manos y arenas

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La invisibilidad de los pรกrpados

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1 La invisibilidad de los párpadosErika captaba los cumplidos manteniéndose inflexible en su parecer. Meryl no la soportaba cuando se ponía exquisita y había pasado de hacerse la graciosa a intentar convencerla de que aquella era una oportunidad que no podían dejar pasar porque era el último año que pasarían el verano juntas. En realidad, hacía tiempo que intentaba desligarse de los planes de sus dos hermanas, y por eso permanecía tensa incapaz de aceptar, ni negar su participación, en la proposición de volver al campamento del viejo Corbill, ese verano. La miraron con desconfianza y Meryl no lo dijo, pero pensaba que era incomprensible que se creyera la mejor. “Eres la misma mierda que todas las chicas de la City”, le hubiese dicho si deseara provocarla, pero nunca lo había hecho y siguió con aquella idea que tenía de sacar de ella todo lo que quería sin “apretarla” demasiado. Oyeron a su madre que acababa de llegar a casa con la compra del supermercado y se dedicaba a mover todas las puertas de las alacenas de la cocina; era un ruido y una situación inconfundible. Amaranta estaba cabreada de verdad, no tenía tanta paciencia como Meryl , se levantó de su silla y cruzó el cuarto de Erika para ponerle la cara delante de los ojos y que pudiera notar con toda claridad su enfado. -Eres una idiota, ¿lo sabes? ¿Es por el tonto ese de Caracione o por esa ricachona de Maty Jurado, que deja que la visites? -No, No es por ellos, ¿vale? ¡Dejarme ya! -Meryl comprendió que así no arreglarían nada y le pidió a su hermana que la dejara, pero a la vez avisó, “esto no se acaba aquí, piensa en ello Erika, nos estás arruinando el verano a todas” Meryl abrió la ventana porque habían estado fumando y no quería que su madre se diera cuenta. Después roció la puerta con un perfume barato que olía peor que cualquier cosa que se pudiera imaginar. Sonó el claxon del coche, Jana Úrsula se había quitado la chaqueta y empezaba a sudar. Lo presionó por accidente, pero aprovechó cuando vio a Meryl en la ventana, para decirle que bajaran a ayudarla. El ocaso hacía crecer en las sombras de los árboles en esa época del año, era como si los acostara con la lentitud maternal que cuida de un enfermo. Al abrir la puerta trasera del coche, Rulfy, el perro, un podenco de padres desconocidos sale de un salto en dirección a la arboleda y da cuatro ladridos de aviso a los entrometidos. “A ver que se han creído esos paseantes con otros perros que pasan por allí...” Cuando ve a las chicas se dirige hacia ellas como una bala, para reventar de alboroto saltando delante de sus rodillas y morirse de felicidad por el reencuentro. -Perro pesado -dijo Erika, arrojándo una pelota lo más lejos que podía para sacárselo de encima. Lo que atraía a Meryl de estas situaciones familiares, era la forma en que su madre resolvía los conflictos y la pereza de Erika, le bastaba una mirada fría o un, “no quiero lamentaciones”, y cortaba cualquier conato de rebelión. A las ocho solían volver de tomar un granizado en el bar de Morris, entonces Erika de escabullía por una puerta lateral. Si Jana Úrsula estaba en la cocina haciendo la cena, hacía lo que fuera para que le endosara a una de sus hermanas lo de bajar la basura y era incapaz de sobreponerse al deseo de desaparecer hasta que alguien tomara la iniciativa; pero parecía, de algún modo secreto, que el universo se había confabulado para asignarle esa tarea 2


y, si alguna vez lo de subir a la habitación por la puerta lateral, le había dado resultado, ya no. La noche anterior no había dormido muy bien, había soñado que estaba sola en casa y daba vueltas desde el sótano al tejado en busca de sus padres y sus hermanas y no las encontraba. En cuanto se quedó dormida empezó a mover los párpados, lo que no pasó desapercibido para Meryl porque las tres dormían en la misma habitación y porque el sueño se repitió toda la noche. A Meryl le interesaba todo lo que le pasaba a Erika, se concernía de todo lo que pasaba desapercibido para los demás acerca de ella. En ocasiones intentaba protegerla sin motivo, y evitaba ser como el oso que te abraza hasta asfixiarte sin darse cuenta de su fuerza. Cuando la veía soñar de aquella forma, le hacía preguntas intentando interpretar algunas palabras sueltas, le hablaba bajito e intentaba ser reconocible, y lo curioso de todo eso era que su hermana pequeña, a veces, le contestaba desde su mundo onírico. La hermana mayor había tenido una habitación para ella sola durante un tiempo, pero eso se acabó cuando tuvieron que acoger a la tía Engracia que se quedó viuda y era de ayuda en la casa. Antes de aquello se dejaba entrar al perro, pero ya no, la casa se había vuelto demasiado tranquila y tampoco las dejaban correr o gritar sin sentido. Las tres hermanas dormían ahora en la misma habitación pero Meryl echaba de menos la suya, porque siempre la había considerado la mejor habitación, aunque no lo fuera. Tenía una ventana muy grande y era seca y caliente incluso en invierno, podía subirse a una silla y con un poco de esfuerzo por encima de los tejados del vecino Olsen, se llegaba a ver el lago. No muy lejos, en una arboleda de eucaliptos viejos y muy separados, había cotorras y urracas muy violentas que eran capaces de disputarse su espacio con cualquiera. Aquellos bichos hacían mucho ruido y volaban en grupo en desplazamientos cortos a gran velocidad, tenían un carácter endiablado. En aquel torbellino volador la tía Engracia había manifestado que si fuera por ella, cogería una escopeta y los echaría a patadas. No sucedió. Por la mañana, Amaranta se puso la ropa de entrenar y se fue corriendo hasta el gimnasio. Se tomó sus vitaminas y avanzó por el pueblo sudando y saludando a las amigas de su madre sin dejar de correr. Casi arrolla a una señora que llevaba a su hijo al colegio cogido de la mano, y le pidió perdón pero no dejó de correr. Se avergonzaba de sí misma pero se sentía llena de energía y algo la empujaba hacia adelante. En todo caso, no era totalmente voluntad propia, aunque en otras ocasiones se levantara temprano para ir a entrenar. Justo en el momento en que entraba por la puerta salía el entrenador, pero no se paró con él, se dirigió directamente la lavabo y estuvo devolviendo hasta que se vació por completo. En la bicicleta estática, Ernie tampoco parecía capaz de parar. No había tenido tiempo de hablar con él el día anterior y le preocupó maliciosamente que si aquella bici se cayera de uno de sus anclajes, o se saliera de sus vías, pudiera salir volando a toda mecha más allá de la ventana. Habían pasado algún tiempo juntos aquellas vacaciones, pero lo habían dedicado a hacer deporte, a ir a pescar, a ir a fiestas o a meterse en las cafeterías durante horas, pero nada de hablar. Se estaba poniendo de moda lo de ir al gimnasio por la noche, pero ellos, como era algo reciente no podía aún saberlo. Era una de esas modas que posibilitaban a las parejas para pasar un rato juntos sin que nadie los molestara de vuelta a casa. La urgencia repentina que la había llevado hasta allí tenía que ver con la inminente partida hacia el campamento de los Corbill. Ya sólo había una cosa de que hablar, si volverían a sentarse juntos el curso que se avecinaba y seguirían siendo pareja de Gimnasio. Ella lo apremiaba para conseguir una respuesta en aquel momento porque, el Gimnasio estaba lleno de chicas preciosas de otros pueblos que no la conocían y no la respetarían, y Ernie no era un bombón nada despreciable. Además, Los Corbill tenían un hijo adoptado que le gustaba y no estaba dispuesta a perder el tiempo y el verano por una respuesta ambigua. En aquellas mañanas de calor, toda la ropa de cama de Erika aparecía cada mañana enmarañada en el suelo, como si se la hubiese sacado de encima pateado el espacio infinito. Había pasado toda la noche soñando con Marlon Brando y aquella serenidad indestructible conque sus ojos veían el mundo. Con frecuencia, en un juego de aficionaba, empleaba diálogos de las películas en las contestaciones que daba a sus hermanas, lo que las dejaba bastante desconcertadas porque era un 3


buen sistema para no responder a sus preguntas. Meryl le preguntaba si iba a ponerse una determinada blusa y ella le respondía, “¿los osos tienen pulgas?” Y eso dejaba a su hermana toda la mañana pensando en que habría querido decir. Ese era uno de los motivos por los que no quería ir al campamento, necesitaba tiempo para ella y estar cerca del pueblo en verano, así podría ir al cine cuando se le antojara; pero había otras razones de puro romanticismo adolescente, siempre tan presente en ella a esa edad. A nadie le gustaba que se mantuviera en su posición sin dar razones que la sostuvieran y Jana Úrsula tuvo que hablar con ella para convencerla con un par de amenazas; o se iba al campamento o se inscribía en un taller de escritura creativa todo el verano. Eso le impresionó, pero lo peor fue cuando su madre añadió que tendría que pasar el resto del tiempo ayudando a su tía con su taller de costura. En casi todas las conversaciones de ese tipo que tuviera con su madre, había salido perdiendo y esta vez parecía que lo volvería a hacer. Así pues abrió los ojos y se desperezó comprobando que tenía la cara de Meryl tan cerca de la suya que de haberse movido se hubieran dado un cabezazo. Sonaba el teléfono en el piso de abajo cuando Meryl puso un dedo sobre unos granos que a su hermana le habían salido en la cara. -Debe ser de algún bicho. Seguro que tienes alguna araña dando vueltas entre la sábanas. Eso fue suficiente para hacerla ponerse en pie de un salto y correr al baño para verse en el espejo, orinar, y volverse a ver. Oyó la voz de su hermana a través de la puerta, “ponte alguna crema a ver si no empeora”. Meryl tardó en admitir que se había tratado de una pequeña broma, porque aún después de mirarse en el espejo por todas sus partes, Erika no encontraba los granos ni las picaduras. Fueron los nervios de aquella mañana en que su hermana mayor se comportó como las chicas del colegio que la torturaban con pequeñas dudas psicológicas acerca de su feminidad. ¿En qué momento se había vuelto tan cobarde? Siempre había sido la más decidida de las tres, y eran las mayores las que acudían a ella en el pasado para sacara los lagartos y las grimosas crías de ratones del sótano. Se había hecho adulta y habían empezado a atraerla los chicos, pero suponía que eso no explicaba de ninguna de las maneras que de pronto ya no quisiera pelearse con ellos, y sobre todo, vencerlos. Meryl dejó a Erika a solas y salió a sentarse un rato en el porche, Había algo a lo que le estaba dando vueltas los últimos días y al final parecía revelarse con su implacable elegancia. No se había equivocado, la insistencia con que Demetrius Hadock visitaba a su tía tenía que significar algo más que un asunto doméstico. Normalmente, otros hombres solteros o viudos recurrían a ella para que les hiciera arreglos en la ropa por poco dinero, pero Demetrius se arreglaba demasiado y también se perfumaba. A primera hora apareció y aparcó su coche enfrente de la casa, saludó a Meryl y tocó el timbre; llevaba flores. Aquel pueblo la estaba matando. Su dolor consistía en encontrarse con la misma gente y con sus mismas caras varias veces al día, en no poder dar un paso sin que cualquiera le preguntase, o al menos se lo preguntaran interiormente, a dónde iba. Hasta le podía pasar con su propia familia, intentar verse con un chico a escondidas y encontrar a sus padres dando un paseo en la misma calle. Le hacía daño hasta la idea de tener que esperar al otoño para desplazarse a estudiar a la capital. Los capitalinos, por lo que había oído eran de otra manera, todo les daba bastante igual. Ella los imaginaba moviéndose por calles muy iluminadas en noches de desconocidos; se imaginaba a sí misma acompañada por dos o tres amigos cuando salían a beber cerveza y fumar hierba. No podía sacudirse ese deseo de romper todas las reglas aunque se convirtiera en el peor ejemplo para Erika. Los veranos de ver pasar los días sin hacer nada se iban a acabar. Las tardes eternas de nubes perezosas tenían sus días contados; lo de leer el mismo libro, el mismo capítulo y la misma hoja, tenía que tener fin en algún momento, ni si lo hacía para disimular. Lo de lavar el coche de su padre sólo por pasar el rato o lo de intentar encerrarse en el cuarto justo antes de que apareciera su hermana pequeña reclamando atención, eso también. Ni aún pasando toda la tarde en la ventana imaginando escritores bohemios y ella con ellos, ahogándose en el licor y tirándose de cabeza al puerto sin agua y sin sal, podía distraer sus temores. Y si llegaba a ver el caballo del vecino correr luciéndose delante de sus ojos, podía estar segura que no tendría ningún mérito montarlo a 4


escondidas y salir desnuda bajo la luna a sentir su grupa bajo sus nalgas machacándole la espalda para varios días. Todos los alumnos de tercero estaban seguros de algo el último día de clase, al terminar sus estudios volverían al pueblo y sus vidas seguirían siendo igual de anodinas. La costumbre de leer el diario de su hermana pequeña no representaba un problema moral para Meryl. Había estado buscando las partes más inestables de su personalidad para ayudarla y no para aprovecharse de ellas y ridiculizarla en público, tal y como haría Amaranta de descubrir su secreto. Lo cierto es que escribía bastante e hizo falta descifrar aquella letra desigual para llegar a la parte en que Caracione le había rozado sus pechos diminutos de forma aparentemente accidental. Tampoco era para tanto, pero aquel chico siempre le había parecido un poco... ¿Cómo decirlo?...: tal vez aprovechado sea la palabra aunque a él no se lo parecería. Dado que Erika partiría con sus hermanas al campamento de los Corbill en un par de días y que no parecía demasiado impresionada por las proposiciones de su incipiente admirador, no había que darle mayor importancia al despertar adolescente de la sangre. Lo único medianamente interesante que le había ofrecido la mañana, había sido a Jana Úrsula llevándole una taza de café al porche en lugar de darle un grito para que fuera a la cocina a tomarlo. Meryl no se equivocaba al sospechar que algo estaba pasando que se escapaba a lo que sabía hasta entonces. Existía en Jana Úrsula un ánimo de congeniar con sus hijas, también había notado que su madre era la más interesada en que aquel año fueran al campamento y la presión parecía haber pasado a sus dos hijas mayores, claro que por más que hubiese pensado jamás habría conocido sus motivos si ella no se lo hubiera dicho. Cuando llevó la taza a la cocina sin previo aviso su madre le soltó: “Tu padre lleva un año viéndose con su secretaria a escondidas en todos los moteles de mala muerte de carretera entre su oficina y la casa de los padres de la chica”. -¿Cómo lo sabes? -preguntó Meryl que por su reacción parecía más serena y adulta que su madre. -Las mujeres siempre somos las últimas en enterarnos, pero a veces encontramos un indicio y entonces vamos hasta el final, un ticket de un aparcamiento puede hacernos llamar por teléfono a todos los aparcamientos del extrarradio -contestó con acritud. -Exageras. -Tenemos que hablar de esto con más serenidad, ahora no es el mejor momento, ni este parece el mejor lugar -Meryl intentaba saber la gravedad real y hasta donde había llegado Helmer con su aventura. En resumen necesitaba realmente saber si todo se iba a venir abajo o habría manera de poner algunos parches para evitar que así fuera. Era bastante evidente que Meryl no tenía un concepto elevado de su propio padre, y su madre comprendía que eso fuera así porque el trabajo lo había absorbido de tal manera aquellos años que apenas paraba por casa más que para dormir o ir algún fin de semana al parque de atracciones. Pero había sido cuando sus hijas despertaran a la adolescencia cuando se habían creado una peor opinión de él -no podía decir exactamente que le cogieran manía, después de todo era su padre, pero existía una aversión hacia las decisiones que él tomaba y afectaban a todos, porque les parecía egoísta y siempre eran decisiones interesadas-. Casualmente, en una ocasión, no fue Meryl sino Amaranta, la que lo vio salir de una cafetería del centro en actitud cariñosa con una chica, la misma actitud cariñosa que su madre había echado de menos todos aquellos años. Amaranta no se lo dijo a nadie, pero para todos fue obvio la actitud beligerante que tuvo con su padre desde entonces. Intentó saber en quién podría confiar para hablar de ese tipo de cosas y de aquel secreto que la afectaba tanto, pero concluyó que era muy pronto y si hablaba con alguien de las infidelidades de Helmer, eso tendría que ser con la defensa de un tiempo que ayudara a diagnosticar con la cabeza más fría. Desde entonces no se tomaba a los chicos en serio, se aprovechaba de ello y los dejaba, los utilizaba y os llevaba acompañándola a los sitios que quería pero nunca se comprometía. Con Ernie era diferente, lo conocía desde el parbulario, y habían sido novios y dejado de serlo mil veces desde los cuatro años. Lo besaba y se dejaba manosear, pero no le prometía nada, aunque siempre lo tenia cerca y lo apreciaba. Era un apoyo importante, pero desde que había visto a su padre con aquella 5


chica, se las pagaba Ernie en el gimnasio, donde practicaban boxing, lo tenía de sparring y se pasaba la mañana dándole golpes como si fuera un saco.

2 Pupilas Sea como fuere, la vida que habían vivido y el recuerdo que de ella tenía Jana Ursula, no había sido un fracaso, ni por mucho que de todo ello renegara Helmer. Frente a aquel hombre que se había propuesto ser detestado, que agitaba su músculo maduro como si de ello dependiera sentirse vivo, estaba la familia y, tal y como Úrsula lo veía, el sacrificio de dejar que la vejez los fuera invadiendo y absorbiendo, mientras veían crecer a aquellas tres flores que eran todo para ella. Habían sobrepasado la cincuentena y hubiese sido mucho más natural dejarse ir sin rebelarse contra la naturaleza de todas las cosas. Helmer metió a escondidas en una maleta sus palos de golf, sus cremas de ojeras y para después del afeitado y algo de ropa, eso fue todo; desapareció furtivamente en la noche sin despedirse de sus hijas. Los Olsen, que eran buenos vecinos pero se pasaban el día la noche pegados a su ventana, dijeron al unísono, “el pájaro ha volado” y después la mujer, “nada bueno para nadie, todo malo para todos”. Tal vez fue ese sentido de madre que se pone a la defensiva, que intuye lo peor y que sabe defender a sus cachorros, lo que llevó a Úrsula a contar lo que sabía de su tragedia, unicamente a la hija mayor, al menos hasta que pasara el verano o empezaran a echar de menos a su padre. Ese fue el momento que Meryl creyó más oportuno para regalarle a su hermana pequeña el libro titulado “Brando y Kubrick, dos personalidades en el arte”. Se pasó los dos meses de campamento sumergida en las fotos y los textos sin dejar que nadie lo tocara, y lo que era aún mejor, sin pensar en Coracione, que le hizo una visita un domingo aburrido y no les sirvió más que para pasear cerca del lago sin ni siquiera besarse. Incluso en aquel momento tan decepcionante, Meryl necesitaba seguir sintiendo que podía hacer algo para contener la falta de protección de su hermana pequeña frente a los cambios que la vida le presentaba. Desde su posición, todo lo que sabía le ofrecía la posibilidad de adelantarse a las caídas e intentar que no fueran tan duras o evadirse para no sufrir viendo el resultado de lo que ya era inevitable. Pero aún había algo peor, y era el coraje que la llevaba a enfrentarse al mundo y odiar a su padre, pese a que sólo alcanzó a visitarlo una vez en su piso nuevo, e intentar abofetearlo sin conseguirlo. Vio su cara fláccida una vez más para, al menos, decirle cuanto aborrecía a los hombres como él, incapaces de controlar su egoísmo y de no poner por delante su deseo. Al menos se desahogó haciéndole ver cuanto las había hecho sufrir y lo frustrada y desengañada que se había sentido Erika, su hija de quince años, apenas preparada para encajar, aunque no fuera cierto, que nada sucede si no es por algún interés mezquino. Pero eso iba a ser casi un año después de su estancia en el campamento de los Corbill y entonces, Erika aún no sabía lo que el destino le deparaba. Dado la reacción violenta que se esperaba de Erika cuando conociera la noticia, la madre pensaba que habría que hacerlo de forma totalmente programada y si tenía que montar un numerito sería mejor que lo hiciera en alguna cafetería; sin duda ese sería el mejor lugar para intentar intimidarla en una posible histérica reacción. Por otra parte, tampoco estaba Meryl muy segura de que Amaranta no saliera buscando a alguien con quien pelearse, y ese alguien casi siempre era Ernie. Su novio en otro tiempo se empeñaba e seguir a su lado como si nunca hubieran decidido pasar página a su situación sentimental y eso lo utilizaba ella para desahogarse con él siempre que lo necesitaba, 6


