recuerdo en parada

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Recuerdo en parada

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1 Recuerdo en parada Cuando Kimi le describió a su madre el abrigo que quería, la miró como si estuviera a punto de echarse a llorar. Al cabo de unos minutos, las dos se habían arreglado y estaban camino del centro de la ciudad para comprar aquella pieza de ropa que parecía tan extraordinaria, y que, tal vez, a sus ojos, sí lo fuera. A pesar de lo que su hermana le había dicho acerca del inconveniente de los abrigos y lo preferible de los impermeables en un clima tan lluvioso como el suyo, se encerró en su idea y nadie pudo sacarle de la cabeza aquella imagen idílica de sí misma, paseándose con él, recién salida de la peluquería, por el centro comercial. Además, conocía muy bien los “susurros inconvenientes” de su hermana cuando descubría que algo le gustaba, y eso venía sucediendo desde niña. Por fortuna ya no vivían juntas, y aquella oposición se veía muy velada por la mala calidad del sonido de su teléfono. Ese último año había sido para ella más duro de lo normal, había roto con su novio después de cinco años de estrecha relación sentimental desde que acabaran sus estudios en el instituto de secundaria Miguel de Cervantes. De aquel novio podría decir que le había enseñado todo lo que sabía del amor y sus consecuencias, y que había creído firmemente que se casarían y tendrían sus propio apartamento en cuanto él encontrara trabajo, lo que nunca sucediera. El golpe había sido tan duro, que a los primeros días de incesante llanto, le siguió una depresión de un mes que la hizo perder cinco kilos, en un cuerpo ya menudo de por sí. Con veinticinco años, ya acusaba la diferencia entre sus sueño y la realidad, y era capaz de adivinar que tendría que ser mucho más perspicaz para sacar de los chicos lo que deseara sin verse demasiado implicada o comprometida y desde entonces saltaba de una relación a otra sin tomarse demasiado en serio sus sentimientos. Para su hermana Adelaída todo había sido mucho más fácil, su marido era conductor de autobús, y aunque tenía problemas de espalda y estaba con frecuencia reposando sin ir a trabajar, tenía un sueldo suficiente, al menos para los dos y llevaban una vida sin demasiadas complicaciones (si tenemos en cuenta que eso les obligaba a renunciar a algunas merecidas aspiraciones), o eso le parecía. Kimi estaba empezando a comprender que las cosas casi nunca salen como uno las planea y que la vida pone sus propias condiciones. Encontrar a su hermana delante de la tienda que iban a visitar no se trató de algo accidental, su madre, Regina Vandeross, Había llamado por teléfono previamente a Adelaida para que se reuniera con ellas y le pidiera Thermes, el conductor de autobús, que le hiciera compañía a Luther, el padre de Adelaida. Un minuto más tarde de saludarse y entrar en la tienda, Kimi comprendió que se había tratado de una encerrona. Iba a dar lo mismo, porque por mucho que las dos la bombardearan con críticas, estaba decidida a hacer aquella compra. Pero no se trataba sólo de eso, Regina las había convocado porque hacía mucho que no veía los veía a todos juntos y quería realizar una cena familiar el sábado siguiente. También era una forma de celebrar el cumpleaños de su marido, pero eso era lo de menos, y el cumpleaños de Luther no sería hasta después de otra semana en adelante. Decidieron tomar algo en la cafetería vegetariana de enfrente, muy de moda en aquellos días, y a pesar de tener que poner leche de soja al café, todo fue bien. Kimi estaba animada con su abrigo sobre su regazo, y Adelida descubrió que también echaba de menos ver a su familia. La enloquecida vida de la gente les hacía pasar corriendo para el trabajo después de haber comido un sandwich o cualquier otra cosa rápida, y sobre todo los padres, salían disparados tirando de los niños más 2


pequeños antes de dejarlos en el colegio para volver a su tarea. Así las cosas, el día que les quedaba libre tenían el tiempo justo para adelantar la colada y limpiar la casa, y no había tiempo para visitas. Adelaida no tenía hijos, pero su tiempo tampoco era parte de la vida solvente que deseaba. Después de casarse con Thermes, su vida se llenó de obligaciones vecinales, y ayudar en al guardería popular cuidando niños ajenos, y otras responsabilidades que no sabía ni que existían, se encontró realizando tareas que no le resultaban fáciles ni con las que estuviera familiarizada, como pintar la casa, recortar cortinas, limpiar, cocinar, hacer la colada, y a última hora de la tarde asistir con un grupo de terapia psicológica que le costaba una pasta, lo que la llevó a posponer algunos de sus sueños, como hacer un viaje a Budapest o a Francia en verano, o empezar a escribir un libro de cuentos para niños. Sin duda, también eso formaba parte del compromiso con la vida, con crecer y madurar. Se había conformado con sacar adelante todo lo que tenía que ver con su matrimonio en los momentos iniciales, en los que sin duda todo sería más difícil, sin embargo, no todo estaba rodando como esperaba. La insistencia de Regina en aquel encuentro tenía algo que se parecía al remordimiento y que no estaba en concordancia con su imagen habitual de equilibrio y sobriedad. Tenía la impresión de que hacía aquello porque el control sobre su vida se le estaba yendo de las manos y que tal cosa, era debida a que no había hecho las cosas como se habría esperado de ella. No se trataba tan sólo de una nueva reunión familiar, o del cumpleaños de Luther, por lo que se había sentido tan agitada aquellos días. Tampoco se trataba de interceder en el distanciamiento, cada vez más evidente, entre sus hijas. Ni era algo que tuviera que ver con lo asustada que se sentía por la inminencia de la vejez y lo enfermo y sin fuerzas que estaba su marido. Era la necesidad de confirmar que si ella llamaba a sus hijas, lo que en otras familias llamaban “reunión familiar de urgencia”, y las convocaba para hablar de algún asunto grave que necesitaba ser tratado por todos, ellas no pondrían alguna excusa y se someterían a su... aún aceptada y respetada autoridad. Todo se iba a parecer bastante a la última fiesta de cumpleaños de Luther. Rescató de un cajón la receta de carne al horno con vino blanco y compró la misma tarta de fresas con nata en la misma pastelería. Como olvidó comprar una botella de vino, tuvo que salir a todo correr, con todo en marcha y el horno encendido, y saltarse la cola de la tienda para comprar una botella de Albariño para los comensales, y una de vino Fino seco para echar a la comida, que no era lo mejor, pero se parecía bastante a lo que siempre solía ponerle. Todo era igual, a no ser porque el homenajeado se había hecho unos análisis y nada parecía indicar que sus fuerzas fueran a mejorar y que cualquiera de sus enfermedades no avanzaran más de lo esperado en poco tiempo. Regina no podía imaginar que nadie durante la cena pudiese tocar el tema, que alguien dijera, “sí, por favor, hablemos de las enfermedades de Luther”, o que alguien le respondiera, “Sí, me encanta ese tema, queremos saber más sobre ese tema”. Como no quería sorpresas puso a sus dos hijas sobreaviso, Luther estaba muy impresionable y todos debían decir que lo veían con muy buen aspecto. Sobresaltó ligeramente a sus hijas al decirles eso, sobre todo porque notaron la seriedad en su semblante, pero no era un secreto para nadie a esas alturas, que lo de Luhter no tenía arreglo y que el día menos pensado iba a suceder lo que todos ya suponían desde hacía tiempo. Thermes se vistió como si se tratara de una boda, cuando todos lo miraban como algo más informal, pero Adelaida no le dijo nada porque era la única ocasión que tendría en muchos meses de sentirse un burgués afortunado, si era capaz de meter su estómago -las malas digestiones conduciendo en el autobús y su afición a la cerveza lo habían hecho crecer como el neumático de un monovolumen de los más grandes-, aquel pedazo de carne que se movía como gelatina, en la medida de un pantalón que se había comprado dos años antes y que no se había vuelto a poner desde entonces. A pesar de sus intentos por convencer a Luther de que se duchara antes de la cena, Regina no consiguió levantarlo del sillón, y cuando se quedó dormido no quiso molestarlo hasta que la cena ya estuvo preparada y todos listos para sentarse a cenar, pueden imaginar el tipo de cara de despiste que 3


se le quedó cuando los vio a todos bromeando sobre la bella durmiendo y esperando por él. Unos días antes se había hecho un reconocimiento rutinario que nada tenía que ver con otras enfermedades. Lo hacía como algo rutinario desde que contratara su nuevo seguro. Aunque fingía encontrarse perfectamente, el enfermero que le extraía la sangre y le mandaba soplar en el espirómetro, no parecía demasiado animado a darle conversación, si es que eso tenía algo que ver con la idea que podía hacerse por su aspecto de su verdadero estado de salud. Si aquel aparato para soplar pudiera medir cuanto le quedaba de vida, eso sería el resultado de su fuerza pulmonar, y de cuantos suspiros le quedaran aún por mostrar. Espirar, como representación del último suspiro, no era nada más que el final de una cuenta atrás, agotamiento de del número cero, la parada definitiva de la memoria y la caída de la tensión pulmonar. Él mismo retiró el tubo mojado del aparato y lo arrojó a la basura. El resto fue como esperaba, la interpretación cardíaca no pareció sorprender a la doctora y la auscultación tampoco fue tan fría y distante como recordaba. Se vistió y se fue todo orgullo al encuentro de Regina que lo esperaba en la sala contigua, ella lo miró y pensó que con sus problemas de memoria, la necesidad de aquellos análisis eran de todo punto cuestionables. Aunque fingía que no era así, le gustaba verlo alegre por someterse a aquellas pruebas y seguir en la creencia de que, después de todo, era un hombre fuerte en lo físico. Nadie parecía capaz de establecer una diferencia entre lo que era tener un cuerpo físicamente envidiable, y las sombras de la salud que podían cernirse sobre él. En el pasado, Regina no hubiese podido imaginar que su marido se iba a ir antes que ella, pero todo parecía indicar que iba a ser así, tal vez pasaran años pero todo indicaba que los médicos no mentían cuando decían que se iría apagando como una vela. Cuando él le preguntaba que le pasaba, ella le respondía que estaba muy viejo y que “el riego” le jugaba malas pasadas. Él había empezado a darse cuenta de que su deterioro no era normal, que no podía seguir algunas conversaciones por fáciles que le parecieran y que no podía hacer nada por resistirse a ese envejecimiento acelerado al intentar interpretar, ver, entender o expresarse. A las chicas se les permitía casi todo. Regina las dejaba deambular por el piso desde muy temprano pero no le gustaba que la desplazaran en la cocina, en ocasiones, ni siquiera que le facilitaran la labor ofreciéndole lo que le hacía falta, o simplemente picando ingredientes. Los buenos pinches de cocina, para ella no existían, mucho menos en cocinas tan pequeñas. Para levantar a Thermes del sillón, Adelaida le metía en las manos los cubiertos y servilletas, y lo instaba a poner un mantel sobre la mesa del salón. No solía pillar la indirecta, pero lo hacía. Podía haber salido a tomar una cerveza para hacer tiempo, conocía el barrio y lo había hecho otras veces, pero prefirió hacerle compañía a Luther y permanecer a su lado, los dos en silencio viendo los saltos de esquí sin demasiado interés. Thermes no era del tipo de persona que interpreta las relaciones con la familia política sin dificultades, para él, un vacío era un vacía viniera de quien viniera, y nunca había pretendido caerle bien a todo él mundo. Sabía que nunca sería suficiente para Regina, es decir, ningún hombre sería nunca suficiente para sus hijas, pero hasta ahí podía llegar. Cuando se les hacía tarde, y empezaba a ponerse cómodo, Adelaida le hacía señales con los ojos para que se levantara, ya le había pasado otras veces y no acababa de entender porque en aquellas ocasiones necesitaba estar siempre alerta. Se levantó y Luther lo miró sonriendo, empezó por retirar el florero y las fotos de familia. Las puso sobre un mueble. A Regina no le gustó el sitio, tal vez porque no lo consideró seguro y acudió para rescatarlas. Adelaida no quería dar la sensación de actuar, ni de comportarse con la artificialidad de otro momento, justamente cuando había llevado a Thermes por primera vez a su casa para presentárselo a sus padres. Estaba tan orgullosa, no sólo de su novio, sino de lo conseguido y la seguridad que tenía en el desarrollo de su noviazgo hacia algo más serio y muy inalcanzable con los tiempos que corrían, el matrimonio. Por el contrario, intentaba ayudar, ser práctica, dejar a un lado lo accesorio para que todo saliera bien; era muy consciente de que en los últimos tiempos todo se había complicado bastante para su madre. Era como si la vida le hubiese dado el lugar de hermana mayor y tuviera que asumir responsabilidades que desconocía por ello. Era su lugar y no otro, y la reunión tenía que 4


