res nullius —tierra de nadie— expresó su enérgica protesta. Y se encolerizó cuando vio un mapa hecho para la Corona Británica, en el que la Patagonia figuraba como territorio chileno.48 Rosas lo declaró Traidor a la Patria, calificativo que hizo circular por toda Argentina. El ataque preocupó a Sarmiento pues si bien en Chile todos conocían su reputación, en su patria no. Sintió que debía escribir para defenderse haciendo conocer a sus compatriotas qué persona era y cuál su trayectoria. Así nació Recuerdos de Provincia. Por eso Rojas lo define como «un libro de combate» dirigido a Rosas para destruir sus infundios, aunque en la dedicatoria dijera «A mis compatriotas solamente». En el prólogo agregaba:

48 Campobassi, José S.: Sarmiento y la defensa de la Patagonia, p. 4. Liga Argentina de Cultura Laica, Buenos Aires. Sin fecha de edición.


Teresa Piossek Prebisch: Sarmiento y Recuerdos de provincia

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Ofrezco a mis compatriotas estas páginas que ha dictado la verdad y que la necesidad justifica. Después de leídas pueden aniquilarlas, pues pertenecen al número de publicaciones que deben su existencia a circunstancias del momento, pasadas las cuales nadie las comprendería.49

Se equivocaba Sarmiento pues la obra resulta muy importante para comprender una etapa de nuestra Historia, fuera de ser otro clásico de la literatura argentina. Una vez impresa, cumplió algo que había anunciado a su amigo Montt: «Toda la edición la echaré a la otra banda [de los Andes]».50 Y aquí concluye el relato que hace Sarmiento en Recuerdos de provincia del período de su vida que abarca desde su nacimiento hasta las vísperas del pronunciamiento de Justo José de Urquiza, la derrota de Rosas en la Batalla de Caseros y el comienzo de la etapa constitucional. Por fin, después de tantos años de intentos fallidos, el Congreso General Constituyente de 1853, reunido en Paraná sancionó una Constitución Nacional que marcó el amanecer de una nueva época porque permitió construir la Argentina moderna. Sarmiento fue uno de sus constructores ya que su vida prosiguió con intensa participación en la política del país. Fue gobernador de San Juan, embajador en Estados Unidos, presidente de la nación desde 1868 a 1874, senador nacional. El eje de toda su acción de gobierno fue Educar al soberano convencido de que, sin educación del ciudadano, la Constitución tan trabajosamente conseguida sería letra muerta. Realizó una obra extraordinaria sobre la que nos ilustrarán los expositores de las próximas clases. Aunque en ella no faltaron errores, inevitables en un hombre de acción, fue —repito— uno de los más grandes constructores de la Argentina moderna y, sin que lo advirtamos, muchos de los beneficios que hoy gozamos se los debemos a él. Murió en Asunción el 11 de septiembre de 1888 rodeado por su hija Ana Faustina, su yerno Augusto Belin y sus nietos. El traslado de su féretro cubierto con las banderas de Argentina, Chile, Uruguay y Paraguay hasta Buenos Aires fue una apoteosis. En el muelle de Asunción lo despidieron el Ministro de Relaciones Exteriores del Paraguay y ocho mil personas, cifra extraordinaria para la población asunceña de entonces.

49 50

Sarmiento, D. F.: Ibidem, p. 15. Rojas, Ricardo: Ibidem, p. 371.


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Educar al soberano: Domingo Faustino Sarmiento. Su bicentenario

Al llegar a tierra argentina fue trasbordado a la nave «San Martín», de la armada. En ambas barrancas del Paraná se había congregado una multitud que le arrojaba flores. En Corrientes, Rosario y San Nicolás se le rindieron honores y el 20 de septiembre llegó a Buenos Aires. Desde el puerto fue conducido por la calle Florida hasta el cementerio de la Recoleta a donde llegó cubierto de flores arrojadas desde los balcones. Fue despedido con varios discursos y tomo un párrafo del pronunciado por el vicepresidente de la Nación, Carlos Pellegrini: En nombre del senado de la nación a quien honró en su vida, me inclino ante su féretro y deposito la ofrenda de su admiración y su respeto. Su nombre pertenece ya a la historia, y cuando la República Argentina sea una de las grandes naciones de la tierra y sus hijos vuelvan la mirada hacia la cuna de su grandeza, verán destacarse la sombra de Sarmiento, consagrado desde hoy y para siempre como uno de los Padres de la Patria.51

Concluyo con unas pocas palabras tomadas del discurso del Dr. Walter Escalante, representante de la Cámara de Diputados, que hoy son todo un mensaje para la clase política: «Amó con pasión al pueblo soberano, pero no lo aduló jamás ni buscó su gratitud en la popularidad».52

51 52

Rojas, Ricardo: Ibidem, p. 693. Ibidem.


C. Páez de la Torre (h): Relaciones de Sarmiento con Tucumán y con los tucumanos

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Relaciones de Domingo Faustino Sarmiento con Tucumán y con los tucumanos

por Carlos Páez de la Torre (h)

omo personalidad nacional que fue, Domingo Faustino Sarmiento contaba con vinculaciones a lo largo y ancho de toda la Argentina. Pero pensamos que los lazos que anudó con Tucumán y con los tucumanos, tienen la calidad y la cantidad suficientes como para subrayarlos y para ensayar su rápido inventario. Es el propósito de esta exposición, elaborada en base a los testimonios escritos —sobre todo su correspondencia con José Posse— y a las actitudes del prócer.

I. P OSSE ,

EL AMIGO

El tucumano José Posse (1816-1906) fue, como resulta indiscutible al revisar las recíprocas cartas editadas, 1 el gran amigo de Sarmiento: acaso el único al que puede aplicarse ese título sin vacilaciones. Así se percibe en ese memorable intercambio de cuatro décadas, cuyo arco de temas abarcó desde la confidencia íntima hasta la exposición de los sueños. Uno y otro opinaban sin recato alguno —muchas veces con grosería— sobre la gente y los sucesos de su tiempo. 1 Archivo del Museo Histórico Sarmiento, Epistolario entre Sarmiento y Posse. 18451888, tomos I-II (Bs. As., 1946-47). En adelante, se cita: ESP, lugar y fecha, número de tomo y página.


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Educar al soberano: Domingo Faustino Sarmiento. Su bicentenario

Indica que la amistad era auténtica, el hecho de que no la empañaba el interés. Sarmiento no tenía qué provecho sacar de Posse, fuera del concurso político —de escasa significación— y del apoyo para difundir sus libros. En cuanto a Posse, es verdad que podría haber obtenido algún favor del Sarmiento hombre público, en materia de cargos: no se los ofreció su amigo, salvo el modesto de secretario de la Presidencia, y a las cansadas lo nombró rector del Colegio Nacional. Tan magra cosecha —unida al probado decoro personal de don Pepe— y la persistencia de la relación durante toda la vida, ilustran sobre la autenticidad del vínculo. Posse lo quería realmente. Y Sarmiento quería realmente a Posse. Se habían conocido en 1840, cuando Posse arribó emigrado a Chile desde Mendoza, donde había intentado ejercer el comercio. Juntos iniciaron el cruce de la Cordillera a fines de 1841: querían incorporarse al ejército de La Madrid. Es sabido que, a la altura del Paso de Uspallata, se encontraron con los sobrevivientes de ese ejército que, derrotados en Rodeo del Medio, huían a Chile. Tuvieron que contramarchar con ellos, además de prestar auxilio a tantos hambrientos y congelados. Posse regresó al país mucho antes: en enero de 1845 ya estaba en Tucumán. En cambio, Sarmiento permanecería hasta 1851 en Chile, descontando los dos años de su primer viaje al extranjero (1846-48). Dentro del limitado escenario provinciano que nunca quiso abandonar, Posse se desempeñó como gobernador, ministro, fiscal de Gobierno, magistrado, diputado y senador nacional, entre otras dignidades, hasta jubilarse en el rectorado del Colegio. Pero fue sobre todo un periodista, que escribió en los diarios casi hasta su muerte, que le llegó nonagenario. Aunque, según Groussac, no tenía «ninguna de las cualidades ni los defectos literarios de Sarmiento», sí poseía «el trazo, la fuerte y mordiente sobriedad, la flecha dentada que se clava en el blanco, y allí queda, vibrante». 2 Después de los tiempos de Chile, se vieron unas pocas veces, en los dos viajes de Sarmiento a Tucumán y en los muy contados que hizo Posse a Buenos Aires. Pero la correspondencia jamás se interrumpió, y Posse tuvo el buen tino, en 1886, de devolver a Sarmiento todas sus misivas, que había guardado. Pensaba que «esas cartas, quitando la paja y dejando el grano, contienen la historia de tu vida entera, contada al amigo íntimo, desde los tiempos primitivos de tu carrera pública hasta los tiempos presentes».

2

1995.

Paul Groussac, «Un ami de Sarmiento», en: Le Courrier Francais, Bs. As. 11-IX-


C. Páez de la Torre (h): Relaciones de Sarmiento con Tucumán y con los tucumanos

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Era, le decía, «tu biografía hecha por el propio autor sin pretensiones de hacerla». 3 Así, José Posse representó el más fuerte vínculo de Sarmiento con Tucumán.

II. E L

PAISAJE DE

T UCUMÁN

En el álbum de la Sociedad Sarmiento de Tucumán, escribió el sanjuanino, en 1886, un párrafo revelador: «Si hubiera de admitirse que el pensamiento tiene edades, no obstante la continuidad de sus actos, diría que en los primeros destellos del mío canté las bellezas naturales de Tucumán, como los poetas cantan idilios, pastorales y bucólicas». 4 La afirmación era algo más que una frase. En efecto, en 1845, es decir mucho antes de conocer personalmente el territorio de Tucumán, ya lo había pintado en el Facundo. Son párrafos que constan en el capítulo VIII («Guerra social. Ciudadela»), y que constituyen la más celebrada descripción literaria del paisaje de la provincia, por más que Groussac la desdeñe. 5 Dice que «es Tucumán un país tropical, en donde la naturaleza ha hecho ostentación de sus más pomposas galas; es el Edén de América, sin rival en toda la redondez de la tierra». Invita a imaginar «los Andes cubiertos de un manto verdinegro de vegetación colosal, dejando escapar por debajo de la orla de ese vestido, doce ríos que corren a distancias iguales en dirección paralela, hasta que empiezan a inclinarse todos hacia un rumbo, y forman, reunidos, un canal navegable que se aventura en el corazón de la América». Celebra sus bosques, donde «las pompas de la India están revestidas de las gracias de la Grecia». Allí, «el nogal entreteje su anchuroso ramaje con el caoba y el ébano; el cedro deja crecer a su lado el clásico laurel, que a su vez resguarda bajo su follaje el mirto consagrado a Venus, dejando todavía espacio para que alcen sus varas el nardo balsámico y la azucena de los campos. El odorífero cedro se ha apoderado, por ahí, de una cenefa de terreno que interrumpe el bosque, y el rosal cierra el paso en 3

De Posse a Sarmiento, Tucumán, 31-VIII-1886, en: ESP, II, p. 562. «En el primer álbum de la Sociedad. Autógrafos» [Tucumán, 23-VI-1886], en: Manuel Lizondo Borda (director), La Sociedad Sarmiento en su cincuentenario. 18821932 (Tucumán, 1932), p. 76. 5 «Célebre y absurda descripción a tientas de Tucumán», la llama en: Paul Groussac, El viaje intelectual. Impresiones de naturaleza y arte. Segunda Serie (Bs. As., 1920), p. 27. 4


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Educar al soberano: Domingo Faustino Sarmiento. Su bicentenario

otras, con sus tupidos y espinosos miembros». Y después, «los troncos añosos sirven de terreno a diversas especies de musgos florecientes, y las lianas y moreras festonean, enredan y confunden todas estas diversas generaciones de plantas». Sobre el espectáculo abrumador de tal vegetación, «que agotaría la paleta fantástica en combinaciones y riquezas de colorido, revolotean enjambres de mariposas doradas, de esmaltados picaflores, millones de loros color esmeralda, urracas azules y tucanes anaranjados. El estrépito de estas aves vocingleras os aturde todo el día, cual si fuera el ruido de una canora catarata». En cuanto a la ciudad, «está cercada por un bosque de muchas leguas, formado exclusivamente de naranjos dulces, acopados a determinada altura, de manera de formar una bóveda sin límites, sostenida por un millón de columnas lisas y torneadas». Sarmiento afirma, en Recuerdos de provincia, que debió a su madre, doña Paula Albarracín, la primera impresión admirativa sobre el paisaje tucumano. Ella la había recibido, en su juventud sanjuanina, de «un buen hombre» que «la dejaba con la boca abierta horas enteras», al narrarle «las maravillas de esa naturaleza tropical, los bosques inmensos y sombríos, los naranjales embalsamados, los nardos de los campos, las aves pintadas».6 Un material similar debe haberle llegado de su padre, José Clemente Sarmiento. Es sabido que éste se hallaba en Tucumán en 1812, tiempos de la famosa batalla y época en que «las miserias del ejército de Belgrano» lo movieron a organizar una colecta en su ayuda.7 Explícitamente, Sarmiento consultó el Journey del capitán Joseph Andrews, tan entusiasta y minucioso a la hora de transmitir su experiencia del paisaje tucumano. En Facundo se refiere al «mayor Andrews, un viajero inglés que ha dedicado muchas páginas a la descripción de tantas maravillas».8 Es bien probable que hubiese leído también la Memoria descriptiva de Alberdi, donde se habla de Andrews y que se editó en Buenos Aires en 1834. 9 6

Sarmiento a Posse, San Felipe, 29-I-1845, en: ESP, I, p. 25. En el capítulo «Historia de mi madre», de Recuerdos de Provincia (1850). 8 En traducción castellana de Carlos Aldao, lo editó «La Cultura Argentina» con el título Viaje de Buenos Aires a Potosí y Arica en los años 1825 y 1826 (Bs. As., 1920). Cinco años antes, la Universidad de Tucumán había publicado, en traducción de J.A. Sabaté, los capítulos referidos a Tucumán, y los tituló Las provincias del Norte en 1826 (Bs. As., 1915). 9 Juan Bautista Alberdi, Memoria descriptiva sobre Tucumán (Imprenta de la Libertad, Bs. As., 1834). 7


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Y, para terminar con esta revista de fuentes, digamos que para su narración es muy posible que tuviera igualmente la colaboración de José Posse. Debe haberle descripto el paisaje, además de aportar una serie de datos sobre la última entrada de Quiroga en Tucumán y los sucesos posteriores a La Ciudadela. En esa época, Posse contaba 15 años: unía sus referencias de testigo adolescente a lo que le contaron los mayores. No es arriesgado atribuir a esa fuente detalles «de color», no por coloridos forzosamente inexactos. Como las azotainas propinadas por los federales «al guardián de San Francisco y al presbítero Colombres». O el episodio de los 33 oficiales «de coroneles abajo», fusilados de pie en la plaza de Tucumán «enteramente desnudos»: uno ocultaba en la boca su anillo de compromiso, que encargó a un sacerdote devolverlo a la novia, que terminaría trastornada. O los azotes al «joven Rodríguez» a causa de las cartas que quiso hacer llegar a los unitarios. O los 300 latigazos que, cada uno, recibieron don Francisco Reto y un señor Lugones, por sus comentarios sobre Quiroga, más la posterior obligación de regresar desnudos a sus casas, cruzando la ciudad «con las asentaderas chorreando sangre». ¿De quién sino del jocoso don Pepe pudo haber sacado la anécdota de que, en semejante trance, Lugones no abandonó su sentido del humor y pidió a Reto: «Páseme, compañero, la tabaquera: ¡pitemos un cigarro!». El brío y la originalidad de la prosa de Sarmiento, unidos a aquellas referencias y a su imaginación, lograron pintar un Tucumán de las guerras civiles con apariencia tan real, que nadie hubiera dicho que su autor lo describía sin conocerlo. Una puntualización más. Se ha hecho común afirmar que la expresión Jardín de la República, con la que se designa —poética y turísticamente— a Tucumán, proviene de Sarmiento, y que es del Facundo. No es exacto. Edén de América fue la síntesis del sanjuanino sobre el paisaje. Lo de Jardín de la República parece ser una expresión corriente y de origen anónimo. Sir Woodbine Parish, en 1852, escribe que «con justicia merece la provincia de Tucumán su nombradía y apelación de Jardín de las Provincias Unidas», 10 como dando a entender que así la llamaba el lenguaje popular.

10 Woodbine Parish, Buenos Aires y las provincias del Río de la Plata desde su descubrimiento y conquista por los españoles [1852] (Bs. As., 1958) p. 399.


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III. L A

DIPUTACIÓN POR

T UCUMÁN

Cuando se constituyó el Poder Legislativo Nacional, después de la Constitución de 1853, Domingo Faustino Sarmiento fue candidato a integrar aquel primer Congreso, como diputado nacional por Tucumán. El sanjuanino nunca se hubiera sentado en esa banca, por sus públicas desinteligencias con el presidente Urquiza y con la flamante Constitución. Pero de todos modos resultó elegido. El comicio de Tucumán se efectuó el 2 de febrero de 1854. Competían dos candidatos extraños a la provincia, Sarmiento y Vicente Fidel López. Los otros eran tucumanos: los doctores Salustiano Zavalía y Manuel Fernando Paz, Ruperto San Martín y Eusebio Rodríguez. Los votantes fueron escasos, pero el triunfo de Sarmiento resultó contundente: se impuso en los departamentos de Burruyacu, Monteros, Chicligasta y Graneros. En la Capital, Lules y Famaillá, votaron por López. En Leales ganó Rodríguez y en Trancas el doctor Paz. La Sala de Representantes —de acuerdo al Estatuto de la Provincia de 1852— debía examinar el acto electoral. Su comisión, con las firmas de fray Abraham Argañaraz y de Hermenegildo Rodríguez, aconsejó «declarar como no sucedida la elección para diputado hecha en la persona de don Domingo Faustino Sarmiento». Argumentó que el electo no profesaba públicamente adhesión a la causa de la Confederación, y que estaba en Chile, es decir en el extranjero. El 7 de enero de 1855, se trató el dictamen. El presidente de la Sala, doctor Salustiano Zavalía —uno de los candidatos derrotados— bajó a la banca para defender la validez de la elección y pedir que se expidieran las credenciales al ganador. Fue el criterio que adoptó finalmente la corporación. El diploma de diputado de Sarmiento lleva fecha 17 de febrero de 1855, y lo firma el gobernador de Tucumán, José María del Campo. 11 Sarmiento nunca acusó recibo. Pero, en carta a José Posse, le expresó que no aceptaba la banca «hasta más adelante». Entendía que «al aceptar la diputación de Tucumán, acepto todos los vínculos que ligan al Gobierno y a la Constitución, entrando lisa y llanamente en el gremio de los que reconocen y sostienen tales instituciones». Se trataba de un paso muy serio, «que requiere mucha meditación, y no lo daré sino después de haber ha-

11 Humberto A. Mandelli, «Sarmiento diputado por Tucumán», en: Norte Argentino, n° 7, Tucumán, 15-XI-1942, pp. 186-187.


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blado con mis amigos de Buenos Aires, pues no quiero abandonar su causa sin motivo y sin justificación». 12 En suma, nunca se incorporó al Congreso. Pero es otro dato significativo de su vinculación con Tucumán, el hecho de que la provincia —cuyo suelo jamás había pisado— lo eligiera representante al primer Poder Legislativo Nacional, que se instaló, como se conoce, el 22 de abril de 1854.

IV. D OS

MINISTROS TUCUMANOS

Dos tucumanos fueron ministros de la presidencia Sarmiento. Uno, Nicolás Avellaneda, estaba en el gabinete inaugural, en la cartera de Justicia e Instrucción Pública: allí permanecería hasta agosto de 1873, época en que renunció por su condición de candidato a presidente. El otro, Uladislao Frías, asumió en mayo de 1872 la cartera del Interior, en reemplazo de Dalmacio Vélez Sarsfield, y acompañó hasta el fin el mandato de Sarmiento. El doctor Nicolás Avellaneda (1836-1885) había conocido a Sarmiento en Buenos Aires, en 1859, en el estudio del doctor Roque Pérez. En carta de esos días al doctor Benigno Vallejo, llamaba a Sarmiento «el único hombre superior» que divisaba en la gran capital. Se le había acercado «francamente», decía, «atraído, conquistado, por la irradiación luminosa y vibrante de su genial talento».13 Tuvieron relación personal. Correspondió a Avellaneda, en 1866, la triste misión de escribirle a Estados Unidos, para enterarlo de la muerte de Dominguito antes de que la leyera en los diarios. El tucumano era tutor del chico, trabajaban juntos en política y se veían con frecuencia: la oración fúnebre que pronunció en La Recoleta es un vivo testimonio de ese afecto. No tuvieron desinteligencia alguna durante la presidencia, e incluso Sarmiento no encontraba necesario que renunciase cuando lanzó su candidatura (que él, como se sabe, prohijaba). Después, en agosto de 1879, el presidente Avellaneda nombró al sanjuanino ministro del Interior, en reemplazo de Saturnino Laspiur. Es conocido que la gestión concluyó borrascosamente a comienzos de octubre, sobre todo por obra del titular de Guerra, general Julio Argentino Roca. En una carta donde deploraba el desenlace, Avellaneda le aseguró que no olvidaría todo «lo que pudo haber de 12

De Sarmiento a Posse, Rosario, 30-IV-1855, en: ESP, I, p. 42. «Domingo Faustino Sarmiento. Carta al doctor Vallejo, 1859», en: Nicolás Avellaneda, Escritos y discursos (Bs. As., 1910), I, pp. 18-19. 13


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personal y amistoso en su decisión de aceptar el ministerio en días tan oscuros».14 Después de la presidencia ya se había ido esfumando la simpatía de Sarmiento por Avellaneda, y el breve ministerio no hizo sino profundizar ese viraje: en las cartas a Posse constan sus comentarios, más que destemplados, sobre el tucumano. El otro ministro tucumano de Sarmiento, doctor Uladislao Frías (18211899), pasó la niñez en Bolivia, donde su padre, el gobernador José Frías, se exilió tras la batalla de La Ciudadela. Luego se graduó en Jurisprudencia en la Universidad de Chuquisaca. Su carrera en el escenario nacional —tras haber sido magistrado y tres veces ministro en su provincia— se inició como diputado al Congreso de la Confederación, en 1854-1861. Posiblemente entró en relación con Sarmiento en 1860, cuando integraba por Tucumán la Convención Constituyente. Es muy probable que su colega convencional, don Pepe Posse, los presentara. Juez federal, senador nacional, ministro en Bolivia, fue gobernador de Tucumán de 1869 a 1872. En cuanto a su designación como ministro en reemplazo de Vélez Sarsfield, comentaría Sarmiento cuatro años después que don Uladislao «avezado a los negocios públicos, gobernador antes de Tucumán, llevaba al gobierno la reputación de concienzudo, laborioso, probo y un poco testarudo. Concluidas nuestras tareas gané, en prueba de mi buena elección, un excelente amigo».15 V. E L

TREN A

T UCUMÁN

Como se sabe, la presidencia Sarmiento promulgó, el 12 de octubre de 1871, la ley 493, que autorizaba al Estado Nacional a contratar los trabajos de prolongación del ferrocarril de Córdoba a Tucumán. Fue una medida en extremo importante y transformadora para la provincia, y uno de los vínculos de gratitud que unirán a Tucumán con el sanjuanino. Esto aunque la inauguración oficial de la línea se realizara (octubre de 1876) cuando Sarmiento ya se había alejado de la presidencia: por entonces, su sucesor Avellaneda podía invocar, ya como mérito de su propio mandato, el no haber detenido la obra a pesar de la crisis económica. 14

Transcripta en: Carlos Páez de la Torre (h), Nicolás Avellaneda. Una biografía (Bs. As., 2001) p. 299. 15 Al discurso de Sarmiento en Tucumán, del 31-X-1876, lo transcribe íntegro Vicente Padilla, El norte argentino (Bs. As., 1922), pp. 133-135.


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El ferrocarril no solamente representará para Tucumán todas las ventajas que la comunicación con Córdoba y con Buenos Aires podía significar. También determinó un impulso formidable para su actividad principal, la industria azucarera. El gobernador Tiburcio Padilla, en su mensaje a la Legislatura de 1877, señaló que la inauguración del tren abría «un nuevo porvenir de trabajo y labor para nosotros». No le faltaba razón. La vía daba a la industria del azúcar la posibilidad de equiparse con las máquinas modernas de «vapor en todas sus manifestaciones», que ahora podían llegar cómodamente a la provincia desde los puertos. Pronto, enormes embalajes de máquinas arribarían de París, de Lila, de San Quintin, de Liverpool, y varios ingenios se convertirían, gracias a esos equipos, en verdaderas potencias fabriles.16 Sarmiento y Avellaneda quedarían, así, vinculados a la obra pública de mayor trascendencia ejecutada en Tucumán después de la Organización Nacional.

VI. L OS

AMIGOS TUCUMANOS

Sarmiento tuvo varios amigos oriundos de Tucumán o tucumanizados por su afincamiento en la provincia. Son los que figuran varias veces en sus cartas con Posse, y alguno de ellos lo tuvo de huésped en su casa. Hay que entender que la condición de amigo tuvo para el sanjuanino notas muy peculiares. Muchas veces estuvo condicionada a las mudanzas de su carácter y a lo impulsivo de sus reacciones. O al hecho de que el amigo respondiera sin vacilar a sus propósitos del momento: parece claro que la amistad sarmientina no era de las capaces de «resistir el oleaje de las ideas encontradas». Hay quienes le negaron capacidad de afecto. A Paul Groussac, quien fue su compañero varios días en Montevideo, se le reveló como incapaz de la amistad cuando reaccionó fríamente ante la muerte repentina del doctor Gualberto Méndez, que fue su amigo durante veinte años. 16 De Tiburcio Padilla-Pedro Alurralde a la Sala, 1-I-1877, en. Ramón Cordeiro y Carlos Dalmiro Viale, Compilación ordenada de leyes, decretos y mensajes del período constitucional de la Provincia de Tucumán, que comienza en el año 1852, Vol. VI (Tucumán, 1917) pp. 256-257. Emilio J. Schleh, Cincuentenario del Centro Azucarero Argentino. Desarrollo de la industria en medio siglo. 1894, Buenos Aires, 1944 (Bs. As., 1944), p. 64.


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Y a propósito de ese hecho, recordó que Delfín Gallo afirmaba que Sarmiento «nunca quiso a nadie», en presencia de varios amigos de éste, «que asentían con su silencio»; y algo similar oyó decir en la intimidad a Pedro Goyena y a Nicolás Avellaneda. Juzga que no había mucho lugar para la amistad, entre esas «pencas de un alma erizada, que poco conoció la bondad y el agradecimiento».17 Con todas estas salvedades, puede ensayarse una nómina, dando por incluídos en ella a Nicolás Avellaneda y a Uladislao Frías, ya referidos arriba. Sabido es que Sarmiento fue buen amigo, por un tiempo, del tucumano Juan Bautista Alberdi (1810-1884). En sus años de Chile, el sanjuanino lo admiraba: tanto que en 1838 le remitió un poema solicitando su juicio. Se sabe igualmente que empezó a apartarse de Alberdi después de la revolución de 11 de setiembre de 1852, cuando el autor de Las Bases adhirió a Urquiza. Vino después aquella sibilina dedicatoria en La campaña del Ejército Grande, y luego el feroz enfrentamiento de ambos: las Cartas quillotanas de Alberdi contra Las ciento y una de Sarmiento. Desde entonces, se lanzarían mutuos improperios durante años. Aunque debe anotarse que cuando Alberdi regresó en 1879 al país tras cuatro décadas de ausencia, y entró al Congreso, Sarmiento lo abrazó y conversaron con cordialidad, dejando de lado las diferencias.18 Y aunque éstas no cesaron, dirá que «Alberdi, con su instrucción en materia constitucional, vale más aun sin su raro talento, que toda la junta de curas, teólogos y maestros de coristas, cuando se trata de fundar una nación».19 En cuanto al doctor Tiburcio Padilla (1835-1915) se había graduado de médico en Buenos Aires y correspondió a Nicolás Avellaneda el discurso en esa ceremonia. Posse se lo presentó a Sarmiento, por carta, en 1868: «el Dr. Padilla es mi amigo y con este título te lo presento a tu estimación cordial», decía. 20 Se vieron en 1876 en Tucumán, cuando las fiestas de inauguración del ferrocarril. Padilla era entonces gobernador y sería luego senador y diputado nacional. Ante su tumba, Pedro Alurralde lo pintó como «vehemente, apasionado algunas veces». Tal vez esa característica lo hizo simpatizar 17 Paul Groussac, El viaje…Segunda serie, cit, p. 40-41 y nota, y El viaje… Primera serie (Madrid, 1904), p. 27. 18 De Sarmiento a Posse, sin fecha [Bs. As., octubre 1879], en: ESP, II, p. 480. 19) Cita de Jorge M. Mayer, Alberdi y su tiempo (Bs. As., 1963), p. 891, nota 201. 20 De Posse a Sarmiento, Tucumán, 10-XII-1868, en: ESP, I, p. 223.


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con Sarmiento. Tanto, que hasta se alojó en su casa, en la última visita que hizo a Tucumán en 1886. En el nutrido material anecdótico aparece Padilla, a propósito de un pájaro que tenía en su vivienda y que entusiasmaba al sanjuanino. En 1886, Sarmiento escribía a su nieta Elena, desde Rosario de la Frontera. Estaba a punto de recibir «un tordo desde Santa Cruz de la Sierra, destinado a embellecer y alegrar con sus cantos el Aviarium… imagínate a una prima donna, cantando una aria con la acción de la Sara Bernhardt, tendiendo el cuello para dejar escapar los sonidos, haciendo trémolos con las alas desplegadas… Padilla tiene uno desde 1872. Conocílo a la apertura del ferrocarril y vive aún, y da la bienvenida al visitante con sus cantos».21 Don Pedro Alurralde (1845-1917), briosa figura de diarista y político, tiene también lugar en la galería de amigos tucumanos de Sarmiento. Desempeñó importantes cargos públicos: ministro, diputado nacional, gobernador interino, constituyente provincial, entre otros. Esto aparte de una gestión destacada en la industria azucarera, como presidente de la compañía Wenceslao Posse, su padre político. Conoció a Sarmiento en la visita de 1876: era entonces ministro de Tiburcio Padilla y también amigo de José Posse. El sanjuanino lo menciona varias veces en sus cartas. Es muy posible que, además de gustarle la vivacidad de su carácter, Sarmiento haya hecho buenas migas con Alurralde por su condición de periodista. Con Lídoro J. Quinteros fundó el diario La Razón, pieza clave en la campaña avellanedista de Tucumán, y donde escribieron hombres como Posse y Paul Groussac. Muestras de la buena pluma de Alurralde constan en varios artículos aparecidos en la Revista de Derecho, Historia y Letras entre 1899 y 1910. La revista de nombres puede seguir con el doctor Benigno Vallejo (18231892), abogado riojano que vivió en la provincia la mayor parte de su existencia. Tuvo altos cargos judiciales en Tucumán, donde presidió el Superior Tribunal y fue también juez federal. Muy posible es que se relacionara con Sarmiento por vía de su esposa, Nicéfora Posse, prima hermana de don Pepe. Su gran vinculación con esa familia lo hizo tomar la defensa de varios de sus miembros, en la causa judicial que se les formó luego de la Revolución de los Posse, de 1856. En poder de descendientes de 21 Transcripta en: Leopoldo Lugones, Historia de Sarmiento [1911] (Bs. As., 1961), pp. 250-251, nota 7.


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Vallejo, hemos visto largas cartas de Sarmiento, de temas políticos, que siguen inéditas. En 1885, en carta a Posse, hablaba de «don Benigno Vallejo, que es muy mi amigo».22 En una misiva a don Pepe de 1880, Sarmiento mencionaba como «mis amigos» a «Paz, Colombres, Helguera», además de los referidos Padilla y Frías.23 Se refería a Benjamín Paz, Exequiel Colombres y Federico Helguera. Benjamín Paz (1836-1902), todo un consagrado jurisconsulto, fue senador nacional dos veces, gobernador de Tucumán, ministro del Interior en 1882, presidente de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, así como decano de la Facultad de Derecho de Buenos Aires. Cuando asumió el Ministerio, Sarmiento comentó a Posse: «don Benjamín Paz es hombre honrado… no es hombre desmoralizado. Hemos sido siempre amigos». En otra carta lo llama «mi muy amigo Paz».24 En cuanto al doctor Exequiel Colombres (1818-1882), médico, fue senador nacional por Tucumán. Era suegro de Benjamín Paz. Decía Sarmiento a Posse que «el viejo Colombres es uno de los hombres que más me ha estimado».25 En otra afirma que «Colombres es un amigo entrañable». Y respecto a Federico Helguera (1824-1892), dos veces gobernador de Tucumán, tuvo larga relación con Sarmiento. Se conocieron en Chile, antes de Caseros. Como el entonces joven Helguera estaba en ese país por motivos comerciales, al regreso fue portador de la circular de Sarmiento a los gobernadores, donde les pedía apoyar a Urquiza. En su correspondencia con Posse, Sarmiento lo menciona asiduamente, revelando que se carteaban con regularidad.26 Amigo tucumano desde fines de la década de 1830, fue Benjamín Villafañe (1819-1893). Se conocieron en San Juan en 1839: allí Sarmiento y Antonino Aberastain le encargaron fundar en Tucumán la filial de la Asociación de Mayo. Volverían a verse en la dramática huida a través de los Andes en 1841, cuando Villafañe, secretario de La Madrid, se exiliaba tras la derrota de Rodeo del Medio. Años más tarde, además de gobernador de Tucumán, Villafañe fue tres veces senador nacional. La relación con Sarmiento tuvo sus más y sus menos. En algunas cartas a Posse, Sarmiento 22

De Sarmiento a Posse, Bs. As., 10-VIII-1885, en: ESP, II, p. 532. Ibídem , 22-III-1880, en: ibídem, p. 483. 24 Ibídem, Bs. As., 22-VIII y 26-V-1882, en: ibídem, pp. 507, 497. 25 Ibídem, Bs. As, 22-VIII-1882, en: ibídem, p. 507. 26 Ibídem, Bs. As., 26-V-1882, en: ibídem, p. 497. Domingo F. Sarmiento, Campaña en el Ejército Grande aliado de Sud América [1852] (Bs.As, 1957), nota de p. 29, donde habla del «joven Helguera». 23


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habla desdeñosamente de Villafañe y en otras lo elogia. 27 Pero, de todos modos, estuvieron en contacto muchos años. En carta a José Uriburu, en 1868, Posse diría: «Villafañe ha sido amigo de Sarmiento, como hasta ahora poco lo ha sido mío, pero es ya un hombre gastado». 28 Hay que mencionar igualmente al doctor Agustín Justo de la Vega (1811-1878), riojano de nacimiento afincado en Tucumán, donde fue gobernador y dos veces senador nacional, además de un breve ministerio de Hacienda de la Confederación. Sarmiento lo conoció en 1855. «He tenido el gusto de conocer al Dr. Vega, senador, y con hombres tales se puede aceptar la responsabilidad de ser diputado», escribió a Posse. 29 En varias cartas, Sarmiento lo menciona como amigo, pero la relación se hizo difícil por el encono que a poco andar llegaron a profesarse Posse y el doctor De la Vega. Y si bien no existió entre ambos frecuentación amistosa, sería injusto omitir en esta nómina al militar tucumano Juan Crisóstomo Álvarez (18191852). Se conocieron en la cordillera, cuando Sarmiento y Posse auxiliaron a los derrotados en Rodeo del Medio. En 1851, Sarmiento lo llamó para que se uniera a las fuerzas de Urquiza. «No habiéndonos alcanzado a la partida de la Médicis, quedó allí [en Chile] para continuar la obra interrumpida», narra. Bien se conoce que Álvarez decidió invadir Tucumán desde Copiapó, empresa donde terminó derrotado y fusilado: hacía dos semanas que Rosas había caído en Caseros, pero a Tucumán aún no había llegado la noticia. Esta muerte indignó a Sarmiento, que la consideró directamente un asesinato.30

VII. P RIMERA

VISITA A

T UCUMÁN

La primera visita de Sarmiento a Tucumán ocurrió en 1876, con motivo de los grandes festejos que celebraron la prolongación, hasta esa ciudad, del ferrocarril de Córdoba. Así, el sanjuanino llegó por fin, en la comitiva del presidente Nicolás Avellaneda, al Edén de América que había descrito con su imaginación en el Facundo.

27

De Sarmiento a Posse , Bs. As., 1-V-1860 y 24-I-1870, en: ESP, I, pp. 73 y 284. De Posse a José Uriburu, Tucumán, 27-XI-1868, en: ibídem, p. 22. 29 De Sarmiento a Posse, Bs. As., 30-II-1855, en: ibídem, p. 42. 30 Domingo F. Sarmiento, Obras, XIV, pp. 315-318; XLIX, pp. 158-159. La respuesta de Álvarez a Sarmiento, Lima, 10-VIII-1851, en: Sarmiento, Campaña… cit., p. 28. 28


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Una gran multitud lo esperaba en la estación. Y a su frente se hallaba, por supuesto, don Pepe Posse. Este lo señalaba, narra Zorrilla, «al mar de cabezas humanas que tenía delante», diciendo: «este es Sarmiento, este es Sarmiento, el enemigo implacable de los tiranos y de los bárbaros, el combatiente de primera fila de todas las grandes causas». Más formal, si no menos conmovido, fue el discurso de bienvenida de Posse. Terminaba diciendo: «Señor, entremos en la ciudad: os guía de la mano el amigo de más de treinta años, el hermano de afectos, el depositario íntimo de las confidencias de vuestro corazón. Tendréis horas de regocijo en medio de nosotros, todos amigos vuestros, libres de las zozobras e inquietudes de espíritu que han agitado vuestros recientes días. La benevolencia, el respeto, la fraternidad, hallaréis en este humilde vecindario, en la ciudad histórica de la Independencia Nacional».31 Sarmiento se alojó en el edificio del Colegio Nacional —que en la actualidad alberga a la Escuela Sarmiento— y desde entonces fue la gran atracción de las fiestas, como lo documentan todas las crónicas. Según Zorrilla, la gente lo esperaba a la puerta del Colegio para seguirlo por la calle, y los estudiantes se habían constituido en su permanente escolta. Bailes, banquetes, excursiones, a nada faltó, derrochando siempre el mejor humor. El día de la inauguración del tren —que fue el 31 de octubre, a las 5 de la tarde— habló después del presidente Avellaneda. Según El Nacional, fue «un discurso práctico, lleno de las originalidades de ese hombre extraordinario». Allí recordó que había hecho el voto de visitar, antes de morir, a «la benemérita ciudad de Tucumán, como la llamaba, aun en sus conversaciones familiares, el ilustre Rivadavia». Habló de las horas altas de la provincia: el triunfo de Belgrano en 1812 y la declaración de la Independencia en 1816. Pero apuntó que debía evocar también sus «posteriores desgracias, porque ellas explican, en mucha parte, los vínculos de amistad, que, de muy atrás, me unen al pueblo de Tucumán». En ese afán, recordaba la guerra civil, las derrotas de La Madrid y de Lavalle y, reeditando verbalmente el Facundo, atacaba con furia a Quiroga: «en la plaza de Tucumán fue sacrificada una hecatombe de jefes y oficiales del Ejército argentino, que las balas y las metrallas habían respetado en Chacabuco y Maipú, en Junín y Ayacucho», dijo tonante. 31 Manuel M. Zorrilla, Recuerdos de un secretario, I (Bs. As., 1912), p. 135. El discurso de Posse, en: ESP, II, 414-415.


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Pero de inmediato, se vio desde Chile «como una luz que señalaba otro camino que aquel que no había podido abrir la espada: un panfleto, un romance, un libro, llámesele como quiera, apareció en las prensas chilenas bajo el título de Facundo Quiroga o civilización y barbarie. Como el Tasso llamó a su poema épico Jerusalén libertada, aquél libro pudo llamarse Tucumán vengada, al menos, ya que el día de la libertad estaba lejos todavía». Aseguraba que, mientras se lo leyera, sería execrada la memoria de Quiroga, «el verdugo de Tucumán». Y seguía enumerando sus lazos con la provincia. Había servido con el «bravo y legendario» La Madrid. Había aconsejado «en hora menguada» la invasión de Crisóstomo Alvarez, ese «empeño insensato» que le costó la vida. Tenía aquí a su «amigo de treinta y cinco años de fecha», José Posse. El tucumano Nicolás Avellaneda, el presidente que estaba a su lado, había nacido «a la vida real de la patria» leyendo, en sus vacaciones de estudiantes en Caroya, el Facundo. Recordaba —sin duda a contre coeur— que dio al joven oficial Julio Argentino Roca su primera «comisión arriesgada», y que cuando necesitó ministros, Tucumán le proporcionó a Avellaneda y a Frías. «Ya lo veis, pues, he estado en contacto con Tucumán treinta y más años de vida». Al afecto de los niños, que advertía todo el tiempo, lo consideraba un reaseguro contra el olvido y la injusticia del porvenir. Recomendaba enseñar a leer, para que haya «carga para el ferrocarril», pues «la inteligencia es dinero, y para pueblos tan lejanos la industria inteligente es su única salvación». Terminaba, conmovido, con una alusión al día brumoso en que hablaba. Imaginó que llegaría a Tucumán a pleno sol, para admirar sus montañas y sus bosques. Pero el destino había querido otra cosa. Claro que el nublado le dejaba ver «sólo fisonomías complacidas, miradas que me sonríen y revelan que soy estimado por un pueblo entero. Si alguna vez el cansancio de los años, acaso la injusticia, me traen el desencanto, recordaré la escena de hoy; evocaré la fotografía que queda indeleble en mi memoria de escena tan animada, y restableciendo las montañas y los bosques que hasta hoy las nubes nos ocultan, estoy seguro que ha de volver a circular la sangre con vigor, reanimarse la confianza y esperar un día más para la justicia o el perdón de las faltas del gobernante, o las negligencias o errores del escritor». 32

32

Id. nota 15, supra.


