MANUEL BARRIOS CASARES LA FÁBULA DEL MUNDO: KUNDERA Y NIETZSCHE Publicado en actas de las Jornadas Nietzsche 1998: “Nietzsche, entrecruzamientos culturales” y recientemente en "Narrar el abismo". Ensayos sobre Nietzsche, Hölderlin y la disolución del clasicismo, Pre-Textos, Valencia, septiembre de 2001.
I. Nietzsche y la voluntad de narrar el abismo. Con el enunciado "La fábula del mundo: Kundera y Nietzsche", quisiera retomar un aspecto de mi interpretación de la filosofía nietzscheana que abordé hace varios años en un libro titulado La voluntad de poder como amor[i]. En aquel ensayo me serví del planteamiento y, sobre todo, del desarrollo del conflicto moral y amoroso vivido por Tomás, un personaje de la novela de Milan Kundera, La insoportable levedad del ser, para ilustrar así la cuestión de la respuesta afirmativa procurada por Nietzsche ante el más abismal de todos sus pensamientos, el del eterno retorno de lo igual. Si se ha leído la novela y se recuerda el nudo conflictivo al que me refiero, fácilmente se comprenderá que la correlación no es en absoluto forzada. Aparte de que el relato comienza con una meditación sobre el peso y la levedad de la existencia que hace mención expresa y tiene como motivo central la caracterización nietzscheana del eterno retorno como "la más pesada carga", la descripción inicial que de Tomás nos ofrece Kundera, y que básicamente supone una plasmación del modo en que este personaje asume su levedad existencial, también es susceptible de ser entendida como una ejemplificación del tipo más inmediato de nihilismo diagnosticado por Nietzsche a resultas de la muerte de Dios. Con esto, mi tema viene además a enlazar con la temática general que preside estas Jornadas: la de los entrecruzamientos culturales, la del análisis de las diversas maneras en que el pensamiento nietzscheano ha "contaminado" productivamente nuestro horizonte cultural. Ya Claudio Magris supo captar cómo el influjo de Nietzsche en la literatura contemporánea iba más allá de la simple influencia directa y se hacía sentir en una voluntad común de narrar la experiencia de crisis del individuo moderno, de la que el propio Nietzsche fue testigo y analista de excepción[ii]. No cabe duda de que el extendido interés por la obra de Nietzsche se ha debido en gran parte a esta faceta suya de teórico de la decadencia finisecular y profeta de la crisis de los valores morales de Occidente, antes que a su tarea de crítico de la metafísica y deconstructor de las ilusiones lógico-gramaticales del pensamiento. En realidad, si Nietzsche ha ejercido esa fascinación, ha sido por su capacidad para desentrañar la ambigüedad de un fenómeno histórico-cultural cual el del nihilismo, que, por propia esencia, se hurta a toda objetivación y determinación unívocas, a toda dicción en un decir directo, epistémico, pasando así a primer plano el problema de su