servir para que empezara a ser consciente de la situación en que quedarían si Luther desaparecía. No era una mujer asustadiza, ni esquivaba su responsabilidad. De todas formas, si eso era lo que parecía, todos se equivocaban, estaba intentando ser útil y entender lo que pasaba. Después de entrar, besar a sus padres con especial interés y dejar sus abrigos en un perchero, Adelaida tuvo la necesidad de sentarse un momento. Se detuvo, dejó de pensar, hubiese dejado de respirar si eso fuera posible sin problemas, se hubiese apagado durante unos minutos -ya lo había deseado otras veces. Tener la posibilidad de desconectarse a su antojo hubiese sido una gran ventaja en su vida, y lo había deseado desde muy niña-. Su madre se reunió con ella mientras los otros de concentraban en la televisión o en las revistas que había sobre la mesita. Se aproximó en silencio, como solía hacer, capaz de amortiguar cualquier arrastre de las zapatillas. Estaba tan cerca que la podía sentir respirar y le puso la mano sobre el hombro. Creyó que se balanceaba, pero no, sólo había recogidos los brazos sobre su estómago porque no había tenido un día sin más motivación que salir a esa hora de la tarde de casa para su reunión. -Estas cansada. ¿Algo va mal? Regina no había tenido ocasión de hablar con ella en mucho tiempo, no al menos sin un teléfono por medio. Le resultaba complicado tener que esperar un momento así para hacer una pregunta como esa, un tipo de pregunta que sólo surge si puedes ver la cara de tu interlocutor, su aspecto o sus ojos fatigados. Adelaida soltó un soplido. No esperaba que se le acercara tan pronto y se sentara a su lado. Tenía ganas de hablar y aún no había encendido el horno. -Hay días que nada sale como se espera. Thermes quiso hacer sus ejercicios a primera hora de la mañana. Ya saber, se estira como un gato sobre la alfombra, y después lo tengo que ayudar porque no es capaz de levantarse del suelo. En un momento se hizo daño, y se levantó con dolor de espalda. No quiso ir a urgencias, le dí una pomada y dice que está mejor. Por un momento pensé que no podríamos venir hoy. Estoy segura de que esos ejercicios no son buena idea. Él está convencido de lo contrario. Me gustaría que estuviera mejor, de cualquier manera, con médicos o con un entrenador personal, pero su lesión es crónica. Así que lo llevamos como podemos. Thermes la miraba desde su sillón, intentando insinuar con un gesto de sorpresa que no estaba de acuerdo con ella. -Debió de ser uno de esos días, sí. Llegan sin avisar. Hay algo que te quería preguntar desde hace un tiempo y estaba esperando un momento como este, y cogerte desprevenida -Regina se rió como si hubiese dicho su peor maldad en mucho tiempo. -Pues espero que no sea nada tan vergonzoso como parece. -Quiero tener un nieto mientras aún pueda disfrutar de él. ¿Cuándo? -Una cosa está clara, no ahora. No es el momento. No nos sentimos con fuerzas, y si viene no quiero que le falte de nada. De todas formas, tú lo sabes, nunca tuve eso en mente, ni siquiera cuando me casé. No puedo estar segura de entender lo que significa formar un familia y todo lo que eso conlleva. Necesito tiempo, pero entiendo que me lo preguntes. Para Adelaida, los niños siempre había sido una molestia, casi rivales en su relación con otras personas. No podía estar hablando con sus amigas y no sentirse molesta si sus hijos las interrumpían reclamando toda su atención. Esa era la verdad, nunca le habían gustado los niños. Después de su matrimonio necesitó apartarse de sus amigas, de la vida de diversión y la búsqueda de su pasión por la vida, tan apagada en otro tiempo. Su nueva situación buscaba un equilibrio que le hiciese entender que nada de lo que había estado haciendo hasta entonces, era tan importante. Hacía todo lo posible porque no se le notara, pero no le gustaban los niños, por eso se había dedicado a divertirse sin sentir el apremio de una vida tan tradicional. Es posible que hubiera otras cuestiones que intervinieran en esa forma de plantear su juventud, pero no tener prisa, fue determinante. -A ella no le gustan los niños -dijo Thermes desde su sillón-, todos lo sabemos. Se lo he pedido, pero no quiere -thermes sonaba con cierto resentimiento, como si se hubiese obligado a intervenir, 5


pero se cayó y no volvió a abrir la boca. Adelaida lo miró con recelo, pero no el contestó-. -¿Aún no está del todo bien? -Ni un poco. Es como si un perro lo tuviera mordido en al espalda. Debe ser horrible. Era agradable el olor del café recién hecho, pero sólo Regina quiso tomar. Además, habían puesto la calefacción y todo resultaba tan pausado como siempre sucedía, como si la madre fuera especialista en crear aquel ambiente tan cómodo para todo, hasta para Kimi que era la más independiente en tales situaciones. En una ocasión en que Adelaida le había confiado que había discutido con Thermes y que estaba muy molesta con él, Kimi le había respondido que la casa estaba llena y que no había sitio para nadie más y que por lo tanto ya podía reconciliarse lo antes posible, ésto daba una idea de lo directa, celosa de su espacio, y lo cruel que podía ser con su hermana mayor. A veces creía que la suya era una familia de resentidos y que lo ocultaban hasta que la presión los superaba, pero cuando se tranquilizaba se le pasaba. Ni Kimi ni Adelaida, habían sido educadas para tener una vidas fuera de lo convencional. La boda de Adelaida, sin embargo, había sido por el juzgado y a la carrera, apenas diez personas de su entorno más escogido estaban en ella. En aquel momento, Luther ya empezaba a ser consciente de que algo no funcionaba bien en su cabeza, se había vuelto serio y preocupado, pero con el tiempo se le pasaría y dejaría de preocuparse por su enfermedad, sobre todo porque la olvidaba. Tampoco fue, en ningún momento, consciente de lo que significaba y a donde lo llevaba, y los pormenores y condiciones que imponía en su vida, también desaparecían de un día para otro. Ese aspecto tan negativo para otros de su delicada situación, a él le confería la habilidad de enfrentarse a cada nuevo día sin las preocupaciones del principio. Si las fotos en las que había tomado parte en la boda de su hija, aparecía tan serio que parecía enfadado, con el paso del tiempo, parecía haberse instalado en una indiferencia que daba paso a pequeñas sonrisas si le eran solicitadas. No había precedentes de una enfermedad así en la familia, todos se morían de viejos o por por muertes repentinas debido a dolencias coronarias no diagnosticadas, pero ni Regina de sus hijas, parecían asustadas ante la perspectiva de tener que cuidar y llenar de atenciones a un enfermo en una enfermedad larga de las que te van dejando sin fuerzas hasta que te mueres, y ese parecía que iba a ser el caso de Luther a la vuelta de unos años. -Por favor Adelaida, ven a la cocina y me ayudas a cortar la carne. -Claro, sólo déjame un minuto, que respire -respondió a punto de decir, “estabas esperando para cazarme con las ayuditas”, pero no lo hizo, y en su lugar, añadió-: No te preocupes, en un momento estoy allí. La miró como se alejaba mientras se apoyaba en la mesa, más llena de resignación que de otra cosa, sin comprender en lo mucho que Regina deseaba hablar con ella y, por supuesto, insistir en la idea de su fertilidad desaprovechada. 2 Nadie puede frenar el deseo, nacidos para llegar tarde. A Kimi no le gustaban ese tipo de reuniones, pero no podía perdérselas. Por algún motivo que no llegaba a comprender, había cosas de las que se enteraba en ellas, que nadie le contaba. La hacían sentirse decaída e inocente desde unos días antes. Era algo entre el sentimiento de culpabilidad porque ella no ponía lo suficiente de su parte, pero también de lamento porque nadie contaba con ella lo suficiente. No dejaba de compararse con su hermana y se preguntaba si su madre era 6


consciente de la descarada preferencia que tenía por Adelaida. Por supuesto, siempre lo había negado y había afirmado categóricamente que para ella sus dos hijas eran iguales, pero Kimi sabía que no. Le habría gustado quitar el tema en una de esas ocasiones, ya lo había pensado antes, pero se mantenía firme en su idea de que la falta de aprecio se paga mejor con el silencio. Cuando era niña, tímida y cerrada en sí misma, le ofrecían dulces y los rechazaba, entonces Regina retiraba su mano complaciente y decía, “para quien no quiere, tengo yo mucho”. Kimi sabía que aquellos dulces desaparecerían para siempre, tal vez se lo daba a una vecina, o a un niño en plena calle, pero nunca se los volvería a ofrecer o los dejaría a mano para jugar con sus tentaciones. Sencillamente, desaparecían. No estaba demasiado orgullosa de aquella educación entre lo victoriano y lo espartano, aunque en muchos aspectos había moldeado en ella un carácter inquebrantable, ¿acaso no era eso lo que la había hecho sufrir tanto en tantas dulces ocasiones rechazadas? Miraba a su familia con cierta distancia, como si estuviera en un laboratorio mirando bacterias desenvolverse por impulsos, como si hubiera algo que entender que se escapaba al ojo frío del investigador. Fatiga, eso era lo que sentía por encima de todo lo demás, y sin embargo, no lo reconocería. La jovialidad que desplegaba no era real, pero a nadie parecía importarle, estaban empatados también en eso. La televisión había empezado a dar el informativo, muchas noticias no sólo eran repetidas del día anterior, o del parte del mediodía, sino que parecían tomadas del año anterior. Puesto que se había propuesto no hablar más de la cuenta y dejar que Regina lo organizara todo a su manera, Thermes se limitaba a mirar a su alrededor para controlar los movimiento y señales de Adelaida; no se trataba de que le pudiera pasar nada inesperado, o que la siguiera con la vista como se sigue a los niños para que no se metan en líos, lo hacía porque a ella le gustaba expresarse en silencio, hacerse entender con gestos y expresarse con el rostro o con la posición corporal. Sin hablar, Thermes podía saber si se encontraba incomoda, si deseaba irse, o por el contrario, si lo estaba pasando bien o si aceptaba su intromisión en conversaciones que, al fin, nada tenían que ver con los hombres. Los dos habían planeado un viaje por Francia que les llevaría al menos una semana, era algo muy deseado pero aún no se lo habían dicho a nadie. Eso sucedería al cabo de unos días y Thermes debía empezar a trabajar para coger sus vacaciones y poder hacerlo, todo parecía bastante bien organizado. Tenían un mapa con los lugares que querían visitar, y habían revisado el coche a conciencia. Posiblemente a Adelaida le hacía una ilusión especial aquel viaje, sobre todo porque había estado dándole vueltas a la idea de que su matrimonio no estaba funcionando, y que sería una buena ocasión para comprobar si realmente era así, o tan sólo se trataba de imaginaciones suyas. Kimi se sentó a su lado procurando no moverse demasiado, de forma casi imperceptible, y sin apenas levantar la voz más que en un susurro le preguntó a Thermes si él y Adelaida no iban a tener hijos. Era la continuación de la conversación que había oído que tenía su hermana con su madre, y sintió tanta curiosidad que empezó a meterse en ese jardín sin ninguna necesidad. -¿Hay algún impedimento físico? -preguntó haciendo gala de su habitual descaro, pero haciéndolo sonar como si creyera que había entre los dos una confianza que en realidad no parecía real. Después de haber permanecido en silencio durante más de media hora escuchando la respiración ruinosa de Luther, la pregunta de Kimi, tal vez pretendía molestarle pero le sonó como una bendición. La miró adormilado y le sonrió. La atención de la hermana pequeña, aunque tuviera una motivación aviesa, hacía que haberse vestido para la ocasión ya valiera la pena. -No, querida, no hay ningún impedimento físico. Los dos estamos en plena forma. Le pareció que Kimi se excedía en su confianza con demasiada frecuencia y ya todos sabemos lo que se dice de la confianza. Era sorprendente observar con que facilidad elucubraba maldades, como si no hubiese crecido y se mantuviera en las suposiciones maliciosas de los quince años. Tenía apenas unos minutos antes de que Adelaida se diera cuenta de la maniobra y acudiera en su ayuda, pero si en otro tiempo aquel proceder le había servido a Kimi para hacer salir espantados a los novios de su hermana, con Thermes ya no resultaba. Cuando el compromiso estaba formalizado, los envites de Kimi no pasaban de gracietas, y además, si al principio le cogieran por sorpresa, con el paso del 7


