Los Sabores de mi casa | Juan Sebastian Laiton

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JUAN SEBASTIAN LAITON

Título del Cuento: Los Sabores de mi Casa

Primera edición: Noviembre 23 del 2024.

ISBN: 000-000-00-0000-0.

Realizado:

Bogotá, Colombia.

Autor del cuento:

Juan Sebastián Laiton

Correción de Redación:

Laura Muñoz

Ilustraciones:

Juan Sebastián Laiton

Este es un proyecto editorial autogestionado, es para el I Concurso de Cuento e Ilustración de la Cámara de Comercio de Bogotá.

ESTE LIBRO PERTENECE A:

LOS SABORES DE MI CASA

Hace tiempo aprendí que las historias no son totalmente ciertas o falsas, porque se nutren de verdades a medias, de mentiras bien contadas o de recuerdos borrosos.

Los recuerdos que se pierden en el humo de los fogones, se impregnan del olor de las especies y como en una receta, se mezclan como un ingrediente más con la comida, esta es la historia de una familia que por generaciones su sabor siempre fue igual de mágico como las historias detrás de cada plato servido en su pequeño Restaurante.

No estoy segura de sí así sucedió, una parte me la contaron y una parte la leei en su diario de la abuela Martha y en el viejo recetario rojo, lo que si es verdad es que cada sabor cuenta una historia y que en mi familia se vivieron muchas como los sabores en cada momento de la vida de mi abuela. Este es el recorrido de no solo una historia de familia que salió adelante si no de las recetas que a través las manos de las mujeres de mi familia les dieron vida a los olores y sabores de las recetas ancestrales de la comida tradicional colombiana que hoy en día son la sazón, la memoria, vivencias y recuerdos familiares que hoy en día seguimos sembrando a través del tiempo y de la vida.

Hoy, como todas las mañanas en el restaurante, María prepara un Ajiaco Santafereño. La tarde está fría y lluviosa en Bogotá, pero dentro de su pequeño local, el calor de los fogones y el aroma de las papas, guascas y mazorcas llenan el aire. Los clientes, algunos regulares, otros nuevos, se acomodan en las mesas, mientras la música suave acompaña el ambiente. En el centro de todo, está María, trabajando con una dedicación que aprendió de su madre, Doña Martha.

—Mi mamá solía decir que “todo se hace con amor, se hace bonito y con sabor”,— recuerda María, mientras revuelve la olla. Cada plato que prepara está impregnado de esa enseñanza, como si cada receta fuera una carta que envía a su madre, allá donde esté.

El Ajiaco le trae a la memoria las reuniones familiares de fin de año. Cuando era niña, Doña Martha preparaba el caldo en una enorme olla, mientras la familia entera se congregaba alrededor de la mesa. Había risas, historias, y cada cucharada de sopa parecía calentar no solo el cuerpo, sino el alma. En esos momentos, María comprendió que la comida no es solo sustento; es también una forma de mantener a la familia unida, de transmitir amor sin necesidad de palabras.

La vida de María, como la de muchas personas, no fue fácil siempre. Cuando decidió abrir su restaurante, poco después de la muerte de su madre, lo hizo con más dudas que certezas. ¿Cómo seguiría adelante sin Doña Martha para guiarla? Tenía miedo de fallar, de no poder mantener a sus hijos, Santiago y las gemelas Gabriela y Rubiela, y que los sabores de su madre se perdieran para siempre. Pero María sabía que debía intentarlo, por ella y por su familia.

Antes del restaurante, María trabajaba vendiendo empanadas en la esquina del barrio. Las empanadas eran uno de los platos preferidos de su madre, y pronto se convirtieron en el sustento de su familia. Todos en el vecindario las conocían: la masa crujiente, el relleno jugoso de carne y papa, todo hecho con las manos de María, siguiendo la receta que Doña Martha le había enseñado.

Fue un tiempo difícil, pero la comunidad apoyó a María. Los vecinos siempre compraban una empanada más de lo que necesitaban, y la animaban a seguir adelante. Cuando freía las empanadas, María recordaba las palabras de su madre, que le enseñaron a no rendirse: “Cada plato cuenta una historia, y si lo haces con amor, la gente lo sabrá”.

A medida que el restaurante crecía, al mismo tiempo también lo hacían sus hijos. Santiago, su hijo mayor, comenzó a interesarse por la cocina, especialmente por el Caldo de Costilla, el plato que su abuela preparaba para curar los guayabos después de las fiestas. Era casi una

tradición familiar: la fiesta, el cansancio al día siguiente, y el delicioso caldo que Doña Martha ponía sobre la mesa, siempre con una sonrisa. A través de ese plato, Santiago sentía que se conectaba no solo con su madre, sino también con su abuela, y con las historias que ella le contaba sobre sus viajes por Colombia.

Pero no todo fue sencillo. Hubo momentos en que María se preguntó si realmente podría seguir adelante con el restaurante. Las ventas bajaron y las cuentas se acumulaban. Los días se hacían largos y duros, y María pensó en cerrar el negocio. Durante uno de esos días oscuros, mientras preparaba un Sancocho de Gallina, el plato que solían llevar en los paseos familiares a Monserrate, sintió el peso de la duda. ¿Sería el momento de dejarlo todo y buscar otro camino?

Sin embargo, fue en ese mismo instante cuando Gabriela y Rubiela, las gemelas, se acercaron a su madre en la cocina. Querían ayudar, aunque apenas tenían cinco años. Juntos prepararon Chocolate Santafereño para una reunión familiar. Mientras removía la leche y derretía el chocolate, María comprendió algo fundamental: el restaurante no era solo su sueño, era también la forma de mantener viva la memoria de su madre y de transmitir ese legado a sus hijos. Las manos pequeñas de las gemelas, mezclando con cuidado, le mostraron que la tradición continuaba, que el amor por la cocina pasaba de generación en generación.

La reunión familiar fue un éxito. En la mesa estaban todos los platos que contaban la historia de la familia: el Ajiaco, las Empanadas, el Caldo de Costilla, el Sancocho de Gallina, el Chocolate Santafereño. Los hijos de María, sus primos, tíos, y amigos, todos compartieron esas comidas llenas de recuerdos. Y mientras las risas llenaban el comedor y el calor del hogar envolvía a todos, María se dio cuenta de algo importante. No era solo el restaurante lo que había mantenido vivo el legado de Doña Martha. Era la forma en que sus hijos, sus sobrinos, y cada persona que había probado su comida, llevaban consigo un pedacito de esa herencia. A través de cada bocado, ellos también estaban transmitiendo amor, recordando a su madre, conectando el pasado con el presente.

Esos platos eran más que simples recetas. Eran una conexión con el pasado, una forma de sanar, de recordar, y de celebrar la vida. Cada ingrediente contaba una historia, y cada plato era una obra de amor, hecha bonito, hecha con sabor. María miró a sus hijos, que ahora se movían con soltura en la cocina, y supo que el futuro estaba en buenas manos. Doña Martha había enseñado más que recetas; había dejado una huella en los corazones de todos, y mientras alguien recordara esas palabras – todo se hace con amor, se hace bonito y con sabor – su legado viviría por siempre.

Con dedicatoria a las recetas de mi abuelita.

LOS SABORES DE MI CASA

”Todo se hace con amor, se hace bonito y con sabor” es una historia que celebra la conexión entre la familia y la tradición culinaria. A través de los ojos de María, descubrirás cómo cada plato puede transmitir recuerdos, sanar corazones y mantener vivo un legado lleno de amor y sabor.

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