esto no era ninguna novedad para nadie, pero era necesario repetirlo una y otra vez para llegar algún día a comprender esa relación. Úrsula había hecho todo lo posible por hacer crecer a sus hijas con una sensación de felicidad, que tal vez no era real, pero que había servido para construir la familia lo mejor posible. La realidad no tenía mucho que ver con lo que aquellas tres niñas habían ido imaginando en sus juegos infantiles, pero era la mayor Meryl, con la que sentía que había fracasado estrepitosamente al hacerla sentirse responsable y excesivamente comprometida en la educación de sus hermanas. Meryl había vivido todos los problemas de la familia de primera mano y había acompañado a su madre cuando había decidido ocultarlos; pero esta vez era diferente, no se puede ocultar un divorcio y la desaparición del padre, pero sobre todo no se puede ocultar la amargura y resentimiento que crea. Por su parte, ajena a todo, Erika daba por supuesto que merecía una adolescencia llena de revelaciones inquietantes. Era la más bonita y delicada de las tres hermanas, de eso estaba segura, aunque no fuera así. Tenía un eccema que se manifestaba cuando algo la intranquilizaba por tiempo prolongado, bajaba sus defensas y adelgazaba; lo cierto era que eso no ayudaba con su aspiración a ser la “mejor princesa”. Además de su encanto personal, aquellas vacaciones, todos parecían especialmente inclinados en hacerla feliz y sus hermanas le habían comprado un albornoz amarillo pastel que podría utilizar en el campamento al salir de la ducha. Aquello ayudaba a suavizar la contrariedad de tener que someterse a aquella disciplina, pero nada parecía poder convencerla de que por algún motivo que desconocía de nada hubiese servido esa vez exponer ante todos una de sus peores pataletas. Como todos podemos suponer, la elevada opinión que Erika tenía de si misma, chocaba con la mirada de reprobación de los adultos que la rodeaban y que sólo miraban en ella una niña mimada. A pesar del esfuerzo extenuante que ponía en mirar como si fuera capaz de despreciar hasta límites insospechados, lo cierto es que no conseguía más que la postergaran aún más en todos los juegos y comidas del campamento. Digamos que su estrategia no se correspondía con la realidad y que los resultados eran catastróficos. Maty Jurado era la hija del hombre más rico del extrarradio de Mindstorm, había construido un aserradero que suministraba madera para hacer casi todas las puertas y ventanas de los edificios de la parte Este de la ciudad, y además de eso, tenía aspiraciones políticas. Maty y Erika tenían la misma edad y les complacía hablar de los secretos de la vida, de los chicos, del amor y de todo lo que deseaban. No se dejaban nada para más tarde y todas sus investigaciones sobre el sexo y los vicios sexuales de los mayores, eran compartidos maliciosamente. A Erika le gustaba visitar a su amiga porque la gran casa tenía asistentes que les daban de merendar y le abrían la puerta, y eso era mucho más que cualquier otra niña de la escuela pública pudiera tener, si bien Maty cambiaría de colegio el año siguiente y se verían mucho menos. Era de esperar que después de un tiempo en el campamento, Erika intimara con el hijo del señor Corbill. Los vigilaba de cerca, pero los dos chicos se escabullían para ir a pescar y pasaban horas sin que nadie supiera donde se habían metido, lo que exacerbaba la imaginación de Meryl, que decía desesperada, “lo que nos faltaba”, y recriminaba a su hermana por su conducta. Al entrar a formar parte del mundo de campistas, que además conocía de años anteriores, Erika hacía todo lo posible por encajar en su entorno y era ese momento en el que abandonaba su pose de princesa inalcanzable e iba descalza a todas partes imitando a su amigo Gene Camons. Si Maty Jurado la hubiese visto aplastando gusanos para ponerlos en el anzuelo, o meter los pies descalzos en el barrizal de la orilla del río Ory, jamás la hubiese invitado a poner los pies en su casa de nuevo. Erika tomaba a su amiga como un modelo en medio de su sórdida vida de estudiante de primaria, pero en el entorno natural de sus vacaciones de verano, perdía todo contacto con la altura desenfocada de sus pretensiones pasadas, y como no podía ser de otro modo, volvía la risa y su espíritu se expandía sin disciplinas y normas absurdas. Al fin y al cabo, Gene Camons era un excelente anfitrión, conocía todo lo relacionado con aquel lugar y lo que era mejor de todo, era unos años mayor que ella. En ese contexto que a Amaranta también le gustara Gene, pero él sólo prestara atención a Erika, lo que terminaba de poner el acento en la satisfacción que aquella afinidad producía en la 7


hermana pequeña. “No olvides lo de tu ezcema princesita”, le decía Amaranta a su hermana cuando los veía pasar juntos y sólo por molestar, y la otra otra le respondía con un insulto y una mirada que la hubiese convertido en piedra si tuviera semejante poder. En el mundo hay personas que desde el principio saben que todo cuesta y que nadie se lo va a poner fácil, así era Amaranta, y luego están los soñadores, grupo este último al que pertenecía Erika. Si nadaba en el lago, Erika creía que algún día podía ser una bióloga famosa descubriendo especies increíbles, aunque para eso tuviera que escarbar en el lodo. Si subía la montaña, le decía a Gene que algún día le gustaría ser piloto y volar a poca altura sobre los árboles de Mindstorm. Entonces, al volver al campamento, se cruzaban con la gente pobre que vivía en chabolas en medio del bosque, gente que vivía empujando sus vidas sin esperanza, y empujando los muertos que iban enterrando por el camino. “No se quedarán mucho tiempo. Siempre se están moviendo para que la policía no los moleste”, le dijo Gene. Ella se ponía un pañuelo sobre la nariz para no olerlos e intentaba no mirar las defecaciones que aparecían sin previo aviso a ambos lados del camino. Una señora mayor y opulenta, arrojaba el resto de la hoya al pie del camino, alubias aún caliente sobre las que se abalanzaban los perros que los acompañaban. De repente era como si se le hubieran caído las gafas y necesitara cambiarlas por otras mejor enfocadas porque sabía que aquel mundo sombrío existía pero verlo tan de cerca la impresionó. Sin embargo, en esa ocasión no soñaba con ser enfermera o doctora de gente sin recursos, por algún motivo que tenía que ver con la selección de sus sueños, eso no lo consideraba. Pasaron por medio del poblado y saludaron, una señora les respondió con un gruñido, y un viejo que debía tener al menos cien años, masticó una cantidad se saliva que le producía el tabaco de pipa y escupió de forma sonora a su paso. En aquella nueva visita al campamento, Erika se sentía mucho más cómoda que en años anteriores. El patito feo se iba convirtiendo en un engreído y hermoso cisne. Al incorporarse de nuevo a la disciplina desordenada del señor Corbill descubrió que los chicos de la tienda de utramarinos la miraban con insistencia, también Gene lo hacía, el cuidador de los perros la trataba con una amabilidad inesperada y el mismo Corbill la llamó, potrilla desarrollada en el contesto de su llegada y recepción de identificaciones. Erika hacía todo lo posible por ser la de siempre, pero estaba claro que eso ya nunca volvería a ser lo mismo; sus quince años lo empezaban a cambiar todo. Lograba disimular el placer que le producía causar aquella impresión en los hombres, incluso en los maduros que intentaban disimular sin conseguirlo. Miraba al suelo y contenía el deseo de sonreír al mundo. Su cuerpo se iba formando sin concesiones y aunque ella hubiese puesto condiciones no la hubiese escuchado. Es decir, si sus pechos iban a ser grandes, ya empezaban a serlo por mucho que ella deseara tenerlos más pequeños, de hecho, bastante más pequeños. Su actitud era la adecuada según Meryl, con la que hablaba en confianza sobre su desarrollo y a la que en una ocasión le mencionara que había una parte de su cuerpo que aborrecía, se trataba de sus pies, pues, según dijo, había estado midiéndolos y le parecían extremadamente grandes para su edad. Meryl le contestó que los hombres, en lo último en lo que se fijan es en los pies y que, al fin y al cabo, no era tan difícil saber en qué se fijaban los chicos mientras ellas les hablaban mirándolos a la cara. Muy pronto, apenas unos días después de su llegada, Erika dejó de sentirse ofendida por haber sido obligada a ir a “aquel estúpido campamento”, según sus propias palabras. Empezó a desear que todo fuera como prometía porque, de repente, aquello empezaba a gustarle y había algo que sus hermanas no sabían, Caracione se las arregló para hacerle llegar una carta en la que se comprometía a pasar para hacerle una visita. Sin duda podría haber sentido un poco de pudor ante la idea de que Gene los viera juntos y se sintiera relegado a un segundo lugar, al menos mientras durara la visita de Caracione -pero ni siquiera era seguro de que apareciera, y si lo hacía, sería algo muy furtivo, como casi todo lo que emprendía; a escondidas y rayando lo prohibido-. Dado el buen resultado de las atenciones vertidas sobre Erika, Meryl empezó a dejarla respirar, a controlarla menos y, si acaso, a observarla desde lejos. Una tarde en que Amaranta estaba sentada en el prado delante del lago, Meryl se abalanzó sobre 8


ella y la tumbó, sin darle tiempo a responder a su ataque la puso mirando hacia arriba, se sentó sobre su estómago y la inmovilizó sujetando sus muñecas contra la hierba. Amaranta no sentía ningún dolor, pero estaba roja de furia porque se había creído mejor luchadora que su hermana. -¿Dónde recuernos metes todo el dinero que se supone que dejas en el gimnasio? -Ya verás cuando me sueltes. No me vas a volver a sorprender. -¿Eso es todo? Estoy temblando, ¿no lo notas? Ni siquiera eres capaz de reconocer que Ernie se deja ganar porque le gustas. -¡Cállate! No me entreno para ser mejor que nadie. Y suéltame ya. -Soy la mayor y la más fuerte, ¡Dilo! -Eres la mayor y la más fuerte. Grande cosa -añadió entre dientes con ironía. -Vale te suelto si el sábado hacemos una escapada a media noche al bar de Morris. -Precisamente estaba barruntando que venías por algo así. ¿Y Erika? -La dejamos durmiendo y en una hora estamos de vuelta. Da la casualidad de que una de las limpiadoras se va a esa hora y nos puede acercar. Para volver ya nos las arreglaremos. ¿Era lo que ibas a preguntar? -Nada era exactamente como lo contaba Meryl. Parecía seguro pero podían quedar en medio de la carretera haciendo autoestop hasta el amanecer. Aún así sabía ser convincente y capaz de vender arena en el desierto. -No suena mal. Meryl se pasó el resto del día del sábado siguiente, después de comer, fisgando en las cosas de su hermana pequeña. Aprovechó una de sus salidas para andar por el monte salvaje con Gene, y como solían subir al Monte de la Pena, no esperaba que volvieran hasta caer la tarde. Lo inspeccionó todo, rebuscó entre sus libros, especialmente en el que estaba leyendo sobre las personalidades artísticas de Brando y Kubrick. Le dio un repaso a los bolsillos de toda su ropa y hasta levantó el colchón por si guardaba allí porros o o cualquier otra tentación propia de su edad. No esperaba encontrar revistas pornográficas, pero sin duda las tendría si fuera un chico, se decía mientras seguía su inspección. Decididamente tenía la hermana más aburrida del mundo. No había nada que pudiese decir que representaba un desafío a la autoridad de los adultos. Pero hubo algo que le llamó la atención, o se había llevado su diario con ella, o lo había dejado olvidado en su habitación a casi dos kilómetros de donde se encontraban. En ocasiones habían hablado sobre las drogas y parecía que Erika lo tenía claro y no quería ni oír hablar de nuevas experiencias psicodélicas o algo que sonara parecido. Debía ser muy convincente porque su hermana abandonó pronto la esperanza de encontrar algo prohibido entre sus cosas, o al menos, descubrir alguno de sus íntimos secretos. Y dado que Meryl era su referente de confianza -por decirlo de una manera que responda a los modelos que los jóvenes buscan en su formación y que terminan imitando-, realizó aquel trabajo de una manera tan respetuosa y limpia, que una vez que dejó todo en su sitio, nadie podría sospechar que hubiese pasado por allí. La más pequeña de las tres hermanas ya sabía, desde siempre, que su hermana mayor la vigilaba y la controlaba, pero no le molestaba porque lo consideraba una preocupación “maternal”. Cuando iba acompañada de Gene, encontraba que Meryl ni lo miraba, no le hablaba mientras él se deshacía en sonrisas como si caerle bien a la hermana mayor fuera tan importante. Se cruzaban muchas veces en la entrada del campamento, se veían llegar desde lejos, se acercaban, Meryl recogía sus manos en los bolsillos para no tocar la cabeza de su hermana cariñosamente y pasaba de largo. En lo alto del Monte de la Pena, los pájaros se empeñaban en desconocidas sinfonías que lo llenaban todo; eso era debido a que hasta allí no llegaba el ruido de un sólo motor, ni un coche, ni la bomba de agua del campamento, ni siquiera la serrería que lo invadía todo a su alrededor. Gene le había mostrado uno de sus lugares favoritos, iba allí siempre que podía y cuando el señor Corbill, al que llamaba papá, le daba permiso. Tenía un sentido estricto de la disciplina y posiblemente eso era la única cosa que no le gustaba de él, aunque sobrevivir en aquellas condiciones, sin más ingresos que los veraneantes y sin ser hijo natural, había creado en él una inseguridad de la que solo así creía poder defenderse. Para la señora Corbill, Melinda, la llegada del niño adoptado había sido una bendición. Algunos 9


intentaron amargar aquel momento de su llegada, y la entrega estuvo llena de críticas y bromas crueles; los vecinos no siempre actúan prescindiendo del desasosiego que les produce que otros puedan intentar ser felices, como si creyeran que nadie lo mereciera más y se tratara de un atrevimiento sin perdón. -Al año siguiente nada funcionaba. Parecía cosas de fantasmas o de que alguien estuviera causando los daños. Se averiaba el tractor, se caían los vallados, hasta los caminos que llegaban hasta aquí, aparecían levantados sin que se pudiera culpar a la riada porque ese año no hubiera. Pero Melinda no dejaba de acariciarme la cabeza y decirme que no me preocupara, que todo se iba a arreglar. Yo entonces tenía siete años, lo entendía todo y lo recuerdo como si fuera ayer -le contaba Gene en las largas tardes que pasó con ella-. Para Erika, el problema de aquella amistad no era que, por una parte deseara que él le contara más y más cosas de sus propias experiencias, y por otra, que no deseara intimar hasta tal extremo. Tal vez, aquel verano de los quince años lo hubiese besado, si no fuera porque no se sentía lo suficientemente buena para Gene y no quería hacerle daño. La madrugada del domingo, Melinda se levantó justo antes de amanecer para verter aguas menores y poner café al fuego. Vio llegar a las dos hermanas y se alarmó al pensar que Erika había dormido toda la noche sola. Volvió a la cama y despertó a su marido para hacerle la oportuna observación al respecto e instándolo a tener una conversación seria con ellas. A continuación fue a la habitación de Gene Camons y comprobó que dormía plácidamente. La idea de que pudiera haberse reunido con la chica aquella noche y que pudiesen haber hecho algo que “trajera consecuencias” le quitaba el aire. La madre de las chicas acudió apenas un par de horas después de recibir la alarmante llamada del señor Corbill y aquel mismo día volvieron a casa para la hora de comer. Erika tenía cartas y mensajes de sus compañeras de clase que su madre había recogido del buzón y había dejado sobre su mesilla de noche. Tía Engracia la vio pasar cargada con su mochila y fue corriendo a darle un beso, le dijo que estaba muy delgada y que una chica de la que no sabía el nombre había estado para preguntar si ya había vuelto del campamento. Las cartas eran una repetición de la pregunta que se habían hecho unas a otras al acabar el curso: ¿Nos veremos el año que viene? ¿Vas a cambiar de instituto? ¿A qué instituto vas a ir el año próximo? No entendió mu bien algunas de sus piadosas frases, ni a las que le mandaban condolencias también poco claras. En aquel momento ella no estaba en condiciones de saber que la separación de sus padres empezaba a ser la comidilla de las abuelas y era posible a que a eso se debiera tanta inesperada atención. Apreciaba a aquellas chicas pero no estaba con fuerzas de leer todo aquello de repente. Lo único medianamente interesante de su vuelta a casa era que la visita de la que le había hablado su tía posiblemente era de Maty Jurado y lo cierto es que estaba deseando verla. Se sintió tan inquieta que no pudo resistir la tentación de coger el teléfono y hablar con ella inmediatamente -la última vez que hablaran se le habían quedado algunas cosas por contar, pero lo que tenía que decirle ahora era una bomba, aún no podía creerlo ni ella-. Hablaron sin extenderse porque las dos debían atender cosas inaplazables, pero quedaron de verse aquella misma tarde. 3 Pestañas en retroceso Cuando volvieron del campamento, Meryl y Amaranta subieron inmediatamente a su habitación y antes de que la hermana pequeña tuviera tiempo de seguirlas, Meryl le pidió a Amaranta que no contara nada sobre la separación de sus padres, que el anuncio lo tenía que dar la madre, que sabría 10


como tratarlo que era posible que a Erika hubiera que decírselo con cierto tacto. Amaranta recibió el encargo como si se tratara de una orden, y cargaría con su secreto sin dejarlo supurar. Además, aquella actitud era una muestra de confianza con Meryl, que cada día la iba teniendo en mayor estima en lo que tenía que ver con contarle secretos. En realidad, no hubiese hecho falta hacerla tomar unas cervezas antes de soltarle todo aquello que le dijo sobre su padre, acompañado de insultos y razonamientos egoístas que él mismo había esgrimido en el momento crucial. Ahora sabían que lo que habían mirado como una anormalidad en otras familias, era algo que también les podía suceder a ella. Su familia no era perfecta, eso estaba claro, ellas no eran princesitas y ya no formaban parte del club de las mejores amigas cristianas, con las que se reunían para criticar a las familias ateas y divorciadas. En tal momento como aquel, unos años antes le hubiese hecho falta ponerse hasta arriba de grifa, pero ya no fumaba, ni siquiera tabaco. Se hubiese echado a andar sin rumbo fijo, volviendo siempre a la casa familiar, después, tal vez, de pasar toda la noche caminando, dando vueltas, retrocediendo sobre sus pasos o persiguiendo sombras. Cruzaría las vías del tren donde los empleados siempre la llamaban y ella nunca iba, constantemente perdida, hasta caer de sueño. En tal momento como aquel, si hubiese sucedido unos años antes, le hubiese disparado a su padre con su misma pistola, la que guardaba en la mesilla de noche por si alguien entraba en casa por la noche. ¿De qué le iba a servir su pistola vieja si tenía que defenderse de su nueva novia joven? Pero si casi le doblaba la edad... era un hombre ridículo. Si aquello hubiese sucedido unos años antes, le habría roto el corazón oír llorar a su madre, pero ella ya no lo quería y no lloró por él; le puso la maleta en la puerta y le dijo, “no vuelvas”. Y aquella puerta, para él, se cerró para siempre. A veces, lo que sale en las noticias de la televisión no parece formar parte de la vida real. Algunas noticias son tan desagradables que Meryl se sentía incapaz de verlas de nuevo en el informativo de la noche y evitaba encender la tele. Sin embargo, fue suficiente ponerse a pelar ajos en la cocina para ver a través de la puerta del salón las imágenes del sendero que conducía al campamento y que conocía muy bien. Se trataba de aquella gente sin patria que deambulaban como temporeros en la recogida de hortalizas, de la fruta o de aceitunas. Un niño de apenas ocho años había sido encontrado muerto y habían sido detenidos cuatro muchachos adolescentes que el sábado por la noche habían salido a emborracharse y a pelearse con los extranjeros. Los chicos eran de buena familia y habían vuelto a casa con las manos llenas de sangre. Era muy evidente que se habían pasado con su diversión y que por la próximidad al campamento, cualquiera se los podía haber encontrado mientras insultaban y amenazaban a todo el que se cruzaba en su camino. Entonces Meryl pensó en Erica y sus paseos por aquella parte del camino, su inclinación a hablar con todo el mundo y nunca desconfiar de nadie. Apareció para coger un plátano, y mientras lo pelaba, Meryl le dijo, “te podría haber pasado a ti cuando salías a buscar tu sola a Gene, ¿o ya no te acuerdas de eso?”. Siempre en estado de alerta y nerviosa, la madre tenía muy reciente su desagradable separación y Meryl no quería que se pusiera a llorar, así que le dijo a Erika que cerrara la puerta del salón. Siempre había sido una madre sincera y preocupada, a veces en exceso, pero de pronto sólo aquella mirada resentida evitaba que se mostrara como la mujer más vulnerable del mundo. Meryl era la que se sentía más desasosegada y triste de todas, pero sobre todo por su madre. .¿Quién es Gene? .preguntó la madre -El hijo adoptado de los Corbill. El nuevo amiguito de la nena -y sonó con tanta malicia que la madre hizo un sonido alargado de admiración. -Vale, dejarlo ya o no podré venir a la cocina a nada sin esperar tanta empatía -Erika salió en dirección a su habitación echando rayos por los ojos y humos por las orejas. Esos días, con las niñas lejos, no habían sido fáciles para Úrsula. El final del verano se había adelantado, y no llovía pero se precipitaba un frío intenso por las noches que la oprimía como si tuviera la culpa de todos los divorcios del mundo. Lo peor es cuando te quedas sola, se decía a sí misma. Le hablaban sus padres ya muertos que se sentían abandonados en las esquinas de las 11


habitaciones, observando todo lo que pasaba sin decir una palabra; como lo buenos espíritus hacen. En noches así hubiese gritado, pero Engracia hubiese subido alarmada a punto de llamar a la policía y tampoco quería hacerla pasar por ese mal momento, para comprometerla con su desahogo. Había hablado con ella lo justo, lo necesario para insultar un poco más al traidor, al Helmer que ya nadie conocía; se había hecho la mujer de acero, sin una lágrima; era por eso que si la veían gritar, o echarse a llorar sin motivo, no lo entenderían. Los hermanos nos ayudan a ser fuertes cuando ya no están los padres para exigirlo y tener cerca a Engracia en esos momentos la ayudó mucho. Aún en tal momento, y a una edad en la que le iba a ser difícil rehacer su vida con otro hombre. Desde tal momento, veía su pequeña casa de familia venida a menos y era consciente de todo lo que necesitaba, el aspecto pero sobre todo las reparaciones, y no le podría dar. Veía a sus hijas y pensaba, y no le gustaba la idea, de si o tendrían que vender e irse a vivir a un sitio más modesto mientras los Olsen las verían empaquetar desde la puerta entornada de su granero y decirse el uno al otro, “las gallinitas han volado del nido”. -¿Has venido sola? -preguntó Maty Jurado mirando hacia la puerta por encima de su hombro. La casa de Maty la intimidaba pero Erika ya había estado allí otras veces. -No le dije a nadie que te iba a hacer una visita. Me siento como si estuviera haciendo algo clandestino. Últimamente parece que me controlan mucho más. -No me puedo creer que nos traten como a unas niñas. Otras chicas de nuestro curso, tal vez si lo sean, pero tú y yo somos más maduras que la media -respondió Maty-. Seguro que eso ira cambiando en los próximos meses. Maty le señaló una silla en la que podía sentarse porque se estaba pintando las uñas y no quería interrumpirlo, pero podía hablar mientras lo hacía. Erika estaba deseando contarle algunas cosas que la tenían inquieta últimamente, sin embargo, Maty, ajena a todo, no parecía tener mucha prisa por escucharla. Todo parecía muy anodino aquella mañana, hasta que surgió el nombre de Caracione, entonces dejó todo lo que estaba haciendo, puso el pintauñas sobre un aparador, acercó su silla en un acto reflejo y dijo, “cuéntamelo todo”. -Él apareció aquella noche. Es posible que viera a mis hermanas en el bar de Morris y comprendiera la oportunidad que se le presentaba de colarse en nuestro barracón y hacerme la visita que me había prometido -dijo atrayendo toda la atención de su amiga que se había puesto a respirar nerviosa y la instaba a que no parara un segundo de contar. Lo que dijo a continuación, nadie se lo hubiera esperado, mucho menos Maty que nunca la había visto tan apasionada con una de sus historias. -Supongo que esa noche Caracione se provechó del momento y me toco. Me tocó abajo. Maty dio un grito y se puso de pie de un salto, se separó ligeramente de su amiga y preguntó -¿Te tocó? ¿Es la vida real o me estás diciendo que lo soñaste? Maty se quedó muy sorprendida cuando Erika la miró fijamente y repitió -me tocó. -Yo desperté aquella noche y descubrí que mis hermanas habían salido sin decirme nada. Hacía calor y quería pintarme las uñas de los pies, así que decidí que primero me daría una ducha y más tarde leería algo. Salí de la ducha con el pelo empapado luciendo mi albornoz nuevo, todo estaba a oscuras y no puedo imaginar que tipo de suerte llevó a Caracione a conocer que aquella caseta era la mía y la de mis hermanas. Es posible que reconociera mi ropa interior en el tendal del porche, aunque eso es mucho suponer. El caso es que entre las sombras de la habitación estaba él, esperando como un animal en celo. Me dijo que no disponía más que de unos minutos, que debía volver de inmediato porque había quedado con unos amigos. Nos sentamos e la cama y sacó unos pendientes, y me dijo que era un regalo por mi cumpleaños. Entonces me beso y yo lo abracé; fue un acto instintivo. El beso se alargó como si nuestras lenguas no pudieran separase. Fue algo raro porque ya nos habíamos besado antes así, pero estaba muy excitado y aprovechó ese momento para mover su mano desde la rodilla y enredar en mi bello púbico. Erika tenía toda la mala intención de excitar a su amiga hasta donde pudiera, es decir, no hasta que tuviera la necesidad loca de salir la calle en aquel preciso instante a buscar un chico que le 12


hiciera lo mismo, pero sí hasta dejarla tan impresionada que soñara toda la noche con aquella escena. En aquel momento no lo entendía, pero era posible que toda aquella palabrería en confianza, no se tratara más que uno de tantos errores que cometería desde entonces, y algún día, años después se arrepentiría de no habérselo quedado para ella. -¿Y nada más? ¿Eso fue todo? Erika afirmó con un movimiento de cabeza -eso fue todo. El separó entonces como si se arrepintiera de lo que estaba sucediendo y salió de un salto por la ventana y corriendo como si lo llevara el diablo. -¿No lo has vuelto a ver? -No, ayer por la mañana apareció mi madre en el campamento. La llamó el señor Corbill porque se enteró de la aventurita de mis hermanas. Son muy torpes. Después de aquello, estaba convencida de haber contado todo lo que su amiga rica quería escuchar, porque aquella misma tarde le enseñó su caballo y le dejó que le acariciara la cabeza, y eso era más de lo que había hecho nunca con ninguna otra. Le pareció que en cuanto se recuperaba del primer shock por lo que acababa de escuchar sentía por primera vez la necesidad de conocer a Caracione. En aquella casa siempre era primavera, la luz entraba por las ventanas como si no tuviera paredes. Le gustaba atravesar la distancia desde la puerta del jardín hasta la casa muy despacio, para darle tiempo al taxista a llegar a la esquina y hacerle creer que vivía allí. Al sentirse pobre la visitaba y conspiraba contra su desamparo y sus aspiraciones. “Me casaré con un hombre rico” le decía a sus hermanas, pero no la creían porque era más probable que se quedara preñada de uno de sus amigos del suburbio. Amaranta, que era la que más se parecía a su padre le dijo la verdad sobre su ausencia. “Papá se ha ido de casa porque a conocido una chica más joven; los dos buscan un estatus que han perdido. No la quiere, nunca ha querido a nadie. Pero parezco el cura y todos sus amigos católicos, juzgando y juzgando. Desiste de tus esperanzas, esto se acabó. Nunca volverá.”