tiempo ya había aprendido a conocerla y sabía lo que se podía esperar de ella. Tampoco era la primera vez que intentaba intimidarlo, y antes de sentarse, la había observado intentando descubrir de qué humor se encontraba, pero eso no era tan importante para nadie más. No tendría que haberse sorprendido por aquella primera aproximación, ni siquiera por el entusiasmo infantil que Kimi ponía en sus preguntas. Sin embargo, que un conductor de autobús, embrutecido por horarios que terminaba por extenuar hasta a los físicamente más preparados, limitado inteluctalmente y deprimido por su lesión en las espalda, ni siempre era capaz de encajar las ironías de una joven universitaria sin nada que perder. No siempre resultaba fácil, pero no deseaba aislarse sólo por eso. En esta ocasión, no fue el resultado de la impertinencia de su cuñada, pero la casa era de planta baja y tenía un patio trasero, así que se levantó y se fue a fumar sin apenas hacer ruido. Eran más de las siete de la tarde y ya era de noche, eso ayudaba para no ver las cosas que a los vecinos le caían de las ventanas y permanecían meses en aquel lugar, Por fortuna había un pequeño tejado encima de la puerta y Luther se apoyó en la pared. Cuando sus ojos se acostumbraron a la oscuridad pudi ver un triciclo robo destrozado, ¿era posible que alguien hubiese tirado un triciclo desde una ventana y se hubiera estampado contra el suelo de la terraza? La última vez que habían estado allí. Adelaida había comentado que tendría que ayudar a su madre con aquello o se les iría de las manos. Mientras le daba una calada a su cigarro, Thermes calculó que los objetos que los vecinos no reclamaban por no serles de utilidad se habían doblado desde la última vez y que alguien los había amontonado como si estuviera dispuesto a hacer una hoguera con ellos. -Thermes -exclamó Adelaida al tiempo que tropezaba con el marco de la puerta de aluminio que también se prolongaba por el suelo-, te escurres como una anguila, ¿te encuentras bien? Eres un especialista en escapismo, nunca me acostumbraré. Estuve a punto de ir al bar. -Conocí una vez a na chica que se parecía a tu hermana, cada vez que abría la boca era intentando molestar -le respondió-. Era muy mediocre. -Tal vez tenía otros méritos. -Tenía el pecho grande y la nariz ganchuda. En aquel momento a mi me pareció atractiva, pero era insoportable. La estrategia formaba parte de la paciencia (o al revés) cuando sabía que no se sentía cómodo. Era una forma de controlarlo, como si se tratara de un cachorro hambriento e insoportable de una fiereza irreductible por los métodos habituales. Digo fiereza, porque algo ardía en su interior que no siempre exteriorizaba, no siempre dejaba salir ni exponía a la vista de todos, pero existía. En otras ocasiones, aún en desacuerdo, ella era más templada, tranquilizadora, a veces. Pero no era uno de esos momentos cotidianos que se pueden aplazar y darles forma, era otra cosa la que al daba vueltas en la cabeza aquel día, no podía resistirse a las estúpidas comparaciones y soltar también lo que ella pensaba. Podía tratarse de una forma de agotamiento, no era necesario analizarlo todo, estaba resuelta a no ser demasiado condescendiente en aquel momento. -La conocí, era una chica de mirada lánguida, pero tú sólo te fijaste en sus pechos y su nariz -le dijo-. Sabes que fumar tanto no te hace bien, por la mañana empezarás con tu sonata de toses y ronquidos. Te haría falta tu público en un momento así, como los que aplauden tus chistes en el autobús -era un comentario que parecía destinado a o reducir la importancia de sus diferencias. -Éramos muy jóvenes entonces, estuve un tiempo con ella y me obsesionaban sus pechos. Yo no tengo la culpa que no tengas un pecho desbordante como os gusta a las mujeres tener, pero ¿la habría rechazado si no me gustaran tus pechos diminutos? No debes reprocharme algo tan tonto. No es por eso que fumo como si me fuera la vida en ello, lo necesito, me calma. Es como si pensara que ya que no puedo hacer nada por que el mundo sea un lugar mejor, al menos puedo terminar de matarme con este veneno. Y no me hago el gracioso con los pasajeros, de hecho, apenas hablo con ellos; normas de la empresa. -Es que, a veces tengo la impresión de que te está volviendo un amargado y no sé por qué. -Me enamoré de ti y te deseé desde el principio. Te miraba y me llenaba de deseo, no me digas que 8


no lo notabas. Cuando empecé a subir a tu casa, buscaba cualquier momento libre para subir o buscarte por los sitios que frecuentabas. No pasaba desapercibido para nadie que estaba obsesionado. A veces no e paraba nada más que con los que te conocían, les preguntaba si te habían visto y me miraban como si estuviera tarado. -No sabía que hubiese sido así. Yo sólo lo veía como un amor normal. Dos personas se gustan, se acercan y se enamoran. -Hice todo lo posible por que no te dieras cuenta de a dónde llegaba mi gana por tenerte, si lo hubieras notado es posible que hubieses salido corriendo. -No creo. -Por eso empecé a fumar, por el miedo a perderte, y desde entonces no he podido dejarlo. El tabaco me tranquiliza y me permite vernos como una pareja de igual a igual. Así pues, empecé a moverme por todos los lugares en los que podía comprar, tabaco y empece a fumar pitis, mentolados y cualquier cosa que me pareciera una novedad. Yo no era consciente de que pudiera llegar a engancharme psicológicamente como lo he hecho, como un adolescente que necesitara fumar a escondidas -y continuó-. Jamás pensé que fuera a tomar esta dimensión y que tuvieras que soportar una vida al lado de un hombre como yo, si no te gusta el tabaco, ni su olor ni lo que representa. Debo darte asco. Lo veo claro ahora. Adelaida soltó una risa nerviosa. -No digas tonterías. Ser tan negativo no soluciona nada. Durante años habían compartido sus deseos, sus sueños, hasta sus más íntimos pensamientos, pero era como llenar una caja de juguetes sin ningún progreso, como si se hubiesen acostumbrado a respirar con la nariz fuera del agua cuando las pequeñas decepciones les iban llegando al cuello. Ellos no parecían darse cuenta, pero los años de convivencia no querían decir nada, su relación aún estaba empezando y, en ocasiones, se miraban como si no se conocieran lo suficiente. Por fortuna, los dos eran capaces de guardar las formas, y a pesar de la excitación en algunos momentos, sus voces no eran dadas a subir el tono más de lo preciso, y no parecía necesario, porque eran capaces de expresar su acritud en toda su dimensión si llegar a eso. En cambio, Adelaida era capaz de golpearlo con sus ironías, con su risa punzante y el desprecio de sus argumentos. Era capaz de dejarlo con la palabra en la boca, e incluso, de repetir delante de extraños, alguna frase que le pareciera ridícula y con la que deseaba castigarlo. “Yo no tengo necesidad de pelearme con mis compañeros por los trayectos mejor pagados”, incidía ella como si él se creyera un millonario, como si pretender que les sobraba el dinero fuera una grave afrenta, y poniendo aquella voz de pato Lucas que a él tanto le molestaba. Si alguien no los conocía y los viera en una de sus actuaciones, podría pensar que se tenían una manía insuperable y brutal que no serían capaces de superar, pero lo cierto es que estaban empezando a acostumbrarse él uno al otro, y, después de todo, las parejas que no se separan no es porque no tengan diferencia sino porque son capaces de acostumbrarse a ellas y sobrellevarlas como una incomodidad, un precio a pagar por la vida que habían elegido y que se vería compensada de otra forma en el futuro. -No es cuestión de como me siento yo, es cuestión de que necesito verte más tranquilo -continuó ella. La gente expone sus problemas en público, lo he visto un millón de veces. La mayoría deciden separarse como la gran derrota de sus vidas, algunos con hijos y con más veinte años de convivencia familiar. No quiero que eso nos pase. Pero a nosotros no nos debe importar lo que hacen otros. Hemos pasado por peores momentos, o al menos, parecidos a éste, habíamos previsto que no fracasaríamos cuando los momentos difíciles llegaran, por eso me duele verte tan superado. Ella parecía capaz de sacarlo todo en el momento más comprometido, cuando en casa, los dos en silencio, no se habían atrevido a abrir la boca en todo el día. Era como si estar en casa de sus madre le diera una nueva dimensión a sus certezas. Ni siquiera pensó en como debería estar disfrutando Kimi si estuviera escuchando detrás de la puerta. Aquel comportamiento no era lo que se esperaba de ellos, pero la idea de que Adelaida no deseaba tener hijos hasta que su situación económica no 9


