Capitulo II Venganza verdadera

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VENGANZA VERDADERA

Shiori estaba en la habitación, durmiendo, cuando uno de sus capitanes, Tenga, golpeo la puerta de su vivienda. Esta era una choza de madera y paja, abandonada hacia años por sus antiguos habitantes que huyeron de la aldea debido a la guerra entre los Buke y Kuge. Rápidamente abrió sus ojos y hablo. - Si, que quieres. - Kenshi-san, soy Tenga, tengo que hablar con vos. - Espera un momento, Tenga, ahora mismo estoy contigo. Se levantó del camastro y se vistió con su armadura de combate. Desde que dejo la capital, era su única indumentaria, ya que todo lo había dejado allí. Algunas mujeres del lugar le habían traído ropa femenina, pero ella la había rechazado, vistiendo ropa de hombre. Se acercó a lo que en su tiempo podría haber sido un espejo y se arregló un poco el pelo, cubriéndoselo con un pañuelo a modo de turbante. Se observó, tenía veintitrés años y desde que dejo la corte habían pasado ya cerca de dos años. Otras, a su edad eran ya madres y esposas, solo a eso podían aspirar. Ella en cambio, había marcado la diferencia. Pero estaba sola, siempre estaba sola. Muchas veces deseaba ser como una mujer normal y no tener aquella carga a sus espaldas. Dejo sus pensamientos atrás y cogió su espada y se la ató a su espalda. Al salir vio que estaba allí Tenga, su lugarteniente junto con algunos de sus “capitanes” como les gustaban que les llamasen. - ¿Qué sucede? - Uno de nuestros exploradores ha detectado una partida de guerreros Buke, no son muchos, unos cincuenta, pero van bien armados. - ¿Buke?, bien. Da las órdenes pertinentes, que los hombres se preparen. ¿Dónde están? - Cerca del rio.


- Bien, podemos emboscarlos entre el rio y el bosque. Ve con los arqueros y colócalos allí, protegidos. Imashi y Kendo, vosotros con los yari. Yo iré con los samurái. Cinco de aquellos hombres la miraron con orgullo. Ella los había entrenado en el manejo de la katana. Seiki, el herrero les había fabricado las armaduras y las espadas. Y uno de ellos, llamado Jen, como agradecimiento le había fabricado una arco especial para ella. Era más pequeño que los normales, pero podía lanzar una flecha al doble de distancia que uno de ellos. Todos miraban a la bella joven y la seguían con pasión. Era más pequeña que aquellos hombres, pero cuando hablaba era el centro de atención. Uno de los niños le trajo su máscara de guerra, un casco que le había fabricado el herrero que representaba un león dorado. Ese era su mon, un león dorado, que llevaba uno de sus capitanes. Estaba nerviosa, oculta en el bosque. Detrás de ella, Tenga con los arqueros esperaba que apareciera el enemigo. Miraba inquieto hacia donde había puesto un explorador, que lo mantenía informado para cuando apareciera el enemigo. Veinte metros a si derecha estaban Imashi y Kendo, con dos grupos de lanceros yari, que meses antes eran solo labriegos y ahora se habían convertido en guerreros. Cada uno tenía a su mando unos treinta lanceros. Y con ella iba su elite, los que ella misma había entrenado. Eran los mejores, elegidos entre todos por su pericia en las armas. Eran como su guardia de honor, dispuestos a dar su vida por ella. En la aldea ya algunas personas la llamaban su “Daimyio” e incluso a alguno se le había ocurrido la idea de construir una “fortaleza”, que en realidad era un torreón de madera rodeado por una empalizada que le estaban construyendo. El explorador hizo una señal. Miro y vio el grupo. Su mano se tensó y casi instintivamente agarro con fuerza su arco. Efectivamente eran Buke, Takeda al parecer por su mon. Ella lo conocía, ya que cuando estaba en Palacio tuvo que lidiar con muchos señores, tanto de los Kuge como de los Buke. Estos últimos eran difíciles, ya que no estaban dispuestos que una chiquilla, y menos una mujer les diera órdenes.