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Terminaron las fiestas y volvió a Buenos Aires. No dejó de comentar a Posse la depresión que le produjo el desierto que atravesó entre Córdoba, Santiago y el Chaco: «no será habitado nunca por pueblos», vaticinaba. 33

VIII. SEGUNDA

Y TERCERA VISITA

Su segunda visita ocurriría diez años más tarde, en junio de 1886, de paso para Rosario de la Frontera. El memorioso José R. Fierro recordaba que vino como simple turista, y que se dedicó a recorrer las zonas cercanas a la ciudad. Fue entonces que se alojó en casa del ex gobernador Tiburcio Padilla.34 La Sociedad Sarmiento, ateneo cultural fundado cuatro años antes, lo invitó a visitar sus instalaciones. Aceptó encantado. Inspeccionó todo y «ordenó» que se comprara un «libro de oro» para las firmas de visitantes ilustres que, por supuesto, irían encabezadas por la suya propia. Apuradísimos y por telegrama, los jóvenes lo encargaron a la casa Peuser. Y el 21 de junio Sarmiento presidió una asamblea de la institución: al día siguiente, en el álbum recién llegado de Buenos Aires, estampó un largo pensamiento. Lo abría con la frase transcripta atrás, sobre el canto a las bellezas de Tucumán que marcó «los primeros destellos» de su pensamiento. Alababa la transformación operada en la provincia, la adultez del pueblo, fruto de «una de las industrias que embellecen la existencia y endulzan las penas de la vida, la producción de azúcar». Luego venían largos párrafos de elogio al paisaje. Hacía votos para que las «vaporosas porteñas» en invierno se trasladaran a gozar del clima. Las últimas líneas eran melancólicas. Le emocionaba ese Tucumán «que ofrece salud a los que declinan», y terminaba con una frase obviamente dedicada a sí mismo: «Si esa alma pensó, se sobrevivirá en una hoja de papel escrita dejada a sus contemporáneos. Si contuvo una idea fecunda, una verdad útil, abriráse paso por entre obstáculos, y hará camino de un país a otro, y en alas del genio volará de siglo en siglo. Esta es su propia irradiación».35

33

De Sarmiento a Posse, Bs. As., 20-I-1878, en: ESP, II, p. 441. José R. Fierro, A Don Domingo Faustino Sarmiento. Homenaje de recordación en el centenario de su muerte. Reminiscencias publicadas en «La Gaceta» y discursos pronunciados en los actos realizados (Tucumán, 1938, folleto). 35 Id. nota 4, supra. 34


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Estuvo en tierra salteña hasta que promediaba julio. Como no se sentía bien y confiaba en las virtudes salutíferas del clima tucumano, quiso detenerse otra vez en Tucumán, donde permaneció casi un mes. Sería su tercera y última visita. Recorrió el ingenio San Pablo, invitado por sus propietarios Nougués, y se interesó especialmente en el trabajo de los indios tobas en la fábrica. También estuvo en el ingenio Ranchillos. Comentó esas experiencias en artículos que remitió a Buenos Aires y que fueron publicados en El Censor.36 En 1888 inquiría a Posse si se habían fundado las escuelas que le prometieron instalar en la zona de Ranchillos. Don Pepe le contestó que no: «toda esa gente de tierra adentro, cuando se trata de cosas serias, prometen mucho y no cumplen nada; alumbran como el fósforo cuando uno lo raspa y se apagan enseguida. Llevan consigo la levadura de la masa bárbara de la sociedad en que viven vegetando», sentenciaba. 37 Fierro —que yerra al fechar este tercer viaje en 1887— cuenta que Sarmiento, abrigado con una bufanda de vicuña, hacía largas caminatas por la plaza Independencia con doña Sixta Munita, señora porteña de su amistad que estaba de paso por Tucumán. Apunta, igualmente, que durante esa temporada pasó un día entero en el ingenio Esperanza, «en compañía de don Pedro Alurralde… sembrando simpatías en todos los empleados por las amabilidades de su trato». Estuvo también en el ingenio Mercedes, de los Padilla. La inquietud por educar nunca cesaba. En carta a los propietarios, les dijo que «al visitar su valioso ingenio me hicieron conocer caciques, mujeres y niños tobas. Ustedes han aceptado, admitiéndoles al trabajo, la responsabilidad de civilizarlos, y para ayudarles en su obra les remito ejemplares de libros que van a su fin, como recuerdo de haber estado en su establecimiento». 38 Años antes, había recomendado al presidente de la Sociedad Sarmiento, Emilio Carmona: «Exciten a mis amigos, los productores de azúcar, a ayudarles en la compras de libros toda vez que les vaya bien en la zafra.

36 Cfr. Pablo Emilio Palermo, Los viajes de la vejez de Sarmiento (Bs. As., 2009), pp. 111-117. 37 Posse a Sarmiento, Tucumán, 11-III-1888, en: ESP, II, p. 585. 38 De Sarmiento a «Sres. Padilla Hermanos. Lules», sin fecha [Tucumán, 1886], facsímil en: «Recuerdos de una visita de Sarmiento a Tucumán», en: Fray Mocho, Bs. As., 28-XI-1913.


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Será el diezmo pagado a la inteligencia, al propósito de la Creación, al hacer al hombre a imagen y semejanza del Creador». 39

IX. T UCUMÁN , « LEGATARIO

UNIVERSAL DE MI MEMORIA »

Cuando falleció Sarmiento en 1888, el periodista Patricio Gallo dio a conocer un texto hasta entonces inédito, que el sanjuanino redactó y firmó para su álbum, en la última visita. Hablaba allí de «la felicidad que experimento al salir de Tucumán el 18 de agosto, acompañado de los votos de un pueblo amigo que me ha hecho plácida la vida en una época y en una edad en que sobreabundan los desencantos». Aseguraba que «he recuperado del todo, a la sombra de los salutíferos bosques de naranjos en que se dan la mano el otoño y la primavera, la salud que quebrantaron, más que los años, el ímprobo trabajo del marino subalterno para arrancar la nave del atolladero a que la condujeron pilotos inexpertos». Hallaba dicha «en ver funcionar el hierro dotado de inteligencia movido por la mano inconsciente del Indio Toba, cuando nuestro nombre está inscripto en el puente que une la Provincia, en el riel que une a la Nación, en el colegio que derrama las ideas, en el telégrafo que las recibe o difunde, en la escuela que las lleva a la industria, la Sociedad Sarmiento que se encarga de perpetuarlas por el cultivo de las letras, y la Asociación de amigos de la instrucción que continuarán el trabajo de medio siglo». Terminaba: «Al pueblo de Tucumán, que se ha constituido mi amigo, lo instituyo el legatario universal de mi memoria; no como ella es, en la prosa de la realidad, sino como quiso el joven Gallo en unos versos que le pido consigne aquí, o como lo desea La Razón al desearme feliz viaje, hoy 18 de agosto de 1886».40 Y aún proyectó hacer una cuarta visita, al año siguiente. Pero, escribió a Posse en julio de 1888, «me detuve de ir a Tucumán para no ir en el bagaje de la intervención y presenciar la división de los amigos», decía. 41

39 De Sarmiento al presidente de la Sociedad Sarmiento, Emilio Carmona, Bs.As, 7VIII-1883, en «Contestación del Sr. Sarmiento», en: El Porvenir, n° 43, Tucumán, 10VIII-1883, pp. 407-408. 40 «Pensamiento inédito del general Sarmiento (leído por D. Patricio Gallo)», en: Tucumán Literario, n° 6, Tucumán, 30-IX-1888, p. 46-47. El subrayado es nuestro. 41 De Sarmiento a Posse, Bs. As., 12-VII-1887, en: ibídem, p. 574.


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Se refería a la intervención Zavalía, enviada tras la revolución juarista que, en junio, había derrocado al gobernador Juan Posse. En una de sus últimas cartas, siete meses antes de morir, el infatigable Sarmiento enviaba unos impresos de propaganda a Posse, para que los distribuyera en Tucumán, «entre los poquísimos que se ocupan de los demás cuando ellos han satisfecho sus apetitos». Y le preguntaba: «¿qué hacen con tanta barbarie en la masa, y tanta ceguedad en los guías de ciegos?».42

42

De Sarmiento a Posse, Bs. As., 1-III-1888, en: ESP, II, p. 583.


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Sarmiento y su visión de la flora e industria maderera tucumanas

por Elena Perilli de Colombres Garmendia

espués de Caseros el país experimentó hondas transformaciones que fueron muy intensas en los campos económico y social. Esos tiempos se caracterizaron por la llegada del inmigrante, el avance de los ferrocarriles, los cambios en el régimen de la tierra y el afianzamiento de la agricultura y la industria. Sarmiento creía en la necesidad de fomentar el desarrollo económico apelando a todos los medios. Luchó por este objetivo en la vida diaria y desde el gobierno, con la realización de numerosas obras. Tomó como modelos a países extranjeros y procuró adaptarlos a nuestro país. La preocupación del sanjuanino era organizar legalmente al país para sustituir la barbarie por la civilización. Propiciaba el desarrollo de la agricultura pues, a su juicio, la tierra inculta daba lugar a pasiones que retrasaban el progreso. Fiel a este ideal, creó escuelas de agronomía en Tucumán y en otras provincias, llamadas Quintas Normales, e impulsó el estudio de las Ciencias Naturales que se abrían paso junto a las tradicionales, gracias a la acción de sabios y estudiosos que llegaban al país. En las líneas que siguen se analizará la posición de Sarmiento frente a la pródiga naturaleza tucumana (a la que admiraba por su magnificencia) y su visión empresaria para canalizar sus recursos en un aprovechamiento industrial, como en el caso de la ebanistería, utilizando, en otros momentos, su intuición para desaconsejar posibilidades, como ocurrió con la del añil.


E. Perilli de Colombres Garmendia: Sarmiento y su visión de la flora tucumana

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Sarmiento estuvo muy ligado a Tucumán y fue gran amigo del periodista José Posse con quien mantuvo una nutrida correspondencia a la que acudimos para este trabajo.

R EFLEXIONES

DE

S ARMIENTO

SOBRE LA NATURALEZA

El sanjuanino se sentía profundamente ligado a la tierra, y así lo manifestó siempre que pudo. En cada lugar que visitaba, se detenía en la consideración de sus flores y árboles. Es conocida su pasión por el delta del Paraná donde, en 1855, introdujo el mimbre y en el que pasaba horas entregado a la sencilla tarea de plantar y cuidar árboles. En 1856, al agradecer a los vecinos de Chivilcoy la donación de tierras para una quinta, manifestaba sus sentimientos: Desde mi llegada a Buenos Aires he buscado en las islas del Paraná un pedazo de tierra donde retirarme a vivir un día, como me he criado en mi pobre provincia, a la sombra de los árboles, cultivando plantas y aspirando el ambiente embalsamado de la vegetación y de las flores y como si ustedes conociesen estas predilecciones de mi espíritu, que no han cambiado la residencia en grandes ciudades… han tenido la buena inspiración de ofrecerme lo único que sonríe a mi alma, un rincón de tierra, plantado de árboles, donde volver un día a ser lo que nací y no debí dejar de ser nunca, pobre cultivador.1

En la correspondencia con su amigo tucumano José Posse manifestaba su admiración por la naturaleza tucumana, ambos habían sido compañeros en la emigración y corrieron juntos miserias y aventuras juveniles, preocupándose por civilizar a su patria. En reiteradas oportunidades le solicitó especies tucumanas para engalanar estas tierras donde pensaba vivir una vez retirado de la función pública. Soñaba con plantar enredaderas y árboles de gran porte y buena madera.

LA

PRÓDIGA NATURALEZA TUCUMANA

Pocas provincias podían competir con Tucumán en la variedad, abundancia, excelencia de calidad y tamaño de sus maderas, según opinaba 1 Gobierno de Córdoba: La correspondencia de Sarmiento. Primera Serie, Tomo II, Años 1855-1861 (Cba., 1991), p. 51. Buenos Aires, 15/8/1856.


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Educar al soberano: Domingo Faustino Sarmiento. Su bicentenario

Arsenio Granillo en su descripción de la flora de la provincia, conformada por árboles de quinta, como naranjo agrio y dulce, limonero agrio, dulce y sutil; duraznos de infinita calidad, higuera de varias clases; granados, membrillos, etcétera. A ellos se agregaban árboles silvestres: arrayán, mato, chañar, mistol, algarrobo blanco y negro, guayacán, cedro, nogal, pacará, espinillo, quebracho colorado, negro y blanco, laurel, tipa, molle, lapacho, lanza, cebil, tarco, yuchán, paraíso, etcétera. Las maderas de muchos de ellos eran de la mejor calidad y empleadas para distintos usos. Había también árboles de vista y sombra como el sauce llorón, álamos, eucaliptos, morera, palma y otras especies y gran variedad de flores silvestres, (tanto de papa como de semilla) arbustos y yerbas. Los árboles eran inmensos pudiendo obtenerse de ellos espléndidas tablas. 2 Al listado de plantas madereras se añadían plantas tintóreas, curtientes y alcalinas. Resulta pertinente la descripción del bosque tucumano realizada por Juan B. Terán: Es la diversidad mágica de las especies lo que hace la magia del bosque tucumano. No tiene la simetría y la medida clásicas; es confuso, irregular, pletórico. Nada más distante del bosque versallesco o de la obra maestra de los paisajistas. El laurel lustroso y quebradizo alterna con el cebil, recio y enhiesto, de cabellera juvenil, por grande que sea su vejez, la fronda azulada del orco cebil, con el aceitunado cedro, el verde negro del naranjo silvestre con el pálido del precioso nogal; el tronco del mato, que es una columna de jaspe, con el hidrópico del zapallo caspi.

La enumeración seguía y pasaba de los árboles a los helechos, hierbas y otras presencias selváticas.3 Desde tiempos muy antiguos las maderas se extraían de los bosques pero hacia la década de 1870, la exportación era escasa por el alto costo de los fletes. Sin embargo, se enviaban a las provincias del oeste, a Córdoba y el Litoral las bateas de pacará, cedro en tablas y tablones, ejes de lanza, rayos de lapacho para ruedas, etcétera. Había en la provincia árboles de gran tamaño como el pacará y el mencionado cedro que se hallaban en toda la campaña. Paul Groussac, quien vivió varios años en Tucumán, destacaba entre los productos naturales las valiosas maderas que tenía. Ejemplares como el

2

Arsenio Granillo. Provincia de Tucumán, serie de artículos descriptivos y noticiosos, (Tucumán, 1947) p. 90-91. 3 Carlos Páez de la Torre (h) «Terán y el bosque tucumano», en: La Gaceta, Tucumán 27-II-2001.


E. Perilli de Colombres Garmendia: Sarmiento y su visión de la flora tucumana

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pacará, algunos de no menos de 20 metros de circunferencia, tenían muchas aplicaciones, especialmente en la carpintería y utensilios rurales y los célebres cedros de tres metros de diámetro y cuarenta y tantos de altura, entre otros. El cedro resistente a la putrefacción, se usaba en todos los trabajaos de carpintería, en especial para puertas, ventanas, pisos, etc. Se vendía en el comercio por trozos, tablas y tablones. Enumeraba en su Memoria las principales especies como el nogal silvestre, empleado en la construcción de puertas, ventanas y en la ebanistería más fina. El laurel de la falda se empleaba para tablazón, en puertas, ventanas y pisos, también se usaba para tirantes y muebles de muy buen gusto por su color negruzco veteado de amarillo. El quebracho colorado y blanco para tirantes, marcos de puertas y ventanas, puentes, instrumentos de agricultura y especialmente como combustible ya que producía mucho calor. Se agregaba el algarrobo blanco y negro, empleado en toda clase de construcciones por su gran resistencia, sobre todo en obrajes expuestos a la intemperie. También se usaba como madera de torneado y en durmientes. A estas maderas se sumaban espinillo, lapacho, tipa, molle, tarco, guayacán, cebil, ceibo, cochucho, lanza, mistol, palo santo, paraíso, ramo, orco cebil, arca, palo blanco, etcétera. Las de mayor exportación eran cedro, nogal, laurel, quebracho y cebil.4 Groussac proporcionó en su libro estadísticas relativas a maderas que se exportaban y las consideró insignificantes en relación a la variedad que existía, las múltiples aplicaciones podían ser una fuente inagotable de riquezas para Tucumán. Advertía, por otra parte, que las numerosas aplicaciones en las construcciones de la ciudad y en los ingenios de azúcar, no era comparable al enorme consumo de maderas para combustible de uso doméstico como industrial, que llevaba a una explotación desmesurada y conducía a la inexorable destrucción. Hacia 1870, según Granillo, había solo doce aserraderos, nueve movidos por agua y tres por mulas; todos ellos de poca fuerza. 5 Apenas llenaban las necesidades de la provincia y satisfacían la escasa exportación. Se desaprovechaba la inmensa riqueza industrial que derivaría de la explotación de los bosques, aspecto que Sarmiento supo apreciar.

4 Paul Groussac y otros: Memoria histórica y descriptiva de la provincia de Tucumán, (Tucumán 1882). 5 Arsenio Granillo, Cit, p. 119.


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Educar al soberano: Domingo Faustino Sarmiento. Su bicentenario

Visitó Tucumán en dos oportunidades, la primera en 1876, la segunda diez años después y una tercera, de paso. Pero mucho antes de conocerla, la había descrito en su imaginación. En su correspondencia con Posse manifestaba el cariño que esta tierra le inspiraba: Tengo por Tucumán una particular afección que he heredado de mi madre, a quien tenía en su juventud, con la boca abierta, horas enteras un buen hombre que le contaba maravillas de su naturaleza tropical, los bosques inmensos y sombríos, los naranjales embalsamados, los nardos de los campos, las aves pintadas. Sí, iré un día a Tucumán a ver los fecundos veneros de riqueza que encierra y a conjeturar los medios posibles de desenvolverlos.6

De allí provenía la descripción que Sarmiento hacía de Tucumán en el Facundo, obra escrita en el destierro donde evocaba la patria; Tucumán lo era, engalanada con todos los atavíos de la espléndida naturaleza. No es aventurado conjeturar que Sarmiento, educado en la árida geografía sanjuanina, se maravillaba con los parajes fértiles y boscosos de Tucumán. En toda ocasión que tuvo, Sarmiento remitió y solicitó semillas de variedades útiles y de ornato, con el propósito de enriquecer aun más su flora. El doctor Juan B. Terán, ilustre fundador de la Universidad, sintió la misma admiración que Sarmiento por el bosque tucumano y comprendió el ansia por volver al mismo que experimentó Humboldt, la emoción de Sarmiento y la que perseguía a Paul Groussac en Estados Unidos cuando recordaba muchos años más tarde, su juventud en Tucumán y su naturaleza.

U NA

INDUSTRIA CON GRANDES POSIBILIDADES : LA EBANISTERÍA

Durante la época colonial en Tucumán se desarrolló la ebanistería, gracias a la habilidad de sus artesanos en la talla de maderas y confección de muebles. Llegó a ser muy importante y apreciada en el país. La producción de sillas era reconocida. Los antecedentes de la ebanistería se remontaban a los jesuitas, según las crónicas de los padres Paucke, Sánchez Labrador, Sepp, Andreu. Por su parte, Germán Burmeister destacaba en sus escritos los árboles del bosque tucumano y agregaba que ni en las selvas vírgenes del Brasil, había visto bosques como los de Tucumán: laureles, lapachos, pacarás, 6 Museo Histórico Sarmiento, Epistolario entre Sarmiento y Posse, 1845-1888, Tomo I (Bs. As., 1946,) p. 25, Sarmiento a Posse, San Felipe, 29-I-1845.


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arrayanes, nogal, etcétera. Advertía que esta última madera era muy apreciada por los carpinteros porque se podía lustrar y tenía un lindo color oscuro. En otras provincias como San Juan y Mendoza quedaban magníficas sillas talladas, mesas, canapés, cómodas, confeccionadas en Tucumán. Hasta Chile habían llegado las obras de los ebanistas. Las carpinterías se especializaban en la fabricación de carretas y muebles, que combinaban las maderas de la zona. Entre estas variedades se destacaban el lapacho, varios tipos de quebracho, cedro, nogal, tipas, etcétera. Salían hacia Salta, Jujuy y Córdoba bateas, sillas torneadas de nogal y espinillo y cajas, cujas, escritorios, etcéteras. Estas actividades vinculadas a la carpintería se realizaban en zonas rurales. Los jesuitas, hasta su expulsión, y los grandes hacendados instalaron en sus campos carpinterías y aserraderos. Todo indicaría que mientras las carretas se hacían en el campo, los muebles y otros objetos se fabricaban en talleres urbanos.7 Dice el padre Furlong que en el Conventillo, cerca de la actual ciudad de Tucumán, poseyeron los jesuitas un magnífico aserradero hidráulico. En el Real de Santa Bárbara y de Santa Catalina en Córdoba, tenían otro de igual índole. El de Tucumán había sido construido por un hermano alemán, probablemente Martín Schmid. Dobrizhoffer SJ dice que valiéndose de una corriente de agua que elevó a una altura mediante un acueducto, obtuvo así una buena caída y la suficiente energía para hacer girar la sierra. Con ella cortaba y labraba aun los árboles más gruesos. El 28 de julio de 1745 manifestaba el rector del Colegio de Tucumán, entre otras cosas que en los Lules (o Conventillo) tiene el Colegio la Aserraduría, los Molinos y la Curtiduría, y agregaba que en los Lules y Tafí se trabajaba en la fabricación de jabón. 8

Con toda seguridad Sarmiento conoció estas crónicas jesuitas y luego, las descripciones de los naturalistas viajeros. Las crónicas y estudios de los bosques tucumanos pudieron ser fuente de datos para el sanjuanino. Con la Revolución de 1810 y la introducción de muebles pintados baratos por la madera de menor calidad, esta actividad declinó. Sarmiento aconsejaba a su amigo Posse impulsar nuevamente la ebanistería, subrayando la excelente materia prima que eran las maderas tucuma7

Ana María Bascary, Familia y Vida Cotidiana. Tucumán a fines de la colonia. (Tucumán, 1999), pp. 78-79. 8 Guillermo Furlong S.J., Historia Social y Cultural del Río de la Plata, 1836-1810 (Bs. As., 1969) p. 102.


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nas. Además se hallaban al alcance de todos, y la talla era una tradición popular que permanecía intacta, aunque adormecida. No se trataba de introducir una industria, sino de «vivificar una que existía». El sanjuanino aconsejaba revivirla mediante una suscripción entre 500 y 1000 pesos, suficientes «para mandar llevar de Chile una colección de modelos en caoba de sofás, sillas, mesas, aparadores y cien objetos más que pertenecen a este ramo, desde los diseños más simples hasta los más laboriosos, pues el valor de las maderas talladas, depende de la cantidad de obra que encierran».9 Proponía con estos modelos, formar una especie de museo, de donde se tomarían copias para los artesanos; destacaba la posibilidad de exportar sillas con gran provecho; también en Tucumán sería factible abrir una academia del dibujo lineal para artesanos, tomando de Chile los avances logrados en esta materia y traer algún oficial tallador para dar enseñanza práctica. No dejaba de tener en cuenta que, en los últimos tiempos, por lo irregular y curvilíneo de las formas, era forzoso el uso de máquinas para labrar maderas, por lo que la tarea se simplificaba, reduciéndose a desarrollar la industria casera de la talla. Tucumán produjo y podía volver a hacerlo, muebles de uso ordinario (cedro) y muebles de lujo (nogal, tarco, laurel). No debía desdeñarse la talabartería, construyendo sillas de montar de cuya fabricación Tucumán fue prestigiosa productora. Consideraba que tenía maderas exquisitas para «silleterías» como la norteamericana. Era necesario introducir en la campaña formas nuevas, sin tallados, que seguramente darían trabajo a muchos y podrían exportarse. Sarmiento se ofrecía a estudiar en los Estados Unidos las fábricas y maquinarias de este tipo y suministrar datos a su amigo tucumano. A su juicio, lo que faltaba eran las formas elegantes, modernas, reclamadas por el gusto refinado. En otras provincias no había maderas y en Buenos Aires recibían de Europa materia prima o los muebles hechos de Alemania. Insistía Sarmiento en la necesidad de saber trazar los modelos. Al año siguiente, 1855, Sarmiento trató nuevamente de interesar a Posse en la industria maderera, insistiendo le enviase un a lista de las maderas de Tucumán. Le decía «Haz una colección de maderas y manda al Museo. Esto les será útil industrialmente. Ve lo que digo sobre puertas de Tucumán…».10

9 Museo Histórico Sarmiento, Epistolario entre Sarmiento y Posse, 1845-1888 (Bs. As. 1946), p. 38.15-XI-1854. 10 Ibidem, p. 47. Carta de Sarmiento a Posse. Bs. As., 4-VIII-1855.


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En 1874 Posse le remitía por la mensajería un cajón con una colección de pedazos de madera de los que aquí se hacían muebles y prometía que más tarde iría otra colección más abundante de aproximadamente cincuenta variedades.

LA

FLORA TUCUMANA Y LA INDUSTRIA FORESTAL

En la década de 1870, los bosques diseminados en la llanura tucumana tenían particular importancia por la corteza empleada en la industria (se extraía del cebil y se utilizaba en la curtiduría) y por el combustible que el tronco significaba para los ingenios azucareros. Estos bosques eran pequeños si se los comparaba con los que se extendían de sur a norte, contra la montaña. Según Arsenio Granillo, estos iban desapareciendo paulatinamente, tanto por la población que se extendía hacia esas zonas como por el uso desordenado que se hacía de ellas. Manejada esta riqueza de modo irracional, sin que las autoridades ni los propietarios demostrasen preocupación por reglamentar el corte de árboles, no se pensaba en el futuro. Los cebiles eran desnudados de su corteza para entregarla a las curtiembres, y de tal modo los árboles se secaban. Aconsejaba por esto Granillo reglamentar la explotación de la preciosa cáscara, limitando la extracción a los gajos del árbol, respetando el tronco y asegurándose de que los nuevos retoños reemplazaran a los gajos destruidos. No solo el hacha del «cascarero» destruía el bosque, que buscaba la corteza del cebil para usar en las curtiembres, sino la del leñador, que talaba los árboles para combustible. El mismo desorden se daba en el corte de maderas: el dueño vendía el derecho a extraerlas por un precio insignificante y sin poner condiciones restrictivas al corte de árboles. Decía Granillo «Se sacrifica al pequeño interés del momento lo que en pocos años más sería verdadera riqueza». 11 Para Juan B. Terán, los pueblos de esta región no acreditaron amor al árbol y no lo reprochaba porque en cierto modo había sido un enemigo del esfuerzo para apropiarse de la tierra y desarrollar la agricultura. Debieron destruirlo para vivir, decía el tucumano Terán. Trabajaban en Tucumán numerosas carpinterías y se confeccionaban roperos, veladores, lavatorios, asientos, etcétera. Sin embargo estas activi11

Arsenio Granillo, (Tucumán, 1947) p. 134.


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dades no habían alcanzado su grado óptimo en 1870. Muchos artesanos dejaron sus talleres y trabajaban a jornal en los ingenios de azúcar. Sarmiento opinaba como Granillo, que debía tratarse al bosque como un recurso renovable de uso múltiple. Señalaba la depredación que significaría talar todos los durazneros del Delta, en épocas tales que impidieran el rebrote. En oportunidad de realizarse en Córdoba la Primera Exposición Internacional, Sarmiento sugirió que Tucumán mostrara allí sus maderas. Aconsejaba que se aserrasen al través los árboles más corpulentos y se sacaran enormes ruedas, de una cuarta de espesor, a más tablas, cuán grandes fueran. Agregaba que «Desde Monteros o el límite sur de la provincia donde haya bosques primitivos de nogal, cedro, lanza, etcétera y agua para motor o «leña que abundará para vapor», podía ensayarse una máquina de aserrar, cepillar, cortar y construir puertas de nogal para exportar, acaso de cedro, lanzas para carruajes; de otras maderas pipas, a máquina ¡qué se yo!».12 Se preguntaba por qué no construir carros más modernos que la carreta y exportarlos. Por su parte Arsenio Granillo agregaba que a la Exposición se enviaron dos magníficos tablones de cedro que llamaron la atención de los visitantes y daban idea de la extraordinaria vegetación de Tucumán. La muestra tuvo carácter de internacional, por la presencia de otros países. En ella, las provincias dieron a conocer sus producciones más importantes, cumpliéndose el ideal de Sarmiento quien, al programarla, se propuso promover el adelanto de «todas las artes que concurrían a la producción, animar el comercio, haciéndole conocer nuevos productos que puedan ser objeto de cambio, y para hacerse valer en el concepto de los demás pueblos».13 Fuera de la preocupación por la flora tucumana en la Exposición, Sarmiento estaba atento al envío de semillas de diversas especies para enriquecer a la provincia, tanto de variedades útiles como de ornato. En 1872 remitía semillas de pino y cipreses. La visión de Sarmiento sobre las posibilidades de las maderas tucumana y su explotación fue motivo de preocupación de las autoridades provinciales. En 1880 el gobernador Miguel Nougués consignaba en su mensaje: «el co12

Museo Histórico Sarmiento. Epistolario... cit Tomo I (Bs. As., 1935). p. 259. Carta de Sarmiento a Posse, Bs. As., 6-VIII-1869. 13 Gabriel Gustavo Levene, Historia de los Presidentes Argentinos, Primera Parte (Bs. As., 1973), p. 227. Objetivos de la Exposición Internacional de Córdoba.


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mercio ha encontrado en este último año un nuevo rango de explotación abriendo una fuente de riqueza para la provincia. Me refiero a la explotación de madera que recién ha empezado a hacerse en una escala que merezca ser mencionado. Es de esperar que una vez dado el primer paso tome un desarrollo considerable, porque guardan en su seno nuestros hermosos bosques abundantes maderas que pueden ofrecer a la construcción, como aliciente, la robustez mórbida de las de Canaán y a la ebanistería desde el cedro aromático del Líbano hasta el mauricio ébano de Madagascar. 14 Además, Nougués anunciaba que funcionaba la primera carpintería mecánica, ya que la ebanistería tomaba incremento y se perfeccionaba.

LA

EMPRESA DEL AÑIL

El añil es una planta tintórea que se daba espontáneamente en el campo tucumano. En la década de 1830 hubo un intento para producirlo por parte del ingeniero francés Pedro Dalgare Etcheverry. Tuvo infructuosos resultados, a pesar de que, en un primer momento las investigaciones fueron exitosas. Las turbulencias políticas y los problemas económicos operaron para que naufragase esta empresa. Hubo otros que, tiempo después, se entusiasmaron con la planta, entre ellos José Posse, quien en 1864 se asoció a su hermano Manuel, el ex gobernador Wenceslao y el químico italiano Vicente Brusa. Querían sembrar un campo en Ranchillos y lo dotaron de cercos, edificios y canales de riego.15 En correspondencia con Sarmiento, Posse lo ponía al tanto de sus avances en la materia. En vísperas del viaje del sanjuanino a Estados Unidos, en julio de 1864, le pedía que le enviase semillas de añil de Guatemala, con el fin de compararlas con la variedad indígena, prometía levantarle a cambio «una estatua pintada de azul». 16 Así como lo alentó en la explotación de los bosques tucumanos, Sarmiento, desde un primer momento, desconfió del añil. Contestó a su amigo, alertándole sobre los riesgos de la empresa, pues según informes que poseía, cada día era menor su demanda,

14

Ramón Cordeiro y Carlos D. Viale, Compilación Ordenada de Leyes, Decretos y Mensajes del período constitucional de la provincia de Tucumán que comienza en 1853, año 1880, pp. 348-349. 15 Arsenio Granillo, Provincia de Tucumán… cit., pp. 100-101. 16 Epistolario... cit., p. 132.


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por el alto precio. Sumaba a ello que empezaba a suplirse por productos químicos, extraídos del carbón de piedra. De todos modos prometía conseguir semillas en Venezuela y Guatemala. Pese a los consejos, Posse no declinaba en su entusiasmo, había comprometido toda su fortuna en la empresa. Realizó la primera cosecha en 1864, en una segunda siembra sufrieron una serie de adversidades: el asesor Brusa se suicidó argumentando haberse equivocado en el nivel, al trazar una acequia para Cruz Alta. El pueblo señaló la verdadera y única causa de este trágico suceso: los malos resultados y el fin desastroso que preveía para la empresa del añil. A ello se añadió que la sementera brotó irregularmente y las plantas fueron atacadas por el gusano. Hacia 1868 Posse se había arruinado definitivamente. Así terminó la aventura del añil.17 Paul Groussac se refería a ella señalando que los hermanos Posse ensayaron varias veces el cultivo del añil, pero aunque la naturaleza del suelo y las condiciones del clima se prestaban magníficamente para su desarrollo, no se obtuvo un producto satisfactorio, motivo por el cual fue abandonada esta industria con la pérdida de un fuerte capital.

S ARMIENTO

Y SU AMOR POR LA NATURALEZA

A lo largo de los años, Sarmiento manifestó una profunda admiración por la flora, en general. Si bien analizaba los aspectos utilitarios, lo deslumbraba su belleza y su espíritu se conmovía con las variedades esplendorosas y los ejemplares únicos de las distintas especies, tanto silvestres como de cultivo. Su personalidad inquieta se manifestaba en un entusiasmo sin límites por conocer y obtener semillas de todo tipo de plantas. Era un entendido en ciclos, necesidades climáticas, de suelo y de agua. Escribía constantemente a gente del país y a extranjeros, tratando de recabar información y de conseguir las especies más raras para desarrollarlas en distintas regiones. Un ejemplo se expresa en la carta que escribiera a Posse en 1875:

17

1886.

Carlos Paez de la Torre (h) «Añil, una ilusión», en: La Gaceta, Tucumán, 19-X-


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Hallé al fin el recomendado cactus de flores rosadas. La botánica lo conoce y en lo de Bruné vi un ejemplar por donde reconocí el mío. Ya tengo treinta variedades de cactus y sigo reuniendo mediante el favor de los amigos.18

Tucumán no fue ajeno a esta devoción y a través de su correspondencia vemos que requirió a Posse múltiples especies de la selva autóctona.

LA

PARQUE T RES (PALERMO)

FLORA TUCUMANA Y EL

DE FEBRERO

Contra la oposición de muchos, y la ironía de otros, se empeñó Sarmiento en la creación del Parque Tres de Febrero, tarea que concluyó después de su presidencia. En el espíritu de la ley de creación se establecía que la flora argentina debía estar representada en el Parque. Para ello, cada provincia debía contribuir con sus ejemplares más representativos. Una vez más, Sarmiento apeló a su amigo Posse para obtener el aporte tucumano. Con fecha 17 de julio de 1874, le manifestaba: La ley hace que la flora argentina deba estar representada en el Parque, y Tucumán es nuestro jardín. Luego, debe estar en sus árboles y flores, orquídeas, etcétera. Necesito, pues, que te pongas en campaña, para hacer meter en cajones, todos los árboles de ornato, arbustos y cuanto pueda contribuir al mejor éxito de la idea. Creo que hay tiempo antes que broten.19

Le aconsejaba también, que se hiciera asesorar por el profesor de Agronomía, quien junto con sus alumnos podría ayudarlo a seleccionar las especies, así como instruirlo sobre el embalaje y clasificación botánica. Sugería el envío de ejemplares de cebil, el pacará, cedro, palo borracho, y en materia de arbustos, todo lo que fuera hermoso y transportable. Le solicitaba calcular los gastos a fin de remitirle el importe. Sarmiento quería inaugurar el Parque en octubre y apuraba a Posse con los encargos. Este cumplió fielmente, remitiéndole en primer lugar, un cajoncito de semillas de enredaderas y palo borracho y luego el resto.

18 Museo Histórico Sarmiento, Epistolario, cit., Tomo II, p. 404. Sarmiento a Posse sobre una nueva variedad de cactus. Bs. As., 10-I-1875. 19 Ibidem… cit., p. 386. Sarmiento a Posse, Bs. As. 17-VII-1874.


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El día 15 de agosto de 1874 le detallaba el envío de cuarenta y nueve cajones con plantas de la provincia, y muchos árboles sueltos. Cada especie lleva el número correspondiente al catálogo que envío separadamente. Por lo inaccesible de los lugares donde las plantas fueron recolectadas, así como por la precipitación con que han tenido que tenderse esta comisión, puede que falten algunos ejemplares. Van sin número orquídeas, cactus, mamilarias, cereus, sueldos, bromelias, musgos, helechos, bignonias, etcétera, pues son plantas muy conocidas.20

Al día siguiente volvía a escribir que iban doce en vez de diez carros que habían salido dos días atrás y estarían en quince días en la primera estación del ferrocarril, pues la tropa iba liviana. Aclaraba Posse que no fue posible realizar una separación especial de plantas por sus nombres, por la prisa con que habían trabajado, pero todos los cajones estaban rotulados. Entre las orquídeas iba una planta enorme que daba flores moradas «que es mía y por lo tanto tuya», y a la que no tuvo tiempo de poner un distintivo. En el envío se incluía una nota del agrónomo y las nomenclaturas de las plantas indígenas. Los nombres botánicos irían más tarde. Acompañaba el envío un hombre encargado de su cuidado. En cuanto al palo borracho le informaba que, según el agrónomo, no era un árbol indígena, y que en Europa era conocido como originario de la India, con el nombre botánico de familia bombácea. 21 Hacia fines de ese año, el tucumano proponía a Sarmiento que el parque Tres de Febrero tuviera corresponsales por secciones, cuatro en total, en el Litoral, Cuyo, Córdoba y las provincias del Norte, para que recolectaran las especies correspondientes a cada una de ellas. Cada corresponsal debía tener un sueldo para viajar en la sección asignada en todas las estaciones, y así recolectar lo que correspondiese en ese momento. En 1875, Posse seguía haciendo una colección rústica en tierras propias de diversas especies. El intercambio de plantas y semillas se prolongaría aunque ya no con destino al Parque. Así en octubre de 1884, aprovechando un viaje del periodista Salvador Alfonso de Tucumán a Buenos Aires, José Posse le encargó entregar a Sarmiento semillas de pacará y tarco, y también retirar de la estación de Bella Vista, «un trocito de madera blanca» que le había pedido el ex presidente. El pedido no era nada raro.

20 21

Ibídem, p. 390. Posse a Sarmiento, Tucumán, 15-VIII-1874. Ibídem, p. 391. Posse a Sarmiento, Tucumán, 16-VIII-1874.


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Sarmiento, como se dijo, vivía preocupado por las maderas tucumanas y sus ventajosas aplicaciones, aparte de su obsesión por plantar buenos árboles en su isla del Paraguay. Este no fue por cierto, el único pedido. 22 En sus cartas reclamaba otras semillas y maderas; en cuanto al palo blanco, Posse decía que se había presentado un amigo, el joven Emilio Carmona quien aceptó la comisión de llevarle un trozo, pero resultó que se habían robado todos los palos. En octubre Posse volvió a escribir que remitía el pedazo de madera con Rodolfo Guiñazú, puede conjeturarse que finalmente Sarmiento obtuvo lo que pedía.

S ARMIENTO ,

PROPULSOR DE LAS

C IENCIAS N ATURALES

En medio de sus múltiples preocupaciones, Sarmiento no perdió de vista los comienzos de un género de estudios descuidado o desconocido hasta entonces: las ciencias naturales. Amadeo Jacques fue precursor de las referidas disciplinas en el Colegio San Miguel. Fue él quien, por primera vez, incorporó las «ciencias útiles» a la enseñanza. Sarmiento visitó Estados Unidos y allí tomó modelos, que sumados a la presencia de numerosos científicos extranjeros que visitaban el país, le llevaron a propiciar la incorporación de las ciencias naturales a los programas de estudio. Sarmiento tenía una idea cabal y vibrante de la importancia del pensamiento de Darwin, leyó todos sus libros. En sus discursos había referencias a naturalistas prestigiosos como Lyell, Agassiz, Huxley, Humboldt, Bonpland y Ameghino, como también trabajos de Lineo y Bufón que evidenciaban su marcada predilección por las ciencias naturales, algo llamativo para quien no tenía formación médica ni científica. En 1871, durante su presidencia, creó en Tucumán el Departamento de Agronomía, dependiente del Colegio Nacional, cuyo primer director fue el sabio alemán Federico Schickendantz. Proponía la formación de la clase agricultora a la que juzgaba la más importante de la provincia. La Legislatura cedió el terreno de veintidós cuadras para una Quinta, en la que los alumnos harían sus prácticas. En una de sus visitas a Tucumán, Sarmiento asistió a la clase de Historia Natural de Inocencio Liberani.

22 Carlos Páez de la Torre (h): «Palo blanco para Sarmiento», en La Gaceta, Tucumán, 28-VIII-2001.


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Educar al soberano: Domingo Faustino Sarmiento. Su bicentenario

En el orden nacional creó, en 1871, el Departamento de Agricultura, con el objeto de recoger y difundir conocimientos y noticias útiles sobre todas las materias relacionadas con la agricultura. Entre sus fines se establecían la investigación, experimentación y difusión de todo lo que tuviera que ver con el tema.

A

MODO DE CIERRE

Sarmiento, como decía Juan B. Terán, fue el padre de la llamada «política del árbol,» la que se proponía reconocer, investigar y potenciar nuestros recursos naturales, especialmente de la flora autóctona. Esto implicaba la preservación y cuidado, como una gran acción social, económica y moral de esta región argentina. Fue con él que aparecieron nuevas variedades y se propagaron otras. Concibió a Tucumán como un oasis debido a la montaña y al bosque. La montaña detenía los vapores del Atlántico y los condensaba, y de la lluvia había surgido el bosque que mantenía la humedad, refrescaba el clima y enriquecía el suelo. Sarmiento vio la necesidad de mantener las reservas naturales y aprovechar su potencial. La conservación y cuidado de las mismas planteaba el problema de la solidaridad, cortar árboles y talar bosques eran actos antipatrióticos. Plantarlos y cuidarlos era pensar con amor en las futuras generaciones. De estos conceptos emerge una mentalidad pionera con respecto a la ecología y el medio ambiente que no se enfrentaba a la de propiciar el desarrollo industrial aprovechando sus buenas maderas.


Lucía Piossek Prebisch: Elementos para una filosofía de la historia en el Facundo

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Elementos para una filosofía de la historia en el Facundo1 por Lucía Piossek Prebisch

— 1 — a generación del ’37 —Alberdi, Echeverría, Juan M. Gutiérrez, Sastre…—, sobre todo en su momento auroral, profesaba un declarado optimismo teórico. La actitud teórica, la aplicación de ideas adecuadas a la realidad mediante un doble esfuerzo de «estudio y reflexión», era para sus integrantes una misión impuesta por el momento histórico. Y dentro del campo de la teoría ocupaba para ellos el lugar de un faro, es cierto más atrayente que bien definido, la filosofía. Si en este punto tomamos a Juan Bautista Alberdi, llamado por sus compañeros «la cabeza metafísica del grupo», como el vocero más lúcido de la generación, la filosofía para esta generación revestía dos modalidades básicas: al modo ilustrado, como la razón crítica en acción, capaz por tanto de ejercer una función emancipadora; y, a su vez, al modo romántico, como la reflexión, entre otros objetos posibles, sobre la marcha de la humanidad y sus diferentes figuras según los «espacios y tiempos» de los pueblos, es decir filosofía de la historia. Pensar, pues, al país, dentro de sus coordenadas individualizadoras de espacio y tiempo, hacer —según expresión alberdiana— la teoría de la vida de este pueblo, llegó a ser una exigencia teórica primordial para la generación del ’37. 1

Este texto es una adaptación, para los fines del curso de la Junta de Estudios Históricos, de dos trabajos ya publicados, recogidos en Argentina: Identidad y Utopía EDUNT, Tucumán, 2008: «La ‘filosofía de la historia’ en el Facundo» y «Apuntes sobre Sarmiento y la inmigración».