estuviera más consolidada, empezaba a rondar el inconsciente de Thermes. Intentar averiguar lo que les pasaba, sacar a la luz la raíz de su desencuentro, formaba parte de la teoría rabiosa de algunas discusiones. Alguna gente no soporta discutir, nunca lo hace menos que haya una afrenta o un desencuentro mayor por medio, éstos son los ñunicos incapaces de entender que alguna gente discute porque se importa, aunque Adelaida hubiera empezado a pensar que eso ya no era tan probable como al principio. Matar unos cuantos sueños a traición era aceptar que habían empezado a fracasar, pero, al mismo tiempo era intentar conservar lo mejor de su relación. “Tal vez nos hemos pasado con nuestras expectativas”, le dijo Thermes en una ocasión, porque, al fin, era él que estaba dispuesto a ceder más. Fue en ese momento cuando ella empezó a preocuparse por su relación. No tenían mucho dinero ahorrado y se lo iban a gastar en un viaje por Francia, la tierra del amor y las cigüeñas, y ni siquiera estaba segura de que eso fuera lo más conveniente. Por su parte, Thermes había empezado a pensar que no había resultado tan buen partido como creía que era, y tener tan buena opinión de sí mismo, tal vez había confundido a otros, pero si Adelaida consideraba que merecía una vida mejor -lo que no sería extraño, porque los sueldos de la compañía de autobuses no eran nada especialmente denso-, contra eso no iba a poder luchar. -Recordaremos este tiempo por estas peleas... silo superamos -dijo él después de un largo silencio-. Pasamos de un reproche a otro olvidando que es lo que en realidad mueve nuestras discusiones, o al menos, lo que las inicia. Mi acritud hacia tu hermana está más que justificada, es una inmadura, ya lo hemos hablado otras veces y no pretendo ponerme en un plano superior al decir esto. -Nunca muestras todas tus cartas, ¿o es así? -Entre tú y ella, en cada nueva reunión, hacéis que me sienta cuestionado, no es un secreto que no vengo de buena gana. Aseguras que me quieres, pero me siento tan presionado, y no sé en que momento empezó ésto. -¿Tu quieres saber cuándo empezó ésto? ¿Y acaso yo no quiero saberlo? Todo gira a tu alrededor, ¿y que hay de mi? No tengo miedo a montar una escenita para que todos nos oigan, no sólo mis padres, también los vecinos. Que todos sepan que clase de relación congelada nos une. No me valen tus excusas de que te duele la espalda y que eso te frena la libido, o que fumas para retraer el dolor. El dolor de espalda no crea actitudes tan arrogantes. Echo de menos algunas emociones, ¿eres capaz de entender, en qué momento empezó eso? En ese momento, Thermes la miraba como si fuese una mascota que se vuelve loca y peligrosa, y a la que no podría calmar sin exponerse. Si pretendía cambiar el tono, seguramente ella explotaría del todo, pero eso no frenaba su idea de que ella estaba deseando ser abrazada. Nada había sucedido de la forma más conveniente, y se arrepentía de haberse quejado del cinismo de Kimi, quizás todo se hubiese contenido si no fuera por eso. La hermana pequeña se había salido con la suya, en cierto modo. Se estaban distanciando, eso era obvio para todos, aunque tal vez no les importara. En algún momento, cuando se encontrara mejor, tendría que reconciliarse consigo mismo antes de hacerlo con los demás. La discusión siguió hasta que los dos estuvieron convencidos de que no iba a suceder nada, ni nada iba a ser dicho que pusiera un principio de cordura en el deseo apagado de amarse como en otro tiempo. Pero Thermes siguió allí inmóvil, apoyado en la puerta, mirándola incrédulo. En otras vidas imaginadas alguna vez, todo había sido de color de rosa, no había lugar para tantos reproches contenidos. -Pues yo también tengo mis dolores, que lo sepas -continuaba Adelaida-. Acaso crees que me agrada que te llame esa chica de la oficina de personal. Con esa voz de enterada que en nada ayuda, buscándole tres pies al gato. La vi una vez presumiendo de estatus, con sus vestidos caros, su figura impecable y su piel de cremas de trescientos euros. Entonces, Thermes la miró como si se hubiese vuelto loca. Comparándose con una mujer que tenia una casa con piscina y un marido arquitecto que la llevaba al trabajo en un coche descapotable. Le pareció que en su voz había un todo de franca envidia. -Esos andares de señora, y esos aires de superioridad. He puesto mucho en nuestro matrimonio, y 10


me encuentro como deseando encontrar una salida a este laberinto. No quiero llegar a vieja sola y borracha. Me aterra esa idea. Ahora ya lo sabes. Si no le prestaba atención la provocaría, pero si iniciaba un movimiento de aproximación, ella lo rechazaría. Así que continuaba allí parado sin moverse, congelado, si atreverse a decir ni una palabra. Cuando Adelaida volvió a la cocina su madre la miró fijamente a los ojos, reprochándole por lo que acababa de suceder. -Os he oído discutir. No deber tratarlo así, de hecho, no debes hablarle en ese tono a nadie. ¿Quieres un pastel? Los guardaba para el postre, pero te vendrá bien echarle un poco de azúcar al organismo. -Nada pasteles mamá -rechazó alargando las palabras con resignación. -¡Pues sí que estamos bien! Yo deseando compartir con alguien mis problemas y tú te has adelantado. -Supongo que debo parecer patética. -En absoluto. Cuando nos sentimos mal y no existen razonamientos capaces de someter ese malestar, no debemos tragarlo todo. Adelaida la miró con agradecimiento por sus palabras. -Por supuesto que él tiene sus frustraciones -se justificaba la hija-, pero no quiero ni oírlo, yo también me siento mal. No hablemos de eso, él puede oírnos. -Querida -dijo Regina y se detuvo como si le costara encontrar las palabras para lo que quería decir-, lo mejor que tienes ahora es tu matrimonio, no dejes que se estropee. Nunca legué a entender del todo a Thermes, ni creo que lo conozca muy en profundidad, después de todo no nos vemos tanto, pero me acostumbré a él, creo que es un buen chico. Y es todo lo que voy a decir al respecto. Cuando en el pasado, había tenido alguna pequeña discusión con Thermes, nadie había salido en su defensa, y aquello la cogió por sorpresa. Su madre,de la que siempre había esperado que se preocupara por su felicidad, ahora le decía que esa felicidad dependía de aferrarse a lo que en aquel preciso momento la estaba haciendo infeliz. O tal vez le quería hacer ver que no era él, sino como se había complicado todo. ¿Sería eso, o era que no sabría explicarle a su madre que él se había convertido en un témpano de hielo y ella se sentía abandonada? Una media hora después, Luther se había quedado dormido y Kimi le limpiaba la baba que le caía por la comisura de los labios, cuando sonó el timbre, Ella se levantó de un salto y se dispuso a abrir. Había estado toda la tarde esperando aquella visita, pero no se lo había dicho a nadie. Era su nuevo novio, el cuarto en la lista de los presentados a la familia, si las cuentas no le fallaban. Él no le había asurado que iría, pero al final lo había hecho, aunque llegaba una hora más tarde de la que habían quedado. Se besaron en la puerta tan largamente que a Adelaida le tiempo a ver lo que sucedía y hacerse una primera impresión acerca del chico, que casi le quitaba una cabeza a Kimi y se encorvaba para recibir aquella efusiva y sensual muestra de agradecimiento por su esfuerzo. Los besos apasionados y largos como aquel, en momentos tan señalados establecen los mombres del compromiso, al menos por parte de Kimi, que le mandaba un mensaje claro, había que dar pasos firmes hacia un compromiso para que todo siguiera funcionan y, lo que parecía evidente, para que aquella llama de travesuras no tuviera final. Para Kimi significaba mucho, no podía seguir acumulando fracasos indefinidamente sin terminar de comprender, qué era lo que hacía mal. Al menos estaba de nuevo en marcha, y le pareció que Parsifae podría acostumbrarse rápido a dormir a su lado y echarla de menos al dejar de hacerlo, y eso ya era mucho más de lo que se podía esperar de un hombre en esos tiempos. Podría adaptarse a ella y a todo lo que representaba, porque sabía por experiencia que otros chicos no lo hacían y cuando ella les habían faltado, ni siquiera la habían echado de menos, es decir, si estaba les parecía bien, pero si no estaba, eso les daba tiempo a ocuparse de sus aficiones. Y recordaba, cuando pensaba en esto, sobre todo, a aquel músico que parecía más inclinado a salir de gira que a quedarse con ella, a ir a ensayar que a esperarla para un paseo romántico, o a salir con los amigos de pubs y cervezas, antes que dedicarle a ella ese tiempo 11


libre. No, nada había sido fácil para ella en sus pasadas relaciones, ¿habría sido la causa, el exceso de libertad e independencia que se daban sus parejas? Ella había leído en alguna parte, que las parejas que funcionaban se daban mucho espacio; todo era un lío, pero al menos disponía de un par de horas para demostrarle a Parsifae que podía encajar perfectamente en un caos familiar similar a otros, aún más endiabladamente numerosos, con niños corriendo y gritando, y abuelos pidiendo sus pastillas o que los acompañaran al baño a orinar. Cuando separaron sus labios y ella abrió sus ojos, a Adelaida le había dado tiempo a dejar una plato de entremeses en al mesa del salón y seguir mirándolos al volver. Cuando eso sucedió, Parsifae seguía apretando a Kimi contra sí para que sintiera que aquel beso le había provocado una erección, lo que no era extraño en él que se excitaba con facilidad. La voz de su madre resonó desde la cocina, ¿quién es?, y Adelaida le contestó convencida, “Creo que kimi tiene otro novio”, y se echó a reír, porque su respuesta había sido una maldad destinada a cuestionar la solemnidad que su hermana quería darle a aquel momento. Todos siguieron el guión de las formalidades y las presentaciones se hicieron sin demoras, Parsifae era de buena familia y Thermes lo vio llegar y aparcar con su enorme y caro coche deportivo. Se movieron a la sala y allí le hicieron algunas preguntas de cortesía, como iba a quedarse a cenar le hicieron un sitio a un plato más en la mesa y consideraron que si Kimi quería pasar toda la noche abrazada a él, no debían hacer ningún comentario jocoso, aunque era posible que lo mereciera. Thermes volvió a sentarse en el sillón al lado de Luther que miraba lo que sucedía con incredulidad, sin moverse del sillón durante todo el proceso de recepción, pero a ratos, le sonreía a Parsifae como si lo conociera de antes. Todo estaba muy adelantado y Kimi y Parsifae terminaron de poner la mesa sin separarse un instante. -Es de buena familia -le dijo Regina a Adelaida mientras se lavaba las manos en el grifo del fregadero y se las secaba con un trapo de cocina-. Conozco a su padre, es abogado, y se nota por sus manos tan delicadas, que no es el tipo de chico que va a hacer trabajos que puedan estropear su manicura. A Adelaida le había dado hambre, y se metió en la boca un trozo de pan intentando no tener que responder. La casa había cogido se había calentado y aquel ambiente le hizo a Thermes quitarse la chaqueta, mientras que Luther seguía sin moverse pero acalorado, se había puesto rojo como un tomate; nadie se percató de ese detalle. Sólo necesitaría un poco más de tiempo para empezar a echar humo, si Kimi no se hubiera quejado del calor y no hubiese abierto ligeramente una ventana, lo que hizo que Thermes resoplara y tuviera que ponerse la chaqueta de nuevo. Al final, fue Adelaida la que entornó un poco la ventana para que no pasaran del extremo del calor sofocante, a la corriente de aire que pudiera hacerlos enfermar; eso sería lo peor, que Thermes pudiera añadir una enfermedad más a su ya deprimente cuadro vital, o que Luther tuviera que ir a urgencias por una gripe o algo peor, una bronquitis o una neumonía. Y lo cierto es que debió de encontrar un punto de confort intermedio porque Thermes le dio las gracias, lo que a ella le pareció un poco forzado, habida cuenta de que no parecía inclinado a pasar por alto su última discusión. Después de tomar otra cerveza, Thermes no mostró reparos de que lo sentaran al lado de Luther mientras cenaba, “es para que no se sienta sólo”, dijo Regina. Pero lo cierto es que le inquietaba que pudiera atragantarse si ella no estaba a su lado y tenía que acabar de preparar los platos en la cocina. Después de todo, Luther, no sólo había demostrado una disposición comprensiva a ayudar en todo lo que pudiera a su suegro enfermo, también se había mostrado muy entristecido por cómo se habían desarrollado los acontecimientos después de su enfermedad y por convencerse en ese extremo, una vez más, de que la vida era siempre terminaba injustamente. Le pusieron una vela con un setenta y nueve, encima de la tarta de fresas. Luther la sopló y le aplaudieron, No quiso comer tarta, lo levantaron con cuidado y lo ayudaron a ponerse el pijama para meterlo en cama. A ultima hora del día, pasar de sus rutinas por cualquier causa ajena a su enfermedad, le resultaba una tremenda paliza. Cuando se vio en al cama y le apagaron la luz, 12


agradeció que lo dejaran descansar y en menos de cinco minutos se quedó profundamente dormido.

