Vida y derrota

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1 Vida y Derrota Decidí que estoy perdiendo, porque siento la ropa quemada sobre los ojos, la premisa que se incendia sobre el torrente sanguíneo, del mismo modo, desnudo, como se desvanecen los románticos. La obsesión por el arte se ha podrido en el lecho de la pasión, y abusó de este falso atardecer en mudanza hasta perder; gangrena de académicos. Decisión de derrota, que nada me salve. Los alfabetos ya no sirven, se ennegrecen por el carbón de las flores. Me quedé allí, con el pecho abierto, incapaz de tolerar una nueva alegría. Al fondo, el manifiesto de otra cultura. Lo que para algunos era una tragedia en la piel, para otros fue un afortunado día sin papel. Todos los finales parecen llevar en la mano nueva, una horca: Pese a todo, me permití la amargura del olvido, por ver si así resucitaba. No me obliguéis a más, he cumplido suficiente, y si el hombre invisible era otro, prefiero no saberlo, las heridas eran muy reales. No puedo culpar a la humanidad de retroceder ante las prometidas falsas letras, de retorcerlas como ubres, de balbucear como actores sin remedio. ¿Qué culpa tenemos de la parte más larga de otras piernas, para disentir al gritar sudores? Pero necesitamos un certificado, no nos creemos a los crucificados sin fiebre ni alianza de tatuajes. Lo alcanzaron de muerte sus mujeres, los sexos descompuestos, el músculo flácido. Es el fin. ¿Qué más se le puede pedir al último suspiro de un artista en su martirio?

2 Una Tierra De Sirenas Para mi, donde ya no se estremece la tierra, confundir la inmensidad del mar, con el horizonte terrestre, es un acto de fe sólo comparable con mi creencia de que las estrellas están vivas, respiran y piensan en nosotros y en las luces de nuestras ciudades. Si me faltara ese bellísimo cielo de hojalateado, inconfundible, musical, me desligaría de mis costumbres y haría escapadas a lomos de un elefante, en busca de otras latitudes. Un esfuerzo mutante, un experimento que me soporte con mis dudas obstinadas. Capaz de una aventura submarina y una desventura femenina,


he llegado a aborrecer la luz y la estructura de voces sin intensidad, las que nunca han visto una sirena.


Para mi ya no es cuestión de nuevos proyectos, sino de un mundo que siento como propio, de imaginar una escalera flotando en el espacio, o un, ya no se altera como solemos, para desencajar cada noche ese equilibrio de luces en construcción. Para mi es mejor triste que perfecto.

3 Imperdible Atardecer En el fin de la tierra sin lecturas, continuo acontecer de horizontes donde tejer pensamiento. Exactamente obligado a poner el pie en el vacío, un preciso paso adelante que me compromete. No me relaciona incluir pesadumbre en la grieta que nos espera justo antes. Duele la facilidad de la historia cuando el futuro normaliza la desesperanza.

4 Una Piedra Solitaria La oscilante vagina se hunde en un mar crustáceo. Se revolcaba como una loca en la playa, sin apenas tiempo para respirar, un minuto antes. Nadie se atreve a prestarle ayuda, se cree invencible y rechaza a los que respiran debajo de la arena extendiendo los brazos como lombrices. Sale y se extiende al sol, caracola depilada. ¿Aún te acurdas de mi? Mariposas que aplastaste, canceladas de pulmones, caen muertas en tu boca, entre las nubes y la terraza. No esperes un homenaje que te recuerde como al dictador sentado sobre su quiste, o como al matador incidiendo en su bayoneta. Eras insuficiente y te creíste mejor para todo, no soy quien para escribir como la ovación en un estadio.


5 En Suma De Furias Nosotros pasamos lo nuestro sin entrometernos en la herida ajena, en la furia de nadie. Ya no me visitas con mis muertos. Yo mismo, cada día soy sombra de recuerdos. Hay mañanas brillantes que me ciegan, como una sonrisa o una mano que florece en la mía. Nosotros estamos cansados de mi, era cuando llegabas cargada de regalos y los dejabas caer sobre la cama para que no los rompiera. Podía dejar caer mis reproches de inválido a la altura de una vida, pero todo se ordena al final. No querer participar de tus sociedades me dejaba fuera del mundo y eso era bastante. Somos los mismos, pero no buscamos las mismas cosas. Nosotros ya no podemos ser otra cosa que fuente animal, familia, recuerdos de nuestros muertos y paseos por la playa.