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1 Manos y arenas El aquel lugar tan cerrado y apretado, Helmer no podía dejar de pensar que aquel sería posiblemente, el último baile de fin de año que los mantuviera juntos. Se hubiese conformado con las cosas tal y como eran después de la aventura, si al menos Úrsula hubiese echo la vista gorda o no se hubiese enterado. Su educación sentimental era muy anticuada y dudaba de que ni siquiera pudiesen seguir siendo amigos después de aquello. Tal vez, lo mejor de su matrimonio hubiese pasado hacía unos años, cuando creyó que todo iba a suceder, que sólo podía ir a mejor y, en su apogeo mediático, el éxito llegaría y reventaría como lo hacen los capullos de las rosas en primavera, sin previo aviso. Pero hacía falta algo más que salir en la televisión todas las semanas para convertirse en un reconocido personaje público. El partido, de alguna manera poco explícita, le había dejado claro que no tenía el perfil para ser un líder de masas. Úrsula volvía a lloriquear en su hombro, nadie lo notaba más que él, porque sentía un hilillo de rabia manifestarse agudo y la humedad en su oreja no dejaba lugar a dudas. Desde luego, había sido la peor noche de fin de año desde que recordaba y no porque ella su hubiese empeñado en arruinarla, sino porque en el último mes se habían dicho muchas cosas que iban pesando sin salida. Cuando Helmer pudo ver que esta vez se había pasado, por otra parte, como tantos otros que conocía personalmente (algunos recientemente divorciados), la fantasía vivida de sentirse joven una vez más, seduciendo chicas que podían ser sus hijas, no parecía haber tenido continuidad y lo iba a cambiar todo. Pero dejarse llevar por la tentación hasta que le temblaran las rodillas, hasta la extenuación de su propio sarcasmo, lo hacían sentirse vivo, que la batalla no había terminado, que aún tenía algo que decir y no resignarse a ser el veterano funcionario afortunado, con doble sueldo y programa de variedades en la tele local. Y a la vez intentar sostener la contradicción del hombre de piedra que sólo se deja seducir si lo encuentra necesario y no por pura debilidad. Todo parecía haber salido mal y el derrumbe era cosa de horas, “año nuevo, vida nueva”, se decía, poniéndose de parte del cambio que se avecinaba. Sin embargo, convertirse en el viejo repudiado que iba a ser le producía cierto vértigo, abandonarse a imaginar como iba a ser todo sin su mujer de la que dependía tanto, no resultaba nada halagüeño. Había algo en ella que se había perdido sin saber si para bien o no. No la culpaba por eso, ni intentaba excusarse. Eran muy jóvenes, casi treinta años atrás ¿se dice pronto? Ella entonces tenía un algo triste que tenía que ver con su desconfianza, tal vez con su futuro dependiente de otros, de él y de las ajenas decisiones. Llegaba a su apartamento de soltero con la timidez de una extraña, pero él podía en un instante, sólo con una sonrisa y una comentario sagaz, hacerla reír. Ya entonces, esperaba de ella algo más que un superficial consentimiento para pasar toda la tarde de la cama a la televisión, tomando café o copulando como animales. Cualquier otra chica se hubiese dado cuenta al instante, pero no ella. Intentaba hacérselo comprender, para que estuviera más tranquila y comunicativa, pero aún así no fue capaz de conseguir sacarle aquella cosa melancólica de encima hasta pasados unos de su matrimonio y algún tiempo después de tener a Meryl, su primera hija. Una de aquellas tardes, el atrevimiento lo llevó a pedirle una sonrisa y ella le respondió que reírse sin motivo era lo que hacían las putas. Al momento intentó retener su respuesta, pero era demasiado tarde, ya lo había soltado. “Nunca nos pondremos de acuerdo en esto, ni en la forma que pronuncias esa palabra”, añadió Helmer. No había sido una buena tarde, los dos estaban cansados y él se la pasó enfurruñado, sin ganas de hablar, ella intentó compensarlo con todo tipo de juegos que buscaban excitarlo sexualmente, pero no lo consiguió. Y fue aquella tarde y no otras, la que 15


marcaba una época previa al compromiso de ir a vivir juntos. De cada tiempo importante de nuestras vidas, tal vez sólo tenemos un recuerdo muy determinado, de un momento muy preciso y aislado, que pretende representar todos los demás momentos, que da forma a un sentir y un hacer al que puede no ser del todo fiel el contexto en el que fue vivido. No se lo iba a decir aquella noche de baile, al menos mientras durara la música, pero en aquel tiempo previo al matrimonio la esperaba haciendo del silencio de la casa un deseo insoportable, tal como siempre había soñado que fuera una espera semejante. Bajaba en camiseta a comprar tabaco y pasaba un frío de demonios, porque no necesitaba el tabaco en realidad, sino que esperaba verla llegar a lo lejos donde terminaba la acera; pero eso casi nunca sucedía, ni siquiera aquellos lunes que tenía que esperar porque había tres o cuatro hombres que hacían cola delante del mostrador para comprar la prensa deportiva. Un día, el empleado le dijo que no le quedaba tabaco del que acostumbraba, pero que se estuviera tranquilo porque ella llegaría en cualquier momento. Sonrió y le ofreció de otra marca como si su broma no hubiese existido. No se casó por amor, eso era verdad, pero ella respondía mejor que ninguna otra mujer a lo que necesitaba, nada de rasgos menudos y delicados, comprensiva con sus peores pesadillas, dispuesta a pecar y asumir un rol que otras mujeres detestaban, el de ser madre, amante y dueña de su casa. En realidad, después del segundo sólo de trompeta, no creyó que en aquel tiempo pensara tanto en ello, ni que estuviera tan seguro de lo que quería. Empezaba a arrastrar los pies y eso que se consideraba buen bailarín. Era un fastidio bailar con ella que se había pasado la tarde llorando y resultaba evidente para todos por sus ojos hinchados. Del mismo modo que aquel tipo adivinara que esperaba por ella cuando bajaba a comprar tabaco, ahora se sabía de nuevo transparente a pesar de bailar los temas románticos sin dejar de apretarla. Se lamentaba por ser transparente sin dejar de comportarse dentro de todo lo que se esperaba de él, hasta el último minuto de cada vez que habían roto y se habían reconciliado. Nunca antes la había visto enrojecer y morderse los labios hasta casi hacerse sangre como aquella vez. No había dejado de esforzarse en busca de un discurso perdido, el discurso que ya no le pertenecía del padre responsable capaz de juzgar la ligereza de otros. El último mes se había devanado los sesos intentando acertar y darle forma (ya que nada parecía exponerse a su reparación) a un nuevo contrato de convivencia, por así llamarlo. Todo el mundo tenía alguna vez un problema grave y algunos lo arreglaban durmiendo en camas separadas el resto de sus vidas, sería digno de sentir lástima de sí mismo si eso le llegase a suceder y todo apuntaba a que sería el mal menor que así fuera. Pero si de improviso ella propusiera a modo de castigo que saliera de la habitación y no volviera a entrar en ella, siempre sería mejor que resolviera que saliera de la casa y no volviera nunca. No fue mucho antes de que él conociera a Sabrita, que Úrsula puso aquel horrible crucifijo sangrante sobre sus cabezas dormidas en la cama. Leía con fruición los resúmenes de la homilía de cada domingo porque no asistía a misa, se detenía en aquellos apartados que hablaban de la infidelidad y la mujer resignada, pero seguía adelante una y otra vez buscando que le dijeran que tenía que ser fiel a sí misma y no dejar que la menospreciaran. Aquello duró casi un año, y no fue una novedad porque ya lo había hecho en el pasado, pero por cortos periodos de tiempo; al menos, por menos tiempo que esta última vez (eso daba una idea de la gravedad de la situación). Ordenaba aquellos papelitos de la iglesia y los guardaba en un cajón. Solía leerlos en la cocina en tardes solitarias y después se iba llorando a su habitación con los ojos hinchados, aún afectados por el llanto del día anterior. La hermana de Úrsula, cansada de oír sus quejas por y sus gemidos por teléfono, afirmó que llegados a ese punto no había ni un uno por ciento de posibilidades de que “el maldito”, la volviese a amar, si alguna vez lo había hecho. Entonces le regaló un rosario para que lo llevara siempre consigo, asegurando que le daría la fuerza que necesitaba. Con el consabido paternalismo que había tratado a su hermana durante años, añadió que la vida no se acababa allí y que ella era aún una mujer joven y con posibilidades. ¿Qué habría querido decir con que aún tenía posibilidades? Los 16


amigos del novio de Engracia, si en algún momento llegaban a saber por los problemas que pasaba y que su divorcio y separación se anunciaba para el siguiente verano, la cortejarían con tal ansiedad que resultaría un acoso sofocante en lugar de gestos románticos. Engracia lo sabía, pero también sabía que esas eran el tipo de cosas que las mujeres de cierta edad tenían que soportar si querían rehacer sus vidas. De lo que no estaba tan segura era de que su hermana pensara lo mismo. Pero lo que, una vez superada su aflicción, una mujer como ella, con tres hijas y un perro a cargo, podía esperar de la vida, era un misterio hasta para sus parientes más cercanos y amigos más íntimos. De alguna manera, como mujer, tenía el físico deseable de la madurez, pero conteniendo cada gesto, intentando hacer pasar desapercibida aquella fuerza sexual que emanaba, sin conseguirlo. A Amaranta la entristecía ver bailar a sus padres de forma tan mecánica, como si se tratara de una obligación que aspiraba a dejarse aceptar por la mirada social y general, a pesar de todo (como si eso fuera necesario en un tiempo en el que los divorcios se sucedían cada día y ya no iban a parar hasta alcanzar lo niveles de otros países). De todos modos, la noche de fin de año la dejarían salir con su hermana mayor y la excitación de asistir a una de aquellas fiestas para jóvenes en alguna sala de fiestas retirada, la haría olvidar un poco más tarde aquello que tampoco a ella le era ajeno: el matrimonio de sus padres pendía de un hilo. Su madre solía repetir que era de las tres la que más se parecía a su padre. Era consciente de que su madre le decía eso en momentos en los que la enfadaba o le llevaba la contraria, lo que convertía la afirmación en una pequeña y mezquina venganza. Podía imaginar, si embargo que su madre la tenía en cuenta como a sus hermanas y no la iba a rechazar por eso. No se trataba de que no supiera lo que le estaba costando a Úrsula sacar adelante aquella familia en las condiciones en las que una vez se plantara. Pero, en algún sentido que parecía evidente para todos menos para ella, Amarante debía parecerse a su padre tanto físicamente, psíquicamente, como en las reacciones en las que intentaba adelantarse frente al mundo. En una ocasión, sintió la necesidad de hablar con su hermana mayor de que se sentía marginada cada vez que le decían que se parecía a Helmer. De eso no se le ocurriría hablar con su madre, desde luego, pero ya empezaba a fastidiarla. Pondría mucho empeño en aclararlo, como hacía con todo, podía quejarse y al menos tener a alguien de su parte, pero al final creyó que se estaba comportando como una chiquilla y desistió de intentar controlar aquella pequeña tortura que parecía buscar desautorizarla. -¿Tan difícil te resulta mantenerte alejado de otras mujeres? -le preguntó Úrsula a Helmer mientras se separaba ligeramente de él-Sabes que no. Para mí ninguna mujer puede hacerte sombra. -Debí esperar que respondieras con una tontería. -¿Vamos a discutir ahora, en medio de la pista? -No te pedía que me quisieras -continuaba Úrsula-, me hubiese conformado con que dejaras de humillarme. -No me vengas con eso. Tú tomas tus decisiones, no intentes justificarte. Nadie podía suponer que Helmer reaccionara con tanta firmeza ante los cargos que Úrsula le imputaba. Los dos sabían perfectamente como habían sucedido las cosas y como él había buscado mujeres durante años, hasta en las cunetas. Había sido un depredador insaciable, por así decirlo. Sin embargo, era cierto algo de lo que quería comunicarle: en ningún momento había pensado que ninguna de aquellas mujeres pudiese darle más de lo que Úrsula le daba. Habían sido puro entretenimiento, por muy duro que eso pueda sonar a las mujeres abnegadas que se han sacrificado y lo han dado todo por sus familias. Lo que más parecía importar a Amaranta en aquel momento en el que sus padres discutían, era su reloj. No dejaba de ver la hora esperando que el último cuarto de hora para las doce pasara con rapidez y salir disparada a su fiesta. Se sentía pequeña frente al tiempo que se había vuelto infinito. Intentó poner el reloj en la oreja para comprobar si aún “latía”, pero con la música resultaba imposible. Esa imagen ínfima de sí misma, comiéndose las uñas y alejándose de la pista para no ser arrollada en el momento del éxtasis del nacimiento del año nuevo, llevó a su hermana Meryl a 17


ponerse a su lado y protegerla con un brazo sobre los hombros. Eso no era tan necesario en realidad, porque la conocía y sabía que llegado el momento sabría defenderse a codazo limpio si fuera necesario. 2 Sueños maltratados Y tal como allí, en el instante final de la noche del último día de diciembre, sus padres dormían en sueños y cuartos separados. Podía recordar desde la sala, porque él había comprado cada adorno de los más caros -¿a que venía aquello si estaba pensando en abandonar a su familia?- y, porque ella los había aceptado sin decir que no le gustaba gastar tanto dinero en cuadros y figuras desnudas mientras el lavaplatos seguía estropeado. Era una aspiración burguesa que Helmer nunca confesó pero se desprendía de todos sus movimientos. Al volver de la fiesta, Meryl se metió inmediatamente en su cama y Amaranta se quedó en la sala ojeando y hojeando, unas revistas de deportes. Ese era uno de los motivos por el que no le gustaba que su hermana pequeña se sintiera tan a gusto en casa de los vecinos ricos del pueblo (que era un pueblo por mucho que Erika dijera que formar parte del extrarradio residencial los hacía unos privilegiados citadinos). A medida que empezaba a sentir el calor del sofá esperó sus primeros recuerdos del colegio para terminar de justificar su desagrado por tanta tontería en los lacitos y los pendientes perlados de su hermana. No todo el mundo tiene aspiraciones ni sueños burgueses, los que se creen desde sus trabajos asfixiantes que lo son, hasta los que desde esos mismos trabajos imaginan que pueden alcanzar ese estatus, eran unos tontos que percibían el brillo de las chimeneas de oro de las casas con fortuna pero nunca saldrían de pobres, según ella. La primera señal que le llegó de esa diferencia, eran los alumnos hijos de profesores, abogados o políticos, que acudían a la escuela pública por la comodidad de su cercanía, esperando el momento para pasarlos a un colegio privado cuando cambiarán a un ciclo superior. Esos chicos siempre sacaban buenas notas, y aunque no expresa abiertamente su rechazo, le molestaba tener que competir con ellos a los que los profesores trataban con el respeto que se le debe a los que destacarán en el futuro. Nadie podía saber entonces, si alguno de ellos llegaría a presidente, pero se aceptaba que si ellos tenían una posibilidad, el resto eran carne de cañón en los trabajos más humildes. Al menos se trataba de un colegio sin curas ni símbolos religiosos, porque los hijos de las congregaciones políticas católicas eran aún peor. Tal vez la perpetuación del poder necesitaba que todo sucediera como lo hacía, pero que Erika, sin haber cumplido aún los quince pretendiera ser una de ellos, eso la exasperaba. No recordaba que era ella la que le compraba caramelos de pequeña porque no llegaba el dinero para las dos y que aquellos caramelos eran de “la tienda de dulces económicos”: no había motivo para recordarle eso gratuitamente y avergonzarla frente a Maty Jurado, su amiga ricachona. Amaranta tuvo que emplearse a fondo para recuperar la concentración que le era natural en sus estudios y que parecía haberla abandonado. Lo intentó al principio del nuevo año sin éxito, pues no parecía dispuesta a despegarse de las nuevas amistades que la llevaban de fiesta en fiesta, y lo volvió a intentar después del mas de marzo, esta vez con éxito. Estuvo a punto de perder el curso y recuperar las asignaturas suspendidas le costó mucho, pero lo hizo. También atribuyó a aquella extraña depresión en sus habituales éxitos a un hecho fortuito que no se le iba de la mente, a pesar de no tratarse de ninguna novedad dentro de todo lo que sabía aún siendo secreto; claro está que no es lo mismo saber una cosa que verla con los propios ojos. Pero fue su obstinada naturaleza, el anhelo de no sentirse menos que otros alumnos a los que todo le resultaba más fácil, lo que le hizo sobreponerse a la visión de un padre acompañado en actitud cariñosa por una mujer que no era su 18


madre, y se trataba de eso, pero también de la errónea creencia de que si hacía como si nunca algo tan real hubiese sucedido ese recuerdo y todas sus consecuencias se desvanecerían como sombras en la noche más oscura. No fue fácil tomar esa decisión y el golpe en su amor propio no fue menor, pero era una chica dura y contuvo su rabia sin hacer preguntas, a pesar de todo. Por aquel tiempo sintió la necesidad de dejar de confiar ciegamente en sus amigos, lo que no fue muy acertado, y al hacerlo rompió con Ernie, del que no se separaba ni para ir a comprar la prensa. Uno de los amigos de Ernie creyó ver entonces una oportunidad de colarse entre ellos, y se aprovechó de una información privilegiada que el propio Ernie le dio, “no sé que le pasa, hemos roto”. -¿Amaranta? Me llamo Stiff, soy amigo de Ernie -exclamó apoyándose en la amistad para ser tenido en cuenta. Si se hubiese presentado como un desconocido, Amaranta ni lo hubiese visto, pero era “amigo” de Ernie. -No soy Amaranta -contestó haciendo una broma y le sonrió-. En realidad estoy pasando por una crisis de identidad... pero no es culpa tuya. -¡Ah, tú puedes ser quien quieras y todos lo aceptarán porque eres popular y aceptada en cualquier ambiente! -dijo Stiff-. Te he visto pelear en el gimnasio y he quedado cautivado... estas cosas pasan, los flechazos son algo frecuente en chicos de mi edad. -Lo entiendo, no tengo hermanos, pero hasta ahí llego -replicó. -Si vas a ver a Ernie, está en el parque, pero está acompañado. Es normal si ya no estáis juntos... -No es fácil creer que puedas ir tan rápido. Ernie puede tener todas las amigas que quiera, tal vez sea pronto pero no lo puedo juzgar por eso, debo asumir el resultado de mis decisiones. -Quiero decir que es algo más que una amiga -soltó con la boca pequeña, solapando cada palabra con la posterior. -Como has dicho, ya no estamos juntos -echó a andar sin darle una oportunidad de intentar corregirse, se complació en decirle adiós en la distancia moviendo una mano y sonriendo cínicamente mientras pensaba, “piérdete Stiff, viniste amargarme el día y casi lo consigues”. Al romper con Ernie, Amaranta estuvo algún tiempo en una impuesta cuarentena, una especie de ejercicio espiritual con el que se castigaba sin chicos y se dedicaba a reflexionar sobre si las relaciones de pareja están siempre llamadas al fracaso. “Al principio las parejas se ilusionan porque no se conocen, pero con el tiempo salen los egoísmos y, sobre todo, los miedos del otro, eso que no soportamos”, solía concluir. Después de pensarlo, concluyó que la decepción que sentía por el fracaso de sus padres había influido en el suyo y que había sido demasiado exigente (a nadie le gustan los exigentes porque es una extensión del egoísmo). Estaba hastiada de los hombres, pero también de las mujeres y las excusas fáciles que ponían para cambiar de pareja, así que decidió, no volver a la relación pero conservarlo como su mejor amigo, es decir, seguir haciendo las cosas que hacían pero sin implicar en eso sus sentimientos. Tal cosa no era fácil y tenía que pararle las manos y las proposiciones con frecuencia, aclararle que sólo eran amigos una y otra vez, hasta que lo entendiera y supiera cual era el nuevo lugar que le asignaba. Esa forma de actuar la convertía apenas en una tirana, pero parecía que era lo que él quería, o, eso mejor que nada. Al menos la seguía teniendo cerca. Erníe, no era, después de todo, tan malo. Para Amaranta, lo que había sucedido en los últimos meses, lo cambiaba todo, pero lo más trascendente era que cambiaba su forma de ver el mundo y acentuaba su falta de confianza en las personas. Se sentía tan anónima que se permitía pensar con libertad, sin tener en cuenta los consejos de buenas relaciones y amor al prójimo que los ancianos se esforzaban por comunicar a los más jóvenes. En todo el mundo que estaba creando a su alrededor poniendo como cimientos las más extravagantes escenas y episodios de la vida conyugal de sus padres, en todo aquel maremagnum de infelicidad, ella creaba su visión futura del mundo y de su propia vida. Sin embargo, la separación definitiva estaba por llegar, se produciría en verano y, en cierto modo, las tres hermanas estaban ya un poco preparadas y alerta sobre lo que podía llegar. Nada era definitivo y tal vez, albergaban la esperanza de que todo siguiera igual por el tiempo necesario; eso no iba a suceder, el verano era el 19