3 La piedra negra Quizá porque Kimi parecía haberse cubierto de un halo de bondad, pero también porque contempló la posibilidad de que mientras su novio estuviera delante, actuaría como una señorita dulce e inocente, Thermes empezó a acariciar la confortable idea de pasar el resto de la noche sin que la “niña guapita” lo molestase con sus indirectas. Cuando volvió de la habitación de acostar a su suegro, se sentó delante de la televisión exactamente en el mismo sitio que había ocupado desde que llegara -que era el que acostumbraba, bien en visitas inesperadas de fin de semana, o en grandes reuniones familiares como era el caso-, como si pensara que sentarse allí le otorgara algún grado de invisibilidad, y porque al fin, estar al lado Luther le proporcionaba una cierta tranquilidad y esperase su regreso del mundo de los sueños, en cualquier momento. En esa situación de estrecha camaradería con un anciano del que no sabía si comprendía aquel aprecio que sentía por él y lo posicionado que estaba en contra de su enfermedad, Kimi lo veía como un estorbo y él se llenaba de paciencia para no darle una mala contestación. En un momento, algún tiempo después de que la ausencia de Luther provocara un vacío en el costado de Thermes y cuando ya la cena estaba lista y Regina había apagado el horno, el marido de Adelaida oyó un gemido parecido al llanto de un cachorro de mastín que luchaba por buscar un poco de leche en la teta de su madre. Su mujer se había encerrado en el baño y él creyó que se lamentaba por su discusión, pero no podía entender que la había llevado de la furia al llanto. Estaba con las piernas separadas intentado una postura cómoda para la espalda cuando se alarmó tanto por lo que oía que se levanto de un golpe y llamó a la puerta del cuarto de baño y le preguntó si estaba bien y que ocurría. Ella abrio y lo dejó entrar cerrando de nuevo a su espalda, “el médico le ha dicho a mi madre que a Luther le quedan unos meses de vida”. Su llanto se desbocó en ese punto y el la abrazó intentando calmarla pero sin saber que decir. Tal vez se trataba del hecho de no poder tenerlo más tiempo, de no haber podido pasar más tiempo a su lado, de que el reloj se le parara a Luther porque la vida se acababa, y ser consciente de que la vida tenía fin, también confundía aquella tristeza más real que ninguna otra. También sentía vergüenza por haberse permitido vivir tan ajena a que el final fuera tan inminente, por haber creído en sus inocentes ilusiones inmediatas, que su padre iba a vivir aun muchos años. Y, sobre todo, por no haber podido deshacerse del deseo de tenerlo allí, sentado en aquel sillón aunque no hablara, aunque no demostrara entender lo que se decía, porque su presencia lo hacía todo más templado y humano. Para Kimi, recibir la noticia fue un inconveniente porque no había escogido el mejor día para la presentación en familia de su pareja, y como su madre no quisiera romper los planes, pues soltó la noticia de todas forma. Tampoco se lo tomó de forma tan trágica como su hermana, porque en su caso, venía conviviendo con la enfermedad mucho tiempo y le parecía que todos lo venían esperando de antes, aunque no fuera así. Se quedó sentada en el sofá cogiendo las manos de Parsifae mientras le decía, “no es nada, no te preocupes”. En ese caso prefirió no moverse, pero bajó un poco el volumen de la tele, tal vez por respeto o porque ya no se oían los gemidos de su hermana, y eso fue algo tan insólito en ella que no pasó desapercibido para su madre que le dio la gracias y añadió que aquella voz monótona del locutor que daba las noticias la estaba volviendo loca. Lo más probable era que a Adelaida se le pasara pronto, pero hasta que no la vio salir del baño con la cabeza alta, e 13


incapaz de disimular las señales de haberse lavado la cara, no supo si todos estaban de acuerdo en sentarse a cenar. La primera en hacerlo fue Adelaida, y todos la siguieron intentando quitarle drama al asunto, y Regina apuntó que la carne le había salido muy bien y que no recordaba que tomara aquel color dorado y aquella textura, desde hacía mucho tiempo. Lo primero que hizo Thermes fue abrir el vino, y a continuación apagó la televisión porque ya a nadie le interesaba si se avecinaba un vendaval que pudiera hacer caer todas las macetas de las ventanas de la ciudad, o si había subido la gasolina. Un momento después de sentarse, Adelaida se levantó de nuevo, para coger pan y un cuchillo que se les había quedado atrás, pero no habló. Frente a su actitud poco comunicativa, el resto parecían dispuestos a forzar conversaciones que nadie seguía más que comentarios ocasionales. Era de noche y Thermes estaba deseando salir a fumar, pero se contuvo. Apenas hubo algún comentario acerca del tema que les había reunido, hasta que Regina hizo oficial lo que le había dicho el médico, intentando no ponerse demasiado solemne: “Creo que todos esperábamos y sabíamos que este momento iba a llegar”. -¿Por qué tiene que ser todo así? -empezó Kimi-, ya sabíamos que la vida nos va quitando las fuerzas, pero en su caso es como si le hubiese quitado el alma. Intenté ser cariñosa estos últimos meses, pero me pareció que no le importaba. -Nos ha invadido la tristeza, esta casa la tiene en cada uno de sus rincones. Es como una manta de tristeza que lo cubre todo -Regina intento ponerse poética sin conseguirlo-. Algunas noches permanezco abrazada a él como quien abraza un muñeco. A veces, el me ye sollozar y no lo entiendo, se me queda mirando como si sus ojos miraran el infinito. -También me preocupas tú madre -dijo Adelaida-. Si él fuera consciente de muchas cosas, querría estar contigo en todo momento, sin perderse un minuto de lo que le quede por vivir. Es veneración lo que siempre a sentido por ti. -No digas eso. No podía estar sin sus hijas. ¿Se te ha ocurrido pensar, cuántas veces me ha preguntado por vosotras en las ocasiones en que estábamos los dos solos? Estos últimos años, ha pensado mucho en sus dos niñas. -Sí que he pensado en eso -replicó Adelaida a su madre-. Claro que lo he pensado. En eso también ha tenido suerte, nos tiene a todos a su alrededor. Intentamos lo mejor, pero a veces no es tan fácil conseguirlo. Me consuela pensar que nos hemos preocupado tanto por él, cuando en realidad lo que podíamos hacer era muy limitado. En aquel momento, apareció Luther como un fantasma que se incorporaba al salón desde la oscuridad de la habitación contigua, Tenía el pijama mojado y los miraba sonriendo, pero no sonreía, era como una mueca que incorporaba a sus ojos de mirada vacía. Adelaida estaba demasiada intranquila, incapaz de respirar con normalidad como para acertar a hacer algún comentario. El primero en levantarse fue Luther, y con ayuda de Regina llevaron al enfermo al baño, lo lavaron, le cambiaron el pijama y lo devolvieron a la cama. “Cuando intentá orinar por sí mismo, se moja”, dijo Regina mientras acariciaba la cabeza de su marido. Se detuvo en la cocina y cambió algunos platos; todos siguieron cenando intentando normalizar una nueva manifestación de la enfermedad. Regina no parecía demasiado animada a sentarse de nuevo, y rebuscaba entre las especias. Dijo que tenía por allí algo de bicarbonato, que le iba a hacer falta más tarde porque la carne le había salido muy picante y especiada. Esa noche, Adelaida no iba a tener la ocasión de hablar pausadamente con su madre, pero se levantó y le ayudó a recoger la cocina. Ella protestó y le pidió que siguiera cenando, que ya recogerían después, pero Adelaida no le hizo ningún caso, y se puso a lavar cacerolas. Sólo había un tema en la cabeza de todos, la enfermedad de Luther. Cuando terminaron de cenar, Parsifae se inventó un compromiso y dijo que debía irse. Su visita fue tan corta como intensa. Kimi lo acompañó hasta el coche, se puso su abrigo nuevo para sentirse como una princesa afortunada y se demoró besándolo para que no se llevara un mal recuerdo de aquella noche. Regina le había pedido, justo antes de salir, que esperara al café porque estaba la cafetera en el fuego, pero no consiguió retenerlo. En este tipo de reuniones, nadie se iba antes del 14


café, era una norma de buena educación, pero Parsifae además de ser de una buena familia y tener un coche que costaba lo que Luther ganaba en dos años, no estaba acostumbrado a ese tipo de reuniones, de hecho, dos horas antes no había contemplado la posibilidad de quedarse a cenar, y sólo había pasado para saludar y “salir pitando”. Cuando Parsifae dio gas a su coche y se perdió en la noche, Adelaida esperaba a Kimi en la puerta para hablar con ella. -Este no es el mejor momento para pensar sólo en nosotras mismas, pero parece un buen chico -le dijo Adelaida cuando aún no estaba tan cerca como para poder mirarla a los ojos-. Todo se está complicando ¿no? -Las cosas van de mal en peor. Mamá lo lleva con paciencia, pero ya no es la misma. Todos intentamos que no nos supere, pero la vida, en este caso, no ofrece ni una oportunidad. Estoy intentando no salir mucho, aunque los chicos ya saben como son, quieren todo el tiempo para ellos. Al pasar más tiempo en casa, se que le ofrezco una estabilidad, pero ella no habla, y no sé si es lo que quiere. Parece que esta reunión era sólo porque deseaba hablar contigo, así que no hablemos de lo que es mejor para cada uno. Esta claro que no lo vimos venir. -No te reprocho nada. Yo, sí, he pensado demasiado en mi misma y eso no me dejaba ver. En estos últimos meses tuve que ocuparme de mis cosas, cosas que no podía aplazar. Nuestro matrimonio está pasando una crisis. -Sí, se nota. -No creo que se pueda decir que somos malas hijas. Después de todo estamos aquí. Tendremos que manejar la situación lo mejor que podamos y ponernos de acuerdo para ocuparnos también de Regina. -Pues si estás dispuesta a tanto, puedes venir a vivir aquí, hay una cama vacía en mi habitación. -¿Por que me dices eso? ¿Acaso no he estado siempre que ha hecho falta? -Muy bien, si quieres que te lo diga claro. Estoy decepcionada contigo. Te has montado tu vida de señora respetable como si lo demás ocupara un lugar secundario. -Es posible, pero si tú salieras menos, y te dedicaras menos a marear a tus pretendientes, tal vez también pudieras tener posibilidades de vivir en pareja. No es tan difícil. Al día siguiente, Adelaida hizo todo lo que solía hacer en su rutina, arregló la casa y se fue al gimnasio, pero ese día nada le salía como esperaba, tropezaba con los muebles y se encontraba demasiado fatigada para acabar sus ejercicios. Lo de Thermes era diferente porque debido a su lesión no podía dejar de ejercitarse ni un sólo día, así que ella no esperó por él y le dijo que lo vería a mediodía para comer en casa. Se llenó de valor para llamar por teléfono a su madre y preguntarle como iba todo. Intentaba hacerse un plano mental de la situaciones, las necesidades y aquello en lo que ella podía ayudar para que a todos les fuera más llevadero. Acabaron hablando de Luther y aquel hombre que se pasaba el día durmiendo y que se parecía a él, pero que no terminaban de reconocer. Adelaida no podía olvidar que había sido un gran deportista, y que no era un hombre grande, pero siempre había gozado de buena salud hasta llegado aquel momento irreparable unos años antes. Regina hablaba sin sin parar, se desahogaba exponiendo sus recuerdos a través de un teléfono que le ofrecía un poco de comprensión. Tal vez, aquella escena se había repetido mucho los últimos años, quizá más de lo deseado. Se les derrumbaba la vida sobre el recuerdo de aquel hombre capaz de ganar una maratón en otro tiempo e incapaz de ir sólo al baño mientras ellas hablaban por teléfono. De cualquier modo, a Regina no le gustaba recrearse en los malos momentos, en la tristeza que vivía a diario o en la incertidumbre del momento fatal que esperaban. Aquella mañana, Adelaida había pasado a ultimar los detalles de su viaje por Francia a la agencia, contrató su estancia en los hoteles que estarían en su ruta, las comidas y las cenas, pero llevarían su propio coche. Tenía en mente la lesión de espalda de Thermes, y aunque parecía que le aliviaba poner una faja que había adquirido los últimos días, lo cierto era que un viaje largo en coche no era lo mejor para él. En cualquier caso estaba decidido a pedir el alta laboral y empezar las vacaciones que se había perdido por su enfermedad. Sus compañeros le habían llamado por teléfono para interesarse 15


