Sitio del suceso

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En legítima defensa AUTOR: PABLO RUMEL

Caía la noche a la orilla del mar. El comisario Fernando Bruna se retiraba de su nuevo cuartel ubicado en un balneario muy popular y concurrido en verano, que durante los meses de invierno se transformaba en un pueblo fantasma, con sombras errantes y vientos que ululaban canciones invisibles. Aquel viernes, Fernando Bruna recorrió a pie la costanera. Los faros iluminaban las embarcaciones que atravesaban el negro océano. El comisario enfiló sus pasos hacia una estrecha subida de tierra, guiado por el sonido de un saxo que entremezclaba su melodía con las notas del incesante mar. Sobre un letrero de neón se leía con letras desgastadas: Bar Jota Cuervo. Adosado en una esquina del letrero se dibujaba la figura de un pájaro caricaturesco. La melodía serena del saxo salía de unos parlantes clavados firmemente en los muros grises del recinto. Fernando, con las manos metidas en su chaqueta, dio vueltas alrededor de la terraza mirando de reojo a un par de parroquianos ebrios que lo saludaron levantando tímidamente sus vasos de vino. Devolvió el gesto con una leve sonrisa. A continuación atravesó las puertas abiertas de par en par, fue directo al mesón y pidió de inmediato un whisky doble. El administrador del bar era un mulato gordo y de gruesos labios. Se llamaba Carlos Tirado. Le sonrió afablemente, mostrando una dentadura blanca que contrastaba con su morena tez. Fernando acudía al bar todos los viernes, no para ahogar las penas o ensalzar una dicha que no llegaba, sino por mera distracción.


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