límite puesto por Úrsula para el final de la convivencia. La tarde en que Amaranta se decidió a hablar con su hermana pequeña de la separación de sus padres “como una posibilidad muy remota”, fue inspirada por la ternura que le inspiraba y el miedo a que sufriera cuando la “posibilidad remota” llegara. El sol había salido con fuerza toda la semana y, a pesar de hacer frío, se sentaron en las escaleras de la cocina y se dedicaron a disfrutar del momento de sosiego y de la charla. Eran felices, nunca la vida las había sometido a una prueba como la que les esperaba y comían pipas sin dejar de respirar profundamente. Amarante entró y volvió con unos refrescos mientras insinuaba algo acerca de la separación. -He hablado de eso con Matty Jurado -Amaranta puso cara de repugnancia porque no le gustaba aquella amiga para su hermana-. Lo paso de miedo hablando de estas cosas con ella. No deberías ser tan exigente con mis amistades. -También yo lo paso de miedo hablando contigo y con mis amigos y amigas, no es para tanto tener una amiga. Pero tal vez tengas razón, le tengo una especial manía a esa niña- admitió. -Las mujeres divorciadas se quedan muy solas, pero pueden enfocar sus vidas como quieran. No es tan malo -dijo repitiendo como un loro algo que había escuchado en alguna parte y que era un razonamiento de adulto. -Pero no lo hacen, se quedan sin fuerzas. Les pasa como a los niños que son abusados sexualmente en su infancia, se vuelven viejos prematuros, sin alegría ni ilusión por nada. Es horrible. No confíes en todo lo que dicen los psicólogos en la televisión -replicó. -Para los hombres también es un fracaso. -Algunos van a su separación porque ya tienen a otra, ¡no seas ingenua! -Amaranta la iba preparando para el desengaño que iba a suponer la vida. Ya no podía seguir siendo niña por más tiempo, lo que no sabía era que su hermana pequeña era mucho más madura y tenía más cosas en la cabeza de las que pensaba. Al respecto de una charla desigual, no siempre admitimos que podemos aprender algo cuando buscamos comunicar al otro una idea concreta y desarrollar una estrategia de información, por así decirlo, previamente concebida. -Dice Maty que es nuestra obligación demostrar a los chicos que al elegirnos entre otras se llevan a la mejor. Que deben vivir convencidos de eso y que no tenemos que ponérselo fácil. -Es una idea interesante. -Según ella, algunas chicas, cuando les gusta un chico se dedican a ponérselo fácil a sus amigos para despertar su interés. Intentan que exista una competición entre ellos, inclusa disfrutan viéndolos discutir, celosos y enfrentándose, para finalmente ofrecerle la victoria a aquel que realmente les gustó desde el principio. -No había pensado en eso -respondió Amaranta verdaderamente sorprendida. ¿Cómo era posible que su hermana le diera lecciones? Era posible que estuviera llegando aquel momento en que la diferencia de edad entre las dos ya no fuera tan significativa, si es que alguna vez lo había sido más allá de su propia cabeza. Debería de haberlo tenido en cuenta. Debería de haber tenido en cuenta que aquello podía suceder y que, en realidad, Erica, ya no era tan niña como había creído. De nuevo la vida estaba llena de trampas y a su hermana sólo le faltó decirle que sabía que sus padres se iban a separar y cuando. No se hubiese tratado del todo de una decepción, le alegraba poder hablar con ella en esos términos. Siguieron hablando y se cercioró de que no sabía nada de que Helmer tuviera una novia para sus ratos libres. En el futuro, al menos esa era su intención, iba a recordar a su hermana pequeña como la más inteligente de las tres. Pero ese despertar apenas había empezado, si Amaranta hubiese hablado con ella apenas un año antes, entonces si que hubiese descubierto la niña ajena a todo, en su mundo de muchas y dibujos animados y sin ánimo para hablar de temas de adultos, lo cual le habría ofrecido la posibilidad de seguir en su posición de protectora fraternal. Todo había cambiado en el último año y de esa manera definitiva tendría que aceptar las nuevas condiciones. 20


-Nada es como parece o como te cuentan; casi nunca. Es posible que algunas mujeres necesiten hacerse valer flirteando con hombres que pongan celosos a sus maridos, pero no creo que pueda funcionar más que como un aviso del desastre que se les avecina -Amaranta continuó-. En el mundo de los adultos eso es una falta de respeto bastante mezquina. No te conviene pensar así, aunque Maty te lo haya dicho. En cierto modo, al romper con Ernie y seguir saliendo con él como amigos, ella estaba haciendo algo parecido a lo que proponía su hermana. ¿Se trataba de hacerse valer? En su caso, quizás fuera aún peor y pasara a una forma de dominación. Amaranta se había acostado una sola vez con Ernie, una noche que se sentía aburrida, hastiada y decepcionada y quiso quitarse aquella cosa de encima. Lo decidió de pronto, sin reflexionar y se fueron a un hotel barato en el que estuvieron apenas dos horas. Aquel sábado había llegado a casa cuando aún todo seguía igual de silencioso y amenazador, se había acostado y había estado durmiendo hasta mediodía. No se había demorado lo suficiente como para encontrarle sentido a aquel tiritar de las patas en la cama. Ernie hizo todo lo que ella le mandó sin llegar a la ternura, como si fuera capaz de padecer sus órdenes y copular al mismo tiempo. Habían comprado una botella de cava y no se la acabaron, todo fue muy ordenado, aunque a Ernie se le había quedado una cara de estúpido que le duró varias horas. Nadie los recordaría por sus dudas y sus miedos, ninguno de los dos recordaría aquella noche en apenas unos años, el mundo se nutre de la sustancia de los intrépidos, se repetía Amaranta antes de volver a casa. Se trataba de un discurso muy anticuado porque ya nadie creía que las personas estuvieran en el mundo para demostrar capacidades superiores; nadie, excepto las grandes corporaciones, ancladas en en la competencia como único valor de su desarrollo. A menos de un mes de su separación, Hermes se volcó en su trabajo, realizó ventas que nunca antes sospechara que podía hacer y llamó la atención de los ejecutivos que por encima de él, esperaban señales de desequilibrio interior en sus subordinados, para someterlos a un estrés desalmado. Un mes después de su divorcio fue ascendido. Sin preguntar a su madre, llegado el momento, Amaranta creyó necesario visitar a su padre, primero porque había sido tratado como un apestado y segundo porque sus hermanas no querían ni oír hablar de él, así que lo hizo en sin que nadie lo supiera. No hubo euforia cuando consiguió su dirección a través de uno de sus compañeros de trabajo al que ella conocía, ni siquiera sentía alegría por creer que estaba haciendo lo correcto. Los tiempos habían cambiado, muchas parejas se divorciaban ante la infelicidad que les suponía tener que soportarse cada día y algunas de esas parejas seguían manteniendo una relación de amistad -al menos esos dicen las estadísticas-. Esta vez, el intento de encontrar una comunicación diferente con un padre que nunca antes la había escuchado, tampoco tuvo éxito. En esta ocasión, la naturaleza del padre y el orgullo de la hija iban a caer en una desconfianza y una tensión que imposibilitaría una relación amistosa en el futuro. -¿Qué desea? -sonó la voz de Helmer en el telefonillo anticuado, si vídeo ni luz del portal. Amarante dudó y, en un momento, pensó en salir corriendo y volver llorando a casa de su madre, pero el éxito es de los atrevidos, decían las corporaciones para acabar de meter a la gente en líos. -¿Hay alguien ahí? -volvió a sonar su voz con cierto sarcasmo. -Quería hablar con Helmer -respondió Amaranta. -Sí, soy yo. -Soy Amaranta. Sonó un zumbido, empujó la puerta y preguntó -¿Qué piso es? Helmer siguió escuchando los ruidos de la calle mientras ella ya subía en el ascensor. Oyó la puerta de aluminio cerrarse y coches pasar, conversaciones ajenas y niños gritar en juegos violentos. Con toda seguridad, su hija había entrado en el ascensor de un salto y había corrido por el rellano antes de tocar la puerta, porque no le dio tiempo a reaccionar y soltar el botón de “abrir”, antes de que eso sucediera. -¿Es posible semejante sorpresa? ¿Tú madre sabe que has venido? -preguntó 21


-No ella no lo sabe. No lo está pasando bien y eso terminaría de amargarla. Es una visita de Hija a padre, sin tener en cuenta otros aspectos, de lo contrario no la haría -a veces tenía la necesidad de justificar las cosas que había, y sin duda había pensado que no podría hacerlo delante de su madre, pero en aquel momento tenía la sensación que incluso Helmer le pedía cuentas por su visita. No empezaba bien. -¿Como sigue todo por mi antigua vida? -dijo él como si tener la capacidad de bromear al respecto fuera una buena cualidad. -Nada bien. Considera que has roto muchas cosas, no sólo dentro de Úrsula. -Ya, precisamente de eso es no mejor hablar de momento -Helmer empezó poniendo de su parte, a pesar de todo. -En algún momento tendrás que enfrentarte a ello. Si no lo sientes ahora, algún día volverás la vista atrás y pensarás en lo que te has perdido. Lo que ahora nos hace sentir dolor a todos se disipará, sólo los traumas duran tanto y nadie está traumatizado, lo superaremos, pero pensarás en ello más de una vez. -¿Tú crees? ¿Vienes a darme lecciones? -No era mi intención -replicó Amaranta, presintiendo que caminaba sobre arenas movedizas. Lo que sentía en aquel momento no era parecido a la decepción que había sentido cuando Helmer desapareció, se trataba ahora de algo más parecido a la furia y el desprecio. Se desplazaban sus sensaciones sin saber donde iban a ir a parar, si se trataba de un error o era involuntario. Lo que la hacía sentir dolor era lo que desencadenaba el resto, y el dolor se acentuaba con cada reacción de su padre, con cada respuesta y la obvia pretensión del desapego y la falta de compromiso. Cada mal sueño y cada recuerdo se habían convertido en un cúmulo lacerante de basura dando vueltas en su cabeza. El lugar de donde provenía, el desarrollo de su infancia se había convertido en polvo. Si el recuerdo, las fotografía que tanto evocaban, el tacto de su madre cuando le pedía paciencia y la entrevista que en aquel momento mantuvo con Helmer, deberían haberla ayudado, lo cierto es que mandaban mensajes tan confusos que desistía de seguir interpretando su rabia. De alguna manera se hizo con la llave del apartamento de Helmer. Es posible que el considerara una prueba de confianza aunque lo obligara a llevarse a su amiguita de la foto sobre la tele, a un motel barato cada vez que quisiera estar a solas con ella. Parecía tener intención de establecer el pequeño apartamento como un lugar donde poder recibir a sus hijas si ellas deseaban visitarlo y sin la probable presencia de su novia -lo que demostraba también su falta de compromiso con ella, al menos hasta aquel momento. De cualquier modo, aquello duró poco. En una ocasión en que todo parecía ir a peor, Amaranta se presentó en aquel lugar cuando sabía que él no estaba, tiró al suelo y rompió una foto en las que aparecían los dos tortolitos abrazados delante de una puesta de sol y, a continuación cortó todas sus camisas con una tijera de cocina. Al día siguiente, Helmer fue a la oficina con un suéter morado que había comprado recientemente para ir al gimnasio; nadie le preguntó al respecto. No siempre había sido tan considerado con las venganzas de su hija como aquella vez. Intentó quitarle importancia y decidió moderar su reproche, pero Amaranta no le dio ocasión a tanto porque no volvió a visitarlo. “La exigencia con otros, y hasta con uno mismo, es una forma de egoísmo. Nadie sabe lo que mueve a un exigente y siempre tienen motivos e intereses que esconden detrás de su cara de poker. No confundas la queja de las víctimas con una exigencia más, nada te pedimos. La exigencia obliga, nuestra queja es una forma de conservar el orgullo. Adiós papá”. Amaranta le dejó la nota donde antes había estado la foto de su novia, Helmer ni siquiera se molestó en leerla: la rompió y la arrojó a la bolsa de plástico de la cocina, entre los restos de espagueti de al cena resesa del día anterior.

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1 Más audaz que el hambre Si contamos todo como sucedió, intentando atenernos a hechos concretos que desafíen por extravagantes a cualquier ficción, descubriremos que la vida de las tres hijas de Úrsula eran tristes pero emocionantes. Tal vez la vida la sea en los pequeños detalles y nos pase desapercibida esa realidad que nos conmueve. ¿Por qué cuándo nos pasan cosas graves y dolorosas, tendemos a pensar que sólo a nosotros nos podía pasar algo así? No es lo que ocurre lo que nos vence, es como nos enfrentaos a ello. En aquella época, el divorcio seguía convirtiendo a los hijos del matrimonio divorcia en un elemento raro entre sus compañeros de clase, sí, pero hoy ya sucede lo contrario, o al menos, ya está normalizado. En ese momento, Meryl decidió empezar sus estudios de ciclo medio en un instituto a cien kilómetros de distancia, lo que iba a limitar mucho sus visitas a la casa familiar, pero le entusiasmaba la idea de conseguir una real independencia y enfrentarse a sus complejos, frustraciones, traumas, dolores y limitaciones por sí misma; todo un reto. Demetrius Hadock empezó a convertirse en una visita insistente y Rulfy, el perro de Meryl quiso hacer buenas migas con él sin calcular que aquel hombre no sentía ningún aprecio por los animales. Al principio, cuando la tía Engracia iba a ser visitada por Demtrius, salía corriendo detrás de Rulfy, lo buscaba toda la tarde hasta que daba con él y lo encerraba en el sótano. El perro era de Meryl, se lo había comprado su padre poco antes de cumplir los diez años, pero que ladrara como un descosido si alguien rondaba la casa de noche lo había hecho una pieza importante en el engranaje, hasta entonces, familiar. Meryl estaba segura de no ser la única que quería a Rulfy a pesar de los años, de haberse convertido en un perro gordo y lento y de las calvas que le habían salido en el lomo. Pero también había comprendido que aquel cariño que se le profesa a un animal no parece suficiente cuando alguien muestra una oposición a su presencia, así que todos callaban ante el castigo que lo relegaba a la oscuridad del sótano. Además, lo que nunca lograría entender de los humanos, era que se sintieran ajenos a todo conciencia cuando maltrataban a los animales, y eso ya no se trataba de Rulfy y de los animales domésticos. En una ocasión concibió un plan para grabar el trato que tía Engracia le daba al perro, se trataba de grabarla a escondidas con su cámara de vídeo, y exponerla a vergüenza en una sesión familiar de última hora de la tarde. Sin embargo, lo pensó una vez más y descubrió de que carecía de valor para exponer a más tensiones a su madre, la pobre Úrsula que empezaba a comprobar la dramática situación financiera en que la había dejado su divorcio. Demetrius se consideraba un sexagenario con suerte, había quedado viudo dos veces y tener una tercera oportunidad al haber sido aceptado en su posición más romántica por tía Engracia, eso era para empezar a pensar que se trataba de un galán de pelo corto y zapatos lustrosos. Cuando empezó a frecuentar la casa y quedarse por las tardes a merendar, Meryl estaba preparando los papeles para salir a estudiar lejos del pueblo. Al principio la Hermana más decidida, Amaranta, quiso ir con ella, hicieron planes juntas y también empezó a cubrir su solicitud de matrícula, pero, después de la separación de sus padres, estimó que dos habitaciones vacías en la casa iba a ser demasiado para todos, incluso para Demetrius. Lo sopesó concienzudamente y sacrificó la atrayente vida de estudiante lejos de la casa familiar frente a la necesidad de sentirse cerca de su madre y su hermana en momentos tan difíciles. ¿Acaso no había ocurrido en otras ocasiones que había sido ella la sacrificada? Eso había ocurrido al asignarle la habitación de la parte de atrás de la casa, sucedía cuando le compraban ropa a Erika porque (también en esto debemos ser justos), ella no quería ropa nueva, o cuando heredó la bicicleta de su hermana mayor para poder comprarle una bicicleta nueva 24


a su hermana pequeña. Hasta en los más pequeños y mezquinos detalles se había sentido relegada frente a sus hermanas, y se había acostumbrado, por eso ahora le costaba tan poco seguir sacrificándose; por eso o porque necesitaba la seguridad que mantenía en pie aquella casa. No era la mejor casa del mundo, pero allí tenía los recuerdos de una infancia feliz y se resistía a perder eso que significaba tanto en su equilibrio. Poco después de que su padre desapareciera, Demetrius hizo más insistente su presencia. Puesto que la casa se iba quedando vacía, o al menos eso prometían solicitudes y expectativas, le debió de parecer que era el momento idóneo para cumplir su sueño de consolidar su relación con Engracia. Una de aquellas tardes, cuando apareció el maduro elegante en que se había convertido el pretendiente de su tía, Meryl estaba sentada en la cocina y no pudo evitar seguirlo con los ojos mientras el se acercaba a la puerta. Rulfy acudió con su habitual energía a saludarlo, y fue rechazado con una discreta patada. Le abrió la puerta Úrsula y llamó desde allí a Enracia sin dejar en ningún momento de sonreír. Se miraban mientras ella luchaba para que él le cediera su chaqueta y ponerla en el colgador, pero no lo consiguió. Los tortolitos se abrazaron mientras Úrsula los veía sin moverse, observó aquellos brazos de viejo presionando a la mujer mayor con sus carnes sujetas, posiblemente deseando acariciarla, pero eso tampoco tenía que parecer tan extraño. Volvió a pensar en lo que Engracia le había dicho de que deseaba irse a vivir con su pareja, “Somos pareja a todos los efectos, ahora lo puedo decir”, añadió no sin ruborizarse. El galán había pasado de los sesenta, pero algunos gestos descubrían en él un ansia sexual difícil de canalizar. Cuando se movieron para ir al salón, Úrsula los acompañó. -Ya te he contado por teléfono. La oferta es en firme, pero ella te dirá mejor. Ahora nos sentamos. Lo decía porque si decidían aceptar vivir en la casa, eso sería una necesaria aportación al fondo común para su mantenimiento. Le hubiera gustado poner unos aperitivos, pero sabía que Demetrius bebía con frecuencia y no quería que se mareara antes de su conversación. No había ninguna prisa, pero se fueron acercando al tema esperado sin que pareciera que se enfrentaban a él como una necesidad imperiosa o ineludible. -Sí, claro que me parece una idea a tener en cuenta. Lo que Engracia diga, es lo más importante en todo. No es que mi opinión no valga, tampoco quiero parecer una víctima, es sólo que quiero que ella esté cómoda y si eso es lo que quiere... adelante. -Pero nos gustaría saber lo que piensas sin tener en cuenta otras concesiones. Siguieron hablando con buen humor y al fin salieron los licores. Hubiera sido sencillo decir que era lo mejor para todos desde el principio, pero ninguno de los tres estaba seguro de que el viejo se fuera a acostumbrar a vivir con más gente cuando lo que en verdad deseaba era tener a Engracia para él sólo. Pero nada se dijo al respecto y quedó claro que con parte de sus pensiones y lo que el marido separado aportara para los niños, podrían ir tirando mientras Úrsula buscaba un trabajo (algo seriamente remunerado, sin despreciar por eso, el buen dinero que su hermana le sacaba a hacer arreglos de ropa) Y siguieron de buen humor y con algunas risas entre anécdotas, sin percatarse de que Meryl no perdía detalle desde la cocina, y que cuando tuvo bastante, se escabulló sin hacer ruido y deseando más que nunca que llegara el momento de su partida para su instituto de grado medio y su piso compartido de estudiantes. El final de aquel verano no se había dedicado a nada más que deambular por los bares del pueblo de extrarradio, a nada superior ni más vulgar que deshacerse de todo lo viejo que ya no apreciaba y metió en bolsas de basura depositó en el contenedor. No lo hacía pensando que fuera necesario en su ausencia, o que esa limpieza liberara a otros de una carga inconcreta e inesperada. Tampoco era complaciente con la posibilidad de que Demetrur Hadock hiciera la mudanza antes de que ella volviese para visitarlos, ni siquiera sabía si se produciría inevitablemente o en qué condiciones. Le hubiese gustado conocer los pormenores pero sólo alcanzaba a suponer, después de la conversación que había escuchado, que lo que iba a suceder tenía mucho que ver con las necesidades familiares, quizás más que con la aspiración de un romance inacabado de su tía Engracia. Todo resultaba tan 25