por él, porque había corrido el rumor en la empresa de que se iba a reincorporar y necesitaban hacer los nuevos horarios. Entre los calmantes, el gimnasio y la faja ortopédica, intentaba convencerse de que sus dolores disminuirían poco a poco hasta desaparecer. Los conflictos laborales de la empresa eran de grado menor, cuestiones salariales y de horarios, y por lo que le contaron no había cambios de plantilla que le pudieran afectar, así que podría ir de vacaciones con cierta tranquilidad en ese sentido. Empezó a tener la sensación de que aquel viaje era lo correcto para recuperar la concordia de pareja, y sólo la inoportuna recaída de Luther y su enfermedad parecía condicionar su marcha. De cualquier forma, no sería más que un mes y cuando volvieran podrían visitarlo con frecuencia y ayudar a Regina a organizarse. Adelaida también estaba preocupada por eso y lo miraba profundamente intentando volcar el peso de la decisión de la partida sobre sus hombros, eso a él no le gustaba, pero o invalidaba el hecho de que ella, finalmente, también tendría que estar conforme y ser parte de aquellas tan esperadas vacaciones o se oponía sin posibilidades de éxito. En aquellas horas en las que se sintió tan decidida a todo, Adelaida visitó a la hermana de Thermes, que apenas era una adolescente y que lo estaba pasando mal por que no parecía encajar en ninguna parte. Thermes lo había sugerido, y ella, como si cogiera la idea al vuelo se dejó caer por su casa para proponérselo. Carliña estuvo de acuerdo, ese debía ser un punto de inflexión, el momento de recapacitar y repensar que hacer de su vida y empezar a remontar a su vuelta. Adelaida sabía ser muy persuasiva y empleó todos los argumentos a su alcance para convencerla de que aquel viaje a Francia sería estupendo y sólo tuvo que telefonear a la agencia de viaje para añadirla en el paquete final. En medio de su conversación, Carliña quiso saber por qué hacían aquel viaje y si tenía algo que ver con la imagen que habían dado en los últimos tiempos, aquella imagen de pareja en crisis y bronca continuada, y Adelaida no le quedó otro remedio que decirle que esperaba que su relación fuera a mejor después de todo, y que así planteado, un viaje podía perseguir el mismo efecto curativo de cualquier medicamento que bajara el estrés y las malas tensiones. Tenían que planteárselo como un fenómeno casi místico, y buscar la paz interior como hacían los peregrinos en la edad media, sólo que ellos lo harían en coche y sin el esfuerzo añadido de caminar miles de kilómetros soportando yagas y ampollas en los pies. Esa era la idea romántica que Adelaida exponía del viaje, si bien, Thermes no quería contrariarla pero sabía que los viajes de curación milagrosa ya no existían o se había dejado de creer en ellos. Cuando aquella noche, le dijo que ese había sido el argumento exhibido para convencer a su hermana, él sonrió complacido pero incrédulo a la vez. Tras su última visita al médico, a Thermes le quedó claro que su problema en la espalda no era de fácil solución, pero como había conseguido reducir sus dolores en origen, es decir, con pomadas y fajas presionando el lugar indicado, y ayudado por calmantes, se atrevió a pedir el alta. Ya otros compañeros en la empresa habían tenido problemas similares de salud y algunos habían dejado de trabajar después de una operación que no ofrecía ninguna garantía. El médico había avanzado en esa idea al decirle “hay sitios donde es mejor no tocar”, pero aquello no era más que una postura que tampoco solucionaba nada y que se vería ignorada si él se decidía a dar el paso hacia la cirugía. Además, si después de volver al trabajo y pasado un tiempo de intentar llevarlo a cabo controlando sus dolores, no lo conseguía tendría que volver a planteárselo todo de nuevo. No era fácil enfrentarse a aquella situación, pero no quería adelantar acontecimientos, y lo que tenia que hacer llegado aquel omento era disfrutar de las vacaciones que tenía delante; ya habría tiempo para lo que tuviera que venir. Un viaje en coche no era la mejor respuesta a su enfermedad, pero concluyó en que sería una buena prueba si hacían etapas cortas. Programó llegar a los hoteles, después de mediodía, es decir que rodarían por las carreteras francesas sólo durante la mañana, y no todos los días. Si descansaban lo suficiente y hacían las paradas necesarias, cada trayecto no tenía que convertirse en una paliza como las que se pegaba en el trabajo, o como los viajes de juventud que recordaba tan vibrantes. Ni siquiera iba a intentar forzar las situaciones, y eso significaba que si no se encontraba bien podrían permanecer en un mismo hotel por tiempo indefinido y renunciando a otras reservas; así lo habían 16


acordado con la agencia. El día antes de la partida, los tres viajeros comieron juntos, y resultó inequívoca la pasión que demostraron y el ansia que los hacía desear que aquellas horas pasaran lo más rápido posible para ponerse en marcha y empezar su aventura. De pronto, Thermes se veía compartiendo un viaje largo con su hermana, algo impensable unos meses antes, tal vez porque ella era muy celosa de su propia vida e independencia. No quería que siguiera metida en su concha de ostra o que se enredara con malas amistades de las que la llevarían a salir y beber a menudo, al fin y al cabo, eso era lo que hacía la juventud en los últimos tiempos. No iba a oponerse a que pusiera sus condiciones para embarcarse con ellos, pero lo que no esperaba era que pretendiera llevar tres maletas, y eso hubo que negociarla hasta que se quedó en una maleta y una bolsa de viaje. Ella no se dejaba intimidar a pesar de su juventud, de hecho, ese tipo de chicas no le gustaban y no tenía amigas conformistas generalmente hablando. Sus padres la consentían demasiado, y en algún momento tuvieron que comprender que no podía ser de otro manera. Cada uno de ellos parecía tener una idea diferente de lo que el viaje les deparaba y no lo compartían con los otros. Para Carliña, los viajes eran una clara y natural inclinación vital que había sentido desde siempre, por eso, convencerla resulta más fácil de lo que Adelaida podía haber esperado. Thermes quiso ayudar, cuando le dijo a Adelaida que si quería congeniar con ella había que respetar sus opiniones, porque le molestaba que dieran por hecho que estaba de acuerdo con las decisiones ajenas si le afectaban de alguna manera. El viaje comenzaba y ya estaban pensando en contrariedades, “intentemos ser positivos, nos llevaremos bien”, le respondió Adelaida, “me parece que es mucho más cabal de lo tú le concedes, Es sólo que no renuncia a su libertad, eso es todo”. En su primera parada en Francia, en un pequeño pueblo al otro lado de la frontera, no sólo se encontraron desorientados por la humedad que se colaba hasta en las sábanas, sino que el lugar estaba casi vacío. Probablemente ese año la primavera llegaría con retraso, pero además eran de los pocos viajeros que decidían salir a la carretera en época de lluvias. Había, eso sí, una familia de ganaderos que procedía de las montañas y que, frente al crudo y nevado invierno de allí, aquel lugar les parecía templado. La primera noche que pasaron allí, Thermes compró unos bocadillos y se los comieron en la habitación de Carliña, mientras hablaban de las costumbres migratorias de las aves europeas, cuestionándose a ellos mismo por hacer lo contrario y salir en busca de un tiempo menos apacible que el que conocían. Por la mañana, Thermes se levantó temprano y salió de la habitación intentando no hacer ruido. No desayunó en el hotel y vio amanecer dirigiéndose al mercado del pueblo, que no era un gran mercado pero conservaba la actividad vital de los agricultores montando sus cajas de frutas y hortalizas, y los transportistas moviéndose en pequeñas furgonetas entre las calles habilitadas para ese servicio. No era muy probable que estuviera pensando en hacer una gran compra para comer, porque tenían contratada la comida en el hotel, pero se interesó por la fruta y compró naranjas, sin dejar de preguntarse ¿cómo harían para tener tanta variedad fuera de temporada?, eso no era una novedad para él que acostumbraba a visitar el mercado en su actividad cotidiana mientras estaba sin trabajar y sus paseos diarios casi siempre lo llevaban a visitar tiendas. Parecía un turista salido de las páginas del libro “muerte en Venecia”, paseando lánguidamente por las calles del pueblo y mirando a las jóvenes, que a aquella hora para corrían hacia el colegio de monjas que se elevaba dignamente construido en piedra muy cerca del ayuntamiento. Conocía aquella sensación, ya le había pasado antes estando de vacaciones en algún lugar que no conocía. La emoción de ver como todo funcionaba, los jardineros regando, los camareros desplegando sillas, los taxistas escuchando la radio en espera de algún cliente, los colegios aceptando ríos de niños que lo enredaban todo, caballeros muy estirados haciendo cola en el estanco para comprar tabaco y los vendedores ambulantes ofreciendo relojes que funcionaban perfectamente a mitad de precio que en las tiendas. Se sabía capaz de asumir dentro de aquel sentimiento todo lo que pasaba ante sus ojos y se sentó en una terraza, justo enfrente del colegio. Durante muchos años había aceptado la idea de que sentirse turbado por la belleza de algunas de aquellas muchachas que aún no llegaban a los diecisiete era algo poco edificante, pero entonces creyó que él ya nunca tendría hijos y 17


que sentirse implicado en aquel momento sólo podría hacerlo como lo hace un extraño. Pidió un café y se sintió capacitado para aceptar las horas tan largas como las proponía aquel día sin planes ni programas. No era ajeno ni incapaz de no sentirse implicado por la felicidad de otros, y aquellos gritos y risas no le eran ajenos. El aire estaba impregnado de una felicidad inconsciente, de las ganas de vivir y la excitación de todos aquellos juegos. Fue entonces cuando un hombre menudo al que le faltaban dos dientes ocupó la mesa contigua a la suya en la terraza y lo miró un minuto antes de decidirse a hablar. -Es usted español, lo he notado por su acento al hablar con el camarero -Thermes hablaba algo de francés, lo suficiente, pero su acento debía de ser grotesco, pero aquel hombre hablaba español con corrección-. Soy profesor de toda esa jauría, perdóneme la franqueza. No se preocupe, entrarán en unos minutos y todo quedará más tranquilo. La estúpida corrección lo invadía todo. ¿Por qué tenía que presuponer que se sentía molesto por el ruido? A Thermes le gustaba el ruido, la música alta, los coches, los motores de las máquinas de las fábricas, la aspiradora de la vecina a media tarde o las puertas cerradas sin control. La gente, de forma general, se dejaba llevar por un orden que los esclavizaba con severidad, hasta el punto de no poder moverse sin saber si estaban haciendo algo incorrecto, algunos se quedaban congelados frente a una mirada de censura y otros apenas se animaban a frecuentar lugares ocupados por la burguesía silenciosa, sólo por no molestar, porque creían que no encajaban o por no recibir un comentario desagradable sobre su forma de vestir o de comer. Ese atrevimiento que en otro tiempo había significado una forma de agresión a las buenas costumbres, empezaba a echarse de menos. Thermes no pudo contener su sorpresa cuando el profesor Roland le dijo que era español, que había huido de la guerra y que ya nunca había vuelto a la España fascista, así lo dijo, con un resentimiento y una náusea que sólo los fascistas podrán entender. Thermes se sintió muy capacitado para comprender lo que Roland le contaba de su éxodo a través de campos y carreteras hasta llegar a Francia donde fueron confinados en barracones durante años. El mundo está lleno de gente que vive la vida que se les conoce, la que los lleva a moverse cada día de su casa al trabajo y del trabajo a su casa mecánicamente, pero también otra interior que los hace ver aquella actividad superviviente a la que están sometidos como algo menos importante de lo que piensan y eso es porque a un drama presente entre sus recuerdos que los hace sentirse así. Es como convivir con una enfermedad crónica, algo que los aterroriza frente a la posibilidad de la muerte súbita y que vuelve una y otra vez sin avisar. Thermes le ofreció su mano y se presentaron. -Estoy de viaje, de vacaciones. Francia es el país de la libertad, para muchos españoles representa todo lo que nosotros no pudimos tener. -Durante el tiempo que llevo viviendo aquí he pensado lo mismo. Los españoles no saben lo que es la libertad. Pero echo de menos España, es un sentimiento parecido al que se siente cuando se está lejos de la familia, aunque sepas que tu familia no es lo que deseabas. Aquel hombre tenía una tristeza que apenas disimulaba. Desde luego, podía entrar en una conversación melancólica de las que tanto le gustan a los exiliados, pero sólo cuando el hombre se levantó para ir a dar sus clases, empezó a comprender lo que significaba. Era un símbolo del derrumbe de la convivencia, dictador por medio, y lo que significaba tenerlo ahí, dando clases a los jóvenes que lo escuchaban e interpretaban toda aquella tristeza. Era posible que estuviera afiliado al partido socialista o que fuera uno de esos anarquistas tan despreciados por los banqueros y los ultraliberales, o que se tratara de uno de esos sindicalistas militantes en todas las causas, pero no hablaron de política, sólo se definió como exiliado nada más. Se unió a un grupo de profesores que esperaban en la puerta cuando una monja abrió y les dejó entrar, a continuación abrió el portalón que daba al patio de recreo y algunas alumnas se precipitaron para entrar las primeras, en realidad, no tan diferente de como sucedía en otras partes. La obediencia ciega al Estado, o a la clase política heredera de la dictadura, no iba a ayudar a construir una sociedad más libre, pero al menos podía salir de vacaciones alguna vez, e impregnarse de aquel aire tan atrevido. Se consideraba muy 18


