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EALTARES QUE CUENTAN HISTORIAS
Cada ofrenda es un puente simbólico entre los vivos y sus antepasados
TRADICIÓN Y SABOR QUE TRASCIENDEN
En México, la muerte no es el final, sino una forma distinta de permanecer
La gastronomía mexicana es mucho más que una mezcla de ingredientes: es una manifestación cultural
n México, las tradiciones no se olvidan: resuenan, se sienten y se saborean. En cada altar encendido, en cada flor de cempasúchil que perfuma los caminos, y en cada pan de muerto recién horneado, escuchamos los ecos de quienes nos enseñaron a celebrar la vida recordando a los que partieron. Son memorias que no se desvanecen, sino que permanecen vivas en los colores, los aromas y las costumbres que pasan de generación en generación.
Ecos nace con esa intención: la de recordar y reconocer. En esta primera edición queremos rendir homenaje al Día de Muertos, una de las manifestaciones culturales más profundas, simbólicas y entrañables de México. Más que una festividad, es un encuentro entre el ayer y el hoy, un diálogo entre el recuerdo y la presencia, una celebración que reafirma su identidad.
A través de nuestras páginas, te invitamos a recorrer esta tradición desde dos miradas que se entrelazan: la tradición, que mantiene viva la conexión con los ancestros y da sentido al ritual del altar, y la gastronomía, que los reúne alrededor de la mesa para compartir sabores que cuentan historias.
Porque cada aroma, cada bocado y cada luz encendida en el altar es un eco del pasado que sigue resonando en el presente. Y mientras existan quienes los recuerden, nuestros muertos nunca dejarán de vivir.
La revista Ecos es una publicación cultural académica elaborada por Juliana Zapata en Medellín, Colombia, como proyecto universitario correspondiente al año 2025 y la edición n.º15, realizada en colaboración con la institución universitaria Pascual Bravo y con la asesoría del docente Andres Felipe Monsalve. La autora conserva los derechos de autor y autoriza la primera publicación de este trabajo con fines educativos.
Cada ofrenda es un puente simbólico entre los vivos y sus antepasados: sus flores, velas, comida y fotografías transmiten respeto, memoria y guía espiritual.

Fotografía de un altar tradicional con velas encendidas, flores de cempasúchil y objetos personales. www.freepik.com
Sentado frente al altar tradicional de Día de Muertos, uno no sólo ve objetos, sino símbolos con significado. Por ejemplo, el agua calma la sed del espíritu durante su viaje, mientras que la sal purifica para que el cuerpo no se corrompa.
Las velas representan luz, fe y esperanza, guiando a las ánimas a su antiguo hogar. Además, los altares suelen construirse en niveles: un modelo común utiliza siete pisos, que simbolizan las etapas del tránsito entre la vida y el más allá. El papel picado representa el viento y el elemento de aire, mientras que las flores de cempasúchil representan la tierra y actúan como camino visual que guía al alma. Uno de los elementos esenciales del altar es el agua: se coloca para mitigar la sed del alma tras su largo recorrido, ayudándola en el tránsito hacia el otro mundo.
La sal es símbolo de purificación; se cree que evita que el espíritu se co-
rrompa durante su viaje.
Las velas o veladoras representan luz, fe y esperanza. Guían a los difuntos para que encuentren el camino de regreso a casa.
La flor de cempasúchil es otro componente importante: sus pétalos forman caminos que ayudan a las ánimas a llegar hasta el altar, y su color vibrante atrae a los sentidos. El pan como elemento en la ofrenda tiene múltiples significados: por un lado es el “Cuerpo de Cristo” desde la tradición católica; por otro, una muestra de generosidad y de compartir la comida en memoria de los que ya no están.
Otros elementos: el petate, que sirve para que los espíritus descansen; el retraro del difunto, que convive con los objetos personales o simbólicos para acercar su memoria.
Cada objeto del altar no es decoración: es lenguaje simbólico que comunica con los que ya no están.

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El Día de Muertos es una de las celebraciones más profundas y coloridas de México. Entre flores, aromas y sabores, las familias recuerdan a sus seres queridos, conservando vivas sus costumbres a través del tiempo.
En México, la muerte no es el final, sino una forma distinta de permanecer. Cada año, el 1 y 2 de noviembre, los hogares se llenan de color, velas y ofrendas que rinden homenaje a quienes partieron. Esta tradición, declarada Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad por la UNESCO en 2008, refleja la manera única en la que el pueblo mexicano celebra la vida a través del recuerdo.