falto de piedad, tan frío y práctico a la vez, que por eso supuso que sus mayores debían estar en lo cierto, aquello era lo que hacía falta y nadie podía impedir lo que ellos al final decidieran. Fue entonces cuando creyó que Rulfy se encogía al moverse, que caía de las patas traseras y que debía llevarlo al veterinario. Se sintió más unida a él que nunca, llena de una ternura que ya no deseaba dedicar a ningún adulto y que repartía entre el perro y sus hermanas. Rulfy parecía más agradecido que nunca, sobre todo porque lo sacaba del desván al que lo arrojaron cuando Demetrius empezó a quedarse a dormir, a continuación a desayunar y finamente a vivir. Como todos sus enseres no cabían en la habitación de la tía, esperaban el momento para tomar el cuarto de Meryl, o a menos su armario y así disponer de sus cosas con más comodidad, pero eso no iba a suceder hasta que empezara el nuevo curso, lo que se retrasaría hasta finales de septiembre, en ocasiones hasta mediados de octubre. Demetrius era lo que se puede decir un hombre sólido, sin muchas necesidades, que había tenido una vida dura y sabía perfectamente lo que quería y a quien debía llevarle la contraria con todo su carácter, si eso fuera necesario para mantener sus posiciones. Desde el principio la tomó con el pobre Rulfy, pero también ponía sus condiciones acerca del orden y la limpieza. Cuando alguien cambiaba alguna de sus cosas de sitio se quejaba amargamente y el periodo de adaptación fue más duro de lo esperado. Aún con su limitada experiencia de las cosas de la vida, la conciencia de Meryl le hacía sospechar que algo no estaba bien y se quejó del trato dado a su perro, pero no la escucharon. “¡Qué gente tan insensible!, gritaba a sus hermanas. Un día, acercándose el momento de su partida, después de que Rulfy se lo pasará quejándose de dolores -sin que ella pudiera saber si era reuma, un tumor en un riñón, o tristeza-, lo llevó de nuevo al veterinario y le explicó que el perro estaba muy mayor, que ella iba a tener que dejarlo al cuidado de otras personas, por lo tanto no sabía si era mejor operarlo o sacrificarlo. Como en la clínica no tenían mucho problema por eso, en su opinión, que era la más académica, sacrificar al perro le evitaría mucho sufrimiento. No fue difícil convencerla y ante la idea de dejar al animal a los caprichos de Demetrius y la inacción de Úrsula, volvió a casa sin él. Lloró a escondidas una semana, pero nadie supo a que se debía aquella conducta evasiva que tuvo todo el tiempo que duró su luto animal. En cuanto pasó agosto Meryl se preparó a conciencia para su cambio de domicilio; no era una muchacha especialmente coqueta y no necesitaba demasiado espacio para ropa o cosméticos. Tenía una belleza natural sólo equiparable e esas deportistas de élite que se quitan fotos para la prensa sin un gramo de pintura sobre sus caras: tenía cierto parecido Sarapova -aunque ella fuera morena, los rasgos de su cara eran perecidos y sus hombros igual de poderosos-, la tenista, salvando las distancias. En una ocasión, intentó jugar al tenis y como no tenía ni idea se pasó el rato recogiendo las pelotas que arrojaba invariablemente fuera de la pista. Desde aquel día, cuando alguien le decía que se parecía a la tenista, ponía cara de haberse tragado una fuente de sapos. No lo volvió a intentar, golpeaba la raqueta como si fuera un bate de béisbol, tropezó y rodó por la tierra roja pegada s su falda, sin orgullo, si sus admiradores del colegio la hubiesen visto entonces no la hubiesen reconocido debajo de la pátina roja que se pegaba a su cara cada vez que se quitaba el sudor con las manos manchadas. La verdad, es que no fue una buena idea creer que porque todos le dijeran que se parecía a una tenista de élite podría imitarla en un deporte que distaba absolutamente de sus aptitudes. Dos semanas antes de la partida tenía las maletas casi llenas, sólo faltaba poner la ropa y cuando necesitaba alguna de las cosas que había guardado, la usaba, pero sin olvidar ponerlas de nuevo en su sitio, listas para el viaje. El paseo matinal de Demtrius, se caracterizaba por su impecable inclinación al bien vestir. Se reunía con una amigo que se sumaba a la camisa limpia y los zapatos lustrosos, y los dos gustaban de llevar gorro deportivo con visera de béisbol. Esa fue la razón de que Meryl los observara pasar delante de la cafetería de Morrís cada mañana de desayuno y charla contemporánea con Amaranta. Por su culpa se quedaba mirando como pasaban los dos caballeros paseantes, Amaranta hacía un gesto con la barbilla y decía: “Ahí vienen” Suponía Meryl con certeza, que después de los sesenta era un éxito consagrarse a la supervivencia 26


y agradecer por lo vivido. Amaranta le respondía con débil sonrisa y terminaba por añadir que ella nunca viviría tantos años. Las dos parecían atravesadas por el interés de conocer lo que podía haber en aquellas cabezas cansadas, además de preocuparse por el anciano existir que se les presentaba. Tras aquel primer descubrimiento de una diferente forma de vida, en una ocasión que no esperaban, los dos amigos se detuvieron con sorpresa delante de un tercer hombre que les igualaba en edad y pérdida de pelo. Y, casi sin haberlo esperado, pudieron ver como se daban un fuerte abrazo triunfal. Puestas a suponer, las dos hermanas llegaron a la conclusión de que el fortuito encuentro se trataba de una ocasión única de saludar a un viejo amigo al que Demetrius no había visto por año. Era como si deseara tocarlo para saber que era real, y le cogía del brazo acentuando esa sensación. “Al llegar esa edad deben sentirse orgullosos de haber sobrevivido y tristes por todos los amigos y familiares que se les han ido muriendo”, dijo Meryl. Pero Amaranta no respondió porque no iba a renunciar a la mala impresión que le había causado el pretendiente, o novio, o amante, o lo que fuera, de su tía. -Parecen inofensivos pero son basura -dijo inesperadamente Amaranta. Se había sofocado viendo a los tres hombres riendo y disfrutando del un obvio reencuentro. Meryl la observó como si no la conociera. Apenas se movió, no parpadeó. Pensaba que Amaranta estaba llena de rencor y no lo exteriorizaba más que en momentos puntuales como el que estaban viviendo, entre hermanas. -¿Por qué? -respondió llena de inquietud. -Conozco a uno de ellos, no sale del club de putas y Demtrius, ¿qué te voy a contar que tú no sepas? Consideran a la mujer un instrumento para sus planes. Si Demetrius no se viera viejo y necesitara una mujer que lo cuidara ni se fijaría en la tía. Meryl supuso con certeza, que algo había pasado en la vida de su hermana que desconocía. El abandono de la familia por parte de su padre le había roto todos los esquemas, y aunque todas en las casa estaban dolidas, ella le pareció fuera de sí. Notaba su furia, su rencor hacia todos los hombres y lo que significaban, y, sobre todo, los de más edad le parecían de vidas egoístas e interesados. Amaranta no se había encontrado muy bien en los últimos días, era posible que una gripe de verano la amenazara y que su malestar físico acentuara su rencor, estaba sudando y se frotaba las manos hasta hacerse daño. Desde luego, no había nada de malo en tres hombres que se encontraban en esa etapa de sus vidas en la que todo ha pasado y ya sólo le queda hacer memoria de los mejores recuerdos, de compartirlos e intentar sopesar el resultado final, el resumen de sus vidas. Claro que había sobrevivido a muchos, eso los convertía en afortunados superviviente. También se reían y hacían comentarios sobre su aspecto, sobre como se encontraban y el cuidado que ponían en vestir de una forma demasiado juvenil para los tres. Meryl se imaginó a sí misma encontrándose a una amiga a la que no veía en veinte años siendo las dos sexagenarias, observándose cada arruga y emocionadas por como la vida las había tratado. Se frotó los ojos porque de pronto los sintió húmedos. No sabía lo que les estaba pasando, también ella descubría emociones contradictorias. Demetrius era digno de compasión, pero por otro lado no podía olvidar como se había portado con Rulfy y como había sido el desencadenante de su sacrificio -si bien sabía que el animal estaba condenado de antemano-. Ancianos que a no le parecían buenas personas, pero contra los que no podía rebelarse. Fue entonces cuando se le ocurrió la idea de que tal vez, nadie es mala gente y es sólo que se cometen errores. Así, durante el último verano se concentraron en la separación de sus padres, en la llegada de Demetrius, en intentar convencer a Erika, la hermana pequeña de que miraba mejor Bogart que Brando, pasar unos días de campamento, y sobre todo, en el sacrificio del pobre Rulfy. Algunos de sus vecinos empezaron a pensar que aquella familia era incombustible y cada podría acabar con ella, sobre todo los que habían acariciado la posibilidad de comprar su casa en bajo precio si esto sucedía. Pero, en realidad, con todo lo expuesto, no podríamos decir que no estuvieran tocados, como un viejo barco en mitad de una tempestad, luchando por tapar los agujeros. Ya nadie parecía 27


dispuesto a no entender, pero Meryl tenía aspiraciones personales y Amaranta siempre decía que la gente con aspiraciones no era de fiar. Amaranta había comprendido que era el momento de permanecer juntos y luchar de forma colectiva contra los golpes de la vida, paso a paso. No había hablado de eso con Meryl, la creía llena de miedo y pensaba que por eso actuaba sin ceder un palmo de sus aspiraciones. Fue entonces, en aquel momento crucial para la familia y sus vidas, que Amaranta creyó imprescindible empezar a escribir un diario, descubrir el mundo y descubrirse a sí misma, porque sólo escribiendo podría saber lo que pensaba, las crueldades de la vida y lo dormidos que la pasan los hombres hasta que un golpe los hace tambalearse o caer. Amaranta le recordó a su hermana que padecía de los nervios. No habitualmente pero que en el pasado, en ocasiones contadas en situaciones concretas de excitación, había tenido episodios violentos y que se sentía como si eso pudiese volver a suceder en esos días de cambios. En cierta ocasión, un chico del colegio la molestó gritando para que todos lo oyeran que no tenía pecho porque, en realidad, era un chico. Acababa de llegarle la regla por primera vez y sus notas eran malas, había discutido con Úrsula y aquello al muchacho le costó perder dos dientes. El labio aparecía roto y sangraba como si tuviera un grifo debajo de la nariz. Los padres visitaron a Úrsula, que aún no se había separado pero los recibió como si no pudiera contar con su marido para esas cosas. Pero aquello no se radicalizó, estuvo dentro de un orden y pidió disculpas, lo que fue muy conveniente porque la madre de Amaranta temió que la expulsaran del colegio si la familia del niño lo pedía. Cuando Meryl partió para el Instituto Ramstein se sintió cuestionada, ¡cómo si se tratara de un capricho! No le era ajeno el deseo de todos de que pospusiera sus estudios en aquel momento difícil y se quedara un año a ayudar con la casa, o también, con un trabajo y su aportación a la economía familiar. Eso era lo más odioso que podía pensar de su familia, que les costase tan poco pensar a sacrificarla, pero como nunca le dijeron nada abiertamente al respecto, podría seguir pensando que se trataba tan sólo de su imaginación. Después de todo, para bien o para mal, era su familia y la tenía en gran estima. “Al estudiar la gente cambia, se vuelve más egoísta con respecto a sus expectativas y todo lo que deja fuera de ellas”, le había dicho una vez su hermana pequeña. Erika, al final parecía la más inteligente, y en ese comentario se cuidó mucho de intentar que no pareciese de ningún modo, que podía estar hablando de ella y su partida. Meryl comprendió sus preocupaciones, pero el destino que se le abría al alejarse de su familia para poder dedicarse a “construirse un futuro”, no era una cosa tan rara, era lo que hacían todas las chicas de su edad que tenían aptitudes para el estudio y no debía sentirse mal por eso, concluyó. Aspirar a un estatus superior por ser buen estudiante se convirtió en un tema recurrente de conversación hasta el día de su partida, hasta el punto de que cuando se estaba instalando en su habitación compartida, no dejaba de pensar en ello. Pero, en los días siguientes iba a estar tan ocupada que no volvería a pensar en nada de lo que habitualmente la ocupaba, todo era nuevo y deseaba conocer a sus nuevos amigos y compañeros. Tanto si Erika y Amaranta la llamaban por teléfono (posiblemente inducidas por su madre) para saber como iba todo, el mundo avanzaba sin darle tiempo a pensar y en poco tiempo estaba totalmente sumergida en su nueva vida. Incluso después de haber asumido que todos los cambios que dejan atrás a seres queridos, son una traición, el ansia por descubrir nuevas situaciones, lugares y personas, seguía creciendo en ella. No era difícil de interpretar, cuando se es joven, la excitación que la libertad le producía no era comparable a nada antes vivido. Tenía formada una idea casi religiosa del mundo que se venía abajo al censurar las más inocentes novedades. Esa inquietud se volvía contra ella en ocasiones que recordaba a su madre y sus hermanas, le producía una desazón que sólo superaba estando con gente, rodeadas de amigos o también, ocupada en nuevas tareas que apenas la dejaban pensar. Intentaba vaciarse de culturas ancestrales, de viejas costumbres y miedos, para sí poder vivir un mundo nuevo que se le proponía, no como un juguete que poder romper sin represalias, sino como un libro en el que una vez que cerraba un capítulo ya no existía la posibilidad de volverlo a abrir; como si las hojas quedarán pegadas o convertidas en piedra, mientras que se iban agotando las que quedaban 28


por leer como un destino irreemplazable.

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Epidermia impaciente

Pero una cosa era toda aquella excitación de nuevas ideas y sensaciones y otra, abandonarse como si renegara de su origen, de sus enseñanzas infantiles, de su cultura y de todo el amor que había recibido. Nadie puede definirse desde cero por pura ansiedad; asumimos lo que somos por mucho que nos cueste y por muy difícil que se nos ponga entender la valentía con que otros afrontan nuevas fronteras a las que nosotros no llegamos. Visto en la distancia, su pasado era el de una familia principalmente femenina. Las tres hermanas, al nacer, habían sido una primera señal de lo que iba a ser la vida familiar. Podía ver, con algunos (suficientes) kilómetros por medio, que la felicidad infantil se extendía confirmando la pureza de sus suposiciones, el fresco atardecer del final del verano no era real, llevaba consigo la podredumbre que se aparcaba en el río. Intentaba dormir, consciente de que sería la primera en corromperse, si obviaba aquella carta en la que su hermana pequeña le decía que Matty Jurado, se había embarazado de un feriante y había abortado clandestinamente. No podía ignorar entonces que ya no era una niña y que no podía darle la espalda a todo lo que de cruel tenía el mundo. Sus ojos estaban abiertos y la vida entraba en ella a borbotones sin apenas permitirle una hora de sueño. Había llegado el momento de dejar a tras la infancia meliflua, el empalago de sus caprichos y, sobre todo, el choque de la separación de sus progenitores, porque sin duda, ahí no se acababa el mundo. Siguiendo sus propios impulsos, al principio, en su nueva habitación, se sentía tan sola que llamaba a su casa una vez a la semana, a lo que siguieron las llamadas de vuelta que le hacían sus hermanas. El teléfono es el refugio de los cobardes, le decía Gina, su compañera en el piso de estudiantes. Úrsula descolgó el teléfono, su voz aparecía ahogada, afónica, como si estuviera pasando por un catarro otoñal. A juzgar por su tono pausado se diría que se había resignado a todo lo malo que le pasaba en su vida y estaba preparada para hacerle sitio a unas cuantas calamidades más. Meryl la recordaba más, abierta, dinámica y combativa, así que no pudo dejar de pensar que aquello no era una buena señal. -Hola mamá soy Meryl. ¿Cómo va todo? -dijo tranquilamente, casi monótonamente, al aparato-. Ya tenía ganas de oír tu voz. Meryl echó de menos el sonido de Rulfy ladrando por toda la casa, perseguido por Erika y la radio de Amaranta “a todo gas” en la cocina expandiendo los últimos hits, de las banda de soul local. -¿Oye? ¿Meryl?... Espera un momento que voy a sacar una hoya del fuego -pausa-. Ya estoy. Hoy es uno de esos día en que me han dejado sola en casa y llegarán pidiendo de comer. ¿Qué te parece? Reconozco tu voz a pesar de tu afonía, me alegro de oírte, ya echaba de menos que no llamaras -se sentó en una silla y el universo de detuvo, estaba dispuesta a escucharla, tenía todo el tiempo del mundo para su hija mayor. -Hoy no te llamo porque me sienta sola, hoy te llamo porque he conocido a un chico que me gusta. No sé por qué se me hace violento hablar de esto contigo. 29


Hablaba pausadamente, temiendo equivocarse y consciente de que al no poder ver las reacciones de Úrsula no podía conocer el grado de verdad de sus respuestas. Úrsula solía interpretar y no decir demasiado si la conversación se le iba de las manos, se ponía en el papel de alguna actriz más o menos conocida y ejecutaba algunos de sus caracteres en películas que conocía sin que su interlocutor fuera capaz de percatarse de ello. -No quiero ser sosa pero prefiero los muchachos aburridos para ti -respondió Úrsula-. Siempre es mejor un aburrido que uno que quiera comerse el mundo. Mientras hablaba había tocado la hoya y se había quemado, pero ni un sonido de queja salió de su garganta. Sin soltar el teléfono, cogió aceite con la mano que le quedaba libre y dejó caer unas gotas sobre un trapo, a continuación puso la parte de la mano quemada sobre la humedad del trapo y respiró profundamente. La zona afectada se estaba poniendo roja y quería evitar que emergiera una terrible ampolla en unos minutos. -Es mejor no hablar de él ahora, lo acabo de conocer. -Espera, no me vas a hacer esto. Llamas, me dices que sales con un chico y ahora, que no quieres hablar de él -Meryl se sentó en la silla de su escritorio mientras oía la queja de su madre, suspiró. -Lo siento, sólo quería que lo supieras. -¿Te acuestas con él? -Le respondió que no, pero le mintió. En realidad no se trataba de un joven compañero de clase como había intentado que pareciera al no definirlo, estimular la imaginación de su madre en ese sentido, tal vez no tuvo éxito porque sólo consiguió preocuparla. En general solía hacer caso a su madre y seguir sus indicaciones sobre los pasos a seguir en la vida, pero nada se veía igual a como Úrsula lo había planificado antes de su partida, y el chico que decía que le gustaba, era en realidad el padre de su compañera de piso, ahora su amiga más cercana, Gina. Hablaron de como marchaba la economía familiar, de las rarezas de Demetrius y de las bromas que sus hermanas le gastaban sin que él tuviera una idea de donde le venían esas pequeñas calamidades. La conversación no duró mucho y Meryl prometió volver a llamar, si bien sabía que esas llamadas se iban espaciando cada vez más. Después de colgar, Úrsula levantó la mano a la altura de los ojos y se miró la mano quemada. Nada parecía salir razonablemente bien desde hacía tiempo. Dicks le había dicho que tenía una piel de muy buena calidad, sin que ella entendiera del todo lo que significaba. Cuando empezó a tontear con él, Gina apenas lo notó, pero un compañero de clase que la observaba atentó concluyó: “no podrás hacerlo sin dejar rastro” En esos días, Meryl comía sin razón aparente, tal vez intentando calmar su ansiedad. Se despertaba a media noche y se sacudía intentando sacar de sí aquella idea loca de amar a un hombre maduro, pero la atracción era tan fuerte que apenas conciliaba de nuevo el sueño volvía sueños tórridos en los que el le ponía sus manos grandes y velludas por todo el cuerpo. Gina la llevaba a fiestas universitarias en las que los chicos mayores a ella le parecían infantiles, pero su amiga se la llevaba a un rincón y a modo de confidencia le preguntaba que e parecía aquel o aquel otro. Y ella, como si se tratara de romper todos los límites le respondía con una mirada que decía, ¡Ojalá tu padre estuviera aquí y me llevara a una de las habitaciones para quitarme toda la ropa! Empezaba a entenderlo, era un mundo salvaje, sin reglas, donde se imponía la fuerza y todos los deseos debían ser saciados. El cambio desde su casa de extrarradio era ostensible, se acostumbraba a su nueva vida, a competir y a poner al servicio de esa competencia todo su encanto. Nada iba a ser lo mismo, en pocos meses iba a cambiar tanto que el más insensible cabrón del colegio la iba a saludar como su igual. Las chicas más elegantes y de barrios más afortunados apenas la miraban. El incidente de las dos 30


chicas de estas, en el retrete encerradas con un chico de tercero, fue muy notable. Nadie supo que clase de prodigios se sucedieron allí dentro, pero un grupo entre el que se encontraba Meryl, hacían cola y golpeaban la puerta para poder entrar a orinar. Para ese tipo de gente se levantan nuestras libertades, opinaba el profesor de ética. Una ardorosa marea de comentarios poco amorosos iban surgiendo a su paso, y el muchacho de tercero empujó a uno de los ocupantes para que lo dejara pasar; casi lo tiró al suelo y no lo hizo porque cayó en brazos de Gina que lo sostuvo. Todas las ideas y sueños infantiles se iban derrumbando y dejando espacio para comprender como funcionaba el mundo y lo de aprovecharse del momento, y nada de “coger la flor del día”. Meryl quería ser igual de irracional que los hombres más egoístas y con ese fin tenía que conseguir que nada le importara. La tarde que se acostó por primera vez con el padre de Gina se la pasó llorando, y su amiga se apiadó de ella y la abrazó como una madre sin conocer el motivo, sin saber que respondía a la débil pérdida de inocencia. No podía dejar de sentir lástima por su tristeza, aún cuando hay tristeza que suceden como venganzas y proceden del orgullo herido. -He hecho algo que me compromete con el egoísmo que siempre detesté de mi padre -le dijo entre sollozos y sin conseguir ninguna reacción, más que el arrullo comprensivo que hacía unos minutos que se venía sucediendo-. ¡Soy una idiota! ¡Se que no lo quiero! He venido a este liceo porque quiero seguir mis estudios, eso es lo que quiero hacer. Podría pensar que es por eso que reduzco el amor romántico a puro sexo, pero es egoísmo, desprecio por lo que otros puedan pensar y por los sentimientos que otros puedan albergar. Tengo un examen la semana que viene, así que no debería estar llorando, ni dejar que ésto me afecte. -Ni hablar conmigo de ello -le reprochó Gina. Ella se dejaba acariciar la cabeza y se acomodaba entre sus grandes pechos. -Intentarías convencerme de cosas que no estoy preparada para afrontar, me darías consejos e interpretaría mi forma de actuar -replicó convencida de no rechazar aquel momento, pero dispuesta al mutismo total en lo referente a lo que acababa de suceder-. No podría soportar que me trataras como a una niña que no sabe lo que hace (aunque tal vez sea cierto), porque justamente de ahí es de donde vengo y lo que deseo dejar atrás. -Eres una chica inteligente -la miró con dulzura y la estrechó entre sus brazos como si se tratara de su amante-. Estaré conforme con tu decisión, en pocos meses te cogido un aprecio difícil de entender. Esta última frase de Gina provocó un llanto ruidoso y amargo que no entendió del todo y que se refería a la amistad ofrecida incondicional y, en cierto modo, traicionada con su secreto. En esa nueva etapa de su vida, debía enfrentarse a cosas que jamás imaginara, hacer la compra y limpiar el baño eran actividades habituales. Se dedicaba a ir a la biblioteca a estudiar cuando siempre lo hacía en casa y, en ocasiones, tenía que evitar a Dicks para poder salir con compañeros de clase con los que también quería relacionarse. Tenía bastante claro que todo lo que hacía lo hacía por placer y que nada era impuesto; eso era lo que mantenía a raya a Dicks y lo que él peor levaba de su relación. Solía volver a su apartamento sólo para pasar una noche a su lado y decidió dejar de verlo por el día, al menos mientras durara el proceso de divorcio en el que estaba envuelto, lo que no era más que una excusa para hacer lo que quería. Tal vez a muchos lectores, esta forma de actuar les parezca extraña y tan furtiva que nunca la hayan considerado, sin embargo, existen muchas parejas que llevan sus relaciones en secreto o que se ven sólo cuando su separación ya les resulta insoportable, hay todo tipo de amantes, los consentidos y los que salen de casa a escondidas, hay aquellos que practican el sexo sólo con desconocidos o los que no desean complicarse y sólo lo hacen a cambio de dinero. Si alguna vez han pensado en qué tipo de gente hace esta cosas, al menos coincidirán conmigo en que hace falta una naturaleza diferente a la ordinaria y una cabeza ajena a 31


los convencionalismos que practicamos el resto para encajar una cosa así en una vida con apariencia de normalidad. Indudablemente, Meryl estaba pasando por un momento de inestabilidad que no se correspondía con lo que su familia habría esperado de ella, pero confiaba en volver a ser la misma pasado un tiempo. No deseaba una ruptura con su pasado, ni se desvinculaba por completo de los lazos familiares con la cultura de sus abuelos, aunque, por supuesto, no iba a renunciar a las oportunidades que la vida le ofrecía -lo que era tanto como decir que se había vuelto una “hija de puta” competitiva y de eso le iba a costar más salir-. Tras dar por sentado que su pecado no era tan grande como había pensado en un principio, confió en que al menos no la degradara socialmente o a los ojos de sus mejores amigos, si alguna vez se llegara a descubrir su secreto y eso no iba a ser fácil. Que su nueva condición le daba libertad para hacer ese tipo de cosas y a continuación enunciar a ellas, era algo que había aprendido con rapidez, apenas se sentía vinculada con su pecado, si bien iba a tardar mucho en superar la acritud que le producía oír hablar de los hombres y sus aventuras como signos del triunfador, y que las mujeres tuvieran que esconder, incluso a sus parejas, cuando deseaban una relación corta y sin compromisos.

