escondida la primera fuente de Ramón. Entonces uno se pregunta, ¿cuál es la segunda fuente?: “Ramón, en el idioma de los eúzkaros, significa fuente”,2 le explicó cierto día Ramón F. Iturbe al escritor colimense Juan Macedo (1984, 61) camino a Cosalá. “De manera que soy una doble fuente”, agregó sonriente. De su infancia en Mazatlán, Luisa Marienhoff y Mireya Iturbe,3 narran la siguiente anécdota: Doña Refugio Iturbe hacía “cuajada” —preciado antojo casero—, la cual “se cortó” de pronto y para remediar las cosas ordenó: —Busquen a Ramón. Debe haber pasado por aquí, la miró y se le antojó, por eso se cortó. Dénsela a probar y luego que la menee un rato para que se componga. Así se hizo. La cuajada se compuso. Un hecho común en tierras sinaloenses. Común, sí, pero también una señal en la que se dibujaba el magnetismo y la fuerza mental de Ramón, un niño delgado, larguirucho de apenas siete años de edad que aparentaba más de diez, no solamente por su acelerado crecimiento físico, sino también por su religiosidad y su carácter de observador agudo de la naturaleza y de todo cuanto le rodeaba. Su religiosidad la manifestaba en los trazos constantes que hacía de figuras semejando a la cruz cristiana, símbolo de vida desde tiempos remotos, aunque no en sus visitas al templo. Sus ojos negros, ligeramente oblicuos, que descansaban sobre una nariz sentada en una boca grande, contemplaban fija, interrogativamente, al mundo. Religiosidad y filosofismo eran en Ramón, a tan temprana edad, fe y acción. 2 Su origen es germánico y significa “protector”, “sensato”. 3 La primera, su segunda esposa, rescata datos biográficos de Iturbe en su novela “La Revolucionaria” (Marienhoff, 1959), y la segunda, hija de general, fue entrevistada en Cuernavaca en 1993.
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