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— 2 — Considero que el Facundo es el primer y genial intento de poner en práctica lo requerido por ese imperativo, es decir, de poner en práctica lo que hasta entonces no pasaba de ser la ardorosa formulación abstracta de una exigencia. Se dice que en este empeño las ideas de Sarmiento no son originales. Y es cierto. Basta remitir al lector a capítulos íntegros de Victor Cousin en su Introduction á l’histoire de la philosophie,2 obra que más bien debió llamarse, para nuestro modo actual de entender, Introducción a la filosofía de la historia. Paul Verdevoye ha destacado el prestigio de que gozaba Cousin en Chile en la época de la redacción de Facundo.3 Cousin comparte allí el gran aprecio por los estudios históricos desde el punto de vista del filósofo, como lo había exigido ya Voltaire; la importancia que concede a la historia está en directa relación con el lugar central que le atribuía el Idealismo alemán, y sobre todo es reflejo de las ideas de Herder-Hegel acerca de la historia, del sentido e inteligibilidad de la misma, no obstante su carácter aparentemente enigmático y desconcertante. Pero a la originalidad de Sarmiento no hay que buscarla en el contenido de ideas importadas y abstraídas de su contexto vital, sino en el modo de aplicarlas a una nueva realidad. Si, en general, en los pensadores argentinos de la época no tenemos en cuenta la necesidad que los impulsó a buscar, seleccionar, asimilar y aplicar determinadas ideas, el sujeto real, concreto, queda reducido entonces a un débil punto en torno del cual se abre un abanico de influencias de ultramar. Como se ha sostenido generalmente, Sarmiento «no es ni filósofo ni metafísico». 4 En este punto habría mucho que decir. Por lo general, se considera a Sarmiento una personalidad brillante, pero, por su temperamento ardiente, poco capacitado para tomar una distancia reflexiva y teórica para ver la realidad que le interesaba. Es decir, por lo general se le niega al autor del Facundo una capacidad para la teoría. Pero también es cierto que si él lamentaba no estar mejor preparado como historiador y ni como filósofo es porque hubiera

2 Paul Verdevoye, Domingo Faustino Sarmiento. Éducateur et publiciste (entre 1839 et 1852, Institut des hautes études de la Amérique latine, Paris, 1963, esp. p 403. 3 Víctor Cousin, Introduction à l’histoire de la philosophie, 6ª. ed., Paris, Didier, 1868. 4 Acerca de diferentes opiniones sobre la capacidad de Sarmiento para la teoría, cf. mi artículo «La ‘filosofía de la historia’ en el Facundo», en Argentina: Identidad y Utopía, EDUNT, Tucumán, 2008, p. 100-106.


Lucía Piossek Prebisch: Elementos para una filosofía de la historia en el Facundo

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querido hacer de Facundo un escrito de carácter histórico-filosófico. Voltaire decía que «corresponde al filósofo escribir la historia», y que el objeto de ésta son «el espíritu, las costumbres, los usos de los pueblos». Cousin había escrito también más recientemente que «el estudio de la historia es pues un estudio esencialmente filosófico», y que «nada es insignificante en la historia». 5 Seguramente influido por este tipo de opiniones, en la Introducción a Facundo Sarmiento, como reprochando una omisión inadmisible, exige que la historia y la filosofía se interesen por desentrañar el sentido de la marcha de los pueblos americanos y de las luchas que los despedazan. Por otra parte, es imposible pensar que en Sarmiento no hubieran encontrado resonancia especial afirmaciones como ésta de Alberdi: «Ya es tiempo de interrogar a la filosofía el sentido que la nación argentina tiene designado para caminar al fin común de la humanidad...», «... que la filosofía nos designe ahora la ruta en que debe operarse este movimiento».6 En síntesis, tanto por su conocimiento de algunos autores ilustrados, como por las lecturas de autores románticos, Sarmiento tuvo que haber considerado que el modo de examinar la realidad histórica era con la visión combinada del historiador y del filósofo. Debo hacer aquí una salvedad. Con esto no pretendo en modo alguno afirmar que Sarmiento sea un «filósofo de la historia» al modo de los así considerados por la tradición académica de la filosofía occidental. En Sarmiento no hay, al estilo de un Hegel, un Marrou, un Collingwood, una reflexión metódica y sistemáticamente expuesta de filosofía de la historia. Pero Sarmiento tenía de sobra lo que en otros trabajos designé como «condiciones personales» para un trabajo filosófico: la capacidad de asombro ante realidades que para otros pasarían inadvertidas, y, por otra parte, la tendencia a traducir y exponer en conceptos esas hondas experiencias. También, en esos mismos trabajos, sostuve que, a fin de que esas condiciones personales se desplieguen, es necesaria la existencia de otro tipo de condiciones, esta vez no ya personales sino, podríamos llamarles, sociológicas: un medio que permita el intercambio intelectual intenso, y un medio social que acepte y respete la «pausa teórica» en medio de la acción. En el caso de Sarmiento, no se dieron estas segundas, las condiciones

5

Cousin, ob. cit., p. 166,167. Esto se trata en mi trabajo «Alberdi filósofo», en Alberdi. El heroísmo de la inteligencia, Junta de Estudios Históricos, Tucumán, 2011. 6


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sociológicas. Por eso, en lugar de hablar lisa y llanamente de filosofía de la historia, me refiero aquí a «elementos para una filosofía de la historia».

— 3 — ¿Cuáles serían algunos de tales elementos en el Facundo? La disciplina llamada filosofía de la historia se interesa por la historia en un doble (o quizá triple) sentido: la historia como realidad generada por la acción específicamente humana (distinguible de alguna manera de una realidad natural), y la historia como conocimiento de tal realidad (conocimiento que puede ir desde el mero recordar y la simple crónica, hasta la historiografía o ciencia histórica). La filosofía de la historia, en el primer caso, ha llegado a presentar un carácter metafísico en la medida en que plantea la gran cuestión del sentido de la marcha de la humanidad en el tiempo. Cuando la filosofía, en cambio, se ocupa de la historia como saber, conocimiento y eventualmente ciencia, se pregunta, por ejemplo, ¿es posible conocer la verdad en la historia?, ¿cuál es la conceptuación específica de tal discurso, es decir, cómo expresar en conceptos lo individual, propio de la historia humana? A estas dos ramas clásicas de la reflexión sobre la historia —la metafísica y la epistemológica— podría añadírsele una tercera, antropológica, referida esta vez a la historicidad, como modo de ser exclusivo del ser humano entre todo lo demás que existe en el mundo. El Facundo, respondiendo al espíritu de su tiempo, presenta elementos histórico-filosóficos más abundantes en lo tocante a la historia en cuanto realidad, más concretamente, en lo referido a la estructura metafísica de la historia: ¿tiene un sentido la marcha de la humanidad en el tiempo? Y si lo tiene ¿cuál es ese sentido? ¿Qué papel le corresponde a la libertad humana? Sostiene a todo el Facundo una idea-creencia básica: la humanidad es una, y su transcurrir en el tiempo tiene un sentido. En la marcha de la humanidad se realiza un plan divino, y la Providencia garantiza su cumplimiento. Sarmiento es en este punto un optimista histórico, rasgo éste que comparte con sus compañeros de generación; y con los pensadores e historiadores franceses de gran prestigio en su tiempo: Leroux, Lerminier, Michelet, y sobre todo Cousin. Este último afirmaba:


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Todo tiene su razón de ser, todo tiene su idea, su principio, su ley, nada es insignificante, todo tiene un sentido; y es este sentido el que hay que descifrar, es este sentido el que el historiador filósofo tiene como tarea y misión discernir, despejar, sacar a la luz.7

Es el mismo optimismo histórico que encontramos en los textos inaugurales del Salón Literario, en los discursos de Sastre, de Alberdi, de Gutiérrez... La historia para Sarmiento no es un acontecer caótico ni ciego. En ella está ínsita la razón.8 La generación del ’37 adopta esta idea-creencia, ya que confiesa con humildad, y practicidad, tomar como verdadero algo que inteligencias más adelantadas ya han descubierto. En este aspecto, parte de la tarea de esta generación del ‘37 era de estudio y asimilación de lo ya logrado por inteligencias más adiestradas en el ejercicio del pensamiento. Por eso tomó como algo indiscutible la vigencia de una ley histórica universal que impulsa a los pueblos a progresar de modo indefinido hacia formas cada vez más altas en el dominio de las fuerzas naturales y en el perfeccionamiento moral y político. Y eso, desafiando los desmentidos empíricos. En esta línea, los ejemplos tomados de Herder, Cousin, de los compañeros de generación de Sarmiento, podrían multiplicarse. Sarmiento escribe en Facundo: Y es ley de la humanidad que los intereses nuevos, las ideas fecundas, el progreso, triunfen en fin de las tradiciones envejecidas, de los hábitos ignorantes, y de las preocupaciones estacionarias.9

Cito aquí, a modo de confrontación, sólo un pasaje de Victor Cousin: Es porque Dios o la Providencia está en la naturaleza, que la naturaleza tiene sus leyes necesarias, y es porque la Providencia está en la humanidad y en la historia, que la humanidad y la historia tienen sus leyes necesarias.10

Esa era la idea-creencia generalmente aceptada. Dicha ley es considerada válida en principio para cualquier tiempo y lugar. Pero lo que inquieta 7

Cousin, ob. cit., p.167. Coriolano Alberini, «La idea de progreso en la filosofía argentina», en Problemas de la historia de las ideas filosóficas en la Argentina, UNLP, 1966. 9 Domingo Faustino Sarmiento, Facundo, reedición ampliada de la edición crítica y documentada que publicó la Universidad Nacional de La Plata, a cuidado de Alberto Palcos, Ediciones Culturales Argentina, Bs. Aires, 1961. p. 15. 10 Cousin, ob. cit., p. 158. La cursiva me pertenece. 8


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realmente a Sarmiento, y lo que le da a su pensamiento un sello de notable originalidad, es el empeño por dilucidar —siempre desde su optimismo histórico— qué formas particulares adopta esta ley universal para cumplirse en su atribulado país. ¿Cómo se cumple esta ley conforme a las formas particulares del espacio y del tiempo argentinos? ¿Cómo es el espacio argentino, cuál es la fisonomía de sus paisajes; su topografía, los modos de distribuirse en el espacio su escasa población? ¿Qué pasa con el desierto? ¿Cuál es el tempo histórico en comparación con los países más civilizados de la tierra? También aquí es Sarmiento un representante claro de su generación: insiste en descubrir una individualidad nacional (ahora diríamos: una identidad cultural) atendiendo a los rasgos particulares que le imprimen el espacio y el tiempo. Pero, y lo afirmo nuevamente, hasta la aparición del Facundo tal exigencia historicista fue tan sólo una exigencia abstracta. Sarmiento es el primero en preguntarse: ¿cómo condiciona —o determina— el espacio a la vida argentina? Utilizando las propias palabras del Facundo: ¡Qué! ¿No significa nada para la historia y la filosofía esta eterna lucha de los pueblos hispano-americanos, esta falta supina de capacidad política e industrial que los tiene inquietos y revolviéndose sin norte fijo...? ¿No hay nada de providencial en estas luchas con los pueblos?11

Pero la actitud optimista es tal, que no se renuncia (a la acción) porque en un pueblo haya millares de hombres candorosos que toman el bien por mal, egoístas que sacan de él su provecho, indiferentes que lo ven sin interesarse, tímidos que no se atreven a combatirlo, corrompidos, en fin, que no conociéndolo, se entregan a él por inclinación al mal, por depravación: siempre ha habido en los pueblos todo esto, y nunca el mal ha triunfado definitivamente.12

Un tratamiento prolijo del tema exigiría un examen, que aquí no haremos, de las nociones de Providencia, de barbarie y de civilización como fuerzas motoras, en juego dialéctico, de la historia; la noción de Fortuna, en tanto ingrediente díscolo e irracional, dentro de un proceso providencial y ordenado.13 11

Facundo, ob. cit., cf. P. 11, 12, 14. Ibid., p. 15. 13 Mariano Morínigo, «Universalidad del Facundo», en Ensayos sobre nuestra expresión, El Cardón, Tucumán, 1965. 12


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Ocho años antes de Caseros, y ante la presencia inminente de Baldomero García en Santiago de Chile, Sarmiento pudo tomar la suficiente distancia frente a sus intereses inmediatos —es decir la suficiente distancia teórica— como para estimar, desde su optimismo histórico, la contribución de Rosas y Quiroga en el cumplimiento del plan providencial. Porque «...no se vaya a creer que Rosas no ha conseguido hacer progresar a la República que despedaza, no: es un grande y poderoso instrumento de la Providencia, que realiza todo lo que al porvenir de la patria interesa». 14 El y Quiroga van logrando, a su pesar, la unidad del país. Así la Providencia realiza las cosas grandes por medios insignificantes e inadvertidos. Y la Unidad bárbara de la República va a iniciarse a causa de que un gaucho malo ha andado de provincia en provincia levantando tapias y dando puñaladas.

— 4 — Desde el punto de vista de otra rama de la filosofía de la historia, de aquélla que comienza a consolidarse con el neokantismo, y que no se ocupa de las pretensiones metafísico-teológicas que pueden darse en la anterior, el Facundo ofrece intuiciones valiosas. Nos referimos a la rama de la filosofía de la historia que se hace problema de ésta en cuanto modo especial de conocimiento, saber, y, eventualmente ciencia. Ya sabemos que es muy dudoso atribuir el carácter de estudio histórico al Facundo. Desde el punto de vista de la historia como ciencia, carece de los recaudos metódicos necesarios. No obstante, el autor tiene una conciencia aguda de lo que llamamos el problema de la conceptuación en el conocimiento histórico, por cierto sin la dimensión sistemática que tal problema alcanza en clásicos de la filosofía de la historia como Rickert (¿cómo es posible la conceptuación individualizadora?), o de Marrou (examen y clasificación de los tipos de conceptuación en el conocimiento histórico). Sarmiento intuye la cuestión —como diría Marrou— de por qué medios, con qué instrumentos se efectúa esta elaboración (la del material documental)... pues todo el problema de la verdad en la historia depende de la validez de esas operaciones mentales por las cuales se efectúa el paso, la mutación,

14

Facundo, ob. cit, p. 265.


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del ‘noúmeno’ al conocimiento de la ‘realidad’ humana, que desplegaba su evolución en el pasado, a la historia.15

Pues bien, el elemento esencial de ese paso, de tal mutación, es el concepto. Conocer históricamente es sustituir un dato bruto por un sistema de conceptos escogidos por quien conoce. Problema crucial para un historiador es determinar la validez de los conceptos, su idoneidad para adaptarse a la realidad a conocer. El autor de Facundo se encontró con un abigarramiento de datos referidos a un pasado próximo y teñidos de una fuerte carga pasional: detalles de quienes conocieron al personaje en su infancia; de quienes fueron sus partidarios o enemigos, que vieron con sus ojos unos hechos y oído otros, o tenido conocimiento de una época o situación particular. Por otra parte, el autor de este libro tenía la convicción —alimentada por la idea romántico-historicista de la individualidad irrepetible de los pueblos— de que el país constituía una realidad desconocida, no explorada ni siquiera descrita todavía por la ciencia. Expresiones de la Introducción, como «vida secreta», «enigma» de la organización política de un pueblo; «nudo» a desatar por medio del estudio y la reflexión; la afirmación de que la vida en la campaña pastora es un «sistema inédito» revelan el asombro y el desconcierto ante una realidad histórica singular y reacia a dejarse apresar en la malla de los conceptos convencionales para exponer la historia de otras latitudes. Así como Guizot —de quien Sarmiento esperaba un esfuerzo de lucidez— habría malentendido esta nueva realidad de las provincias del Plata, al aplicarle esquemas conceptuales simplistas, así se habría en particular malentendido a Bolívar, a Artigas, a Facundo, aplicándoles inadecuadas designaciones consagradas por la historia política y militar. ¿Cómo es posible que la biografía de Bolívar lo vea a éste semejante a cualquier general europeo de esclarecidas prendas? Es que las preocupaciones clásicas del escritor —dice Sarmiento— desfiguran al héroe. De Facundo se habría hecho también un general, «pero Facundo desaparece» ¿Cómo incluir a Bolívar y a San Martín en una misma designación? ¿Es acaso posible comprender y explicar la revolución argentina con el esquema convencional de una revolución? Si bien todo el Facundo puede tomarse como el esfuerzo de revelación de una realidad inédita, quedarán como ejemplo notable de acuñación de 15 Henri-Irenée Marrou, De la connaissance historique, 5ª ed. Paris, Du Seuil, 1954, p. 146.


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nuevas designaciones y definición de nuevos conceptos los referidos a revolución argentina, montonera y caudillo.

— 5 — Y con relación a otra rama de la filosofía de la historia, que vino constituyéndose a partir de Dilthey y que se ha reforzado últimamente desde el campo de la hermenéutica; aquella rama que se interesa por la historicidad como modo de ser del hombre, también es atrayente la lectura de Facundo. Aquí me referiré a un solo punto que tiene que ver con la espontaneidad y la libertad en la historia, entendida ésta como proceso real, según lo explicitamos más arriba. Sarmiento usa con frecuencia una metáfora teatral. Una metáfora que aparece con insistencia, y casi siempre espontáneamente, en la filosofía en conexión con el problema de la libertad. 16 Y que también es muy frecuente como vehículo en el discurso historiográfico. La metáfora consiste básicamente en tomar al mundo como teatro-escenario, a la vida-historia como libreto, pieza teatral, como drama; al hombre como actor-personaje. Sarmiento —que era crítico de teatro en Chile durante y antes de la elaboración del Facundo— debió haberse impresionado con la lectura de la Introduction à l’histoire de la philosophie de Victor Cousin, y especialmente de aquel capítulo titulado «Del papel de la geografía en la historia». Dentro de un marco general hegeliano, Cousin escribía que el espíritu de una época se manifiesta de tres maneras: Primero es preciso que tome posesión del espacio, que se establezca allí y ocupe una porción cualquiera, más o menos considerable de ese mundo, que sea el teatro mismo del drama de la historia. Pero en ese teatro es preciso luego que alguien aparezca para representar la pieza teatral: ese alguien es la humanidad. Mas la humanidad reside en las masas; es con las masas y para ellas que se hace todo; llenan la escena de la historia, pero, apresurémonos a decir, figuran allí solamente; tienen sólo un papel mudo y dejan, por así decir, la palabra a algunos individuos eminentes que las representan. En efecto, los pueblos no aparecen en la historia; sólo sus jefes aparecen. Y por jefes no entiendo los que mandan en apariencia, entiendo los que mandan en realidad, aquéllos a los que los pueblos siguen en todo tipo de cosas, porque tienen fe en ellos y los consideran sus intérpretes.17 16 cf. Mi escrito «Teatro y filosofía», en De la trama de la experiencia., ed. de la autora, Tucumán, 1994. 17 Cousin, ob. cit., p. 167-168.


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Pues bien, la metáfora escénica está en la estructura misma del Facundo. El final de la «Introducción» expresa que «razones de este género me han movido a dividir este precipitado trabajo en dos partes: la una en que trazo el terreno, el paisaje, el teatro sobre el que va a representarse la escena; la otra en que aparece el personaje, con su traje, sus ideas, su sistema de obrar...» El pueblo en masa figura ciego en la escena porque «el momento presente es el único sobre el cual se extienden sus miradas...».18 Sólo es histórico el personaje que resume el sentido de la totalidad del drama, y es así portavoz de las masas. Decíamos que la metáfora del teatro surge en la filosofía sobre todo en relación con el problema de la libertad ante la necesidad y el determinismo. ¿Es el hombre simple actor de un libreto que no ha escrito él mismo? ¿Sabe o no que tal libreto existe? ¿Cuál es su grado de iniciativa en la representación del papel? ¿En qué medida la escena y los decorados prefiguran el personaje? En el Facundo estas preguntas obtienen respuestas diferentes según cuál aspecto del temperamento de su autor tenga preeminencia: o el temperamento del artista romántico o el temperamento del reformador político y social, pues ambos se daban con equivalente fuerza en esta personalidad tumultuosa, tan rica y compleja Y también las respuestas dependen de cuál de los elementos del hecho teatral se imponga sobre los restantes: o el escenario, o la acción misma, o el personaje. El pasaje de la «Introducción», trascrito más arriba, declarando que la obra se compone de dos partes, una en que se traza el escenario, otra en que aparece el personaje, se completa así: de «manera que la primera esté ya revelando a la segunda sin necesidad de comentarios ni explicaciones». Aquí, en este texto, evidentemente el elemento dominante del hecho teatral es la escena, el escenario. Para el Sarmiento artista-romántico, este escenario –—la inmensa extensión casi desierta del país— ejerce un poder decisivo en el desarrollo de la acción, y determina en sus rasgos esenciales al personaje, que pareciera carecer de libre iniciativa y que sólo vive el momento presente de la acción, ignorante del sentido del drama. Facundo «llegó a ser lo que fue, no por un accidente de su carácter, sino por antecedentes inevitables y ajenos a su voluntad...» Es él «una manifestación de la vida argentina tal como la han hecho la colonización y las peculiaridades del terreno», y sería inconcebible «sin ponerlo en relación con la fisonomía grandiosamente salvaje que prevalece en la inmensa extensión de la 18

Facundo, ob. cit., p. 19.


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República Argentina...».19 «...Dadme —decía Cousin, aun reconociendo la exageración de esta tendencia en Herder y sus consecuencia negativas para la libertad— el mapa de un país, su configuración, sus producciones naturales, su flora, su zoología y toda su geografía física, y me jacto de deciros aproximadamente cuál será el hombre de ese país y qué lugar ese país ocupará en la historia». 20 Para el autor del Facundo, más próximo aquí a Herder que a Cousin, el escenario natural y los decorados puestos por la colonización, «producen» a los personajes. La veta romántica de Sarmiento se conmueve ante el espectáculo de la pampa por su alto valor estético. Esos personajes indómitos, surgidos espontáneamente, casi como plantas, del grandioso escenario de la campaña pastora, tomados de un modo estrictamente individual, son tipos humanos admirables, más completos que el hombre gregario de las ciudades populosas. Lo son por su virtudes gauchas, por la increíble agudeza de sus sentidos, por una natural disposición poética, por sus caracteres dignos de alimentar una verdadera literatura nacional. Evidentemente, desde un punto de vista estético, la extensión no es un mal para la República Argentina. 21 Pero Sarmiento, no ya el romántico sino el reformador político y social, se pregunta: ¿qué pueden hacer estos personajes en el drama que ha de representar la Argentina moderna en el otro escenario, en el gran escenario del mundo? ¿Qué pueden representar Facundo, los caudillos, el rastreador, el baquiano, el cantor de cielitos, ante el desafío de la revolución industrial y de las democracias modernas? De lo que se trata es de insertarse en la marcha hacia la civilización. Dentro de este contexto se puede comprender mejor la gigantesca acción de Sarmiento en la educación de ese pueblo dotado pero hasta el momento indómito. Tal vez la mejor caracterización de la civilización que podemos hallar en Sarmiento sea ésta que nos da resumidamente en los Viajes: A la civilización de un pueblo sólo puede caracterizarla la más extensa apropiación de todos los productos de la tierra y el uso de todos los poderes inteligentes

19 Las nociones de «hombre representativo», «gran hombre» en Sarmiento han recibido un tratamiento prolijo por Raúl Orgaz, en «Sarmiento y el naturalismo histórico», en Sociología argentina, Córdoba, Assandri, 1959. 20 Cousin, ob. cit., p. 170. 21 Como puede verse en Ana María Barrenechea, «Función estética y significación histórica de las campañas pastoras en el Facundo», Nueva revista de filología hispánica, año 15, n. 1-2, México, 1961.


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y de todas las fuerzas materiales tendientes a producir la comodidad, el placer y la elevación moral del mayor número de individuos.22

Para este Sarmiento, el elemento del hecho teatral que pasa ahora a primer plano es el nuevo libreto elaborado por los nuevos tiempos; vale decir, el elemento dinámico y no el estático del escenario de la inmensa campaña desierta. En ese nuevo libreto figuran la sana emulación en el trabajo, el desarrollo de los hábitos de moralidad; un escenario renovado en que los ríos se vuelven navegables, en que los ferrocarriles recorren espacios poblados de ganado disciplinado y de sembradíos. En que las chimeneas humean como signo de tenaz trabajo sobre la materia.. Lo que interesa es la «historia», la intriga, que allí se despliega. ¿Qué ocurre entonces con la libre iniciativa del actor? ¿Con la libertad del personaje? ¿No se dijo más arriba que este drama de la historia no es caótico, sino que tiene un claro sentido, que apunta inexorablemente a un fin, que responde a un plan divino, y que se cumple bajo el ojo vigilante de la Providencia? Así como la acción es racional y ordenada —no obstante lo zigzagueante de la línea que parece describir en el tiempo— así la libertad no es la del actor pirandelliano en busca de su personaje. Más bien, siguiendo el símil propuesto por la metáfora, se trata de un actor que representa un libreto, drama en lo esencial ya escrito, pero que no lo representa ciegamente. Es consciente del sentido general de este drama, conoce su papel dentro del mismo, lo asume libremente y lo representa a sabiendas, porque lo reconoce bueno. Su libertad coincide entonces con la aceptación consciente y voluntaria del personaje. Pienso que la fuerza arrolladora del autor del Facundo emanaba de una convicción: la convicción de estar cumpliendo con una necesidad —de índole teológico-metafísica— impuesta por la historia de su tiempo.

22

Domingo Faustino Sarmiento, Viajes, Hachette, Bs. Aires, 1955. II, p. 254, III, p. 45-50. Hay edición crítica de Viajes por Europa, África y América 1845-1847 y Diario de gastos, a cargo de Javier Fernández, compilador, Colección Archivos, Hispanística XX, en colaboración con la UNESCO, Bs. As., 1993.


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La polémica entre Sarmiento y Alberdi por la organización política y constitucional de la República Argentina en Cartas Quillotanas (Alberdi) y Las Ciento y Una (Sarmiento) y en Comentarios a la Constitución (Sarmiento) y Estudios sobre la Constitución (Alberdi)

por Félix Alberto Montilla Zavalía

I. S ARMIENTO

Y

A LBERDI ,

DOS PERSONALIDADES SIMILARES

o puede discutirse que Alberdi y Sarmiento comparten mucho en común. Ambos provincianos, ambos nacidos en la misma década de 1810, ambos exiliados, el uno —Alberdi— por voluntad propia y el otro —Sarmiento— por necesidad. Ambos recalaron en Chile y supieron contactarse a niveles políticos de modo que su exilio resultare más apacible y pudieran sobrellevar las necesidades materiales más de dignamente —Alberdi ejerciendo su profesión llegó a amasar una buena fortuna—. Ambos mostraron una particular preocupación por el estado de opresión que vivía la Confederación Argentina bajo el gobierno del gobernador de Buenos Aires Juan Manuel de Rosas, a quién combatieron intelectualmente con mordaz empeño, y este fue el punto de encuentro más profundo entre ellos. Ambos se apreciaron y trabaron amistad por estar embarcados en esa misma causa nacional, voltear al dictador con la lucha por la pluma. Si bien Alberdi siguió la carrera jurídica en Buenos Aires lográndose


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recibir en Córdoba y adquirir la licencia de abogado fuera del País, en Montevideo y en Chile, su preparación intelectual fue mucho más profunda que la dada en los claustros, pues por su propio empeño militó activamente en el grupo de jóvenes rioplatenses que formaron la generación del ‘37, heredera moral de las consignas libertarias de mayo de 1810, cuya filosofía profundizó. En esto se diferenció de Sarmiento, pues de joven inició estudios eclesiásticos que dejó, y logró su formación —incluso como jurista— de modo casi autodidáctico y mayormente en Cuyo y luego Chile.

Domingo Faustino Sarmiento hacia 1855.

Ambos mostraron su inclinación romántica. Ambos fueron viajantes de extensas travesías relatadas con deleitables detalles. Ambos estudiaron a Norteamérica y sus sistemas jurídicos y políticos. Ambos participaron en el ideal de la educación y el comercio como medio para procurar el desarrollo moral y material del País. Ambos fueron incansables escritores, polemistas, periodistas, estadistas. Ambos pensaron —de distinto modo— la construcción de una Nación, y justamente ello fue lo que desencadenó que una amistad surgida por la lucha en contra de la tiranía del gobernador Rosas, se convirtiera en una campal batalla intelectual cuando, a la hora de organizar el país bajo los


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principios liberales que los hacía coincidir, las disputas intelectuales comenzaron a aflorar. Sarmiento, luego del triunfo de Urquiza, comenzó a distanciarse de Alberdi y de su postura político-institucional. Alberdi con Las Bases consiguió erigirse en el inspirador de la Constitución y en uno de los principales consejeros del vencedor de Caseros. Sarmiento quedó relegado en aquél ansiado momento de construcción de la Nación, y su postergación lo forzó a adherir a la causa de Buenos Aires —enfrentada con el resto de las Provincias— y a trabar estrecha amistad con Mitre y el grupo de porteños que sostuvo la secesión bonaerense.

Juan Bautista Alberdi hacia 1855.

Pues el génesis de la lucha entre Alberdi y Sarmiento se originó el mismo día del triunfo de Caseros y aquél día sus destinos se sellaron, pues en política hoy se está y mañana tal vez no. Alberdi le tocó estar hasta que en 1860 sus adversarios acapararon, finalmente, el poder, pues el gobernador del Estado díscolo se convirtió en Presidente de la Nación, primero de facto y luego constitucional —previo a consagrar la reforma constitucional de 1860 y reconstruir las instituciones soslayando la impronta alberdiana— y a Mitre le sucedió Sarmiento en la primera magistratura.


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Alberdi volverá al País recién cuando Avellaneda hizo posible su diputación nacional por Tucumán. Ya ancianos, fatigados, con el país en marcha, gracias en parte al propio Sarmiento, el rencor intelectual entre ambos cedió y el cuyano se reconcilió con el autor de Las Bases.

II. L AS B ASES , DE A LBERDI , Y C AMPAÑA EN EL EJÉRCITO G RANDE , DE S ARMIENTO . E L COMIENZO DE LAS DISTANCIAS INTELECTUALES ENTRE AMBOS

Ni bien llegó la noticia del triunfo de Caseros (3 de febrero de 1852), y mientras los gobernadores firmaban el Pacto de San Nicolás —que convocaba a un Congreso General Constituyente que se reuniría en Santa Fe y Urquiza era designado Director Provisorio de la Confederación Argentina hasta que se sancionara la Constitución Nacional— Juan Bautista Alberdi fundaba el Club Constitucional de Valparaíso y escribía febrilmente las Bases y Puntos de Partida….., publicado con premura en Valparaiso —el mismo mayo de 1852—. Su libro procuraba ser una pieza fundamental al momento de dictarse la Constitución que tanto había anhelado el País desde 1810. Finalmente se cumpliría la segunda etapa de la emancipación y Alberdi no quería quedar al margen de tal acontecimiento, pues, como integrante de la generación del ‘37 estimaba que resultaba un deber aportar para consagrar definitivamente el trabajo iniciado por Moreno, Belgrano y los restantes padres de la Patria. El trabajo de Alberdi resultaba ser una síntesis de lo que el País era — en lo político y jurídico— y procuraba asestar modificaciones institucionales que llevarían aparejadas profundas implicancias en el futuro bienestar de la Argentina. Recogía, entonces, lo que el llamó la constitución natural, dada por el Creador a cada pueblo, es decir su idiosincrasia, nuestra nacionalidad heredera de la española, con sus aciertos y sus vicios. Esos antecedentes, según su pensamiento, no podían ser dejados de lado, pero a la vez debía procurarse proyectar una mejoría de aquella natural forma institucional, para lo que sostenía algunas importantes reformas que procuraban acrecentar el cúmulo de libertades del ciudadano en base a la educación y a la propiedad, modificando, con tal razonamiento, los lineamientos económicos coloniales que hasta aquél entonces permanecían casi intactos en las prácticas mercantiles rioplatenses. El libro Bases, decía Sarmiento,


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ha arrancado la máscara de mentiras oficiales: ha mostrado que los unitarios no se oponen a la federación: le ha robado el lauro —a Urquiza— de ser el otorgador de una constitución… por eso no quiero hacerle a usted el mal servicio de ponderar la belleza de su trabajo, barrera opuesta contra el despotismo. ¡y vea usted lo que es la fragilidad humana! Ni Mitre, ni yo, ni Vélez ni toda la prensa de Buenos Aires ha herido como usted tan de frente ni con tanto acierto la cuestión… 1

El resultado fue una precisa guía para que los convencionales constituyentes reunidos en Santa Fe no se amoldasen necesariamente a ningún proyecto constitucional que representara un plagio. Alberdi propuso una Constitución realizada a la medida de nuestra propia nacionalidad, y ese mandato fue tomado por los Diputados de 1853, los que, sin adoptar el proyecto que el propio Alberdi proponía, tomaron su inspiración, formando — entre las sugerencias del tucumano— un Poder Ejecutivo fuerte, un gobierno nacional solventado con rentas propias, y gobiernos provinciales autónomos pero a la vez dependientes del federal para lo cual proponía el dictado de constituciones «revisables» por el Congreso Nacional que regularan sus propias instituciones sin lesionar los mandatos dados por la Ley Magna Federal. Finalmente la Constitución era un decálogo de libertades que procurarían, operatividad mediante, el progreso y bienestar de los habitantes y de todos aquellos que quisieran habitar nuestro suelo. Su obra llegó no sólo a las manos de los Convencionales de 1853, sino que a las del propio Urquiza que le felicita y recomienda con énfasis para ser tenida en cuenta al momento de discutirse la constitución. Mientras tanto «el capitán retirado de coraceros de la guardia» Domingo F. Sarmiento, autor de Arjirópolis,2 había salido de su exilio chileno y junto con el teniente coronel Mitre «maestro profuso de su arma, artillería» 3 y otros notables más, a incorporarse a las huestes el Ejército Grande comandadas por el general caudillo entrerriano, lo animaba la misión de vencer al tirano que había combatido tantos años desde el país trasandino. 1 Carta de Sarmiento a Alberdi, publicada por éste en Complicidad de la Prensa en las guerras civiles de la República Argentina, Valparaíso, 1853, página 56. 2 En su libro Argirópolis (1850), dedicado a Urquiza, expresó un proyecto para crear una confederación en la cuenca del Plata, compuesta por las actuales Argentina, Uruguay y Paraguay, cuya capital estaría en la Isla Martín García. El modelo de organización era la Constitución norteamericana y proponía fomentar la inmigración, la agricultura y la inversión de capitales extranjeros. 3 Sarmiento, D. F., Campaña en el Ejército Grande Aliado de Sud América, Río de Janeiro, 1852, página III.


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Alistado a las tropas regulares tuvo la función de boletinero con el encargo de redactarlos para anoticiar a los soldados de los avances e inspirarlos a continuar la lucha. Pues, al margen de las balas, el teniente coronel Sarmiento fue en Caseros un oficial con el arma de la pluma, y esa arma la utiliza para conocer el entorno militar de Urquiza y redactar el Diario de Campaña. El disenso con Urquiza no se hizo esperar, por lo que luego de Caseros marchó a Buenos Aires y finalmente, partió el 20 de febrero de 1852 al destierro voluntario en Río de Janeiro. En el Imperio recibió por voluntad de la monarquía Braganza la Orden Militar de la Rosa por su participación bajo la bandera brasilera en el combate naval del Tonelero (marzo de 1852) —distinción también concedida por el mismo hecho y el mismo día a Mitre y a Wenceslao Paunero—.

Teniente coronel Domingo Faustino Sarmiento condecorado con la Orden de la Rosa.

De allí fue a Yungay, tomó nuevamente su arma, la pluma, y escribió, el 13 de octubre de 1852, sus primeras líneas cáusticas en contra de Urquiza:


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Yo he permanecido dos meses en la corte de Brasil, en el comercio casi íntimo de los hombres de estado de aquella nación, y conozco todos los detalles, general, y los pactos y transacciones por los cuales entró S. E. en la liga contra Rosas. Todo esto, no conocido hoy del público, es ya del dominio de la Historia y está archivado en los ministerios de Relaciones Exteriores del Brasil y del Uruguay... Se me caía la cara de vergüenza al oírle a aquel Enviado (Honorio Hermeto Carneiro Leão, o Indobregavel) referir la irritante escena, y los comentarios: «¡Sí, los millones con que hemos tenido que comprarlo para derrocar a Rosas!». Todavía después de entrar a Buenos Aires quería que le diese los cien mil duros mensuales, mientras oscurecía el brillo de nuestras armas en Monte Caseros para atribuirse él solo los honores de la victoria…

Cuando signó la carta de Yungay ya estaba en imprenta su obra Campaña en el Ejército Grande Aliado de Sud América publicado en diciembre de aquél año, también en el Imperio del Brasil, y dedicado por el sanjuanino a su querido Alberdi. A las pocas semanas el libro Campaña se difundía en la díscola y secesionada Buenos Aires —que desde septiembre de 1852 marchaba al son de las órdenes de Mitre y el nuevo partido marzorquero4 o porteñista—. Mientras tanto el tucumano era —por obra y gracias a Las Bases— el intelectual más respetado del bando de la Confederación. En Campaña de Sarmiento se evidencia la intención de generar una reacción en el tucumano. Casi todas las palabras de la dedicatoria a su querido Alberdi son en realidad una respuesta desvastadota al genio del tucumano y tienen por misión destrozar a Urquiza y su proyecto político que se inspira, justamente, en Alberdi. Es, en realidad, un llamado de atención a Urquiza que le ha dejado al margen del momento más ansiado en su vida: participar activamente en la definitiva constitución del país. En Campaña se encarga con encarnizado ardor de vituperar al vencedor de Monte Caseros —y lo comienza en sus primeras hojas con su hijo natural Diógenes Urquiza—, sino que además se mofa de Alberdi; Sarmiento dice: Yo me divierto mucho con las teorías que inventan los hombres que se llaman prácticos a cuatrocientas leguas del teatro de los sucesos, en un bufete, o en un mostrador de Valparaiso, para explicar los hechos, contra la deposición de los tes-

4 Término utilizado por el doctor Jorge M. Mayer en Alberdi y su tiempo, publicado por la Academia Nacional de Derecho y Ciencias Sociales de Buenos Aires en 2 tomos editados en 1973.


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Portada del libro Campaña del Ejército Grande.

tigos oculares, que tomaron parte en ellos, que fueron envueltos en el polvo de su marcha… Pero lo que refiero lo vimos treinta mil hombres, de los cuales aun no han muerto cuatrocientos que yo sepa.5

Desde aquél entonces comenzó, por obra y gracias de Sarmiento, una polémica que con los años se tornó virulenta y que les afectó mutuamente.

II. L A

DISPUTA INTELECTUAL SE TORNA ALTAMENTE OFENSIVA .

C ARTAS QUILLOTANAS

Y

LAS C IENTO

Y

U NA

Alberdi desde Quillota, Chile, responde al libro de Sarmiento Campañas, y lo hace mediante cartas fechadas en enero de 1853. Alberdi se propone desentrañar las contradicciones en Sarmiento mostrando que la postura que asume luego de Caseros respecto a Urquiza se debe, principalmente, a sentirse herido en su ego por no haber sido tenido en cuenta por el vencedor de Caseros. Entonces, sugiere Alberdi, para cu5

Sarmiento, Campaña, página 51.


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Bartolomé Mitre hacia 1855, condecorado con la Orden de la Rosa.

rar su honor herido Sarmiento adhirió, contrariando sus propios principios predicados durante el rosismo, a la causa porteña. Tal conducta, manifiesta Alberdi, por ambición o amor propio se plasmó en el infamante panfleto de Campaña. Así cree desnudar a Sarmiento culpándolo de que al adherir a de la revolución del 11 de septiembre continuó con el plan político de Rosas, y por ende la oposición a Urquiza que insta Sarmiento resulta una postura anárquica, pues el camino de legalidad que se dirigía a culminar aquella etapa oscura de la dictadura había comenzado con Caseros, el Pacto rechazado por los porteños en septiembre y con la Constitución Nacional, eficaz instrumento de políticas de paz y progreso. También denuncia al periodismo inflamable de Sarmiento y de los partidarios de Buenos Aires, pues estima que el significado de libertad que ella implica se encuentra en peligro. La prensa no es escalera para asaltar la familia y su secreto, no es llave falsa para violar la casa protegida por el derecho público; no es el confesionario católico que desciende a la conciencia privada. El que así la emplea, prostituye su ejercicio y la degrada más que los tiranos. (Alberdi, Cartas Quillotanas.)


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General Justo José de Urquiza.

Las cartas de Alberdi toman estado público y las completa cuando edita el libro Complicidad de la Prensa en las guerras civiles de la República Argentina, publicado en Valparaíso en febrero de 1853 donde nuevamente arremete contra su compatriota sanjuanino diciendo que: Se han empleado tres medios para replicar a mis Cartas sobre la prensa y la política militante en la República Argentina. El primero consiste en prescindir del raciocinio y del examen del asunto general; el segundo en aseveraciones calumniosas; el tercero en insultos personales. A estos medios contesto: Prosiguiendo mi estudio de la prensa de desorden; Rectificando las calumnias con respeto; Obligando al detractor a que me haga enmienda honorable con sus palabras de otro tiempo. (Alberdi, Complicidad de la Prensa.).

También dirá de Sarmiento que: Sus gritos de cólera pueril me dan lástima, no enfado. Son gritos de dolor; ni su risa me ofende, porque es la risa dolorosa del amputado, que ríe bajo la acción del cloroformo. Tampoco lo rectificaré en el interés de mi egoísmo, sino en honor de la bandera que me tiene por soldado. Yo no aspiro, y su plan de defenderse con recriminaciones, es trabajo perdido.


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¡Recriminación! ¿Quién ha acriminado al señor Sarmiento? ¿Qué he hecho yo contra él? He criticado sus escritos de sedición y de desorden, en el interés de la paz argentina. (Alberdi, Complicidad de la Prensa.)

El cuyano —que se encontraba en Chile desde octubre de 1852 a la cabeza del Club Argentino en Chile que apoyaba la revolución porteña del 11 de septiembre de ese año— no deja esperar la respuesta. Encolerizado Sarmiento contesta a Alberdi también por cartas. Cinco misivas altamente ofensivas.6 Sarmiento denuncia que Alberdi se ha convertido en el escritor a suelto de Urquiza, que para ello le han dado puestos públicos —Enviado Plenipotenciario ante el gobierno de Chile—, y lo compara con De Angelis respecto de Rosas. Pero el ataque va más allá. Sarmiento pasa al terreno personal. Agravia a Alberdi con epítetos groseros: ¡Y no ha habido en Valparaíso un hombre de los que pertenecen a la ‘multitud de frac’ que le saque los calzones a ese raquítico, jorobado de la civilización y le ponga polleras; pues el ‘chiripá’, que es lo que lucha con el ‘frac’, le sentaría mal a ese entecado que no sabe montar a caballo; abate por sus modales; saltimbanqui por sus pases magnéticos; mujer por la voz; conejo por el miedo; eunuco por sus aspiraciones políticas; federal-unitario, ecléctico-panteísta, periodista-abogado, conservador-demagogo, y enviado plenipotenciario de la República Argentina, la viril, la noble, la grande hasta en sus desaciertos! Alberdi lo ha dicho; y yo no pienso nada que Alberdi no haya dicho antes sin pensarlo. (Sarmiento, 3º carta de Las Ciento y Una.)

En la quinta carta el cuyano se vuelve más degradante e hiriente lenguaje destinado al tucumano. Se justifica diciéndole: Notará usted que hay diferencia entre este lenguaje brusco y de soldado, improvisado en el calor de la indignación y las melifluas perífrasis, difamaciones oblicuas, que usted ha rumiado, estudiado, corregido y empapado en sutil e imperceptible ácido prúsico en sesenta días de recogimiento y meditación en Quillota. Pero yo tengo muchas plumas en mi tintero. Téngola terrible, justiciera, para los malvados poderosos como Aldao, Quiroga, Rosas y otros: téngola encomiástica para los hom-

6

Las cartas fueron publicadas en el diario El Nacional. Fueron 5. La primera edición de ésta cartas y otras más reunidas en forma orgánica en un libro fue realizada por Augusto Belín Sarmiento —nieto del prócer— que les dio el título Las Ciento y Una y fue publicado en el tomo XV de las Obras Completas de Sarmiento, edición nacional de 1897.