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1 Odios Compartidos Tal vez, Meryl no debería haberles presentado a su novio, y eso les habría dado el aire que necesitaban para seguir respirando. También podría haber preparado a Úrsula hablándole de él y, sobre todo, intentando que comprendiera que la diferencia de edad no era un problema para ella. Lo había estado retrasando durante algún tiempo y ya no tenían la fuerza necesaria para seguir dándole excusas al padre de Gina sobre lo de presentarlo a su familia, él las quería conocer, y su madre y sus hermanas tendrían que aceptarlo... ¿Sólo porque ella lo quería? Había pasado un año completo y el encuentro se produjo en la navidad del segundo curso. Todo sucedió con cierta normalidad. Sin embargo, tan pronto como estuvo de vuelta en su habitación de estudiante se echó a llorar porque no sabía por cuánto tiempo podría contener a Dicks en su exigencia de que se fueran a vivir juntos, y aunque para ello tuviera que desprenderse de su apartamento de soltero. Meryl no paró hasta encontrar una justificación a su conducta, una tras otra se iban sucediendo las posibles razones para haber entrado en una relación que no tenía futuro a pesar de sus esfuerzos. Así llegó a la conclusión de que le sería imposible una familia tal y como su madre la había concebido para ella en sus enseñanzas: cuando cumpliera cuarenta, Dicks estaría tomando pastillas para el colesterol y eso no se podía superar ni aún teniendo hijos (que parecen el pegamento necesario). Una vez terminado cada argumento volvía a analizarlo como si dispusiera de todo el tiempo del mundo, y por mucho que estimara y llegara a comprender que debía renunciar lo antes posible, había algo en ella que mantenía aquella llama. Además, Gina ya sabía todo lo que tenía que saber y no parecía haberlo tomado como un drama, si bien había cambiado de vivienda y Meryl notaba como si la evitara: supuso que ese era uno de los precios que había que pagar por su felicidad. A media tarde se pasó las manos por los ojos dispuesta con determinación, a no sufrir por lo inevitable. Se dio una ducha y se puso un albornoz para sentarse frente al espejo de la cómoda que usaba para maquillarse; en ese momento entró Dicks que no dejó de observar que las señales en sus ojos eran de haber estado llorando. -¿Ha pasado algo? -preguntó-. Si te vieras como yo te veo, te alarmarías. Meryl no era ajena a todo lo que él podía ver en su cara. Se tapó la cara un minuto con las manos y suspiró con resignación. En el edificio no debía haber nadie más porque el silencio era total, Dicks se quitó un gorro deportivo que se ponía para disimula su incipiente calvicie y porque además creía que vestir de sport lo hacía parecer más joven. Lo arrojó sobre el sillón haciéndolo volar y caer sobre el reposabrazos con cierta habilidad, y pensó ingenuamente que podría ser bueno en eso si lo hiciera con frecuencia. Meryl volvió a mirarse y el espejo le devolvió el rostro de una mujer mayor. No podía concebir que en apenas dos años en aquella ciudad se le hubiera puesto aquella cara. Ella era joven, demasiado joven si se comparaba con la mujer de Dicks, sin embargo, allí sentada sin más ropa que pudiera dar una referencia de sí misma, cubierta por el color gris oscuro del albornoz y después de haber llorado, parecía haberse puesto veinte años encima. No se trataba de que aquello hubiese herido su ego. ¡Sólo eso le faltaba! Pero ninguna mujer deja de ser tan presumida que acepte con facilidad tenerse en menos de lo que en realidad es, y Dicks había llegado demasiado pronto sin darle tiempo a recomponer un poco aquel desastre. -Claro que me veo. No siempre estamos tan bien y tonificados como desearíamos -afirmó con un tono de resentimiento-. Además tú también tienes aspecto de cansado. 33


Fue en ese momento cuando Dicks comprendió que se encontraba deprimida y debía medir cada una de sus palabras. Era la misma mujer que lo había besado al despedirse aquella mañana, que lo había abrazado y susurrado al oído que “aún lo quería”, era la mujer con la que el día anterior había ido al teatro y se había reído del mundo al volver andando a casa. Era ella, o al menos así lo creía. -Deberíamos hablar del futuro y de las posibilidades que tenemos como pareja estable -estaba hermosa a pesar del desaguisado, el albornoz se abría y dejaba ver una parte considerable de sus pechos, lo recompuso y apretó el cinturón. -¿Lo crees necesario? Es como meterse en arenas movedizas. Además, creo que podemos coincidir en cada una de las apreciaciones que hagas al respecto. Lo miró fijamente, lo que pareció un reproche. Hizo un movimiento brusco al dejar sobre la cómoda, la crema que sostenía en una de sus manos. Como no podía hacer otra cosa sin molestarla, acercó una silla y se sentó a su lado dispuesto a escucharla, pero nada iba a ser tan fácil. Apenas un año después, Dicks había retomado su matrimonio y Meryl se había tomado un respiro y había abandonado el curso académico a la mitad para volver a la casa de su infancia. Aquella discusión marcó las lineas de su separación, le espetó al padre de Gina cuantas cosas los separaban y lo indecentes que habían sido ocultándose como delincuentes por un amor socialmente cuestionado y reprochado. Tal vez Dicks la había buscado y la había seguido sin que ella lo supiera lo que, de así haber ocurrido, le había proporcionado la serenidad necesaria para ir convirtiendo aquel amor un un mal recuerdo. Además, se podría descubrir a sí misma con la fuerza necesaria para vivir sin depender de nadie, o mejor, sin depender de su joven necesidad de amar, al menos hasta que su sangre se encendiera de nuevo y sin aviso, tal y como le había pasado. ¿Cómo era posible que una chica tan equilibrada como siempre había sido, no fuera capaz después de sus últimas experiencias de libertad, de controlar su pasión? El día que volvió a casa encontró a su madre hurgando en el culo de un pollo para introducirle un limón, el horno estaba encendido y hacía calor en la cocina. Estaba de espalda afanándose en su trabajo y aún no la había visto lo que le daba tiempo para acercarse, algo más de tiempo para verla e intentar comprender aquel momento tan simple y dulce a la vez. Veía el amor que su madre ponía en cocinar (siempre lo había hecho), pero incluso podía adivinar la fuerza que una imagen así tenía para el mundo en el que se movían, un mundo cruel, competitivo y de beneficio inmediato. Retrasó el momento de abrazarla, tal vez imaginó lo que sucedería un minuto después, cuando su madre la descubriera y se dejara querer. Ambas convergerían en un abrazo infinito, mientras su madre se daba la vuelta para poder cubrirla también con sus brazos. -Te he echado tanto de menos que apenas me quedan lágrimas -exageró Úrsula, porque no había vuelto a llorar desde su divorcio-. ¿Estás bien? Deja tus cosas ahí, después las subiremos a la habitación. -Mi tiempo de estudiante en “enseñanzas refinadas y aburguesadas” fue muy intenso. La gente en la ciudad no es como nosotros. Fue muy atrayente, a veces, pero se terminó, al menos hasta que recapacite al respecto. Vengo para una temporada larga, estoy confusa. -Tu hermana Amaranta tiene tu habitación, tendrás que convencerla para que te la devuelva. Se ha puesto a trabajar en una tienda nueva de ropa -la madre intentaba decirle que si se iba a quedar tendría que poner su granito de arena, porque las cosas habían cambiado y necesitaban el esfuerzo de todos. Sin embargo, entre lineas, le estaba pidiendo que nunca más se alejara de ellas. -Nunca me dio miedo Amaranta, a pesar de su carácter -se rio-, creo que podré persuadirla. -El marido de tu tía está malo, creo que ha cogido un virus y no sale del baño. Se pasó la noche quejándose y hoy no se ha levantado más que para seguir llenando la casa del olor apestoso de su diarrea. Si hoy no mejora tendrá que ir al médico. Amaranta se había convertido en una solución socorrida para su madre cada vez que había que hacer un recado, así que había salido a comprar unas pastillas a la farmacia para su tío político. Por otra parte, esa vitalidad la iba volviendo más callada y circunspecta en su trato cotidiano. Desde el 34


primer momento de su reencuentro notó aquel cambio en su hermana y empezó a pensar en cualquier cosa que pudiera hacer por ella y ayudarla a ser de nuevo como la recordaba. En realidad, no confiaba demasiado en sus dotes como psicóloga para llegar a conocer el origen de aquella conducta, pero tampoco iba a abandonar por eso. Los planes no eran su fuerte, en ocasiones lo disponía todo para que su vida sucediera sin sorpresas y conforme a sus deseos, pero nada era tan previsible. Le dijo a su madre que, probablemente, no iba a deshacer el equipaje hasta el día siguiente y que necesitaba descansar. Se recostó en la cama y Úrsula le bajó la persiana para que pudiera dormir: al menos hasta la hora de la comida, pensó. Sintió un gran desahogo cuando estuvo al fin sola y se moderó su respiración. Quería a su familia, la necesitaba, y no era menos cierto que el momento que vivía después de su fracaso sentimental acentuaba esa sensación. Era más que probable que no se lo dijera nunca a nadie, pero se sentía muy culpable de todo lo sucedido, porque, en cierto modo inconsciente, sabía desde el principio que le iba a hacer daño a un hombre infiel y que eso podía haberse proyectado en ella desde las infidelidades de su propio padre con Úrsula como una venganza. Había algo más en su conducta en aquellos dos años de aventura académica superior, el problema de no poder seguir soportando por más tiempo parecer una inocente e inmadura niña pueblerina, y por eso lo que creyó que era un juego de unos fines de semana se había alargado tanto y casi se había convertido en una relación estable. Otra de sus preocupaciones inmediatas era su deseo de visitar a su profesora de secundaria, la que había puesto tantas esperanzas en ella y a la que no sabía como decirle que había fracasado en su primer intento de integrarse en los estudios superiores. La señora Wilkinson tenía en ese momento una especial predilección por Erika y eso hacía pensar que gustaba de la educación familiar que las hermanas habían recibido. Y sin duda así hubiese sido si esa inclinación familiar también se hubiese extendido a la tercera hermana, que en el pasado fuera su alumna, sin embargo, en el caso de Amaranta nada había sido tan conveniente. Por algún motivo que ninguna de las tres hermanas llegaban a comprender, la profesora Wilkinson detestaba a Amaranta. En sus clases, apenas la había tenido en cuenta y, en las ocasiones en las que se había relacionado con ella socialmente, visitas de los padres, fiestas del colegio o actividades extraescolares, la había evitado poniendo su fría espalda entre las dos siempre que podía. La visita se produjo en un hospital porque la profesora había tenido un accidente de automóvil y la iban a operar de una pierna y de un brazo. Ese parecía el momento más indicado, por un lado porque necesitaba apoyo en aquel momento de desgracia y además, porque sabía que no encontraría a nadie salvo a una amiga. En una ocasión le había dicho que vivía con su hija que también era profesora, pero no era verdad, no había ninguna hija, era una mujer solitaria y nadie se había pasado por la habitación del hospital más que su vecina y amiga que cada día le llevaba un trozo de tarta de manzana. Aquello tenía toda la impresión de ser una amistad de muchos años y muy consolidada, no sólo porque le permitiera recoger su correspondencia y llevársela (a veces, incluso leérsela), sino porque al ser su única amiga no había fallado ni un sólo día en sus visitas. La señora Mallory se sentaba muy estirada en una silla cerca de la cama y se quedó todo el tiempo, aunque se limitó a observar y sólo abrió la boca para preguntarle a la profesora Wilkinson sin quería que le sirviera un poco de zumo. Se incorporó levemente para beber por la pajita y al terminar dejó caer la cabeza sobre la almohada como si se hubiese tratado de un esfuerzo descomunal. No pasó más de un minuto y Meryl comprendió que su idea había sido un gran acierto porque los ojos de la profesora eran puro agradecimiento. Quedaba por ver la cara que pondría al percatarse de la presencia de Amaranta. Llegó la comida y Mallory se acercó a un lado de la cama para ponerle cada bocado entre los dientes, intentando que moviera lo menos posible su brazo roto o su pierna hecha añicos. Comía sin gana, escuchando a sus alumnas y respondiendo a sus preguntas como si se tratara de una entrevista más para la revista de veteranas licenciadas. Wilkinson la sorprendió con un comprensivo, “no eres la primera de mis alumnas que intenta estudios superiores abandonando y retomando una y otra vez hasta conseguirlo. La obstinación lo es todo en la vida”. Entre el tenedor 35


de Mallory a la derecha, y la conversación con sus alumnas a la izquierda, sus ojos se movían sin cesar mientras abría la boca para recibir un nuevo bocado. A pesar de todo, Meryl la notaba encantada. -Es posible que si yo te animé a estudiar, haya sido porque algo vi en ti que me pareció que debía ser extraído, como se extraen imágenes preciosas de piedras o maderas que no son más que proyectos -con estas palabras confirmaba la profesora que creía en Meryl y eso la animó-. Pero todo depende de lo que tú pongas en ello. Estos fueron los términos en los que comenzó aquella visita después de las consabidas lamentaciones por su estado que precedieron a la narración del accidente, lo que no duró más de un minuto. Enseguida, Meryl le contó que recordaba con aprecio sus clases y consejos, y aquella charla en la que la animaba a salir al mundo y demostrar de lo que era capaz. Añadió a esos primeros recuerdos de su tiempo de estudios en la escuela pública y los halagos pertinentes, que no lo había conseguido y que se sentía muy decepcionada por lo mal que lo había hecho todo. Por supuesto que no mencionó que se había enredado en un romance de casi dos años con un hombre que podría ser su padre, y que se había servido de su imagen de estudiante con futuro -la que siempre había explotado ante su familia para conseguir todo lo que les pedía-, para llevar una vida bohemia que no la favoreciera en nada. Se expresó en unos términos que pareciera que todo estaba ya decidido y que no había nada más que añadir al respecto, como si su decisión de abandonar estuviera ya tomada. Pero, ya que se había tomado tantas molestias en llegar hasta allí tuvo que escuchar la opinión de la señora Wilkinson y su... “lo tienes al alcance de la mano”. Amaranta las miraba frotándose los nudillos como si deseara empezar a golpes con todo, pero no era así, se trataba de un acto reflejo que no dejaba ver que comprendía los motivos de su hermana en la visita inesperada. Amaranta sacó de una bolsa de deporte algunas revistas atrasadas que había rescatado de la alacena, justo antes de que su madre decidiera que era el momento de deshacerse de ellas. No eran el tipo de lectura que le gustaba de Wilkinson pero Mallory las miro con codicia y afirmó que se las leería y las comentaría con ella. -Tú eres Amaranta, también te recuerdo. Y había otra hermana, la pequeña. ¿Cómo se llamaba? -Erika -se adelantó Amaranta haciendo la K dura, más dura que la C, porque así solía decir que debía ser cuando alguna gente le cambiaba la consonante. -Darle recuerdos. He sido una profesora con limitaciones, pero mi memoria es aceptable. Por una vez, se dijo Amaranta, que no había pasado desapercibida. -¿Sabes Amaranta, siempre hubo en ti algo que me disgustaba y creo que no he sido justa? -Ya lo había notado -replicó entre dientes para que sólo su hermana pudiera oírla. -He tenido algunas alumnas muy gilipollas, hay de todo en tantas clases tantos años, pero a ti te tenía por inteligente y dispuesta a despreciar ese don. ¡Eso me superaba! -exclamó la profesora con la dureza que habían esperado de ella. No era que no agradeciera su gesto al visitarla en su estado, sin embargo, su reacción era como decirle al mundo que no estaba dispuesta a claudicar, que no importaba que pasaran los años y se jubilara, que seguiría teniendo el mismo genio desafiante hasta el final. Amaranta dijo que iba a comprar tabaco y desapareció. -¿Te has enamorado? -preguntó entonces a Meryl. -Creo que no, eso espero. -No lo hagas, lo echaras todo a perder. Sal con chicos, relaciónate, viaja, conoce y expermenta todo lo que el mundo te ofrece. Sólo así evitarás llegar a vieja siendo una mujer arrepentida de sus miedos como lo soy yo. -Ya he oído eso antes. Es como...“sólo te arrepientes de lo que no has hecho”. No tenía buena cara; era probable que aquella noche no hubiese dormido bien, o que no hubiese dormido. ¿Pero, quién podía tener buena cara después de un accidente semejante? Intentando contenerse se entregó al flan con nata que la señora Mallory le ponía delante de la nariz. La familiaridad con que la trataba no le gustó a Meryl, sobre todo porque eso era algo nuevo en ella y le gustaba que la gente se comportara conforme a lo esperado (no se trataba en ningún caso de un 36


contrato, pero no esperaba algo diferente). Sobre todo, la gente que de pronto se hacía la importante le parecía ridícula, pero por desgracia eso le había sucedido a menudo a su vuelta de la universidad. También era probable que aquellas ojeras se debieran a algún tipo de preocupación que ella desconocía -alguna gente se siente muy desamparada, llegado el momento de su jubilación-. Por otro lado, Meryl tampoco podía pretender que una mujer de aquella edad, sin apenas poder arreglarse y dolorida estuviera tan animada. Pero tampoco tenía tanta importancia y Amaranta tardaba en volver, lo que la hizo pensar que ya no lo haría y la esperaría en el hall del hospital, porque allí había todo tipo de máquinas de snacks y café, y porque ya había tenido más que suficiente de los viejos tiempos. -Estoy aquí -dijo Amaranta desde la puerta del hall estirando los brazos y agitando las manos como aspas; compartía con su hermana cosas como la que acababa de hacer, visitas, compras y salidas al bar. Eso quería decir que se sentía feliz de como había salido la tarde a pesar de la confirmación de todos sus miedos: la vieja profesora siempre le había tenido manía, es decir, había cogido la manía de rechazar su presencia, sus gestos e incluso su voz. Se sentía despreciada, la detestaba; pero la tarde invitaba a un paseo, y nada iba a cambiar eso. -Creo que exageras -señaló Meryl, lamentándose de oír la queja. Aparte del sentido catastrófico de la vida de su hermana, el que ni ella ni Erika habían compartido en sus genes, Amaranta no era una persona rencorosa o dada a la obsesión con temas del pasado, y si así fuera, no podría soportarla. 2 Mazorca sin pulgares A la tía Engracia le bastó una mirada y unas palabras con Meryl para descubrir que volvía de la universidad con la moral muy baja. A veces es más fácil para una persona de edad descubrir cuando algo no va bien porque interpretan los silencios como emociones. No deseaba inmiscuirse en sus cosas y no preguntó ni le comentó nada a Úrsula. Tampoco había nada malo en ello, así que después de una corta visita a la habitación de la siesta, volvió a tiempo a la cocina para ayudarle a Úrsula a sacar el pollo del horno. Antes de “haberse liado” con Dicks había experimentado y se había dejado llevar por chicos que le habían enseñado todo lo que necesitaba saber, a su edad, sobre el sexo. Pero ahora se sentía otra persona, como si se hubiese echado veinte años encima. Al menos había sabido detenerse a tiempo, o eso creía, No podía pasar por ser una persona diferente a aquella en la que se iba convirtiendo, pero al menos podía intentar, desde ese momento, tomárselo todo con un poco más de calma. Durante la cena todo transcurría sin demasiadas sorpresas, nada inesperado salvo que Erika se demoró en su clase de piano y llegó tarde. Demetrius se quedó en cama y no las acompañó, pero eso era de esperar; no cenó más que una sopa y sus medicinas. Era improbable que la concordia de las cinco mujeres se viera alterada ni siquiera por tener que consentir al viejo, ahora marido, de la tía. Meryl llevada por su propia animadversión, pensaba que no le caía bien a ninguna de sus hermanas. Engracia señaló que hacía calor y a una mirada de su madre, Erika se levantó y abrió la ventana lo justo. Apenas habían empezado a repartir el pollo y empezaron las primeras protestas porque a Erika no le gustaba la pechuga y los muslos ya había sido repartidos entre sus hermanas. No se trataba de nada nuevo y Meryl le cedió el suyo con una sonrisa que la hizo muy feliz. En otro tiempo las tres hermanas escapaban de las reuniones familiares. Se escabullían con una bolsa de patatas fritas y un refresco, y se escondían en sus habitaciones para no cenar. Pero Meryl se veía a sí misma como un espíritu que pasara distraído sobrevolando la cocina y se sentía totalmente integrada en la escena casera. Todo seguía igual, nada había cambiado tanto a pesar de las 37