afortunado por poder vivir como lo hacía y debía empezar a reconciliarse con el mundo a pesar de estar destinado a trabajar con aquella carga de dolores para el resto de su vida. Debía lograr deshacerse de sus dudas y confiar en que todo mejoraría y que valía la pena luchar por la vida tal y como la había imaginado, y sobre todo, por el amor tal y como quería que estuviera en sus planes. Al despedirse, Roland le dijo que la dictadura había atrasado a España no sólo económicamente, sino que la había entregado a los curas y sus colegios de corte fascista y que eso había sido tanto como volver a la edad media, pero que Franco había conseguido el apoyo de los conservadores en los Estados Unidos en el momento en que otros dictadores como él eran también aliados en América del Sur. Según Roland, los yankees habían condenado a los españoles a sufrir la dictadura con su apoyo instalando sus bases militares. Es posible que Roland no estuviese afiliado a ningún partido político, tal y como afirmaba, pero su odio a todo lo fascista era más que evidente. Posiblemente se había casado con una mujer francesa y tenía hijos franceses sanos y guapos, como parecían todos los franceses aburguesados, tenía cara de buena persona, paciente y comprensivo, y las comisuras de los labios amarilleaban del café al que parecía muy aficionado. Todo esto lo hacía mantener esa imagen que tienen los profesores mayores que les acerca a la forma culta de una vida sedentaria que se acerca a los años definitivos. Era posible que en su conversación, mientras lo veía con aquellos ojos pausados, estuviera pensando que era un conformista, o tal vez otro español creyente en la superficialidad de los dogmas religiosos. Pero, al menos, si había pensado eso de él, no lo dijo, y cuando lo vio echar a andar para reunirse con sus compañeros en la puerta del colegio, se extrañó de que un hombre que trabajaba en un colegio de monjas, manifestara tan abiertamente su incredulidad, no sólo con las historias religiosas, sino también, con las conexiones políticas que la religión auspiciaba. En mitad de aquel día, sobre las tres de la tarde, si es que el mediodía puede ser la hora en la que el sol está en lo alto y no las doce en punto, como pueda parecer, sólo unas horas antes de que decidieran que al día siguiente partirían y seguirían su viaje, Thermes volvió al hotel como solía hacer cuando trabajaba y volvía a casa sin avisar, y entonces se encontró con que las chicas ya habían comido y charlaban en el salón del hotel. Ni a su propia mujer parecía importarle, porque ella estaba disfrutando de aquel viaje, pero llegaba tarde. Nadie lo esperaba expresamente y tal vez lo merecía por haber salido sin avisar. Ya estaban recogiendo el comedor, y a su lado se sentó una mujer madura, totalmente vestida de blanco. Se apreciaba que había pasado de los cincuenta pero guardaba un fuerte atractivo. También parecía estar de viaje de placer, pero no viajaba sola, su marido la acompañaba, aunque realizaban actividades por separado y llegó tarde para sentarse con ella. Tenían una forma de hablar pausada, con total compromiso en sus confidencias, sin alzar la voz ni dar la posibilidad de que nadie pudiera seguir su conversación, que por otra parte era entrecortada y poco interesante por lo que se desprendía de la cara que ambos ponían al mirarse. En cierto modo, mirarlos con insistencia pero intentando que no lo notaran, era una distracción. No había nada de especial en ellos, además de que el escote de la mujer se quedaba pequeño debido a su pecho prominente. Apenas podía darle importancia en tales circunstancias a eso, aunque le parecía atrayente la poca importancia que ella le daba a la imagen exuberante que desplegaba, tal vez, de forma inconsciente. Y justo después de una de sus miradas, ella volvió la cabeza y lo miró fijamente mientras se limpiaba los labios con una servilleta. Por un momento temió que se levantara y se dirigiera a él para decirle algo, pero no sucedió. Thermes y Adelaida llevaban mucho tiempo sin tener relaciones íntimas, y no sólo por su dolor de espalda, es posible que otras causas que él entonces desconocía estuvieran condicionando para que aquella aproximación no se produjera. Y tal vez, eso le hacía sentirse más sensible con respecto a visiones y olores a su alrededor, pero no era nada que no pudiera controlar. No podemos saber todo lo que pasa a nuestro alrededor, ni siquiera controlar nuestro círculo más íntimo de amistades y familiares, y, en ocasiones, nos enteramos años después de cosas que sucedieron y tuvieron que ver con nuestras vidas de forma directa sin que nadie nos lo desvelara. Thermes creía haberse portado siempre con honestidad en su relación, incluso en los 19


primeros momentos, cuando aún mantenía contactos con otras chicas a las que fue aparcando como si se trataran de autos poco competitivos. No se sentía orgulloso de eso, pero ¿qué otra cosa hubiese podido hacer? Adelaida nunca supo de la existencia de otras mujeres, y eso había sido lo mejor, pero sus reacciones de los últimos meses lo hacían dudar acerca de los motivos de su mal humor, y aceptaba cualquier hipótesis por extraña que pudiera parecer, ¿sería posible que ella sintiera celos de rivales de otro tiempo? Y lo que aún era más difícil, ¿era posible que alguien el hubiese contado algo indebido o vergonzoso de su actitud de entonces? Le daba un alto grado de fiabilidad a sus deliberaciones, y sabía que confiar ciegamente en sí mismo no le ayudaba, su imaginación lo traicionaba hasta convertirse en su peor enemigo. Por fortuna no iba a desenterrar viejos fantasmas preguntándole a Adelaida al respecto. 4 La estrella contorsionista o el desgaste del lagarto

En los días siguientes del viaje, Adelaida estuvo nerviosa. Era aficionada a hacer listas de todo tipo, necesidades ambientales, la compra, canales de radio o, con relación a Thermes, una serie de reproches que ni ella misma tenía claro de donde habían salido. Supuestamente, en su pasado, aquellas listas habían sido la causa por la que había abandonado a algunos de sus novios de juventud, lo que da una idea de lo cruel y ausente de toda piedad que había sido cuando aún se creía una princesa intocable; por fortuna ya nada era tan radical. Sin embargo, los reproches hacia Thermes, eran menores, cosas como que se había acomodado, que se olvidaba de bajar la basura, o de que se dormía mientras ella estaba contándole algún aspecto asombroso de su vida diaria. A él ni se le pasaba por la cabeza que aquella lista existía y que podía ser una de las causas de sus desencuentros. Lo cierto es que a tipo determinado de mujeres, les gusta que sus maridos representen la respetabilidad que desean para ellas, y casarse con un conductor de autobús que se pasaba el día en el gimnasio por su dolor de espalda, no era lo que había esperado de la vida. Sería necesario darle muchas vueltas a aquellas faltas para convertirlas en problemas de peso en el caso de que pretendiera justificar así una forzada separación, pero si ella estaba decidida a que ese momento llegara, nada podría detenerla. Lo que nunca llegaría a saber Thermes, era el papel que su hermana jugó en su defensa. Su creciente amistad con Adelaida, la llevó a defenderlo en cada uno de sus reproches. Por aquel tiempo, Carliña ya comprendía lo suficiente de la vida adulta y las parejas formalmente establecida, para jugar ese papel. A su modo de ver, de una forma o de otra, Adelaida nunca tendría descanso, nunca estaría tranquila o satisfecha, estuviera Thermes en su vida o no. Pensaba que si exponía esta idea tan cruda abiertamente perdería la influencia que aún tenía sobre ella y por eso daba algunos rodeos antes de poner en valor los mejores momentos de su hermano, y los motivos por los que ella misma lo apreciaba tanto. Incluso en los paseos y las comidas que hacían las dos solas, aprovechaba para hacer comentarios acerca de actitudes mezquinas que observaban en otros hombres, y decir, “eso mi hermano no lo haría”; todo muy obvio pero efectivo, lo que causaba alguna risa en Adelaida- La amistad entre las dos chicas avanzaba y él seguía con sus paseos, sin contar demasiado de sus descubrimientos y las apreciaciones que hacía de la forma de comportarse de la gente francesa. Durante los días siguientes, con paradas en pequeños hoteles de montaña e interminables trayectos 20