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bres honrados como Funes, Balmaceda, Lamas, Alsina, Paz y otros; téngola severa, lógica, circunspecta para discutir con Bello, Piñero, Carril y otros; téngola burlona para los tontos; pero para los que a sabiendas disfrazan la verdad, para los sofistas, para los hipócritas, no tengo pluma: tengo un ‘Látigo’ y uso de él sin piedad, porque para ellos no hay otro freno que el dolor, pues que vergüenza no tienen cuando apelan a esos medios de dañar. (Sarmiento, Las Ciento y Una, 5ª. Carta, titulada «¡Ya escampa! Maulas de Alberdi».)

Finalmente luego de la catarata de agravios, Sarmiento, dedica varios párrafos para proponerse como teórico de la Confederación: Por mis estudios; por mi consagración de veinte años, por mi práctica, por mis viajes para perfeccionarme, por mis obras sobre educación..., en fin, me reputo... persona más competente, más útil a la América, más meritoria que el abogado Alberdi. (Sarmiento, Las Ciento y Una, 5ª. Carta, titulada «¡Ya escampa! Maulas de Alberdi».)

La polémica, lejos de terminar, continuará en otros libros más.

III. L OS C OMENTARIOS A LA C ONSTITUCIÓN INTELECTUAL DE A LBERDI EN ESTUDIOS LOS DISENSOS SOBRE LA INTERPRETACIÓN

S ARMIENTO Y LA RÉPLICA SOBRE LA C ONSTITUCIÓN .

DE

CONSTITUCIONAL ARGENTINA

Las Bases y Campaña muestran el quiebre nacional. Alberdi con Urquiza y la Confederación Argentina —por un lado— y Sarmiento con Mitre y el Estado de Buenos Aires por el otro lado. Ambos bandos se sumen en una compleja discusión política con ribetes jurídicos y económicos. Al discutirse la Constitución Nacional Las Bases llegan a manos de gran cantidad de diputados constituyentes de 1853 y su doctrina se plasma, finalmente, en el texto promulgado el 1 de mayo de ese año, siendo el pensamiento de Alberdi la fuente directa para interpretar numerosas cláusulas del texto supremo.7 Mientras tanto Sarmiento ha vuelto a Chile y, siguiendo la línea argumentativa de Campaña, se ve en la obligación de entrar al terreno jurídico para intentar minar a la fuente inspiradora de la Constitución.

7

ctes.

Zavalía, Clodomiro, Derecho Federal, tomo I, Buenos Aires 1941, página 122 y


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En poco tiempo —mientras la situación de Buenos Aires con la Confederación se tensa demasiado— el sanjuanino escribe Comentarios a la Constitución de la Confederación Arjentina, con numerosos documentos ilustrativos del texto que publica en Santiago de Chile en septiembre de 1853. En su análisis se evidencia, por un lado, que Sarmiento sin ser abogado tenía un notable conocimiento de la ciencia constitucional, y por otro lado la decisiva influencia norteamericana en su pensamiento político. Su análisis de la Constitución Nacional parte de identificarla con la de Estados Unidos de Norte América, en virtud a algunas similitudes, pero al tiempo que formula su análisis produce una mordaz crítica al trabajo legislativo de Santa Fe. Sarmiento manifiesta: Es motivo suficiente nuestro deseo de fijar puntos dudosos que su texto encierra, hacer resaltar la oportunidad y acierto de muchas de sus cláusulas, y poner de manifiesto los poquísimos pero capitales errores que inutilizan, a nuestro humilde juicio, toda la obra. 8

En Comentarios Sarmiento desenvuelve con soltura el conocimiento de la ciencia constitucional norteamericana, principalmente de los trabajos del magistrado Joseph Story 9 y una sutil agudeza para descontextualizar la interpretación. La tesis del autor, en ese momento era que se ha propuesto aplicar al texto de sus cláusulas las «doctrinas de los estadistas y jurisconsultos norteamericanos y las decisiones de sus Tribunales». 10 Sarmiento, en realidad, trunca su obra, pues sólo aborda unos cuantos artículos de la Constitución atento a que el desenlace del sitio de Buenos Aires lo empuja a terminar su trabajo rápidamente sin que todo el texto sea explicado orgánicamente y a fijar una postura de clara adhesión a la causa porteña. Alberdi contesta a Sarmiento en su trabajo Estudios sobre la Constitución Argentina de 1853 en que se reestablece su mente alterada por co8

Sarmiento, D. F., Comentarios a la Constitución de la Confederación Argentina, con numerosos documentos ilustrativos del texto, Imprenta de Julio Belín y Cía, Santiago de Chile septiembre de 1853, prólogo página II. 9 Jurista norteamericano (1779-1845), autor de Commentary on the Constitution of the United States, with a preliminary review of the constitutional history of the colonies and States, befor the adoption of the constitution, dos volúmenes, editado en Boston 1833 —existen otras varias ediciones—. 10 Sarmiento, Comentarios, prólogo, página IV.


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Portada del libro Comentarios de la Constitución.

mentarios hostiles y se designan los antecedentes nacionales que han sido base de su formación y deben serlo de su jurisprudencia. 11 Con muchos argumentos el tucumano rebate los Comentarios de Sarmiento punto por punto. Alberdi intenta mostrar la coherencia de su pensamiento, lo correcto del actuar del gobierno de la Confederación, la conveniencia de continuar en esa línea de gobierno trazada luego de caseros por Urquiza, a la vez que ridiculizar a la facción mazorquera embanderada intelectualmente por Sarmiento. Alberdi principia su nueva obra expresando que «para falsear y abastardear la Constitución nacional de la República Argentina, no hay sino comentarla con los comentarios de la Constitución de los Estados Unidos» y que «esta jurisprudencia de revolución y destrucción se puso en obra por el partido anarquista de la República Argentina, cuando vió malogrados 11 Fue mandado a editar oficialmente por el Vicepresidente de la Confederación junto a otros trabajos de Alberdi (decreto del 14/05/1855). La publicación se hizo bajo el título Organización Política y Económica de la Confederación Argentina y fue publicada por la Imprenta de José Jacquin en Bezanzón, 1856. Nosotros utilizamos la prologada por el profesor Adolfo Posadas publicada por El Ateneo en Madrid 1913, volumen I, páginas 515 y siguientes.


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sus esfuerzos por evitar la sanción de la Constitución general» y acusó al «señor Sarmiento, órgano de esa política».12 Asimismo denuncia que los Comentarios fueron tomados por los porteños para desconocer la autoridad del gobierno creado por la mayoría de las Provincias al tiempo que los acusa de anárquicos y desordenados. En Estudios sobre la Constitución Alberdi retoma la filosofía política de Las Bases y la desarrolla con mayor precisión, pues explica las diferencias entre el sistema constitucional norteamericano y el argentino, dadas por la historia de la formación de ambos Estados, como por la singularidad normativa de numerosas de las cláusulas nacionales.

Portada del libro Organización de la Confederación Argentina.

Formula una marcada defensa de la razonabilidad de la Constitución Nacional exponiendo que el juicio aislado de Sarmiento, imputándole que ha descontextualizado las normas y ha obviado vincularlas, y achacándole mala fe, o el desconocimiento. También evidencia las contradicciones en el discurso de Sarmiento, especialmente respecto a su postura agiornada sobre Buenos Aires. Alberdi no 12

Alberdi, Organización Política…, volumen I, página 516.


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deja razonamiento de Sarmiento en pie. Alguno los rebate con mismos textos del sanjuanino. Alberdi cuestiona orgánicamente a los Comentarios y deshace punto por punto las doctrinas constitucionales de Sarmiento para concluir su obra con una nota final —al pie de página— en la que declara: El señor Sarmiento publicó su panfleto de los Comentarios (porque es un panfleto y no un libro de ciencia), con la mira personal de atacar al general Urquiza, el representante y sostenedor de la Constitución Federal. El señor Sarmiento rompió con el general Urquiza después de la caída de Rosas. El mismo ha explicado los motivos de su enemistad en su libro titulado modestamente Campaña en el ejercito grande del teniente coronel Sarmiento. El primero de esos motivos es, que el general Urquiza no consintió en dividir con Sarmiento el mando del Ejército y del país, á lo que se consideraba éste con derecho, por haber escrito contra Rosas desde Chile. Como queda visto en el libro que antecede, el señor Sarmiento, antes de ese enojo, ha enseñado y aconsejado todo, todo lo que ha practicado el gobierno del general Urquiza con respecto a Buenos Aires. Hoy, sin embargo, el señor Sarmiento combate furiosamente en los diarios de Buenos Aires la política y las opiniones que sostuvo con igual calor en otro tiempo.

El trabajo de Alberdi ofusca profundamente a Sarmiento.

IV. E L

DESTIERRO DE

A LBERDI

Y EL TRIUNFO DE

M ITRE

Y

S ARMIENTO

Y LA CAUSA PORTEÑA

Finalmente los hechos políticos terminarán dando el triunfo, tardíamente, a la postura de Sarmiento. La polémica no cesará sino hasta los últimos días de la vida de Alberdi. Luego de Cepeda, y tras la firma del Pacto de la Unión Nacional o de San José de Flores (11 de noviembre de 1859) se puso en marcha el proceso de unificación nacional. Los tiempos políticos eran distintos, Urquiza ya se retiraba de la Presidencia (su mandato culminaba en marzo de 1860) y llegaba el turno de elegir su sucesor en la primera magistratura de la Confederación. Para superar algunos escollos políticos la Confederación Argentina consensuó que la Provincia de Buenos Aires podía proponer las modificaciones que estimare a la Constitución Nacional de 1853. A tal efecto el Estado escindido convocó a una Convención Constituyente que se estableció el 5 de enero de 1860, la misma fue gobernada principalmente por los políticos porteñistas, y entre ellos Bartolomé Mitre, Domingo F. Sarmiento, Valentín Alsina, Dalmacio Vélez Sarsfield, Wenceslao Paunero entre otros.


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General Bartolomé Mittre. Óleo de Cándilo López que lo muestra como el autor moral de la reforma constitucional de 1860.

La Convención porteña cumplió su cometido el 12 de mayo 1860 planteando una serie de reformas a la Carta Federal de 1853 que implicaban consagrar, en la práctica, casi todos los postulados defendidos por Sarmiento. Mientras tanto las autoridades de Buenos Aires y de la Confederación gestionaban un acuerdo complementario al Tratado de San José de Flores, que finalmente era aprobado por ley nacional promulgada por el presidente Santiago Derqui el 9 de junio de 1860.13 Propuestas las reformas, atento a las disposiciones del Pacto de Unión Nacional y su tratado complementario, el Congreso autorizaba al Poder Ejecutivo, mediante ley del 25/06/1860, 14 a convocar a una «Convención Constituyente ad-hoc».15 Término utilizado por la Ley y mantenido por la asamblea constituyente, desde su instalación hasta su disolución. 13 Registro Oficial de la República Argentina, Tomo Cuarto 1857-1862, Buenos Aires 1882, página 308, nº 5112. 14 Registro Oficial de la República Argentina, Tomo Cuarto 1857-1862, Buenos Aires 1882, página 314, nº 5132. 15 Término utilizado por la Ley y mantenido por la asamblea constituyente, desde su instalación hasta su disolución.


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Elegidos los Diputados, la Convención Nacional Constituyente se instaló en el histórico cabildo de Santa Fe, sede de la Constituyente de 1853, e inició sus sesiones el 14 de septiembre de 1860. Sarmiento representaba como Diputado a Buenos Aires. El 23 de septiembre la Convención comenzó su tarea constituyente que se llevó a cabo sin mayores contratiempos durante la sesión de aquél día, fecha en que se votó, casi sin discusiones y con muy pocas variantes, la totalidad de reformas propuestas por Buenos Aires. 16 La Convención concluyó su tarea el 25 de septiembre de 1860. Sin embargo la unión efectiva demoraría, todavía, varios meses más ya que el rechazo de los diputados porteños al Congreso de la Nación y otros acontecimientos políticos terminarán por enfrentar militarmente, nuevamente, a Buenos Aires y la Confederación en los campos de Pavón. Esta vez Mitre tomó la ventaja quedándose con el gobierno de la Confederación. Sarmiento se aprovechó de ello para arremeter contra sus enemigos políticos e intelectuales: Es preciso acogotar a Alberdi, del Carril, Gutiérrez y Fragueiro con Vicente F. López, Cané, Luis Domínguez y Tejedor. (Carta a José Posse, mayo 1860.) No deje cicatrizar la herida de Pavón. Urquiza debe desaparecer de la escena, cueste lo que cueste. Southampton o la horca. El es la única nube negra que queda en el horizonte. (Sarmiento en carta a Mitre, diciembre 1861.)

Pavón dio lugar a la primera ruptura constitucional, al primer gobierno de facto. Mitre se hizo del poder y lo utilizó casi de la misma forma que lo hizo Rosas. Mitre promovió a su ministro Sarmiento a Embajador —en Estados Unidos— y luego a Presidente de la Nación. Alberdi, acogotado, fue degradado —incluso se omitió deliberadamente pagar sus sueldos diplomáticos atrasados— y sus doctrinas jurídicas fueron vedadas. Urquiza, aunque terminó prestando su apoyo a Mitre y Sarmiento, expiró de este mundo asesinado en 1870, mientras el sanjuanino ejercía la primera magistratura nacional. Mitre se erigió a si mismo, y con el auxilio de Sarmiento, como el constructor de la Patria, pues se adjudicó la unión nacional, la constitución, y además tuvo el tino de organizar definitivamente a la Corte Suprema de Justicia y legislar, de la mano de Vélez, los códigos de Comercio y

16 Actas de las sesiones de la Convención Nacional ad hoc, Buenos Aires 1860, páginas 27 y sgtes.


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Civil de la Nación. Procuró, de ese modo, ser considerado el constructor del país en desmedro de Urquiza 17. Las doctrinas de Alberdi fueron oficialmente rechazadas. Las aulas y los Tribunales aplicaron la Constitución Nacional con la interpretación norteamericana18 y así se formaron casi todos los grandes académicos y estadistas nacionales hasta bien pasada la muerte de Mitre.

. Portada de la obra de Story traducida por José María Cantilo (izquierda) y del trabajo de Laboulaye (derecha). Ambas muestran la ‘norteamericanización’ del Derecho público argentino durante la presidencia de Mitre. A Sarmiento se le dio, sin ser abogado, la cátedra de Derecho Constitucional de la Universidad de Buenos Aires para difundir su interpretación de la Carta Magna. Luego le llegó el turno de suceder a Mitre en la Presidencia y continuó con su plan sistemático de borrar a Alberdi. El tiempo desnudó los rencores y terminó dando la razón al tucumano. Con el pasar de las décadas del siglo XX el pensamiento jurídico y político del tucumano fue redescubierto por su originalidad y precisión, dejándose de lado casi por completo, hacia 1930, las interpretaciones norteamericanizantes de nuestra Carta Magna promovidas por el constitucionalista sanjuanino.


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IV. C ONCLUSIONES Sarmiento y Alberdi pensaron el bienestar del país desde la política liberal pero enfrentados en cuanto a su operatividad, pues tomaron partido por bandos contradictorios en sus pretensiones de manejo del poder. Alberdi adhirió a la política legalista de Urquiza. Sarmiento acompañó a Mitre y justificó la secesión de Buenos Aires. Ambos asumieron un rol intelectual protagónico y eso determinó la polémica más profunda y feroz entre dos pensadores argentinos, la que, además, desnuda las inconsecuencias en el pensar y obrar del hombre público. La belicidad de esta polémica es una característica propia de la literatura política argentina desde sus orígenes a comienzos del siglo XIX. Reconoce su génesis en la poesía combativa de Bartolomé Hidalgo (Montevideo 1788- Buenos Aires 1822) 19 y muestra el apasionamiento de los hombres imbuidos de patriotismo. La discusión entre el tucumano y Sarmiento no solo evidencian los apasionamientos —que nos empujan torpemente a la intolerancia—, sinó que además un debate político y jurídico que no ha terminado de ser asumido: el rol de Buenos Aires y el del resto de las Provincias, discusión que permanece viva en las esferas académicas y políticas argentinas. También pone en el tapete las pautas interpretativas de nuestra Constitución. Ciertamente luego de 1860 la tesis sarmientina norteamericanizante se torna realizable, pues desde la instalación de la Corte Suprema hasta las primeras décadas del siglo XX, se adoptan los comentarios y la jurisprudencia norteamericanas para estudiar la Constitución Nacional; pero finalmente la propuesta intelectual de Alberdi es la que termina por ser la adoptada en las cátedras y tribunales, pues su impronta —dibujada en las Bases— permanece en el espíritu de la Constitución y plantea una síntesis coherente de lo que Argentina es y lo que pretende ser.

V. B IBLIOGRAFÍA , F UENTES Actas de las sesiones de la Convención Nacional ad hoc, Buenos Aires 1860. ALBERDI, Juan Bautista, Complicidad de la Prensa en las guerras civiles de la República Argentina, Valparaíso, 1853. Organización Política y Económica de la Confederación Argentina, Imprenta de José Jacquin, Bezanzón en 1856. LABOULAYE, Eduardo, Estudios sobre la Constitución de los Estados Unidos, Buenos Aires en 1866.


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LEVENE, Ricardo, Historia de las Ideas sociales en Argentina, Espasa-Calpe Argentina, 1947. Historia del derecho argentino, Volumen 10 Editorial G. Kraft, 1958. MAYER, Jorge M. en Alberdi y su tiempo publicado por la Academia Nacional de Derecho y Ciencias Sociales, Buenos Aires 1973. MOSQUERA, Alberto Gernónimo, Sarmiento y la Constitución nacional, Marymar Ediciones, 1995. Sarmiento: jurista y universitario, Editorial Dunken, 2003. NEYRET, Juan Pablo, La polémica Alberdi-Sarmiento y su retórica gauchipolítica, en Hispamérica, Año 35, Nº 105 (Diciembre 2006), páginas 111-117. PÁEZ DE LA TORRE, Carlos (h), El derrumbe de la Confederación, Memorial de la Patria, tomo XI, Buenos Aires 1984. PÉREZ GUILHOU, Dardo, Sarmiento y la constitución: sus ideas políticas, Fundación Banco de Crédito Argentino, 1989. POSADAS, Adolfo (prólogo) Organización de la Confederación Argentina por Juan Bautista Alberdi, El Ateneo, Madrid 1913, volumen I. RAVIGNANI, Emilio, Historia constitucional de la República Argentina, Volumen 1 Peuser, 1927. Registro Oficial de la República Argentina, Tomo Cuarto 1857-1862, Buenos Aires 1882. RIVAROLA, Rodolfo, La Constitución argentina, Buenos Aires Editorial Rosario, 1944. RODRIGUEZ, Augusto G., Sarmiento Militar, Buenos Aires 1950. SARMIENTO, Domingo Faustino, Campaña en el Ejército Grande Aliado de Sud América, Río de Janeiro 1852. Comentarios a la Constitución de la Confederación Arjentina, con numerosos documentos ilustrativos del texto, Imprenta de Julio Belín y Cía, Santiago de Chile septiembre de 1853 STORY, José, Breve Exposición de la Constitución de los Estados Unidos párale uso de las clases superiores de las escuelas comunes, traducidas por José María CANTILO, Buenos Aires 1863 VICTORICA, Julio, Urquiza y Mitre. Contribución al estudio histórico de la Organización Nacional, Buenos Aires 1906. ZAVALÍA, Clodomiro (prólogo), Comentarios de la constitución de la Confederación argentina: con numerosos documentos ilustrativos del texto, por D. F. Sarmiento, Imprenta de L. J. Rosso, 1929. Derecho Federal, tomo I, Buenos Aires 1941.


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Luces y sombras de Sarmiento

por Armando Raúl Bazán

n este ciclo se me ha asignado un tema poco simpático, revelar las sombras de una personalidad prócer de la historia nacional, cuando recordamos el bicentenario de su natalicio. Otros disertantes se habrán referido a sus notables virtudes y en mi caso, sin perjuicio de reconocer esos méritos, debo indagar sus errores y defectos para mostrar al hombre en su total dimensión. Lo haré con la objetividad propia del historiador, con el rigor científico de la ciencia del pasado humano que exige fundamentación heurística para comprender sus ideas y sus acciones. Como premisa de esta indagación es indudable que Domingo Faustino Sarmiento fue un protagonista destacado de nuestra historia en el tiempo de la organización nacional y, previamente, actor secundario de los años crueles de las guerras civiles cuando dejó su solar sanjuanino para exiliarse en Chile. Ahí encontró los mejores estímulos para desarrollar sus talentos en materia de educación, quehacer literario y periodismo. Comencemos por decir algo sobre su controvertida personalidad que se despliega entre la genialidad y la desmesura. Su formación intelectual fue la de un autodidacta: no cursó estudios regulares y mucho menos universitarios, como pudo lograrlo su contemporáneo Juan Bautista Alberdi. Puede decirse que se hizo a sí mismo, con lecturas, experiencia y reflexión crítica, pero desahogando siempre su genio dionisíaco con excesiva espontaneidad para un hombre de la política. Ese defecto lo reconoció él mismo cuando dijo: «El peor enemigo que pueden esgrimir contra mí, soy yo mismo». En su epistolario encontramos opiniones y juicios que expresan la pasión del momento y que no lo absuelven ante la historia.


A. R. Bazán: Luces y sombras de Sarmiento

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Pero como contrapeso mostró su genio literario, autor de obras fundamentales de la literatura argentina; v.g. su obra Civilización y Barbarie. Vida de Juan Facundo Quiroga, donde la prosa vigorosa tiene un poder de persuasión que no logra la ecuánime valoración histórica. Y en su gestión como Presidente de la Nación donde la idea eje «la educación popular como único camino para lograr la vigencia de la democracia», sigue teniendo vigencia a despecho de la notable dimensión que adquirió posteriormente el sistema educativo. El punto de partida de esa política fue la creación de la Escuela Normal de Paraná (1870), verdadera universidad del magisterio argentino. Esa doctrina política se complementa con el desarrollo científico, expresado con la creación de la Academia de Ciencias de Córdoba, en una ciudad de escasos 40 mil habitantes. Para ello requirió la colaboración de los sabios alemanes Germán Burmeister, Adolfo y Oscar Doering, el geólogo Alfredo Stelzner, el botánico Pablo Lorenz, que hicieron docencia e investigación sobre la realidad física y social de la Confederación Argentina. Creada en 1873, nombró director a Burmeister, a quien debemos su valioso libro Viaje por los Estados del Plata, aguda descripción de los pueblos, la flora y la fauna de las provincias. Esa transformación educativa se viabiliza con la Ley de Bibliotecas Populares, que hace del libro en cada escuela la fuente inexcusable del conocimiento. Tanta era su pasión educativa que cuando bajó de la Presidencia no sintió menoscabo en aceptar la Dirección General de Escuelas de la Provincia de Buenos Aires, donde fue autor de la primera ley de educación común de esa jurisdicción en 1875. Acotemos, de paso, que la ley precursora había sido sancionada en Catamarca en 1871, elogiada por el entonces ministro de Instrucción Pública de Sarmiento, Dr. Nicolás Avellaneda. En su haber cuenta también la creación del Colegio Militar y la Escuela Naval para dar formación profesional a los miembros de las Fuerzas Armadas de la nación. Estas son en mí entender las principales luces de Sarmiento.

¿C UÁLES

FUERON LAS SOMBRAS DE SU PERSONALIDAD ?

1º. Su hispanofobia y desprecio por el legado cultural de España, rasgo común en los hombres de su generación. Los caudillos de la campaña pastora, caso de Facundo Quiroga y Ángel Vicente Peñaloza, eran la encarnación emblemática de la tradición retrógrada que habíamos heredado de


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España. En esa idea no estuvo solo, el propio Alberdi en su libro Bases y puntos de partida para la organización política de la República Argentina había escrito en 1852: «Si hacemos pasar al gaucho y al cholo por el mejor sistema educativo no lograremos en un siglo la calidad de un obrero inglés». Ese prejuicio antihispánico fue refutado años más tarde por notables pensadores y escritores como Joaquín V. González, con su libro La Tradición Nacional (1889), Alberto Rougés y Juan Alfonso Carrizo. Los cancioneros poéticos que éste publicó con el apoyo de Ernesto Padilla y Rougés demostraron que el pueblo anónimo había receptado la mejor tradición literaria del Siglo de Oro español. Omite, entre otras materias, las creaciones universitarias que España hizo en América: Córdoba, Chuquisaca y San Felipe, donde ser formaron los dirigentes del proceso emancipador, extensa nómina. 2º. Su compromiso con la política hegemónica de Buenos Aires, la «hermana mayor» según la definición de Juan José Paso en el cabildo abierto del 22 de mayo de 1810, y que se sostuvo en el tiempo con el monopolio de la renta de la aduana porteña hasta la reforma constitucional de 1860. Esto resulta difícil de justificar en un hombre del país interior. Después de Pavón fue partícipe de la operación política del Ejército de Línea al mando del Gral. Paunero, que sometió a las provincias y lo impuso como gobernador de su provincia, San Juan. Ahí prevaleció la razón de la fuerza sobre las autonomías provinciales que la Constitución Nacional reconocía en el art. 5º. Esta norma dio cumplimiento a los Pactos Preexistentes que expresaban la voluntad popular de una nación constituida bajo el sistema federal. En su momento, él había elogiado el proyecto constitucional de Alberdi en su libro Bases cuando al contestar al autor sobre el libro, expresó «su constitución es un monumento bajo la forma de las ciencias». Y acompañó a Urquiza en la campaña del Ejército Grande que derrocó a Rosas en Caseros. Después vino su distanciamiento con el promotor de la organización constitucional y su adhesión al separatismo de Buenos Aires. 3º. Su responsabilidad como director de «la guerra de policía» ordenada por el presidente Mitre en la provincia de La Rioja, la única provincia que rechazó las invasiones militares enviadas por Paunero y Marcos Paz desde Córdoba, San Luis y Catamarca en los años 1862/63. En ese proceso se atribuyó la facultad de declarar el «estado de sitio» en La Rioja, con violación de la norma que reserva esa potestad al gobierno federal. El ministro del Interior, Dr. Guillermo Rawson, desautorizó esa transgresión.


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Y cuando el mayor Irrazábal ajustició alevosamente al caudillo riojano Ángel Vicente Peñaloza, sin forma de juicio, el 12 de noviembre de 1863 en el pueblo de Olta, Sarmiento dio una aprobación increíble al crimen político cuando dijo en documento público, «aplaudo la forma en que fue ejecutado, porque sin cortarle la cabeza a ese inveterado pícaro, las chusmas no se habrían aquietado en seis meses». Años más tarde, en el Senado Nacional, su comprovinciano Dr. Guillermo Rawson, lo hizo responsable de ese grave hecho como mentor ideológico del mismo. Él se justificó diciendo que en una guerra de policía la definición apropiada era la ejecución del bandolero. Ese bandolero era el Chacho Peñaloza, el más auténtico de los caudillos federales que luchó contra Rosas y contra Mitre, exponentes ambos del centralismo porteño, a despecho de sus distintas divisas partidarias. 4º. En su gestión presidencia (1868-1874), tan encomiable por otros conceptos, demostró su compromiso con Buenos Aires cuando vetó en dos oportunidades la ley sancionada por ambas cámaras del Congreso que daban solución al problema no resuelto ni siquiera por Mitre de fijar la sede del gobierno nacional en la ciudad de Rosario. Eso ocurrió en julio de 1869 y en septiembre de 1873. Cabe señalar que Rosario era el puerto preciso de las provincias interiores para el flujo de su comercio exterior. Al respecto, podemos ejemplificar esa realidad con el caso de Catamarca, en la etapa de su prosperidad minera, cuando el cobre en barras producido en el establecimiento de Pilciao (Andalgalá), de propiedad de Samuel Lafone Quevedo, era transportado a lomo de mula a dicho puerto para su comercialización en el exterior. 5º. Su libro más celebrado, Civilización y Barbarie, significó una interpretación prematura del proceso de nuestras guerras civiles, sin fundamentación documental pero genial como creación literaria. Cuando se hizo la segunda edición en 1851, que Sarmiento la dedicó a Valentín Alsina, prominente dirigente unitario y más tarde gobernador de Buenos Aires, éste escribió extensas notas críticas señalando sus errores de información y de juicio sobre Facundo Quiroga. Sarmiento le manifestó que «guardaba para mejor ocasión sus preciosas notas» y ellas recién fueron conocidas medio siglo más tarde cuando Estanislao Zeballos las publicó en la revista de Derecho, Historia y Letras, en 1901. Ese libro tuvo notable influencia en la conciencia histórica de los argentinos durante varias generaciones porque fue utilizado como catecismo histórico por políticos, historiadores y maestros. Hasta los años 30, cuando cursé mi escuela primaria, todavía los maestros presentaban a Juan Facun-


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do Quiroga como una personalidad cruel y siniestra de la historia argentina. El revisionismo histórico, cuyo precursor fue David Peña en su biografía sobre Quiroga editada en 1906, tomó consistencia a partir de los años 40 mediante la compulsa de fuentes documentales. Se cumplió así la lúcida advertencia del P. Antonio Larrouy hecha en 1909, quien después de explorar los archivos provinciales de Santa Fe y Paraná, Córdoba y Tucumán, informó al Dr. Nicolás Matienzo, decano de la Facultad de Filosofía y Letras de Buenos Aires, que los tesoros que guardaban esos repositorios eran tan ignorados como los de otras clases ocultas en las entrañas de la tierra, y mientras subsistiera ese estado de cosas, la historia argentina sería escrita en forma deficiente o muy incompleta.

Sarmiento y sus epígonos condenaron a los caudillos sin concederles el derecho inalienable a la defensa. Tanto es así que los archivos que contienen sus epistolarios, valioso elemento de juicio sobre sus ideas y acciones, han sido publicados tardíamente, incluso en forma incompleta, como sucede con el voluminoso archivo de Quiroga. Su publicación fue iniciada por el historiador Ricardo Caillet Bois en los años 50 y todavía la edición está inconclusa. Y por lo que respecta a Nazario Benavídez, caudillo y gobernador de San Juan, la Junta de Historia con el apoyo del Gobierno de la Provincia, pudo presentar la obra hace pocos años, en 2007. Y tuve entonces que asumir esa responsabilidad en ámbito de la Legislatura de la Provincia. ¿Qué nos demuestran esos papeles? En mi experiencia como historiador he compulsado el Archivo de Quiroga para componer la Historia de La Rioja. Ahí encontré una carta de Facundo a su esposa, Dolores Fernández, donde le informa sobre la batalla de El Tala (1827) contra las tropas de Lamadrid. Entonces se dijo que el bizarro tucumano había sido muerto en ese combate. «Ahí falleció —expresa— el valiente y nunca bien ponderado general Lamadrid». Frase expresiva del sentimiento del culto al coraje, que Juan Agustín García definió como rasgo propio de la idiosincrasia del criollo. Y más adelante, el jefe riojano agrega: «en ese combate fue herido el capitán Ángel Vicente Peñaloza, mi subordinado. Si acaso ocurriera un desenlace fatal trata de ayudar a su familia». Estas expresiones revelan en Quiroga nobles sentimientos de admiración por el adversario y piadosa solidaridad con su amigo y colaborador, el Chacho Peñaloza. Este escrito de carácter íntimo, abona a favor del hombre a quien Sarmiento conceptuaba como figura emblemática de la barbarie.


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C ONCLUSIONES Cierro esta exposición sobre el tema asignado, que daría materia para un tratamiento más extenso. Con la objetividad exigida por la ciencia histórica evité incurrir en la apología y en el dicterio. Por sus iniciativas en orden a la educación, la ciencia y las instituciones no cabe duda que Sarmiento fue un gran Presidente de la Nación. Fue también uno de los más notables escritores argentinos cuya obra mas celebrada, Civilización y Barbarie. Vida de Juan Facundo Quiroga, tuvo la fortuna de numerosas reediciones en nuestro país y en el exterior: Santiago de Chile (1851), Nueva York (1868), París (1874), Santiago de Chile-Buenos Aires (1889) y la publicación de sus obras completas en 52 volúmenes ordenada por ley en la presidencia de Julio A. Roca. Y en el siglo XX el Facundo se editó en numerosas ocasiones. Pero equivocó el juicio histórico de los argentinos sobre la naturaleza del conflicto político-social desarrollado en nuestras guerras civiles. Su visión maniquea de «civilizados y bárbaros» planteó una antinomia dirimente donde los «bárbaros» debían desaparecer, como ocurrió efectivamente con el bárbaro sistema del crimen político: Dorrego, Facundo Quiroga, Ángel Vicente Peñaloza, Nazario Benavídez, personalidades emblemáticas de la causa federal y también de la idiosincrasia nativa. Apostó a favor de la hegemonía de Buenos Aires siendo hombre del Interior y la influencia de su alegato contribuyó a que el principio de la república federal, consagrada en los Pactos Preexistentes y en el art. 1º de la Constitución Nacional, haya sido desvirtuado en la praxis de la política argentina donde comparten responsabilidades tanto porteños como provincianos promovidos por el voto popular a la Presidencia de la Nación y a las bancas legislativas del Congreso Nacional.


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Domingo Faustino Sarmiento, maestro por excelencia

por María Elena Curia de Villecco

ntre las múltiples facetas de la personalidad de Sarmiento debemos destacar su tenacidad, que a lo largo de toda su vida aplicó a hacer realidad sus ideas sobre la educación. Participaba del optimismo teórico de los miembros del Salón Literario de Marcos Sastre como toda la llamada generación del 37. Al respecto dice Lucía Piossek: «En todos ellos se insiste en la dignidad de la teoría, en la urgencia de elaborar ideas certeras que esclarezcan la realidad, precedan e informen la acción».1 Pero Sarmiento no era filósofo, más bien se lo puede catalogar como un hombre de acción que no se maneja con abstracciones sino con la realidad viva de su tiempo. Sueña con llevar todas sus ideas a la práctica con el fin de cambiar una realidad que en esa época era manifiestamente hostil en el país y hacía parecer imposible alcanzar su sueño de progreso y civilización que había conocido en sus viajes por Europa y EEUU. En Viajes II dice refiriéndose a su viaje por Alemania: «El sistema de instrucción pública de la Prusia es el bello ideal que pretenden realizar otros pueblos». 2 En Facundo hace muchas referencias a esa realidad indomable a la que él se refiere, comparando la civilización y la barbarie, señalando lo difícil que es alcanzar el progreso tan ansiado: «Pero el progreso está sofocado, 1

Piossek Prebish, Lucía, Argentina: Identidad y Utopía, EDUNT, Tucumán Argentina, p. 100. 2 Sarmiento, Domingo Faustino, Viajes por Europa, Africa y América, Volumen II, 1851, p. 29. 2008,


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porque no puede haber progreso sin la posesión permanente del suelo, sin la ciudad, que es la que desenvuelve la capacidad industrial del hombre, y le permite extender sus adquisiciones». Habla de la civilización como irrealizable y de la barbarie como normal y afirma que no puede haber civilización y progreso «sino a condición de que los hombres estén reunidos en sociedades numerosas». 3 En el Discurso de recepción en el Instituto de Historia de Francia se pregunta: «¿Porqué la raza europea establecida en el Sur, ha producido resultados tan distintos de la raza europea establecida en el Norte?».4 El optimismo teórico al que nos referíamos más arriba se refleja en estos párrafos de la «Memoria» que envía al Instituto histórico de Francia en 1853: No hubiera emprendido la tarea que me he impuesto si no entreviese el desenlace de esta lucha en que hemos nacido y vivido, y a las causas de disolución no viese sucederse principios regeneradores no en perspectiva, y desenvolviéndose lentamente, sino activos, poderosos luchando y venciendo definitivamente.5

En el prefacio a la traducción inglesa del Facundo dice Mrs Mann: El Sr Sarmiento ha logrado realizar este objeto en la obra que publicó en Chile y que prueba que si la civilización tiene enemigos en aquellas regiones tiene también campeones elocuentes.6

Su pensamiento tiene influencias de la Ilustración, del Enciclopedismo, del Romanticismo y de pensadores como Locke, Rousseau, y Tocqueville. Pero Guizot, uno de los principales educadores de Francia y Cousin, con quien comparte los conceptos de progreso de la humanidad en cumplimiento de un plan divino, son sus principales mentores, como también el norteamericano Horace Mann, propulsor de la educación universal, obligatoria y gratuita. 3 Sarmiento, Domingo Faustino, Facundo, Universidad Nacional de la Plata, Bs. As., 1961, pp. 19-20. 4 Sarmiento, D. F., «Discurso de recepción en el Instituto de Historia de Francia», en Viajes II. 5 Sarmiento D. F., «Memoria enviada al Instituto de Historia de Francia», Santiago de Chile, Imprenta Julio Belin y Cia, 1853, p. 27. 6 Mrs Mann, Prefacio de la traducción inglesa de Facundo o civilización y barbarie en las pampas argentinas, Nueva York D Appleton y Compañía, 90, 92, 94, Grand Street, 1868 (4° Edición en castellano).


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Según Gregorio Weinberg se puede considerar que Sarmiento, que comienza bajo la influencia del romanticismo social común a la generación del 37, pasa a un liberalismo y posteriormente por influencia de Horace Mann desarrolla el interés por las ciencias naturales y una aguda visión sociológica. Con todo esto se anticipa al positivismo argentino. Para Weinberg, Sarmiento es un protopositivista que en su madurez reconoce las coincidencias que sus ideas tienen con Spencer y elaboró una pedagogía social anticipándose a la concepción pedagógica fundamentada filosóficamente por Durkheim y Natorp. La idea de progreso y de cómo cambiar la realidad adversa que el país presentaba en esa época, con las grandes extensiones despobladas y el desierto que rodeaba las ciudades, lo obsesionaba porque creaba un clima poco propicio para el progreso social. En el libro de Viajes I habla Sarmiento acerca de «la idea de que vamos en América en mal camino y que hay causas profundas, tradicionales, que es preciso romper, si no queremos dejarnos arrastrar a la descomposición, a la nada y me atrevo a decir a la barbarie».7 Y se pregunta: ¿Cuáles serían los remedios a esos males sociales? Según él la solución está en la educación pública, el trabajo y la inmigración europea.

D EMOCRACIA

Y EDUCACIÓN POPULAR

Partiendo de sus conceptos de civilización y barbarie Sarmiento desarrolla su idea de democratizar la educación. En este punto comparte también con la generación del 37 la idea de la conexión entre progreso y democracia. Las escuelas son la base de la civilización y el desierto conspira en contra de la educación. Por eso educar al pueblo fue su gran preocupación para mejorar las condiciones morales, físicas e intelectuales de las clases más numerosas y desposeídas de la sociedad. En Educación popular dice: La condición social de los hombres depende muchas veces de circunstancias ajenas de la voluntad. Un padre pobre no puede ser responsable de la educación de sus hijos; pero la sociedad en masa tiene interés vital en asegurarse de que todos los individuos que han de venir con el tiempo a formar la Nación hayan por la

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Sarmiento, D. F., Viajes I,

p. 7.


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educación recibida en su infancia preparádose (sic) suficientemente para desempeñar las funciones sociales a que serán llamados.8

Como vemos, claramente advierte que la «instrucción primaria» afecta a todos los intereses sociales. A este tema se dedica especialmente en la «Memoria sobre educación común», donde aclara que la instrucción primaria debe ser considerada como Instrucción Nacional o sea la educación que debe recibir todo el pueblo para prepararse para el desempeño de las «múltiples funciones de la vida civilizada».9 Y además señala que no sólo la instrucción primaria como una adquisición contribuye a mejorar las costumbres elevando el alma por el desarrollo de las facultades intelectuales, sino que las escuelas son la única ocasión que la generalidad de los habitantes de Chile tiene de adquirir hábitos morales. Las costumbres son la moral práctica.

Luego se explaya explicando lo que se entiende por moral, que no son sino las costumbres o hábitos. La educación por lo tanto deberá preocuparse de la formación de los buenos hábitos y de la «desaparición o atenuación de dificultades que embarazan el repetir ciertos actos saludables». Admira a los pueblos más avanzados que utilizando diversos medios se preocupan de «promover la mejora intelectual y moral de las clases inferiores».10 A los que en la época hablaban de la inutilidad de la escuela porque los conocimientos adquiridos se olvidan rápidamente les responde no es precisamente lo que ni cuanto, aprenden lo que hace valiosas las escuelas para los jóvenes. Es también que en ellas adquieren el hábito de aprender, la facultad de aprender. Es también que en ellas están organizados en comunidad, natural y armoniosamente desenvuelta en lo que llamamos vida civil.11

Adriana Puiggros opina que Sarmiento «construyó la utopía de una educación popular». «Era una utopía democrática porque su interés principal eran las grandes mayorías»; pero agrega: 8 Sarmiento, D. F., De la Educación Popular, en Obras Completas, Imprenta Belín, Santiago de Chile y Buenos Aires, 1886-1903, Vol. XI, p. 14. 9 Sarmiento, D. F., De la Educación Común (Memoria), en Obras Completas Volumen XII, p. 4. 10 Ibídem, p. 21. 11 Sarmiento, D. F. «Las escuelas base de la prosperidad y de la República en los EE.UU.», en Obras Completas, Volumen 30, pp. 131-132.


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Era utopía porque se refería a un espacio inexistente: en la sociedad no habría lugar para un sistema educativo democrático sin que actuaran los sujetos sociales y políticos populares. El sistema propuesto por Sarmiento requería para su realización plena, de la activa participación de los sujetos que él mismo había contribuido a eliminar.12

Creo que Puiggros critica duramente a Sarmiento por la descalificación y desprecio que él hace de la población nativa de América en el Facundo donde hablando del pueblo que habita los extensos territorios casi desiertos que formaban nuestro país en ese entonces dice: «Se compone de dos razas diversas, españoles e indígenas». Y luego se refiere a la raza negra ya casi en extinción, que había dado origen a los zambos y mulatos. Luego refiriéndose a la fusión de «estas tres familias» dice: «Ha resultado un todo homogéneo que se distingue por su amor a la ociosidad e incapacidad industrial». Y añade: Mucho debe haber contribuido a producir este resultado desgraciado la incorporación de indígenas que hizo la colonización. Las razas americanas viven en la ociosidad y se muestran incapaces, aun por medio de la compulsión, para dedicarse a un trabajo duro y seguido.13

Hay que ubicarse en los acontecimientos que se vivían en esa época, que obligaron a Sarmiento a exiliarse en Chile y analizar la guerra fraticida que desangraba al país. Para él la gente civilizada vivía en las ciudades pero la barbarie dominaba las grandes extensiones desiertas que rodeaban las mismas, donde vivía esa masa ignorante y ociosa dedicada al pastoreo. Esta idea es compartida también por Alberdi. Coincidían en su odio contra Rosas y los caudillos aliados del interior. Ambos pensaban que la Argentina era atrasada por culpa de la herencia española y en la idea de que para modernizar el país había que recurrir a la inmigración. Pero la diferencia entre Alberdi y Sarmiento está dada por el papel que asignan a la educación. Mientras Alberdi considera que la educación cumple un papel accesorio, complementario aunque necesario para lograr la transformación social, Sarmiento creía en una educación que formase una población capaz de generar esas transformaciones. Tenía la convicción de que por medio de la educación se lograría la sustitución de las características de la población nativa que habían permitido el surgimiento de las 12 Puiggros, Adriana, Sujetos, disciplina y currículum en los orígenes del Sistema Educativo Argentino, Editorial Galerna, Bs. As. 1996, p. 88. 13 Sarmiento, D. F., Facundo, pp 16-17.