El altar de muertos es el corazón de esta festividad. Cada elemento tiene un significado especial: el agua calma la sed del alma en su largo camino; la sal purifica; el incienso limpia el ambiente; y las velas iluminan el regreso de las ánimas al mundo de los vivos. La flor de cempasúchil, con su color dorado y aroma inconfundible, guía con sus pétalos el camino hacia el hogar, mientras que las fotografías y objetos personales del difunto evocan su presencia.
Más que un adorno, la ofrenda es un puente entre dos mundos. Sobre el petate descansan las memorias, y en el pan, la fruta o el mole se esconden los sabores del cariño familiar.
Cada altar cuenta una historia: la de una abuela que preparaba tamales con esmero, la de un padre que amaba el café o la de un niño que sonreía al probar su dulce favorito.
La gastronomía ocupa un lugar especial dentro de esta tradición. En las ofrendas no puede faltar el pan de muerto, redondo como el ciclo de la vida y adornado con “huesitos” de masa que representan la unión entre los vivos y los difuntos. Su sabor dulce y aroma a azahar despiertan la nostalgia. En distintas regiones del país existen variantes: en Mixquic se preparan golletes rosas, en Puebla se espolvorea con azúcar blanca y en Oaxaca se decora con caritas de alfeñique.
Junto a él, los tamales y el mole son protagonistas. Cada familia los prepara a su manera, con recetas heredadas por generaciones. No solo son platillos: son mensajes de amor servidos en platos de barro, memorias que se comparten entre risas, lágrimas y anécdotas. En muchas casas, el aroma del atole y el chocolate caliente acompañan la madrugada del 2 de noviembre, mientras se encienden las últimas velas en el altar.
Esta celebración trasciende el tiempo porque une lo que somos con lo que fuimos Las tradiciones del Día de Muertos recuerdan que la muerte no borra la vida, sino que la transforma en memoria. Y en cada bocado, en cada flor, en cada vela encendida, los mexicanos reafirman su identidad y su manera única de entender el mundo.
La combinación entre tradición y sabor convierte esta festividad en una experiencia única: espiritual, visual y sensorial. Porque en México, la muerte no se teme; se comprende, se respeta y se celebra con flores, música y comida.
“El Día de Muertos no es un adiós, es un hasta pronto lleno de aroma, color y sabor.”
Cada elemento del altar representa un símbolo de conexión entre los vivos y los muertos.

La gastronomía mexicana es mucho más que una mezcla de ingredientes: es una manifestación cultural que une el pasado con el presente. En el Día de Muertos, los platillos tradicionales se convierten en un lenguaje simbólico, una forma de comunicación con los que ya no están. Cada sabor, cada aroma y cada textura evocan los recuerdos familiares que siguen vivos a través de la comida.
El pan de muerto es quizá el elemento más representativo de esta festividad. Su forma circular simboliza el ciclo de la vida y la muerte, mientras que las figuras de masa en forma de huesos representan los lazos que unen a los vivos con sus antepasados. En distintas regiones del país, este pan adopta variaciones únicas: en Puebla se espolvorea con azúcar blanca, en Oaxaca se decora con caritas de alfeñique, y en la Ciudad de México suele aromatizarse con azahar o anís. Su preparación es un ritual
En cada receta mexicana hay una memoria. Desde el aroma del pan de muerto hasta el picante del mole, los sabores que acompañan el Día de Muertos son una muestra de amor que trasciende generaciones.
familiar; amasar la harina, moldear los huesos y hornear el pan es casi un acto de fe.
Otro protagonista del altar es el mole, una mezcla compleja de chiles, especias, chocolate y semillas. Este platillo, de raíces prehispánicas, se ofrece como un símbolo de respeto hacia los difuntos. El mole poblano, por ejemplo, combina más de veinte ingredientes, y su sabor profundo representa la dualidad entre la vida y la muerte. En muchas casas, las familias preparan mole el 1 y 2 de noviembre, recordando a las abuelas o madres que enseñaron la receta.

Los tamales, por su parte, son una constante en casi todas las regiones. En el centro del país se rellenan de salsa roja o verde, en Oaxaca se envuelven en hojas de plátano, y en Yucatán el mucbil pollo —un tamal gigante horneado bajo tierra— es el plato principal durante el Hanal Pixán, la versión maya del Día de Muertos. Más allá de su sabor, los tamales representan el compartir: son comida para los vivos y ofrenda para los muertos.
Las bebidas tradicionales también juegan un papel importante. El atole y el chocolate caliente acompañan las madrugadas del 2 de noviembre, cuando las familias se reúnen frente al altar. Estas bebidas, espesas y dulces, simbolizan el calor del hogar y el cariño que se mantiene a pesar de la ausencia. En algunos pueblos, se ofrece pulque o mezcal, como homenaje a los antepasados que
“En México, los sabores no solo alimentan el cuerpo, también nutren la memoria.”

disfrutaban de estas bebidas en vida.
Detrás de cada plato hay una historia. En muchos hogares mexicanos, las recetas del Día de Muertos no están escritas: se transmiten de generación en generación, contadas entre risas, recuerdos y lágrimas. Cocinar, entonces, se convierte en un acto de memoria. No se trata solo de comer, sino de recordar a través del gusto, de saborear el pasado y mantenerlo vivo.
La gastronomía del Día de Muertos es un espejo de la identidad mexicana: diversa, colorida, llena de significados. Es una forma de decir “te recuerdo” sin palabras, una manera de mantener la conexión con quienes partieron. Cada bocado es una ofrenda, cada aroma es una evocación del amor que nunca se apaga.

Celebra nuestras tradiciones con el sabor de México. Esta temporada, acompaña tus recuerdos con una victoria bien fría.