en coche, Adelaida no dejó de hablar de lo mucho que habían planeado aquel viaje y cómo lo estaba disfrutando, sin llegar a convencer a los dos hermanos de que sus argumentos fueron sinceros. Prácticamente no tenía más que decir que todo le resultaba perfecto y que tendrían que volver en cuanto pudieran. En un viaje anterior que hiciera al terminar en el instituto, las alumnas habían sido llevadas y dirigidas por una profesora que no se separaba de ellas. Las visitas a museos y parques eran tan organizadas que apenas había tenido ocasión de ver nada más, y mientras la profesora se distraía hablando en francés con le portero del hotel, ellas se escapaban al baño para fumar a escondidas. En aquella ocasión no había visto Francia del mismo modo, e intentaba ponerlo de relieve con comentarios sorprendentes sobre el paisaje, la comida o sus gentes. Thermes sabía que, detrás de aquella supuesta felicidad, había una animadversión hacia él que podría confundirse con la decepción, o el sentido de derrota que experimentaba. Nunca había conocido a nadie capaz de actuar de aquella manera, que cubriera una depresión con una sonrisa plastificada, o que se enfrentara a su destino, con más fuerza que ella. Se tiranizaba a sí misma, hasta que terminaba por desencadenar su tormenta de reproches, todos lo sabían, ya había sucedido antes. Imaginarla sin un mundo interior tan complicado ya no cabía en la mente de Thermes. Para él, durante aquellos primeros días de viaje, aquella forma de actuar iba directamente en contra del plan que habían establecido, un viaje en el que poder rebajar la tensión, obviar sus diferencias y buscar la reconciliación. Lo que aquella forma de actuar desprendía, aquella felicidad inestable y más aparente que real, era parte el mismo amor-odio del que venían huyendo. Al menos, parecía que las dos chicas podían pasar horas juntas haciéndose compañía sin cansarse la una de la otra, lo que a veces sucede en los viajes largos en coche, y eso ya resultaba una gran adelanto. Todo el resto ya lo conocían de antes, en otras ocasiones, las dos se habían pasado horas hablando de los temas más triviales. Apenas había un resquicio de beligerancia, es más, cuando Thermes tardaba en volver porque saliera a hacer un paseo nocturno, Adelaida se iba a la habitación de Carliña para continuar con las conversaciones que siempre consideraba que se habían quedado a medias, comían dulces y bebían Martini. Él no parecía tener prisa por volver, y se entretenía en el bar jugando a la máquina “tragaperras” y bebiendo zumos de piña, era en ocasiones como esa en las que más de una vez las había encontrado dormidas en la misma cama, vestidas y con la luz encendida, como si hubiesen sido abatidas por el cansancio. Carliña los oyó discutir una tarde que volvía de hacer algunas compras en una tienda de ropa barata para turistas. Sus habitaciones eran contiguas y en el pasillo, pasaba por la de ellos antes de acceder a la puerta de la suya. Cualquiera que hubiese pasado por allí los abría escuchado, era una discusión bastante fuerte. Se detuvo un momento haciendo que buscaba sus llaves en el bolso para escuchar, y le sorprendió que se comportaran así precisamente ahora que los dos parecían desear solucionar sus problemas. Debería haber supuesto que ese momento iba a llegar y que la iba a pillar en medio. En realidad no tenia tanto que ver, eran familiares y sentía que estuvieran en una crisis de semejante calado pero ni podá solucionarlo, ni había hecho ni dicho nada que pudiera echar más leña al fuego. Estaban cansados, era normal, llevaban unos quince días de viaje y habían conocido seis hoteles baratos, ni uno de aquellos malditos hoteles tenía un buen servicio de habitaciones y la comida francesa era fría y poco cocinada; todos estaban del queso y el paté un poco hartos. Y aún les quedaban quince días más y seguir dando tumbos por carreteras secundarias en busca de la pócima de amor que curara sus heridas. Aquella tarde de discusión, la pareja entró en aquella habitación pensando en echarse la siesta y salieron de ella por separado y pensando que ya nunca lo volverían a hacer, así estaban las cosas. Fuera como fuera, todo iba saliendo a la superficie, iban teniendo una idea clara de por donde iban sus problemas, sobre Thermes, para el que una parte de la acritud de su mujer no tenia mucho sentido. Se les acababa la paciencia. Era como si una chispa hubiese prendido un gran fuego, y ese estado metafórico de las cosas le recordaba a Thermes que había dejado de fumar sólo porque le parecía que podía ser una de las cosas que los separaba, y eso era la parte menos de sus problemas, ahora se daba cuenta. El elevado tono de su enfrentamiento no pasaba 21


desapercibido para nadie, habían subido un nuevo peldaño en sus diferencias y lo habían acompañado de una tensión que los llevó a viajar cien kilómetros en silencio en su siguiente etapa hasta la costa de Bretagna, sin sabe r si tendrían fuerzas para llegar a Normandía. Tenían en ese momento, además de toda su bronca acumulada durante meses y aireada finalmente en el viaje, que aprender a tratar con su decepción. Llegaron a un hotelito en la costa que no estaba mal, el mejor con diferencia de los hasta ese momento conocidos en el viaje. Decidieron darse un descanso y estar unos días en aquel lugar, que en verano en un centro turístico relevante, pero en invierno se convertía un enclave solitario con el pueblo más cercano, al menos a unos 50 kilómetros. Había un español solitario que bajaba a desayunar a la misma hora que ellos, con el que Thermes hizo buenas migas. Además había una pareja que se cruzaban y a los que se veía poco, que parecían en luna de miel porque pasaban el día besándose y haciéndose caricias. Por último, también coincidían con frecuencia en el comedor con un matrimonio que estaba de viaje con sus dos hijos mayores, unos muchachotes con aspecto deportivo que rondaban los veinte años y que se pasaban la tarde jugando a hacer rebotar una pelota de fútbol en la cancha de tenis del hotel. A veces, Thermes invitaba a su nueva a mistad, Berí Morales, a un paseo por los alrededores. Se trataba de un empleado de un teatro de pueblo que se encargaba de hacer las cosas más útiles para su buen funcionamiento, desde contratar al servicio de limpieza, hasta expender el mismo las entradas en la taquilla. Se había separado hacía poco y se había tomado aquellas vacaciones para rebajar el estrés, lo que lo hacía parecer un hombre solitario pero en realidad era muy hablador. Conocía el lugar porque ya había estado allí otros años en una ocasión llevó a Thermes hasta una ruina normanda de la edad media, cuyas piedras habían ido desapareciendo a lo largo de los siglos porque los vecinos las habían utilizado para construir sus propias casas. Era por eso que en aquel páramo apenas quedaran una piedras, un campanario y algunas paredes malamente derruidas. Berí solía hacer aquel paseo solo, lo conocía bien y estaba en forma, lo que hacía que Thermes le siguiera el ritmo con cierta dificultad. En su actividad diaria, había conocido a algunos actores populares españoles, y tenia muchas anécdotas que contar sobre ellos y sus manías. Pero el teatro no iba bien y era posible que cerrara en un tiempo por eso el momento que había escogido para sus vacaciones no era el más apropiado a esa situación, pero como él mismo dijo, su situación mental no daba para más. Un año después de su separación seguía encontrando que se había desprendido en exceso de su vida personal por intentar que su relación de pareja funcionara, que se había entregado demasiado, y que seguía buscando una forma amable de estar en el mundo, lo que ya no concebía más que en sus paseos, en sus viajes y en la soledad de sus lecturas. En uno de aquellos paseos, Berí se torció un tobillo al pisar una piedra que resbaló debajo de su pie, y Thermes tuvo que ayudarlo a volver al hotel permitiendo que le pusiera un brazo sobre los hombros y haciendo fuerza para soportar la mayor parte de su peso y que pudiera dar un paso con el pie malo, Y así, saltito a saltito cubrieron un kilómetro y Berí no dejaba de lamentarse, agradeciendo la ayuda y exclamando que no sabía cómo hubiera hecho de haber salido aquella mañana en la soledad que acostumbraba. Debería haber esperado que algo así terminaría por suceder, y desde luego la suerte de haber sido acompañado por Thermes no tenía precio, pero, a su vez, Thermes no valoró el daño que aquel esfuerzo iba a causar en su lesión de espalda, ya muy maltrecha por la enorme paliza de un viaje en coche conduciendo tantos kilómetros sin apenas descansar. Si Berní era un atrevido solitario, Thermes era un inconsciente. Ni siquiera valoró dejarlo solo e ir a pedir ayuda, se lo echó al hombro y se rompió la espalda, así que cuando el médico llegó al hotel tuvo que atenderlos a los dos, que pasaron a la convalecencia sin remedio. Pero toda aquella historia que parecía tan desgraciada, tuvo algo bueno, Adelaida se enterneció, y el buscado acercamiento durante meses, al fin se produjo. Al fía siguiente amaneció dormida en una cama que el hotel se había servido a montar al lado de la de Thermes, estaban cogidos de la mano y ella había llorado aterrada ante la idea de que le podría haber pasado algo peor, incluso un accidente mortal, y que se habría quedado sola y viuda en el mundo sin saber como enfrentarse a eso. La idea 22


era muy exagerada, pero la imaginación de Adelaida no tenía medida. Fuera cual fuese el motivo que la asusto tanto y la llevó a la reconciliación, ni siquiera sopesó la idea de que Thermes se quedara inválido para siempre, porque para ella, incluso eso hubiera sido mejor que una separación o la soledad definitiva, en ese momento lo tuvo claro. Una ternura inesperada afloraba en ella y estaba dispuesta a soportar todos sus pequeños vicios de por vida, incluso que volviera a fumar, pero no era necesario, Thermes se limitaba a dejarse curar, y recibir todas sus atenciones. La brutalidad de sus discusiones, ahora era consciente de ello, no habían ayudado en nada, la vida era lo que era, y ella no había cumplido sus sueños, pero era el momento de ser realista y la vida no era fácil ara nadie. Las tensiones de los días pasados habían pasado a la historia, y Carliña los veía con afecto, sin entender nada, y también con cierta envidia, a pesar de que en sus pensamientos más radicales y juveniles, pensaba que el amor era una falacia capitalista destinado a crear necesidades en la personas que los tuvieran atados a sus trabajos y a sus hábitos consumistas. Al menos en eso, la hermana de Thermes era coherente con su idea de vivir esforzándose lo menos posible. Sólo unos días antes, Adelaida le había confesado que quería separarse de su hermano, y eso no se correspondía con su reacción tan atenta, amorosa y dedicada con Thermes. -Aquí estamos, los tres seres más desarraigados de la tierra -le había dicho Adelaida a su joven amiga-. Mil veces hemos hablado de esto, y unas cuantas también contigo. Nos hemos perdido en el camino y no sabemos encontrar la salida. Es la desilusión. -De eso es de lo que están hechas las relaciones largas. Se ponen a prueba en cada momento con nuevas desilusiones. -Mira, tu hermano es tío estupendo y lo quiero. Nos hemos tomado en serio nuestra relación desde el principio, pero hay algo que no termina de funcionar y no sé lo que es. Tal vez temo que me abandone y por eso creo que debemos seoararnos antes de que ese momento llegue -intentaba explicarse sin conseguirlo. -Esto en un dilema, se trata de un problema sin solución, así planteado -dijo Carliña-. Un problema de los grandes, que no hay por donde cogerlo ni como afrontarlo. Es un problema con alas, cuando lo intentas pillar sale volando. Perdona, no intento ser graciosa. -Las personas somos diferentes, nuestros presentimientos y nuestros instintos nos llevan a hacer cosas que a otros les parecen extrañas, pero que están en sintonía con nuestra forma más íntima de ser. -Sí, lo sé. No te preocupes, no voy a meterme en vuestras cosas. De hecho creo que es mejor no seguir hablando de ello -Carliña remató la conversación y no volvieron a tocar el tema, las dos sabian que seguirían siendo amigas, pasara lo que pasara. Y como se suele decir que las desgracias nunca vienen solas, Adelaida llamó a su madre y así supo que su padre acababa de morir. Lloró mucho aquellos días, por la maldita idea de las vacaciones, por lo injusta que era la vida que nunca acababa bien para nadie, y por lo mucho que quería a Thermes, fumara o no. “Ya no se entierra a nadie. Los incineran hoy. Deberían decir que el viento te sea leve y no que la tierra te sea leve. Mucha gente esparce las cenizas de sus muertos sobre el mar, o en algún lugar solitario del campo con un sentido simbólico especial para alguien”, Miaba a Thermes mientras le contaba que había fallecido de repente, dormido en el sillón en el que veía la televisión, sin hacer ni un ruido. Cuando estuvo a solas, Adelaida lloró y dio un grito de impotencia, como si estuviera a punto de golpear las paredes. Si alguien se siente tan solo como cuando Adelaida se sintió al perder a su padre, encuentra que es una situación a que la que se vuelve sin remedio y por la que todos tendremos que pasar si sobrevivimos a nuestros progenitores. Es una sensación de desamparo. Todos pasarían por aquello, sólo que a ella y a su hermana les había tocado antes que a otros, lo cual acentuaba su tragedia si eso era posible: o bien empezaba a comprender que la vida iba de eso, o bien se amargaban en espera del envejecimiento prematuro. Sus padres la habían tenido muy mayores, lo que la hacía una huérfana prematura porque no se esperaba tan pronto, pero además tan joven que parecía imposible que ya le 23


hubiese pasado. Tan sĂłlo habĂ­a empezado a saber que todo iba a doler y que el resto eran fuegos de artificio. Esa idea empezaba a moverse por su mente y a liberarla de todos sus sueĂąos fracasados, pero a la vez, tenĂ­a un aspecto positivo, empezaba a sentir la necesidad de la estabilidad para poder enfrentase al resto, a lo que quedaba por llegar, con la entereza necesaria.

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