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fuerzas irregulares que durante tantos años habían asolado el territorio nacional. Alberdi tenía el mismo objetivo pero para él la educación era sólo un factor concurrente. Según Gregorio Weinberg las ideas educativas de Sarmiento estaban indisolublemente unidas a una política inmigratoria y colonizadora ya que propiciaba la transformación de la Argentina de ganadera en agropecuaria: La educación era uno de los elementos esenciales para lograr esa transformación, porque se juzgaba permitiría la formación de hombres que pudieran ser productores y simultáneamente partícipes de ese proceso de cambio. Tenía por tanto la educación una función tanto política como económica.14

Al igual que Alberdi, Sarmiento considera que la inmigración será un factor fundamental para lograr ese objetivo, pero la alfabetización siguió un ritmo menos intenso del previsto en el modelo sarmientino. Según Weinberg, al no alcanzar los inmigrantes la propiedad de la tierra, al impedírseles los derechos de la ciudadanía y el ejercicio efectivo del sufragio la educación no pudo tener el efecto transformador que se esperaba. Dice Lucía Piossek que al final de su vida parece que Sarmiento se había desilusionado y perdido las esperanzas porque la inmigración parecía no poder lograr los objetivos como él esperaba. En realidad, al no lograrse el efecto esperado, Sarmiento busca los modos de integrar a todo el país uniendo la población nativa con los inmigrantes por medio de la educación. Por sugerencia de Sarmiento se convocó un Congreso Pedagógico Internacional Americano que se reunió durante los meses de Abril y Mayo de 1882. En ese Congreso, se pudo hacer un diagnóstico de la situación de la educación y sobre todo proponer soluciones. Muchas ideas surgidas allí se incorporaron a la Ley 1420 que, con una vigencia de casi un siglo, fue nacionalizadora e integradora de la inmigración, constituyendo así un factor que logró unificar y democratizar el país.

E DUCACIÓN

FEMENINA

Alberdi y Sarmiento se diferencian en su concepción sobre la educación de la mujer. Alberdi, en su madurez, afirma en forma tajante que la mujer 14 Weinberg, Gregorio, Modelos educativos en la Historia de América Latina, Serie Teoría e Historia de la Educación, UNESCO- CEPAI-PNUD, Kapelusz, Bs. As., 1984, p. 163.


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no debe ser objeto de educación pública y afirma «Su colegio es la familia, su doctrina el ejemplo mudo, la acción en vez de la palabra». 15 Para él la mujer tiene un papel protagónico como madre en la educación del niño, la cual debe comenzar lo más temprano posible, y le asigna un rol importante a la familia. En cambio Sarmiento dice en Educación Popular: «Puede juzgarse el grado de civilización de un pueblo por la posición social de las mujeres».16 La educación debe permitir a la mujer cumplir su deber en la sociedad pero se plantea al respecto algunos interrogantes. En primer lugar se pregunta: ¿Está preparada la sociedad para cumplir con esta misión? Es una época en que predominan los prejuicios que, según Sarmiento, España heredó de los árabes y trasladó a América y la sociedad ve con malos ojos la educación de la mujer. En segundo lugar se plantea: ¿Tiene la mujer la misma capacidad que el hombre para recibir educación? Sarmiento piensa que las mujeres tienen cualidades naturales y aptitud para el esfuerzo intelectual tal como él había observado en las alumnas de las escuelas para jóvenes que había visitado en distintos lugares de Europa y EEUU. Incluso considera que las niñas son habitualmente más aplicadas que los varones. En este tema, según Paul Verdevoye, Sarmiento se inspira en el libro de Aime-Louis Martín, Education des meres de famille on de la civilization du genre humain par les femmes. Antes que Aime-Martín el abate Fleury y Fenelon se habían ocupado de las mujeres. Fleury en Education des meres de famille se ocupa de la cuestión de igualdad de derechos a la instrucción del hombre y la mujer y Fenelon da a la educación de las mujeres más importancia que a la de los hombres. Según Paul Verdevoye, Sarmiento se apoya en estos autores para sostener la utilidad de la educación de las mujeres y el rol que cumplen en la sociedad. Pero él no se ocupa sólo de la educación de la mujer en su rol de esposa y madre como lo hace Aime Martín y entre nosotros Alberdi sino que piensa en la educación de la mujer como formadora, es decir se ocupa no solo «de la educación de la mujer sino de la educación por la mujer». Fiel a los principios de Aime Martín, opina que la educación del género humano debe estar en manos de las mujeres y reconoce los méritos de Rivadavia en este tema, cuando dice que el «único gobierno americano que haya provisto con solicitud igual a la educación de ambos sexos, es el de 15 16

Alberdi, J. B., Escritos Póstumos, Tomo XII, p. 167. Sarmiento, D. F., Educación Popular, Obras Completas, Volumen XI,

p. 121.


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Rivadavia, Presidente de la República Argentina en 1824 a 1827». 17 Esta rama de la instrucción pública en esa época estaba sometida a la inspección de la Sociedad de Beneficencia. Respecto a la educación de esta época hace una referencia crítica de la enseñanza mutua, como se llamaba al sistema lancasteriano, que había introducido Rivadavia para solucionar la falta de maestros. Sarmiento considera que el «monitor» no deja de ser un niño, por lo tanto no puede solucionar los problemas, especialmente los referidos a la disciplina de los más pequeños, y considera que «una mujer es maestra más adecuada para la inteligencia infantil». Propone para solucionar este problema, la introducción de mujeres como «ayudantes» en las escuelas porque ellas «hacen insensible la transición del niño que sale del hogar doméstico a reconocer una nueva autoridad y obligaciones nuevas».18 Ya desde su juventud Sarmiento se interesó por la educación femenina. En la época de Rosas, en 1839, fundó en San Juan el Colegio de Pensionistas Santa Rosa con el objeto de formar una nueva generación de mujeres «que con más instrucción sobre sus deberes contribuyese con el influjo de su sexo en la sociedad, a la cultura y refinamiento que corresponden a un pueblo culto». Paul Verdevoye, refiriéndose a la situación de la educación en la Argentina en el período de Rosas dice que la educación estaba muy descuidada en casi todas las provincias salvo en la provincia de Entre Ríos gracias a los gobernadores Echagüe, Urquiza y Crespo, en Tucumán gracias a Heredia y en San Juan donde Sarmiento había fundado un Colegio para jóvenes. Incluso, citando a José Salvador Campobassi dice que en 1842 la Asamblea Legislativa de San Luis decretó pura y simplemente la supresión de la escuela primaria. 19 Ya exiliado en Chile, en 1841, después de dos años de que fundara ese establecimiento se queja de las críticas y calumnias que se hicieron circular en pasquines donde objetan su conducta. En fin, dice, «parecía que se nos quería castigar, por el delito de haber intentado y conseguido realizar un establecimiento de educación que ninguna provincia de la República tenía igual y que San Juan nunca había visto semejante». 20 En su plan 17

Ibídem, p. 70. Ibídem, p. 72. 19 Verdevoye,Paul, Domingo Faustino Sarmiento, Educateur et Publiciste, Universidad de París, 1963, p. 228. 20 Sarmiento, D. F. «El ex Director del Colegio de Pensionistas Santa Rosa a sus conciudadanos«, Folleto publicado en 1841 (no se encuentra en la Ed. Nacional de las Obras Completas realizada por Belín Sarmiento). 18


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había asociado los trabajos manuales con el cultivo de la razón, hábitos de aseo, orden y sobre todo al estricto cumplimiento de sus obligaciones. Daba mucha importancia a la lectura de buenos libros y a la enseñanza del dibujo. Se queja de haber fracasado en la enseñanza de la música por no haber conseguido buenos profesores sino mercenarios sin entusiasmo por la educación. Haciendo referencia a ese oscuro período de nuestra historia Sarmiento escribe en Educación Popular: En Buenos Aires, civilización, libertad, formas gubernativas, costumbres e instituciones, todo ha cedido su lugar ante la concentración en una sola mano del poder y la influencia; la Sociedad de Beneficencia sola resistió la última cual débil caña que cede sin romperse a los embates de la tempestad; la última luz que quedó ardiendo en aquella noche profunda.21

Finalmente dice Verdevoye refiriéndose a la tarea realizada por Sarmiento para promover la educación femenina: En suma, es Sarmiento quien más hace por ganar los espíritus para la causa de la educación femenina. Es justo entonces que la educadora Amanda Labarca reconozca su influencia en la creación oficial, el 2 de junio de 1853, de la Escuela Normal de Mujeres, cuya dirección fue confiada a las religiosas del Sagrado Corazón de Jesús. El programa de Sarmiento está bien delimitado. Sólo se enseña: lectura, escritura, religión, historia sagrada, historia de la Iglesia, gramática, aritmética, costura y bordado. Es un comienzo.22

LA E SCUELA N ORMAL Estando Sarmiento exiliado en Chile es nombrado Director de la Escuela Normal fundada por el Ministro de Justicia, Culto e Instrucción Pública Manuel Montt en 1842. Antes de asumir su responsabilidad como Director pide autorización para viajar a Europa y conocer como se desarrolla allí la educación. Se pone en contacto con los directores de las escuelas municipales de París y con el director de la Escuela Normal de Versailles para conocer los diversos métodos de enseñanza en uso. En Francia conoce el método para aprender la lecto-escritura de M. Maurín. De allí pasa a España donde también estudia los métodos de enseñanza y luego a Génova, Italia. Allí se dedica a visitar establecimientos educativos para ciegos, sor21 22

Sarmiento, D. F., Educación Popular, Verdevoye, Paul, op. cit., p. 254.

p. 92.


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dos y otras discapacidades concluyendo de sus observaciones: «Creo que deben formar parte estas especialidades de un sistema general de enseñanza popular». Visitó también Alemania y Holanda para regresar a Francia donde se interesa por las «Cunas públicas» y las «Salas de Asilo», que él considera tan necesarias en América donde significarían un medio eficaz para salvar millares de niños sacrificados por la «ignorancia de las madres o la falta de recursos».23 Concluye sus observaciones diciendo que un sistema de educación popular es completo cuando «principia en la Cuna, se prepara en la Sala de Asilo continúa en la escuela primaria y se completa en las lecturas orales abrazando toda la existencia del hombre». 24 En Londres es donde por primera vez oyó hablar de la obra que Horace Mann había publicado en EEUU y encuentra coincidencias con su pensamiento. Esto lo orienta hacia el país del norte donde visitó una Escuela Normal de mujeres ubicada cerca de Boston en Newton-Est fundada en 1839. LA Señora de Mr Mann le acompañó a visitar esta célebre escuela que aunque era privada admitía niñas pobres de cuya pensión se encargaban algunas personas caritativas. En este viaje se da cuenta cabal de la necesidad de introducir en nuestra enseñanza pública tan importante institución. «La Escuela Normal no puede omitirse donde quiera que se trate de organizar el sistema público de instrucción popular», 25 dice en Educación Popular. Las Escuelas Normales tuvieron su origen en Prusia. Mister Cousin las visitó y aconsejó su introducción en Francia. En 1839 se abrió la primera escuela Normal de los EEUU para alumnos maestros y Sarmiento, influido por la lectura de la obra de Mr Cousin promovió la creación de la primera Escuela Normal en América del Sur, en 1842 en Chile. Así, una institución de Prusia se extiende a Francia y luego a un tiempo aparecen en los dos extremos del continente americano: en Chile, América del sur y en Massachussetts, América del Norte. Sarmiento decía que las Escuelas Normales debían estar en las provincias donde iban a trabajar los maestros. Un maestro creerá descender al ser destinado a una oscura aldea si el punto de partida es Buenos Aires o Rosario. Creo que en San Juan estaría bien el primer

23 24 25

Sarmiento, D. F. Educación Popular, Ibídem, p. 27. Ibídem, p. 176.

p. 23.


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ensayo de este género. Encontraría allí en la opinión pública el hábito de estimar en mucho la importancia del maestro por hechos anteriores que no son desconocidos y una escuela de aplicación. Otra Escuela Normal debiera fundarse en Tucumán para proveer a las necesidades de las Provincias del Norte acaso con aplicaciones industriales que tienen por base el dibujo y por materia prima las maderas de color de que tanto abunda aquella Provincia.26

Refiriéndose a Sarmiento dice Verdevoye: «El director de la Escuela Normal tiene el alma de un educador», y citando un artículo del Mercurio de Chile, del 22 de marzo de 1842, se refiere a las cualidades que Sarmiento consideraba necesarias para ser un buen maestro: Es necesario tener una vocación particular, un cierto amor por los niños, una particular alegría por enseñar (...) que al igual que el sentimiento de maternidad en la mujer, permite soportar y aún aceptar con placer los tormentos que pasa el que enseña a la juventud.27

Se deben formar maestros y no filósofos de modo que lo esencial para un maestro es saber enseñar. Señala también que el maestro no inventa la ciencia ni la enseña: acaso no la alcanza sino en sus más simples rudimentos, pero él abre las puertas cerradas al hombre naciente y le muestra el camino. Él está puesto en el umbral de la vida, para encaminar a los que van recién a lanzarse en ella.

Y agrega refiriéndose a la situación del país en esa época: «En nuestras tierras, su tarea es sembrar todos los años sobre territorio ingrato, a riesgo de ver la mies pisoteada por los caballos, con la esperanza de que uno que otro grano caído en lugar abrigado se logre». Hablando de la obra del maestro de escuela dice: «Obra sublime pero humilde, humildísima, que no lo olviden los que tan santo ministerio desempeñan. Ser mezquino instrumento de producir a la larga maravillosas transformaciones».28 Pensaba que los maestros formados en EE.UU. o en países donde la educación primaria había adquirido un buen desarrollo, tenían incorporados sus métodos, sus prácticas y podrían enseñar con el ejemplo. Las escuelas dirigidas por ellos se convertirían en «modelos vivos». Ese es el motivo por el cual Sarmiento trajo maestras de EE.UU. Primero llegó la joven Clara Amstrong 26 27 28

Ibídem, p. 119. Verdevoye, Paul, op. cit. p. 232. Sarmiento, D. F., Educación Popular, pp. 119, 120 y 125.


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quien luego de experimentar en nuestras tierras volvió a su patria y trajo 23 maestras más que desplegaron su experiencia de una enseñanza moderna y democrática hasta en los pueblos más apartados. 29

B IBLIOTECAS P OPULARES Otro tema que siempre apasionó a Sarmiento es la lectura como medio de educación popular y se preocupó siempre por poner el libro al alcance del pueblo. Admiraba la preocupación que había observado en EEUU por difundir el gusto por la lectura en el pueblo difundiendo las bibliotecas. Refiriéndose al país del norte dice: «Las bibliotecas públicas abundan por todas partes y están al alcance de todas las condiciones sociales en las campañas como en las ciudades». 30 Mientras Horace Mann se quejaba de que sólo 360 bibliotecas al alcance del pueblo había en el Estado de Massachussetts, Sarmiento dice que 360 bibliotecas públicas harían la gloria de Sur América. Refiriéndose a esto dice: Todas las capitales sudamericanas poseen una gran biblioteca pública. Todas son legados de los tiempos coloniales, muchas formadas con las bibliotecas confiscadas a los jesuitas que eran los literatos, historiadores y aun naturalistas de la América. Los gobiernos patrios las han enriquecido poco de libros nuevos sino es con bibliotecas legadas por particulares.

El problema con que se encuentra para difundir las bibliotecas era la falta de libros en otros idiomas traducidos al castellano y originales llegados de España. Además, en 1842, tampoco había diarios en Santiago de Chile, Capital del estado donde sólo circulaban unos 159 ejemplares del Mercurio de Valparaíso que el gobierno repartía entre sus empleados y dieciocho ejemplares a los que estaban suscritos vecinos de la ciudad. 31 Con esa pobreza de medios era muy difícil difundir las bibliotecas populares en el país. Pero era un comienzo que con el tiempo daría sus frutos.

29 30

Puiggros, Adriana, op. cit., pp. 83-84. Sarmiento, D. F., «Bibliotecas Populares», Obras Completas, Volumen 30, página

200. 31

Ibídem, p. 197.


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Educar al soberano: Domingo Faustino Sarmiento. Su bicentenario

S ARMIENTO P RESIDENTE Cuando llega a la Presidencia de nuestro país, siguiendo la política de Mitre, Sarmiento continuó fundando establecimientos educacionales. Fundó Colegios Nacionales en San Luis, Jujuy, Santiago del Estero, Rosario y Corrientes. El 9 de agosto de 1869 antes de cumplir su primer año como Presidente envía un mensaje a la Cámara de Diputados adjuntando un proyecto de creación de una Escuela castrense y en su mensaje de apertura del Honorable Congreso en 1872 dice: «Me es grato anunciaros que la Escuela Militar funciona con el más cumplido éxito hace ya un año» y se llenan satisfactoriamente «los objetos de esta institución, que son dotar al ejército de oficiales científicos ya que el arte de la guerra por el material que requiere y sus medios poderosos de destrucción, pone el valor al servicio de la ciencia y el genio». En 1872 fundó también la Escuela Naval.32 El desarrollo cultural del país fue notable durante su Presidencia. A él debemos la creación del Museo de Ciencias Naturales de Buenos Aires para cuya dirección trajo al científico alemán Germán Burmeister y también la fundación de la Facultad de Ciencias Matemáticas y de la Academia de Ciencias Naturales de Córdoba. Además se fundaron escuelas de Arboricultura y Agronomía en San Juan, Mendoza y más tarde en Salta y Tucumán. Creó el Jardín Botánico y el Jardín Zoológico en Buenos Aires. Se preocupó también por los niños diferentes estableciendo escuelas para sordomudos y ciegos e hizo realizar un censo escolar para conocer las necesidades existentes en todo el país. El lema «educar al soberano», fue cumplido ampliamente por el sanjuanino creando institutos dotados de personal competente y de buena formación académica, trayéndolos desde donde pudo e incorporando a la vida nacional a sabios y técnicos, generalmente europeos. Mediante la Ley de Subvenciones de 1871 procuró garantizar los fondos para la creación de nuevas escuelas y la compra de materiales y libros. En 1872 ya funcionaban en el país 1.644 escuelas primarias y había 97.500 estudiantes. En 1943, a 55 años de su muerte, la Confederación Interamericana de Educación, integrada por educadores de toda América se reunió en Panamá 32 García Enciso, Isaías J., Historia del Colegio Militar de la Nación, Buenos Aires, 1969, 2 tomos.


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y estableció el 11 de Septiembre como Día del Maestro en todo el Continente Americano.

B IBLIOGRAFÍA Sarmiento, Domingo Faustino: Obras Completas, Imprenta Julio Belin y Cia, Santiago de Chile y Buenos Aires, 1886-1903. Piossek Prebish, Lucía: Argentina: identidad y utopía, Editorial Edunt, Tucumán, Argentina, 2.009. Puiggros, Adriana: Sujetos, Disciplina y Curriculum en los orígenes del Sistema Educativo Argentino, (1885-1916), Editorial Galerna, Buenos Aires, 1996. Verdevoye, Paul: Domingo Faustino Sarmiento, Educateur et Publiciste, Universidad de París, 1963. Weinberg, Gregorio: Modelos educativos en la historia de América Latina, Serie Teoría e Historia de la Educación, UNESCO-CEPAL-PNUD, Kapelusz, Buenos Aires, 1984.


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El ideal educativo de Sarmiento en Tucumán

por Silvia Eugenia Formoso

a idea de lograr progreso y un voto calificado y conciente por vía de la educación, fue parte del plan que llevaron a cabo los hombres que gobernaron bajo las ideas liberales, surgidas de la Revolución Francesa, adoptadas por la Revolución de Mayo y puestas en práctica después de Caseros. Sus cultores eran hombres nacidos con la Revolución de Mayo. Consideraban que el pueblo era el soberano de un país democrático como el que surgiría de la constitución que proyectaban. Por lo tanto el ideal de «educar al soberano», fue sostenido no sólo por el grupo de hombres que accedieron al poder después de Caseros sino también, por los que se mantuvieron en él, hasta los primeros años del siglo XX. Aunque coincidieron plenamente en la afirmación de los postulados progresistas que éste implicaba, presentaron diferentes matices en su adhesión al ideal liberal surgido en Mayo y en la forma de aplicarlo durante la etapa constitucional. Se preocuparon fundamentalmente por poblar el territorio, ordenar legalmente el Estado, por el progreso económico y el desarrollo de la educación pública, especialmente la primaria, para lograr los cambios buscados. Insertaron claramente a la educación en un esquema político y social, afirmando que ella habilitaba para el ejercicio responsable de los derechos civiles y sociales. Para conseguirlo, consideraron necesario crear una polí-


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tica nacional de educación común y pública, que se encuadrara en el marco constitucional. La Constitución había puesto a la educación primaria bajo el auspicio del gobierno federal en colaboración con las provincias, debían actuar simultánea y mancomunadamente. Se buscó imponer un régimen de subvenciones que asegurara a las provincias cumplir con el plan de educar al pueblo, facilitarle el participar de las ventajas sociales a que tenía derecho y prepararlo para participar del sistema democrático. Por lo tanto, la democratización de la enseñanza era el problema fundamental que se planteaban.

P RINCIPAL

IMPULSOR EN EL ORDEN NACIONAL

Su principal impulsor fue, sin dudas, Domingo Faustino Sarmiento. Nacido en 1811, se formó bajo los ideales de Mayo. Gran conocedor de la realidad del país, fue fundamentalmente un reformador. Junto con Bartolomé Mitre, trataron de impulsar la educación apartándola de los vaivenes políticos, lo que no siempre se logró. Su concepción pedagógica no fue cerrada ni rígida sino eminentemente social y política. Tendía a fundamentar una incipiente democracia. Con una agresiva campaña educacional, buscó frenar la barbarie. En 1842, decía que «la instrucción primaria es la medida de la civilización de un Pueblo».1 Consideraba indispensable a la escuela común para educar al pueblo argentino, «el soberano». Estaba seguro que su generación, era la encargada de fundar la República y el futuro gobierno y que «eso se funda exclusivamente en las escuelas» (27-VI-1858). 2 Su idea de la supremacía de la educación primaria sobre toda otra educación para lograr el desarrollo de los pueblos, se tradujo durante su gobierno, en una siembra de escuelas por todo el país. Estaba convencido de que la escuela, en su acción diaria, debía actuar sobre el espíritu de los niños, formando su físico, sus gustos y, especialmente, sus inclinaciones naturales. Afirmaba, también, que por medio de la educación, se debía realizar «la colonización social que se hace introduciendo las ideas que queremos hacer prevalecer en nuestro pueblo». 3

1 2 3

Levene R.: Historia de las ideas sociales argentinas Cap. V. p. 128. Levene R. op. cit. p. 129. Levene R. op. cit. p. 131.


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Educar al soberano: Domingo Faustino Sarmiento. Su bicentenario

La educación para todos, fue su bandera contra la ignorancia, para transformar la sociedad argentina y forjar una conciencia de su personalidad en el mundo. Su lema era: «Hacer de toda la República una escuela donde todos aprendan, donde todos se ilustren para la felicidad de todos». 4 Tuvo como idea fija, la necesidad de la escuela como medio de reducir el analfabetismo y promover el progreso. En una carta que enviara a vecinos de Chivilcoy que gestionaban la instalación de una escuela pública, les indicaba, en 1856: «eduquemos la tierra y los niños, que la tierra inculta es la que ha inspirado todavía horribles pensamientos y alimenta odiosas pasiones».5

E DUCAR

AL SOBERANO EN LA MIRA

DE LOS GOBIERNOS LIBERALES TUCUMANOS

A pesar de la convulsionada situación política que vivía la provincia después de Caseros, con la disputa por el poder entre el último gobernador rosista, Celedonio Gutiérrez, y los grupos liberales triunfantes, la educación acaparó un lugar preponderante en la atención de estos últimos. Este interés educativo, marcaba una notable diferencia con la nula preocupación que manifestaron los gobiernos de los años anteriores. En octubre de 1852, el gobernador Alejandro Espinosa, primer gobernador de corte liberal, criticaba esta falta de interés. Decía que Gutiérrez, había «manejado y dispuesto de las rentas públicas sin cuenta ni razón, extinguido todo elemento de civilización que son las escuelas primarias en la ciudad y campaña, en donde no se ha encontrado una sola, a su salida».6 A fines de este año, en su mensaje a la Legislatura, volvía a afirmar que «una sola escuela pública ni tuvo ni dejó el ex gobernador Celedonio Gutiérrez»; y que en los diez años de su gobierno, la juventud de segunda clase se ha presentado al teatro de la vida con algunas maneras que se conservan desde sus mayores: ignorantes y sin medio de entretenimientos honestos, se entregan los jóvenes a desórdenes para no sentir la pobreza y miserias de un alma tan llena de deseos, como vacía de nobles satisfacciones.7 4

Levene op. cit p. 131. Gobierno de Córdoba: La Correspondencia de Sarmiento 1ª serie Tº 2 p. 52. 6 AHT. SA. 1852 Vol. 73 f. 214. 7 Manuel Lizondo Borda: Historia de Tucumán. Siglo XIX. Tucumán, Argentina, 1948 p. 201. 5


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S. E. Formoso: El ideal educativo de Sarmiento en Tucumán

Encontramos aquí claramente expresada, la importancia que como agente civilizador tenía para los liberales, la escuela primaria. Para paliar estas falencias y con el propósito de organizar administrativamente la provincia, Espinosa sancionó un Estatuto Provincial en 1852. Otra de sus medidas a favor de la educación, fue la creación de una Junta Inspectora de Escuelas, para sistematizar, planear e inspeccionar la educación primaria. Su labor, llevaba a esperar un resultado ventajoso que reemplazara el oscurantismo de la época de Rosas. Esta Junta presentó a la Sala de Representantes, un Proyecto de Ley para instalar una escuela primaria, la escuela del «Convento de San Francisco». El proyecto fue convertido en Ley y el Poder Ejecutivo, al afectar los fondos públicos necesarios, los hizo extensivos a dos escuelas por Departamento. También se autorizaba la dotación de una o dos escuelas de niñas, en la ciudad y lugares poblados de la campaña. El Estado se haría cargo de la provisión de libros, tinta y papel para los alumnos.

L A E DUCACIÓN PRIMARIA

A PARTIR DE

1853

Hacia estos años, la educación empezó a ser tratada en forma moderna; se dio un primer intento de sistematización en la nueva Constitución y de otorgarle una función social y política. La democratización de la enseñanza era un problema fundamental del momento, para el pueblo participara de las ventajas sociales y políticas a que tenía derecho. La provincia, en su afán de adaptarse a los postulados constitucionales y al respeto por las tradiciones, debió afrontar una serie de problemas que fomentaban un alto grado de analfabetismo y que era necesario modificar.

P ROBLEMAS

A VENCER

Los problemas que se advirtieron en la Provincia para lograr el objetivo liberal de educación pública, no fueron muy diferentes de los muchos dejados por el régimen rosista en todo el país. Tucumán, para poder adaptarse a los postulados de la Constitución del 53 en materia educativa, y dentro del marco de las tradiciones, debió enfrentar: el alto analfabetismo; la inadecuada preparación de los maestros y su escaso número; magras remuneraciones, edificios inadecuados; el notable desajuste en la educación impartida a ambos sexos; la escasa concurrencia de alumnos a clase; los


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exiguos presupuestos; el limitado número de escuelas, especialmente en la campaña, etc. A causa de la falta de maestros especializados, la enseñanza se encontraba en manos de personas con conocimientos elementales de lectura, escritura y cálculos. No existían en el país, instituciones de formación y capacitación docente. La labor de estos maestros fue una especie de apostolado ya que la retribución que recibían era por demás escasa. Estas bajas remuneraciones, como otros problemas de índole económica que afrontaba la educación, se debieron a que no estaba contemplada en los presupuestos provinciales. La falta de presupuesto se manifestaba, también, en: la escasez de escuelas y de edificios adecuados, de útiles y equipamiento. El acceso a la educación era muy diferente para varones y mujeres, se priorizaba a los primeros. Se dedicaba a la mujer a las tareas domésticas y maternales, su formación era más bien de tipo doctrinal y práctica. Ella no votaba. Había casi una total indiferencia pública por educarse, producto de la falta de conciencia de los padres. Muchos ocupaban a sus hijos en tareas agrícolas ganaderas, especialmente de la caña de azúcar. Por lo tanto, era una constante la inasistencia de los alumnos a clase. Todos estos problemas fomentaron un alto analfabetismo y presentaban una realidad adversa al plan liberal de «educar al soberano». Es así que los gobiernos de este signo se abocaron a presentarles batalla, no siempre con éxito. La búsqueda de soluciones empezó ni bien dictada la constitución de 1853. Se trató de enfrentar los inconvenientes uno a uno. Durante la presidencia de Sarmiento y, uno o dos años después, se notó una mejora y un crecimiento en el número de escuelas, que decayó momentáneamente, después. Del 80 en adelante, hay un nuevo impulso en el que se tratará de organizar la educación primaria con las leyes de Educación Común, provincial y nacional, basadas en las experiencias de legislaciones anteriores, censos escolares y el Congreso Pedagógico de 1882.

EN

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Dijimos que los problemas se fueron enfrentando uno a uno a partir del dictado de la Constitución que ponía en práctica el plan liberal educativo.


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Creación de escuelas.— Hacia 1855, no existía en la provincia, una sola escuela de primeras letras para la enseñanza gratuita, como lo exigía la Constitución Nacional. Es así, que el gobernador José María del Campo considerando que era uno de los principales deberes del Gobierno «poner los medios de corregir el atraso de los niños pobres para sacarlos de la humilde condición que los coloca la falta de educación primaria», decretó establecer en el edificio del convento de La Merced, bajo la denominación de «Escuela de la Patria», una escuela de primeras letras gratuita, para la enseñanza de 80 niños pobres. En ella, se enseñaría: lectura, escritura, cálculo y doctrina cristiana.8 En esta creación, está presente el ideal social del plan liberal. Del mensaje anual del gobernador Agustín Justo de la Vega, a la Sala de Representantes, en 1857, se desprende que la instrucción pública se encontraba todavía atrasada en la provincia, o más bien, podía decirse que no existía. Solo había tres escuelas de primeras letras costeadas por el tesoro público: una en la ciudad, otra en Monteros y la tercera, de reciente creación, en Medinas. Existían además, en la ciudad, una escuela gratuita a cargo del Convento de San Francisco (proyectada a fines del gobierno de Gutiérrez y puesta en marcha durante el de Espinosa), y dos establecimientos particulares. Otras instituciones de este tipo, aunque muy pocas, se desempeñaban en la campaña. En todas estas escuelas, se educaban alrededor de 250 niños. Estos datos, al decir del gobernador, evidenciaban la urgencia que había de dictar las medidas necesarias para dotar a la provincia de escuelas que difundieran la instrucción primaria, «base de todo progreso, y que realicen el precepto constitucional que manda establecer la educación primaria gratuita». Agregaba que en cada Departamento, eran necesarias dos escuelas cuando menos, pero que para hacerlo convenientemente, eran menester cinco o seis mil pesos anuales, cuyo gasto no podía soportar en esos momentos el tesoro.9 Las escuelas particulares, cumplieron una encomiable labor, atendiendo en sus aulas no sólo a alumnos que pagaban por su instrucción sino a numerosos niños pobres, que asistían en forma gratuita. Los medios eran escasos, no obstante contar con el aporte de los padres que pagaban la 8

R. Cordeiro y C. Viale: Compilación Ordenada de Leyes, Decretos y Mensajes del período Constitucional de la Provincia de Tucumán que comienza en el año 1852, recopilados y ordenados por… Vol. 1 1852-1856 p. 288-289. 9 R. Cordeiro y C. Viale op. cit. Vol. I p. 7-8.


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instrucción de sus hijos y los preceptores se vieron obligados a recurrir al gobierno en busca de apoyo pecuniario y en algunos casos, recibieron apoyo estatal. Es destacable el esfuerzo de la Sociedad de Beneficencia que, en 1859, estableció dos escuelas para niños una gratuita y otra pagada. La Constitución provincial de 1856, creó escuelas municipales de instrucción primaria, las que sufrieron los mismos inconvenientes que las provinciales. Las cosas parecían haber mejorado hacia 1860, en su mensaje a la Legislatura, el gobernador Marcos Paz afirmaba que: «las escuelas de primeras letras se han aumentado considerablemente en toda la Provincia, no hay ya un solo Curato, que no tenga una escuela gratuita costeada por el Estado».10 Todas ellas estaban destinadas a varones, aunque el Gobierno se había hecho ya el propósito de acabar con la discriminación que afectaba al sexo femenino. Así lo demostró, al apoyar el proyecto de la Sociedad de Beneficencia de crear escuelas para niñas. Esta idea de la revalorización de la mujer en la sociedad, se manifestó desde un primer momento. El gobernador Espinosa, en 1852, había dicho en la Sala de Representantes que el Poder Ejecutivo también quería que «el hermoso sexo que hace las delicias del hombre, y el principio fecundo de las buenas impresiones en los hijos, sea igualmente educado y enseñado y —agregaba— es universalmente reconocida su poderosa influencia, luego el Gobierno debe prepararla para que ella sea buena». 11 En adelante, a pesar de las marchas y contramarchas que sufrió la educación, como consecuencia de los vaivenes políticos, su evolución fu favorable. En 1871, las escuelas de la provincia habían ascendido a 96: 49 del Gobierno, 19 de la Municipalidad de la Capital, 5 de la de Monteros y 23 particulares, a las que concurrían 5.865 niños. 12 Ya en 1875, las escuelas costeadas por la Provincia eran 64, con una asistencia de 4.582 alumnos. 13 Este año, coincidente con la presidencia de Sarmiento, puede decirse que fue el más floreciente para la escuela primaria provincial, en esta primera etapa liberal.

10 11 12 13

R. Cordeiro y C. R. Cordeiro y C. Arsenio Granillo: R. Cordeiro y C.

Viale: op cit. Vol. II 1857-1861 p. 300-301. Viale op. cit. Vol. I p. 93-94. Provincia de Tucumán p. 266. Viale: op. cit. Vol. VI , 1875-1879 p. 163.


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En los años posteriores y hasta 1880, declinó su impulso, quizás por la idea de que la instrucción era una gracia, otorgada por los gobiernos y no un derecho y la base fundamental de nuestro sistema de gobierno. Un 30% de los niños no concurría a la escuela y el número de ellas era la tercera parte que en 1875.14 Presupuestos y Subvenciones.— Los gobernantes de la era constitucional, comprendieron que la provincia marcharía progresivamente hacia su mejora natural y moral, sólo a través de la educación y, para su desarrollo, pidieron subvenciones, crearon impuestos exclusivamente destinados a tal fin y, hasta vendieron la tierra pública, para lograr los fondos necesarios. Se buscaba difundir en toda la provincia, escuelas gratuitas que beneficiaran a los pobres. El esfuerzo y los sacrificios realizados fueron desmedidos y se canalizaron poco a poco. En la década del setenta, los presupuestos incorporaron a la educación pública en sus detalles anuales y con el tiempo, los presupuestos se incrementaron con subvenciones nacionales. Estas no solo favorecieron a las escuelas provinciales sino también a las municipales, nocturnas para adultos, y algunas privadas. Las subvenciones nacionales, alcanzaron también a las bibliotecas populares, que constituyeron un valioso auxiliar y complemento de la cultura del pueblo. Más adelante, se establecieron en las provincias interesadas, escuelas costeadas íntegramente por el Gobierno Central. En el año 1869, durante la administración del doctor Uladislao Frías, puede decirse que recién se empezó a organizar la instrucción popular. Desde entonces, los presupuestos provinciales designaron recursos con este objeto, que aumentaron rápidamente. Llegaron en 1871, a una cantidad que no se podía exceder, sin desatender las demás necesidades indispensables de la administración.15 Es preciso aclarar que antes de esos años, la Provincia carecía realmente de recursos suficientes en todos los rubros, no sólo para educación. Los presupuestos y subvenciones contemplaron, también, otro aspecto de la promoción social y cultural de la población, las becas para aquellos que no podían acceder a la educación pos sus propios medios. Fueron bastantes numerosas y frecuentes. El hecho de que 1875, marcara un jalón en la instrucción pública tucumana, es indudablemente un producto de la apoyatura económica recibida, 14 15

AHT SA. 1880 Tº 2 Vol. 143. f. 497-508. R. Cordeiro y C. Viale op. cit. Vol. V 1873-1874 p. 18.


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especialmente durante la presidencia de Sarmiento. Prueba de ello es el mensaje del Ejecutivo a la Legislatura de 1876, que decía: El constante esfuerzo del Gobierno tiende a dotar a las escuelas, de maestros más morales e instruidos, de edificios más adecuados, de materiales escolares más perfectos y abundantes y, sobre todo, de un sistema educacional consagrado por la ciencia y por la práctica de las naciones de más avanzada cultura. Es por eso, que notareis que casi sin aumentar el número de establecimientos de educación, crece anualmente la suma destinada a su fomento. La mejora en el personal docente y en los elementos escolares, demanda como es natural, mayor erogación.16

Durante la década de los 70, los pobladores organizados en Juntas vecinales, lograron apoyo económico particular. Al terminar la misma, el apogeo educativo decayó junto con el erario. Formación y capacitación docente.— El desarrollo que se intentaba dar a la escuela primaria no podía lograrse, sin maestros capaces de poner en práctica las ideas pedagógicas sustentadas por la política liberal. Quizás éste fue el aspecto más difícil de solucionar. Los maestros y preceptores educaban sin ninguna preparación pedagógica, escasamente sabían poco más que sus educandos a quienes impartían nociones de cálculos, lectura y escritura. Se apoyaban más en un gran amor a la docencia que en sólidos conocimientos. Esto se daba, no por falta de empeño sino porque en todo el país no existían establecimientos destinados a su formación profesional. Solamente un grupo de maestros extranjeros radicados en la provincia eran los únicos con mayor preparación. Pero su labor se vio dificultada por barreras idiomáticas y de idiosincrasia y los pobres sueldos que percibían. La creación de las Escuelas Normales, de las cuales, una, se estableció en Tucumán en 1875, marcó un gran paso en el progreso de la educación común. Los preceptores en ejercicio, podían graduarse en ella. El Gobierno consideraba que todos los encargados de impartir instrucción debían tener preparación profesional y dictó un decreto el 15 de junio de 1875, reglamentando el año escolar para permitirles esa capacitación, Obligaba a maestros y auxiliares a concurrir, en turnos trimestrales, a recibir instrucción pedagógica. Se organizaron, también, otros eventos tendientes a ampliar la capacitación docente.

16

R. Cordeiro y C. Viale op. cit.Vol. VI p. 1875-1879 p. 159-171.


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Obligatoriedad y gratuidad.— Para cumplir con el objetivo de que la mayor cantidad de niños en edad escolar recibieran instrucción, se procuró darle el marco legal correspondiente. En 1852, la Sala de Representantes presentó un proyecto de ley «sobre el establecimiento de la enseñanza primaria, con la condición de que ella sea gratis» y destinada a niños pobres, a quienes además se les proveería de papel, tinta y libros. 17 Aunque no se llegó a sancionar, se puede advertir que la instrucción pública destinada a niños de «segunda clase», tenía como uno de sus postulados principales, el ser gratuita. Esta gratuidad, no sólo beneficiaría a alumnos pobres sino a todos los niños en edad escolar. Por su parte, la obligatoriedad fue contemplada desde muy temprano, se reglamentó en 1861 y, de allí en más, su modo de aplicación. Presentó numerosos escollos y la tarea de hacerla cumplir fue ardua, por el egoísmo y negligencia reprensible de algunos padres. El ausentismo escolar que se registraba, llevó a la casi extinción de algunas escuelas El control en un primer momento, estuvo a cargo de los comisarios, los preceptores y miembros de las Juntas Inspectoras de escuelas. Más adelante, fue necesario crear funcionarios pagados que actuaran sobre estos padres desidiosos, que fueron pasibles de multas y prisión ante el incumplimiento de su obligación. No solamente la indiferencia paterna era la causa de ausencia de los niños a clase. En la campaña, especialmente, había que tener en cuenta otros factores como: las grandes distancias, las inclemencias del tiempo, su afectación a tareas agrícolas, etc., que se pusieron de manifiesto en los resultados del Censo Escolar de 1869. Este recomendaba, como parte de solución a todos estos problemas, la unificación del horario escolar en un solo turno de cinco horas corridas. Si bien la tarea de retener al alumno en las aulas fue dificultosa, el Gobierno logró resultados satisfactorios, como lo demostró el Mensaje a la Legislatura de 1874, que informaba que con la obligatoriedad, se había conseguido aumentar en un 60% el número de alumnos asistentes a clase. No obstante este incremento decayó al final de la década del setenta, revirtiéndose a la situación anterior. Diferencias del acceso escolar según el sexo.— El afán de llevar instrucción escolar a todos los niños en edad escolar y la permanencia de ellos en las aulas, tenía que vencer la discriminación que sufrían las niñas para acceder a una educación formal. Una de las causas de ésta, eran los inadecuados edificios, ya que si se contaba de una sola habitación, gene-


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ralmente estrecha para albergar a un número considerables de niños, se prefería dar cabida a los varones; quedando las mujeres apartadas de la educación. El Gobierno constitucional se propuso desde un primer momento, revalorizar a la mujer en la sociedad, reconocieron el valor de su labor como madre y educadora «del soberano» en el hogar y, para ello, debía brindársele una educación adecuada. Si bien, la instalación de la Escuela Normal en nuestro medio, ayudó a sacar a la mujer del estado de ignorancia en que se encontraba, feminizó la enseñanza y le brindó la oportunidad de una salida laboral de la que carecía, no fue sino hasta bastante entrado el siglo XX, que las niñas se asimilaron a los varones en su acceso a la instrucción sistematizada. Reglamentos, leyes y planes educativos.— El impulso educativo no se podía realizar favorablemente, sin un continente legal. Así, como hubo preocupación por legislar para solucionar los distintos problemas que presentaba la realidad tucumana frente a los ideales educativos liberales, también la hubo por dictar leyes y reglamentos destinados a darle el marco legal necesario. En 1852 se creó la Junta Inspectora de Escuelas, encargada de sistematizar un proyecto general de enseñanza primaria que tuviera en cuenta: las necesidades del país y sus circunstancias; formar el presupuesto; inspeccionar el funcionamiento escolar y de enseñanza. El Gobierno, en 1857, dictó una ley que autorizaba la creación de escuelas públicas y reglamentaba su funcionamiento. Bautizaba como Escuela Central, a la establecida en la Capital y Escuelas Departamentales a las ubicadas en la campaña. Establecía el tipo de enseñanza a impartirse en una y en otra, los locales escolares, el sueldo de los maestros y los útiles necesarios que serían costeados por el Estado. Nombraba una Junta Inspectora de Escuelas en la Capital y otras, para las escuelas departamentales, con iguales atribuciones que la anterior. El 3 de septiembre de 1870 y el 21 de abril de 1871, se emitió reglamentos para las escuelas estatales, que regulaban la enseñanza en todos sus aspectos, como también, sus organismos de inspección. El último, establecía la Inspección de Escuelas y el Consejo de Instrucción Pública que debían mejorar y controlar la educación y a sus miembros, etc. Consideramos que el más importante de los reglamentos dictados en los años setenta, fue el de julio de 1872, seguramente surgido de los resultados del Censo de 1869, decretado por Sarmiento. Entre sus puntos sobresalientes


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se destacan: sistema mixto para todas las escuelas del estado; (varones de 7 a 15 año y mujeres de 7 a 11 años); división de las escuelas primarias provinciales en de primeras letras y de gramática. Según un decreto de octubre de 1875, las escuelas particulares también quedaban sujetas a esta reglamentación y su control estaría a cargo de las Municipalidades y, donde no las hubiese, en manos de las autoridades que designase el Ejecutivo. Derogaba el reglamento anterior y disposiciones contrarias.18

UN

NUEVO IMPULSO A PARTIR DR

1880

Dijimos que a fines de los setenta el impulso educativo decayó, los problemas educativos mencionados, volvieron a aparecer. El panorama no era nada alentador y para solucionarlo era preciso dictar una reglamentación adecuada. A partir de 1880, se inició un período de grandes realizaciones en el aspecto educativo como: creación del Consejo Nacional de Educación en 1881, la reunión del congreso Pedagógico en 1882, el Censo Escolar de 1883, que culminaron con la promulgación de las leyes de Educación Común Provincial y Nacional en 1883 y 1884, respectivamente. El impulso educativo fue retomado por los gobiernos tucumanos bajo la administración de Julio Argentino Roca, a nivel nacional. Reconocido liberal que resumirá su plan de gobierno en las palabras: «Paz y Administración». Las provincias se manejaron con gobernadores adictos a su programa. La gestación de la Ley de Educación Común, se originó en un decreto que suscribió el presidente el 28 de enero de 1881, por el que se creaba un Consejo Nacional de Educación, para las escuelas de la recién federalizada Buenos Aires, en reemplazo de la Dirección de Escuelas de la Provincia. Fue presidido por Sarmiento como superintendente general, éste no duró mucho en el cargo por los continuos choques que tenían con los vocales.19 En 1882, entre marzo y abril, se reunió en Buenos Aires el Congreso Pedagógico argentino, que se concretó durante la gestión de Eduardo Wilde.

