Sitio del suceso

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sitio del suceso | cuando las letras son la evidencia

restos del gonfoterio. No obstante, un día la Bidema recibió un llamado: se trataba de don Alfonso, el hombre dueño de un pequeño museo en Valdivia, que desde hacía años había colaborado con la pdi brindando información acerca de traficantes de fósiles. A Cristián siempre le daba uno que otro dato. Esta vez decía haber visto a una persona sospechosa. Aliaga fue enviado a entrevistarse con él. Don Alfonso era un viejecito rechoncho, de mejillas blancas y sonrojadas, con un rostro sonriente. Usaba un bastón que estaba chueco. En su oficina de recepción había decenas de fotos de sitios paleontológicos. Sólo una difería del resto: estaba frente a una carnicería rodeado de hombres con delantal. —Así es, detective –contestó el hombre– Era un tipo feo, horrible, lleno de espinillas. Quería venderme unos huesos y no se los acepté –el hombre dio un suspiro. Se pasó una mano por la frente. –Señor detective, sospecho lo peor: ese hombre me quería vender huesos humanos haciéndolos pasar por restos de indígenas del período prehispánico y por animales de la paleofauna. Aliaga tragó saliva. Pensó en su hija. Sintió que su estómago estaba a punto de reventar. —Mis informantes me dicen que vive aquí –dijo don Alfonso. Le entregó un papel con una dirección. Era en el sector de Niebla. Aliaga tomó su vehículo y fue de inmediato. Detuvo el automóvil y entró a una casa que parecía abandonada. Tuvo que contener el aire: un hombre lleno de espinillas en el rostro, yacía muerto. Colgaba de una cuerda amarrada al techo. A sus pies, una hoja decía: Yo maté a todos esos niños para poder tener material, modificarlo y venderlo a los coleccionistas. Mis conocimientos en ciencia, los cuales ustedes mismos enriquecieron con datos interesantes en nuestras conversaciones, me ayudaron a ello. Por cierto, su hija se convirtió en una delicada pieza de gonfoterio que vendí al extranjero, señor Aliaga. Cristián se tiró al suelo. Gritó y lloró. Examinó el cuerpo. De pronto, notó algo en la cabeza del occiso: era una especie de hendidura, como si le hubiesen golpeado con un palo. Aliaga tragó saliva. Pensó un buen rato. Unió todas las piezas.


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