6 La Contención Al Responder Hace unas noches, no demasiadas, el cuerpo muerto de mi padre se combinaba flotante en un sueño marítimo. Estaba aún dolorido, aguantando la desazón de ser fantasma viejo, con dificultad al andar y al escuchar. La piel se le volvió ceniza pero intentó diseccionar un abrazo que lo arraigara a alguna parte. Nunca fue un hombre violento, aunque debido a sus crisis hubiese mordido cualquier mano que le hubiese dado palmaditas en su espalda inconcreta. Se alejó por el pasillo, pasó a través de la reja del cementerio y volvió a su tumba católica. Mientras, intenté conciliar un sueño sin barcos de papel,


sin fragilidad, donde poder atender su visita sin arriesgarnos a naufragar. Desde esa noche no he dejado de toser. Tal vez, como consecuencia del miedo que me produce ser un fantasma como él, y como su soledad, no tener tanta vida para llenarla de recuerdos por muy inconstante que haya sido. Quizás esa noche, extendí mi falta de madurez para no ser familia y la importancia de entender a mis fantasmas, buscando un abrazo dado sin cansancio, sin flotar, hundidos en el mismo frío húmedo del mar, de no tener más hijos, ni padres, ni hermanos, a los que poder adormecer canturreando como le hago a fantasmas extraños.

7 Sobre el artista La madre del artista lo puso en un huevo, lo dejó entre las piedras para que trabajara y desapareció para siempre. ¿A quién pedirle cuentas? Se mecen siluetas y parece que no le importa, todo le da igual. Lo increpan con su cuerpo realista los que no alcanzan a una emoción de pecho entero y los arregla con cremalleras y agujas mal enhebradas; al menos lo intentó, dicen sus víctimas. Aparecen las mencionadas lágrimas de los animales muertos en el incendio y él se abre paso entre la cáscara para excusarse por su falta de tacto, creímos que nos lo debía. Siempre estamos pensando así, sin despertar acontecimientos, sin asomarnos con fe de hormiga a un punto sin lienzo. Me siento culpable por haberle fallado, por no haber representado bien mi papel de hombre muerto, de accidentado, de descontento incomprendido, de indigente en materia de sueños. Creo que me mira como si existiera, ¿quién puede saber lo que está pensando? Siempre nos encuentra follando como si en su medio huevo no existieran pasiones. Nos invita a entrar (recordemos que sólo somos monigotes en un lienzo), hasta donde llega la vista caemos en la costa, al pie del rompeolas, adivinando el sinuoso acontecer del mar embravecido detrás de cada cabo. Se abren espacios descomunales, horizontes terrestres y lineas de mar. Existimos como una cuerda de acontecimientos en el vientre del dibujo femenino, no hemos elegido que sea así, y el bebé nacerá en un campo de amapolas y nichos. No nos vestirá hasta el tercer capítulo, asustado por no poder absolvernos en un ocaso. Ni siquiera nosotros sabemos que pintamos ahí, dejándonos los ojos en el intento. Nos arrimamos a los campos abiertos, donde está pintado monjes sin genitales. Esa es su idea artística de un hombre sin espada. No se pueden morder los ocasos, dejen de desconcertarme con su ansia por lo desconocido, por comer y amar, por ver y sentir. Dejen de tocarse masculinamente, por si así, siempre en marcha, creyéndose en el proceso de solución, no acontece el desastre, la inminencia de un fuego estelar, el atasco de la memoria y la tortura. Usted a lo suyo, el artista crea y se evade. Cualquiera puede adivinar una cobardía.


8 Sobre la familia

Hay una cascada de amor en el momento del nacimiento, una cascada que busca moldura haciéndose un hueco en la roca más dura. No nacemos con ideas tan elevadas después de todo, ni con aspiraciones tan señoriales. El formato de la razón exclusiva llegará más tarde, con otras comparaciones de pobreza donde la lluvia inunde nuestros zapatos. Nadie nos dijo que el abrazo materno iba a ser el mejor consejo de nuestra de vida, el resto lo seguimos en los afiches publicitarios, teatros y representaciones submarinas de templos para la concordia de los tiburones. Alguien teme que lo puedan adivinar detrás de su inacción, se esconde bajo la cama hasta que los zapatos del traidor desaparecen por sí solos, sin ayuda. Seremos más nosotros si nuestros padres nos pertenecen, el vacío nos falta y nos humilla. Se pierde la alegría, la libertad de nuestros recuerdos infantiles, el privado sentir de la vejez. Me atravieso al llamarle soledad a un nuevo episodio de marionetas. ¡Qué bello fue vivir a costa de tantas vírgenes! Así lo dijo el casto martirio religioso antes de los esponsales. Nos asustó perder éste viaje, pero ya teníamos una edad, ellos se han ido y quedamos para, con nuestra presencia, demostrar que un día nada fue tan decadente como nuestros abuelos, entonces, aún con vida. Deseamos que no acabe, damos una vuelta para el otro lado y está igual de insomne. Es la celebración de año nuevo de 19..., lo recuerdo perfectamente. Había un carrusel y una caseta expendiendo algodón de azúcar. Esa noche todos brindamos por el ánimo mantenido en lo más alto de la cadena reproductora. Íbamos a salir a bailar y la gente se volvía loca por demostrar que podía sentir la existencia a pesar del frío y la incomodidad de los zapatos nuevos. Ya nadie recuerda cómo nos quisimos, aquella fosa irreal de ilusiones