17 18 19

Cordeiro R. y C. Viale op. cit. Vol VI 1875-1879 p. 97. Cordeiro R. y C. Viale op. cit. Vol. IV 1868-1872 p. 372-386. Congreso de la Nación: Diario de Sesiones del Senado 1881 Tº 1º p. 482-483.


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Educar al soberano: Domingo Faustino Sarmiento. Su bicentenario

C ONGRESO P EDAGÓGICO El 25 de diciembre de 1881, se invitó al gobernador de Tucumán para que designara un representante a esta reunión. Con la invitación se buscaba «interesarle a prestar su cooperación más eficaz a la realización de un propósito eminentemente civilizador y patriótico de que nos han dejado ejemplo, en los últimos años, las naciones más adelantadas de uno y otro continente» y agregaba que «la importancia del acto, por su significación social y por sus resultados para la enseñanza y educación popular quedan fuera de toda discusión».20 Tucumán respondió pronta a la invitación y envió como su representante al inspector General de Escuelas, profesor Delfín Jijena. El Congreso tuvo como presidente honorario a Sarmiento. Se perfilaron ya en él, las tendencias de liberales y católicos que sostendrían intensas luchas legislativas y periodísticas en los tiempos de la promulgación de la Ley 1.420. Con esta reunión, se buscaba estructurar un cuerpo de doctrina que fuese la base para elaborar la ley de educación común. Entre sus conclusiones figuran: la obligatoriedad de la instrucción primaria para niños de 6 a 14 años, construcción de escuelas rurales, establecimiento de escuelas de adultos en los cuarteles, buques, cárceles y fábricas, etc. Las escuelas gozarían de rentas propias y estarían dirigidas y administradas por una dirección colegiada o unipersonal capacitada. Se prepararía al personal docente acordándosele una remuneración equitativa. En lo que respecta al método, el maestro debía dirigir el modo de ejercitar las facultades que correspondiesen a la enseñanza que se quisiera implantar. La educación debería responder a normas de organización e higiene escolar adaptadas a un principio nacional, en armonía con las instituciones del país. Todas estas medidas, se reflejaron en las leyes de educación común provincial y nacional. Era necesario conocer fehacientemente el estado de la instrucción pública en todo el país para partir sobre bases firmes en su organización. Por iniciativa del senador tucumano, Eudoro Avellaneda, se realizó un censo.

20 Sánchez Loria H. y M del Moral: Compilación Ordenanda de Leyes.. op. cit. Vol VIII 1881-1882 p. 247.


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C ENSO ESCOLAR

DE

1883

Su relevamiento, fue ordenado por una ley del Congreso de junio de 1883. Se buscaba conocer: el número de niños en edad escolar (5 a 14 años), existentes en el país; subvenciones recibidas; estado y número de los locales escolares y útiles y material pedagógico existente en el medio. Con respecto al grado de alfabetismo, se debía especificar cuántos sabían leer y escribir, dónde aprendieron; cuántos leían o escribían solamente; el número de analfabetos, nombre, nacionalidad y domicilio de los padres, tutores o encargados.21 Tucumán, colaboró eficazmente en su realización. Se planeaba realizarlo cada dos años. Si nos referimos a la calidad de la enseñanza brindada por esos años, ya había personal regularmente preparado y dirigido que educaba más niños de los que la Comisión de Educación aconsejaba. En cuanto a los edificios escolares, mostraban una situación precaria. La educación tampoco contaba con lo elementos necesarios. Toda política educativa debía encuadrarse en el marco jurídico de la Constitución del 53 y su posterior reforma de 1860, que dejaban en manos de las provincias el cuidado de la escuela primaria. El gobierno tucumano se abocó, a partir de 1880, a tratar de organizar la enseñanza primaria en su territorio, partiendo de las tradiciones. Para lograrlo, debió salvar el escollo de los diversos problemas ya analizados en los años setenta, que habían vuelta a aflorar.

L A L EY

DE

E DUCACIÓN C OMÚN

TUCUMANA

Con los postulados del Congreso Pedagógico y los resultados del Censo Escolar, la provincia buscó darle a la educación primaria: nacional, provincial, municipal y privada, una ley que la rigiera. Así lo hizo el 12 de agosto de 1883, con el número 492, un año antes que la nacional. Establecía: una enseñanza gratuita y obligatoria que abarcaría ocho años para los varones y seis para las mujeres, empezando a la edad de seis años. Sobre el aspecto religioso, que tanto problema acarrearía al estudiarse la ley nacional, lo dejaba de lado. Solo decía que los padres estaban obligados a dar el mínimo de instrucción fijados para las escuelas comunes, teniendo en vista la necesidad esencial de formar el carácter de los hombres por la 21

AHT. SA. 1883 Tº 2 Vol. 158 f. 365.


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enseñanza religiosa y de las instituciones republicanas; respetar las creencias de los padres de familia, ajenos a la religión católica. Nuestra provincia ya había empezado a sentir los efectos de la política inmigratoria. Aceptaba que la instrucción primaria pudiera ser recibida en casa de los padres o tutores, en las escuelas comunes o en establecimientos particulares. Si los padres o tutores no cumplieran con lo establecido por la Ley, serían obligados por la fuerza pública, multados o enviados a prisión. La dirección y administración de las escuelas, estaría a cargo de una Comisión Central de Educación, que reglamentaría la educación provincial. También reglamentaba la realización anual de un censo escolar en cada jurisdicción.22 Cuando en 1884 se dicta la Ley Nacional 1420, el gobierno provincial debió tratar de adecuar la suya a ésta, mediante un reglamento que según el vespertino El Orden del 8 de agosto de ese año, más que un Reglamento «es un plan de estudios, adoptado por las escuelas comunes». Agregaba que con él, podía decirse que recién había «quedado definitivamente organizada y de un modo uniforme la enseñanza primaria en toda la Provincia de acuerdo con las bases establecidas al respecto por el Ministerio Nacional del ramo». A continuación, aludía a la nueva Ley nacional, que establecía la instrucción dividida gradualmente, conforme este primer período de educación común, permitiendo a los padres, posteriormente, enviar sin problemas a sus hijos al Colegio Nacional, si así lo deseaban. Indicaba, que posiblemente fuera Tucumán, la primera provincia en ajustar su plan general de enseñanza primaria a las bases establecidas por la Ley 1420 y entrar de lleno, en el camino de los propósitos nacionales a favor de la educación.23 La Constitución provincial del 16 de septiembre de 1884 en su artículo 172, decía sobre la educación común, que la leyes que organicen la educación deberían ajustarse a las siguientes reglas: La educación común es gratuita y obligatoria, La dirección y la administración de las escuelas comunes serían confiadas a un Consejo de Educación, La administración local y el gobierno inmediato de las escuelas comunes, estarían a cargo de sus respectivas Municipalidades, Se establecerían contribuciones y rentas propias de la Educación Común, que aseguraran su sostén, difusión y mejoramiento.24 22

AHT. Secc Adm. 1883. Tº3 Vol. 159 f. 196-210. El Orden, diario de Tucumán, 1884. 24 Boletín Oficial 1884 nº 9-nº 280 p.208; AHT. Secc. Adm. 1884 Tº3 Vol. 163 f. 382 v.; AHT Sec. Archivo de la Legislatura 1889 Leg. 39–As. 62, nº gral. 2676 f. 44-45. 23


S. E. Formoso: El ideal educativo de Sarmiento en Tucumán

LEY N ACIONAL

DE

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E DUCACIÓN C OMÚN Nº 1420

Con su promulgación, se buscó dar arraigo a la escuela primaria nacional. A pesar de que se dictó el 8 de julio de 1884 para la Capital Federal y los territorios y colonias nacionales, fue ampliando su radio de acción y se convirtió en uno de los factores que centralizaron y nacionalizaron la escuela primaria. Sus principios generales fueron: la escuela primaria tiene por objeto favorecer y dirigir simultáneamente el desarrollo moral, intelectual y físico de todo niño de 6 a 14 años de edad; La educación debía ser obligatoria, gratuita y gradual, adaptada a las necesidades del país. Como en la ley tucumana, la instrucción podía ser recibida en las escuelas públicas, particulares o en el hogar. De este modo, reconocía a las escuelas particulares, el derecho de impartir enseñanza. En el artº. 8 decía, con respecto a la enseñanza religiosa, que sólo podría ser dada en las escuelas públicas por los ministros autorizados de los diferentes cultos y fuera de las horas de clase. 25 El primer problema que planteó esta Ley, fue el ámbito de su aplicación. Se impuso el criterio de que si se extendía a toda la República, rompería el federalismo pues se desconocerían los principios constitucionales que aseguraban el deber y el derecho que tenían las provincias para organizar y legislar su enseñanza primaria. Otro problema que planteó fue el de la libertad de enseñanza en dos facetas importantes: la inspiración de la misma en la escuela pública y el control del Estado a las escuelas particulares. El aspecto de la Ley que mayores disputas planteó en la Legislatura nacional, fue el de la laicización de la enseñanza. Surgió así, la llamada cuestión religiosa. Durante dos años se debatió la Ley, especialmente, si debía incluirse en la instrucción obligatoria, la enseñanza religiosa. Los liberales o anticlericales, denominados así en contraposición a los católicos o clericales, afirmaban que de enseñarse religión católica en las escuelas, se estaría poniendo una traba a los hijos de inmigrantes que no profesaban esa creencia. Los católicos, por su parte, opinaban que de sacarse la enseñanza obligatoria de la religión en las escuelas, se atentaría contra la formación moral de los futuros hombres de la Patria y se iría contra la Constitución Nacional, que la había instituido como oficial.

25 Revista Documentos de Polémica nº 21 Ley 1420 p. 159-160 y Diario de sesiones de la Cámara de Diputados de la Nación, 1884 Tº III p. 793.


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Lo cierto era, que no se rechazaba la enseñanza de la religión en los locales escolares, sino que se la debía impartir fuera de las horas de clase. Por lo tanto, no se daba una «escuela sin Dios», como afirmaban los católicos, ni plantearía problemas de conciencia a los hijos de inmigrantes, como decían los liberales. Por estos años, concurrían a la escuela pública niños de ascendencia: sobre todo criolla, española, italiana, francesa e irlandesa, todos ellos, de origen católico y, los que no lo eran, como ser los ingleses y alemanes, era menor en número y muchas veces tenían sus escuelas particulares. La consecuencia inmediata de la laicización de la enseñanza, fueron los serios conflictos que surgieron entre los poderes político y eclesiástico, que alcanzaron nivel internacional, al suspenderse las relaciones diplomáticas con la Santa Sede por varios años, siendo reanudadas por el mismo Roca en su segunda presidencia. En nuestra provincia este problema no tuvo mayor repercusión. El diario El Orden, en su edición del miércoles 2 de julio de 1884, decía que el presidente se quejaba de los espíritus prevenidos y mal intencionados que, a toda costa y con propósitos puramente políticos, querían llevar el país a una lucha religiosa. Entre tanto, y casi al mismo tiempo, el doctor Benjamín Paz, presentó un proyecto de ley a la Legislatura provincial sobre Educación Común, en el que se establecía la instrucción religiosa. A pesar de ello, Roca siguió reconociendo como sus amigos políticos, a los que siempre lo fueron en Tucumán.26 Con fecha 16 de julio, la redacción del vespertino, afirmaba que no había situación religiosa en las escuelas «una vez que en la Ley de Educación para la Provincia, está establecida la instrucción religiosa en las escuelas costeadas por el erario público».27 El 30 de octubre, la redacción del vespertino reflexionaba que «no habrá otra cosa de por medio que cábalas y propósitos políticos, que se procuraba encubrir con el sagrado manto de la religión católica, acaso para hacerlos más simpáticos» y por ello, no se habían producido rupturas entre el gobierno nacional y provincias, que como Tucumán, habían implantado la religión católica en sus leyes.28

26 27 28

El Orden, diario de Tucumán, 1884. El Orden, diario de Tucumán, 1884. El Orden, diario de Tucumán, 1884.


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La aplicación de la Ley las autoridades debieron vencer otra vez las mismas dificultades que volvieron aparecer. Obligatoriedad escolar.— Para ponerla en práctica, nuevamente se chocó con la indiferencia de los padres y autoridades de campaña. Por suerte, las autoridades pertinentes tomaron rápida carta en el asunto y el 2 de septiembre de 1880, el ministro de Gobierno expresaba: El Gobierno interesado en que la educación se propague en el pueblo, para mejorar su condición y en el empeño de formar ciudadanos útiles para la vida pública, está dispuesto a hacer cumplir con todo rigor la Ley que declara obligatoria la educación popular, propendiendo así a que los ingentes gastos que hace el Tesoro público en el sostén de esas escuelas, tenga un resultado positivo. 29

A treinta años de la puesta en marcha del plan educativo liberal, vuelve a surgir la idea de la educación como agente de formación social y político. Los gobernantes seguían empeñados en vencer a la ignorancia y en poder llegar, por medio de la educación, a un voto conciente. Pero, a pesar de que las cosas parecían haber mejorado, aún permanecían en la provincia, en esos momentos, miles de niños sin instrucción. Pero los gobernantes seguían empeñados en vencer el analfabetismo, porque para llegar al ideal del voto popular conciente, de una manera permanente, era necesario educarse. Lo expuesto, denota un esquema político en la educación: la escuela, habilitaba para un ejerció responsable de los derechos civiles y sociales. Por lo tanto, era necesario crear una política nacional de educación común y pública que encuadrara en el marco constitucional. Régimen de subvenciones.— de nuevo en los 80: los presupuestos para educación eran exiguos, se carecía de recursos, los sueldos de los maestros eran pobres y los locales escolares, a pesar de los esfuerzos que se hacían por mejorarlos, seguían siendo insuficientes e inadecuados. El mensaje del gobernador en 1880, clamaba: Tenéis hoy 40.000 niños de quienes pudisteis, a pesar de los esfuerzos que se hacían por mejorarlos, hacer 40.000 ciudadanos, 40.000 obreros del progreso, pero ya el número os ha abrumado, porque necesitareis establecer 800 escuelas para darles instrucción y reparar el daño causado (…) haced entonces lo que podáis,

29

AHT. SA. 1880 Tº 2 Vol 143 f. 351.


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pero haced algo en este sentido señores diputados, os lo pido en nombre de la humanidad.30

Empezó nuevamente la lucha por mejorar los ingresos con la ayuda de particulares, tal es el caso de las Sociedades extranjeras. Años más tarde, el 2 de mayo de 1882, Sarmiento escribió al gobierno provincial sobre la ley de subvenciones, indicando que ésta tenía por objeto ayudar a la mayor difusión de la enseñanza primaria, teniendo en cuenta que la distribución de la riqueza no sigue las mismas reglas que las de la población que está acumulada en lugares donde la propiedad es de poco valor. Cuando menos recursos, ofreciera una provincia, mayor sería el auxilio que le estaba destinado.31

Sin embargo, si bien las subvenciones contrarrestaron en parte, las necesidades educativas, no dieron todos los resultados esperados porque se cometieron abusos y no lograron coordinar un accionar simultáneo de la Nación con las provincias. Preparación Docente.— El desarrollo que se intentaba dar a la escuela primaria no podría lograrse sin maestros capaces de poner en práctica las ideas pedagógicas que orientaron la política liberal. La capacitación general de los maestros, estaba muy lejos de ser eficiente. Carecían en la mayoría de los casos, de título y método, es decir de profesionalidad y el pago irregular de los sueldos y su exigüidad, hacían poco atractiva la enseñanza. Se buscó solucionar el problema con la realización de conferencias pedagógicas que unificarían los métodos de enseñanza en todas las escuelas. A causa de todos los inconvenientes que dificultaban la buena marcha de la instrucción pública, El Orden, con fecha 6 de diciembre de 1884, decía: que la educación podía librarse a las arcas humildes de una pequeña provincia ya que en las naciones más adelantadas del Orbe, esta protección se hace sentir más eficazmente, «pues la educación, como es notorio, es la que ha formado pueblo cultos, ciudadanos honrados, respetables matronas y sociedades modelos».32

30 31 32

Sánchez Loria H. y M del Moral op. cit. Vol VII 1880 p. 356-386. Sanchez Loria H, y M. del Moral op. cit. Vol. VIII 1881. 1882 p. 390-391. El Orden, diario de Tucumán, 1884.


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Las reflexiones del periodismo, pronto tuvieron eco en la sociedad tucumana. Se formaron sociedades particulares encargadas de fomentar la educación y la cultura. Una de ellas, es la «Sociedad Sarmiento», que fundó una biblioteca, una escuela nocturna para favorecer al desheredado de la fortuna, al pobre que le queda sólo la noche, para recibir la saludable enseñanza de la instrucción».33 La Sarmiento, era la sociedad que daría grandes logros culturales a la provincia, entre ellos, el haber sido el germen de la universidad. En sus integrantes ya se percibe la idea de llevar educación a todos los niveles de la sociedad, había que «educar al soberano». Hacia fines de los años ochenta, la prensa decía que la educación común es, hoy en día, una especie de preocupación en toda la República. Las autoridades preocúpanse con tesón de darle vigoroso impulso, mediante leyes y reglamentos que garantizan su eficacia. No es seguramente, Tucumán, de las provincias que más atrás ha quedado en esta materia. La Ley de Educación Común y el Reglamento General para las escuelas pueden, en verdad, servir de modelos y es halagador, constatar los esfuerzos que desde algún tiempo a esta parte, vienen haciendo las autoridades por el perfeccionamiento de las escuelas de la provincia y la reorganización de su marcha.34

El 25 de febrero de 1886, El Orden, al referirse a la educación intelectual de la provincia decía: Cuando un pueblo joven y con fuerza creadora suficiente desarrolla, al par que sus productos materiales, la cultura de sus habitantes con su vitalidad orgánica, se desenvuelve y desarrolla un proceso laborioso de instrucción moral y educación sana en las clases diversas de la sociedad, entonces puede abrigar, con fundada razón, grandes esperanzas sobre el porvenir de ese país, de ese centro de sociedad, ya sea grande o pequeño. Entonces se puede afirmar que hay progreso en su sentido legítimo.35

La educación «del soberano», estaba logrando el progreso que se proponía el plan liberal. Pro su parte, el general Roca al inaugurar 45 edificios escolares, el 11 de octubre de 1886, refriéndose a la educación, decía:

33 34 35

El Orden, diario de Tucumán,1884. El Orden, diario de Tucumán, 1985. El Orden, diario de Tucumán, 1886.


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La educación del pueblo no se discute ya. Es una necesidad social, un medio indispensable de progreso, una condición de éxito como Nación y el único camino que conduce a la urna libre, exenta de violencias y fraudes. Felizmente, señores, la República Argentina ha dado grandes pasos en ese sentido, y sus progresos materiales y morales, pueden medirse por el grado y extensión de su enseñanza. En materia de educación popular ocupamos el segundo rango en el continente americano, después de los Estados Unidos del Norte y no somos inferiores al de muchas naciones importantes de Europa.

Aseguraba, que faltaba aún mucho para alcanzar el punto óptimo y afirmaba que «levantar por medio de la escuela el nivel intelectual de esta masa, peligro y rémora de todo perfeccionamiento, debe ser la preocupación constante del patriotismo en el porvenir». Terminó pidiendo a las autoridades que le sucederían, al día siguiente, que se preocuparan por la educación como se había preocupado él en su administración porque, sólo así, «se llegaría a ser en un porvenir cercano, una Nación homogénea, rica y poderosa». 36 Lamentablemente, los mandatarios tucumanos que se sucedieron en los períodos siguientes, no siempre pudieron cumplir con esta promesa, porque los tiempos políticos se tornaron muy tumultuosos y el erario público tampoco estuvo en las mejores condiciones. La lucha de poder, de las distintas facciones de tendencia liberal, llegó al enfrentamiento armado y al abuso del recurso de las intervenciones federales. Este es el clima que imperó en el país y en Tucumán, hasta finales del siglo XIX y principios del XX. No obstante, algunos gobernadores, pudieron hacer algo en materia educativa.

G OBIERNOS C ONSERVADORES

A COMIENZOS DEL SIGLO

XX

Durante sus administraciones, se impulsaron obras de importancia. Las relaciones entre la provincia y el gobierno nacional, siguieron siendo las mismas que en los años 80, pues Roca seguía dirigiendo el país. Hay un despertar y un crecimiento del pueblo y se empezaba a darle una orientación práctica a la educación. En la primera década del siglo XX, se fundarán importantes establecimientos que delinearon una estructura moderna de enseñanza en Tucumán.

36

El Orden, diario de Tucumán, 1886.


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El último gobernador conservador en nuestra provincia, fue el doctor Ernesto Padilla. Asumió el 2 de abril de 1912, después de imponerse en las primeras elecciones llevadas a cabo con la ley Sáenz Peña. Adhirió al ideal de «educar al soberano», como lo manifestó en un discurso pronunciado en la localidad de Monteagudo, dijo: «la democracia necesita escuelas, mejor dicho talleres o laboratorios en que se la estudie o defina». Para él no era una palabra vana, sino un hecho social, su Partido buscaba educar la aptitud y suscitar el deber cívico para llegar al fin de la democracia. Pensaba que este fin, era realizar la justicia social entre los hombres.37 Sus reflexiones de muchos años en materia educativa, lo llevaron a tratar de reparar durante su gobierno, los errores ya puntualizados. Debió afrontar una terrible crisis económica producida por los coletazos de la Primera Guerra Mundial. A pesar de ello, su gobierno fue histórico por las realizaciones y brindó especial atención a la educación y la cultura. Regló la enseñanza de los oficios para darle al alumno, sobre todo al de la campaña, una salida laboral. Buscó concretar este propósito para conseguir una verdadera expansión social. Estaba convencido de que los métodos de enseñanza, que no tuvieran como objetivo fundamental llevar sus beneficios a los hogares, carecían de sentido. La idea era, que con la intervención mancomunada del pueblo y las autoridades, se cuidaran y fomentaran aptitudes de gobierno democrático, en el campo de la educación. Estaba convencido, de que era la causa educacional, la que ganaba con la mayor garantía de justicia popular para con el magisterio. La calidad de gratuita de la educación, comprendía más que una necesidad social, una conciencia política, como lo era la de elevar la cultura intelectual de los pueblos para conquistar el lugar que cada Estado ambicionaba.38 Nuevamente aparece aquí, la importancia de «educar al soberano», premisa del plan educativo liberal. Padilla y sus colaboradores, adherían a esta política y emprendieron cambios para solucionar los problemas que la frenaban. Se implementó un sistema de becas y de ayuda a los hogares de los niños cadenciados. Fundó nuevas escuelas y redistribuyó otras. Con la enseñanza de oficios, buscó 37

Guillermo Furlong: Ernesto Padilla. Su Vida. Su Obra, 1ª Parte UNT, Tucumán, mayo 1959, p. 263. 38 Publicación Oficial: 1er Censo Escolar de la Provincia de Tucumán (levantado el 15,15 y 17-IV-1915) Tucumán, 1916 p. VII-IX.


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ayudar a las economías familiares, etc. De esta manera, logró hacer trepar la matrícula escolar hasta niveles «más que significativos», así lo indica, el diario La Gaceta del 4 de agosto de 1987, al realizar una valoración de su gobierno.39

V ALORACIONES

FINALES

La implementación del plan educativo liberal, a nivel nacional como provincial, presentó muchas dificultades. La Constitución había puesto la instrucción primaria bajo los auspicios mancomunados del gobierno federal en colaboración con las provincias. Tanto uno como otras, trataron de ir solucionándolos. Algunos de los frutos obtenidos fueron: el dictado de las leyes de Educación Común: provincial en 1883 y nacional en 1884, basadas en reglamentaciones anteriores, en los censos escolares de 1869 y 1883 y en el Congreso Pedagógico de 1882. El momento más importante para la educación primaria tucumana en el siglo XIX, fue el año 1875, en el que el estado llegó a costear 64 escuelas y se logró una asistencia de 4.552 alumnos, durante la presidencia de Sarmiento, principal impulsor del plan de «educar al soberano», luego decayó. La denominada Generación del 80, retomó la iniciativa y, es así, que se llegó a finales del siglo, con una población bastante más conciente de la importancia de instruirse y con condiciones educativas, más adecuadas al plan gubernamental. Es así que el diario El Orden, en su edición del 25 de febrero de 1886, al referirse a la educación intelectual de la Provincia decía: Cuando un pueblo joven y con fuerza creadora suficiente, desarrolla al par que sus productos materiales, la cultura de sus habitantes con su vitalidad orgánica, se desenvuelve y desarrolla un proceso laborioso de instrucción moral y educación sana en las clases diversas de la sociedad, entonces puede abrigar con fundada razón, grandes esperanzas sobre el porvenir de ese país. Entonces se puede afirmar que hay progreso legítimo.40

39 La Gaceta, diario de Tucumán: «1912-1917: Bajo la Ley Sáenz Peña. Padilla en el Gobierno». 4-VIII-1987. 40 El Orden, diario de Tucumán, 1886.


S. E. Formoso: El ideal educativo de Sarmiento en Tucumán

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Por su parte, el 11 de octubre del mismo año, el presidente de la República, el general Roca decía refiriéndose a la educación, que era un tema sin discusión, «una necesidad social, un medio indispensable de progreso, una condición de éxito como Nación y el único camino que conduce a la urna libre, exenta de violaciones y fraudes. Felizmente señores, la República Argentina ha dado grandes pasos en este sentido, y sus progresos materiales y morales, pueden medirse por el grado de extensión de su enseñanza». Aseguraba, que faltaba mucho por hacer, por ello, «levantar por medio de la escuela, el nivel intelectual de esta masa, peligro y rémora de todo perfeccionamiento, debe ser la preocupación constante del patriotismo en el porvenir».41 En el siglo XX, dentro de sus posibilidades, los gobiernos continuaron aplicando el plan educativo liberal. Los primeros años fueron políticamente conflictivos, se vivieron muchas interrupciones institucionales, que hicieron bajar el impulso de los ochenta y en los noventa, la política educativa empezó a frenarse, por estos motivos. En la década del diez y bajo el imperio de la Ley Sáenz Peña, Ernesto Padilla, último gobernador conservador en aplicar la política liberal educativa, impulsó la educación primaria en la provincia, solucionando los problemas que presentaba y preocupándose en la dignificación y preparación de los maestros; la construcción de locales escolares específicos para su función, el uso de programas adecuados, etc. En el período correspondiente al siglo XIX, la política educativa liberal se preocupó fundamentalmente de acercar la instrucción primaria a la mayor cantidad de niños posible, de preparar a sus educadores y dictar la legislación adecuada. En el siglo XX, se dio un paso más adelante con la preocupación por brindar a las escuelas, edificios pensados para su fin específico y en la confección de programas de estudio, que contemplaran algo más que los rudimentos de aritmética, lengua y formación cívica. Se pensó, también, en brindarle a los alumnos, especialmente los de las zonas rurales, nociones artesanales y de cultivos adecuados a la zona en que se ubicaba su escuela. Al finalizar nuestro estudio, podemos afirmar que los ideales de lograr un cambio social y en la educación política del pueblo por vía de la educación primaria, nacieron con la Revolución de Mayo, crecieron con la Generación del 37, se aplicaron en el período constitucional, constituyeron una bandera de la Generación del 80 y se perfeccionaron, en nuestra pro41

El Orden, diario de Tucumán, 1886.


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vincia, con un miembro de la llamada Generación del Centenario, el doctor Padilla. Sobre su obra educativa, dijo la directora de la Escuela Superior Belgrano nº 1, en 1937: Al inolvidable continuador de la obra del gran Sarmiento en el orden provincial ya que, compenetrado del más alto y puro concepto de Patria, y verdadero nacionalismo, pobló de escuelas el suelo de nuestra histórica y benemérita Tucumán.

Agregaba que, como fiel intérprete del genial cuyano, fundó la escuela bajo su dirección, porque sabía que con una institución de esta índole, se plantaba una baluarte contra la ignorancia y que, lógica flor de esa acción cultural, era la íntima y perdurable gratitud de centenares de padres de niños que recibían los beneficios del saber, siendo útiles a la Patria, a la sociedad y a sí mismos.42

Como última reflexión diremos que cuando existe un plan, que es sostenido por distintos gobernantes, pueden conseguirse grandes logros a pesar de las dificultades.

42

AHT. Archivo Ernesto Padilla, Carpeta nº 39, f. 416.


A. Nicolini: Sarmiento y la cuestión de la capital de la República

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Sarmiento y la cuestión de la capital de la República

por Alberto Nicolini

ara Carlos III en 1776 y para Nicolás Avellaneda en 1880 la cuestión que nos ocupa no ofrecía dudas: Buenos Aires debía ser la sede del Gobierno que rigiera los territorios «platenses», entendiendo con ello «el Paraguay», la cuenca del Plata, el «cono sur», la Confederación o la República Argentina. En agosto de 1776, el rey nombró a Pedro de Cevallos Virrey y Capitán General de Buenos Ayres, Paraguay y Tucumán, Potosí, Santa Cruz de la Çierra, Charcas… y, además, los territorios que eran jurisdicción de las ciudades de Mendoza y San Juan, hasta entonces dependientes de Chile. Cevallos ya había sido Gobernador de Buenos Aires entre 1757 y 1766 y, durante ambas gestiones, había desalojado a los portugueses de la Colonia del Sacramento. Un año después, en octubre de 1777, el rey nombró un nuevo virrey Juan José de Vértiz y Salcedo quien llegó a Buenos Aires en 1778 y ocupó esas funciones hasta 1784. Como sabemos, el reemplazo de la autoridad virreinal por una Junta de vecinos de Buenos Aires se produjo el 25 de mayo de 1810 y, de ahí en adelante, los llamados «gobiernos patrios» residieron en esa ciudad. Entre diciembre de 1810 y septiembre de 1811 funcionó en Buenos Aires la Junta Grande que reunió a diputados designados por los Cabildos de las provincias que habían integrado el Virreinato. El experimento concluyó con el golpe que instituyó el triunvirato como forma expeditiva de gobierno. El


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segundo triunvirato convocó a la Asamblea General Constituyente del año 1813 de las Provincias Unidas del Río de la Plata que si bien no llegó a declarar la independencia, creó tres símbolos fundamentales: escudo, himno y moneda y estableció el nuevo sistema unipersonal de gobierno, el Directorio. Con sede en Buenos Aires, se sucedieron seis Directores hasta que bajo el gobierno de Ignacio Álvarez Thomas, se reunió el Congreso de Tucumán que declaró la independencia y, a su vez, designó a Juan Martín de Pueyrredón como Director Supremo. En 1820 el ejército de Francisco Ramírez derrotó al Director Rondeau y, a partir de esa fecha, dejó de existir la «capitalidad» de la ciudad de Buenos Aires, residiendo en ella sólo el Gobernador de la Provincia Martín Rodríguez quien, a fines de 1824 ante la amenaza de guerra con el Imperio del Brasil, convocó a un Congreso general del que derivó la creación de un Poder Ejecutivo Nacional Permanente, con el título de «Presidente de las Provincias Unidas del Río de la Plata» designado por el Congreso. Con fuerte representación de unitarios y escasa de federales, en febrero de 1826 ya en guerra con Brasil, fue designado Bernardino Rivadavia, quien presentó al Congreso un proyecto de capitalización de Buenos Aires: la ciudad y gran parte de la campaña circundante se proclamaba capital del Estado; el territorio de la capital se separaba de la provincia y se nacionalizaban sus recursos, es decir que las ganancias del puerto y la aduana, entre otras cosas, pasarían a ser de la Nación, no de la provincia de Buenos Aires. «Todo lo que forma la Capital ha de ser exclusivamente nacional», decía Rivadavia. Como era de suponer, esto generó la fuerte oposición de los federales porteños y si bien el debate, que duró desde el 22 de febrero hasta el 4 de marzo, resolvió favorablemente la propuesta del presidente por 25 a 14 votos, éste perdió poder real así como prestigio ante el desfavorable tratado de paz con Brasil; en 1827 renunció y, nuevamente, el poder retornó a las provincias. Desde 1829, Juan Manuel de Rosas dominó la escena de Buenos Aires y desde 1835, cuando asumió la suma del poder público (completo control judicial, político y legislativo), ni siquiera gobernó desde la ciudad sino de su casa de campo en Palermo. Desde 1841, Domingo Faustino Sarmiento formó parte del grupo de exiliados en Chile, desarrollando una activa labor periodística y cultural, llegando a hacerse cargo de la Escuela Normal de Santiago. En octubre de 1845, durante la presidencia de Bulnes, su ministro de instrucción pública Manuel Montt lo comisionó para informarse sobre el estado de la educación pública en Europa. Fue al encuentro de la «civilización» y, en dos


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años, pasó por Montevideo, Río de Janeiro, en ferrocarril a París, España, Argel, Italia, Alemania, Suiza, Inglaterra, Estados Unidos, Canadá y Cuba. Llegado al medio siglo, a sus 39 años, Sarmiento escribió Argirópolis, es decir ciudad de la plata. Editó 2000 ejemplares en forma anónima en 1850, la publicó ese mismo año en francés revelando la autoría y al siguiente, en París, se editó otra versión corregida. 1 La coyuntura en la cual escribía era la del final del gobierno de Rosas antes de Caseros, poco antes del explícito «pronunciamiento» de Urquiza, de mayo de 1851, pero cuando ya se perfilaba el gobernador entrerriano como la cabeza de la oposición que lo derrocaría. La descripción con la que Sarmiento trazaba un panorama de los últimos treinta años de su país natal es tremebunda: Sin duda que tenemos el derecho de emplear nuestra independencia en degollarnos los unos a los otros, en proclamar un partido el exterminio del otro, en hacer pasear la guerra civil de un extremo a otro de la República, en confiscar las propiedades y no reconocer otra ley de gobierno, otro principio de orden ni otra constitución que la voluntad del que manda, revestida del pomposo nombre de facultades extraordinarias, de suma del poder público. ¿Quién niega a Buenos Aires el derecho de sitiar a Montevideo, restablecer autoridades destituidas, asolar las campañas por ocho años, prolongando una guerra de exterminio? Nadie puede impedirnos que en asunto tan grave como el que se propone la Confederación con la lucha oriental se inviertan sesenta millones de pesos fuertes en ocho años por los contendientes, que arruinen cien millones en las devastaciones inevitables de la guerra y dejen de crearse mayor suma de valores por el progreso de la riqueza, detenido por la interrupción de los trabajos y el malestar general. Que en lugar de canales, caminos, muelles, vapores, telégrafos, tengamos en actividad cañones, minas, contraminas, ejércitos y flotas; nada más legítimo. Pero al menos reconozcamos que la población extranjera que viene buscando la paz y la libertad necesarias para hacer progresar su industria no debe mirar con ojo indiferente el que un ejército venga a sitiar la ciudad que habita, paralizar el comercio, dispersar la población y destruir en un día el trabajo de años de actividad y esfuerzos.2

El título completo de la obra es Argirópolis o la Capital de los Estados Confederados del Río de la Plata y debajo, a manera de subtítulo, insertó el contenido de la obra, sintético pero completo: 1 «La traducción al francés la hace el cuñado de Sarmiento, Jean Michel Benjamín Lenoir, marido de su hermana Procesa. Porque no resulta muy buena es que se realiza una segunda edición, revisada por Ange de Champgobert, a quien el escritor había conocido en su viaje a Europa» En Adriana Amante, «El letrado y el poder», prólogo a Domingo Faustino Sarmiento, Argirópolis. Losada, Buenos Aires, 2007. 2 Domingo F. Sarmiento, Argirópolis. Losada, Buenos Aires, 2007; pp. 142-143.


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Solución de las dificultades que embarazan la pacificación permanente del Río de la Plata, por medio de la convocación de un congreso y la creación de una capital en la isla de Martín García, de cuya posesión (hoy en poder de la Francia) dependen la libre navegación de los ríos y la independencia, desarrollo y libertad del Paraguay, el Uruguay y las provincias argentinas del litoral.

Dirigió el escrito a los «Gobiernos confederados de las Provincias argentinas», al jefe de las fuerzas que sitiaban a Montevideo, al agente de la Francia que sostenía la defensa de dicha plaza, al gobierno de Carlos Antonio López del Paraguay, todos ellos protagonistas de la realidad geográfica de la cuenca del Río de la Plata. Pero en el primer capítulo del escrito ya precisaba el destinatario político principal: el gobernador de Entre Ríos, «su nombre es la gloria más alta de la Confederación… es el segundo jefe expectable de la Confederación Argentina… y como gobernador de Entre Ríos, le interesa vivamente la cuestión de la que vamos a ocuparnos». «El actor más conspicuo de la larga y ruidosa cuestión del Plata es el encargado de las Relaciones Exteriores de la Confederación Argentina» (en el texto nunca citó a Rosas por su nombre sino por la responsabilidad por la cual quería atacarlo), cargo que surgió, luego de la renuncia de Rivadavia a la presidencia y la disolución del Congreso, cuando el gobernador de Buenos Aires, el coronel Manuel Dorrego lo obtuvo concedido por los gobiernos de las otras provincias hasta tanto se reuniese un cuerpo deliberante o congreso para organizar o constituir la República. En 1831 se había celebrado el tratado entre Buenos Aires, Santa Fe y Entre Ríos comprometiéndose a invitar a todas las demás provincias argentinas a que, por medio de un Congreso general federativo, se arreglase la administración general del país bajo el sistema federal. Describe Sarmiento cómo la guerra civil que tuvo lugar entre 1829 y 1842 impidió la realización de esa convocatoria. Y cómo, llegados a 1850, la palabra congreso parece haber sido abolida de nuestro lenguaje político… y si hay un gobierno a quien el decoro y la dignidad de su posición le imponen el deber de no oponer resistencias a este antiguo y postergado voto de la nación, es el de Buenos Aires, por temor a que la historia lo culpe de querer confiscar en provecho del simple gobernador de una provincia las facultades que sólo puede ejercer la nación.3

3

Id. Id., p. 55.


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Desde 1827, cuando se hizo la autorización provisoria habían transcurrido 23 años sin que la convocación al congreso hubiera tenido lugar «y como en 1850 no se habla ni por incidente de la intención de convocarlo, la razón induce a creer que en 1860 aún no se hablará de tal institución».4 «¿Cuál es la situación actual de la República?», se preguntaba Sarmiento y se contestaba, esta vez en forma más sintética: Nuestras armas sitian a Montevideo hace ocho años… Nuestro encargado provisorio de las Relaciones exteriores —sigue sin mencionar a Rosas por su nombre— ha creído comprometida la dignidad nacional en restablecer de viva fuerza en la autoridad legal de una nación extraña al general Oribe. Ocho años ha corrido la sangre argentina en una guerra exterior; ocho años hace que Francia y la Inglaterra han tomado parte en estas disidencias; ocho años hace que la Francia tiene en su poder un punto importante de nuestro territorio y ocho años hace que las rentas de la nación, sus fuerzas, su energía se agotan y aniquilan en prosecución de aquella empresa.5

Pero no es «sólo una cuestión de la Confederación Argentina la que se debate, sino de la de las antiguas Provincias Unidas del Río de la Plata». El Paraguay, «aquella remota porción del antiguo virreinato de Buenos Aires, para declararse independiente, en 1811, tuvo que sacrificar su comercio, su civilización y entregarse a un tirano sombrío que redujo a la esclavitud a sus conciudadanos y aisló totalmente el país». Desaparecido el dictador Francia en 1840, la llegada del nuevo gobierno de Carlos Antonio López permitía suponer una apertura internacional del país a través de las cuatrocientas leguas de ríos navegables. El Uruguay, tuvo asegurada su independencia en la convención de paz que firmaron Argentina y Brasil en 1828. Pero, piensa Sarmiento, que ambas naciones pueden asociarse con las provincias argentinas «formando parte de un grande estado… una federación con el nombre de Estados Unidos de América del Sur u otro que borre todo asomo de desigualdad». 6 El lugar para la reunión del congreso general que convocara a representantes de todas las provincias de la Confederación, del Uruguay y del Paraguay debía estar de tal manera situado, resguardado con tales garantías, que todas las opiniones se hallasen en completa libertad.

4 5 6

Id. Id., p. 56. Id. Id., p. 57. Id. Id., p. 71.


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Si no existiera este lugar privilegiado en el Río de la Plata debiera inventarse. Afortunadamente el local existe… Hablamos de la isla de Martín García, situada en la confluencia de los grandes ríos y cuya posesión interesa igualmente a Buenos Aires, a Montevideo, al Paraguay, a Santa Fe, Entre Ríos y Corrientes. Martín García llenaría aún mejor que Washington entre nosotros el importante rol de servir de centro administrativo a la Unión. Por su condición insular está independiente de ambas márgenes del río; por su posición geográfica es la aduana común a todos los pueblos riberanos, entrando desde ahora en mancomunidad de intereses comerciales y políticos el Paraguay, Corrientes, Santa Fe, Entre Ríos y la República del Uruguay; por su situación estratégica es el baluarte que guarda la entrada de los ríos; y puesta bajo la jurisdicción del gobierno general de la Unión será una barrera insuperable contra todo amago de invasión.