ausencias, ni por un minuto lo había dudado, pensó, pero no era cierto. Le llevaría tiempo volver a ser la misma, se conocía y sabía que con frecuencia conseguía lo que se proponía, no iba a fallar en eso, tampoco deseaba compartirlo ni que descubrieran que algo se había apagado como se apagan las ilusiones. Una fuente de coraje, en eso se convertiría si era necesario. La radio había quedado puesta con las noticias en el salón y se podía oír desde la cocina. Sonaba un tono aburrido, constante, y esa monotonía sólo podía superarla la conversación de la cena ajena a todo. Le daban vueltas una y otra vez a la noticia de un preso que había sido condenado por error y recientemente dejado en libertad. Las pruebas de ADN habían jugado a su favor -si bien, sólo uno de los miembros del grupo dejó ese tipo de rastros en el cuerpo de la víctima- y demostrado que él no había sido quien había asesinado a aquel niño tres años antes. Se había escrito mucho al respecto y se le había situado en otra parte en el momento en que todo sucedió, pero el juez no le creyera. Además, se había tratado de un asesinato entre varios jóvenes (mayores de edad y por lo tanto juzgados como hombres) y como siempre iba con ellos lo relacionaron sin que pudiera evitarlo. Había pedido una y otra vez que se revisara su caso a pesar de las fotografías que lo situaban divirtiéndose con el grupo en un bar local apenas una hora antes del suceso. A juzgar por la rapidez en que fue puesto en libertad y la confusa explicación de la televisión, el motivo de esa decisión tuvo que ser definitivo al explicar su inocencia. -Somos el resultado de nuestros miedos. Eso es lo peor que nos puede pasar, convertirnos en algo diferente a lo que deseamos por no atrevernos -afirmó Meryl que parecía haberse ganado una discreta influencia-. No creo que nadie pueda decir que se llega a nada si no se corren riesgos. -¿En serio? -se atrevió a preguntar Erika. -En tu caso, todo induciría a responder que te cuidaras, que fueras prudente, que no corrieras riesgos, pero si lo hiciera estaría siendo una hipócrita. Si quieres algo, ve a por ello -le respondió-. Sólo los valientes llegan sin competir. Úrsula miró de reojo el reloj clavado en la pared y se impacientó. Le gustaría concluir con aquella conversación, así que hizo observaciones al respecto que daban a entender que no era correcto intentar influir en la forma que cada uno tuviera de enfrentarse a los desafíos que la vida le ofrecía y que si no tomaban pronto el helado, se echaría a perder. La cena había sido lo que esperaba desde hacía mucho tiempo y se felicitó por ello, pero esa plenitud no siempre disponible era lo que la había fatigado. Meryl consiguió que Amaranta le devolviera su cuarto y, en cuanto se metió en cama y a pesar de haber dormido toda la tarde, cayó dormida en un sueño profundo. Soñó que caminaba por una gran avenida que se bifurcaba para desafiarla a escoger entre el camino que llevaba a un parque hermoso donde la gente paseaba perros y andaba en bicicleta o la otra calle que conducía a unos grandes almacenes a los que le había echado el ojo y en los que deseaba perderse toda la vida comprando ropa interior. Empezó caminando hacia el parque pero el ruido de los autos era imposible y tuvo que dar la vuelta hacia los almacenes. Una manifestación llegaba detrás de ella con sus pancartas y megáfonos; tenía la intención de atenderlos pero no entendía lo que decían y las pancartas estaban desfiguradas. Y si bien ponía todo de si para entenderlo no lo hizo hasta que descubrió que todos seguían a una mujer que gritaba: le gritaba a ella y se acercaba peligrosamente. Empezó a trotar intentando conservar la distancia con la manifestación que la perseguía, si torcía en una calle a la izquierda, todos lo hacían, si pasaba un puente o entraba en una plaza, todos iban detrás de ella y la mujer que le gritaba. Era absurdo intentar darle forma a un sueño, sobre todo cuando aún no se ha despertado y no sólo se le van añadiendo trozos, pero llegó aquel momento en que supo que la mujer sin cara al frente era la esposa de Dicks, y que lo que le gritaba era, “¡robamaridos, robamaridos, has destruido una familia!”. Estaba claro que se sentía culpable por su proceder de los dos últimos años, pero también que había cenado demasiado y que no estaba acostumbrada a hacerlo. Sintió miedo y angustia y aún no se despertaba. Daba vueltas en la cama inclinada sobre su corazón ardiente, la boca estaba pastosa y cubierta de espesa baba deslizándose en la comisura de los labios. Los ojos se movían debajo de los párpados y, en el momento que vio que uno de los 38


manifestantes llevaba la cabeza clavada en una bandera patriótica, despertó de un espasmo y se sentó respirando con fuerza. Se puso la mano en la frente y se tomó la temperatura, estuvo un rato intentando recordar los detalles para concluir, “sólo ha sido un sueño. Esta vez me salvé de ellos”. ¿Quienes eran ellos? ¿A qué se refería? ¿A la sociedad, a la gente casada, a los obedientes, a los católicos, a los esforzados sufridores? Se sentía al margen, por lo tanto debía referirse a todos los que creían ciegamente en cumplir las normas, la colgarían si pudieran. Al menos eso había leído que escribiera Bukowski, “they will kill you, if they can”. Posiblemente se refería a algo más, menos definitivo pero más corriente y que sucedía con más frecuencia, y eso era, “te pasarán por encima si los dejas”. La vida se revelaba cruel y la lección aprendida era que tenía que ser fuerte a pesar de sus pecados, o eso, o la mandarían al infierno antes de lo esperado. Era cierto que la gente a veces se convertía en una masa cruel, pero también tenían gestos admirables, eso seguramente dependía de quienes eran sus lideres. Visto así, su idea de que no había gente mala, sino gente que se equivocaba perdía fuerza. Decididamente, había gente muy cabrona y egoísta dispuesta a joderte cada día de tu vida. Pero respetaban un cosa, una sola cosa, sólo respetaban a los fuertes y ella tendría que ser fuerte si quería sobrevivir en un mundo tan complicado. Además, no era para tanto, todos los hombres tenían aventuras cada día con chicas jóvenes que se dejaban seducir por intentar jugar con ellos. Si hubiese sido el novio de una de sus hermanas, eso sí que hubiese sido una falta contra sus principios y todo lo que le habían enseñado que debía sostener su vida. Pero no fuera así, y a la esposa de Dicks ni siquiera la conocía, -ese debía ser el motivo de que en su sueño no tuviera cara, se dijo-. -Odio a los hombres prepotentes -le decía unos días después a Amaranta que afirmaba con un movimiento de cabeza-, odio esta sociedad en la que hemos nacido y nos condena a no poder manifestar nuestro desagrado porque si lo hacemos nos golpean, están locos por el sexo y nos lo hacen pagar a nosotras, odio las leyes que evitan castigos como los que se merecen. Mientras decía esto sus ojos se iban afilando como espadas y su mirada se iba volviendo un arma capaz de destruir, mientras su hermana asistía al ataque de ira sin comprender del todo de donde surgía aquella reacción, como había interpretado su vida y sus recuerdos. -Por nuestra dignidad deberíamos renunciar para siempre al matrimonio -continuaba-, cuando un tipo nos llega con un anillo de diamantes (que siempre es falso), deberíamos pedirle que lo lavaran con lejía y se lo metieran por el ano, que es sitio donde deberían estar todos esos anillos. Es cuanto puedo decir sobre el matrimonio. -Nunca te oyera hablar así hermana, pero estoy bastante de acuerdo contigo, aunque no renuncio a pasarlo bien con los chicos. Digamos que no comparto tus odios hasta tal extremo -las dos se echaron a reír y Meryl concluyó diciendo, “cortarles sus atributos es lo que habría que hacer” Con una mano sobre la mesa y la otra acariciando una botella de cerveza, Meryl se dio cuenta de pronto de la atención que le prestaban unos ciudadanos que la contemplaban encogidos como si los primeros en perder sus genitales fueran ellos. La congoja parecía un acto natural después de oírla y como se expresara, con dureza y convicción. Se sacudieron como los perros después de un baño y se dieron la vuelta para seguir bebiendo. Meryl, por su parte dijo en voz baja para que sólo su hermana pudiera oírla, ¡barrigudos! Y la mañana continuó con su habitual lentitud en el bar de Morris. Unos años atrás, cuando se fumaban las clases del instituto y se sentaban en aquella misma mesa para tomar refrescos de cola, no se hubiesen atrevido a tanto, pero estaba cambiando a una velocidad inesperada y se habían vuelto valientes y, por qué no decirlo, también descaradas y atrevidas, lo que a los ojos de su madre sería un insulto. Oyeron una creciente protesta en los cuartos de baño, con discusiones desaforadas que terminaban en riñas, insultos muy elevados y gritos desaforados. Estaban a punto de volver a casa pero se sintieron tan atraídas y las curiosidad les pudo tanto que se levantaron e hicieron grupo con el resto para ver, asomando la cabeza al pasillo, si aquello terminaría en bronca general. Ni habían sospechado que aquel día les traería semejante espectáculo, o que se verían envueltas en él sin haberlo deseado. Estaban tranquilas, y pensaban que, tal vez deberían compartir la excitación 39


general y, como el resto de los que se agolpaban en aquel punto, empezar a censurar a los de dentro y pedirles que pararan o resolvieran sus diferencias en la calle. Pero nada hubiese cambiado, los contendientes estaban tan acalorados que ya habían sobrepasado el estadio de arrojarse uno a otro contra la pared cogidos por la solapas. Apenas habían levantado la cabeza entre los hombros de los otros cuando los contendientes empezaron a golpearse. Otros hombres intervinieron para separarlos y se llevaron algún golpe también, pero lo consiguieron y los arrastraron a la calle. Aquel tuvo que ser el momento de clímax porque el de hombros estrechos y mirada rencorosa, sangraba por la nariz. “asunto de mujeres”, dijo uno que los veía como seguían zurrándose en la calle, mientras Morris limpiaba la sangre que habían dejado en las paredes. Por mucho que hubiesen hecho no los hubiesen separado hasta que hubiesen tenido suficiente. Cuando los dos estuvieron cansados y con sus caras desfiguradas por los hematomas y los cortes, se detuvieron y finalizaron con unos insultos y justificaciones que ya no venían al caso. Misión cumplida, los dos habían demostrado su hombría, ninguno había ganado, y se fueron cada uno por su lado arrastrando las piernas como lagartos. Amaranta había contemplado la escena con tal pasión que no pudo impedir cerrar los puños y hacer gestos vehementes como si ella fuera uno de los contendientes. Sin embargo, el show no había sido para tanto, había asistido a combates realmente duros, que duraban hasta ver caer si sentido a uno de aquellos hombres. Meryl creía que había algo masculino en su hermana que envidiaba y en lo que no podía compararse a ella. Había vuelto, de nuevo se sentía en casa, ya no había confusión posible al respecto. Había deseado tanto tener de nuevo aquellas traviesas vivencias, haber sido parte de la trifulca, haberse dejado empujar por tener un buen sitio frente a la puerta, que no habría sido ella misma si se hubiese dado media vuelta y se hubiese alejado precavidamente del bar. Podía seguir siendo la chica estudiosa que todos imaginaban, si así lo querían que siguieran creándose esa imagen de ella, pero volvía a ser la adolescente dispuesta a romper todas las normas mientras evitaba que sus hermanas hicieran lo mismo. De vuelta a casa, una mañana de sol primaveral, a Meryl le sorprendió que la señora Olsen, la vecina, la saludara mientras paseaba a su perro. Se trataba de una mujer de la edad de su madre que solía salir por la mañana en bata de casa a ese tipo de pequeños paseos; nunca pasaba de la esquina. A veces salía con el pelo aplastado de dormir y otros con los tubos puestos para darle forma desde primera hora; todo un desafío. No se trataba de una mujer del todo inocente o pacífica, y solía portar un paraguas con el que podía golpear a los chicos que pasaban en bici si se acercaban demasiado. Su ascendencia italiana le hacía mover mucho los brazos cuando hablaba, incluso podía frenarte en seco si no le prestabas atención poniéndose delante como si necesariamente tuviese que tratarse de un hecho afortunado haberla encontrado. Entonces, Meryl disminuyó el paso hasta llegar a su altura y se dispuso a escuchar lo que tuviera que decirle. No comprendía muy bien a qué venía o el significado de una atención que generalmente no le prestaba, pero en este caso, estaba claro que la señora de Otto Neuman Olsen quería hablar con ella. -Supongo que a partir de ahora nos veremos más a menudo -le espetó-. Unos buenos vecinos, cada vez más cercanos... -Yo no diría eso. Los límites de nuestras propiedades están bien marcados, pero siempre hemos sido buenos vecinos, eso es indudable -intentaba ser amable y esbozó una sonrisa que no tuvo un aspecto demasiado natural. -Me refiero al patio de atrás y la caseta de herramientas, queremos convertirlo en una casita para los perros, tu madre nos lo ha vendido. De hecho, llevamos años hablando de eso y parece que ha llegado el momento -la cogió por sorpresa. Su madre cuando decidía hacer algo que podía tener objeciones, no lo hablaba con nadie y eso era tremendo. En realidad, tampoco deseaba fiarse mucho de lo que le contaran en plena calle. No sabía de qué iba todo aquello. De cualquier manera, debería haber calculado que una cosa así podría suceder, la economía familiar no alcanzaba para pagar los gastos y, al menos, al ser la propiedad más pequeña, pagarían menos impuestos. -Si ha de ser así, espero que sus perros no ladren por la noche, la caseta está pegada a la ventana de mi habitación -dijo con una enorme carcajada, que tampoco resultó natural. 40


-Si yo estuviera en tu lugar, iría pensando en cambiar de habitación, son perros grandes, no como Sissy -señaló al perrito que paseaba-, y hacen mucho ruido en las noches de verano. Cuando entró en la cocina, su madre estaba quitando las tripas de la panza de un gran pescado. No le dio tiempo a decir nada porque su hermana Erika apareció con una enorme jaula y un pequeño pajarito en su interior. -Mira lo que me ha regalado Demetrius. Es un tipo estupendo, ¿no te parece? 3 Sensaciones perennes para voces ofendidas Ya no había tiempo para cambiar nada. Úrsula había firmado los papeles; además, tampoco iba a cambiar de idea. No se iba a producir un milagro, ni iba a llegar un príncipe azul que se casara con una de las tres hermanas y los sacara a todos de aquella situación tan precaria. Amaranta podría gritar y golpear los muebles y Erika podría pasar el día gimiendo y sollozando como una tonta, nada de eso iba a influir en la decisión de su madre. Estaba tan decidido y las cosas sucederían tan certeramente como se adivinaba que iban a suceder, tan claro como que ni un meteorito que cayera encima de la casa de los Olsen podría evitarlo. Meryl esperó en la puerta del comercio de ropa a que saliera su hermana, ella pasó a punto de cerrar y le hizo una seña indicando que ya casi estaba. El aire era agradable y la temperatura adecuada para no necesitar poner la chaqueta que llevaba entre sus manos. Amaranta corrió las cortinas y puso el cartel de cerrado, esas eran las señales definitivas de que su salida era inminente, sólo tenía que despedirse de la dueña, Mary Gatebourg, y podrían ir calle abajo mientras decidían su destino. Inesperadamente, Mary dejó todo lo que estaba haciendo, se arreglo el pelo y salió para saludar a Meryl. Amaranta la siguió como si no pudiese hacer otra cosa y Meryl supuso que las convenciones debían respetarse. Hablaron un momento y le dijo que la próxima vez podía esperar dentro, que no molestaba, y fue muy amable de forme general. Se despidió efusivamente y Amaranta se mantuvo rígida y en silencio hasta que también se despidió, con un escueto “hasta mañana”. Aquella fue la primera oportunidad que Meryl tuvo de comprobar que los rumores acerca de la belleza de Mary Gateborg eran ciertos y si alguien decía que había ganado un concurso de belleza flirteando con el jurado, eso debía de ser por pura envidia. Aquel pensamiento fue un acto reflejo y una inconsciente posición de inmediato apoyo; apenas la acababa de conocer y la impresión había sido definitiva. -Muy agradable -dijo Meryl a su hermana mientras echaban a andar. -Tiene un amante millonario que se resiste a dejar a su mujer -respondió en un susurro con temor a que alguien pudiera oírla. -La triste historia de las mujeres que se creen invencibles. Somos errores por dar nuestro amor. -Tenemos tanto que dar... -Ni se te ocurra ponerte en una situación parecida, no conduce a nada -y de nuevo, la hermana que se sentía madre, mostró su autoridad sin llegar a confesar que sabía bien de lo que hablaba. -¿Por qué nos creemos tan superiores a los hombres? Ellos se aprovechan de eso -preguntó Amaranta-. Debería darnos vergüenza no exigir el mismo grado de compromiso, en lugar de intentar agradarlos y hacerles la vida fácil para que no se vayan de nuestro lado, y al final, ya vez lo que sucedió con papá... -Sólo hay que dejar de compadecernos de nuestro sexo. Es esa imagen la que nos hace parecer tan débiles, pero lo cierto es que conozco muchas chicas que tratan a sus novios con absoluto desprecio. -Somos chicas modernas, Meryl. Tampoco acaban de sacarnos del amazonas. Se podría decir que 41


entendemos lo que concierne a las relaciones entre hombres y mujeres. Deberíamos tomarnos este tipo de separaciones con más calma. Sin embargo, seguimos aspirando a grandes familias que se derrumban. Nunca me casaré. Meryl permaneció en silencio. Su cara se iluminaba bajo un sol suave, pero no parecía feliz de saber que su hermana pensara que esa era la única salida honrosa, renunciar a crear familias tradicionales. Cada vez se veían más mujeres criando a sus hijos ellas solas, sin la ayuda de nadie y buscando la distancia con el progenitor. Como mujeres había decisiones que tomar, y creer que podían criar a sus hijos sin la presencia de sus padres no era una buena opción. A Meryl ya nada le extrañaba, y que hubiese mujeres decididamente poniendo una maleta a sus hijos para convertir su infancia en un viaje continuo entre la casa de mamá y la casa de papá, tampoco le parecía la peor de las soluciones. -Quizá deberíamos moderar nuestra postura. No lo sé -retomó la conversación Amaranta-. Según parece la decencia se pone a prueba cada vez que hablamos de amor, si es que de eso hablamos. Lo cierto es que en las rupturas, tanto hombres como mujeres, sacan lo peor de sí. Como mujeres estamos en un callejón sin salida, pero algunas piensan que lo podrán sortear si encuentran un hombre que ceda a todas sus exigencias, dócil y aburrido. Esa tarde le contó a Amaranta lo de su ruptura con el amor mayor que la había acompañado aquellas navidades, el tiempo que llevaba con él y que había vuelto con su exmujer. Era la primera vez que se abría de aquel modo, porque incluso cuando su madre le había preguntado al respecto, había guardado silencio. No fue muy oportuno mezclar la reivindicación feminista de una conversación superficial con sus propias vivencia; todo se veía de otra manera y entraban los factores decididamente personales que no se podían eludir. Las circunstancias de su aproximación al amor habían sido salvajes, por decirlo suavemente, la diferencia de edad y la separación matrimonial de Dicks, habían sido insalvables, pero además, no podía culparlo porque ella se lo había tomado desde el principio como una diversión. Amaranta la escuchó en silencio como si se hubiese quedado en blanco, incapaz de construir un argumento o una frase, para poder apoyarla. Le concedió todo su tiempo y escuchó como quien escucha a un profeta. Y, cuando Meryl se percató de que estaba tan impresionada, dejó de hablar también y caminaron un rato en silencio. Era alentador saber que otras mujeres podían pensar como ella y que la visión masculina del mundo necesitaba un aprendizaje; todo indicaba que los hombres necesitaban identificarse de nuevo con la ternura la sensibilidad perdida, y era por eso que su punto de vista no les interesaba demasiado en el tema que acababan de tocar. Tal vez, Amaranta no había entendido todo lo que quería decir, no se había expresado con claridad porque no era un tema fácil, eso estaba claro. Tenía que haber puesto en juego sus últimas experiencias y haberle dicho que las relaciones entre hombres y mujeres estaban en crisis, que habían llegado a un momento que ya no se necesitaban para un proyecto de vida. Se refería a como ella había llegado a interpretar su propia sexualidad, lo que desde luego, generalmente, los hombres no hacían. La charla la había llevado a reflexionar sobre un tema que aún necesitaba aclarar y del que no terminaría de saber lo que pensaba hasta que lo escribiera. Otras mujeres escribían sus artículos en revistas de moda o suplementos dominacales. Si algún día llegaba a escribir algo al respecto debería intentar publicarlo, aunque sólo fuese por la necesidad que las mujeres tenían de dominar sus propios temas y no dejar ese campo también a los hombres. ¿Acaso no era ridículo que los hombres intentaran descubrir lo que ellas pensaban, antes que ellas mismas? Cada persona tiene una forma absolutamente particular de ver el mundo, pero incluso en temas tan escabrosos como la fidelidad, las relaciones sexuales sin compromiso ni amor (¿lo que en los sesenta llamaban amor libre?), como el trampolín de afectos para alcanzar las metas personales, la falta de confianza. Al principio, cuando en su adolescencia empezó a notar la codicia en la forma en que algunos hombres mayores la miraban, Meryl no le había dado mucha importancia, se reía de ellos, jugaba y los ridiculizaba. Empezó a admitir un peligro real con el asesinato de aquel niño cerca del campamento de verano. No había dejado de arrepentirse de la noche que ella y Amaranta salieran para tomar una copas y dejaran sola a su hermana pequeña, 42