compartidas. Las copas en alto, por favor. Las manos encima de la mesa, el año que bien ya no será mejor que éste. Nos besamos con las campanadas, la cuenta atrás empezó, debimos dejarlo ahí, en lo alto. 9 El temor de respirar tu arena El viejo no quería vivir en el recuerdo, ni recordarla siempre. Ese era su mejor secreto y su último deseo. La voz del predicador había llenado el cementerio, rotundo como un trueno mientras duraba el entierro. Acaparaba todo el aire, así que cuando volvió a casa, cerró las persianas porque creyó que aún podía oírlo. Una antigua amiga, la escolopendra, se movió entre la piel y el músculo del pecho, justo encima del corazón. Él sabía que vivía allí. Encendió una lámpara, observó las viejas fotos de su mujer, y el cristal brilló como un espejo. Las patas de la escolopendra eran bultos bajo su piel, arañaba la superficie de sus latidos para intentar hundirse un poco más en cada uno de sus mordiscos. Paseaba alrededor de su corazón enredándose en sus venas y él ponía su mano suavemente sobre aquellos bultos. No sabía muy bien, si lo que acariciaba era su miedo al ataque, o si acariciaba a la escolopendra. Pero cuando hacía eso, el bicho parecía calmarse, se quedaba como dormido y dejaba de moverse. Apagó la luz y respiró lentamente, aquello lo relajaba, se echó sobre la cama, frotando los bultos con sus dedos y la voz del predicador resonó una vez más como una tabla seca rompiéndose sobre su cabeza.


10 Hoy toca visitar a mis viejitas, he estado nadando en la playa, sólo tengo quince años y todo en mi es energía. Intento parecer mayor, habréis sido adolescentes alguna vez, ya sabéis como se siente. Hay una plaza de palomas que parece dar vueltas alrededor de mi, seduciéndome, ensuciándome, sudorosas palomas pechugonas y distantes pornografías que buscan un sitio donde poder dormir a esas horas. No hay casi nadie en la calle tan temprano. Mis ancianas me abrazarán como un bizcocho, me darán besos de mazapán acogiéndome para que vuelva cada domingo. Después de eso, concluyo, no pueden querer a nadie más que a mi. A esa edad todos fuimos blanditos, creo que me absorberían si uno solo de mis suspiros las hiciera volver veinte años atrás y poder bailar conmigo. Más tarde, saciadas de nuestro encuentro quieren saber todo sobre mi, me estrujan hasta hacerme sangrar. Estoy atrapado. Yo entonces aún no había cabalgado a las palomas del parque pero ya las miraba como mis mejores compañeras en el amor y en el deseo. Cuando notan que hay una grieta, meten un dedo en mi cabeza y retuercen cada una de mis mejores ideas. De alguna forma, me están enseñando que el desprecio forma parte de la forma en la que podemos devorar cada palabra. Ellas preparan el desayuno, yo les cuento historias. Dicen que soy un bendito, y lo dicen de verdad, mostrando los dientes amarillos, flojos, separados por las encías carnosas. Se les abulta la sonrisa con el rojo de la


infección. Desean morderme, lo sé. Soy uno de los santos de sus estampas e irían al cielo de cabeza si lo hicieran. Hubo un tiempo en que me gustaba su pelo, pero ya no es bonito, se ha vuelto coagulado en la raíz, electrificado y nervioso, hojalata ruidosa, y, además, se les cae a mechones. Para un niño de quince años eso no es un drama. Quieren leer novelas románticas, es su último vicio. Lo hacen en voz alta. Creen que tienen dieciséis y que son mis hermanas mayores o algo parecido: adolescentes sin retorno como yo. Su voz, eso que aún suena, si que duele. 11 Nunca fue No me extrañes, nunca fui real. Un estorbo en la memoria. Yo le doy permiso al ocaso, quiero que entre en ti como un cuchillo espinado. Yo sé, que el dolor repetido no conduce a nada, ni por mucho tiempo que compartas tu casa con un recuerdo retenido, encerrados los dos en este virus. Lo siento si me llamas, está bien, repite el grito cien veces, hasta que despierte y conteste con esta voz agusanada. Y nunca des por hecho que el amor es eterno, lo puedo sentir en llamas, pero quebrantas la ley última. Asumes tu encierro con dedicación complaciente, no hay tanta diferencia con la tierra que me envuelve. No te voy a dar consejos, tu me reclamas, yo acudo, lloremos toda la noche, el último placer aún conversa.


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