Y no deja de ser una ventaja el incidente que ha deparado la Providencia, haciendo que la isla de Martín García, llave del comercio interior, esté hoy fuera del dominio del gobierno de Buenos Aires, y pueda entrar en el dominio del congreso general.7 Las ciudades de Buenos Aires y Montevideo, regidas por unas mismas leyes comerciales, quedan en ambas riberas de la boca del Plata, gozando como no han podido gozar hasta aquí, de las ventajas de su contacto con el comercio europeo.8 La más ligera inspección de la carta geográfica muestra que el Paraguay, Corrientes, Entre Ríos y Santa Fe tienen en los ríos que atraviesan su territorio, medios fáciles de exportación y de contacto con el comercio europeo.9

Y a continuación enumeraba las restantes posibilidades de las vías fluviales, citando el trabajo de 1813 del ingeniero español Andrés García: el Bermejo para Tucumán, Salta y Jujuy, el Tercero para Cuyo y Córdoba e, incluso para exportar desde Santiago del Estero y Catamarca y Tarija y las otras provincias de la Sierra a través del Pilcomayo. En el capítulo IV, Sarmiento reiteraba los objetivos «aún vigentes hoy» del Tratado del Cuadrilátero: Que por medio de un congreso general federativo, se arregle la administración general del país, bajo el sistema federal, su comercio exterior e interior, su navegación, el cobro y distribución de las rentas generales y el pago de las deudas de la República, su crédito interior y exterior y la soberanía, libertad e independencia de cada una de las provincias.10

7

Id. Id., p. 93. Id. Id., p. 80-82. 9 Id. Id., p. 87. 10 Id. Id., p. 97. 8


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A continuación, redactó una notable y erudita crónica de la decadencia lamentable del comercio exterior e interior y de la navegación en Santa Fe, Corrientes, Entre Ríos, Paraguay, mientras crecían Buenos Aires y Montevideo, ésta, al menos hasta el comienzo de la Guerra Grande. Su conocimiento del tema le permitía ejemplificar con los 21 buques que el 17 de abril de 1850 partieron de Buenos Aires por el Paraná río arriba: sólo ocho llevan algunas mercaderías en cambio de los productos que importaron; los restantes, sólo lastre: «La ruina de Santa Fe está patente en esta lista, que parece una procesión mortuoria». 11 Es evidente que su planteo territorial y hasta la misma propuesta de Martín García como sede de la capital se basaba en la importancia, que él creía decisiva, de las vías de comunicación fluviales. A pesar de haber utilizado el ferrocarril en su viaje europeo, Sarmiento no preveía el futuro casi inmediato del desarrollo del transporte ferroviario. Vale la pena hacer notar que cuatro años después —en 1854— se comenzaría a instalar las vías que permitirían, en 1857, el primer viaje de 9 kilómetros y duración de 30 minutos de la locomotora La Porteña entre plaza Lavalle y la estación «Floresta». En 1880 se habían completado 2.400 kilómetros de vías férreas, 16.600 en 1900 y 33.500 en 1914, de los cuales dos tercios estaban en la región pampeana. Finalmente, el capítulo V, «Argirópolis», le permitía desembarcar en Martín García, afirmando que creía haber llegado a «establecer la conveniencia, la necesidad y la justicia de crear una capital en el punto céntrico del Río de la Plata, que poniendo por su posición geográfica en armonía todos los intereses… termine a satisfacción de todos los partidos, de todos los Estados del Plata».12 Y construye una especie de decálogo de justificaciones: el ejemplo de Washington en los Estados Unidos de Norte América, la característica insular que la desliga de toda influencia de las provincias, cosa en la que debieran estar interesadas especialmente las provincias riberanas, el Paraguay y el Uruguay, la condición de baluarte de defensa y de aduana general, la libertad comercial que les asegura su situación a Buenos Aires y a Montevideo, el rápido crecimiento comercial de una nueva ciudad, la rápida devolución de la isla que puede preverse por parte de Francia al Congreso que ha de reunirse, la eliminación del antiguo problema del encargue de las relaciones exteriores. Pero el énfasis se pone a favor de la fusión de los tres Estados del Plata en un solo cuerpo, a tono 11 12

Id. Id., p. 110. Id. Id., p. 115.


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con ‘el espíritu de la época’ y las necesidades de las naciones modernas y menciona los casos de Italia y Alemania, criticando, al mismo tiempo lo ocurrido en Centro América, «que ha hecho un estado soberano de cada aldea». Afirma que los Estados del Plata podrán salvar la inferioridad de fuerzas de cada uno frente al Brasil y los hará rivalizar con los Estados Unidos del Norte.13 Se anticipó a las posibles objeciones acerca de la escasa superficie de la isla para contener una ciudad, describiendo el modo de estar instalada Génova en el declive rápido de una montaña, la fundación de Venecia sobre estacas en el seno de las lagunas y hasta Valparaíso que sólo contenía una calle hace veinte años y hoy la pueblan cincuenta mil habitantes. Una comparación nos ayuda a entenderlo en su época: la máxima dimensión de la isla Martín García es de 3,35 kilómetros, algo mayor que los 3,22 kilómetros, que es la distancia entre al Capitolio y el monumento a Lincoln en el extremo del gran eje de Washington. A la justificación dimensional sumaba una crítica a las ciudades de la América española «por la superficie desmesurada que ocupan sus ciudades apenas pobladas; y el hábito de ver diseminarse los edificios de un solo piso en las llanuras nos predispone a hallar estrecho el espacio en que en Europa están reunidos doscientos mil habitantes. De este despilfarro de terreno viene que ninguna ciudad española de América pueda ser iluminada por el gas ni servida de agua», crítica que anticipa, en los mismos términos, la que ochenta años después hará el arquitecto moderno Le Corbusier enfrentado, por primera vez con «le damier maniatique» de Buenos Aires, infinitamente extendido en el «desierto» del Sarmiento del Facundo.14 La infraestructura geológica de Martín García era favorable; «la calidad montañosa del terreno hace de esta circunstancia una ventaja. Los accidentes del terreno rompen la monotonía del paisaje; los puntos elevados prestan su apoyo a las fortificaciones. Una plataforma culminante servirá de apoyo al capitolio argentino donde habrá de reunirse el congreso de la Unión». Sarmiento visualizaba los edificios públicos: «el congreso, el presidente de la Unión, el tribunal supremo de justicia, una sede arzobispal, el Departamento Topográfico, la administración de los vapores, la escuela náutica, la universidad, una escuela politécnica, otra de artes y oficios y otra normal para maestros de escuela, el arsenal de marina, los astilleros y mil otros».15 13 14 15

Id. Id. 115-119. Id. Id. 120-121. Id. Id., p. 123.


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Y respecto de la provincia de quién sería el presidente de la Confederación hasta diez años después de redactado este proyecto: Nunca hemos podido echar una mirada distraída sobre la carta del Río de la Plata, sin que los ojos se sientan atraídos irresistiblemente por la sorprendente disposición de Entre Ríos para convertirse en el país más rico del universo. La naturaleza no ha creado pedazo de tierra más privilegiado. Entre Ríos, el día que haya leyes inteligentes de navegación, será el paraíso terrenal, el centro del poder y de la riqueza. Entre Ríos es un pedazo de tierra regado por la naturaleza con el esmero de un jardín; ¡pero en este jardín pacen hoy rebaños de vacas!16

En los dos últimos capítulos, Sarmiento examinaba la cuestión de la población y las ventajas de la inmigración, la necesidad de colonizar militarmente el Norte y el Sur encerrando un país entre los 23º y 40º de latitud a fin de que, luego, la colonización pacífica se extendiera a sus anchas y poblase tan vasto territorio. Para ello, «una de las más bellas instituciones de otros tiempos aunque hoy no se haga sentir, el Departamento Topográfico debiera ser el foco todos los trabajos» para aprovechar «nuestro principal elemento de prosperidad, los terrenos baldíos, improductivos hoy».17 Nuevamente, aparecen las experiencias provechosas extranjeras que ha observado: «El gobierno de Washington pone en venta todos los años una porción de tierras federales. De este modo entran por año en caja doscientos mil pesos y se echan los cimientos a nuevas poblaciones y Estados». Pero para ello deberá conocerse mejor el país: «Entre nosotros todo está por hacerse en materia de conocer el país en que vivimos y la naturaleza que nos rodea» e imaginaba las riquezas de la sierra de Córdoba, la mejora de las razas de ganado, en la campaña habitada de la provincia de Buenos Aires. El conocimiento previo por la experiencia del viaje le permiten ejemplificar permanentemente acerca de los adelantos políticos, comerciales, técnicos y culturales de Europa y América del Norte; hasta la experiencia argelina le permite pensar en lo práctico que sería utilizar camellos en los desiertos de La Rioja... El penúltimo párrafo es una invocación: Infundid a los pueblos del Río de la Plata que están destinados a ser una grande nación, que es argentino el hombre que llega a sus playas, que su patria es de todos los hombres de la tierra, que un porvenir próximo va a cambiar su suerte

16 17

Id. Id., p. 127. Id. Id., p. 159.


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actual, y a merced de estas ideas, esos pueblos marcharán gustosos por la vía que se les señale, y doscientos mil emigrantes introducidos en el país y algunos trabajos preparatorios darán asidero en pocos años a tan risueñas esperanzas. 18

La utopía, muy apropiada a la coyuntura, no pudo ser: la Confederación, el Uruguay y el Paraguay no constituyeron los Estados Unidos del Sur, o del Plata, Argirópolis nunca se fundó. Sin embargo, el Congreso se convocó y, en 1853, una Constitución definió el futuro de la nación que se llamaría República Argentina desde la presidencia de Derqui. Es que también desde Chile, Juan Bautista Alberdi había aportado otra obra fundamental para construir el país moderno de la segunda mitad del siglo XIX: las Bases y puntos de partida para la organización política de la República Argentina, en la que argumentaba que la ciudad de Buenos Aires debía ser la capital nacional; decía que «las capitales son la obra de las cosas, no se decretan» Y, junto con el proyecto de Ley Suprema presentado el 18 de abril de 1853, se elevó al Congreso un informe explicativo argumentando la conveniencia de fijar el Gobierno General en la ciudad de Buenos Aires, no obstante la transitoria disidencia de esta provincia. El informe decía: La residencia de las autoridades nacionales debe ser aquella en donde con mayor decoro y respetabilidad se presenten ante el extranjero; allí donde estén más en contacto con las potencias amigas; en donde sea más fácil compulsar los archivos y antecedentes diplomáticos, ilustrar la opinión gubernativa y disponer de los elementos que la calidad de Capital de hecho de la República ha dado a Buenos Aires desde la época más remota del régimen colonial.19

Mucho después, a Sarmiento, ya presidente, (1868-1874), le tocó vetar en 1869 una ley declarando a Rosario la ciudad capital de la República. El presidente argumentaba que ningún embarazo sentía el Gobierno Nacional al continuar residiendo en la ciudad de Buenos Aires y que la ley era «un ensayo que ningún motivo urgente aconseja». El 16 de septiembre de 1873, nuevamente se sancionó una ley convirtiendo a Rosario sede el Gobierno Nacional, ley que, nuevamente Sarmiento vetó. Además, en septiembre de 1871, se sancionó una ley por la que la Capital sería establecida sobre una u otra margen del Río Tercero en la Provincia de Córdoba, y en

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Id. Id., p. 168. Ruiz Moreno, Isidoro J., «La federalización de Buenos Aires» Emecé, Buenos Aires, 1980, p. 19. 19


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las inmediaciones de Villa Nueva o Villa María. Igualmente el presidente Sarmiento se opuso a promulgarla y la devolvió al Congreso con la recomendación de reconsiderarla sosteniendo que el lugar era inadecuado; el Congreso no obtuvo los votos suficientes para insistir. 20 En este caso, el presidente tuvo el apoyo explícito de Alberdi: El proyecto de instalar la capital en una estación de ferrocarril de Córdoba… a cincuenta leguas de la costa del Paraná… en el desierto asequible a los salvajes, parecía una nueva treta de los porteños para conservar Buenos Aires, junto con las rentas de la Aduana.21

Buenos Aires terminó siendo la «capital federal» de la República por obra de tres tucumanos: de Juan Bautista Alberdi que la justificó, Nicolás Avellaneda que la determinó con fuerza de ley en 1880 y de Julio Argentino Roca que la edificó entre 1880 y 1904. Pero no estaba todo dicho, en la noche del 15 de abril de 1986, el presidente Ricardo Alfonsín, por Decreto, resolvió mudar la capital a un lugar prefijado arbitrariamente… Viedma-Carmen de Patagones. La ley del 27 de mayo de 1987 en la que se declaraba como Capital de la República a los núcleos urbanos erigidos y por erigirse, en un futuro, en el área de las ciudades de Viedma, Carmen de Patagones y Guardia Mitre lleva el No 23.512 y nunca fue derogada...

20 21

974.

Id. Id., pp 42-45. Mayer, Jorge, «Alberdi y su tiempo». Tomo II. Abeledo-Perrot. Buenos aires, p.


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Los Viajes de Sarmiento. Su escritura y la visión del mundo decimonónico

por Elena M. Rojas Mayer

1. I NTRODUCCIÓN ucho se ha dicho acerca de Domingo Faustino Sarmiento en distintos rincones de la Argentina y en el extranjero, a lo largo de 2011, año de su Bicentenario. Pero ahora debemos agradecer a la Presidente de la Junta de Estudios Históricos de Tucumán —Teresa Piossek Prebisch— quien organizó este Homenaje, por su invitación a participar en éste. Asimismo doy las gracias al Centro Cultural Alberto Rougés y a sus autoridades, por su voluntad de acogernos en su recinto para recordar al «maestro» por excelencia, a uno de los principales educadores en el mundo, a través de las conferencias que se desarrollan en este curso acertadamente llamado Educar al soberano. Hablar sobre Sarmiento puede resultar interminable por su rica personalidad, la densidad de su pensamiento y la intensa actividad que desarrolló a lo largo de su vida. Sin embargo estos aspectos son convocantes para un gran público lector distante de su época, por lo cual no cansa el revisar, leer su producción escrita y hablar sobre ella reiteradas veces. La obra a la cual me referiré hoy es una de las más importantes de Sarmiento. Se trata de Viajes por Europa, Africa i América. Está incluida en el tomo V de las Obras de D. F. Sarmiento, publicadas bajo los auspicios del gobierno argentino por Félix Lajouane ed., Buenos Aires, 1886. Se


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trata de la tercera edición como libro, luego de las publicaciones de 18491851 en Santiago de Chile, por Julio Belín y de 1854 en Buenos Aires, si bien debemos tener en cuenta que las cartas «las reprodujeron en sus folletines muchos diarios contemporáneos de Chile i de Montevideo», según consta en la 3ra. edición, ya que por su estilo conversacional, próximo al de algunos artículos periodísticos, a ellas podría atribuírseles también este carácter. A propósito de ello quizá podamos estar de acuerdo con lo que dice Marcel Bataillon (1988-40) en cuanto a que: «su estilo es el de un milagroso periodista penetrado de la grandeza del rol que tiene la prensa». Ciertamente, cuando uno advierte la cantidad de escritos que produjo Sarmiento, es difícil expresar algo que sea nuevo. Sin embargo, creo que conviene insistir en relación a varios puntos, porque a medida que van cerrándose algunas puertas en relación a la figura humana e intelectual de Sarmiento, van abriéndose otras que nos permitirán ver mejor en el interior del vasto pensamiento de este hombre que iluminó con su mente oscuros momentos de nuestra historia y que dejó un inmenso legado a la educación, a la cultura y a la política, por lo que las entradas para llegar a él y a su mundo estarán abiertas para siempre. Trataremos de mostrar algunas de las ideas y actitudes sarmientinas grabadas en la escritura de Los viajes, las que nos permiten conocer nuevos aspectos de la personalidad de este gran argentino, gracias a la riqueza de su subyugante lenguaje en una de sus producciones más trascendentes. La espontaneidad de su modo de escribir y el estímulo que le produjo al maestro el conocer una parte importante de un mundo lleno de contradicciones nos permiten también apreciar con mayor profundidad algunos de los rasgos multifacéticos que se descubren en la obra. Sarmiento quería reconocer –en su periplo— mucho de lo que ya había conocido previamente a través de lecturas o por el contacto con otra gente, por lo cual alimenta de este modo su ilusión de que al viajar y ver todo con sus ojos — si prestaba atención a los opuestos que encontrara— podría lograr soluciones para los problemas de su patria.

2. L A

ESTRUCTURA DE LA OBRA .

L UGARES

Y PERSONAJES

El texto de Los Viajes se organiza en macroestructuras que se identifican con las cartas desde los distintos lugares que visita Sarmiento, las que ocupan los capítulos de la obra, cada uno con un encabezamiento en el que se menciona el lugar y la fecha en que fue escrita la carta.


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Así, según el orden de llegada a cada ciudad, tenemos: I) «Más-a-fuera», Montevideo, diciembre 14 de 1845; II) «Montevideo», Montevideo, enero 25 de 1846; III) «Río de Janeiro», Río de Janeiro, febrero 20 de 1846; IV) «Ruán», mayo 9 de 1846; V) «París», París, setiembre 4 de 1846; VI, «Madrid», noviembre 15 de 1846; VII) «Africa», Oran, enero 2 de 1847; VIII) «Roma», Roma, abril 6 de 1847, X) «Suiza», Munich, Berlin. Gotinga, junio 5 de 1847; XI) «Estados Unidos», noviembre 12 de 1847. Dos de las once cartas corresponden a otras macroestructuras menores, como la VI: La Mancha, Córdova, Barcelona y la XI, titulada: «Avaricia y mala fe, Jeografía moral y Elecciones». Después de este encabezamiento, cada una lleva un destinatario expreso (un amigo, un pariente), que el autor enuncia con: <<Señor don Demetrio Peña>>, <<Señor don Vicente F. Lopez>>, <<Señor don Miguel Piñero>>, <<Señor don Carlos Tejedor>>, <<Señor don Antonio Aberastain>>, <<Señor don Juan Thompson>>, <<Illmo Señor Obispo de Cuyo>>, <<Señor don J. M. Gutiérrez>>, <<Señor don Manuel Montt<<, <<Señor Valentin Alsina>. Luego se les suma una última macroestructura que no tiene forma de carta, sino que seguramente se trata de un conjunto de apuntes que hiciera Sarmiento durante su travesía, que no llegó a enviarlos a ningún destinatario. Se denomina; «Incidentes de viaje», con las siguientes macroestructuras menores: «Nueva York», «Canadá», «Boston», «Baltimore», «Filadelfia», «Washington», «El arte americano», «Cincinatti». En el caso de las que llevan destinatario expreso, la fórmula de tratamiento más repetida es la de «querido amigo», si bien a veces se muestra más efusivo y dice: «mi caro amigo», o «mi querido i buen amigo» y en algunas ocasiones se muestra más frío y dice sin calificativos: «¡Oh, amigo! u «oh Latarria», o simplemente «Ud»», como cuando se dirige a Montt, de quien, de todos modos, se despide con un «mi noble amigo». También se manifiestan algunas variantes como «mi viejo amigo de ayer», dirigido a Thompson, «mi estimado amigo» a Alsina, todas formas de tratamiento simétrico solidario y un único caso de relación asimétrica formal-familiar, de inferior a superior, cuando se dirige a Fray Justo Santa María de Oro con la respetuosa construcción «su Señoría Ilustrísima, mi digno tío». A continuación se desarrollan las distintas secuencias alternando reflexiones del autor, narraciones y descripciones, las que van surgiendo de acuerdo a la mayor o menor vivacidad con que los acontecimientos o intereses penetraron oportunamente en la mente sarmientina, para ser luego grabados sobre el papel por su pluma. De aquí que las estructuras textua-


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les resulten ágiles, pues el autor no solo pasa de la narración a la descripción, sino que incorpora a veces relatos y composiciones poéticas breves pertenecientes a otros autores, que engarza sin esfuerzo a la principal y matiza todo el texto con reiteradas exclamaciones e interrogaciones, así como numerosos casos de discurso directo, los que aportan dinamismo a la acción general. Al comenzar cada párrafo es corriente que Sarmiento rememore experiencias vinculadas a su destinatario, algunas de las cuales él comparte. Por ejemplo cuando se dirige a Peña en el capítulo Más-a-fuera, Montevideo 14 de diciembre de 1845, le dice: «Fue Ud... el último que abandonó la cubierta, al dejar la Enriqueta el puerto de Valparaíso i por tanto el primero en mis recuerdos» (p. 9). Ante Carlos Tejedor, al llegar a Ruan (mayo 9 de 1846) reflexiona con «Cúponos a ambos suerte mejor, criándonos al aire libre de nuestro siglo, espuestas nuestras juveniles cabezas desnudas al rayo del sol, a la lluvia i a la tempestad» ( p. 75), y al llegar a París, el 4 de setiembre de 1886 le dice a Aberastain: «¡Cómo he saltado de gusto al leer su carta datada de Copiapó! Recibir por primera vez una carta de América en París, es un acontecimiento, una dicha que se saborea dos horas…» (p. 98) O hace una breve alusión, al decirle a Juan Thompson, desde Orán (Africa), en enero de 1847: «El Mediterráneo, mi viejo amigo de ayer» (p. 169), y a J. M. Gutiérrez, en mayo de 1847, desde Milán, «Me interné, por fin, mi querido amigo, en esta bella Italia que Ud. conoce ya» (p. 253).

3. A CERCA

DEL LENGUAJE DESDE LA PERSPECTIVA SARMIENTINA

Al iniciar la lectura de Los Viajes, por momentos tenemos la impresión de que Sarmiento posee cierto poder mágico que le permite exponer todo como lo hace: natural y artísticamente, con pensamientos profundos y con un vasto conocimiento del género humano. Pero cuando avanzamos, llegamos a admirarlo en su esencia, como un hombre con defectos y virtudes, con anhelos y decepciones como las de muchos otros, pero capaz de hacer y deshacer el mundo, movido por su fortaleza de espíritu y sus anhelos de un futuro mejor. Sarmiento nos previene en el «Prólogo» de la obra que no ha intentado escribir impresiones de viaje, por las razones que expone y, posiblemente, se sintió satisfecho de que su obra no tuviera una ubicación corriente como otras obras de la época. Sin duda, es difícil darle un lugar preciso


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a esta forma entre los géneros discursivos, ya que como «viaje» se trataría de un tipo de relato, y si bien como «carta», podríamos decir que está dentro del género epistolar, aunque respondería más bien a la modalidad del ensayo, si tenemos en cuenta el propósito del autor de expresar interrogantes y respuestas que ayuden a caracterizar a su modo la realidad de los lugares visitados. Para poder comprender plenamente lo que se dice a través de la escritura, debemos considerar que en esta obra se nos presenta el problema de la interpretación de la modalidad discursiva empleada por Sarmiento para expresar los pensamientos y sentimientos que nos interesan en esta oportunidad. Me refiero al relato de sus viajes a través de las cartas. El camino que elige es acertado y conveniente para poder disponer de dos posibilidades para contar sus experiencias acerca de lo que ve y siente. Una es la de escribir una carta a un amigo, lo que le permite recurrir a la intimidad de sus sentimientos, con uso de la espontaneidad y de ciertos rasgos del lenguaje coloquial. La otra vía que se le abre es la de elaborar el relato de una experiencia vivida por él mismo, con la libertad de expresión hasta los límites a los que tiene derecho. Sin duda, el gran maestro conocía o intuía que lo adecuado era dar forma de cartas a la rica acumulación de experiencias que tuvo a través de estos viajes, por lo que entendía la modalidad epistolar «de suyo jénero literario tan dúctil i elástico, que se presta a todas las formas i admite todos los asuntos». Como opina Javier Fernández (1950): Todo Sarmiento está en estos Viajes: el creador de civilización, el educador, el escritor de estilo enérgico, colorido, el argentino que pide soluciones a Europa, y el americano que le pide cuentas a España, el apasionado de justicia y cultura, contradictorio y profético a la vez, enteramente genial siempre.

Conocemos sobre la importancia de las palabras en toda comunicación social, lo que representa el lenguaje como transmisor de ideas y constructor de mundos nuevos. Somos conscientes del sortilegio que encierra cada signo y de lo que dice cada enunciado más allá de lo que su emisor quiso decir. Sin embargo Sarmiento afirma que no sabe a ciencia cierta de qué manera escribió, al decir: He escrito, pues, lo que he escrito, porque no sabría como clasificarlo de otro modo, obedeciendo a instintos i a impulsos que vienen de adentro, i que a veces la razon misma no es parte a refrenar.


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Por cierto, en cualquier tipo de creación literaria el sistema lingüístico es la base fundamental sobre la que se construye el texto. Pero en el caso de la obra sarmientina resulta sumamente importante detenerse a considerar algunos aspectos concernientes a la lengua, en especial por la manera particular en que nuestro autor la valora y la utiliza. Al respecto afirma Ricardo Rojas (1945: 706) que «el castellano fue para Sarmiento, no un instrumento de arte sino su más activo órgano vital». Efectivamente ello es comprobable por la cantidad de escritos de tipo literario, didáctico, político, periodístico, etc. que conocemos y el cuidado que ha puesto sobre el estilo de cada uno. El contexto histórico-político en el que le tocó vivir tuvo mucha influencia en su concepción lingüística, de acuerdo a lo que nos permite apreciar la lectura de su obra. Sin duda, la libertad que los de la generación del 37 habían pregonado alcanzó también a las ideas sarmientinas en este aspecto. La lengua debía respetar la voluntad popular, por lo cual era necesario que se renovara de acuerdo a lo que imponía la nueva sociedad americana. Esto se observa hasta en la intención de Sarmiento de adaptar la ortografía el español a la pronunciación de los hablantes de la Argentina. Pero Sarmiento nunca se preocupó por estudiar sistemáticamente la lengua, aunque insistía en que debía ocupar un lugar muy importante en la educación del hombre americano y su interés por varias cuestiones lingüísticas se revelaba en las páginas de los periódicos de la época, especialmente en El Mercurio, del cual era redactor. Igualmente, en diversas oportunidades aparece esta preocupación como una constante en Los Viajes. Por ejemplo cuando escribe desde Madrid, explicita los objetivos que tenía para visitar España, entre los cuales señala el de «estudiar los métodos de lectura, la ortografía, pronunciación i cuanto a la lengua hace relacion». La actitud principal del maestro en cuanto a la lengua se relaciona con su preocupación por la educación de los hablantes de todos los niveles y por el desarrollo del pensamiento americano. Al hablar de cómo se manifiestan lingüísticamente el pensamiento y sentimiento sarmientinos, debemos advertir que el maestro valora la lengua española como base de la literatura, pero sin recursos absurdos y cursis. Por ello tiene en cuenta los que se ponen en juego en la creación de una obra literaria, en cuya creación no solo rechaza el empleo de algunas formas poéticas en ciertas obras teatrales, sino que advierte cómo deben ser las frases a utilizar en un texto dramático para que éste parezca natural. Dice al respecto:


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Esta comedia o este drama no puede ser en verso; porque el verso nunca puede espresar las pasiones con su verdadero lenguaje, sin estudio, sin aliños visibles, como son los asonantes i consonantes;: i contra las reglas conocidas, las comedias o el drama moderno es una accion, un suceso en prosa.

Y más adelante insiste sobre el mismo tema: Qué decir de una poesía de ocho sílabas, que mas lijero que una péndula, está martillando al oido su eterno alumbra, encumbra, deslumbra, herrumbra i todos los consonantes que puede tener un idioma?

Es de observar, también, que el maestro depositó su interés en los países que exhibían cierto cosmopolitismo, como Francia, Inglaterra, Estados Unidos y se entusiasma con sus idiomas, lo que se pone en evidencia por comentarios como los siguientes, al recordar su paso por las islas de Mása-fuera, p. 13, dice: En seguida el piloto, no obstante no hablar el castellano, dirijió la palabra en inglés a alguno que se acercaba; porque un inglés en el mar no conoce la competencia de otro idioma, cual si el suyo fuese el del gobierno de las aguas como en otro tiempo fuélo el latín el del la tierra conocida; i para que esta pretension quedase aun alli justificada, en inglés contestaron desde la ribera.

En otra oportunidad, al hablar de Montevideo dice: Los canarios, en fin, siguiendo la costa, se han estendido en torno de Montevideo en una franja de muchas leguas… Todos los idiomas viven, todos los trajes se perpetúan… escuchando los chicuelos que juegan en las calles, se oyen idiomas estraños, a veces el vascuense que es el antiguo fenicio, a veces el dialecto jenoves que no es el italiano.

También le gusta caracterizar a los nativos de un país o de otro mediante rápidas pinceladas muy elocuentes, en las que siempre está presente alguna referencia lingüística, muchas veces humorística. Por ejemplo, durante su viaje por Italia comenta sobre un joven francés con el que hizo amistad: El joven Emilio E… lo era en estremo, hijo de un banquero, lo que le daba sin duda tal fisonomía inglesa, que los viajeros de esta nación le dirijian palabras de reconocimiento en inglés, las cuales caian en su oido sin hacerle mella, pues no entendia jota de aquel idioma. Esta insensibilidad desdeñosa lo hacia parecer mas inglés aun, deduciendo sus pretendidos nacionales que debía ser un lord del parlamento por lo descortes.


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Su interés lingüístico lo llevaba no solo a inducir comentarios acerca de algunas lenguas o de sus hablantes, sino que con frecuencia hablaba del uso de voces o frases de varios idiomas modernos, así como el latín. No obstante, Sarmiento prefería el francés, más conocido por él, por lo que en la carta Montevideo, por ejemplo, aparecen hasta tres ejemplos en francés por página. Pero el número de citas es mayor aún en las cartas correspondientes a Francia, Canadá, Argelia, si bien no están ausentes en ninguna de las restantes. Durante el tiempo que reside en Canadá, en sus comentarios sobre Montreal parangona las lenguas inglesa y francesa y dice: Viviendo bajo la dominacion inglesa de un siglo a esta parte, las madres no enseñan a sus hijas el inglés…; cuando en las calles se pregona a los pasantes algo en inglés puede desfilar toda la población por delante, sin que haya una persona que de oríjen frances se dé por entendida, de lo que se le pregunta; hablad en frances i entonces las miradas se vuelven de todas partes, los semblantes sonrien, i la buena voluntad i el deseo d´ètre agréable vése pintado en la blanda ondulación de cada músculo.

4. E L

PERIPLO DE

S ARMIENTO

En cuanto a los Viajes en sí, a los que se refiere Sarmiento en su periplo iniciado en 1845, luego de su estancia en Montevideo y en Río de Janeiro, llega a Francia por el puerto de El Havre y se instala en París, donde siente al principio que allí «no hay otro título para el mundo inteligente que ser autor o rei». Pero nuestro gran argentino llevaba consigo dos llaves importantes para poder entrar en los lugares de su interés: «la recomendación oficial del gobierno de Chile y el Facundo», con lo cual confiaba poder abrir puertas. Visita así a algunas personalidades como Gizot y Thiers, y le sorprende encontrar a Francia en una época de cambio en cuanto a teorías y principios políticos y se informa de la situación en una larga entrevista con San Martín, «el primero i el mas noble de los emigrados que han abandonado su patria», según Sarmiento. Da una conferencia sobre San Martín y Bolívar en el Instituto Histórico de Francia y la publicación de un elogioso comentario acerca de su Facundo en la Revue des Deux Mondes le abre las puertas del ambiente cultural y político francés, donde realizó las observaciones previstas sobre la vida política y social francesa.


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Sin embargo, estaba ya pisando suelo europeo cuando, escéptico, escribió que consideraba a Europa una triste mezcla de grandeza y de abyección, de saber y de embrutecimiento a la vez, sublime y sucio receptáculo de todo lo que al hombre eleva o lo tiene degradado, reyes y lacayos, monumentos y lazaretos, opulencia y vida salvaje (p. 125).

De todos modos, la impronta del romanticismo social y del humanitarismo persistían en las ideas de Sarmiento y afloraba su permanente preocupación por los valores de la libertad y el progreso, con una necesaria distribución equitativa de los beneficios del bienestar entre los sectores más pobres. Por ello rescata, después de haber evaluado todo críticamente, los valores que aporta la cultura europea junto al fortalecimiento de la libertad y la preocupación por la modernización de la sociedad, aunque no la considera estable. Es indudable que Sarmiento estaba en todo momento pensando en su patria, por lo que analizaba sus ancestros, los criticaba, los despreciaba y trataba de encontrar aspectos amables de los españoles. Así, al salir de España, la sintetizó en algunos «raros aforismos» que tituló: «Tiempos primitivos», «Tiempos romanos», «Tiempos árabes», «Tiempos inquisitoriales» y «Tiempos modernos» y hace una reflexión burlona diciendo: «Opino que se colonice la España: y ya lo han propuesto compañías belgas» (pp. 164166). Hablando del hombre español, hace referencia a los «tiempos árabes» de España y dice: El español de hoy es el árabe de ayer, frugal, desenvuelto, gracioso en Andalucía, poeta i ocioso por todas partes; goza del sol, se emborracha poco, i pasa su tiempo en las esquinas, figones y plazas (p. 171).

4.1. EL

VIAJE A

E SPAÑA

Si bien es muy importante lo que Sarmiento transmite de sus experiencias en cada uno de los países, tendremos en cuenta –en primer lugar— el discurso puesto de manifiesto especialmente en el viaje a España, a modo de ejemplificación del estilo sarmientino en relación a la interacción autorlector.


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Nuestra visión del discurso en los Viajes de Sarmiento, se detendrá especialmente en su visita a Madrid, donde observaremos el diálogo entre los personajes, el intradiálogo manifiesto en las reflexiones sarmientinas y otras características de la interacción. Me arriesgo a ubicar todo el texto de los Viajes sarmientinos, como «lenguaje monológico escrito», según la clasificación de A. R. Luria acerca del «lenguaje sin interlocutor o con ausencia de éste, a veces con un interlocutor imaginario», el cual «ha de basarse en cierta motivación y tener una idea bastante precisa», puesto que Sarmiento tendría en este caso un interlocutor ausente, a pesar de que éste existiera. Sin embargo, en relación al viaje a España, cuando le escribe a Lastarria, escritor y jurista chileno de ideas liberales, con quien Sarmiento habría tenido una estrecha amistad, el uso de la segunda persona nos lleva a imaginar que el participante de la interacción que propone el autor está presente y demuestra conocer algunas inclinaciones de éste, con las cuales coincide,. al decirle «vos que fuisteis el escritor rayano en las ideas entre español y francés…» y mediante el recurso del interdiálogo presupone las ideas que pueden surgir en su interlocutor ante lo que él comenta, y se adelanta a modo de reiterar la confianza que aquél puede tener en sus palabras y le advierte: «Poned, pues, entera fe en la severidad e imparcialidad de mis juicios, que nada tienen de prevenidos» (p. 147). Esta es una de las pocas oportunidades en que Sarmiento emplea el pronombre vos en el trato con amigos. Por ello es difícil interpretar esta elección para el tratamiento a Lastarria en esta carta: si como signo de respeto o de confianza, debido a la nota del autor que califica esta actitud de «manía». Pero lo importante, de todos modos, es el uso de las primera y segunda persona, que primordialmente definen un diálogo entre el emisor (Sarmiento) y su receptor (Lastarria); si bien este discurso podría perseguir, en realidad, igual intención que las «cartas al director» de la prensa, en que el receptor es un receptor transitorio, y el verdadero destinatario es el público lector. Por cierto, el discurso de los Viajes no se trata de un monólogo, sino que el autor ubica como interlocutor a un receptor americano como él. Evidentemente, Sarmiento, en su papel de autor, lo previó todo, no obstante la espontaneidad que predica. Desde el tono conversacional con el que maneja mejor la trama en la que vuelca —de acuerdo a sus palabras— no descripciones de «la fisonomía esterior de las naciones, ni el aspecto físico de los países». sino aquello que le es más propio a cada


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país en lo vinculado con su espíritu con lo trascendental desde distintos puntos de vista, más allá de su contexto geográfico y sociocultural. Al respecto Henríquez Ureña (1980, 243-244), hace una excelente síntesis de su trayectoria literaria. Dice: A su propio período inicial pertenecen sus tres mejores libros: Facundo, Recuerdos de Provincia, Viajes. Están sólidamente construidos; los escribió de prisa, pero concibió su estructura íntegra y armoniosa desde el principio. Hechos y teorías, en ellos, marchan de la mano. Todo hecho que observa —y observa mucho— está siempre implícito o explícitamente, en relación con un amplio y coherente sistema de ideas. Todo lo que atrae su atención lo espolea a pensar. Pero su mirada no sólo es intelectual; es también imaginativa.

No cabe duda alguna de que en cualquier obra es muy difícil separar el texto de una obra de su contexto, para poder observarlo a éste en profundidad, aunque en el caso de los Viajes es más, debido a que los referentes que componen la realidad están estrechamente ligados a la urdimbre textual como signos lingüísticos, porque el autor interpreta el texto casi como una continuidad del contexto. Pero si bien el contexto histórico se deja ver de uno u otro modo en las páginas de Los Viajes, deben destacarse sus visitas a una importante porción del mundo, que Sarmiento conocía sólo por referencia antes de sus Viajes, porque son el factor determinante del espíritu festivo que deja traslucir con frecuencia en su narración. En relación al espíritu obsesivo de Sarmiento por conocerlo todo, por esclarecer cada situación de la que tomaba conocimiento, Roy Bartholomew (1950) observa: «Cómo no iba a escribir, describir, contar, discutir, encarecer, comunicar esta experiencia poderosa de su viaje por el mundo» y Paul Verdevoye (1988: 403) dice que Sarmiento «tiene la sonrisa en los labios. Este viaje es una fiesta para él. Todo le interesa, le divierte, le apasiona». Sin duda, a su visión dolorida de América Sarmiento le opondrá una sucesión de nuevas y variadas experiencias, alternando su optimismo predominante con la cara negativa de algunas de ellas. Javier Fernández, Op.cit. advierte: Los Viajes confirman que Sarmiento supo ver los problemas concretos de su tiempo y son a la vez un cuadro vivísimo de tipos, costumbres y naturaleza, salpicado de reflexiones íntimas, que hacen de este libro una verdadera autobiografía de un hombre, una época y una parte del mundo.


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No obstante no debemos dejar de lado que es el carácter dialógico de la obra en su conjunto lo que principalmente le permite a Sarmiento imprimir más fuerza y ductilidad a lo que quiere comunicar. Es ese juego interactivo del «yo/tú» que sirve de soporte al texto, lo que faculta al autor para hacer uso de numerosos recursos de los que se vale para expresar lo que quiera y como quiera en cada circunstancia. Es evidente que, por esa época, Sarmiento tenía un profundo sentimiento de dolor acerca del modelo que representaba España ante los ojos de los americanos, y no perdía oportunidad para demostrarlo. Así es como todo su lenguaje está teñido de negatividad hacia la Península en este relato. Modalidad esta que se aprecia desde la forma burlona de pronunciar su nombre, como por la imputación de propinadora de «malos ratos», que le hace. Porque, desde las primeras líneas —imitando la pronunciación popular castellana de la e abierta antes de sibilante— se queja de lo que lo ha hecho sufrir: «Esta Aspaña que tantos malos ratos me ha dado» (p. 147). Con seguridad, Sarmiento está influido por la situación argentina de esos momentos, cuando, como los otros países americanos, su patria trataba de establecer su propia idiosincracia; pero, de acuerdo a su criterio, se sentía aún fuertemente la presión cultural española. En primer término, debemos decir que mediante marcas segmentales o suprasegmentales que pueden orientarnos axiológicamente, vamos percibiendo tanto el significado de las palabras en sí mismas, como la intención del autor a través del texto. Además de las marcas suprasegmentales de la pronunciación (de la que ya vimos un caso) se encuentran otras como la de la interrogación, de la exclamación, que, respaldados por la presuposición que pone en juego el receptor, llevan a esa interpretación. Pero lo más evidente desde un punto de vista pragmático en el discurso sarmientino son las actitudes negativas como la de anticipar «el juicio» que previó hacerle a España, sobre el cual expresa Sarmiento: He venido a España con el santo propósito de levantarla el proceso verbal, para fundar una acusación, que, como fiscal reconocido ya, tengo de hacerla ante el tribunal de la opinión en América; a bien que no son jueces tachables por parentesco ni complicidad los que han de oir mi alegato (p. 147).

Hace al respecto una acusación por la que se autono-mina «fiscal» ante el figurado «tribunal de la opinión en América». Es decir que su objetivo


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primordial, de acuerdo a lo que dice, habría sido el de fundamentar, inmerso en la realidad española, una acusación pergeñada con anterioridad a su viaje a la Península. Es curiosa también la apreciación de los resultados de la actividad realizada en vinculación a su segundo objetivo, el de «estudiar los métodos de lectura, la ortografía, pronunciación y cuanto a la lengua dice relación» (p. 147), que matiza frecuentemente de expresiones negativas. De lo que logró por su «estudio de los métodos de lectura», dice que hizo «una pobre cosecha»; y «del resto», advierte: «el francés los invade; no sabe lo que se dice este académico, ignoran el griego; traducen, i traducen mal lo malo» (p. 147). En su discurso encontramos el empleo de varios recursos para expresar su sentimiento negativo: el primero, mediante un calificativo minimizante («pobre»); el segundo, por acción de un factor que actúa en contra («los invade»); el tercero, con el uso de una declarativa negativa, muy dura al poner como sujeto a «académico», para el cual la relación lógica sería «sabe lo que se dice», no la forma negativa que aquí se emplea. El cuarto, por el que se vale de un verbo de pensa-miento también negativo («ignorar»), para rematar con una afirmación donde la negatividad propia del adjetivo «malo», que aparece sustantivado, se refuerza mediante el adverbio «mal» que acompaña al verbo que lo toma por objeto. Esta negatividad se dinamiza en figuras del mismo tono pero matizadas por la ironía, cuando dice, a continuación de lo anterior, cuando comenta acerca de una discusión sobre ortografía, mantenida con varios españoles: «i la sonrisa del desdén andaba de boca en boca rizando las extremidades de los labios». Seguidamente, como implicatura de esa actitud peyorativa, lee Sarmiento su pensamiento e intuye que esos españoles mentalmente habrían expresado: «Pobres diablos de criollos, parecían disimular, quién los mete a ellos en cosas tan académicas!» (p. 147). Luego cuenta su réplica a la opinión vertida por los españoles, contraria a sus ideas, y emplea en ella una serie de formas negativas. La primera, con intervención del adverbio «no», destruye la negatividad del adjetivo «grave» y del predicativo al que califica, «inconveniente»: «Este no es un grave inconveniente», aseveración que refuerza con una acción personal positiva al decir: «repuse yo con la mayor compostura i suavidad» (p. 148). Pero ello resulta solo un preámbulo del discurso negativo y algo irónico que desarrolla a continuación:


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Como allí no leemos libros españoles; como Uds. no tienen autores, ni escritores, ni sabios, ni economistas, ni políticos, ni historiadores, ni cosa que lo valga; como Uds. aquí i nosotros allí traducimos, nos es absolutamente indiferente que Uds. escriban de un modo lo traducido i nosotros de otro. No hemos visto allá más libro español que uno que no es libro, los artículos de periódico de Larra; o no sé si Uds. pretenden que los escritos de Martinez de la Rosa son tambien libros! Allá pasan solo por compilaciones, por estractos, pudiendo citarse la pájina de Blair, Boileau, Guizot, i veinte mas, de donde ha sacado tal concepto, o la idea madre que le ha sujerido otro desenvolvimiento (p. 148).

Sin duda este texto que reprodujimos es uno de los que nos permiten palpar mejor el sentimiento y pensamiento americano de Sarmiento. De acuerdo a ello destacamos: a) en América no se hacía nada original en materia de cultura; b) no se podía tomar de modelo a los españoles porque tampoco lo hacían; c) especialmente en literatura de la época solo habrían trascendido los artículos periodísticos de Larra; d) lo que nutría a los españoles era de origen francés; lo mismo que nutría a los americanos; e) como no tenían nada en común, Sarmiento no consideraba importante que los españoles escribieran de un modo y ellos de otro. Un aspecto que, sin embargo rescata, aunque frustra sus esperanzas de poder combatir a través de ella, es el de la prensa española. Comenta al respecto: «por desgracia, la prensa mostró esta vez mas sentido comun que el que yo le hubiera concedido, i me he quedado con todos mis cohetes chingados» (p. 148). Otras maneras de demostrar su sentimiento de frustración, de dolor o de burla, ante ese mundo español del que no se sentía orgulloso como heredero, se advierten en sus numerosas descripciones de costumbres. Una de ellas se define en las repetidas comparaciones con lo que ocurre en algunos países adelantados y que en España es distinto. Dice: «Por ejemplo, el arnés de las bestias de tiro en Inglaterra, Francia, Alemania o Estados Unidos, es una de esas cosas invariables...»; mientras que «salís de Bayona hácia Irun o Vitoria, i el frances, el europeo caen, al pasar una colina, en un mundo nuevo (p. 149). Similar es su sentimiento de vergüenza y de desprecio en cuanto a la experiencia de escuchar a gente del pueblo expresándose en forma vulgar con:


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Retahila de blasfemias a hacer reventar en sangre otros oido que los españoles; con aquello de arre p.... marche la Zumalacarregui, anda.... de la Vírjen, ahí está el carlista.... p... Cristina janda, jandaaa! i Dios, los santos del cielo i las potestades del infierno entran péle-mele en aquella tormenta de zurriagazos, pedradas, gritos i obsenidades horribles.