estaba segura de que se había comportado como una idiota y de que nunca volvería a cometer un error así. Fue por eso que, al integrarse Demetrius en la familia no le había quitado ojo, había sugerido a su madre que la habitación de su tía estuviera en un extremo de la casa y las de las niñas en el otro, de tal forma que el hombre viejo no tuviera excusa para rondar por aquella parte de la casa. Y para acabar de complicarlo todo, por aquel tiempo, fueron al cine a ver “Lolita”, y terminar así de finir su amor incondicional por Kubrick. Y así, llegado ese momento, poco antes de salir para la universidad, se pasaba la noche vigilando cualquier ruido o movimiento extraño por la casa. Se tomó su tiempo para hablar con su madre de que Demetrius se levantaba al baño con frecuencia por la noche, a lo que Jana Úrsula le respondió que era normal a su edad. Y después en la universidad no había conseguido concentrarse, había llegado a la conclusión de que la vida era absurda y no podía luchar contra eso, así que se había dejado llevar como una principiante. Habría tanto que analizar al respecto... Pero no, estaba de vuelta, en casa, paseando con su hermana por la calle de tiendas y cafeterías, hacía un día espléndido de primavera y todo se podría interpretar, por partes eso sí, pero todo tenía una interpretación, desde luego. En las afueras de Mindstorm no se ven muchas caras nuevas, tal vez por eso caundo se cruzaron con aquel chico, Amaranta le dio un codazo a su hermana, “Stiff el dedos, el nuevo novio de Erika; era amigo de Ernie, pero no le di bola, así que cortejó a Erika. No sé como consiguió que le hiciera caso”. -¿Te arrepientes de haberlo rechazado? ¿Te gusta? -le pregunto Meryl -La juega contra nuestro orgullo a menudo. Siempre creí que tenía a raya los deseos, ya sabes. Me encuentro dispuesta para amar, definitivamente, no se trata de eso. Tal vez sea que al verlo al lado de Erika... -¿Mamá sabe que Erika tiene novio? -No, no se lo ha dicho. Es como si se avergonzara de él porque es de una familia humilde. El padre no trabaja y el es camarero. El único propósito de aquella conversación era poner al día a su hermana de las novedades, porque al fin ninguna de ellas iba a aconsejar a Erika o a decidir lo que era mejor para ella. En el pasado habían tenido que enfrentarse a cosas parecidas, otros chicos habían ido y venido en sus vidas y habían sabido salir adelante. El amor les había dolido y se habían sentido decepcionadas otras veces, hasta casi dejar de creer en él. Pero eran jóvenes y les había servido. “Nadie aprende si no arriesga”, comentó Meryl. -¿El dedos? -preguntó -Es porque toca la guitarra. No por nada más excitante. -¿Un rockero? -No, sólo toca la guitarra. Al pensar sobre eso, Meryl encontraba que Erika siempre había sido la más delicada y sensible de las tres, se emocionaba en exceso y, sus aires de marquesa francesa, tal vez se debían a esa necesidad de rechazar lo soez que le impedía su mundo de azúcar de algodón. Debería haberse sentido más interesada por sus cosas, pero al ser la más pequeña, de algún modo inmaterial, se sentía más en sintonía con Amaranta. Visto desde su punto de vista, aquella delicadeza de la pequeña Erika, era lo que la había llevado a estar tan unida a su abuelo. Se había muerto cuando Eruka sólo tenía cinco años y había sido muy difícil explicarle porque había desaparecido. Habían calculado minuciosamente entre todos como tratar aquel tema, y en la familia se pudieron de acuerdo en decir que se había ido de viaje, pero Erika supo desde el primer momento que se había muerto y lo que eso significaba. Meryl tenía la impresión de que en cierto modo, aquel recuerdo del abuelo era lo que la hacía empatizar con Demetrius hasta un punto que ni la tía Engracia concebía. Incluso había puesto de nuevo la foto del abuelo bien a la vista en su habitación. Al hablar de ello con Meryl de había dicho, que mucha gente dice que se la aparecen sus seres queridos después de muertos y que están con ellos. Que el abuelo estaba con ella en cada decisión que tomaba o cada error que cometía, ayudándola. Pero, según afirmó, en su caso era verdad, se le aparecía en sueños y 43


cuando eso sucedía la imagen era tan real que daba miedo. Ningún sueño era tan real como aquellos en los que aparecía el abuelo. Meryl no daba crédito a aquella obsesión, y Erika concluyó recordando que el abuelo siempre había sido muy de pasteles y tomar todo tipo de dulces, y que en su último sueño le había preguntado si no tenía nada de... chap, chap, y había hecho un ruido mientras se llevaba los dedos a la boca. El cumpleaños de Erika fue una estupenda ocasión de presentar a Stiff el dedos a su madre, pero no lo hizo. Se había sorprendido a sí misma al descubrir que ya no estaba enamorada como al principio. Conocer sus propios sentimientos le resultaba demasiado duro, pero nadie puede saber como una mujer va avanzando en lo que siente hasta que cree haber encontrado el hombre que necesita. Stiff se había peleado con una mujer por un tema de tráfico y ella estuvo presente en toda la discusión. Erika se había subido en el ciclomotor dejándose llevar por Stiff que conducía tan apretado e incómodo que tenía verdadera prisa por llegar a su destino. En el aparcamiento de un centro comercial los conductores no son de fiar, sobre todo si buscan un sitio para aparcar y la afluencia de coches es imparable. Por fin quedó un sitio libre y la mujer que conducía detrás de ellos intentó ocuparlo con una fuerte aceleración y movimiento brusco del volante. Les tocó levemente y casi provocó que se cayeran, lo que Stiff evitó de un salto y sujetando la débil motocicleta mientras Erika ponía un pie en el suelo y ayudaba amparando por su lado. Stiff empezaba a creer que podría controlarse pero o fue así, dejó la moto en el suelo y golpeó el cristal de la conductora soltando todo tipo de insultos y amenazas. Detrás un niño de no más de tres años lloraba desconsolado mientras su madre se encogía aterrada. Erika pensó que si aquella ventanilla cedía a los golpes, su novio terminaría por golpear a aquella señora. Por fin Erika empezó a gritar y se abalanzó sobre el intentando cogerle de los brazos. Le gritaba que estaba loco que dejara de hacer aquello y que se fueran. El miró al suelo y cogió aire, soltó un ¡mierda!, que lo tranquilizó. Entonces se dirigió a la moto y la levantó con brutalidad, se subieron y se fueron. Mientras la moto buscaba la salida, Erika pensaba que, en el estado en que se encontraba iba a ser difícil que no tuvieran un nuevo percance o una caída. Todo fue muy extraño e inesperado, y ella quedó en Shock por unos días. Ahí empezó su desafección, esa escena descubrió algo que no sabía, otra cara de Stiff el dedos y por eso no deseaba que su familia lo conociera. Al día siguiente de aquel suceso, ya más calmada, quiso hablar con él. Estaba reparando su moto y llevaba en una mano una llave con la que intentaba aflojar un tornillo, sin éxito. Se acercó a él y sintió el olor de la grasa y del sudor que exhalaban sus ropas. No era tan desagradable como le había parecido en otro tiempo y concluyó que se estaba acostumbrando a lo que siempre había detestado, lo abandonado de la gente, la desidia y la falta de interés por el futuro. Se fijó en sus manos callosas y no concibió que, un vez, hubiese deseado ser tocada por ellas, y lo que aún era peor, haberse dejado tocar y disfrutar haciéndolo. Por su parte, para aquella visita en el garaje de Stiff, se había puesto ropa anodina, con colores gastados y sin vida, ni hablar de pantalones ceñidos o blusas apretadas. Tampoco había hecho otra cosas que ducharse y salir de casa con el pelo mojado, es decir, tan dejada que no podía inspirar la más mínima mirada pasional -eso tampoco era tan difícil porque Stiff no la miraba así desde hacía un tiempo-. En ese instante se sintió dueña de sí y convencida de sus razones. Eso era algo que formaba parte de una forma de ver el mundo diluida en su propio desarrollo: Era como si necesitara perder su carácter y personalidad para desarrollar nuevos conocimientos y formas críticas de ver el mundo, pero también cabía la posibilidad que en medio de eso estuviera la fuerza arrolladora de la personalidad compartida de Stiff. Cualquier psicólogo asumiría que la relación que había empezado un año antes, resultaba tóxica para y que debía terminarla para conocerse a sí misma. Esos mismos psicólogos intentarían aclarar que nada de lo que sucede es bueno si interfiere en nuestras vidas complicándolas hasta hacernos daño y que debía asumir sus propios retos y hacerse cargo de sus propias decisiones. Pero mientras lo veía, allí agachado sobre aquel tornillo difícil, pensaba en que tipo de reacción violenta desarrollaría cuando le dijese que se relación estaba extinta como humo sobre cenizas. Dada la exigente educación a la que Erika había sido sometida desde muy niña, no sólo por sus 44


estudios sino por el refinamiento que ella misma se exigía, se preguntaba cómo podría llevar a cabo su declaración “haciendo el menos ruido posible”. Su consideración con Stiff, intentando dar forma a su fracaso sin echarle la culpa, no sirvió de nada, él gritó y pateó cuantas latas y herramientas encontró a su alrededor. Un muchacho de su temperamento no podía contentarse con una explicación superficial que no dejaba ver la decepción que ella realmente sentía. Debería haberle mostrado todo lo que sentía con absoluta vehemencia y dolor y tal vez así, él comprendiera que no se trataba de un capricho de una niña bien. Siempre le quedaría la sospecha de no haber sido suficiente para ella. Por fortuna, Erika se mantuvo en su versión y no le hizo ni un reproche, pero eso no fue suficiente para que los gritos se oyeran desde la carretera. La violencia no pasó de zarandearla cuando ella le puso la mano encima pidiéndole comprensión, pero además de los insultos y el desprecio, estuvo aquella forma de gritar tan desafiante. Aquella misma mañana, Amaranta llegó tarde al trabajo. Después de tres horas de anodino trabajo de doblar y recoger prendas de invierno para el almacenaje, permaneció de pie detrás de la caja esperando que algún cliente se decidiera por alguna prenda de rebajas o le pidiera consejo. Empezó a sentirse molesta con un hombre mayor que sacaba camisas y suéteres, los estiraba, se los probaba y los dejaba tirados sobre las estanterías como si fueran trapos. Hubo un intercambio de miradas en los que el hombre parecía parecía interrogarla con un “¿qué carajo miras?” Pero sólo cuando le cayó una camisa sobre la alfombra mojada cerca de los paraguas ella explotó y soltó un insulto que creyó que él jamás oiría por muy buen oído que tuviera, pero no fue así. La mañana era de lluvia de abril y la humedad lo impregnaba todo. Cada vez que Amaranta se llevaba el pañuelo de papel a la nariz parecía murmurar con desagrado, pero nadie podía estar seguro de eso. En cuanto el hombre se dirigió a la caja para preguntar si no tenían tallas superiores de un suéter, ella le pidió que esperara porque estaba atendiendo a otro cliente. En ese proceso de espera se le volvió a caer una prenda y la pisó aparentemente de forma fortuita. -Señorita, ¿me va a atender? -dijo con impaciencia -Sí, en cuanto pueda. Es usted muy nervioso, ¡tranquilícese hombre! -respondió Amaranta. -¿Está segura de que quiere vender? Es usted muy torpe -añadió el señor-. Tengo un día muy complicada y usted me retrasando. -No me diga que tiene prisa si lleva toda la mañana desordenando estanterías. -Usted debería estar en casa lavando platos, no sirve para dependienta. Amaranta, que estaba guardando la ropa del otro cilente en una bolsa y a continuación le daba el cambio, estaba ya libre para atender al señor antipático, pero en lugar de eso le soltó -es usted un idiota y un machista. No me parece que haya venido a comprar sino a molestar-. En ese momento el interpelado comprador, arrojó la ropa que llevaba en las manos sobre el mostrador, soltó un nuevo insulto y salió con toda prisa. Mary Gateborg, que no había dejado de observar toda la escena, se acercó a Amaranta y cuando se acercó a ella desde el otro extremo del mostrador, todavía se encontraba enfadada y contrariada. -El cliente siempre tiene la razón, en estas circunstancias no puedo estar segura de que sepas en qué tipo de empresa trabajas. -No sé que quieres decir. Era un gilipollas. -La tienda no va bien, estoy pensando en cerrar o seguir unos meses, pero si he de hacerlo no puede consentir estas conductas -sonó sin piedad-. Las cuentas no salen. Creo que es mejor que recojas tus cosas y te cojas unos días para recapacitar. Yo también lo necesito. Dicho eso, Mary Gategorg pasó de ser, a los ojos de Amaranta, una jefa guapa y comprensiva, a una persona fría y sin sentimientos. Era lo normal en estos casos. Ni antes había sido tan buena, ni entonces tan despiadada. Más tarde, con el cepillo del pelo arrastrando con despiadada profundidad, dirigió sus ojos a la figura que aparecía detrás de ella en el espejo. La casa estaba en silencio, Úrsula había salido al banco a pagar la hipoteca y Erika andaba en cosas que nadie sabía. Era Meryl, como una figura evanescente capaz de andar sin posar los pies en el suelo y de darte el susto de tu vida. Se dio 45


cuenta en ese momento de cuanto la había querido y admirado desde siempre, y cuanta nostalgia le producido eso tantas veces en que no había podido refugiarse en ella en momento difíciles. -He perdido mi trabajo. Siempre suceden cosas inesperadas. Posiblmente traté a un cliente como si fuera basura, pero creo que Mary debía estar muy harta de mi, y lo disimulaba muy bien. -Hay gente así, a la que nunca le notas nada. -Le hubiese roto la nariz de un puñetazo sino fuera delito -la voz sonó tan sincera, que sus deseos más íntimos hubiesen sido expuestos en un momento tan difícil, sin esfuerzo-. Creo que no tengo remedio. Debo reconocer que pertenezco a ese tipo de personas que quiere arreglar el mundo a mamporros. Tal vez era sentirse rechazada por la sociedad, la idea que iba creciendo, porque intentar que alguien pudiese comprender todo lo que bullía en su interior era como correr en solitario y creer que el resto de corredores eran capaces de seguir aquel ritmo endiablado. A pesar de todos los intentos por comunicar y reprimir los deseos violentos, su familia pensaba que era una chica dulce y comprensiva. Se trataba pues de una relación confusa, de un error desde el principio que mantenía con mucho esfuerzo no poniéndose en conflicto con aquella imagen tan poco real. Meryl le prestaba una atención religiosa, la escuchaba con la devoción de un discípulo que de pronto y sin transición se tornaba en siquiatra. Veía a Amaranta retorcerse sobre una silla, levantarse a la ventana, darle la espalda y ponerla la cara delante de la suya sin dejar de mirarla fijamente a los ojos. Seguía atenta, intentaba saber sobre su ira sin creer ni por un momento, que el despido tuviera tanto que ver en el resumen de sus frustraciones. “Nada me sale bien”, concluyó. ¿Debería resignarse a llegar a ser una adulta sin convicciones? De cualquier modo, eso era lo que menos se parecía a madurar. -Creo que tus pies siguen tocando el suelo, no debes preocuparte por las sombras si no te dejan dormir -intentaba calmarla, pero no lo consiguió. Amaranta estaba nerviosa y enfrentada con el mundo. La miró muy enfadada y sin ganas de seguir el mensaje apaciguador de sus hermana. Había dejado de escucharla: se inclinaba hacía atrás deseando dar el paso que creara una distancia prudente entre las dos y le permitiera mantenerse en su forma de ver lo que sucedía. No iba a haber una conclusión definitiva, estas cosas dan muchas vueltas y se cambia de opinión muchas veces en los días posteriores al “accidente”, pensó Meryl. Amaranta exhibió sus dientes con vacilación en una sonrisa impostada y añadió -¡Déjalo hermana, no tengo el cuerpo para muchos análisis! La familia es donde reside el remordimiento. Era como haber perdido un nuevo combate, como haber huido de la estabilidad rutinaria dejándose llevar de su mal genio. Pero no había mala conciencia en sus actos, tan sólo la desolación que le provocaba la resaca posterior al derrumbe. Es mismo día, sumergida en graves pensamientos y sin demasiadas ganas de controlar su furia se encontró con Erika en plena calle. La hermana pequeña lloraba apoyada en la puerta de un portal anónimo, muy cerca del centro de salud. -Ese cabrón me ha gritado y me ha tratado como una puta -dijo con cogiendo aire para poder hablar. -¿Te ha tocado? -Preguntó Amaranta muy alarmada. -Quiso pegarme, pero no le deje -lo que acababa de decir era muy subjetivo, porque si él hubiese tenido esa intención lo habría hecho, pero el maltrato había sido real. Su su propia hermana no la entendía, ¿cómo podía aspirar a ser entendida por los adultos, por su madre o su tía? Los adultos estaban sobrados de prudencia, porque al final hacían lo que querían, culpaban a quien quería y castigaban a los culpables, pero sin prisas. El mundo se transformaba a sus ojos, no podía contarle nada de sus urgencia si no quería que la encerrasen en casa. Cada minuto de su castigo anhelaba salir corriendo, así había sido su infancia, perdida toda atención en el reducido espacio de una habitación a oscuras, la suya. Recordaba a su padre con aquella gravedad poco natural, con la voz que le hacía poner Úrsula cuando se trataba de castigar a la hija más traviesa, precedido de conversaciones opacas, se volvía a su trabajo guiñándole un ojo porque 46


entonces ya sabía que no iría a dormir aquella noche y tendría que ser la madre la que decidiera si levantarle el castigo, por ella misma y sin apoyos mezquinos. Aquellas horas se hacían interminables, largas temporadas en el infierno, leyendo a Verlaine o a Rimbaud, siempre severos, siempre resentidos. Aprendió a ver la calle a través de una grita en la contra de madera, cerrada a cal y canto, como lo hacía todo su madre cuando la castigaba. El nervio tenso de los tendones sonó fuera del garaje, cuando abofeteó a Stiff haciendo saltar uno de sus dientes que no se detuvo hasta golpear en el cristal de una ventana con un leve “clinc” desconocido. Stiff se cogió la cara consumido de dolor pero sin dejar mirarla, Amaranta levanto de nuevo el brazo, estaba vez con el puño cerrado, y al hacer el gesto de volver a golpearlo, él dio dos pasos atrás tropezando con un gato de automóvil y cayendo al suelo sin remedio. -No te vuelvas a acercar a mi hermana o te saco los ojos, y eso no es negociable, desgraciado. Fue consciente de que a los chicos como Stiff, las amenazas como las suyas le resbalaban como gotas de lluvia en un impermeable nuevo, del mismo modo que no le importaba en absoluto haber perdido un diente, tal y como se esperaba de él en el barrio conflictivo en el que siempre había vivido. No hacía falta ser tan inteligente para asociar su última sonrisa a lo innecesario de aquella acción, no deseaba volver a ver a la niña tontita que tocaba el piano. Por último, cuando ella ya se daba la vuelta para salir, el le mostró el dedo anular de la mano derecha con un “jódete”, muy convencido. Aunque Amaranta no estaba dispuesta a consentir algunas cosas, tenía claro que no había hablado por hablar, que cuando de ella salía la rabia como había mostrado entonces, exponiendo el dolor del peor día en mucho tiempo, deseaba ser tomada en serio, de lo contrario tendría que atropellar a aquel idiota con un coche y no era el caso. -Hay días que es mejor no levantarse de la cama -le soltó a Meyl de vuelta a casa. -¿Qué ha pasado? -Mejor que no lo sepas. Meryl deseaba ser comprensiva con ella, pero por algún motivo que no conocía la encontraba más tranquila que unas horas antes. Eso era exactamente lo que su hermana necesitaba, un poso de sosiego en uno e esos días en los que parece que no terminan de pasar cosas que no esperas. -¿Al menos estás segura de que todo se ha tranquilizado? -Añadió Meryl segura de que no iba a contar nada que no quisiera contar, pero sin duda se enteraría más tarde, o tal vez, otro día. -Mi vida es exactamente lo que todos esperaban de ella desde siempre. -¿Qué quieres decir con eso? Nadie te ha obligado nunca a ser de ninguna manera especial. No me vas a culpar también de eso. Los hermanos mayores parecemos ser los culpables por no haber renunciado a su vida en favor de la de sus hermanos. Yo también estoy harta de muchas cosas, lo deberías saber. Crecer no es fácil para nadie y los últimos años hemos pasado por malos momentos. Y si pensamos en ello, la que más motivos tiene para quejarse es Úrsula, desde luego. Amaranta, que se había sacado el impermeable y los zapatos, se había sentado en un sillón a hojear una revista. Meryl la tranquilizó acerca de su hermana pequeña, se había puesto un vestido de presumir, por así decirlo, y se había ido a su clase de piano. Era una chica dura a pesar de su aspecto frágil. En ocasiones fingía dramas que no eran para tanto, como si se acabara el mundo o se quedara sin aire, y un minuto más tarde estaba riendo y haciendo bromas. Amaranta se preguntó si no se habría pasado con Stiff. Iba de colonia hasta arriba, dejó ese olor inconfundible por toda la casa. No sé si le habrá echado el ojo a otro chico, pero si es así, se entenderían algunas cosas. Meryl se había limitado darle un beso y preguntarle si se encontraba mejor. Erika había cerrado la puerta observando que a los chicos no se les podía dar demasiado porque entonces se creían con derechos que ella desconocía, “lo de Stiff se acabó, puedes estar segura”. En ese tiempo hubo una boda real que tenía ocupada a Úrsula todo el día. Puso una televisión en la cocina y seguía los desfiles pelando patatas. Era consciente de que Erika era la única que la apoyaba en eso, porque sus otras dos hijas y su hermana, rechazaban todo lo que tuviera que ver con el gasto de los reyes y sus injerencias políticas. Ella no entendía nada de política, y tal y como lo veía, los países que no tenían un rey en lugar de ciudadanos tenían gente baja, sin rango ni clase. 47


Meryl siempre había tenido la sensación de que su madre vivía en un mundo de hadas del que se negaba a bajar a pesar de todo lo malo que le deparaba la vida. Puesto que no hacían mal a nadie, ese tipo de mujeres viviendo en mundo de fantasía alimentaban un mundo lleno de desigualdad que no estaban dispuestas a reconocer. Era como si al terminar de criar a sus hijas siguiera amamantando la idea de que todo el mundo vivía bien en su comunidad, y eso a pesar de los nómadas que ponían sus tiendas al lado del ferrocarril, e incluso después de que a los Olsen le robaran las gallinas y les aparecieran sus perros muertos. La noche que sucedió, Meryl no los oyó ladrar a eso de la una de la mañana y después de esa hora callaron para siempre. Se asomó a la ventana por la mañana y justo a sus pies estaba un coche de la policía atendiendo las quejas de Muriel Olsen, que no dejaba de agitarse y dar todo tipo de explicaciones mientras Sissi, el perrito que dormía dentro de la casa y que se había salvado de la masacre, no dejaba de ladrar y de enredarse en sus piernas. El crepúsculo sobre la ventana que daba a la caseta en la que yacieron los perros muertos, no volvió a ser lo mismo. El declive de la tarde del verano que se anunciaba con los trinos de los petirrojos y los cacaréos de los gorriones, y dejaba sombras que no eran deseadas. Nada llegaba aún tan definitivo como el poliéster de la ropa que aún la cubría con la ventana abierta, para poder fumar sin dejar olor en la habitación. La boca se estrechaba para poner los labios sobre el filtro manchado de rojo intenso y desechado antes de que las pupilas anunciaran que la tragedia debía ser olvidada cuando, en serio, se anunciara un veraneo de vacaciones en la playa, o un viaje por Europa.

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