Los Kuge eran otra cosa. Nunca se había fiado de ellos y de hecho no se fiaba de ninguno, ya que eran de los que se vendían al mejor postor. Querían introducir muchas novedades en la corte, pero siempre se habían encontrado con la oposición del Emperador, los monjes Sohei y los Buke. Cogió una flecha de su carcaj que llevaba en la cintura y cargo el arma. Todos los arqueros la imitaron. Casi en un susurro hablo. - No disparéis hasta que yo lo haga. Apunto con el arco en dirección al enemigo. Su objetivo sería el oficial al mando, así de esa forma los soldados Buke no tendrían quien les ordenaran. Conto mentalmente a sus enemigos, unos cincuenta aproximadamente. Iban sin preocuparse, como si fuesen los dueños del territorio. Arrogancia y desdén, pues lo pagarían caro. Ya estaban a tiro, tenso al máximo el arco y disparo la flecha. La observo como describía una parábola y daba en su objetivo, al cual le atravesó la garganta. El oficial cayó del caballo, muerto lanzando los últimos estertores y un chorro de sangre por su boca. Entonces, en un segundo el cielo se llenó de flechas, que sorprendieron a la columna Takeda. Ryu Takeda, el hijo pequeño del Gran Señor Takeda, observo como el oficial caía del caballo muerto, con una flecha de plumas negras que le atravesaba el cuello. Después vio como el cielo se oscurecía y multitud de flechas caían sobre él y sus hombres. No se esperaba aquello, un ataque tan abierto y descarado por parte de ¿quién? Observo el mon de sus atacantes y no correspondía con el de ninguna casa de los Kuge ni de los Sohei, quienes protegían aquellas tierras. La cabeza de un león dorado. Ese símbolo le era completamente desconocido. Sonrió, tal vez había encontrado a quien buscaba desde hacía unos meses. Vio cómo, tras la primera descarga de flechas, le siguió una segunda, pero esta no fue directamente a ellos, si no que se quedó corta, o eso creyó hasta que vio como una densa nube de humo se formó delante de ellos. Y en ese momento, cubiertos por el humo, el enemigo avanzo hacia ellos. Vio cómo eran dirigidos por su líder, quien llevaba una máscara de león, y portaba una sencilla armadura de cuero, no muy distinta a la de sus soldados, pero reforzada por partes metálicas. Manejaba la katana de una forma grácil y


metódica, matando solo a los enemigos que tenía más cerca y le impedían el paso. Y detrás de él venía su ejército, formado por lo que parecían campesinos armados con yaris y arqueros. Eran aproximadamente cerca de un centenar. Y con el líder venían un grupo de guerreros armados con katanas. Observo como uno a uno caían sus hombres bajo el arma del líder. Y entonces se decidió, bajo del caballo, y dirigió sus pasos hacia él, o ella. Levanto una de sus manos, con un pañuelo blanco. Su rival, lo observo y se encaró a él. - ¿Por qué nos atacáis?- dijo Ryu. - ¿Qué hacéis en nuestras tierras?- le contesto la persona que tenía la máscara de león. - Busco a una persona, que se hace llamar Kenshi. - Tal vez la hayas encontrado- le contesto. - Mi padre, Kenji Takeda, le busca para entregarle una misiva. Casi de forma teatral, se quitó la máscara del león, y fue sustituida por el bello rostro de una joven. Ryu se quedó muy impresionado. Él se quitó también su máscara. - Creo que has encontrado a Kenshi- dijo ella. - Conoces a mi padre, sabes quién es- dijo él. Ella asintió, conocía personalmente a Takeda, lo había visto en la Ciudad Imperial muchas veces y sabía que era el más honorable de los Buke. - Dame el mensaje- le contesto ella. Él le dio una carta, lacrada con el símbolo de los Takeda. Lo rasgo y leyó lo que ponía en ella. Su rostro fue cambiando, de la rabia a una tristeza. - ¿Esto es cierto?- inquirió ella. - Lo es, yo estaba con mi padre cuando llegamos a tu aldea. Allí vimos a los atacantes, eran Buke, sí, pero eran rebeldes comprados por los Kuge. Conoces a los Kuge, sabes cómo se comportan. Lo sabía demasiado bien. El Palacio Imperial era una maraña de intrigas por los Kuge. Acepto esto como verdad- dijo ella-. Podéis descansar y cuidar a vuestros heridos. Estáis bajo mi protección.


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