Y comenta al respecto: El extranjero que no entiende aquella granizada de palabras incoherentes, se cree en un país encantado, abobado con tanta borlita i zarandaja, tanta bulla i tanto campanilleo, i declara a la España el pais mas romanesco, mas sideral, mas extra-mundanal que pudo soñarse jamás (p. 150).

Pocas cosas parecen aceptables a Sarmiento. Así, cuando describe el paisaje, lo desvaloriza de varias maneras: una, al compararlo con el Africa y «las planicies asiáticas»; por ejemplo, cuando dice con pesadumbre: La aldea miserable que el ojo del viajero encuentra, se muestra a lo lejos terrosa i triste; árbol alguno abriga bajo su sombra aquellas murallas medio destruidas, i en torno de las habitaciones, la flor mas indiferente no alza su tallo, para amenizar con sus colores escojidos la vista desapacible que ofrecen llanuras descoloridas, arbustillos espinosos, encinas enanas, i en lontananza montañas descarnadas i perfiles adustos (pp. 150-151).

Con ironía habla de «lo pintoresco i poesía» de España, al acotar que «por desgracia cada día va perdiendo algo de su orijinalidad primitiva» y recordar el caso de dos artistas franceses que recorrieron gran parte de la Península, «sin haber tenido la felicidad de ser atacados por los bandidos como se lo habían prometido, a fin de descargar las carabinas de que se habían provisto...» (p. 151). Dice, en otra parte que el destino de España «no consiste en andar a remolque de las otras naciones, sino a destiempo, dando las doce cuando todos los relojes marcan las cinco, i viceversa» (p. 152). El relato acerca de lo que acontece en los lugares que ha recorrido sobre el suelo español y la descripción de éstos y de su pueblo, del que da las características raciales y de su vestimenta, no están exentos de las pinceladas negativas de Sarmiento, de las cuales, entre las más suaves están las que expresa respecto del paisano español. Opina, entre otras cosas, que éste «posee, ademas, todas las cualidades necesarias para ejercitar con éxito la profesión de mendigo» (p. 156). O, en este tren, pese a la bella imagen que ofrece de la catedral de Burgos, anticipa que:


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Por un acaso, feliz sin duda, la dilijencia no llega a la ciudad, sino a una hora avanzada de la noche que oculta al viajero el desaseo de la poblacion. Burgos con su catedral gótica, se levanta cual sombra de los tiempos heróicos, como el alma en pena de la caballería española (p. 153).

Y termina diciendo en relación a ella, después de reconocer lo importante que fue dicha ciudad, que tiene «la catedral gótica más bella que se conoce», pero que de dia es un pobre monton de ruinas vivas i habitadas por un pueblo cuyo aspecto es todo lo que se quiera, ménos poético, ni culto, dos modos de ser que se suplen uno a otro (p. 155).

Incontables veces recurre a la ironía, como ya advertimos y ahora reiteramos al citar la siguiente observación, referida al español: «es sobrio, i lo prueba la capa que lleva sobre sus hombros, pues que un hombre borracho no podria tenerse parado llevando capa» (p. 161). O cuando dice con sarcasmo: Al paso que van las cosas en España, toda poesía y todo pintoresco habrá desaparecido bien pronto. Ya no se ven aquellos monjes blancos, pardos, chocolates, negros, overos, calzados y descalzos, que hicieron la gloria del paisaje español hasta 1830 (p. 155).

Sin embargo por momentos parece despojarse de su ironía procaz, para dar paso a lucidas y generosas descripciones como la de la calle de Alcalá, «una de las más bellas y espaciosas de Europa» (p. 158) o de la iluminación de paseos y calles o sobre la Plaza Mayor. De todos modos, quizá el pasaje que más llama la atención por el colorido y el realismo de la pintura que hace Sarmiento, es el relativo a la plaza de toros. Gran vivacidad y dinamismo se percibe en todo el cuadro, si bien resultan escalofriantes sus puntualizaciones realistas que utiliza para describir: Cuando la arena está cubierta de caballos destripados, cuando la sangre hace fango sobre el suelo, entonces el pueblo no puede contener su entusiasmo, se pone de pie para aplaudir a los vencedores, ya sean toros u hombres, para ver hundirse la espada del matador en el corazon del toro furioso, para sorprender el último jemido de la víctima i deleitarse con su agonía (p. 162).

Ante ello manifiesta su parecer diciendo:


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Es horrible, ciertamente, ver a estos hombres afectar alegría i placer cuando se les ha visto caer bajo el caballo repetidas ocasiones, vomitar sangre, desmayarse i revivir con dificultad (p. 164).

No obstante, afirma también: He visto los toros, i sentido todo su sublime atractivo. Espectáculo bárbaro, terrible, sanguinario, i sin embargo, lleno de seducción i de estímulo (p. 169).

Más adelante comenta impresionado: Yo he visto en una tarde morir dieziocho caballos i siete toros, i dejo a cualquiera que calcule la cantidad de sangre que a chorros ha debido salir de veinticinco cuadrúpedos (p. 170).

Finalmente discierne acerca de esa realidad, que de algún modo se compara con el derramamiento de sangre en las luchas fratricidas entre unitarios y federales en la Argentina, y dice: Este pueblo así educado, es el mismo que se ha abandonado a las espantosas crueldades de la guerra de cristianos i carlistas en España, el mismo que a orillas del Plata, se ha degollado entre sí con una barbaridad, con un placer, diré mas bien, que sobrevive hoi en la raza española; porque no ha de conservarse un espectáculo bárbaro, sin que todas las ideas bárbaras de las bárbaras épocas en que tuvieron oríjen vivan en el ánimo del pueblo (p. 171).

Con curiosidad por conocerlo todo, Sarmiento concurre varias veces al teatro y se informa de lo que está en cartelera en otros lugares de espectáculos. Al respecto emite su crítica, y con el pretexto de que necesitaba «establecer algunos antecedentes para esplicar las sensaciones que el teatro español le había producido», una vez más recurre a la negatividad, al afirmar que España es la nacion que ménos puede pretender a nada suyo propio en materia de trabajos de la intelijencia; porque el atraso no es una civi-lizacion, ni produce una literatura» (p. 172).

Y en contraposición alaba el teatro francés y dice que «el teatro español viene arrastrándose todavía, veinte o treinta años atras del arte actual» (p. 173).


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4.2. E SPAÑA

Y

A MÉRICA

Hemos visto hasta ahora que las referencias a España son en su mayoría negativas. No se ha entablado el diálogo. En casi todas las ocasiones, si Sarmiento destaca favorablemente algo, disminuye su valor con una aserción a veces despreciativa: «Madrid, aunque real i mui noble, es siempre la villa de Madrid» (p. 174). El análisis de la situación española que Sarmiento realiza «in situ», se relaciona frecuentemente con América. De aquí el dolor que pone de manifiesto cuando dice: Esta estrechez del círculo en que el autor vive, aquella simplicidad de los elementos que componen la sociedad, estorba la aparición de la novela en España, lo mismo que en América, porque la imajinación no tiene para coordinar, exajerar i embellecer (p. 174).

A veces el pensamiento de Sarmiento, puesto en América, lo lleva a ubicar el paisaje de su tierra en la península, al decir: Esta escena de desolacion, aquella pampa salvaje intermediaria entre una capital i un monumento, preparan el espíritu, deprimiéndolo i entristeciéndolo, para acercarse al panteon de Felipe II (p. 179).

Palcos justifica el sentimiento de Sarmiento mediante la observación de que «emite aquellos severos juicios sobre la Madre Patria en un período de mucho marasmo y postración peninsular» (5). Sin embargo, antes de dejar Madrid, relaciona a españoles y americanos de manera amable, al decir: Los americanos y franceses que han penetrado en la sociedad (española)... alaban la cordialidad i la franqueza de las costumbres, i cierto aire de la hospitalidad americana que hace del estranjero a la tercera visita el miembro de la familia.

Poco más adelante deja claro su dolido sentimiento de recriminación hacia España, al afirmar: En los círculos de literatos que he frecuentado, he encontrado el mismo espíritu, la misma llaneza, que haria amar al español por aquellos mismos que, como yo, detestan todos sus antecedentes históricos i simbolizan en España la tradicion del envejecido mal de América (p. 184).


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La vinculación con su medio está también presente. Por ejemplo, critica al pueblo diciendo: Lleva sombrero de lana ordinario, como los mendocinos; i manta al hombro de otro tejido que se fabrica en Córdova arjentina, i lleva exactamente como llevan el poncho los cuyanos. Os creeríais en Cuyo al ver a los paisanos de Minvielle, que nos queria hacer pasar a los españoles por jente... No le creais una palabra, son como... como nosotros atrasados, sin ciencia i sin artes (p. 188).

Se observa mayor benevolencia de Sarmiento hacia otras provincias españolas: La Mancha, Córdoba («Que imajinacion, qué riquezas de espíritu! Qué feliz es la alegre Andalucía!») pero especialmente Barcelona: «Así son todos los catalanes; otra sangre, otra estirpe, otro idioma (p. 192), en comparación a lo que dice de Madrid. El desdén de Sarmiento hacia España no es más que una forma de renegar contra el propio destino americano, de ser herederos de la cultura española. La manera en que lo hace es a través de distintas posibilidades de la negación, que a veces no tiene que ver especialmente con las partículas que la indican, ni siquiera con los adjetivos negativos, sino con el ángulo desde donde enfoca su objetivo: la incultura y la chatura de la Península por esa época. De este modo logra que el desprecio, la ironía, la recriminación parezcan teñir la parte principal del discurso, el que, por su ubicación dentro del género epistolar, permite valorar el pensamiento y sentimiento americano de Sarmiento como más espontáneo y auténtico. En relación al viaje sarmientino a Argelia, Olga Fernández Latour de Botas observa muy bien el peso que tenía en Sarmiento el interés por la raza árabe y la identificación con su sangre por la línea materna (p. 1058), lo cual lo expresa convenientemente Slimane Zeghidour en su artículo «Sarmiento y su viaje a Argel» (La Gaceta, Tucumán, 1983): Doblemente gaucho-árabe (por su madre y por su tierra), la lucha entre el bárbaro y el civilizado se volvía, en él, desgarramiento íntimo y ruptura. Ese pluralismo de su identidad lo impulsó hacia los centros de interés múltiples: educación, emancipación de la mujer, estado de los caminos, higiene de los mataderos, etc. entre la síntesis (el civilizado) y la antítesis (el bárbaro), asumió la síntesis, ilustrada por una vida movida, mezclando acción y literatura.

Opina Olga Fernández Latour de Botas (1960: 346-347) a propósito de la visita de Sarmiento a Argel:


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que Sarmiento fue al África para tratar de conocer mejor las causas de los problemas sudamericanos que encarnaba en su propia circunstancia y en las de sus opuestos complementarios (gauchos-Quiroga-Rosas) y que al construir su relato lo hizo, como otras veces —como todas las veces, más que nunca quizás— bajo la forma de una comparación magistral y profética. De acuerdo a la carta que envía desde Roma, se observa que en esta visita al tercer país latino (antes había estado en Francia y en España) desarrolla un plan en torno a tres ejes principales: 1) el Papa y la Iglesia, 2) el arte y su contexto histórico y 3) las costumbres del lugar, como por ejemplo el carnaval. Uno de los aspectos más importantes fue que el Papa Giovanni María Mastai Ferretti (Pío IX), solo seis meses después de su entronización en San Pedro, lo recibiera con gran deferencia. Así lo destaca Sarmiento en la carta que le envía al obispo de Cuyo, a quien le comenta que el Supremo Pontífice había realizado un viaje por América entre 1823-1825), durante el cual había visitado Buenos Aires, Montevideo, Santiago de Chile, y Valparaíso y que recordaba todo con gran simpatía. Pero fuera de este encuentro precioso y de la contemplación de las magníficas obras de arte, observando la vida cotidiana de Roma, Sarmiento expresa: «¡Qué miseria y qué abandono! ¿Por qué no trabaja este pueblo?». Y comenta que Roma y Nápoles le habían dejado un sabor amargo. Pero contrariamente, al conocer Florencia, todo le parece hermoso y hace la siguiente comparación: Cómo respira uno en esta bella Florencia, cual si después de la larga tempestad ganase el deseado puerto, porque Roma admira y aflige, y su campaña emponzoña y oprime. Llegado a Florencia, créese salir de la mansión de los muertos a un rico oasis de verdura.

Al recordar su viaje a Nápoles, el maestro, además de sus críticas sobre la ciudad menciona a un joven francés de la Vendée, y en la descripción de sus posesiones a un manoir, pocas líneas más adelante; o en la carta sobre Estados Unidos habla de la toilette de baile de las señoras o del sonreir candoroso i hebeté de una paisana. Otra lengua que utiliza mucho el autor de Los Viajes es el latín, casi siempre en frases hechas, incorporadas en forma natural en diversos pasajes del texto: «i va usted a creerme sorprendido in fraganti delicto, de estar forjando cuentos de duendes». También: «Sic vos non vobis inventais telégrafos eléctricos para que la union active las comunicaciones; sic vos non vobis creásteis los rieles para que rodasen las producciones» o «Para darle


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la noticia del progreso asombroso del estado de Ohio, debo principiar por el sicut erat in principio, es decir el aspecto de ayer del pais no mas». Después de visitar Italia, Sarmiento se dirige a Alemania, apoyado — como en las visitas anteriores—, por la beca que le había concedido Dn. Manuel Montt, Ministro de Instrucción Pública en Chile para estudiar las condiciones de la enseñanza pública y las posibilidades de una emigración a Chile. A éste le escribe en junio de 1847, pero se advierte que un año antes había iniciado una serie de encuentros con alemanes importantes, influyentes en su país y el 20 de julio de 1846 compra una gramática alemana y apunta en su «Diario de Gastos»: «Comienzo del estudio de alemán». Además en ese mismo año compra obras de Schiller en alemán y un pequeño diccionario de esta lengua. Por esa época envía una carta con manuscritos a un señor Wappäus de Göttingen, quien conocía el Rio de la Plata y era especialista en emigración, al que le ofrece escribir una memoria sobre la Argentina que fomente la emigración alemana al Río de la Plata. Opina Leo Pollmann que Sarmiento no entra en Alemania con una admiración ciega…, sino con una mezcla de admiración y reserva ante un mundo que, evidentemente, no es el suyo, un mundo que, sin duda alguna, no puede tal cual servirle de modelo para su América, pero que merece mucho la atención. Anota sus reflexiones preliminares ya en vistas al encuentro con sabios de Gotinga en el que su viaje iba a alcanzar su máxima densidad.

Después de visitar la Baviera y Munich, comenta que los bávaros son pacíficos y le agradan sus costumbres y su vida en contacto con la naturaleza, pero es en Berlín donde esperaba hablar de los grandes temas que le preocupaban: «la educación en Prusia y la emigración alemana a Chile y al Río de la Plata, pero se siente muy lejos de su realidad. Pero, intuitivamente se arriesga a opinar: La Prusia, gracias a su inteligente sistema de educación, está mas preparada que la Francia misma para la vida política, i el voto universal no seria una exageración donde todas las clases de la sociedad tienen uso de la razon, porque la tienen cultivada

En su libro Educación popular proporciona más datos y razones para proponerla en Chile y en el Río de la Plata, consciente de la importancia que tiene la educación para el todo pueblo y propaga el principio de la enseñanza obligatoria y gratuita, con financiación garantizada por el estado.


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En relación a su otro objetivo de visitar Alemania, el de la emigración a Chile y el Río de la Plata, los informes son confusos y hasta Sarmiento, quien había ido especialmente a Göttingen con misiones concretas, confunde fechas, posiblemente porque quería conocer otros lugares de Alemania que no estaban previstos para su visita. El 5 de mayo de 1847 Sarmiento dice: Aquí termina mi viaje en Alemania. Partiré luego por el Rin, Holanda i Bélgica a Paris, desde donde mui en breve confiaré a los mares mi destino humilde asaz, para que las olas quieran turbarlo (p. 289).

Así finaliza su viaje por Europa y con graves preocupaciones económica se dirige al Nuevo Continente. Solo al llegar a los Estados Unidos parece que Sarmiento comienza a relajarse de sus tensiones, a pesar de que en su carta a Valentín Alsina le comenta: Los Estados Unidos son una cosa sin modelo anterior, una especie de disparate que choca a la primera vista, y frustra la expectación contra las ideas recibidas... (p. 297).

Y luego continúa: I no obstante este disparate inconcebible es grande i noble, sublime a veces, regular siempre… No es aquel cuerpo social un ser deforme, monstruo de las especies conocidas, sino como un animal nuevo producido por la creación política, estraño como aquellos megaterios cuyos huesos se presentan aún sobre la superficie de la tierra. De modo que para aprender a contemplar es necesario ántes educar el juicio propio, disimulando sus aparentes faltas orgánicas, a fin de apreciarlo en su propia índole, no sin riesgo de vencida la primera extrañeza, hallarlo bello, i proclamar un nuevo criterio de las cosas humanas (294).

Sin embargo, el entusiasmo sarmientino no surgió solo al concretar la visita que hizo a Estados Unidos, sino que Sarmiento había tenido como segundo libro de lectura en su infancia, la Vida de Franklin, lo había tomado de modelo desde su adolescencia y junto con él el modelo social norteamericano para el «hombre nuevo» que soñaba Sarmiento. Así pudo encaminar su entusiasmo político hacia una meta de la república democrática. También en Estados Unidos reniega de su idioma español por considerarlo sin trascendencia en el mundo y dice pensando en la posibilidad de quedarse allí y de ganarse la vida: «¿Enseñar o escribir qué? ¡con este idioma que nadie necesita saber!».


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Su visita a este país fue breve por escasez de fondos, otro factor importante fue su desconocimiento del inglés y no tenía mayor conocimiento previo sobre Estados Unidos, excepto lo que había leído del sabio viajero francés Alexis de Tocqueville: Democracia en América, en dos tomos de 1835 y 1840.

C ONCLUSIONES Aunque la actitud de Sarmiento limita la posibilidad de diálogo entre la culturas, éste se manifiesta a través del discurso epistolar y al insertarse en una obra que llega a miles de lectores, podemos concluir diciendo que el diálogo está siempre presente. Además debemos decir que leyendo Los Viajes se siente la proximidad del autor que piensa, narra, describe, pone en juego sus sentimientos de dolor, de rabia, de alegría. Palpamos constantemente sus deseos, sus frustraciones, sus pasiones, sus arrebatos, su ironía. Nos da la oportunidad de apreciar sus viajes, mezcla de realidad y de ilusiones, pero por sobre todo de apreciar a ese hombre crítico consigo mismo y con lo que lo rodea. Dolorido porque su patria no funciona como él anhela y por la que recoge un cúmulo de experiencias en cada lugar que visita con el anhelo permanente de poder vencer la barbarie para mejorar la sociedad argentina. Y así se muestra como un hombre real, que tiene sus necesidades diarias registradas en una parte del libro a la que la tituló «Libro de gastos», pero que fascina con su rica escritura, que sorprende con sus sentimientos contrapuestos volcados en cada pasaje, pero también con su sensibilidad ante la naturaleza, la cultura, sus amigos, lo que nos permite acompañarlo en sus frustraciones y admirarlo en sus buenas acciones. Todo ello lo hace tomar el primer sitial en sus textos, por lo que me arriesgo a decir que al leer esta obra, estamos ante él, Sarmiento y sus viajes y no Los viajes de Sarmiento, porque el centro es él en toda cicunstancia.

B IBLIOGRAFÍA Anderson Imbert, Enrique (1967), Genio y figura de Sarmiento, Buenos Aires, EUDEBA. Arrieta, A. (1988), «Sarmiento y la poesía», en Sarmiento. Centenario de su muerte, Buenos Aires, BAAL, pp. 27-36.


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Barrenechea, Ana María (1963), «El estilo de Sarmiento», en Sarmiento educador, sociólogo, escritor y político, Buenos Aires, UBA. Castagnino, Raúl(1988), «Sentidos del humor en Sarmiento», Sarfmiento. Centenario de su muertr, Buenos Aires, BAAL, pp. 333-341 Fernández, J. (Coord.) (1994), Domingo Faustino Sarmiento, Viajes por Europa, Africa y América 1845-1847, Buenos Aires: Colección Archivos. Fernández Latour de Botas, Olga, «La parábola africana como pre-texto de Sarmiento»(1993), Domingo Faustino Sarmiento, Viajes por Europa, África y América 1845-184, ALLca, XX° Siecle, Buenos Aire, pp. 1053-1071. Henríquez Ureña, P. (1988), «Perfil de Sarmiento»en Sarmiento. Centenario de su muerte, Buenos Aires, BAAL, pp. 241-248. Martínez Estrada, Ezequiel (1946), Sarmiento, Buenos Aires, Argos. Pagés Larraya, Antonio (1988), Sarmiento. Centenario de su muerte, Buenos Aires, BAAL, pp. 303-316. Pollmann, Leo (1993), «Notas aclaratorias», en Domingo Faustino Sarmiento, Viajes por Europa, África y América 1845-1847 y Diario de Gastos, ed, Javier Fernández, ALLca, XX° Siecle, Buenos Aires, p. 429. Rojas Mayer, Elena M. (1993), «Nota filológica preliminar», «Glosario-Indice Onomástico y toponímico», «Texto, Texturas y formas», en Domingo Faustino Sarmiento, Viajes por Europa, África y América 1845-1847 y Diario de Gastos, ed, Javier Fernández, ALLca, XX° Siecle, Buenos Aires, pp. XXV-XXVIII, 571-615 y 9551004. Rojas, Ricardo (1945), El profeta de la pampa. Vida de Sarmiento, Bs. As., Losada. Verdevoye, Paul (1963), Domingo Faustino Sarmiento éducateuret publiciste (entre 1889 et 1852), París, Institut des Haute, Études del´Amerique Latine. Weinberg, Félix (1993), Sarmiento, Alberdi, Varela: viajeros argentinos por Europa, Domingo Faustino Sarmiento, Viajes por Europa, África y América 1845-1847 y Diario de Gastos, ed, Javier Fernández, ALLca, XX° Siecle, Buenos Aires, pp. 1005-1026.


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Las fiestas patrias en el ideario de Domingo Faustino Sarmiento

por Elba Estela Romero

omingo Faustino Sarmiento fue una de las personalidades más importantes de nuestra historia. Su figura despertó admiración, resistencia y oposición en las más diversas posiciones políticas de su época e incluso posteriormente. Fue docente, periodista, militar, estadista, promotor de avances científicos, político y escritor. Como hombre de acción, soñó un rol protagónico para nuestro país en el grupo de las grandes naciones del mundo. Una de las facetas que revelan la claridad de su pensamiento, opiniones y conceptos, es su oficio de periodista, que lo desarrolló ampliamente durante su exilio voluntario en Chile y también en nuestro país. El presente trabajo tiene como objetivo analizar los artículos que escribe en el diario El Nacional entre años 1856-1883, referidos a los días patrios del 25 de Mayo y del 9 de Julio comparándolos con la gesta de la independencia de los Estados Unidos del 4 de julio. Se ha utilizado como fuente documental las páginas literarias contenidas en las Obras de Domingo F. Sarmiento. En nuestro país, una de las publicaciones más importantes de los primeros años de este período, fue El Nacional. Este periódico publica su primer número el 1 de mayo de 1852 y se mantuvo hasta 1893, con dos ediciones diarias: al mediodía y a la siesta. La publicación declaradamente antirosista, y en contra los resabios de la vida hispánica, tuvo a Dalmacio Vélez Sársfield como su inspirador y como editor a Martín Piñero, unidos


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ambos en el propósito de poner una barrera a la reconstrucción del pasado y afianzar un nuevo sentimiento que surgía en la mente de los hombres, el sentimiento nacional tal como lo concebía este sector de la intelectualidad argentina. Tres meses después de la batalla de Caseros, con la palabra «nacional», se lanza la idea. Al respecto Sarmiento escribió: Tan noble extirpe fue El Nacional, tan nacional para Buenos Aires como para el resto de las Provincias, asociando a la idea de nación, la conciencia del derecho, el anhelo por la libertad.

Consideraba que si bien todos los diarios de la época habían tenido su parte en la significativa construcción de una» idea de Nación», superando las divisiones y anarquías provinciales, fue sin embargo, El Nacional, quien en las cuestiones orgánicas fue determinante, por ejemplo: en la prédica por una de ley de elecciones que asegurase la verdad por el voto, como base del gobierno representativo; o una ley de libertad de opinión. También acerca de doctrinas modernas (para entonces) sobre colonización y agricultura; y abogó por una ley de educación primaria. En síntesis, El Nacional, constituía la tribuna permanente para difundir las ideas liberales en América, albergando en sus páginas no sólo los escritos de Sarmiento —quien llegó a ser Director del Diario— sino también a otros pensadores como Juan Bautista Alberdi, Bartolomé Mitre y Miguel Cané. Los años que median entre 1856 y 1865 son importantes en la vida de Sarmiento. Episodios fundamentales de la historia argentina encuentran a este pensador y hombre de acción, en un lugar de primera fila. La batalla de Caseros, la disgregación de la naciente Nación en la Confederación Argentina y el Estado de Buenos Aires, lo llevan en esta etapa a una prédica y lucha que le abrirá la participación activa en la vida política de su patria; participación jalonada con diversos cargos públicos, nuevos libros, nuevas polémicas. Todavía reparte en un comienzo sus energías entre Chile y la Argentina, hasta que, a partir de 1855, se entrega totalmente a nuestro país.1 Sarmiento consideró al gobierno de Juan Manuel de Rosas y al caudillismo, no sólo como un retroceso sino un período de indefiniciones respecto a la proclama del 9 de julio.

1 Emilio Carilla. El embajador Sarmiento (Sarmiento y los Estados Unidos). Tucumán, Facultad de Filosofía y Letras, 1961, p. 16.


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De los artículos que publica en estos años se desprenden su admiración por los Estados Unidos como una expresión cabal de república y de democracia en cuanto a la similitud del proceso de independencia. También reflexiona sobre la necesidad de concientizar y consolidar el movimiento emancipatorio de mayo; y el significado profundo del Congreso de Tucumán, superador del 25 de mayo.

LOS

DÍAS DE LA

P ATRIA : FIESTAS MAYAS , 9 DE JULIO L A RELACIÓN CON E STADO U NIDOS

Y

4

DE JULIO .

El primer contacto personal de Sarmiento con los Estados Unidos ocurrió a fines de 1847, ofreciéndole mucho de revelación y descubrimiento. Para Sarmiento —como para tantos jóvenes hispanoamericanos de su generación— Francia era el modelo. Sin embargo, en sus viajes a Europa a partir de 1840 encuentra que Francia está lejos de corresponder a la idea estabilidad política y mejora de la situación social. Era la Francia de Luis Felipe, de 1846. Los otros países de Europa no le dejaban mejor impresión. Otra sería la lectura de Estados Unidos. Leiv motiv de las muchas páginas sobre los Estados Unidos, es el reconocimiento de la grandeza del país, fruto de la pujanza y el espíritu de la empresa del hombre norteamericano, que, en poco más de medio siglo de vida independiente había construido una nación que ya asomaba entre las primeras del mundo. En los Estados Unidos ve Sarmiento la encarnación de la libertad y la democracia.2

Era un hombre del siglo XIX influido por ideas liberales y positivistas, expresadas claramente en el país del Norte que se encontraba en los albores de su progreso. No fue testigo del justificado recelo, hostilidad y oposición que las posteriores generaciones tendrían sobre el imperialismo estadounidense, que tomo cuerpo luego de la Primera Guerra Mundial. Sarmiento es el protagonista y testigo de esa primera hora, cuando vuelve a ese país como diplomático poco después que terminara la guerra civil con el triunfo de los unionistas del norte, que traía aparejado un modelo industrial y la emancipación de los esclavos en detrimento de un sur esclavista y agrícola. En ese país, encontró una sociedad donde se respetaba la igualdad ante la ley y la libertad de expresión. Sus productos

2

Ibidem, p. 22.


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industriales se basaban en pocos modelos que se hacían cada vez mejores. Existía un fuerte mercado interno que consumía los artículos que se conocían por los avisos publicados en los periódicos. Allí también conoció a Horace Mann, que difundió la enseñanza popular. En adelante, para Sarmiento, la educación popular no será sólo la «educación del soberano» (el pueblo), sino también, un instrumento de unión entre las clases sociales. Las colaboraciones periodísticas que Sarmiento realizó entre 1841 y 1842 se referían a Franklin, a las bibliotecas populares, costumbres, educación, entre otras cosas.

L OS

DÍAS DE LA

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E L N ACIONAL

Con este pensamiento innovador y revolucionario acorde a las ideologías de ese momento y respondiendo a los objetivos del diario El Nacional, Sarmiento bajo el título «Los días de la Patria», comenzó a publicar sus artículos tomando la gesta revolucionaria de Norteamérica, del 4 de julio de 1776 y la comparación con nuestra Revolución de Mayo. El primer artículo lo escribe el 4 de julio de 1856 y es acerca de la conmemoración del 4 de Julio. Sarmiento consideraba esa fecha patria, el gran día, consanguíneo del 9 de Julio, cuando los congresales proclamaron la Independencia de España, tomando conciencia de los grandes principios americanos y la pertenencia a la familia de repúblicas, diciendo al respecto: La libertad es un bien que conquistan los pueblos por su propio esfuerzo y que nadie puede arrebatarles, cuando tienen en la conciencia como dogma la fe social, los principios proclamados el 4 de Julio en Estados Unidos, el 9 de Julio en las Provincias Unidas del Río de la Plata.3

Siguiendo el pensamiento de San Martín, Sarmiento consideraba que si no se establecían las libertades americanas en todo el Continente del Sur corría peligro la libertad conseguida en 1816. En esto, le cupo a los argentinos haber sido los primeros en seguir las huellas de los Estados Unidos. Por accidente histórico, al momento de la revolución —consideraba Sarmiento— era el virreynato del Río de la Plata, el gobierno más reciente que había instituido España, compuesto por fragmentos de otras colo-

3 D. F. Sarmiento. «Páginas literarias», en: Obras de... Buenos Aires, 1900. Tomo XLVI, p. 6.


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nias. La revolución de Mayo lo encontró descentralizado, situación muy conveniente para que pudiera prosperar este movimiento. El movimiento nació entonces con la clara impronta del 4 de julio, manifestaba Sarmiento y las Provincias unidas del Río de la Plata mostraron su intento de ser fieles a los principios que sostenían los Estados Unidos de América». Los principios del pacto de confederación y unión perpetua celebrado en los Estados Unidos, se reafirma con el Tratado del Cuadrilátero firmado en 1822 entre Buenos Aires, Santa Fe, Corrientes y Entre Ríos. En otro artículo publicado en 1856 acerca del 9 de Julio, reseña el estado de nuestra patria al comienzo de la revolución, cuando el Alto Perú era parte nuestra también, al igual que Paraguay y Uruguay, donde se luchaba sin tener en muchos casos una idea clara de porqué lo hacían. En este escenario, los ejércitos españoles ocupaban Charcas, La Plata y Chinchas; y Manuel Belgrano pedía en vano socorros y refuerzos a un país sin gobierno y sin rentas. Por otra parte, San Martín disciplinaba en Cuyo un ejército para repeler a los españoles de Chile, mientras una expedición portuguesa amenazaba ocupar la Banda Oriental. El doctor Francia, se había apoderado del Paraguay segregándola de la comunidad argentina. Artigas dominaba Corriente y Entre Ríos había pasado a la banda del Paraná. Güemes en Salta, resistía a Rondeau, por desconocer en él toda autoridad que no emanase de sí mismo. El cuadro era de desorden y a la vez de vitalidad. La monarquía española se había disuelto en fracciones y en nuestro territorio, las ciudades comenzaban a llamarse provincias que reclamaron y conservaron la soberanía territorial. Al igual que en la Península con su movimiento juntista, toda América se descompuso en Cabildos, único poder que no era emanado del rey. El 9 de Julio declararon el derecho revolucionario. En estas condiciones se reunía el Congreso de Tucumán. Sarmiento describe magistralmente esa epopeya cuando dice: Del seno de este caos, un Congreso reunido de prisa, por ver si se ponía término a este desquicio, sin recursos para pagar un correo, sin autoridad para imponer contribuciones, impotente para contener el derrumbe de una sociedad que se desbandaba, anunció una mañana que estas colonias habían dejado de ser patrimonio de un rey, y con el nombre de Provincias Unidas del Río de la Plata asumían su puesto entre las naciones del mundo.4

4

Ibidem, pág. 9.


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Quedaba como imperecedero de aquel Congreso, y de una casa de Tucumán, nuestra Acta de la Independencia, y un orden que España tuvo que acatar virtualmente y que todas las naciones del mundo luego reconocieron. Haciendo referencia a la política y políticos de ese momento (1856) Sarmiento consideraba que esta Acta había sido una lección sublime para los políticos «remendones» —como él le llamaba— de ese momento, que se quedaron en la historia, al ir poniendo a los hechos parciales muletas para que marchen, en lugar de establecer principios republicanos que se habían consagrado el 9 de Julio, principios que debían guiar el proceso revolucionario para que se completase. Recordaba que el Congreso de Tucumán, en lugar de detenerse en curar dolencias individuales, insurrecciones parciales, declaró la Independencia de España y elevó la lucha a un terreno más grande, hacia toda América del Sur. En 1857 las Provincias Unidas del Río Plata se encontraban divididas, el Estado de Buenos Aires por un lado y la Confederación por otro. Sarmiento, testigo presencial de este hecho y con el estilo que lo caracterizaba en ese momento les recuerda a los lectores que, San Martín y Bolívar habían paseado por todo el Continente cortando hilos y amarras. Y dice: «Entonces éramos la América. Ahora somos una ciudad, el timón de la nave que no agita los mares, porque el casco hizo agua y se abrió en dos».5 Debía volverse a la guía del 9 de Julio, como único acontecimiento en la historia de Sudamérica que en su declaración de los derechos del hombre y en el Acta de la independencia manifestaba el anhelo de ser América. Sin aludir al nombre de Rosas directamente hace referencia a ésa época de la cual dice: «el vandalaje desencadenado desde la revolución de 1810», y con gran consternación recordaba que el lugar donde el Congreso Argentino había declarado nuestra Independencia, estaba hoy fuera de la patria oficial, como la cuna del cristianismo que en su momento quedó en territorio infiel. Por lo tanto, exhortaba a la unidad y decía que mientras no se haya reintegrado la República Argentina, y formado una festejo del 9 de Julio en ese momento era para él, un día nefasto, y sólo saldría de ese estado si las clases dirigentes lograban conformar una nación. Por lo tanto la conmemoración del 9 de Julio en 1858 resultaba nefasta, y muestra a un Sarmiento sarcástico, al decir que era cosa extraña lo que sucedía por entonces. Casi como un cuento hace alusión a una nación en el mundo

5

Ibidem, pág. 16.


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que cambiaba de asiento, y la comparaba con lagos y ríos que buscan otros cauces. Y decía: A veces está más al interior de la América, a veces es más larga que ancha; y así como cambia de forma en el mapa geográfico, así cambia de nombre en la historia. Se llama Provincias Unidas a veces, República y Confederación Argentina otras, aunque no tenga de plata un adarme.6

La Confederación para Sarmiento constituía una agregación de piezas que nunca anduvieron juntas, a pesar de los esfuerzos realizados para unirlas y sólo saldría de ese estado si las clases dirigentes lograban superar sus ambiciones personales. Se separaba de la tradición colonial y católica de España y renegaba de los hábitos que hacían de los habitantes simples paisanos del campo, dóciles para gobernar. En cambio, la declaración de la independencia significa formar hombres independientes y elementos activos de riqueza y prosperidad. Esto era el desorden en la mirada de Sarmiento, sin embargo también logra ver la vitalidad superando las antinomias políticas y escribe sobre esto. Manifestaba hacia 1856 que ya habían pasado cuarenta años, con diversas vicisitudes, sin embargo se había marchado a pasos agigantados, por más que en ocasiones no se lo veía muy claro. No olvidaba que era un país muy vasto con una pequeña población —un millón de habitantes— que sin embargo logró grandes hechos históricos comparadas con las que alcanzaba cuando era colonia y eso solamente, colocaba a nuestra patria a la vanguardia de los Estados Sud-americanos. Rescata el proceso de las guerras civiles y de los movimientos campesinos, que nunca tuvieron por móvil el robo y el saqueo —dice— «eran manifestaciones groseras pero saludables, de la inoculación de la vida pública que ya alcanzaba a penetrar hasta las chozas de la campaña. Por algo se peleaba y ese algo, tan confuso, tan rudo, ha quedado al fin en las instituciones y ha triunfado definitivamente en le país». Reivindicaba a Artigas que sentía, como pensaba Jefferson, que debían constituirse las colonias y reconocía que tuvo razón sobre Rivadavia y sus correligionarios. Con respecto a Quiroga, «el bandido Quiroga», como lo llamaba, decía que si se levantaba de su tumba, podría repetir en Buenos Aires hoy, lo que gritaban sus hordas al pie de los Andes: Federación o muerte.

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Ibidem, pág. 19.


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Sarmiento se preguntaba: ¿qué era la federación en el espíritu de esos hombres? Era algo que ni ellos mismo lo sabían, pero pelearon, derramaron la suya y la sangre ajena por un instinto, por un sentimiento. Y concluía diciendo, el decreto del Congreso de Tucumán está consumado hoy; somos independientes. Su trabajo de pacificación está terminado también, bajo la forma federal que él indicó. Hoy sabemos lo que es federación y marchemos a completarla. 7 En ocasión del aniversario del 9 de Julio en 1883, Sarmiento analiza el preámbulo de la Constitución de 1853 y se detiene en el culto católico adoptado como religión oficial. Convencido anticlerical, escribe indignado, los acusa de traidores, perjuros y engañadores al pretender, dice: «cubrir con el manto, por todas partes agujereado de un culto único a todos los hombres del mundo que quieran habitar el suelo argentino». Adoptar la religión católica como oficial constituía un retroceso a las formas arcaicas de colonia, a la época de antiguos tiranos y de las antiguas misiones guaraníes. La cuestión religiosa significaba de ese modo renegar de la independencia conseguida el 9 de Julio. Asimismo realza y reafirma el valor de la Independencia del Río de la Plata. La entiende como la más bella y grandiosa odisea de los tiempos modernos, una lucha que abrazaba dos continentes, dos mares, toda la línea de los Andes por ambos márgenes, con ríos como el Plata y el Amazonas, con guerreros como Bolívar y San Martín; con batallas como las de Maipo y Ayacucho, con resultados como la emancipación de un mundo entero y tres razas humanas. Recuerda que el éxito había sido general, dejando la tierra libre de dominadores extraños a su suelo. Luego vendría otra responsabilidad, adoptar una forma de gobierno. Se proyecta también hacia un modelo de desarrollo económico y educativo, cuando explica que nuestras culturas debían ser las más refinadas: del azúcar, la viña, el café y los cereales, productos que en ese momento reclamaba el comercio mundial. Las ciencias tenían que alejarse de la teología, la heráldica y comenzar los estudios de geología americana, paleontología pampeana y rescata las figuras de Burmeister, Moreno, Ameghino, como los grandes maestros de esta teología argentina.

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Ibidem, págs. 10-11.


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Educar al soberano: Domingo Faustino Sarmiento. Su bicentenario

C ONCLUSIÓN Domingo Faustino Sarmiento fue sin lugar a dudas una figura polémica en su tiempo y aún hoy a doscientos años de su muerte continúa esta dicotomía en la historiografía. Ambos extremos de su personalidad son abordados con pasión por uno u otro posicionamiento. El protagonismo que tuvo en la historia —su presidencia se ubica entre en las denominadas «históricas» por José Luis Romero— no deja dudas de su gran capacidad intelectual. Su condición de contemporáneo de Juan Manuel de Rosas y del caudillismo, la montonera, y la persecución política que experimentó personalmente. Sarmiento fue al mismo tiempo unos de los máximos representantes de una generación que se ubicaba en el polo opuesto al pensamiento del hacendado porteño. Apasionado, enérgico, quizás extremista al analizar su realidad, sus conceptos sobre modernidad, nación, tradición, clases políticas e intelectuales, rol de la religión en un Estado, progreso, civilización y barbarie, entre otros se encuentran en forma abundante en sus escritos periodísticos, libros, ensayos. No se cuidó en dejar un abundante testimonio de sus polémicos y lúcidos pensamientos para que las generaciones venideras no lo olvidaran y que hoy nos posibilitan seguir estudiando a Domingo Faustino Sarmiento. Para concluir, me pareció revelador incluir textualmente las ideas de Sarmiento sobre nuestra Independencia: Nuestra alma en el Congreso de Tucumán, exclama a este extremo del continente americano. Presentes y futuros!, somos independientes! Y ah! Aprenderemos a ser libres, a través de medio siglo de batallas, de errores y de desencantos. Luchando contra el pasado, contra nuestra propia ignorancia y contra los falsos profetas! Por ahí vamos! Para que extendernos más? Salud también al 9 de Julio, que ha viajado sin la rapidez de la luz o de la electricidad, con la triste lentitud de la historia que marcha guiada por la Providencia, cayendo y levantando por entre los obstáculos, escollos y resistencia; pero que vá, avanza y llegará a su destino, que es amansar a los pueblos, regularizar la marcha de los gobiernos, contener los apetitos de los fuertes y dominar el sofisma y el error, que extravían a los débiles! Pero ahí vamos! Pero no debemos desesperar, ni aun de nosotros mismos como raza, como pueblo, como nación! No veís que por más errores que cometamos, el Río de la Plata correrá siempre tranquilo, majestuosos, ofreciendo su ancha espalada para llevar al Oceáno, y por su intermedio al mundo, el producto del trabajo del hombre; y que el trabajo, para ser productivo y no interrumpido, necesita leyes sabias que lo protegan, gobierno fuerte que lo asegure, conservando tranquila la sociedad.


E. E. Romero: Las fiestas patrias en el ideario de Sarmiento

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Suframos, pues, trabajemos y esperemos. Ese gorro de la Libertad que sostienen dos manos unidas, para representar la fuerza, es el emblema de nuestro gobierno libre y fuerte: libertad y gobierno, ambos registrados por leyes, ambos dándose la mano, en conjunto simbólico, indestructible e inseparable.8

B IBLIOGRAFÍA Carilla, Emilio. El embajador Sarmiento (Sarmiento y los Estados Unidos). Tucumán, Facultad de Filosofía y Letras, 1961. Sarmiento, Domingo Faustino. «Páginas literarias», en: Obras de Sarmiento. Buenos Aires, 1900. Tomo XLVI.


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Educar al soberano: Domingo Faustino Sarmiento. Su bicentenario


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